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ArribaAbajoCapítulo IX

La complexión física del araucano


Noticias de los cronistas sobre la complexión de los araucanos.- Rasgos corporales del araucano moderno.- La estatura.- Craneometría.- La mezcla de indígenas con españoles y chilenos.- Datos demográficos.- Causas de la extinción de la raza.- Potencia corporal de los restos sobrevivientes.- El aporte de sangre araucana de nuestras clases populares.

Estaban contentos los cronistas en calificar de robusta la complexión del indio antiguo y en darle rasgos fisonómicos uniformes, a saber: cabeza y cara redondas, frente cerrada, los cabellos negros, lisos y largos, narices romas, barba corta por la costumbre de arrancársela, el pecho ancho, fuertes los brazos y las piernas, pie pequeño y fornido, color moreno que se inclina a rojo189:

«Los ojos más bien pequeños y vivos, las manos y los dedos gruesos y cortos. Siendo muy robusta la complexión de los araucanos, el tiempo no obra en ellos, sino muy tarde, aquella mudanza a que están sujetos los viejos. Después de sesenta o setenta años de edad comienzan a encanecer y no se ponen calvos sino cuando se acercan a cien años. La vida entre ellos es más larga que entre los españoles, y se ven muchos, principalmente entre las mujeres, que viven más de cien años, y hasta esa edad decrépita conservan sanos los dientes, la vista y la memoria»190.



Formaban, pues, una raza, si por tal se entiende «un grupo somático, caracterizado por cierto número de rasgos comunes a todos los individuos que lo componen»191.

Les dieron sus ventajas corporales la prioridad entre todas las americanas.

Con pequeñas desviaciones locales o individuales, la grande uniformidad de los tipos araucanos se mantuvo al través del tiempo hasta la Araucanía moderna.

Tal vez por los mejores medios de existencia, su físico se vigorizó en el último período de su vida independiente.

Los rasgos raciales de las agrupaciones sobrevivientes persisten aún intactos, cuando no han experimentado la influencia de la mezcla.

Numerosas comprobaciones de tipos genuinos dan los siguientes pormenores del cuerpo araucano, que no se diferencian de los que fueron comunes a los ascendientes.

El conjunto corporal aparece grueso y fornido. El pecho es ancho; el cuello, corto y abultado, sostiene una cabeza redonda y grande. Los cabellos, que hoy se usan recortados en el hombre, son negros, derechos y fuertes. Barba ancha, baja y por lo común sin pelo, pues los indios no han perdido del todo la costumbre de arrancárselo con el instrumento llamado payuntuve. La frente, poco alta, se ensancha hacia los lados. Las cejas se delinean rectas y poco pobladas, extraídas en ocasiones con el instrumento mencionado. Boca dilatada y labios abultados; dientes blancos, fuertes y desarrollados, en particular los incisivos. Nariz baja y ancha. Ojos pequeños y de expresión disimulada algunas veces y desconfiada en otras. Pómulos salientes; propensión al proñatismo en la región subnasal y en los dientes. Orejas de tamaño medio y con el lóbulo agujereado en las mujeres únicamente, porque ha desaparecido para los caciques el uso de los aros.

El cabello, que es el rasgo distintivo de las razas, es uniforme en todas las secciones de la Araucanía, desde el Bío-Bío hasta el golfo de Reloncaví.

La prominencia del vientre, sobre todo en la mujer, resalta a primera vista. El posterior es redondeado. Los brazos y las piernas se distinguen también por su desarrollo voluminoso y su corta extensión. Las manos y los pies son cortos, anchos y redondos, de manera que en los últimos no aparece muy visible el tobillo; talón corto y redondeado y planta del pie un poco arqueada.

En los hombros se nota una línea cóncava, no siempre bien pronunciada.

Los senos adquieren en la mujer un desarrollo extraordinario. Su cuerpo se halla desprovisto de vello, más que en la mujer civilizada, aunque ya ha perdido la costumbre de arrancarse los pelos de las axilas y de la región púdica.

Hoy no es, por consiguiente, un insulto sangriento, como antes, decirle «india peluda».

El color recorre toda la gama del moreno rojizo al tinte mate y blanco bajo.

En los indios que no han cambiado de hábitos y de traje y que no viven en pueblos, se conserva el olor característico de las razas inferiores.

Fueron en lo antiguo los indios de Arauco «de estatura común, aunque algunos son de estatura levantada»192:

«Los que habitan en las llanuras son de buena estatura, pero los que se crían en los valles de la cordillera sobrepasan a la mayor parte de estatura común»193.



La talla de los mapuches actuales sobrepasa un tanto a la media en las secciones de la costa y del valle central; en las andinas y sub-andinas la complexión se adelgaza y la estatura se eleva, tal como se notaba en sus progenitores de épocas precedentes. Pero las tallas, así distribuidas por secciones, no son de una rigurosa uniformidad, porque los cambios de residencia de algunas familias y las uniones matrimoniales con mujeres traídas de grupos distantes, han contribuido a la mezcla de estaturas diversas en una misma zona, aunque en número menor del tipo preponderante.

