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El portón invisible

Hugo Rodríguez-Alcalá



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  —7→  

ArribaAbajoUna carta de Juan Ramón Jiménez

Señor don Hugo Rodríguez Alcalá

Asunción, Paraguay

Querido poeta amigo:

he recibido su bondadosa carta, con los dos poemas suyos y las dos traducciones de Helen y Donald Fogelquist, mis amigos inolvidables de Miami y Annapolis.

Sí, usted es un poeta, y si a usted le satisface que un viejo aspirante a poeta, enamorado de la belleza se lo diga, se lo digo. Tiene usted el latido y el acento y se mueve en la atmósfera de los auténticos poetas, que en una forma o en otra, y sin preocupación de lo que trae la moda de los tiempos ni el aplauso atolondrado, evaden sus poemas. Sus poemas son de los que alzan versos, como una fuente un chorro antes de llegar a ella, antes de entrar en ellos. Y esa calidad inmanente suya tendrá que tocar cuanto usted haga; y usted la ha puesto ahora al servicio poético de dos jóvenes y buenos poetas norteamericanos, mujer y marido, traduciéndolos al español.

Helen y Donald Fogelquist fueron y son para mí amigos excepcionales de vida y poesía. No recuerdo de ninguno de los dos nada personal que no haya sido perfecto en su instante, para mí. Y yo tuve el placer de traducir también, como usted hoy, verso y prosa de los dos. De lo de Helen publiqué en revistas hispanoamericanas un cuento y varios poemas que merecieron algunas cartas de aprobación. Algún día yo daré también un librito de   —8→   estas traducciones que escribí y que sigo escribiendo. ¿No quiere esto decir cuánto me gusta lo que los dos escriben? Y quiere decir además que Helen y Donald Fogelquist permanecen en el ámbito de mis afinidades electivas por lo escrito y lo no escrito.

En su carta me hablaba usted también de Mary y Williant Roberts, que son también excelentes amigos míos y poetas agudos y exquisitos; y de los que he traducido también algunos versos. Es una suerte para usted y para todos ellos haberse encontrado en esa Asunción del Paraguay, donde tengo escondido otro amigo leal, un español que conocí en mi primera juventud y que todos ustedes conocen: Viriato Díaz Pérez, el heroico.

No sabe usted lo que le agradezco que quiera publicar unas líneas mías al frente de ese conjunto de traducciones. Para mí es un honor, y me da usted, con ese honor una alegría muy grande. Participar de algún modo en esa reunión poética paraguaya, me encanta. Si a usted le agrada esta carta quede unida a su libro.

Más gracias a los tres. Y mi enhorabuena para usted, amigo mío.

J. R. J.

Washington, 1 mayo, 46

  —9→  

Lassai di me la miglior parte a dietro...


Francesco Petrarca                




  —10→     —11→  

ArribaAbajo- I -

El portón invisible




Sobre todo, en arte se vive sólo
de las visiones infantiles, del
botín que cobraron los ojos nuevos.
Alguna vez he dicho que la poesía
es niñez fermentada.  5

Ortega y Gasset [12] [13]


ArribaAbajoEl pueblo

A Regina Igel



Lo sueño, lo entresueño, lo persigo.
Para su acceso no hay más que el recuerdo.

Faltan los ojos puros, la inocencia.
Faltan los pies pequeños.

La calle larga, de calzada roja,  5
de la casa dormida en el silencio,

está en aquel lugar, acaso idéntica,
bajo idéntico cielo.

La que entreveo no es la misma calle
y se esfumina y se me pierde, lejos.  10

La casa del zaguán siempre cerrado
y oscuro de misterio;

la casa de la parra prodigiosa
de racimos que asedian los insectos

no existe ya. Lo sé. Ya es otra casa.  15
Ha cambiado de dueños:

La habitan hoy ancianas como brujas
horribles de vejez y de ojos ciegos.
—14→

Acaso el pueblo es pura fantasía.
O un pueblo en que conozco a los espectros,  20

pero en el que los vivos son extraños
que nunca conocieron a mis muertos.

