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El problema agrario en España: Leopoldo Alas, Clarín, y Adolfo Buylla en la estela de Jovellanos o del optimismo de arriba a la dolorosa esperanza de abajo

Yvan Lissorgues


Université de Toulouse-Le Mirail

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Si el interés por el problema agrario en España no empieza en 1794 con el Informe sobre la ley agraria de Jovellanos1 ni termina en 1904 con la Memoria acerca de la información agraria en ambas Castillas de Adolfo Buylla2, como muestra la asombrosa bibliografía sobre el tema, es indudable, como escribe Joaquín Costa, que el texto de Jovellanos «forma época en la historia de la economía pública en España»3. En cuanto a la poco conocida Memoria de Buylla, catedrático de Economía de la Universidad de Oviedo y destacado especialista en la cuestión social, puede tomarse, cien años después, como un jalón en el tumultuoso desarrollo de la historia jurídica, social y económica de la cuestión agraria, jalón muy significativo por sacar a luz graves disturbios sociales en unas regiones de «tradicional patriarcalismo». Otro jalón interesante, aunque poco explotado por los especialistas en cuestiones agrarias, es la serie de artículos, publicados por El Día en 1883, de Leopoldo Alas, joven catedrático de Economía Política de la Universidad de Zaragoza, enviado especialmente por el marqués de Riscal, director del diario, para investigar sobre el candente problema del campo andaluz puesto de actualidad por los oscuros y mediatizados acontecimientos llamados de la Mano Negra4.

Estos dos documentos, que así pueden llamarse, el de Alas y el de Buylla, dan cierta idea de la evolución histórica del problema agrario desde la «época» de Jovellanos y sobre todo permiten poner en perspectiva el famoso Informe sobre la ley agraria, considerado como faro alzado sobre el fecundo campo de la Ilustración dieciochesca, y también hacer un balance un siglo después del «gran influjo que ha ejercido en la legislación», dicho otra vez en palabras de Costa5.

Según esa perspectiva, ya en tiempos de Clarín y de Buylla, los «estorbos» mayores, de origen feudal, denunciados por Jovellanos, a saber, los mayorazgos, las vinculaciones de los bienes de la Iglesia, los privilegios de la Mesta, han sido progresivamente levantados, pero queda el problema agravado de la gran propiedad y del latifundio. En cuanto a la venta a particulares de baldíos, tierras concejiles, bienes de propios, recomendada por Jovellanos y rematada en 1855, sigue suscitando debates que se prolongan durante buena parte del siglo XX, tanto entre los pragmáticos que lamentan que se haya perdido en beneficio de unos pocos privilegiados un posible remedio contra la miseria de los sin tierra, como por los partidarios de la nacionalización de la tierra que fundamentan su ideal en la tradición colectivista, que, según Joaquín Costa, va de Luis Vives a Álvaro Flórez Estrada, pasando por Francisco Javier Peñaranda, Floranes, Martínez Marina, etcétera.

No es cuestión aquí de volver sobre el sentido y el valor intrínseco del Informe de Jovellanos, ya bien aclarados por brillantes estudios recientes de muy eminentes especialistas como Vicent Llombart6, Silverio Sánchez Corredera7, Miguel Artola y otros, aunque algunos aspectos puedan dar lugar a debate, como es normal en caso de cualquier gran texto que «hace época» y más aún por tratarse del básico y candente problema de la propiedad del suelo en un tiempo y en un país eminentemente agrícola. Tampoco viene al caso volver sobre las apropiaciones del pensamiento del ilustrado gijonés por conservadores y reaccionarios como Cándido Nocedal, Menéndez Pelayo y un largo etcétera ni siquiera por liberales y progresistas, aun cuando, para estos, hace realmente época el reformismo liberal de Jovellanos, pues toda esta encontrada filiación queda rigurosa y magistralmente establecida por Sánchez Corredera y otros estudiosos.

Los textos de Alas y de Buylla, al poner en plena luz la gran miseria de la mayoría del campesinado andaluz y castellano, obligan a volver, sin caer en redundancias, sobre lo que puede llamarse el «optimismo reformista» del ilustrado del siglo XVIII. Si su tratado, noble, equilibrado y perfectamente documentado en cuanto al conocimiento general de los problemas de la economía y muy especialmente de la agricultura, está encaminado a promover la riqueza de la nación por el enriquecimiento de los ciudadanos y va movido por una inquebrantable fe en la progresiva mejora que las soluciones propuestas van a deparar, ¿cómo es posible que cien años después la situación esté tan desastrosa? ¿Hasta tal punto se ha empeorado la situación o es que siempre fue así, siempre hubo una intrahistoria campesina de miseria y de dolor? ¿No la vio Jovellanos o la vio idealizada a través de su añoranza patriarcal o de algo parecido al concepto filo-sófico-poético unamuniano del fondo permanente y silencioso del mar de la historia que sustenta la bulliciosa superficie de lo visible y aparente?

Lo que, más allá de la tangible miseria de los trabajadores del campo, percibe Alas en Andalucía, sin atreverse a estudiar resueltamente el fenómeno, es la oscura presencia de una temible fuerza movilizadora de los trabajadores del campo. Veinte años después, en 1904, Buylla da cuenta con ejemplar honradez, al ponerse en contacto directo con las catastróficas condiciones de vida de los sin tierra de ambas Castillas, de la levadura de esperanza que suscita entre los obreros la solidaridad asociacionista. Ante tal situación es de sumo interés estudiar el diagnóstico de Leopoldo Alas y de Adolfo Buylla, intelectuales de clase media, cuyo reformismo liberal y progresista hace juego, en cierto modo, explícita o implícitamente (más bien implícitamente) con el, también liberal y, a su modo, progresista, del prócer asturiano. Tal vez pueda así medirse, a un siglo de distancia, el profundo legado del autor del Informe sobre la ley agraria.