De las mediciones de 25 individuos del este han resultado 13 que fluctúan entre 1.73 y 1.70; 7 entre 1.69 y 1.67 y 5 entre 1.66 y 1.55.

De 25 medidas de indios del valle central, 11 han dado 1.70, 1.72 a 1.68; 6 varían entre 1.67 a 1.65, y 9 entre 1.64 a 1.54.

De igual número de mensuras practicadas en individuos de la costa y de las faldas orientales de la sierra de Nahuelbuta, han resultado en 8 un promedio de 1.68 a 1.64, en 5 un máximo de 1.71 a 1.69 y en 11 un mínimum de 1.68 a 1.49. Suele bajar la mínima hasta 1.48.

Siendo menor la estatura de las mujeres que la de los hombres, aparece más uniforme en todas las secciones: oscila de 1.50 a 1.41 y la mínima suele llegar hasta 1.14.

El tipo de cráneo araucano corresponde a los signos externos recién enumerados: redondo de ordinario en el valle central y en la costa y más prolongado en el este; de cierta tosquedad por lo general e inclinándose a pesado antes que a liviano.

La movilidad que desde hace algunos años han impuesto al indio las nuevas condiciones de vida, aumentando los cruces de regiones distantes, ha traído una variedad craneal muy marcada, hasta el punto de perderse en una misma tribu toda forma característica.

En las numerosas medidas craneométricas tomadas en los eltun o cementerios se ha visto confirmada esta aserción.

2 cráneos de Angol dan un índice cefálico de 84.84 y 84.43; braquicéfalos.

1 de Collipulli mide un índice de 81.46; sub-braquicéfalo. Otro de mujer del mismo departamento, 83.12; sub-braquicéfalo.

1 de Butaco, entre Angol y Nacimiento da un índice de 77.77; sub-dolicocéfalo.

1 de Arauco, 72.22, dolicocéfalo.

1 de Pellomenco, departamento de Angol, de un cacique, 84.04; braquicéfalo.

2 del mismo lugar, de caciques, 83.36; braquicéfalo, y 73.52, dolicocéfalo.

1 de Huequen, cerca de Angol, 80.00; mesoticéfalo.

1 de mujer de Guadaba, departamento de Angol, 74.85; dolicéfalo.

1 de Purén, departamento de Traiguén, 78.03; mesoticéfalo.

1 de Imperial, 80,02; sub-braquicéfalo.

3 del departamento de Temuco: 83,90, braquicéfalo; 78,09, mesoticéfalo; 81,04, sub-braquicéfalo.

2 de Lonquimay, de las tribus pehuenches: 75.20, sub-braquicéfalo; 76,83, subdolicocéfalo.

En una serie de 12 cráneos del este andino y sub-andino excede la dolicocefalía a la braquicefalia, según se comprueba por estos valores:

2 braquicéfalos, 82,05 y 85.

1 sub-braquicéfalo, 81,97.

1 mesoticéfalo, 77.70.

6 dolicocéfalos, entre 74,11 y 70,45.

2 sub-dolicocéfalos, 76,50 y 75,65.

Característica del cráneo araucano, tanto del redondo como del alargado, son su peso, su tosquedad, la comprensión lateral de muchos y la línea recta de otros en la parte posterior. Llama la atención igualmente la anchura de la mandíbula inferior en casi todos.

En los cráneos de mestizos se mejora la estructura, sin perderse por completo los caracteres de raza; adquieren menos peso y los contornos se suavizan.

Una ligera inspección muestra la marcada diferencia que existe entre los cráneos masculinos y los femeninos, de origen reciente. Los últimos son más pequeños, tanto en su capacidad interna como en la parte facial, en las mandíbulas y la base. En los exhumados de antiguas sepulturas, los dos sexos presentan una igualdad que requiere un atento examen para distinguirlos, semejanza que presupone, en el concepto de varios antropólogos, cierta nivelación en las aptitudes físicas e intelectuales.

Han creído algunos investigadores que el vigor de la musculatura del araucano, su talla más que media o elevada y el tamaño de su cabeza, le asignan una psicología que difiere bien poco de la del civilizado y que ha sido a todas luces e injustamente empequeñecida por los que han estudiado la raza estableciendo su inferioridad mental.

Se considera ya como averiguado que la actividad intelectual en los individuos y en las razas, no depende principalmente de la cavidad craneana y, por consiguiente, del volumen del órgano que encierra. Se da una importancia en la producción del pensamiento, a la morfología o a la regular estructura del cerebro y sus distintas partes.

La teoría de Vacher de Lapouge sobre la distinción de las razas sólo por sus caracteres anatómicos (braqui y dolicocéfalos) para avaluar su capacidad mental, pasa al presente como un arcaísmo científico, que ha inducido a error a muchos que se dedican a esta clase de estudios194.

En las sociedades evolucionadas, tan aptas son para el progreso las cabezas redondas como las prolongadas; las colectividades de cultura mediana, quedan estacionarias con las dos formas. En las primeras, la mentalidad colectiva tiende a homogeneizarse por la generalización de las mismas costumbres e instituciones; en las segundas no se modifica la organización social y siguen, por consiguiente, en el mismo género de vida, con sus mismos sentimientos, voluntad y grado de experiencia.