Pero lo sueño siempre, lo persigo,
y si jamás lo encuentro y recupero

para mirarlo, allí, palpable y vivo  25
como se ven, palpables, otros pueblos,

es porque es invisible, por llevarlo
adentro, adentro, demasiado adentro.
3 de abril de 1974



  —15→  

ArribaAbajoPatio

A Victoria Pueyrredón



¡Patio de aromas fuertes,
terco en mi pensamiento,
con estival murmullo
de siestas de febrero!

Si de un vivir mentido  5
voy a un vivir auténtico,
te recupero intacto
con tu color y aliento.

Muchos viajes, muchos
tumultos de otros pueblos,  10
y, sobre todo, muchos
derrumbes en el tiempo,

me hacen soñar dormido,
me hacen soñar despierto,
en tu lejano y verde  15
y mágico silencio.

A ti regreso, patio,
cuando en la vida, pierdo.
La sombra de tu parra
me hace sentir más bueno.  20
—16→

En ti me purifico,
me curo y recupero.
No importa que hoy no existas
más que en mis hondos sueños.

En ellos no estoy solo.  25
Hay alguien que es tu dueño.
Si este alguien nunca muere,
patio, serás eterno.

Marzo, 1977



  —17→  

ArribaAbajoEl dueño de la parra

(A Don Manuel, el verdadero dueño)



Si pudieras volver, si regresaras
con tu inclinado busto, con tu noble

mirada y tu manera silenciosa
de andar, y, ya despierto, vuelto al mundo

y al aire de la vida, ansiosamente  5
quisieras ver tu casa, tu familia,

la parra de tu patio, los amigos
de la ciudad que vio crecer tus hijos...

Y entonces comprendieras que en tres décadas
transcurrieron tres siglos: que tu casa  10

pasó a manos ajenas; que tu esposa
yace en otra ciudad bajo la tierra;

que tu hijo mayor es un anciano
desmemoriado y débil, más anciano

que tú cuando gozabas contemplando  15
su avance victorioso por la vida;

que tu parra famosa, que a tus patios
daba una larga sombra de cien metros,
—18→

sombra con su opulencia de racimos
reventones de miel cada verano;  20

que tu parra, tu orgullo, es un recuerdo
que sólo hoy vive en tu cabeza muerta;

que tus amigos -todos- los que antaño
en la esquina rosada de tu casa

se reunían sin falta a hablar del tiempo,  25
de las buenas cosechas y las malas;

que tus amigos, todos, bajo tierra,
en cenizosos ataúdes yacen:

Entonces, yo a tu lado acudiría,
te pondría una mano sobre el hombro,  30

y te diría solamente: -Vamos.
Tú y yo tenemos juntos un secreto:

todo ese mundo tuyo que hoy no existe.
Al no reconocerme porque tengo

marchito el rostro y los cabellos grises,  35
con voz muy baja te preguntaría:

-¿No recuerdas que tú me diste un día
toda tu parra y todos sus racimos?

Ella, en mis sueños, sigue siendo mía...

12 de abril, 1972



  —19→  

ArribaAbajoVida y muerte

A Hogla Barceló



¡Oh niñez con olor
a sellos de correo,
gomas de bicicleta
y siestas de febrero!

¡El corredor, el patio  5
en que jugaba y... juego;
el balcón y la acera
con vivos que están muertos!

¡Cómo el vivir es ir
muriendo con los deudos  10
que al inmovilizarse
siguen aún viviendo
en noches irreales,
la vida de los sueños!

8 de junio, 1977



  —20→  

ArribaAbajoPuerta del paraíso

A Jean-Pierre Barricelli



El patio de ladrillo
y tierra apisonada,
tenía un gran portón
que hacía el Poniente daba.

Entrar en ese patio  5
por el portón, causaba
una felicidad
nunca recuperada.

El loro allí era el centro
de una alegría mágica:  10
¡frescura de los pámpanos,
racimos de uvas blancas!
Aquel era el Vergel
secreto entre las tapias.

Pasión tenía el pájaro  15
por su amo y por la parra.
El amo le traía
con mimos la pitanza.

Su nombre era Don Pedro,
señor de buena fama,  20
honrado y humorista
y de mujer muy flaca.
—21→

Nunca hubo en todo el pueblo
nariz tan colorada
ni boca tan sonriente  25
como las de su cara.