ArribaAbajoEl optimismo liberal ilustrado de Jovellanos

En 1911 escribió Gumersindo de Azcárate, reformista liberal «progresista» como Buylla y Alas, que era Jovellanos antiescolástico, «sustituyendo la inducción al silogismo»8. Es verdad que la base de reflexión de Jovellanos es un minucioso y perfecto conocimiento de las realidades y de los problemas del campo, captados en todas sus dimensiones al nivel de las ideas y ensanchados por una rica y pertinente erudición, como ha mostrado Llombart de manera imperfectible. De lo observado en Andalucía, en Castilla, en Asturias, de lo leído en Campomanes, Cabarrús, Olavide y otros pensadores y en los varios informes realizados a partir de 1771 y colacionados por la Sociedad de Amigos del País de Madrid, de todo este material induce racionalmente «un état des lieux», un estado de la situación. En cuanto a la reflexión sobre esa realidad asimilada durante los siete años de redacción del Informe, se desarrolla, para ir en busca de remedios o de soluciones, según una estricta lógica deductiva. Es que se ha fraguado Jovellanos un núcleo de principios económicos, a partir de los cuales, cree firmemente, debe organizarse o reorganizarse, no solo la agricultura sino toda la vida económica del país. Esos principios son los que rigen ya gran parte de la actividad económica dominante de Francia e Inglaterra, naciones que necesitan sobrepasar o completar el mercantilismo imperante hasta aquellos momentos, exigiendo libertad para prosperar y comerciar. Sabemos todos (y es tan conocido que sobra referenciar los datos que siguen)9 que Jovellanos había recibido gran impresión de la lectura de tratados económicos de Condillac (sobre El comercio y el gobierno, 1776) y de Mirabeau (El amigo de los hombres o tratado sobre la población, 1756-1762), que había él mismo traducido el Ensayo sobre la naturaleza del comercio en general (1755) de Richard Cantillon y que, finalmente, había leído dos veces por lo menos el famoso libro de Adam Smith, Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (primera edición, Londres, 1776), sistema completo de economía política y pieza esencial en la teorización del incipiente liberalismo económico. De toda formas, esta nueva manera de pensar la economía estaba en el ambiente cultural de Europa y un espíritu curioso y abierto a lo nuevo como Jovellanos no podía pasar al lado.

Cualquiera que sea la génesis del nuevo pensamiento, es patente que a él se convierte el nacional ilustrado gijonés, porque le aparece como el motor de una modernidad que tiende a superar las viejas estructuras del Antiguo Régimen, que de golpe aparecen anticuadas e injustas. El riguroso proceso del mayorazgo, de las vinculaciones nobiliarias y eclesiásticas, de los privilegios de la Mesta, lo instruye en nombre de la modernidad y de la justicia. Si a la hora de proponer soluciones parece timorato, es porque busca un consenso, adaptando su discurso a las posibilidades. De él se ha dicho que era un hábil posibilista y él mismo lo confiesa, por ejemplo, en la carta privada a Alexander Hardings, cuyas ideas son mucho más radicales que las suyas: «Este en suma es mi sistema; aunque confieso que le hubiera acercado mucho más al buen término si hablase a mi nombre. Pero escribía a nombre de un Cuerpo, que entonces no hubiera adoptado mis ideas»10. Y ya que estamos en la carta a Hardings, sin ir más lejos, es oportuno citar unas frases en las que, tras rechazar el sistema colectivista del «utopista» Godwin, se da en cifra y compendio toda la filosofía del Informe sobre la ley agraria:

Si trabajando sobre nuestra policía agraria se quisiese establecer la comunión de propiedad, se haría un gran desatino. El mismo Godwin11, si, en lugar de formar una teoría, tratase de una mejora real, debería dejar su sistema a la meditación de los sabios y proponer otro realizable; disminuir las leyes al mínimo posible, dar a la propiedad individual de la tierra y del trabajo el máximo posible, dejar que el interés personal siga en acción, y buscar en él el estímulo que neciamente se espera de las leyes y reglamentos; difundir los conocimientos de que pende la perfección de todas las artes útiles y particularmente de la agricultura, la primera y más importante de todas; y en vez de gracias y franquicias y sistemas de protección parcial, animarla por medio de caminos, canales de riego, franquicias de ríos, desecación de lagos, repartimientos de tierras incultas.12



«Difundir los conocimientos», abrir caminos y canales de riego... Todo un programa que aprobaría el Costa de «cultura y despensa». En dos palabras, rotundamente, remata la idea de «la comunión de propiedad»; lo cual no le perdonará el León de Graus...13

El sistema de Jovellanos, en efecto, está basado en unos principios: libre juego del interés individual, libre competencia, según la ley de la oferta y de la demanda, mínimo de leyes y reglamentos reguladores, o «libertad/luces/auxilios», como sintetiza Llombart14, para quien el ilustrado de Gijón es un «liberal intervencionista». En cierto modo intervencionista, aunque considera que la acumulación de la tierra o de la riqueza sea un mal necesario, tal vez anormal, ya que «la mano invisible» que obra bajo el mercado, tiende a una regulación natural por el enfrentamiento de los intereses. No viene al caso disertar sobre estos principios, siempre en debate incluso en nuestros días15. Lo que hay que decir es que el Informe sobre la ley agraria es el pórtico (como diría un modernista de finales del XIX) del liberalismo en España. Tampoco se plantea el problema de si para bien o para mal. Basta decir que en la Europa del momento era una necesidad histórica impuesta por la evolución económica y social inducir un nuevo sistema, el que mejor pudiera, para los que tenían el poder económico, explicar y promover la riqueza de las naciones.