De manera que, teniendo presente tales estudios antropológicos, la energía vital del araucano, su estatura y su cabeza abultada, no bastarían para hacer generalizaciones concretas acerca de un correspondiente desarrollo intelectual.

Es conclusión aceptada en antropología que en las sociedades de tipo muy simple la conformación cerebral presenta caracteres específicos:

«Por la complicación también se caracteriza en general el cerebro de las razas inferiores, que es más sencillo, de senos menos profundos y menos marcados los pliegues de transición, las circunvoluciones más lisas y aplastadas y menos flexuosas, sobre todo en sus parte anterior. Persisten también el surco límbico, que en los europeos no se nota casi, tal vez por el poco uso del órgano olfativo a que corresponde»195.



El cerebro del mapuche actual, desarrollado con la actividad de muchas generaciones, no se halla dentro de esta clasificación como el del antiguo araucano: su estructura no se presenta muy diferenciada de la normal del civilizado, en los surcos, las curvas, senos, superficie y sustancia gris.

La inferioridad de sus facultades intelectuales no proviene de causas antropológicas sino del mecanismo especial de su mentalidad, diversa de la civilizada, como se ha explicado anteriormente, por lo mismo que se ha formado en un medio social tan diferente del nuestro.

No han practicado los araucanos las deformaciones intencionadas de la cabeza ni de los dientes, como otras razas. El achatamiento posterior de muchos cráneos antiguos se debe a que la cabeza del niño ha estado constantemente comprimida, durante la crianza, contra la tablilla de la cuna (cupülhue).

Se puede asegurar con entera certeza que las cruzas tienden a eliminar la constitución física del araucano antes que la mental, y que siendo anatómicamente buenas las dos razas, dan siempre un producto material de avance, pero a veces con los defectos acumulados de las dos razas en lo moral.

La transmisión tiene que verificarse lentamente, ser la obra de varias generaciones. Sobre todo para que el cruzamiento entre como factor apreciable en la formación más amplia de una nueva entidad étnica, habrá de manifestarse en mejores condiciones de efectividad.

La mezcla no ha sido hasta hoy de resultados eficaces.

El establecimiento de las poblaciones españolas en el territorio de Arauco no produjo una mezcla activa entre indios y peninsulares. En primer lugar, los sentimientos de rabia hereditaria de las dos poblaciones no debieron permitir una fusión completa. Por otra parte, se oponía el sistema de vida de los españoles. Los ocupantes del territorio se dividían en vecinos encomenderos, simples vecinos y soldados en servicio activo.

Las dos primeras clases vivían en hogares en que la mujer era española o criolla; entre los segundos, por la naturaleza de su oficio, las uniones clandestinas con indias se encontraron siempre en escaso número.

Pues bien, la destrucción de las ciudades españolas modificó el cruzamiento escaso que había existido hasta entonces. El que se pudiera llamar externo, que daba descendientes para fuera de Arauco, se restringió hasta mínima escala, y el interno, que se produjo dentro de las tribus armadas, aumentó con los prisioneros de los dos sexos.

Pero este aumento quedó perdido como una incrustación española en la raza araucana. Los prisioneros y los desertores mantuvieron hasta los últimos años de la Araucanía esta mezcla interna, cuyas huellas es fácil descubrir todavía en muchas familias araucanas.

Algunas tribus costinas del norte de Arauco y otras de las cabeceras de Nahuelbuta y del valle central, se mezclaron más francamente con los mestizos. Sin embargo, la supervivencia de costumbres que se nota entre los araucanos en cuanto a unión sexual con la raza superior, permite deducir que esas tribus, más que por mezclas, se raleaban por emigraciones parciales al interior, extinción natural o por el estrago de las epidemias.

Se ha podido comprobar perfectamente que, a medida que la conquista avanzaba para el sur, parte de las familias sometidas se corrían a los grupos rebeldes más inmediatos.

Se comprueba esta afirmación sobre todo en lo que hace a los últimos períodos de la Araucanía.

Los indios que tomaban los españoles en sus correrías como esclavos, no eran tantos que pudieran constituir un elemento de cruza abundante, y los que se sacaban de la zona de Valdivia, abrumados por los trabajos excesivos, las enfermedades y la nostalgia, no se pueden tomar tampoco en calidad de generadores importantes.

El araucano ha mantenido, como es natural, la inclinación sexual a su propia raza y la repulsión a otras castas, misogamia, que es de costumbres, idioma y hasta de prácticas íntimas.

En 1895 había apenas en las provincias de Malleco cuatro por ciento de uniones de indígenas con chilenos.

Diez años después, cuando la Araucanía ha desaparecido como territorio indígena, cuando se ha cruzado de caminos y ferrocarriles y la población chilena aplasta a la de naturales, el araucano, aunque no tanto como antes, sigue siendo refractario al matrimonio con individuos de otra progenie.

El oficial del registro civil del Toltén decía a este respecto, en 1907:

«Número de casamientos de hombres mapuches con mujeres chilenas en 1905 y 1906, ninguno.

