Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

11

«El episodio nacional no resulta ser ese híbrido de "historia" y "novela" que alguien entendería destinado a conjugar la aridez de la primera con la escasa fiabilidad objetiva de la segunda; sino un género historiográfico formalmente heterodoxo -por cuanto utiliza recursos expresivos ajenos a la categorización histórica-, pero de enorme valor heurístico por la intención de veracidad con que ha sido construido a partir de unas fuentes escritas, de unas fuentes orales, de una observación aguda e incansable sobre aspectos de la realidad histórica que no sabía recoger a la sazón la historiografía «científica» o profesional» (J. M. Jover, Realidad y mito de la Primera República. Del «Gran Miedo» meridional a la utopía de Galdós, Madrid, Espasa-Calpe, 1991, p. 119).

 

12

Cf. D. Catalán, «España en su historiografía: de objeto a sujeto de la Historia», «Ensayo introductorio» a R. Menéndez Pidal, Los españoles en la Historia, Madrid, Espasa-Calpe, 1982, pp. 9-67.

 

13

La facilidad con que el mito se interioriza y adquiere significado de nuevo en un determinado momento político, por posterior que éste sea a su supuesto origen, queda de manifiesto en las sentidas palabras con que Rafael Alberti rememora la lectura de los Episodios nacionales por parte de los milicianos republicanos y por él mismo: «[...] estos episodios reeditados por el Gobierno español en miles y miles de ejemplares durante aquellos años de lucha, fueron recibidos al lado del fusil de nuestros soldados con ansia parecida a la del pan en la trinchera, a la del anhelado refuerzo en una agotadora batalla. [...] aquel patriota del año 36, campesino, obrero, artesano, estudiante, hombre cualquiera de la calle, podría mirarse aún, sentirse todavía héroe del 2 de mayo, sino que ahora manejando un cañón contra el Cuartel de la Montaña; soldado de Bailén, sino que ahora guerrillero por las sierras y campos andaluces; miliciano de la libertad corriendo España toda para limpiarla de enemigos -¡ay!, como entonces, de dentro y de fuera-. Y así recuerdo que en una tarde bombardeada de Madrid, releyendo Gerona, yo me encontré de súbito en Madrid, yo me vi en la defensa de nuestra capital...» («Un episodio nacional: Gerona», en D. M. Rogers (ed.), Benito Pérez Galdós, 2.ª ed., Madrid, Taurus, 1979, p. 370). Para el mito los casi ciento treinta años de distancia entre el sitio de Gerona y el de Madrid no existen psicológicamente y para el caso serían lo mismo los dos mil años de distancia con Numancia o Sagunto, sólo habrían variado los enemigos, franceses en un caso, romanos o cartagineses en los otros, pero incólume quedaría el espíritu resistente consustancial a los supuestos españoles de todos los tiempos. Y, de hecho, es justamente Alberti quien durante la guerra civil realiza una adaptación de la Numancia cervantina.

 

14

«[...] lo que llamamos pueblo, nación o materia gobernable» (Cánovas, IV).

 

15

«[...] se oía el ronco estruendo de ¡vivan las caenas!, ¡muera la nación!» (Los cien mil hijos de San Luis, XXX); «[...] una voz acatarrada y becerril gritó: ¡Vivan las caenas!, ¡viva el rey absoluto y muera la nación!» (El terror de 1824, II).

 

16

«[...] para los carlistas intransigentes, como para el Feotón, los héroes de la guerra de la Independencia no eran simpáticos, porque para ellos el mérito máximo consistía en defender, no España, sino el trono y el altar, sobre todo el altar» (La nave de los locos, V, vii).

 

17

Prosa crítica, loc. cit., p. 870.

 

18

Ibid., p. 881. Tampoco a los liberales como Galdós les resultaba siempre fácil defender su concepto de pueblo constituido en nación y sujeto de derechos, puesto que muchas veces el comportamiento de las muchedumbres era contradictorio. No le pasaba, ciertamente, inadvertido tan grave problema al novelista, lo que le obligaba a recurrir al arbitrio de distinguir entre pueblo y populacho, según las masas populares actuaran en la buena o en la equivocada dirección. Con meridiana claridad lo dice al comienzo de Ángel Guerra: «El pueblo se engrandece o se degrada a los ojos de la Historia según las circunstancias. Antes de empezar, nunca sabe si va a ser pueblo o populacho. De un solo material, la colectividad, movida de una pasión o de una idea, salen heroicidades cuando menos se piensa, o las más viles acciones. Las consecuencias y los tiempos bautizan los hechos haciéndolos infames o sublimes. Rara vez se invoca el cristianismo ni el sentimiento humano. Si los tiempos dicen interés nacional, la fecha es bendita y se llama Dos de Mayo. ¿Qué importa reventar a un francés en medio de la calle? ¿Qué importa que agonice pataleando, lejos de su patria y de los suyos?... Si los tiempos dicen política, guerra civil, la fecha será maldita y se llama 19 de Septiembre» (Primera parte, I, v). Sin duda, para Galdós el pueblo heroico es el que construye la nación, el del dos de mayo; el populacho, por el contrario, es el que se deja arrastrar por intereses bastardos contrarios al interés nacional, aunque éstos sean de filiación republicana, como en el caso del 19 de septiembre al que se hace referencia, fecha de 1886 en que se produjo el fracasado pronunciamiento republicano del general Villacampa.

 

19

Cf. L. García i Sevilla, «Llengua, nació i estat al Diccionario de la Real Academia Española», L'Avenc, 19 de mayo de 1979, pp. 50-55. Cf. también Pierre Vilar, 1982 («Patria y nación en el vocabulario de la guerra de la Independencia española» y «Estado, nación y patria en las conciencias españolas: historia y actualidad», en Hidalgos, amotinados y guerrilleros. Pueblo y poderes en la historia de España, Barcelona, Grijalbo, pp. 211-252 y 255-278, respectivamente).

 

20

Obsérvese el trato preferente que, según corresponde a tan emblemática figura, recibe de la mismísima musa de la Historia el ya muy anciano personaje:

«Mariclío, echándole cariñosamente un brazo por los hombros, agregó:

-Tú, tú por delante. Donde tú estés serás siempre el primero... Querido Tito, acércate a este hombre venerable y besa su mano flaca ya, pero todavía vigorosa. Aquí donde lo ves estuvo en la de Trafalgar.

Saludé al veterano con la veneración que merecía tal reliquia de los tiempos heroicos».


(La Primera República, XXIV)