Pues bien, a partir de este sistema (es un verdadero sistema de filosofía económica) y de sus fundamentales principios, Jovellanos deduce, en impecable lógica, los remedios necesarios para mejorar las perfectamente por él conocidas imperfecciones de la agricultura española. Cualquier página del Informe es un ejemplo de imparable lógica argumentativa, de estilo claro y flexible, de rigurosa precisión. Todo está perfectamente pensado y hasta se tiene en cuenta cuando es oportuno el factor psicológico en las fluctuaciones del mercado (aspecto ya estudiado por Smith). Hay casos en que esa lógica se hace casi matemática cuando, como en el ejemplo siguiente, se suceden una serie de ecuaciones económicas, que se anulan mutuamente: «No se reflexiona que, aunque todos los agentes del tráfico aspiren a ser monopolistas, sucede por lo mismo que queriendo serlo todos no lo pueda ser ninguno, porque su competencia pone a los consumidores en estado de dar la ley, en vez de recibirla»16. Otro ejemplo de encadenamiento lógico, elegido por corto y por excusar comentario:

Supóngase, pues, la libertad del comercio interior. El comerciante comprará al tiempo de la cosecha, y no pudiendo comprar a los propietarios que nunca venden entonces, es claro que comprará a los cosecheros, y aumentando la concurrencia en esta época hará a la agricultura el único bien que puede recibir del comercio, esto es, sostendrá el precio de los granos respecto de sus agentes inmediatos y hará que no sea tan enorme ni tan funesta al infeliz colono su diferencia en el primero y último período de cada cosecha. El mismo comerciante, continuando su especulación, venderá cuando se le presente una decente ganancia, aumentará la concurrencia de vendedores en la segunda época y forzará a los propietarios a seguir sus precios, sacando el consumidor de esta competencia más beneficio que de las leyes restrictivas y más bien meditadas.17



Hay tal convicción y certeza en la evocación de estos mecanismos (reales y mentales), que el mismo dinamismo estilístico genera una especie de optimismo, emergencia textual del convencido pensar del autor, y que se conjuga con el optimismo atribuido a todos los agentes transaccionales, desde el comprador hasta el consumidor, pasando por el vendedor.

La marca del Informe es, efectivamente, el optimismo. Un optimismo que comunica al texto un autor que tiene la firme conciencia de dominar perfectamente sus conocimientos de la realidad de hoy y de ayer, que está convencido del inconcuso valor de sus principios (liberales); un autor que tiene fe en el progreso de la civilización y en el progreso de la perfectibilidad del hombre; fe en la evolución de la historia hacia una continua mejora con tal que no se rompa brutalmente la cadena del lento progreso, y que cada eslabón venga a su tiempo (acercándose en estos puntos a Hegel, a Herder ya... Krause). «Si el espíritu humano es progresivo, como yo creo [...], es constante que no podrá pasar de la primera a la última idea. El progreso supone una cadena graduada, y el paso será señalado por el orden de sus eslabones». Por eso desaprueba abiertamente, le dice a Hardings, el espíritu de rebelión, pues cree que «una nación que se ilustra puede hacer grandes reformas sin sangre».18

El modo verbal más usado en las frases conclusivas del Informe sobre la ley agraria es el futuro, un futuro de certidumbre, un futuro optimista:

La concurrencia de unos y otros producirá la abundancia y desterrará el monopolio19. [...] ¡Dichosos cuando sus pastores [los párrocos], después de haberles mostrado el camino de la eterna felicidad, abran a sus ojos los manantiales de la abundancia y les hagan conocer que ella sola, cuando es fruto del honesto y virtuoso trabajo, puede dar la única bienandanza que es concebible en la tierra.20



El último párrafo del Informe, tras el resumen de las atrevidas reformas urgentes relativas a los muy arraigados privilegios de los poderosos, es una cortés y firme invitación a que «Su Alteza», el Consejo de Castilla, tome en consideración los datos proporcionados: «así podrá coronar la gran empresa en que trabaja tanto tiempo ha» y «podrá tener la gloria» de permitir el «restablecimiento de la agricultura y [...] la prosperidad general del Estado y de sus miembros»21.

El texto de Jovellanos además de ser un informe perfecto en cuanto a documentación, es un tratado por introducir, por primera vez en España, los principios básicos de la economía liberal aplicados a la agricultura. También lo que lo hace más tratado que informe es la disolución (ideación) del hombre real en su función: el campesino, el propietario, el jornalero -este último, por lo demás, apenas aludido.

El hombre real de aquellos campos no se persona en las páginas del Informe y es normal en un tratado dirigido al Consejo de Castilla, pero menos lo es por lo que se refiere a las relaciones de viajes, donde todo pasa como si la intrahistoria estuviera compuesta de entidades humanas llamadas «campesinos», «labriegos», «pegujaleros», «terrazgueros», etcétera. Un siglo después, los textos de Alas y Buylla nos hacen entrar en esa intrahistoria y es una dolorosa infrahistoria.