Número de casamientos de mujeres mapuches con hombres chilenos: Ninguno.

Si en esta circunscripción de Toltén los mapuches poco o ningún interés tienen por mezclarse con los chilenos, juzgo que es por no perder sus costumbres y su idioma. Manifiestan cierta tirria hacia los mestizos; que son pocos y a quienes desprecian por su media sangre»196.



En las reducciones inmediatas a los pueblos es donde se verifica el mayor número de matrimonios de indígenas con chilenos. Como en estas uniones no es el amor el móvil, sino el interés del campesino a los terrenos y animales del indio, el acto se legaliza, por lo general, ante el oficial del registro civil.

El de Temuco ha anotado las cifras que siguen de las reducciones próximas a esta ciudad, cada una con un número aproximado a 110 indígenas:

En Truftruf, matrimonio de indio y chilena5
Puente de Chipa, de chileno e india1
Tierras de Lienan, poco al noroeste de Temuco0

El oficial del registro civil de Imperial anotó en el año 1904 los matrimonios mixtos que siguen:

De indio y chilena1
De chileno e india3

La antigua comarca de Maquehua, colindante por el sur con la ciudad de Temuco, de vasta extensión y no menos de 3.000 naturales en el último tercio del siglo XIX, da en todo éste y ocho años del siguiente el máximum de matrimonios amalgamados. Según datos recogidos por la familia Melivilu, de la estirpe de jefes principales de esa sección, se recuerdan los matrimonios mixtos que se anotan enseguida, pocos efectuados a la usanza indígena y los más como simples uniones convenidas entre las partes interesadas y casi siempre mal miradas por los parientes de la reducción:

De araucanas con chilenos45
De araucanos con chilenas11

Estas uniones han dado 1235 hijos, vástagos que, por lo general, han quedado residiendo en las tierras de sus progenitores y han sido jefes más tarde de varias familias, ahora netamente araucanizadas.

Los datos que van a continuación corresponden al año 1913.

En las reducciones de la zona de Quepe, con una población calculada de 255 indígenas, hay 4 matrimonios de mujeres chilenas con mapuches.

En Labranza, un poco al poniente de Temuco por la orilla derecha del Cautín, en una población de 500 habitantes, se han unido un chileno con una mujer mapuche y un hombre mapuche con mujer chilena; esta unión ha dado cinco hijos.

Tranamallín, poniente de Temuco, 300 personas; un matrimonio de mujer mapuche con chileno, 4 hijos.

Roble Huacho, sureste de Temuco, 50 habitantes, un matrimonio chileno con mujer mapuche.

Litrán, zona de Llaima, 800 personas; dos mapuches casados con chilenas y una mujer mapuche casada con chileno; de los primeros matrimonios uno tiene 7 hijos y el otro uno.

Traumaco, zona de Quechurehue, 300 personas y ninguna unión mixta.

Collahue, un poco al sureste de Temuco, 200 habitantes; un mapuche casado con chilena.

Finfin, zona de Voroa, 300 personas; un chileno unido con mujer mapuche, con 4 hijos.

La Zanja, cerca de Temuco, 50 individuos; un chileno unido con una mujer mapuche, 4 hijos.

Carirriñi, sección de Cholchol, 1.000 habitantes; un hombre mapuche casado con chilena, con 6 hijos; un chileno casado con mujer indígena.

Malalche, sección de Cholchol, 300 personas; un mapuche casado con chilena.

Tromen, poniente de Temuco, 1.000 habitantes; 4 chilenos casados con mapuches, y una chilena con indio; esta unión con 1 hijo y las demás con pocos.

Han opinado algunos funcionarios del servicio de indígenas que en las comarcas de Temuco e Imperial, de la provincia de Cautín, es donde existe mayor número de champurrias o individuos mezclados197. En las provincias de Malleco y Arauco han disminuido casi hasta desaparecer los matrimonios legalizados por el oficial del registro, debido sin duda a la reducción de los terrenos, principal aliciente del labriego chileno para incorporarse a las familias de naturales.

Aunque no existen datos sobre la sección territorial de Llanquihue, puede asegurarse que la raza aborigen se conserva ahí más o menos pura si se atiende al aislamiento en que viven los grupos sobrevivientes.

Los chanpurrias o araucanos españolizados no escasean, sin embargo, del todo en los grupos indígenas actuales; hasta caciques de fama llevan en su sangre mezcla de la casta que los ha suplantado. Pero es preciso observar que casi todos ellos quedan viviendo en las reducciones, se unen a familias netamente araucanas y dan así a la cruza una dirección regresiva. La población nacional chilena, con esto nada ha ganado por el momento.

Alumnos del liceo de Temuco han sido los jóvenes mapuches Painemal, Collio, Melinao, Coñuepan, Neculman, y muchos otros, descendientes de ricos y famosos caciques, y todos han ido a buscar esposa a las rucas de sus antepasados, aún cuando habían adquirido en las aulas de este colegio una instrucción que podía haberlos acercado a la familia chilena.

Otro tanto sucede con las mujeres que salen de los colegios de su sexo.

