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El retrato satírico burlesco en la poesía de Juan del Valle y Caviedes y algunos diálogos literarios con Francisco de Quevedo

Pedro Lasarte





El satírico Juan del Valle y Caviedes nace en España, en Jaén, en 1645 y parece que se traslada de muy temprana edad al virreinato del Perú, donde permanece hasta su muerte en 16981. Aunque el poeta no logra adquirir mayor solvencia financiera, como lo muestra su testamento, se sabe que en el Perú tuvo cierta cercanía a los centros del poder virreinal. Se ha comprobado que entre sus parientes se hallaban dos oidores de la Audiencia de Lima, don Berjón de Caviedes y Juan González de Santiago, Luego, también establece relaciones comerciales con un miembro importante de la corte del Conde de la Monclova, el general Juan Bautista de la Rigada y Anero2, y contrae matrimonio con Beatriz de Godoy, hija de don Antonio de Godoy Ponce de León, hombre, según Guillermo Lohmann Villena, «espectable», «solvente» y de «alcurnia»3. Por otro lado, en más de una ocasión se le ve intentando aconsejar a la corona en papel de arbitrista4. Estos son indudablemente referentes biográficos demasiado breves y escuetos. Pero si los contextualizáramos dentro de las consabidas y muy complejas relaciones entre «criollos» y «peninsulares» del virreinato peruano, y si aceptáramos vina tradicional y sin duda simplificada polarización entre criollos «proto-nacionalistas», quejosos de un poder que no les daba merecidas recompensas o puestos, y «peninsulares» favorecidos por la corona por haber nacido en España, se podría sugerir que -a primera vista- la posición ideológica de Valle y Caviedes, dentro de la últimas décadas de siglo XVII, por su cercanía a la corona y su nacimiento, lo situarían en un lugar disyuntivo a aquellos que pudiesen criticar o cuestionar el valor de los centros de control virreinal. La sugerencia, hecha en muchas ocasiones, de que el poeta fuese un «anti-criollo», sin embargo, es ingenua y cristaliza en un sentido estático la composición social y psicológica del sujeto -en este caso Valle y Caviedes-5. Como he elaborado en otro lugar, la sátira de Valle y Caviedes, lejos de tomar una posición ideológica «pro» o «anti» imperial, ostenta una de las formas expresivas más comunes del género. Su expresión satírica, en general, le llega al lector a través de una serie de posturas o máscaras burlescas que asumen múltiples posiciones críticas, muchas veces contradictorias entre ellas mismas, perdiéndose de vista la posibilidad de rescatar cierta univocidad autobiográfica6.

La relación ideológica, que pudo tener Valle con lo que se viene llamando la metrópoli virreinal, me lleva ahora a exponer ciertas conjeturas nuevas sobre la relación literaria -o, en otras palabras- la inter-subjetividad que pudo tener Valle y Caviedes con su conocido antecesor Francisco de Quevedo. Recordemos, por ejemplo, que Emilio Carilla llama a Valle el «Quevedo limeño»7, y anota varias correspondencias entre los dos. De modo similar, aunque con cierta valorización negativa, Mariano Picón Salas lo llama un «Quevedo menor y mucho más lego»8.

Entre las obras de Valle y Caviedes hay una referencia muy directa a la fuerte presencia de Quevedo -quizás en especial su sátira (pero no sólo)- en el autor virreinal. Valle escribe un poema en el cual expresa una relación con el peninsular que nos recuerda lo que Harold Bloom llamó la «ansiedad de la influencia». Me refiero a un poema cuyo título es, con algunas variaciones en los manuscritos originales, «Los efectos del protomedicato de don Francisco de Bermejo sabrá el curioso en este romance, escrito por el alma de Quevedo, que anda penando en sátiras»9. Que el alma -o la memoria- de Quevedo ande penando en los contornos de Valle y Caviedes ha de verse, sin duda, como referencia consciente, algo jocosa, a su imitación o dependencia para con el escritor español10. Ahora, ¿qué pudo pensar Valle y Caviedes sobre tal «dependencia» o imitación -paródica en muchos casos- para con Quevedo? Es bastante reconocido que Valle conocía e imitaba la sátira de Quevedo, ¿pero y el resto de sus obras? He aquí otra ruta todavía inexplorada, por la cual deseo encaminarme, aunque con bastante cautela.