ArribaAbajoUna intrahistoria de miseria y dolor

Acertadamente escriben Elena de Lorenzo y Álvaro Ruiz de la Peña que el lector de las Cartas a Ponz percibe

a través de la mirada directa y curiosa del viajero [...] los lugares y el modo de vida de sus pobladores [...]; a través de la mirada del ilustrado, advierte las necesidades y posibilidades de reforma de tal realidad. Porque Jovellanos va siempre más allá de lo que ve: si describe los caminos, señala además las mejoras que podrían hacer más confortables los viajes [...]. No solo ve lo que es, sino también lo que podría ser.22



El hecho es que el viaje de Madrid a León y después de León a Gijón, por la prisa del recorrido y por las discusiones sobre temas culturales y artísticos de los tres viajeros, a saber, don Gaspar, su hermano y el poeta Menéndez Valdés, deparan visiones más bien estilizadas del paisaje:

Inmensas llanuras [...] sin pueblos ni alquerías [...], tierras y más tierras de sembradío o de viñedo [...], pero sin casas, cercas, vallados ni árboles [...] Como no hay edificios rústicos ni linderos visibles que señalen la división de las propiedades [...], tampoco puede distinguirse fácilmente lo bueno o mal cultivado.23



Visión casi estética, más bien negativa cuando se trata de Castilla, pero que al llegar a Asturias se convierte en exaltación de la belleza del paisaje que se ofrece, por ejemplo, en torno al paso de Puente Tuero24. La mirada del economista está siempre activa para fijarse en algún elemento concreto como revela la cita anterior, y por lanzar la imaginación hacia el horizonte de los posibles risueños. «Figúrese usted concluidos los canales de Castilla y Campos en toda la extensión de su proyecto», y al economista soñador se le abre todo un mundo de «abundancia, alegría, felicidad»25. Otro cuadro imaginado de futura riqueza le inspira el «inculto y extenso despoblado» de La Hoja, que él llega a ver convertido por centenares de colonos «en un país de vida, de producción, de abundancia y alegría»26. ¡Visiones y sueños de economista, no de antropólogo (y perdón por el casi anacronismo).

La única frase, en las dos Cartas, en la que se acerca a la posible vida real es un esbozo de pintura realista, que es, por más señas, una metonimia que excluye al hombre: «Una observación general salta a los ojos al atravesar tantos lugares sucios y derrotados como hay en esta línea, y es la pequeñez, la fealdad y el estado miserable y ruinoso de los edificios»27.

La equilibrada mirada del ilustrado ve el «estado miserable y ruinoso de los edificios», pero no pasa la puerta. Le promete a Ponz «una pepitoria de observaciones naturales, económicas, históricas, artísticas y si usted quiere políticas y morales»28, todas las observaciones, pues, salvo las antropológicas. ¿Dónde está el hombre de carne y hueso, el que goza y el que padece en aquellas tierras?

No cabe duda de que Jovellanos conoce personalmente la cruel realidad de la España profunda, aquella que le presenta su amigo Cabarrús en una carta de 1792 o 1793:

He visto, en el año de 1786, la triste confirmación de estas verdades... La esterilidad de las cosechas se había combinado con la epidemia de las tercianas para asolar aquella infeliz Mancha, tan cruelmente angustiada por todos los géneros de opresión, que devastan como a porfía los comendadores, los grandes propietarios, la Chancillería, el clero y los tributos, con la mayor desproporción de lo que se exige de ella y lo que se le restituye; he visto entonces centenares de sus infelices moradores, en el instante inmediato de las cosechas, correr de lugar en lugar y afanarse a llegar mendigando hasta Madrid; el padre y la madre cubiertos de andrajos, lívidos, con todos los síntomas de la miseria, de la enfermedad y de la muerte, y los hijos enteramente desnudos y extenuados».29



El testimonio es sin apelación y la denuncia de los «opresores» fuerte y sin velo; es de notar, sin embargo, que para los que viven en la esfera del poder no deben de serles muy familiares esas «verdades», ya que su «confirmación» parece casual.

A modo de oportuna digresión, pensamos que si Jovellanos hubiera aceptado, en 1795, el puesto de embajador en San Petersburgo, se hubiera enterado del triste destino de Alexandre Radichtechv, que por haber publicado en 1790 su relato Viaje de Petersburgo a Moscú, en el que mostraba la miserable condición de los muyic, fue condenado a muerte por la ilustrada Catalina II. Sacar a luz las injusticias humanas mantenidas en las tinieblas puede matar, aunque finalmente Radichtchev fue mandado a un presidio siberiano.

No cabe duda de que había en aquella época, como en tiempos de Alas y Buylla, campesinos sin tierra, jornaleros, braceros. Si son de fiar los datos proporcionados por Guillermo Carnero, el 30 % de la población de los campos de Castilla eran braceros y en Andalucía llegaban al 75 %30.

En su muy documentado estudio Las crisis agrarias en España, Gonzalo Anes da un cuadro poco halagüeño de la situación del campo en España. Desde 1754 hasta 1808 se suceden crisis que, si bien favorecen a los grandes propietarios, se traducen por grandes alzas de los precios, crisis de subsistencias, «gran agitación campesina», y, muy significativo de gran miseria, aumento de la mortalidad31. Por eso, desde arriba, se fomenta la creación de sociedades de Amigos del País (un centenar de 1765 a 1805); por eso la Sociedad de Amigos del País de Madrid le encarga a Jovellanos la redacción del Informe32. Estos datos permiten imaginar la vida de la gente de abajo. A los sin tierra de nacimiento, por decirlo así, se añaden los que pierden sus posesiones y generan nuevas generaciones de braceros, según el proceso descrito por Gonzalo Anes: «Los campesinos adquirían a préstamo, generalmente, los alimentos que necesitaban, y, [...] los propietarios prestamistas, nobles o eclesiásticos, se aprovechaban en las crisis de la situación del campesinado mediante la absorción de las pequeñas propiedades cuando los campesinos no podían pagar sus deudas»33. Si esos abusos pedían a gritos una ley agraria, puede observarse que antes del Informe de Jovellanos ya funcionaba la ley del interés privado, en el sentido de que el más fuerte tenía la libertad de tragarse al débil.