El móvil de los hombres chilenos para unirse con mujeres mapuches es simplemente económico, pues buscan suelo donde sembrar o las ventajas de una hija con padre que posea tierras y animales; el de la mujer chilena unida a un mapuche es hallar un hogar donde residir sin los peligros y las estrecheces de una soltera pobre y sin deudos inmediatos. Los jóvenes indígenas que han recibido alguna cultura fuera de su ambiente social, aspiran en la actualidad a los enlaces con niñas chilenas habituadas al servicio doméstico y al trato de los centros civilizados. Si se realizaran esos matrimonios, aumentaría, aunque ya demasiado tarde, la descendencia mezclada.

Estas uniones amalgamadas no pasaban de ser puntos imperceptibles en la densidad de la población que existía en el último tercio del siglo XIX. En 1875 se computaba el número de habitantes de las distintas zonas etnográficas en las cifras que se anotan enseguida.

Abajinos, establecidos en los flancos orientales de la cordillera de Nahuelbuta, desde Angol hasta la margen norte del río Cautín, 13.660 habitantes, con 40 cacicazgos principales.

Arribanos, ocupantes de los flancos occidentales de la cordillera andina, desde el río Renaico hasta Traiguén y Temuco, 9.992 habitantes, con 35 cacicazgos.

Huilliches del sur del río Toltén, desde Pritrufquén hasta el río Callecalle 6.760, con 37 cacicazgos.

Tribus de la costa, desde el río Lebu hasta el Imperial, 4.000 habitantes, como con 10 cacicazgos.

Todas estas secciones dan una población total de 70.384. La sección de los huilliches del Cautín al Toltén indica por su mayor población que era por esta fecha la más floreciente de las que formaban el área de las tribus independientes. En efecto, sus siembras, sin ser de dilatación apreciable, superaba a las de las otras zonas, al decir de los viajeros y de los documentos oficiales de la época198. Ganaderos principalmente, multiplicaban sus animales con facilidad en las extensas lomas o lo adquirían por cambio de especies de las tribus afines del otro lado de los Andes. De allí se traían también mujeres cautivas de origen español, las cuales servían a incrementar las uniones mixtas con sus compradores, de ordinario caciques.

Los abajinos y los moradores de la costa sembraban apenas lo estrictamente necesario para el consumo anual de las familias. Su ganadería no alcanzaba a darles un sobrante para el comercio con los fuertes de la frontera.

La ganadería constituía la base de existencia de los arribanos, que no se dedicaban al cultivo agrícola sino por excepción en algunos grupos y en cantidades insignificantes. Belicosos y rebeldes, mantenían contacto inmediato con los pehuenches y las tribus araucanas de las pampas argentinas, de donde traían mujeres blancas para transferirlas por venta a los caciques huilliches del sur del río Cautín. Eran estos indios los que en tiempos de paz concurrían a los fuertes para efectuar el tráfico de animales con las guarniciones y ocupantes de terrenos fiscales.

No hay datos exactos de la población de las provincias de Valdivia, desde el Callecalle al sur, y de Llanquihue; pero se sabe que era menos densa que en las secciones del norte. En cambio, la agricultura y la ganadería alcanzaban un grado superior, pues habiendo pertenecido a las gobernaciones dependientes del virreinato del Perú, como la isla grande de Chiloé, tuvieron oportunidad de recibir una cultura mejor mediante la influencia de las guarniciones españolas y de los establecimientos misionales. Más sujetos por las armas y entregados a labores agrícolas y comerciales, no se aventuraban en empresas guerreras. Los barcos del Perú arribaban a Valdivia y puertos de Chiloé a cargar cereales que transportaban al Callao. En 1800 los indígenas de la isla grande olvidaban sus modalidades originales para tomar del todo las de sus dominadores en el traje, en el idioma y en las varias actividades.

No obstante, la parte sur de Valdivia y la región que hoy comprende la provincia de Llanquihue contendrían alrededor de 10.000 indígenas, según datos de censos, no seguros, que se consignan en los archivos del sur.

Esta cifra agregada a las secciones enumeradas y a la de Santa Bárbara hasta Villarrica, con 5.000 habitantes naturales, sumarían en total aproximado de 85 mil indígenas en el año 1875.

En las zonas del norte fue donde comenzó a ralearse primero la población de indios y en las del sur, desde el Cautín hasta el Callecalle, presentaba la mayor densidad para decrecer enseguida al sur de este río.

A fines del siglo XVIII el Presidente don Ambrosio O'Higgins ordenó levantar un censo de los indígenas del sur del Bío-Bío. Este empadronamiento, que ejecutaron los capitanes de amigos y los lenguas o interpretes de los fuertes, dio la cantidad de 95.504 indígenas.

En 1899 se calculaba el número de naturales en 73 mil. En la actualidad apenas podría llegar la población a 50 mil, tomando en cuenta los datos de las gobernaciones y oficinas del servicio de indígenas.

Nunca la raza araucana ha sido de alta natalidad. Pudo haber en algunos períodos de su historia cierto paralelismo entre la mortalidad y la natalidad, pero en el último siglo de su existencia la primera ha superado con mucho a la segunda.

