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El puente de los suicidas [1945]

(Comedia dramática en tres actos, el tercero dividido en tres cuadros)1

Víctor Ruiz Iriarte

Juan Antonio Ríos Carratalá



Víctor Ruiz Iriarte apostó por la felicidad y el optimismo en su primera obra estrenada por una compañía profesional. Daniel, el protagonista de El puente de los suicidas, es «un profesor de felicidad» que cuenta con tres alumnos: «una mujer que no puede vivir sin un sueño de amor, un gran financiero y un viejo militar». A estos personajes se suma Mary, que al igual que sus condiscípulos, ha pasado por el trance del suicidio frustrado en un puente donde el Ayuntamiento, ante semejante avalancha, ha prohibido que la gente se suicide. El codornicesco rasgo de humor apenas augura excesiva eficacia o control municipal, pero Daniel siempre se presenta oportunamente para rescatar a quienes parecen haber optado por la muerte porque andan desesperados. Una vez consolados con su don de palabra, les convence y les lleva a una casa donde disfrutan de una vida nueva, aunque sea una farsa mantenida por la imaginación: «una casa con jardín y muchos sueños dentro», cuya imagen evocaría una sensación similar a la del «vaho sobrenatural» de la escenografía de Un día en la Gloria.

Daniel, con la ayuda de su fiel Pedrín, se convierte en el amo de las vidas de quienes ha rescatado de la muerte. No se aprovecha de esta circunstancia porque su objetivo es hacerles felices, mantenerles en la ignorancia de su realidad y alimentar unas ilusiones que les permiten seguir vivos. Este empeño favorece la inclusión de algunos momentos amables, calificados como «fino humor» en las críticas de la época. Sin embargo, la situación estalla cuando Mary llega a la casa y rivaliza con Isabel, enamorada de un Daniel al que le debe la vida. Los celos asoman y la relación se vuelve conflictiva con una deriva melodramática para el lucimiento de las actrices al final del segundo acto. En el tercero, y como era de esperar, todo se reconduce porque el autor apuesta por una armonía capaz de deparar la felicidad universal. Es cierto que el financiero se suicida cuando descubre la realidad de su situación. Míster Brummell era el personaje menos simpático y el público no lo lamentaría. Alguien debía acabar mal. El anciano y enfermo militar encarna valores más positivos que los del enriquecimiento. El general mantiene hasta el desenlace el convencimiento de haberse convertido en mariscal gracias a los oficios del misterioso Daniel. La despechada Mary, tras hacer estallar el conflicto, vuelve a la Residencia de donde salió para casarse con el hombre que amaba e Isabel, una vez solucionada la crisis, regresa junto a Daniel para formar ambos el inicio de lo que podría llegar a ser un claustro dedicado a propagar la felicidad por medio de la ilusión y la fantasía. La piedra angular de su programa es que «No hay un solo sueño que no sea posible en la propia vida. Para encontrarlo basta con ser alegre y olvidarse de la muerte» (III). Siempre habrá alguien con tendencias suicidas y el objetivo es «arrancar el dolor de sus almas y darles una mentira alegre, que como todo lo que es alegría, es vida» (III).

La trama de El puente de los suicidas, obra escrita en 1941, es aderezada con la presencia del Jefe de Policía de no se sabe dónde, y su ayudante Dovalín, dispuestos a investigar la desaparición de los suicidas. Las pesquisas de estos dos sujetos sacados de la novelística popular les conducen hasta la casa de Daniel, de quien se desconoce oficio o beneficio, tan rico por su casa como Ricardo, el demiurgo casoniano de La sirena varada. Allí intentan que se cumpla la justicia, pero pronto quedan admirados por la labor del Profesor de felicidad: «Durante muchos siglos, los poetas escribieron sus sueños… Jamás intentaron vivirlos. Usted fue más poeta y más valiente que ellos. Y por hacer que los demás vivieran alegres, se quedó usted con todo el dolor» (III). Daniel tenía un motivo o un golpe de efecto que sólo conocemos al final: siendo niño asistió al suicidio de su padre. Desde ese momento decidió consagrarse a evitar la desesperación que conduce a la muerte, a facilitar un mundo de sueño donde la felicidad sea posible. La tesis de la obra es que ese mismo mundo, por su sola presencia imaginaria, puede acabar contagiando una realidad donde tantos sujetos necesitan cogerse a un clavo ardiendo para seguir vivos.

Ruiz Iriarte crea una comedia de la felicidad con El puente de los suicidas. La respuesta de la crítica fue positiva. Incluso teorizó acerca del significado de la obra. Díez Crespo, el crítico de Arriba, señala que con ser «comedia tejida con hilos de buen humor, vemos en ella el noble impulso que la vida exige para que percibamos las cosas en relación con nuestras necesidades. Es decir, que pueden ser la bondad o la malicia las que nos den la transparencia de las cosas cuando el alma es incapaz de percibir claramente lo que la Naturaleza ofrece para que de ella se capten las sensaciones superiores que constituyen el arte de expresar o de sentir la vida» (7 febrero 1945). Apenas se entiende, pero queda clara la intención del autor de escribir un teatro con sustancia, como señala C[ristóbal]. de C[astro]., el crítico de Madrid: «la comedia, sin dejar sus orígenes clásicos, ofrece una visión contemporánea. De ahí que el grave latido de los sueños calderonianos se una al vivaz, agudo, del psicoanálisis y aparezca, junto al consciente, el subconsciente, como en Evreinov, como en Giradoux, como en Shaw, como en Pirandello, como en Granville Barker, como en Werfal, como en Sinclair Lewis, como en todos los dramaturgos de choque. Con esta coparticipación incorpora Ruiz Iriarte a la escena española las inquietudes de la escena universal» (7 febrero 1945).