En 1782, un amigo de Jovellanos, el poeta Juan Menéndez Valdés, dedica a Fabio (?) un poema titulado «El filósofo en el campo», que desarrolla el tema tradicional de la oposición entre los «ricos homes» que viven arriba en el lujo y los pobres campesinos de abajo. Por estereotipada que parezca, es lícito pensar que la visión que nos da el poeta de la vida de los rústicos se corresponde con la realidad.


Miro y contemplo los trabajos duros
del triste labrador, su suerte esquiva,
su miseria, sus lástimas.
[...].
El carece de pan; cércale hambriento
el largo enjambre de sus tristes hijos,
escuálidos, sumidos en miseria;
y acaso acaba su doliente esposa
de dar, ¡ay!, a la patria otro infelice,
víctima ya de entonces destinada
a la indigencia y del oprobio siervo.
[...]
Su vil frente,
del alba matinal a las estrellas,
en amargo sudor los surcos bañe,
y exhausto expire a su señor sirviendo,
mientras él coge venturoso el fruto.
[...]
Admira su paciente sufrimiento,
o más bien llora, viéndolos desnudos,
escuálidos, hambrientos, encorvados,
lanzando ya el suspiro postrimero.34



Es difícil saber lo que esta visión pueda tener de tópica. Lo cierto es que el vocabulario usado: «escuálidos», «desnudos», «hambrientos, «del alba matinal a las estrellas», etcétera, es el que figura amplificado en la carta de Cabarrús y el que se encuentra, cien años después, explicitado, en la Memoria de Buylla.

¡Permanencia, tal vez, de la «eterna base intrahistórica» vista por Unamuno, pero permanencia, segura, de una infrahistoria de miseria!

Del 26 de diciembre de 1882 al 29 de enero de 1883, Leopoldo Alas, buscando explicaciones a los graves disturbios que agitan Andalucía, pasa sucesivamente por las ciudades de Córdoba, Sevilla, Cádiz, Jerez, Málaga, Granada, observando las calles e interrogando a las personas ilustradas y competentes en asuntos sociales y económicos, («personas muy autorizadas», «los más ilustrados»35, «personas que estudian con inteligencia» el problema social en Jerez36, «personas que por razón de su oficio se ven en contacto permanente con la clase obrera»37, etcétera). Es decir, que no se atreve a ponerse en contacto directo con los actores del conflicto, los terratenientes y los jornaleros o sus representantes. Puede que por recelo, sobre todo porque está convencido de que solo una mirada imparcial y de superior ilustración en cuestiones económicas (como la que él ha adquirido preparando su oposición a la cátedra de Economía Política) está autorizada a investigar sobre el caso. Total, que ni siquiera se acerca a las realidades de la Andalucía profunda, allí donde está la llama del conflicto y allí donde se puede ver concretamente el modo de vida de quienes la alimentan. Esa dolorosa vida que empuja en busca de subsistencia a los desgraciados gañanes hacia las calles de las ciudades, como la absoluta miseria dirigía hacia Madrid a los pobres manchegos vistos por Cabarrús, esa triste realidad la observa Clarín en las calles de Córdoba y de Jerez, como sinécdoque de un mal extenso y profundo.

El hambre es tal que sale al paso en los caminos, entra en las tahonas a coger el pan, convierte en gritos de motín los ayes de sus dolores38. [En Córdoba] La miseria se exhibe por las calles39, [...] multitud apiñada, haciendo cola, hombres tristes y como soñolientos [...], se ve al pobre demandando trabajo, como pobre a la puerta del convento, ante los umbrales de la casa del municipio40. [...] Desde que se entra [en Jerez], se ve aquí, como en Córdoba, la miseria por las calles; pero aquí en estado de mendicidad [...]. Al mediodía, por las calles céntricas [...], salen al paso muchos, pero muchos braceros sin trabajo, que piden, ya sin miedo, una limosna41.



Tanta miseria no es, como pretenden algunos timoratos interesados, solo resultado de las malas cosechas; el mal es estructural, consecuencia de una serie de «vicios» inveterados, que Leopoldo Alas, ilustrado en ciencias económicas, intenta analizar, como en su tiempo, su admirado y egregio compatriota asturiano don Gaspar (como veremos).

Dos décadas después Adolfo Buylla, aunque familiarizado con la situación y las dificultades de los obreros de la industria y de la minería asturiana, descubre con espanto (la palabra no es exagerada) las terribles condiciones de vida de los jornaleros de las Castillas, regiones tradicionalmente silenciosas. El encargado oficial de la investigación de los disturbios en ambas Castillas, Adolfo Buylla, jefe de la 3.ª Sección del Instituto del Trabajo, después de preparar previa y minuciosamente su encuesta, tomando conocimiento de las informaciones que sobre el caso tiene el Ministerio de Fomento, mandando previamente un «Interrogatorio» a 4278 municipios, etcétera, recorre durante varios días de mayo, junio y julio las provincias de Ávila, Zamora, Palencia, Valladolid, León, Toledo, con parada en las capitales y visita de numerosos pueblos. Si es obligado su paso por las instituciones, gobernaciones, municipios, cuarteles de la Guardia