En 1888 la comarca de Cholchol sobresalía de muchas por la densidad de su población. Había en esa sección 245 familias con el siguiente número de hijos:

68 con 110 con 6
55 con 303 con 7
53 con 201 con 8
33 con 4 01 con 9
20 con 5 01 con 10

En esta proporción ha seguido desarrollándose hasta la fecha la fecundidad de las uniones mapuches.

Los matrimonios de chileno con indígena, según el cuadro de Maquehua, que da la norma para todos los lugares, son menos prolíficos aún:

13 con 202 con 1
07 con 6 02 con 3
06 con 401 con 7
04 con 523 sin hijos

Hay factores generales que obran en la esterilidad relativa de los araucanos. Uno de ellos es la duración de los matrimonios, de los cuales, según las prácticas de los araucanos, muchos se disolvían y se disuelven todavía antes de los cinco años.

Otro era la edad de la mujer, avanzada muy a menudo por la predilección del indio no joven a la mujer viuda, dueña de tierras y bienes muebles.

Influía también la diferencia de edad entre los cónyuges, por la inversa. Siendo la mujer objeto que se compraba, la adquirían muy joven los caciques y los viejos ricos. De aquí resultaban que los matrimonios estériles aumentaran tanto más cuanto mayor era el marido.

En el escaso número de hijos de la familia araucana hay que tomar en cuenta, finalmente, la prolongada lactancia de los niños, pues las mujeres temen que el embarazo y el parto alejen de ellas al marido.

Otras causas secundarias obraban, además, en estas uniones sin hijos. La esterilidad aumentaba a medida que la situación económica disminuía. Falto de previsión, el indio vende o consume los productos cosechados sin acordarse de lo futuro. Vende asimismo o reserva los animales a despecho del hambre desesperante a veces. El fondo de su alimentación es vegetal y, en consecuencia, insuficiente.

Decrecía la fuerza procreadora de la mujer a consecuencia de los trabajos duros en que reemplazaba a los hombres, con perjuicio de la integridad de su organismo, y dificultaban los partos y, por consiguiente, la vida del recién nacido.

Tampoco favorecían su reproducción las predisposiciones morbosas, más abundantes en la sociedad araucana que en la civilizada.

Si se explora la vida patológica del mapuche, se hallan los signos de innumerables enfermedades constitucionales e infecciosas, que no solamente aminoran su aptitud reproductora, sino que aumentan el coeficiente de defunciones.

Las oftalmías, por el humo en el interior de las habitaciones; la sarna, las erupciones de la piel, como herpes, favo, querion, etc., es el lote común del indígena.

Son más frecuentes de lo que se cree los trastornos nerviosos, las degeneraciones mentales, latentes o atenuadas, de origen hereditario. En muchos individuos se encuentran infecciones graves o intoxicaciones profundas, resultado de la absorción del alcohol propiamente dicho y del aguardiente.

La tuberculosis, atenuada también, existe en las reducciones, aunque en menor proporción que en la población chilena. La escarlatina, el sarampión y la difteria en toda su variedad de formas, cuando toman carácter epidémico, fijan su foco de irradiación en las familias indígenas.

Las epidemias, como la viruela, la gripe y el tifus suelen hacer estragos incomparablemente superiores a los que producen en las aglomeraciones chilenas.

Particularmente la viruela ha causado desde la conquista hasta el presente bajas enormes, por ser los indios refractarios a la vacuna, que suponen causa inevitable del mal.

La epidemia colérica de 1889 exterminó familias enteras, raleó las tribus de todas las zonas y dejó en la memoria de los mapuches dolorosos recuerdos.

Desde los conquistadores hasta hoy mismo han creído que las epidemias son obras de maleficios de sus enemigos o de los brujos (calcu). La del cólera la llevaron a sus habitaciones los que pretendían robarles sus tierras. De aquí proviene también que no tomen a lo serio la índole infecciosa de algunas enfermedades.

Recrudecen las epidemias en las agrupaciones indígenas por la supervivencia de sus prácticas curativas, por el desconocimiento de las de profilaxis, el retroceso de antiguos hábitos de higiene y por la frecuente inoculación subcutánea o intravenosa producida por la picadura o mordedura de los insectos, que en número considerable se crían en las rucas.

Y esta extinción de la raza no ha sido un fenómeno de los períodos recientes de la historia araucana; ha venido operándose desde siglos atrás y sin lugar a dudas desde la conquista española. El padre historiador Diego de Rosales dice a este propósito:

«Las pestes, las hambres, en que comían unos a otros, las guerras con los españoles y entre sí, civiles, han consumido a los indios con tan grande baja, que Osorno, que tenía cincuenta mil, no junta hoy cinco mil; la Imperial, que tenía treinta mil, no tiene hoy mil cabales; Arauco, que tenía diez mil, tendrá quinientos, y así hay muchas tierras vacías que han poblado los españoles y hecho grandes estancias de ganados y sementeras en los valles que están más retirados de la gente de guerra»199.