Don Pedro era festivo.
El loro lo miraba
con sus redondos ojos
tendiéndole la pata.  30

Mas se murió Don Pedro
de viejo, y en su cama.
Y se murió su enteca
mujer, como uva pasa.

Vinieron gentes feas.  35
La casa, rematada,
con el aro de fierro
colgado de la parra

y el loro en él posado,
pasó a manos extrañas.  40
El loro, viendo aquello
no quiso saber nada

y se murió de viejo
o se murió de rabia.
Sin loro y sin Don Pedro  45
triste quedó la parra.

Secose al poco tiempo
de vieja o de nostalgia.
—22→
Tapiaron el portón
del patio de la casa:  50

¡Puerta del Paraíso,
quedaste condenada!

19 de abril, 1972



  —23→  

ArribaAbajoEl loro dionisíaco



Durante treinta años
vivió bajo la parra,
bien firmes en el aro
de fierro las dos patas.

Allí tenía todo  5
cuanto necesitaba
su gárrula persona:
balcón, tribuna y cama.

El viejo alambre que
tras la botella clásica  10
el aro sostenía,
vibraba con la charla,

la grita y el fandango.
¡Botella que colgabas
al pájaro impidiendo  15
trepar hasta la parra,

creyérase que siempre
vertieras rubia caña
para embriaguez perpetua
del ave dionisiaca!  20
—24→

Dicen: murió de viejo;
dicen: murió de rabia.
Es falso: el pobre loro
murió por otras causas.

¡Pregunten a la higuera,  25
pregunten a la parra,
pregunten al silencio
en que se hundió la casa!

9 de agosto, 1977.



  —25→  

ArribaAbajoEl portón invisible

...Ed io non so chi va e chi resta...


E. Montale                




En la fotografía busco el alto
portón, aquel portón del viejo patio

para ver si es que puedo introducirme
en secreto, y quedarme allí, temblando,

en espera de cosas abolidas.  5
Mas la fotografía sólo muestra

el muro de ladrillo, a mano izquierda,
y a la mano derecha, esas casonas

que hoy como ayer están allí, en silencio,
proyectando sus sombras en la acera.  10

Un muchacho moreno, muy delgado,
con ágil paso avanza junto al muro.

Ese muchacho es hoy un blanco abuelo
que habrá olvidado acaso aquella siesta

en la calle desierta, bajo un cielo  15
ardoroso de enero o de febrero.

-Muchacho: date vuelta; retrocede;
ve si puedes llegar hasta el portón
—26→

y abrirlo para mí. Tuya es la hora
de esa remota siesta. Deja abierto  20

el antiguo portón ahora invisible.
Yo habré de entrar para quedarme a solas

en el patio, mirando a todos lados,
andando de puntillas hacia el fondo...

Tú seguirás andando mientras tanto  25
por la calle soleada y silenciosa.

Yo, sin hacer ruido, al poco rato,
saldré a la calle que ahora es toda tuya

y cerraré con llave, para siempre,
el portón de tu infancia y de mi infancia.  30

17 de junio, 1972



  —27→  

ArribaAbajoEn la escalinata



Las doce gradas de la escalinata
inundadas de sol a media siesta.

Tres niñas -dos hermanas y una prima
muy pequeña- sentadas, sonriendo.

en la segunda grada reluciente.  5
Las tres están descalzas. Una de ellas

-la mayorcita- empuña una sombrilla
que, abierta y encendida en luz muy nítida,

sin darle sombra ni ocultarle el rostro,
es como una aureola a sus espaldas.  10

Su cabello abundante resplandece.

La otra niña, mostrando ambas rodillas,
muy quemada del sol de aquel verano,

sabe que ya la máquina funciona,
que en este instante la fotografían,  15

y está como azorada y expectante.
Centro del grupo, el mimo, las caricias,
—28→

la pequeñita esquiva la mirada,

En las barandas las enredaderas
con manojos de flores que echan lumbre,  20

están perpetuamente embelleciendo
el instante estival eternizado.

¡Ah, la figura más feliz del grupo
la niña cuya fúlgida sombrilla

dibuja una aureola a sus espaldas,  25
quedó sonriendo, niña para siempre,

candor en que se suma la delicia
de un verano florido y melodioso!