Ruiz Iriarte había esperado esta ocasión durante varios años de intentos frustrados. Al escuchar los aplausos del estreno y leer las entusiastas críticas del día siguiente, no sólo se sentiría orgulloso de encontrarse entre «los autores de choque» de la escena universal, sino que también estaría convencido de que el público le respondería a partir de tan señalada fecha. No fue así. Las siguientes representaciones de El puente de los suicidas se dieron en un clima de frialdad hasta que la obra languideció en medio de la indiferencia. Fue representada en provincias, incluso en Barcelona al año siguiente, pero sin despertar el entusiasmo que había imaginado el autor a tenor de la respuesta inicial y las críticas de los periódicos de Madrid.

Este contraste entre el éxito y el fracaso de la primera comedia estrenada en un teatro comercial tuvo consecuencias para la trayectoria creativa de Ruiz Iriarte. Hasta el momento se había enfrentado con las dudas de una labor de creación, con lectores casi siempre cercanos a su círculo, con empresarios y primeros actores a los que debía convencer, consigo mismo. Desconocía, sin embargo, el gran factor del teatro: el público. La conclusión fue evidente. En adelante, había que prepararse -pensó- «para la gran aventura, mil veces más ardua que la confección de una comedia. Había que buscar ese público. "Mi público"»2.

La tarea le llevaría por caminos menos retóricos que los seguidos en El puente de los suicidas. Esa opción de madurez ya se evidencia en la versión definitiva de la propia obra, más ajustada a las necesidades de un escenario donde ciertos excesos literarios se suelen pagar caro. La evolución se percibiría con nitidez en futuras creaciones, donde nunca renunció a su apuesta por la felicidad y el optimismo, pero en términos comprensibles para unos espectadores poco dispuestos a compartir las disquisiciones de los críticos de la posguerra. Ruiz Iriarte pronto supo que el verdadero éxito residía en el favor del público y fue consecuente.

El puente de los suicidas mantiene el interés de la obra bien escrita y construida, elaborada con la pulcritud de un autor poco dado a las prisas aunque manifestara haberla redactado en cuatro meses. Resulta curiosa en algunos parajes, apunta rasgos de humor en la caracterización de unos tipos como el militar y el financiero, pero también arrastra el lastre de un conflicto demasiado teórico. Víctor Ruiz Iriarte dijo haberse inspirado en una noticia periodística que hablaba de un suicidio. Tal vez sea cierto, aunque ese momento sería el único vínculo concreto con una realidad demasiado tamizada por las ideas del autor acerca de la felicidad, el optimismo y hasta la bondad connatural del individuo. Son respetables, están bien recreadas en el escenario, pero echamos de menos unos personajes menos acartonados por los conceptos que asumen y ejemplifican. También una trama donde lo previsible no conduzca necesariamente al final feliz. Pedimos, en definitiva, lo que apenas podía surgir en un teatro donde la discutida evasión era una opción sin apenas alternativas viables.

Juan Antonio Ríos Carratalá

Universidad de Alicante



A Camilo José Cela3

Esta comedia se estrenó por primera vez en España el día 2 de junio de 1944, en el teatro Principal, de San Sebastián4, y, en Madrid, el 6 de febrero de 1945, en el teatro Reina Victoria5.

PERSONAJES
 
En el Principal (San Sebastián):
 
ISABEL. MARÍA ARIAS6.
MARY. MARUJA MUÑOZ.
UNA MUCHACHA. CARMEN RUIZ.
LA SEÑORA. CONCHA CASTAÑEDA.
DANIEL. FÉLIX DAFAUCE.
MÍSTER BRUMMELL. PEDRO GIL.
EL GENERAL. JESÚS NAVARRO.
PEDRÍN. MANUEL GUIÑÓN.
EL JEFE SUPERIOR DE POLICÍA. CÉSAR MURO.
DOVALÍN. CARLOS JURADO.
EL CIEGO. ROBERTO ZARAZAGA.
EL CHICO. VISSI FERNÁN.
UN MUCHACHO. RAMÓN OTEIZA.
UN CABALLERO. ALFONSO ZAPATER.
PERSONAJES
 
En el Reina Victoria (Madrid):
 
ISABEL. TINA GASCÓ.
MARY. NANI FERNÁNDEZ.
UNA MUCHACHA. PEPITA MARTÍN.
LA SEÑORA. JULIA BERRY.
DANIEL. FERNANDO GRANADA.
MÍSTER BRUMMELL. FRANCISCO ARIAS.
EL GENERAL. GASPAR CAMPOS.
PEDRÍN. ALBERTO SOLA.
EL JEFE SUPERIOR DE POLICÍA. MANUEL VIVARES.
DOVALÍN. MANUEL D. SABATINI.
EL CIEGO. ANTONIO ESTÉVEZ.
EL CHICO. CARMELO GANDARÍAS.
UN MUCHACHO. JOSÉ MARTÍN.
UN CABALLERO. FRANCISCO P. CAMOIRAS.