Hasta hace poco, los progresos de la terapia salvaban al indio de muchas alteraciones patológicas: se bañaba invariablemente todas las mañanas y usaba el agua con mayor frecuencia para el aseo personal; hoy va perdiendo estas costumbres reparadoras.

Ha olvidado igualmente los antiguos ejercicios gimnásticos del salto, carreras, luchas, etc., que antes contribuían al prestigio individual e incrementaban la salud y la fuerza muscular.

La fuerza de presión y tracción del araucano, se ha clasificado, sin traspasar la de los pueblos europeos, entre las primeras de las razas americanas.

La lucha diaria con los elementos y las selvas, azotado por la lluvia de los inviernos australes y extenuado por el sol del verano en los trabajos de la agricultura y la guarda de los animales; la forzada sobriedad de su pobreza, los largos viajes, toda la dureza del medio en que se mueve, contribuye a que su organismo se desenvuelva vigoroso y endurecido.

El mapuche de ahora, según la opinión de muchos observadores chilenos y de la misma raza indígena, es más fuerte que el araucano antiguo, cuando no se trata de individuos o grupos ya degenerados por el ocio y el alcoholismo.

En otro tiempo en que la guerra era su ocupación habitual, sobresalía en agilidad, como caballista y lancero; mas, carecía de la energía muscular que se adquiere con un trabajo rudo y cotidiano.

En una de las crónicas antiguas se anota el hecho de que, según varias pruebas de entonces, los españoles tenían más fuerza que los araucanos200.

En la actualidad podría establecerse la misma superioridad en el conjunto de las dos razas, pero reduciendo la comparación a los jornaleros, un trabajador mapuche transporta un saco de trigo de cien kilogramos con igual facilidad que un peón chileno.

Varios pasajes de los cronistas hacen referencia, asimismo, al extraordinario desarrollo de las fuerzas físicas en las mujeres. Al presente no ha disminuido en las que viven en los campos esta potencia corporal. Proviene, sin duda, de la circunstancia de tomar participación en todas las fatigas propias del hombre; pues, además de los cuidados de su sexo, acompaña al varón en sus trabajos comunes, como rasgar leña, arar, echarse a la cabeza o a la espalda pesados fardos. En las mujeres que pasan a la vida civilizada, decae esta fuerza varonil.

Presenta, pues, la colectividad araucana una situación sanitaria execrable, que eleva día a día el término medio de la mortalidad. Si no vienen nuevas circunstancias a modificar estas condiciones morbosas, la raza seguirá extinguiéndose de un modo seguro y rápido.

Inquisiciones concienzudas de los conocedores de la raza aborigen dan como un hecho incontrovertible, confirmado además por los datos históricos, que el aporte de sangre araucana de nuestras clases populares -el Roto chileno- ha sido exagerado por algunos escritores nacionales, sobre todo cuando se han referido a los indígenas genuinos que ocuparon la sección territorial que se extiende al sur del Bío-Bío hasta el golfo de Reloncaví201.

Aunque parezca una paradoja, se puede sostener la teoría de que la vitalidad corporal y las buenas disposiciones psicológicas de la población chilena, se deben a otros factores sociales y biológicos y no a una precaria porción de sangre araucana. Analizado este aserto con un método científico estricto, conforme a la realidad, adquiere luego la fuerza de un hecho indudable.

Cuando se mezclan dos razas diferentes, dan un compuesto en que supera la dominante, en el carácter y las aptitudes. En el cruce de indios y españoles que se efectuó en América del Sur, los aborígenes aportaron el elemento dominante en todas partes. La porción racial del componente superior, siendo mínima, no constituyó un factor étnico principal, sino mediano en la estructura de las nacionalidades. El resultado de esta cruza tan desigual en número y en mentalidad fue en todas las secciones territoriales dependientes de España y después repúblicas, un obstáculo para el orden y el progreso de la cultura e instituciones europeas. Esta progenie así amalgamada recogió como herencia los estigmas de la raza mediana, o sea la abulia para el trabajo creado por la nueva civilización, el aislamiento o carencia de sociabilidad, lo impulsivo de los actos, el sentido moral diverso del civilizado, la malicia, el rencor y el deseo de venganza contra los más aptos y superiores de la población de origen europeo, la simulación, la mentira y muchas otras tareas que completan el cuadro de propiedades degenerativas.

Este mestizaje de dos razas distintas resultaba más peligroso para la sociabilidad en gestación cuanto más cercano se hallaba al indio, porque en el grado primario se recibían en todo vigor las disposiciones degenerativas. A tales condiciones desfavorables de origen se agregaban siempre las del ambiente semi-indígena: esta descendencia crecía aislada en hogares sin higiene, se alimentaba mal, era víctima del alcohol, del paludismo y de regímenes opresores, como el de esclavitud de la conquista y el de servidumbre feudal de las repúblicas que surgieron más tarde.