En torno a la muy conocida poesía amatoria de Quevedo, la dirigida a su incomparable Lisi, Ignacio Arellano nos dice con bastante seguridad que: «El sistema literario de la poesía seria es distinto del burlesco: el locutor satírico expresará unos ideales amorosos divergentes de los que mantiene el YO lírico del ciclo dedicado a Lisi»11.Y sobre la conocida utilización de descriptio de la mujer, añade Arellano que en el ciclo de Canta sola a Lisi, «cima de la poesía amorosa de Quevedo, las partes del cuerpo nombradas responden en su abrumadora mayoría a la descripción [...] según los cánones del petrarquismo»12. Para el caso, nos advierte que por lo general predominan las referencias positivas a, por ejemplo, ojos, labios, manos, cabello, frente, cuello, y mejillas13.

Por otro lado, para el caso de su sátira -como la de muchos otros- la descripción se sitúa fuera del esquema petrarquista y se produce una activación burlesca de estas partes «neutras» mediante el léxico, poniéndose referencias a, por ejemplo, la testuz, el cogote; y señala Arellano que a la enumeración de las facciones se añaden elementos nuevos como, entre otros, la nariz, los dientes, las encías, etc., para luego concluir que otras partes del cuerpo que se buscarían en vano en los géneros elevados y que aparecen a menudo en los burlescos son las piernas, pies, canillas, tetas, etc.14

Lo que me atrevo a proponer a continuación es la posibilidad de que Valle y Caviedes conscientemente, en sus poemas burlescos a una Lisi, lleva a cabo una parodia de la quevediana, conocidísimo referente de su poesía amatoria. Una primera y muy previsible objeción es que el nombre Lisi era bastante divulgado. Sin tener que cruzar el océano, Sor Juana en más de un poema elogia a la esposa del virrey Tomás Antonio de la Cerda y Aragón, conde de Paredes y marqués de La Laguna, llamándola «Lisi»15. Por otro lado, sin embargo, a pesar de lo común del referente, teniendo presente la relación tan conocida entre los dos poetas, la burla de Lisi sí puede tener corno referente burlesco a la quevediana. Pongamos, entonces, en diálogo algunos textos para ver por qué camino andamos.

Un poema burlesco de Valle se abre con los siguientes versos:


A pintar tu hermosura
Lisi, me atrevo
para ver en tu copia
lo que me quiero16.



De estos primeros versos hay que sugerir varias cosas. Sin duda se oyen aquí ecos de reiterados tópicos sobre el retrato, pero recordando lo que nos concierne; es decir, la relación entre Valle y Caviedes y Quevedo, ese «atrevimiento» de Valle a «copiar» a Lisi es, por un lado, falsa modestia y una referencia al proceso de «pintar» con palabras, o como nos dice el Diccionario de la Real Academia «poéticamente hacer descripción o pintura de algo». Pero, por otro lado, el «copiar» simultáneamente tiene un referente muy posiblemente burlesco a la imitación de los poemas de Quevedo a Lisi, de «copiarlos». En el mismo Diccionario de la Academia leemos que el verbo indica «imitar servilmente el estilo o las obras de escritores o artistas». ¿Estamos, entonces, ante otra relación burlesca, aunque implícita hacia su llamado padre literario? Es posible. A estos primeros versos les sigue una enumeración jocosa que asume una parodia de la descriptio femenina tan conocida por la tradición áurea, pero parodia que, curiosamente, alterna con elogios serios. El poema se burla, a modo de ejemplo, de que el pelo de Lisi está muy «hueco» -o esponjoso-; o que su frente, jugando con una prenda que se ponía en la cabeza, está «preñada / que ya está en cinta», o que sus cejas son «víboras de azabache»17. Por otro lado, sin embargo, en el mismo poema elogia a Lisi. Nos dice que: «El jazmín, tu blancura, / la envidia tanto / que sus ampos tomara / de ti a dos manos», o «tan delgado es el talle / que el pensamiento / más sutil tiene talle / de ser más grueso»18. Es interesante, entonces, esta combinación donde lo burlesco alterna con lo serio.