La acción del primer acto, en el arrabal de cualquier gran ciudad del mundo. Segundo y tercero, en el campo, cerca de la misma ciudad.






ArribaAbajoActo I7

 

De noche. Puente sobre el río. Tufo y cariz de suburbio o arrabal. Por el fondo cruza la escena un pretil de piedra en mampostería, de regular altura, interrumpido a un lado por el hueco que sirve para el embarque y desembarque de las mercancías que de día portan los lanchones por las aguas feas, espesas y tremendas del río... Unos farolillos. Lejos, lucecitas de la ciudad, que está próxima. El pavimento es también de piedra en losas, como en el muelle o en los «docks». Un banco adosado al pretil. Desde abajo, misterioso y disgustado, llega el vaho del río. Y detrás, un cielo intenso, oscuro, profundo... Se alza el telón. Óyese, mientras, un violín que toca un viejo vals romántico «fin de siècle». Hay en el banco de piedra un grupo peregrino: dos mendigos. Un ANCIANO, ciego y astroso, vestido de negro, con su barba en desaliño, y sus melenas blancas asomando en revoltijo bajo el ala de su sombrero. Gafas de vidrio negro. Cuando se mueve está dulcemente cansado. Toca el violín con la cabeza baja. Junto a él, mohíno y adormilado, EL CHICO: un rapaz de unos diez o doce años, sucio y vivo, con su cara de pícaro precoz, entristecido. Por el fondo, de vez en vez pasa, silencioso y aburrido, un GUARDIA URBANO. Al poco, cruza la escena una pareja graciosa: EL SEÑOR y LA SEÑORA. Un matrimonio de clase media. Ella, tímida y regordeta. Él, gordinflón, burócrata y orondo. Cogidos del brazo y en silencio, desaparecen.

 

CHICO.-    (En un bostezo.)  Abuelo, no lo puedo remediar. Me revienta el violín.

CIEGO.-   Hijo...  (Cesa la música.) .

CHICO.-   Si por lo menos tocase usted otra música...

CIEGO.-   Es un bonito vals.

CHICO.-   Quia. La de los soldados. Ésa sí que es buena.  (Silba un aire marcial.)  Da gusto...  (Transición.)  Abuelo, ¿sabe dónde estamos?

CIEGO.-    (Sonríe.)  Sí... En el puente. Como todas las noches. Encima del río.

CHICO.-   Eso... Pero yo tengo frío. Y sueño.  (Una pausa. Está casi dormido. El viejo inicia «pianisimo» en su violín una vieja pavana8.)  Diga, abuelo. ¿Por qué venimos aquí todas las noches?  (Entra, digno, presuroso, solemne, vestido de oscuro, EL JEFE SUPERIOR DE POLICÍA. Voz grave.) 

EL JEFE.-   ¡Chis! ¡Guardia!

GUARDIA.-   Caballero.

EL JEFE.-   Oiga... Soy el Jefe Superior de Policía.

GUARDIA.-   ¡Excelencia!

EL JEFE.-   Vaya usted allí, donde termina el puente. Encontrará un caballero. Es el detective Dovalín. Dígale que le espero.

GUARDIA.-   A sus órdenes, Excelencia.

 

(Saluda y se va. Una pausa. EL JEFE pasea un momento. Entra DOVALÍN, vulgar y joven.)

 

DOVALÍN.-   Señor... A sus órdenes.

EL JEFE.-   Buenas noches, querido. Magnífica puntualidad. Se comprende. Está usted intrigadísimo.  (Sonríe.)  Una cita en la madrugada para realizar un importante servicio y, en realidad, aún no sabe ni una sola palabra.

DOVALÍN.-   Justo, Excelencia. Tengo una curiosidad...

EL JEFE.-   Muy bien...  (Una pausa.)  Supongo que usted, como hombre joven, tiene un poco de imaginación. Seguramente, demasiada imaginación. Por eso decidí encargarle este servicio...

DOVALÍN.-   Gracias, señor.

EL JEFE.-   En este puente hay un misterio, Dovalín.

DOVALÍN.-   ¡Oh! ¿Un misterio?

EL JEFE.-   Sí...

 

(Vuelven de nuevo el SEÑOR y la SEÑORA.)

 

SEÑORA.-   Vamos. Deprisa. Quiero llegar pronto a casa.

SEÑOR.-   ¡Oh!

SEÑORA.-   Calla... Van a oírte. Este sitio tiene muy mala fama. Creo que todas las noches se suicida alguien. ¡Figúrate!

SEÑOR.-   ¡Bravo!

SEÑORA.-   Pienso cosas tremendas. No puedo evitarlo. Y luego, en casa, me acometen insomnios horribles y no puedo dormir. Sueño... Estos individuos que se suicidan y no les importa dar un escándalo son gente muy poco seria. Es imposible que una persona de orden se suicide.

 

(Pasan ahora junto al CIEGO y el SEÑOR deja caer unas monedas. Salen.)