Lo nuevo, en efecto, es que en aquellas zonas de la España profunda, los jornaleros se han agrupado en masa en asociaciones para defender sus reivindicaciones, que los que saben escribir ponen por escrito. Recoge Buylla escrupulosamente estas listas de reivindicaciones que, con variantes según condiciones locales, son siempre más o menos las mismas: aumento de los salarios, mejora de la alimentación, educación para los niños y acérrima defensa de su derecho a asociarse, negado tanto por los patronos como por las autoridades. El conjunto de estos textos reivindicativos dice más, en bruto, sobre las condiciones de trabajo y de vida de los obreros que cualquier minuciosa reelaboración sintética; así llega directamente «la voz angustiada del campo». En breve, digamos que los salarios, comparados con los precios de las elementales subsistencias, no permiten apagar el hambre; ni siquiera se cumple aquí la «ley de bronce» definida por Lassalle. En cuanto al sustento proporcionado por los patronos, es «como pienso»; se sirve «carne de reses muertas», «chorizos hechos expresamente para trabajadores», detalle altamente significativo, en el que aflora la mentalidad esclavista42. En cuanto a las condiciones de trabajo, basta un ejemplo: «En Madrigal proponen una jornada de las tres de la madrugada a las nueve de la noche con dos horas de descanso»43, y nótese que es reivindicación de la asociación, lo que deja suponer que se suele exigir más.

Es que por lo que hace a mano de obra, la oferta es reducida y grande la demanda; la ley del interés favorece a los propietarios y los jornaleros tienen que aguantar su miseria o ir a buscar trabajo a otras partes, en los centros industriales, en Bilbao, por ejemplo. No es del caso pasar revista a la Memoria para dar completa visión de la situación económica y social del proletariado de ambas Castillas. Basta darle la palabra a Adolfo Buylla, cuando evoca las condiciones de vida de los obreros de la región de Toledo, donde ni siquiera hay asomo de rebeldía, por resultar los obreros totalmente anonadados por una feroz explotación. A propósito de la situación de los hijos del obrero, nada más elocuente y significativo, escribe, que el siguiente párrafo de un informe escrito por persona respetable:

Estos desgraciados son los que sufren, en realidad, las consecuencias de la poca remuneración del trabajo de sus padres, pues estos comen (aunque mal); pero aquellos y sus madres no se nutren lo necesario para vivir, ocurriendo [...] que viven como semisalvajes, medio vestidos (yo los he visto en las eras y por los caminos completamente desnudos), hasta que tienen edad para el trabajo, y con una mortalidad excesiva. Dichos pequeños cuando llegan a la edad de cinco años, los dedican con una espuerta al hombro a recoger excrementos de caballería para luego hacer basuras y venderlo o emplearlo en sus tierras. La instrucción que reciben es casi nula, puesto que el 8 % solamente van a las escuelas. [...] Calzado no es la generalidad los que lo usan,44



etcétera. ¡Hermanitos en desgracia de los niños manchegos pintados por Cabarrús... ciento veinte años atrás!

El encargado de la misión de investigación se empeña en verlo todo. Por ejemplo, en Villalpando, pueblo donde se ha enconado la lucha entre los huelguistas y los autoritarios patronos, y donde la represión es dura, se hace acompañar por el secretario de la asociación obrera para visitar varias casas de trabajadores. «En todas advertí -escribe- que, aunque limpias, eran impropias al uso a que se las destinaba, por falta de luz y de ventilación, carencia de habitación (la mayor parte tiene solo una alcoba donde duermen hacinados padres e hijos).»45

La primera aportación de la Memoria de Buylla es la de un testimonio completo y minucioso de las condiciones de vida de los obreros del campo en las dos Castillas, condiciones que no eran muy distintas, finalmente, de las mucho más conocidas de los jornaleros andaluces. Tiene peso el siguiente juicio elogioso del profesor Aróstegui: «Ningún lector de la Memoria de Buylla podrá negar la perspicacia, la honesta imparcialidad y el prurito de objetividad con que el autor intenta presentar los elementos del problema»46.

El problema no se limita, para Buylla y para Alas, a denunciar una situación humana «crítica de todo punto»47, sino en intentar explicarla, a partir de sus posiciones de reformistas ilustrados de clase media, liberales y «progresistas» ("que tienen fe en el progreso"). Por otra parte, se encuentran enfrentados con un inaudito fenómeno histórico, el de la asociación de los obreros del campo para defensa de sus reivindicaciones, fenómeno percibido por Clarín en Andalucía, pero claramente captado y presentado por Buylla, aunque sin ver o sin querer ver todo su alcance.




ArribaAbajoAlas y Buylla, reformistas liberales y «progresistas» frente al problema agrario (1883-1904)

Liberales y «progresistas» los dos, como otros, particularmente los que han hecho suya la filosofía institucionista, derivada en gran parte del krausismo y cuya concepción del progreso es parecida a la que fundamentaba, en gran parte, el optimismo de Jovellanos, y cuyos principios económicos y morales -libre juego del interés individual solamente limitado por una conciencia social ética, intervencionismo limitado- parecen prolongar el ideario económico del autor del Informe sobre la ley agraria. Es probablemente lo que dijo Leopoldo Alas al empezar su conferencia de Extensión Universitaria sobre «El materialismo económico» y de la que, por desgracia, no queda más que la alusión siguiente estampada en El Carbayón del 24 de enero de 1900: «Habla de Jovellanos, cuya personalidad retrata con admirable exactitud, haciendo ver la conexión que guarda la obra realizada por aquel insigne patricio, con el tema que es objeto de la conferencia».

Pero la historia ha corrido desde el final del siglo XVIII.