Pero ella es hoy, en un lugar oscuro,
breve esqueleto que tendrá, aún intactos,  30

sus cabellos sedosos, sus cabellos
que ya no crecen más ni al sol relumbran.

4, abril 1981



  —29→  

ArribaAbajoDon Manuel, el patriarca

Ognuno sta solo sul cuor della terra...


S. Quasimodo                




Nació en España. Vino al Nuevo Mundo
con sus padres, severos castellanos,

siendo apenas un niño. Una leyenda
de oscuros infortunios y naufragios

envuelve la memoria de esos padres  5
de los que sólo quedan dos retratos:

Él, con cerrada barba, de levita;
ella, de luto, en las monjiles manos

sosteniendo, devota, un libro negro
del que cuelgan las cuentas de un rosario.  10

Nunca el patriarca evoca los recuerdos
de aquella travesía del Atlántico,

ni del arduo triunfo en tierra extraña,
que hubo de hacer un opulento indiano

de su padre difunto. Nunca evoca  15
el alto caserón de vastos patios

en que vivió su adolescencia, y nunca
las dichas y desdichas de esos años.
—30→

¿Qué sucedió en su mocedad lejana?
¿Cómo vino la quiebra, el desamparo?  20

¿Qué fue de aquel señor de barba oscura
que se yergue, severo, en el retrato,

conquistador de una opulencia efímera
en un rincón del Sur americano?

Don Manuel, el patriarca, siendo joven,  25
y padre ya -para sus tres hermanos-

abandonó la Tierra Prometida
y vino al Paraguay. Con su trabajo

se abrió camino y prosperó. Su casa
vasta y feliz, con emparrados patios,  30

se llenó de la risa de los niños
y de la algarabía de los pájaros.

¡Qué misterioso, pienso hoy, ha sido,
aquel tío Manuel, de rostro santo,

que vivió en tres países tantas vidas  35
y parecía no tener pasado!

Fue su vivir, vivir día tras día
el drama de sucesos cotidianos:

los pequeños problemas y los graves,
con un valor tranquilo y resignado.  40
—31→

Tuvo un negocio grande y bien nutrido,
el mejor de la villa en muchos años.

Muchedumbres llenaban esa tienda,
de la villa, y de pueblos comarcanos.

Fue próspero y feliz. Todas las tardes,  45
tras el bronco tumulto del trabajo,

él podaba su parra o sus rosales,
o paseaba por su inmenso patio.

Su mujer y sus hijos y sus clientes,
-los ricos y los pobres-; sus criados;  50

sus múltiples ahijados y compadres
lo querían. Él era un hombre honrado,

un varón casi mítico: el patriarca.
En su huerta crecieron los manzanos,

las higueras y nísperos. Los frutos  55
de su huerta no fueron nunca ácidos.

En su ubérrima parra los racimos
fueron la miel de todos los veranos.

Sólo antes de su muerte, un mediodía,
habló de su niñez, triste y nostálgico.  60
—32→

Habló del viejo caserón perdido,
y sus ojos profundos se nublaron.

Se vio en el Sur en florecido huerto,
vio a su remoto padre castellano

con su barba cerrada; vio a su madre  65
desgranando las cuentas del rosario...

Y acaso vio también el oleaje
brillante de promesas, del Atlántico.

1972



  —33→  

ArribaAbajoDomingos


A Graciela Delgado Holiday
...luoghi noti
se non che fatti irreali...


M. Luzi                




Los domingos había allá una calma
nunca recuperada en otros pueblos.

La palabra añoranza acaso tenga
el sabor de esa dicha irrecobrable.

El color de la vida era el celeste  5
del cielo abanderado de su pueblo.

Pasaban las muchachas misteriosas
con sus madres. La misa era el destino.

En la plaza los árboles brillaban
bajo el sol eucarístico, en el aire  10

vibrante de campanas y estriado
por vuelos de paloma.

Mi mundo estaba en una esquina blanca
de calles silenciosas. Las calzadas

temblaban al pasar de los jinetes.  15
No se oían carretas. Los domingos
—34→

descansaban los bueyes en el campo.