 

DOVALÍN.-    (Pensativo.)  No acierto, Excelencia. Éste es un lugar como otro cualquiera... La gente viene a pasear por aquí. Quizá tiene cierta atracción ver la ciudad de noche un poco lejos... Hay parejas de enamorados, estos mendigos... Y algunos hombres tristes. Eso, sí. Pero ¿qué sería de las noches en el arrabal sin algunos hombres tristes? Los extranjeros no nos perdonarían que careciéramos de ellos.

EL JEFE.-   Amigo mío... Olvida usted la tremenda popularidad que ha adquirido esto. Y es que, a veces, esos hombres tristes llegan aquí, pegan un brinco y ¡zas!, se zambullen en el agua. Así, tranquilamente, con una horrible falta de educación, sin preocuparse en absoluto de lo molestísimo que todo eso resulta para las autoridades.  (Abrumado.)  Es imposible meterlos en cintura. Todo es inútil. El Ayuntamiento ha prohibido que la gente se suicide por aquí. Pues, nada. Como si no.

DOVALÍN.-   La gente no tiene el menor respeto para las ordenanzas municipales. Es una pena.

EL JEFE.-   Calle usted. Un asco. Pero ahora sucede algo de muchísima importancia. En esto ha de consistir su trabajo, Dovalín. Se trata de saber dónde están algunos falsos suicidas.

DOVALÍN.-    (Atónito.)  ¡Excelencia!

EL JEFE.-   Oiga... Me consta que algunos desaparecidos no llegaron jamás a arrojarse al agua. Verá... Hace tiempo ocurrió en la ciudad un suceso pintoresco. El cajero del Banco Nacional estafó un millón de pesetas a la caja. Era un hombre extraño, poseído de fiebre por los grandes negocios. Sustraía diversas cantidades, de plazo en plazo, que invertía en colosales jugadas de Bolsa. Al final había estafado un millón de pesetas... Su pobre cerebro tuvo un instante de lucidez. Comprendió su delito. Y una noche, de madrugada, salió de casa. Varias personas le vieron llegar aquí. Al otro día los periódicos publicaron su suicidio. Todo acabó. Pero, en realidad, no fue así. La policía buscó su cadáver. En las orillas del río, en el fondo, en los parajes donde aparecen siempre los cuerpos de estos infortunados. Inútil. El cadáver no estaba en el agua. ¿Adónde fue?

DOVALÍN.-   Pero es increíble.

EL JEFE.-   ¡Ah! Sorprendente... Poco tiempo después hubo un nuevo suicidio, lleno de misterio. Era una mujer.

DOVALÍN.-   ¡Una mujer!

EL JEFE.-   Sí. Una joven profesora de piano del Conservatorio. Por lo visto, demasiado romántica. Ya se sabe que esta clase de mujeres tiene poquísima seriedad. Se suicidó por una desventura amorosa. Pero tampoco se halló su cadáver. Su desaparición fue otro enigma... ¿Comprende?

DOVALÍN.-   Todo es asombroso...

EL JEFE.-   Sí... Me volveré loco. Créame. Porque aún hay más. Hace una temporada perdimos de vista a otro personaje.

DOVALÍN.-   ¡Excelencia!

EL JEFE.-   Sí. Era un anciano general extranjero. Vivía alejado de su patria. No supimos por qué. Un cochero lo trajo aquí aquella noche vestido de uniforme de gran gala. Muy pálido. Y nada más. Desapareció... Pero su cadáver no ha sido encontrado.

 

(Se alejan paseando mientras hablan.)

 

CHICO.-   Abuelo, abuelo. Lo he oído todo. Hablaban de ellos. De los muertos. Tengo miedo.

CIEGO.-   ¿Estás loco? Cállate. Estate quieto.

CHICO.-   No puedo.  (Estremeciéndose.)  Abuelo, yo he visto a uno.

CIEGO.-    (Absorto.)  ¡Ah! ¿De veras? Cuéntame.

CHICO.-    (Levantándose y yendo al embarcadero. De pie, sobre el peldaño, pálido, como ante una alucinación. Su figurilla, estremecida, se recorta a contraluz, sobre el negro del cielo.)  Sí... La otra noche. Se quedó mucho tiempo mirando al agua. Quieto, quieto... Se quitó el sombrero. Lo tiró al agua. Y, de pronto, ¡pum!, ¡cataplum!  (Inesperadamente, sacudido por un gran terror, se agarra al pretil y esconde la cara entre las manos y la piedra. Y solloza.)  ¡Abuelo! ¡Abuelo!

CIEGO.-    (Soltó el violín y está en pie: palidísimo, con los brazos extendidos.)  Muñeco... ¿Dónde estás? Ven aquí. ¡Pronto!

CHICO.-    (Corre y se refugia en sus brazos.)  ¡Abuelo!  (Un sollozo.) .

CIEGO.-   Criatura...

CHICO.-   ¿Por qué se mata la gente?

CIEGO.-   ¡Oh!

CHICO.-   ¿Por qué se quitan el sombrero?

CIEGO.-   Calla, calla. Ea, no llores. Eres un hombre.  (Sonríe.)  Un hombrecito...

 

(El CHICO va secando sus lágrimas y se separa del abuelo. Éste, con gesto de infinito cansancio, a tientas, toma su violín, y surge otra canción muy dulcemente. El mozalbete, mientras, trepa por el pretil y, sentado sobre la barandilla, mira hacia el agua. Vuelven el JEFE DE POLICÍA y DOVALÍN.)