Primero, es de notar que, si bien se sitúan Clarín y Buylla en la línea del liberalismo de Jovellanos, sin reivindicarlo explícitamente, su pensamiento se ha fortificado en la moderna concepción del «socialismo de cátedra», doctrina elaborada por unos intelectuales alemanes en busca de una tercera vía entre el materialismo del socialismo marxista y el liberalismo manchesteriano. Más que de socialismo, se trata de un reformismo ético encaminado a regular las relaciones entre el capital y el trabajo, entre los propietarios y los obreros, y evitar los conflictos. Como escribe Simone Saillard, buscan los katheder socialistas «las regulaciones concretas capaces de asegurar el mejoramiento de las condiciones de vida de la clase obrera y el pleno equilibrio económico de la sociedad»48. Nuestros dos economistas encuentran ahí una doctrina perfectamente adecuada a sus aspiraciones sociales.

También para aclarar la perspectiva abierta por Jovellanos, es útil citar el bien recortado resumen de Julio Aróstegui, que da cuenta de las consecuencias durante el siglo XIX de la noble y necesaria propuesta de Jovellanos acerca de la desamortización de los bienes de mano muerta:

El factor dominante de esta «Reforma agraria liberal» es el proceso de desamortización. Mediante él, las antiguas estructuras agrarias representadas por la gran propiedad eclesiástica, nobiliaria y municipal se han visto transformadas en gran medida. En el caso de la Iglesia y los municipios, el resultado evidente fue el despojo de estas corporaciones, que, como se sabe, no acarreó en modo alguno un reparto de la propiedad, sino, al contrario, una reafirmación de su concentración en pocas manos. Lo ocurrido con la propiedad nobiliaria tuvo unos efectos convergentes: la nobleza no solo no perdió sus tierras en la desamortización, sino que vio con ella asegurados sus títulos de propiedad, en modo alguno claros en todos los casos. El efecto final de todo ello fue la aparición de un nuevo tipo de terratenientes dispuestos a maximizar sus beneficios mediante la intensificación de la producción y la reforma de los arrendamientos, además de por el aumento de las tierras en cultivo. La repercusión del proceso en la masa campesina se mostró en el empeoramiento de las condiciones de los antiguos usufructuarios de la tierras vinculadas, en su proletarización y conversión en mano de obra abundante y, por tanto, barata.49



Las situaciones así creadas desembocan en crisis económicas que provocan disturbios sociales como los que investigan Leopoldo Alas en Andalucía en 1883 y Adolfo Buylla en Castilla, veinte años después. La observación directa de la realidad económica y social, incompleta en el caso de Alas, por, como se ha dicho, no acercarse el encargado del marqués de Pascal a los protagonistas del conflicto, induce una reflexión sobre las causas de la crisis y sus posibles remedios. Curiosamente, Buylla se muestra muy parco en comentarios y eso que su Memoria dice mucho, particularmente sobre los motivos de las huelgas y su alcance, inmediato y a largo plazo. Es que durante aquellos veinte años, de 1883 a 1904, el mundo obrero se ha organizado y lo que a Clarín le apareció sin duda como un epifenómeno se ha impuesto como acontecimiento mayor. Este último, a diferencia de Buylla, pone en juego todos sus conocimientos de recién economista «de cátedra», dicho sin ironía alguna, pues la palabra remite al «socialismo de cátedra».

Según él, todos, los terratenientes y los obreros, tienen su parte de culpa; estos por falta de previsión, pero sobre este punto hace suyos Clarín, sin cuestionarlos, los rumores que circulan en las esferas de la burguesía y de la clase media de Sevilla, Córdoba o Granada.

El Gobierno de Madrid, por su parte, se ve culpado por la injusticia tributaria que saca poco de los ricos (que ocultan sus riquezas territoriales) y mucho de los que tienen poco y se complica todo por la corrupción caciquil. «La irritante desigualdad tributaria es causa de privilegios absurdos, de ruinas para muchos productores y de acumulación inoportuna de la propiedad»50.

Pero los principales responsables de la crisis agraria en Andalucía son los propietarios por dedicarse exclusivamente a un cultivo, sin preocuparse del mercado: es pereza; por empeñarse en practicar una agricultura extensiva, por desconocer los abonos y recurrir al barbecho, etcétera. Es decir, son culpables por carecer de elementales conocimientos y seguir contentándose con una ganancia bastante para ellos, pero que podría ser mejor y provechosa para la colectividad. «No puede ser normal ni legítimo [...] una situación económica en que el terreno de un país no da lo necesario para sustentar a los habitantes por errores y vicios del cultivo, por parte de los propietarios [...]. Especialmente se ven castigadas las clases pobres»51. Los terratenientes no son ilustrados y les falta conciencia social. Muchos viven lejos de sus tierras; es ese ausentismo, denunciado un siglo atrás por Cabarrús y Jovellanos. Gran parte de lo que dice Alas de los propietarios andaluces lo dice también Buylla de los patronos castellanos.

Es de notar que ninguno de los dos cuestiona el derecho de propiedad. «La ciencia económica es la ciencia de la propiedad», escribía Alas en su programa de candidatura a la cátedra de Economía Política52. Ni siquiera, a estas alturas de la evolución histórica, pueden pensar, como Jovellanos, que el libre juego de los intereses encontrados va a regular los monopolios, de una manera u otra, a corto o largo plazo. El optimismo no es de actualidad. Que, quiera que no, el latifundio, andaluz o toledano, es un hecho consumado. Por más que se irrite Leopoldo Alas ante tan injusto reparto de la tierra, su ansia de reforma no puede ir más allá de una amenaza inconcreta:

Esa propiedad de dominio absoluto, ese señorío a la romana que hoy consagran las leyes, y que los individualistas exagerados llevan a las regiones de lo abstracto, al pronto necesitaría límites en el uso de ellas si llegase a peligrar la existencia de todos, por culpa de los que tienen el dominio de la tierra53.