En la esquina sombreada por ovenias
los tíos patriarcales, sosegados,

ya desaparecidos hace tiempo  20
de sus casonas de emparrados patios,

se reunían y hablaban y reían
felices, a la sombra en sus sillones,

con la paz del domingo en la mirada,
y eternos en la fuga de las horas.  25

18 de octubre, 1973



  —35→  

ArribaAbajoElegía

Ah non e piú per me questa bellezza


P. P. Pasolini                




Allí el zaguán. Al fondo el patio verde
separado de la amplia galería

por una balaustrada toda blanca.
¿Dónde estarán las dos criadas mozas

cuyo canto llenaba aquella casa:  5
Lucía, la del mate mañanero

para el viejo señor de ojos azules;
y Luisa, que cuidaba de las jaulas

y daba de vivir a los jilgueros,
el tembloroso alpiste entre los labios?  10

¿Dónde, doña Isabel, la blanca dama,
que en esa mecedora, adormecida,

soñaba con los hijos que no tuvo,
y en cuyo inmenso caserón, los pájaros,

prisioneros en jaulas resonantes  15
compensaban la ausencia de los niños?

Años de enormes soles transcurrieron,
Maduraron las uvas de la parra
—36→

verano tras verano. En la casona
un día y otro día y otro día  20

pasó fugaz la vida, siempre sueño:
los mismos cantos en las mismas jaulas,

y Lucía y Luisa, atareadas,
en el manso vivir de la provincia.

Hoy nadie, nadie, vive en la casona.  25
En las salas, los muebles polvorientos

evocan los fantasmas familiares.
Un pesado silencio allí se espesa.

Ha tiempo que callaron los jilgueros
en las jaulas vacías. Y la hierba  30

ahoga los rosales en el patio.
Sólo la parra, verde como siempre,

ofrece inútilmente sus racimos
que hoy nadie ve brillar entre los pámpanos.



  —37→  

ArribaAbajoDon Pedro de Villarrica




1

Don Pedro está sentado, muy tranquilo,
frente a su casa, en su sillón de mimbre.
Tiene cincuenta años, nariz roja,
escaso el pelo y los ojillos grises.

La boca, grande, nunca se le cierra  5
porque la tiene siempre hecha sonrisa:
amplia sonrisa con destellos de oro.
Don Pedro está contento con la vida.

Este domingo tibio, de noviembre,
se ha tomado unos mates, ha charlado  10
con sus perros, sus gatos y sus loros
y está gozando ahora el espectáculo

de la calle. ¡Qué linda va Teresa
a la misa de nueve con su tía!
Teresita es su ahijada, como Lola,  15
como Ofelia, Isabel, Beatriz y Silvia.

Don Pedro no se queja, aunque le duele
que su mujer y él, ¡ellos tan luego!
tengan que resignarse a ser padrinos
y a amar con triste amor hijos ajenos.  20
—38→

-¡La bendición, padrino!- Teresita
le pide muy modosa, con las manos
unidas a la altura de la boca.
Él cumple con el rito de buen grado

como un obispo en su sillón, y exclama:  25
-¡Qué preciosa mi ahijada va a la misa!
En latín, los acólitos y el cura,
dirán tres veces: ¡Linda, linda, linda!


2

Pasan dos campesinos y saludan
sacándose el sombrero con respeto.  30
Pasa un jinete de montado blanco
y saluda también con el sombrero.

Pasa una crujidora, alta carreta,
y el carretero rinde su homenaje
con respeto aún mayor: es que Don Pedro  35
no sólo es poderoso, es su compadre.

Por el follaje nuevo de la ovenia
a cuya sombra está nuestro prohombre,
rayos del sol ya ardiente van colándose.
Mueve el sillón Don Pedro a un lugar donde  40

el sol no le moleste.
—39→

-Con lo roja
que tengo la nariz -piensa Don Pedro-
no dejaré que el sol me haga cosquillas1
donde resulto hermoso por lo feo.

-¡Qué domingo estupendo! Treinta años  45
pronto se cumplirán desde que vine,
edifiqué mi casa, abrí el negocio
y me casé. Los años más felices

son los aquí vividos -continúa-
-Y si no tengo hijos tengo ahijados.  50
Mi mujer no es gran cosa en cuanto a físico.
Pero la quiero. Es flaca como un palo.