 

EL JEFE.-   Vigilará usted todas las noches. Al fin, no lo dude, descubriremos el misterio.

DOVALÍN.-   Sí, Excelencia.

EL JEFE.-   ¡Ánimo! ¡Puaf, cómo me repugna este lugar! ¡Qué mal huele el río!

 

(Se marcha. DOVALÍN va al fondo. Mira un momento al agua y, al fin, se aleja.)

 

CIEGO.-   Pequeño... ¿Dónde estás?

CHICO.-   Aquí... Viendo el río.

CIEGO.-    (Cesa brusco el violín9.)  ¡Ah! Dime... ¿Cómo es el agua?

CHICO.-   Una porquería. Abuelo, ¿todos los hombres que se ahogaron aquí, están ahí abajo?

CIEGO.-   ¡Quién sabe!

CHICO.-   ¡Ah, ya! Por eso el agua huele a muerto.  (Sencillamente.)  ¡Qué gente tan estúpida! Si yo fuera hombre no me mataría. Estoy segurísimo, abuelo.

CIEGO.-    (Sonriendo.)  ¿De verdad?

CHICO.-    (Ingenuamente solemne.)  ¡Palabra! Cuando yo sea mayor no tendré tiempo para estas cosas. Ca. Siempre estaré paseando por la Avenida. Eso, sí. Me saludará todo el mundo: porque yo seré general, abuelo. ¡Un general imponente! Y en la gorra me pondré un pompón blanco. Figúrese. Así es imposible tirarse al río.  (Naturalísimo.)  No merecería la pena ponerse el pompón...

CIEGO.-   ¡Claro!

 

(Entra MARY. Aire de adolescente: vestido claro y peinado de primavera. Pero con ese gesto dramático y terrible de los jóvenes alucinados. Anda y mira semisonámbula, como transportada. Despacio, muy despacio, cruza insensible por delante del CIEGO y del CHICO, sin mirar apenas. Va al pretil y allí, frente al cielo, de espaldas al público, fíjase intensamente en el agua. Se estremece. Mientras, el viejo atacó su melodía sentimental. Una pausa.)

 

CIEGO.-    (Muy bajo.)  Oigo pasos... ¿Quién es?

CHICO.-   Una señorita. Está ahí... No se mueve.

CIEGO.-   ¿Qué hace? Di...

CHICO.-   Mira el agua...  

(MARY va hacia el embarcadero. El CHICO se agarra convulso al abuelo.)

  ¡¡Abuelo!!

CIEGO.-   ¡Hijo!

CHICO.-   ¡Nada! Creí... ¡Qué susto! Es que anda igual que aquel hombre.  

(MARY, caminando junto al pretil, se aleja.)

  ¿Habrá venido para tirarse al río? Es una chica muy joven. ¡Qué guapa es!...  

(MARY desaparece.)

  Abuelo. Se va... ¡Se va! Está llorando. Yo voy detrás.

CIEGO.-   ¡Muchacho!

CHICO.-   ¡No quiero que se ahogue! ¡No quiero!

 

(Sale. Queda el CIEGO solo. Enseguida atraviesa el puente un nuevo personaje. DANIEL: joven, ágil, sencillo. Anda resueltamente. Cruza la escena apresurado, con la vista fija por donde desapareció MARY. El viejo queda sentado, con la cabeza baja, en un extraño ensimismamiento. Con rara fruición, toca su viejo vals sentimental. La música surge suave y extraña, nueva, llena de ternura. Apenas comienza, por el lado opuesto adonde marchó el CHICO, llega una joven pareja enlazados del brazo. La MUCHACHA y el MUCHACHO, muy juntos. A veces, el pelo de ella, alborotado y loco, cae sobre el hombro de él. Ella tiene en los ojos un brillo gris, como si los abriera en medio del sueño. Él, encantador, como un joven vulgar y alegre. Vienen de puntillas. Atraídos por la melodía del vagabundo. Risueños siempre.)

 

MUCHACHA.-   ¡Ah! Aquí está.  (Muy bajo.)  ¡Mira!

MUCHACHO.-   Sí..., es un ciego.

MUCHACHA.-   ¡Chis! Calla. No le distraigas. ¿Recuerdas?

MUCHACHO.-   Sí. ¡Nuestro vals!  (La enlaza. El viejo, absorto, sigue tocando.)  ¿Bailamos? Estamos solos...

MUCHACHA.-   Sí, sí. Pero muy despacito. Sin ruido. Que no nos oiga.  (Muy juntos, bailan al compás del violín. Pausa.)  Oye...

 

(Bruscamente, el anciano suelta el violín. La pareja se inmoviliza con estupor, parados ella y él, siguen atentos los movimientos del mendigo. Éste, en pie: todo su cuerpo es un temblor. Muy decidido, avanza a tientas hasta el embarcadero. Plántase allí, paralizado, extático... Un instante se sobrecoge y parece que se tambalea. Al fin, arroja el sombrero al río. Su melena blanca brinca. La muchacha, horrorizada, se tapa los ojos y lanza un grito.)

 

MUCHACHA.-   ¡¡Ay!! Mira... ¡¡Detenle!!

MUCHACHO.-    (Corriendo emocionadísimo.)  ¡¡Eh!! ¡Oiga! ¡Quieto!