Es que está en peligro la existencia, si no de todos, de muchos, como él mismo muestra en sus artículos y Buylla en su Memoria. ¿Qué hacer? Limitar la propiedad en el uso de ella... El bien intencionado reformismo, el que obra de modo desinteresado para conseguir un equilibrio entre el capital y el trabajo, pues su ideal es la armonía social, se encuentra en un callejón sin salida.

Alas, en 1883, tiene fe en su acción de intelectual ilustrado para defender los derechos de la clase obrera, del llamado «cuarto estado». Entonces y hasta la última década del siglo, piensa, como todos los intelectuales «progresistas», que «esta clase, por su escasa, pudiera decirse nula, ilustración no es la que debe dirigir -por ahora al menos- el movimiento complejo de las relaciones de producción»54.

Por eso no toma muy en serio lo que se le dice en Córdoba y en Jerez acerca de «Asociaciones de pobres para hacer guerra a los ricos»55. «Es opinión general [...] que aquí la mayoría de los obreros [...] pertenecen a una convención de trabajadores, que tiene sus estatutos, una disciplina rigurosa y unidad de acción maravillosa [...]. Crece el entusiasmo en pro de las ideas anárquico-colectivistas»56. Piensa, como muchos, que estas ideas vienen de fuera y que propagan el «vicio del socialismo» unos semisabios; por eso califica de «bandolerismo de cátedra» las acciones de los «violentos», de los «exitados»57. Está convencido de que la violencia (que debe reprimirse) no puede resolver nada y que la solución solo la pueden proponer los que, más ilustrados, tienen una visión superior de los problemas económicos y sociales, es decir, ellos, los que, como los «socialistas de cátedra», han reflexionado sobre la globalidad de las relaciones entre el capital y el trabajo, entre los terratenientes y los jornaleros. En 1883, su afán reformista no le permite a Clarín tomar la medida del movimiento que se inicia.

Buylla, en 1904, ya ha tomado conciencia de que si los intelectuales «progresistas» pueden y deben seguir ayudando a la clase obrera, esta ha conquistado la capacidad de mantener sola una verdadera lucha de clases. En ambas Castillas se han constituido en poco tiempo catorce asociaciones que agrupan la casi totalidad de los obreros del campo; sus delegados hablan por ellos y levantan reivindicaciones en nombre de todos. Más: esas asociaciones se han fraguado una moral que condena la holgazanería, va en guerra contra el alcoholismo y el juego, pide con firmeza instrucción y educación para sus hijos, denuncia las presiones patronales y caciquiles en tiempos de elecciones.

El reformista «progresista» Buylla asiste, y da cuenta, sin ocultar su admiración, al nacimiento, en la España profunda, de un movimiento fuerte, del cual tal vez no mide todo el alcance.

La asociación [...] cunde y se propaga de un modo maravilloso por los campos castellanos, llevando a sus míseros obreros esperanzas para lo porvenir que calmen sus ansias presentes de regeneración. Por eso [un compañero] que goza del privilegio de saber leer y puede enterarse en libros y en periódicos de los beneficios que ha producido el societarismo en otras partes, comunica a los suyos la buena nueva. [...] Y los que no tienen pan que llevar a la boca, entregan religiosamente, para sostenerla, unos céntimos, que para ellos representan mucho más que pesetas para un rico; y los que antes vivieran aislados y abandonados a sus propios impulsos, se someten gustosos a la disciplina social; y quienes trabajan de sol a sol, y aun más, en labores deprimentes hasta el extremo, roban al necesario descanso horas para acudir al Centro, en donde oyen leer en los diarios y comentan sus noticias y relatan sus miserias.58



A lo que nos hace asistir Buylla es al nacimiento de una conciencia, no solo de clase, sino de una conciencia colectiva, en la que el interés individual se pliega al interés del grupo, como con tino subraya Julio Aróstegui59. Los obreros de Villalpando, de Villalda, Sahagún, Unión de Campos, de todos los pueblos visitados por Buylla, piden pan, pero también cultura (a lo menos para sus hijos), dignidad y finalmente, desde la infrahistoria en que viven, están a punto de dar vida real a un valor solo retóricamente proclamado desde arriba, el de igualdad.

A ese pueblo real, los liberales «progresistas» le prestan generosamente su ayuda intelectual y moral60. Ejemplar es en este punto la actitud del «grupo de institucionistas de Oviedo», en el que Clarín desempeña un papel destacado, como Buylla y Posada y Altamira, al acercarse cada vez más al mundo de los obreros hasta manifestar simpatía por el movimiento socialista61.








ArribaConclusión, cerrada sobre dos siglos de historia

Este breve recorrido que acabamos de hacer desde el Informe sobre la ley agraria de Jovellanos, en 1794, hasta la Memoria acerca de la información agraria en ambas Castillas de Adolfo Buylla (1904), por un corto segmento de la historia agraria, metonímica de la historia de España y aun de la historia a secas, autoriza a plantear, desde cierta altura, la pregunta: ¿cómo se hacía la historia? (Debe enfatizarse el imperfecto.)

La libertad individual que pedía Jovellanos «hizo época», fue el motor de un optimismo que había de conducir a una utópica región de abundancia y prosperidad para todos.

Un siglo después, el balance presentado por Leopoldo Alas y Adolfo Buylla muestra que, si hubo abundancia para algunos, para los más solo quedó miseria y dolor.

Pero este dolor infrahistórico generó, por el descubrimiento (necesario) de la solidaridad asociacionista, una esperanza en un futuro mejor más igualitario en proyección a una utópica aurora social.

Mientras tanto, seguía viva entre los reformistas liberales «progresistas», herederos de Jovellanos, la fe en un, también utópico, armonismo social por conquistar.

Esto era cuando el imperfecto se veía y se sentía perfectible.

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