Tal alternancia se detecta también en el hecho de que Valle le dedica dos poemas serios a su Lisi. Hay uno que se titula «A los sentimientos de una ingrata», en el cual dice:


Con tu hermosura te goza,
Lisi bella, edades tantas,
que la senectud te acuerde
los desprecios de tu infamia19.



Hay que preguntarse, entonces: ¿a qué se debe esta alternancia serio-cómica? ¿Podría acaso ser un momento metapoético en el cual los versos llaman la atención sobre su imitación del autor peninsular? Pero, claro, si fuese así, sería una imitación ambivalente que, creemos, de alguna manera responde a la autoconciencia del autor de imitar, pero de imitar con diferencia, con una conciencia de ser y no ser otro Quevedo.

Este juego metafórico (implícito) sobre la relación con Quevedo asume un momento especialmente cómico-grotesco en los siguientes versos (recordemos, como nos sugería Arellano, que al tratarse de la descripción de Lisi, el yo lírico de Quevedo jamás se confundiría con el satírico). Valle y Caviedes, luego de elogiar el talle de su Lisi, bajando por el cuerpo, según la tradición, nos dice:


Lo que el recato oculta
no he de pintarlo,
para ver si en aquesto
doy algún salto20.



Estamos aquí ante lo prohibido para la Lisi de Quevedo. El recato que quiere mostrar Valle ante las partes sexuales es doble: es, por un lado, modestia, pero por otro cautela. Siempre sigue jugando con el referente de su padre literario. No lo pinta, es decir, se lo guarda para sí mismo para ver si en «eso» da algún salto, salto que por un lado refiere a la omisión descriptiva, pero también al acto sexual. Según el Diccionario de la Real Academia, tratándose de animales «dar salto» es «cubrir a la hembra». La relación para con la Lisi de Quevedo -y literariamente, entonces- con Quevedo, se dramatiza burlescamente. Por otro lado «dar un salto» también podría ser, siguiendo el mismo diccionario, «ascender a un puesto más alto sin haber pasado por los intermedios». Es decir, jocosamente, ser un Quevedo. Pero esta relación serio-cómica en los últimos versos adquiere otras connotaciones, para nosotros ideológicas y de interés ya que la descripción de Lisi termina con una referencia al pie de la dama. Veamos...

Las referencias elogiosas del pie de la mujer parecen haber sido parte de la tradición seria, aunque quizás no muy comunes. Hay claro ejemplo en Lucena, quien se queja de los afeites de las mujeres, aun en las que tienen belleza natural, como el color de su rostro corno una rosa, y la blancura como los lirios, los cabellos rubios y dorados, la boca suave, el cuello de marfil, etc.21

Lucena alaba el pie de la dama, algo que se continúa en la tradición, pero no muy comúnmente; y como nos recuerda Arellano, jamás para la Lisi de Quevedo. Nos dice: en lo tocante a la poesía seria de Quevedo, ciertas partes del cuerpo que se buscarían en vano en los géneros elevados y que aparecen a menudo en los burlescos son -entre otros- «las piernas, pies, canillas»22. Veamos, entonces, los versos de Valle:


En tu pie miro el centro
de todo el mundo,
mas, ¿qué mucho lo sea,
si es sólo un punto?23



Estos son, creo, unos versos sugerentes sobre la posible relación del poeta virreinal para con Quevedo. Voy a elaborar una hipótesis. Sugiero otro giro por parte de Valle y Caviedes, en su diálogo con el «alma» de Quevedo que, como nos ha dicho, anda «penándole». Me atrevo a decir que en estos momentos la tradición del retrato de la mujer se «peruaniza», por así decirlo. ¿Con qué? Era un conocido lugar común, en elogio de la limeña, que sus pies resaltaban (o no resaltaban), por su pequeñez; y esto era parte de su atractivo y su diferencia, lugar común conocidísimo entre los peruanistas (algo que sin duda se daba en otros lugares, pero que el virreinato peruano alcanza una exageración hiperbólica, y tema que el poeta satiriza en muchas ocasiones). Vale la pena, entonces, ver un testimonio, entre muchos de la época. En este caso el de un viajero francés por el Perú «...por una ridícula extravagancia [...] [los españoles] gustan y hacen gran caso de los pies pequeños. Las mujeres, por esto, tienen un gran cuidado de ocultarlos, de manera que resulta un favor cuando los muestran, lo que hacen con gran mesura»24.