MUCHACHA.-   ¡¡Dios mío!!

CIEGO.-   ¿Quién? ¿Quién es?

MUCHACHO.-    (Prende al CIEGO de los hombros.)  ¡Atrás! ¿Qué es esto? Loco, loco...

CIEGO.-    (Derrotado, empequeñecido, con tremendo rubor.)  ¡Perdón!

MUCHACHA.-    (Angustiada aún.)  ¡Qué horror!

MUCHACHO.-   Venga, apártese de ahí. Descanse... Fíjate. Está tiritando.

MUCHACHA.-   Pobrecillo. Ha sido espantoso.

CIEGO.-    (Turbadísimo.)  Gracias... Suélteme.  (Alzando la cabeza.)  ¿Por qué estaban aquí? Es extraño... No los oí llegar.

MUCHACHA.-    (Tiernamente.)  Paseábamos... Su música es deliciosa. Usted no comprendería. Ese vals parece que es nuestro. Tiene recuerdos magníficos.

CIEGO.-   ¡Mi viejo vals!  (Un sollozo.)  Era mi despedida.

MUCHACHA.-   ¡Ah!

MUCHACHO.-   ¿Qué dice?

CIEGO.-    (Airado.)  Sí, sí... Todos me lo quitan. Mi vals, mi descanso... Este momento que he esperado tantas noches. ¡Mi muerte! ¡Todo! ¿Y por qué?

MUCHACHO.-   Tú oyes...

MUCHACHA.-   Calla... Ven.

CIEGO.-    (Se aleja tembloroso, zigzagueante, lleno de rencor.)  ¿Por qué vinisteis? Este lugar es nuestro sólo... De los que queremos morir en el río. ¿No lo sabíais? ¿Todavía no habéis comprendido?

MUCHACHA.-   No deberíamos dejarle solo... Caerá.

MUCHACHO.-   Qué hombre tan extraño...

CIEGO.-   ¡Oh, Dios! ¡Chico! Muñeco... ¿Dónde estás?  (Desaparece.) .

MUCHACHA.-    (Con dolor.)  ¡Nos odia!

MUCHACHO.-   Sí. ¡Viejo rencoroso! Es increíble. Pensar que le hemos salvado la vida. Va temblando.

MUCHACHA.-   Pobre... Ha sido horrible. No puedo más...

MUCHACHO.-   Fue una tontería venir hasta aquí. Éste es un lugar maldito.

MUCHACHA.-   ¡Dios mío!

MUCHACHO.-   Chiquilla... No mires al agua. Alégrate otra vez. Recuerda nuestro vals...  (Abrazándola.)  ¡Amor! ¡Viva la vida!

MUCHACHA.-   Eso.  (Respira fuerte.)  ¡Viva la vida! Es un encanto.  

(MARY les sorprende abrazados. Llega de nuevo con su porte dramático y abstraído. Más derrotada aún, pálida, fantasmal, los ojos en el suelo. Sin mirarlos dirígese al fondo, y allí, de codos sobre la piedra del pretil, con el busto inclinado hacia abajo, mira codiciosamente: otra vez el agua. Después esconde la cara ante las manos y se estremece febril.)

  ¡Oh! Nos ha visto.

MUCHACHO.-   Bueno... Qué importa. ¿No te quiero?

 

(MARY, sola, con la mirada sigue a los muchachos hasta que desaparecen. Toda ella de espaldas, leve, esbelta, angustiada, con sus cabellos agitados, sus hombros temblando. Su cintura fina es una estremecedora expresión trágica; mira intensamente hacia abajo, con codicia feroz. Primero, se agarra temblorosa y cobarde a las piedras. Luego, suelta, se encorva un poco. Último sollozo. Ya es inevitable, pero brusco y febril, sobre ella brinca DANIEL, erguido, resuelto, seguro, como hombre que estaba al acecho; arrójase, violento, hacia MARY y la atrae rudamente por el talle.)

 

DANIEL.-   ¡¡Alto!! ¡Esto, no! ¡Te cogí!

MARY.-   ¡¡Oh!!  (Un grito, revolviéndose rebelde, más pálida aún.)  ¡No me toque! ¡Suélteme! ¿Quién es usted?

DANIEL.-   Un hombre oportuno. ¡Atrás!

MARY.-   ¡Déjeme! Me hace daño.

DANIEL.-   No importa...

MARY.-   ¡No me toque! Se lo prohíbo. Gritaré... ¡Socorro! ¡Socorro!  (Ahogada.)  Vendrá la policía. Diré que es usted un ladrón.

DANIEL.-   ¡Por Dios! Parece mentira que una mujer inteligente recurra a esos trucos...

MARY.-    (Transición, en súplica.)  Déjeme sola... ¡Pronto! Usted no tiene derecho a impedirlo. ¡Fuera de aquí! ¿Cómo he de pedírselo? Tengo que morir esta noche.  (Casi desvanecida.)  ¡Oh, Dios mío, no puedo más!