En Chile se derivó de mejores orígenes la población formada de dos tipos antagónicos. Aunque inferior al progenitor europeo, sobrepasaba, más que en mestizaciones de otras partes, a la ascendencia india. Influyeron en ellos causas especiales. La resistencia de los araucanos atrajo al país una emigración española relativamente numerosa, que tenía que ser factor de progenie de mejor calidad. La población indígena que vivía diseminada en el territorio desde el norte hasta el río Itata más o menos, los promaucaes o mapuches de algunos autores, era escasa y no bastaba, por lo tanto, para predominar sobre la superior. Además, con ésta venía otro elemento étnico ya mestizado, proveniente de las cruzas de españoles e indígenas peruanos, utilizados como auxiliares en las empresas guerreras.

En el norte y centro de Chile buscaron también de preferencia los conquistadores mujeres de esa estirpe, que llevaban sangre peruana pura o mezclada con la originaria, población que había ido creciendo en el país desde el arribo de los incas. Rara vez los peninsulares entraban en concúbito con mujeres netamente araucanas.

Por no haber tenido cruzas activas con negros, mulatos y zambos, adquirió más homogeneidad que la de aquellas secciones, donde los trabajos de minas y otros de las regiones tropicales mantenían la inmigración de color. En Chile ni había ese género de industrias ni el clima era propicio a la naturaleza del elemento negroide. Por eso fueron desapareciendo aquí al correr de algunas generaciones ciertos rasgos étnicos del tipo obscuro.

De manera que la población originaria chilena tuvo por el lado de los progenitores varones, los españoles, buena porción de sangre y escasa por el indígena autóctono y con algunas cruzas encima de la otra mestizada que arribó al país como auxiliar. Hubo, pues, un avance en las etapas de selección, mientras que en otras secciones se retrasaba el progreso étnico.

La fantasía nacionalista ha creado para el chileno una descendencia forzada de la raza guerrera, encarando el problema en un concepto empírico y no científico y real.

Quienquiera que profundice este asunto, se convencerá pronto de que los indígenas del sur del Bío-Bío no se han fusionado a la masa chilena ni forman un sedimento constitutivo de ella; han sido propiamente empujados, desplazados por ésta, para desaparecer de un modo lento, silencioso y paulatino, con la muerte de los individuos que componen las agrupaciones regionales. Prueba convincente de este hecho es la gran extensión de terreno que fue quedando vacante y que ocupó el Estado para entregarla por lotes a la licitación particular.

Y tanto como las epidemias, diezman a las razas originarias los vicios que asimilan de la superior en contacto más bien que sus virtudes. Las primeras no pueden adaptarse a un nuevo medio intelectual, a otra cultura que les llega de golpe, sin transiciones graduales, que las rodea de una atmósfera extranjera y las aísla en su propio suelo, las priva de sus libertades antiguas, de las instituciones y usos arraigados en el alma colectiva. La extinción se realiza sin lucha ostensible; es de simple contacto, de imposición de otra condición civil, moral y social.

Por el lado del español de la conquista, fuerte y sufrido, más que por el del indígena, que no fue unilateral y preponderante, recibió el chileno la dotación de cualidades físicas que lo distinguen del producto étnico de las demás nacionalidades americanas: nervudo, indemne a los rigores de la intemperie, vigoroso en la cotidiana y ruda labor.

Se agrega a esa herencia antropológica la influencia del medio geográfico en que se ha verificado su desenvolvimiento orgánico. Los agentes físicos de nuestro país han sido todos satisfactorios: impera un clima templado, con estaciones bien marcadas, vientos alisios vivificadores, sin las temperaturas enervantes de los trópicos ni los fríos australes que deprimen la actividad. Los descensos atmosféricos no alcanzan a la escala de tantos otros territorios y fácilmente se neutralizan aquí con la calefacción abundante y por lo mismo barata que suministra un suelo boscoso. Los campos feraces y cruzados de infinitas corrientes de agua, proporcionan una sobrada alimentación animal y sobre todo farinácea.

El aspecto general de la naturaleza, alegre y variado, influye, aparte del legado andaluz, en un carácter festivo, y sus inciertas situaciones económicas lo hacen altivamente resignado a las estrecheces del presente y a las zozobras del porvenir.

En los países templados, la fertilidad del suelo es menor que en las regiones cálidas, y para intensificarla se requiere un trabajo humano constante, particularmente en las topografías quebradas, que viene a vigorizar al fin el organismo de los individuos.

Las cualidades militares y de valor de nuestro pueblo provienen, sin duda, de causas históricas y sociales y no de consanguinidad con los araucanos, que no existe en la proporción difundida.

El carácter nacional se ha formado con el sentimiento de orgullo que dan las empresas guerreras venturosas. En todas las guerras de nuestro país, desde la independencia para adelante, la victoria lo ha favorecido; no ha sufrido nunca la depresión moral, las inquietudes y la conmoción nerviosa de la derrota. Por último, su valor ha sido consciente, resultado de una cultura cimentada, en una enseñanza pública auspiciada por nuestros gobiernos desde la emancipación política y que estimula los ideales de patria, de integridad territorial y de justicia de sus derechos más que las conveniencias económicas y ambiciones de conquista que jamás ha tenido.

Nuestro sistema de servicio militar, ya antiguo en la república y democrático en su aplicación, que ningún ciudadano rehuye, es otro exponente que mantiene viva la tradición militar del chileno de nuestras clases inferiores.