Pero la quiero. Pobre mujer flaca,
si no la quiero yo quién va a quererla...
(Doña Isabel, en ese mismo instante  55
aparece en el marco de la puerta).

-¿Quieres, amor, un mate? ¡Lindo día!
-Lo lindo es la mujer que trae el mate
y con el mate la mejor figura-
contesta él, quién sabe si galante  60

por costumbre, o acaso convencido
de que flaca, Isabel, y con achaques,
dientes postizos y cabello escaso,
con toda su flacura tiene ángel.

Don Pedro acepta el mate y sorbe el líquido  65
verde y caliente por el tubo grueso
—40→
de la bombilla de oro, y mientras sorbe,
le queda el rostro, unos segundos, serio:

la sonrisa feliz, por vez primera,
al desaparecer, se le fue adentro,  70

pero vuelve a salir, al fin del mate:
En ella brilla el oro de dos dientes
y una verdosa gratitud afable...

29 de noviembre, 1968



  —41→  

ArribaAbajoLa plenitud de un día de esos años...

...Ma quel giorno non torna


Cesare Pavese                




Inmenso ser viviente de alma verde,
veo cubrir la parra los dos patios.

Veo fulgir el sol entre sarmientos
y veo trozos de un azul diáfano.

Estoy allí, a la sombra de esa parra.  5
Siento el aire caliente del verano,

el olor de la tierra humedecida,
y la semiembriaguez de dulces vahos.

Mas yo quisiera ver la casa entera:
los muebles, los objetos de los cuartos  10

tales como antes, con su luz y sombra;
la sala en que dormía aquel piano,

la de grandes ventanas con postigos
biselados de sol curioso y cálido.

Quisiera ver el lecho en que he dormido  15
los sueños de mis días plateados.

Y despertar quisiera en la penumbra
del dormitorio, a algún domingo mágico,
—42→

y salir a aquel aire amanecido,
estriado por los silbos de los pájaros.  20

¡Ver más, ver mucho más de lo que veo,
en lento film de todo ese pasado;

en la resurrección de un universo
en que hasta el musgo sobre el muro blanco

exige verdear en la memoria  25
en la restauración de todo el cuadro!

¡Y vivir otra vez, en un minuto
la plenitud de un día de esos años!

28 de diciembre, 1973



  —43→  

ArribaAbajoLa noche inesperada




I

Subo la escalinata a pasos lentos
y llego a un corredor de alta techumbre.

Hay una puerta abierta. Hay otras puertas
que a amplias alcobas blancas dan acceso.

Voy hacia el comedor, en cuya estufa  5
se vio brillar un día una centella.

(Se hizo de noche de repente: el cielo
se derrumbó entre rayos y relámpagos,

y ante nuestro estupor, zigzagueante,
de la estufa surgió la enorme chispa).  10

De esto hace mucho tiempo. Lo recuerdo
mientras contemplo la espaciosa sala:

las vigas negras sobre el techo blanco,
los cuadros y los muebles impasibles;

el ventanal que, inmenso, de cristales  15
lucientes, es el marco de un bellísimo
—44→

paisaje: el lago azul, los cerros verdes,
y, en la calle, un lapacho que se alza

con su fiesta de flores amarillas,
más doradas que el sol que las enciende.  20


II

Estoy solo. No se oye más que el trino
de pájaros bermejos en los patios.

Y cruzo el comedor porque sospecho
que afuera, junto al pozo enjalbegado,

me esperan; que este día recupero  25
la dicha de otro día muy lejano.

Debajo de la pérgola no hay nadie;
y, solitario, el pozo duerme mudo,

con un círculo negro allá en su fondo.
Regreso al comedor, miro hacia el lago,  30

pero no veo el lago, ni los cerros,
sino una niebla gris que avanza lenta.

Ya no cantan los pájaros bermejos.
Bajo la escalinata como huyendo

de no sé qué peligro. Y de repente  35
me encuentro aquí, en la noche inesperada,
—45→

ajeno ya a aquel mundo, mientras suenan
dobles acompasados en las sombras.

Abril, 1981



  —46→  

ArribaAbajoPerdurable tertulia



Una dama, dos graves caballeros
y un mozo adolescente, en sus butacas

de claro mimbre o de madera oscura
aquel remoto día platicaban.