DANIEL.-   ¡Silencio!  (Fue contemplándola mientras hablaba; primero, sonriente, dichoso; después, un poco pálido. Ahora la recuesta delicadamente en el banco.)  ¡Pobre muchacha!... Descansa. Me gustaría verte dormir con los ojos llenos de lágrimas. ¡Sería magnífico! No, no hables... Ya sé... La vida es demasiado estrecha y tú no cabes en ella... ¿Verdad? No hay sitio para ti. Y es necesario morir... ¡Bravo! No importa... Mañana, de día, todo será blanco y verde y alegre, y verás que la vida es santísima y todos cabemos en ella. Descansa. Estás rendida. ¡Cómo tiemblas!...  (Ella, ya desfallecida, no puede mirarle y cierra los ojos. Él se sienta a su lado. Silencio.)  ¡Qué bonita es!...  

(Una pausa muy larga. DANIEL se levanta y camina muy despacio hasta el embarcadero. Allí mira emocionado hacia abajo. Al fin, MARY se alza, vuelve hacia él la cabeza, arregla sus cabellos alocados. Se levanta. Anda como desmayada. Él no la ve, absorto en la corriente del río. MARY llega a su lado y mira también hacia abajo. DANIEL sonríe.)

  Espera. Fíjate bien. ¿No parece que se mueve el agua? Son ellos. Quieren subir hasta aquí, con nosotros. Pero no es posible... ¡Jamás podrán!

MARY.-    (Atraída.)  No, no es verdad. Los que están abajo son felices. Sueñan. La muerte es el mejor sueño.

DANIEL.-   ¡Mentira! La muerte es una mala imitación de los sueños.

MARY.-   Váyase. El tiempo pasa. Sé que voy perdiendo el valor. Pero aún podría... Porque es necesario. ¿Comprende? Si usted supiera por qué...

DANIEL.-    (Sonríe.)  ¡Bah!

MARY.-    (Acongojada.)  No puedo decirlo... No sé...  (Enrojece.)  Es tan difícil... Tan tremendo...

DANIEL.-    (Sonríe con emoción.)  Basta. Espera todavía... Pronto amanecerá. Entonces es cuando la vida crece todos los días. Se vuelve muy alegre...  (Paternalmente, la conduce al banco. Ella se sienta a su lado. Y la contempla con risueño gesto triunfal.)  ¡Ajajá! Bueno, después de todo, no me has dado mucho trabajo. Otros son bastante más difíciles...  (Riendo.)  Los hay peligrosísimos...

MARY.-   ¿Qué dice?

DANIEL.-    (Divertido.)  Sí, sí... Los suicidas son gente extraordinaria. Poco razonables. Por eso son violentos, agresivos, deliciosos. Verás. Una noche, para salvar la vida de una mujer que sufría una gran decepción amorosa, tuve que luchar con ella aquí mismo, casi a brazo partido... Yo fui más fuerte y vencí. ¡Figúrate! Por fortuna, las muchachas románticas no hacen gimnasia. Yo, sí. Bien: pues, al final, cuando se vio derrotada, intentó persuadirme para que nos suicidáramos juntos.  (Ríe.) .

MARY.-   ¿Quién es usted?

DANIEL.-   ¿Yo? Daniel...  (Gallardo.)  ¡Profesor de felicidad!

MARY.-   ¡Profesor de felicidad!

DANIEL.-   Justo. ¿Te extraña?   (Dichoso.)  A mí me encanta. Y no creas. Enseñar a vivir alegremente es dificilísimo. Mucho más que explicar botánica o la Guerra de los Cien Días... Además, mis alumnos son tan originales: una mujer que no puede vivir sin un sueño de amor, un gran financiero y un viejo militar. Y tú, que ya estás empezando a ser mi discípula.

MARY.-   ¡Ah!

DANIEL.-   Sí... Por cierto, creo que serás una alumna excelente. Me pareces una muchacha inteligentísima, decidida, heroica... Seguramente has tenido un prometido tonto.

MARY.-   ¿Qué dice?

DANIEL.-    (Superior.)  Porque todas las muchachas inteligentes tienen alguna vez un prometido tonto... No falla.

MARY.-    (Sonríe suavemente.)  Locuras... ¡Qué extraño es usted!

DANIEL.-    (Contentísimo.)  ¡Soberbio! Ya sonreíste. Leonardo de Vinci necesitó una orquesta de violines para lograr una sonrisa dichosa en los labios de la «Gioconda» mientras él pintaba su retrato inmortal... Yo he logrado que tú sonrías por mí mismo. He dejado en ridículo a Leonardo y a sus violines...

MARY.-   A esta hora descansan todos en la Residencia. Mis compañeras, el director, los profesores... Todos. He besado el retrato y luego lo he roto. Salí de mi alcoba de puntillas. Salté la tapia del jardín... No me oyeron... ¡Y usted me impide morir sin ningún derecho! Si supiera usted que esta noche pensar en el suicidio es lo único hermoso...

DANIEL.-   Quia. No lo creas... Suicidarse es de mal gusto.

MARY.-   ¡Oh!

DANIEL.-    (Desalentado.)  Sí, sí... No lo comprendéis ninguno. Es una pena. Morir, morir... ¿Qué es eso? Acabar voluntariamente contigo toda entera, con tu cuerpo y con tu alma. Así, sencillamente... ¡Qué horrible! Mírate: eres linda y hermosa. Pero lo mejor de ti no eres tú misma: es tu imaginación, tus fantasías, tu poder de soñar. Tus sueños. Matar eso, sí es atroz. Ése sería tu mayor crimen de suicida.

MARY.-    (Dolorida.)  ¡No hable así! Me hace daño.

DANIEL.-    (Sonríe.)  Créeme... La fantasía hace encantador hasta el dolor. Lo de menos es ser feliz o desdichado: lo importante es poner imaginación en la misma alegría o en el propio dolor... Despreciar un mundo amargo y crearte otro dentro de ti misma...

MARY.-   ¡Calle! Tengo frío... Qué noche tan horrible. He perdido el valor. Ahora no podría.

DANIEL.-   ¡Al fin!

MARY.-   Usted es el culpable.

DANIEL.-   ¡Claro!

MARY.-   Le odio. Le detesto. Quisiera maldecirle. Gritar que le aborrezco... Pero no puedo. Me voy.

DANIEL.-   ¿Adónde?

MARY.-   Otra vez a la Residencia. Todavía no habrán notado mi falta. Mañana vendrá ella: se descubrirá todo y lo sabrá todo el mundo. ¿Está usted contento?  (Excitada.)  No. No necesitaré buscar la muerte porque me matarán mis compañeras con sus miradas y sus burlas. Y el director, lleno de coraje... Parece que ya le oigo...  (Alucinada, como un desvarío.)  ¡Fuera de aquí, Mary! ¡Eres mala! ¡Oh, Dios mío! ¡Mátame tú!

DANIEL.-   Mary...

MARY.-   Adiós...

DANIEL.-    (Sujetándola dulcemente de la mano.)  ¡Mary!

MARY.-   Déjeme... Usted ha vencido.

DANIEL.-   Ven...

MARY.-    (Suspensa.)  ¿Qué?

DANIEL.-    (Irónico.)  Eres deliciosa... Irte así: sola. Como si te pertenecieras. ¡Imposible!

MARY.-    (Paralizada.)  No sé... No le comprendo. ¿Todavía no está usted contento?

DANIEL.-   Resulta curiosísimo... Sin mi llegada, hace un buen rato que ya no vivirías. Nada... Un cuerpo más en el fondo del río, otra alma perdida. Los suicidios de las chicas como tú son siempre interesantísimos. Son enternecedores para todo juez de guardia que se estime. Y entonces, sí, te pertenecerías por entero. Pero la verdad es que yo te vi a la entrada del puente, te seguí... y te he salvado. Vives... Pero vives una vida que te he dado yo, porque te he arrancado de la muerte que tú querías darte. Vives porque yo he querido que vivas. Tu vida es mía. Tú eres mía.

MARY.-    (Se suelta y retrocede.)  ¡No, no! ¡No es verdad! ¡No tiene usted ningún derecho!

DANIEL.-    (Atrayéndola tiernamente.)  Derecho... Qué palabra tan feroz. Ven aquí... Óyeme. ¿Piensas que te he salvado la vida para entregarte otra vez a ese mundo que te horroriza? Mírame.  (MARY le obedece, agitándose de esperanza.)  Yo te libré de la muerte. No para dejarte prisionera de esa vida que odias, sino para darte una vida nueva, espléndida, alegre, magnífica...

MARY.-   ¡Dios mío! Pero eso es imposible...

DANIEL.-    (Emocionado.)  Cierra los ojos. Por la mañana, todos los periódicos publicarán la desaparición de la Residencia. Unos enamorados te han visto llegar aquí. Te identificarán sencillamente como una muchacha cualquiera ahogada en el río. Pero lo que nadie sabrá es que un poco lejos de aquí, en mi casa, a mi lado, has vuelto a nacer. Serás dichosa...  (Ella tiene los ojos cerrados, como encantada. Él la roza el cabello.) Te lo juro.

MARY.-    (Con dulce desmayo.)  Quisiera huir de su lado. Escaparme de sus brazos... Pero no tengo fuerzas. No puedo. Y lo más cruel es que esa vida de felicidad es imposible para mí. Ya es tarde. Tendré siempre delante aquella locura. Usted mismo cuando lo sepa...

DANIEL.-   ¡Chis! Silencio. Con una desilusión el alma está fea; pero no importa: con alegría se puede estrenar a diario un alma nueva... ¡En marcha!

MARY.-   ¿Adónde me lleva?

DANIEL.-   A mi casa... Lejos de este río sucio. Una casa con jardín y muchos sueños dentro. Nuestros amigos nos aguardan. Isabel, enamorada de sus sueños; Brummell, el poderoso financiero; y el general, con sus sueños de guerra y de conquista... Son extraordinarios.

 

(Comienza a oírse dentro el vals del ciego del violín.)

 

MARY.-   Usted sí es extraordinario... ¡Quisiera decirle tantas cosas! Si supiera hablar ahora.  (Arrojándose en su pecho.)  Gracias... Gracias... ¡Gracias!

DANIEL.-   Mary. Qué estremecida estás. Tienes la piel ardiendo... Tu pelo... Y tu olor. ¿Es que serás tú mi sueño?   (Alegremente.)  Vamos.

MARY.-   Sí, sí... Voy.

DANIEL.-   Llegaremos al amanecer.  

(Van saliendo. Él rodea sus hombros suavemente.)

  ¡Oh! Qué mal huele el río... Vámonos... Vámonos... Vámonos...

 
 
TELÓN