Lo testimonia una fotografía  5
que alguien sacó con una antigua cámara.

Frente al zaguán de la casona prócer
están, sobre la acera sombreada

por un árbol frondoso. Las imágenes
se van desvaneciendo. La mañana  10

de aquel día de sol más se adivina
que se la siente con su lumbre clara.

Yace a los pies del grupo un can oscuro
adormilado sobre la calzada.

Hay un enigma en la fotografía  15
que es el del niño que, junto a la dama,

en traje marinero, desdibuja
en la sombra, los rasgos de su cara.
—47→

¿Quién sería? ¿Yo mismo? ¿Algún pariente?
Es su perfil una confusa mancha.  20

Mas la hora perdura todavía
con fijeza tenaz en la instantánea.

El grupo sigue hablando, misterioso,
y entre los caballeros y la dama

vibrar parece aún el aire quedo  25
con un temblor de voces y de almas.

Sólo el adolescente hoy sobrevive
y acaso viva el niño cuya vaga

figura, con su traje marinero
su identidad esconde a la mirada.  30

¡Oh, qué hermoso si en sueños visionarios
a aquel día remoto regresara

y, después de saludos y de abrazos
le viera al niño aquel la faz velada

y despertando al can adormecido  35
todo un mundo abolido restaurara!

5 de marzo, 1981



  —48→  

ArribaAbajoExtraña visita



Fue el regreso de toda la familia
al pueblo y a la casa de los tíos.

Después de tantos años, la visita
la hacíamos los muertos y los vivos.

A nadie este prodigio sorprendía.  5
No existía la muerte entre los míos,

porque o los muertos no se habían muerto,
o los vivos vivían otra vida;

o quizás, todos éramos espectros
volviendo a una soñada Villa Rica.  10

El pueblo era un milagro de hermosura:
había un resplendor sobre las casas

y una alegría y una paz profunda
en verdes patios de sombrosas parras.

¿Era un día domingo en primavera?  15
¿Era el pueblo de antaño u otro pueblo?

Imposible decirlo. Era y no era.
Su extraña maravilla era lo cierto.
—49→

Por un zaguán de cal reciente entramos.
Vimos la galería -enjalbegada  20

también con cal reciente- acogedora.
La parra y los rosales en el patio

resplandecían bajo luz dorada.
Todo estaba en su sitio como otrora.

El gran perro ladró un instante y luego  25
sumiso y manso meneó la cola.

Era el Pampa, mi amigo de otro tiempo.
Cantaban los canarios en sus jaulas.

En el aro de hierro el papagayo
las palabras de siempre mascullaba.  30

Nosotros, dando voces, avanzamos.
Mas nadie respondía a nuestras voces

sino los ecos que en las vastas salas
oscuramente repetían nombres.

¿Dónde estaban los tíos? Nos miraban  35
curiosos, sus retratos taciturnos,

desde un día de bodas muy lejanas,
y sus miradas eran de otro mundo.

¿Nadie estaba en la casa? No importaba.
Ya vendrían más tarde. Nos reunimos  40
—50→

en el patio, y sentados en los bancos
conversamos los padres y los hijos.

Y estábamos alegres porque estábamos
juntos allí, los muertos y los vivos

como si nunca hubiera habido muertes  45
ni aun la de aquellos que se habían ido

y dejado la casa abandonada
aunque limpia y hermosa: el patio, verde;

blanca la galería, pura el agua
del hondísimo pozo, y las alcobas  50

recién barridas, con sus anchas camas
tendidas; y, con rosas, los floreros.

-Este racimo es para ti: el más grande
dijo un hermano muerto, y sonriendo

puso el racimo en manos de mi padre,  55
Cantaban los canarios en las jaulas.

Mascullaba el pintado papagayo
su escaso repertorio de palabras.

¿Dónde estaban los tíos? ¿No vendrían
felices de encontramos en su casa  60

sin previo aviso nuestro, y la familia
renovaría entonces los coloquios
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hacía tanto tiempo suspendidos?
La dicha familiar cesó de pronto.

Se oyó una voz en el zaguán vacío:  65
la voz no era de nadie, pero alguien

invisible volvía del olvido
oscureciendo de terror el aire.

26 de febrero, 1981





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