Regresando ahora al poema de Valle, repito los versos citados: «En tu pie miro el centro / de todo el mundo, / mas, ¿qué mucho lo sea. / si es sólo un punto?». Aquí se podría leer, metonímicamente, entonces, que en el pie de la mujer peruana (o en su belleza) se centra el mundo, algo que sin duda es una exageración jocosa. Como nos explican Lía Schwartz e Ignacio Arellano, en relación a la medida de los zapatos «se consideraban hermosos los pies pequeños: una medida aceptable era la de cinco puntos»25. Caviedes se mofa, entonces, de un -por así llamarlo- fetichismo exagerado del pie pequeño peruano que corresponde a solo un punto.

Pero por otro lado, en esos versos leemos también que el Perú se convierte en el eje del mundo. Esto es, sin embargo, mera ilusión o deseo frustrado, porque, se pregunta el poeta, qué mundo puede ser si es solo un punto. Conjeturamos, entonces, que el juego con el pie pequeño (el punto) que manipula la tradición literaria, parece poner en diálogo la relación de dependencia literaria (Valle y Caviedes/Quevedo) con una conciencia de dependencia cultural o política. ¿Por qué?

Pues, se podría pensar que estos ejemplos textuales conllevan ecos -conscientes o no- de esa «alma» de Quevedo que -como nos dice Valle- andaba penando su producción literaria. Me atrevo a conjeturar que sí. Pero ¿se trata acaso de un deseo de sobrepujar, o criticar la escritura de Quevedo? ¿Habría algo en la producción de su precursor que le podría haber disgustado a Valle? No lo creo. Más bien, sugiero, se trata de una expresión muy personal del poeta quien, como otros criollos o residentes del Perú «acriollados», se sentía marginado de la producción literaria peninsular. La relación de Valle hacia Quevedo es, por un lado, de orden literario, pero por otro, al hablarse de una «alma que anda en pena»; es decir, molestando, pareciera aludirse a posibles complejidades en torno a la relación o apreciación que el escritor del Nuevo Mundo tenía ante sus precursores, o contemporáneos peninsulares, no solo Quevedo.

Para argumentar este último punto valdría la pena recordar ciertas quejas del contemporáneo peruano de Valle, Juan de Espinosa y Medrano, «el Lunarejo» que se lamentaba de la situación marginal del letrado o escritor virreinal peruano con relación al peninsular. En su conocido despliegue de envidiable erudición, su Apologético a favor de Don Luis de Góngora, por ejemplo, en su dedicatoria al Conde Duque de Olivares, le recuerda que vive muy «distante del corazón de la monarquía», y añade que, por lo tanto, él y sus compatriotas se hallan «poco alentados del calor preciso con que viven las letras, y se animan los ingenios»26. Simultáneamente, en su advertencia al lector, recuerda que los criollos como él viven «muy lejos... y, si no traen las alas del interés, perezosamente nos visitan las cosas de España»; y de inmediato se percibe una nota de sarcasmo: «¿Pero qué puede haber bueno en las Indias? ¿Qué puede haber que contente a los europeos que desta suerte dudan? Sátiros nos juzgan, tritones nos presumen, que brutos del alma en vano se alientan a desmentirnos máscaras de humanidad»27. La queja de Espinosa y Medrano se dirige, en partea la poca importancia o reconocimiento que se le da al hombre de letras en el virreinato del Perú. La posición criolla de Espinosa y Medrano no es anti-española. Su libro se abre con una alabanza a la corona y al Conde Duque de Olivares y, recordemos, se trata de una defensa de Góngora. El Lunarejo, sin embargo, aquí, y también en su «Prefacio al lector» del volumen correspondiente a la Lógica, de su Philosophia Tomisthica, en palabras de Mabel Moraña, expresa una incipiente «voluntad de identificación de un estilo hispanoamericano de época, de claras connotaciones ideológicas»28.

Ahora, no propongo que Valle y Caviedes exprese una inseguridad o queja igual a la del Lunarejo, pero sí creo que mirando bien su producción poética, tanto satírica como seria, se puede rescatar una toma de conciencia en torno a la conflictiva relación que el ejercicio de su escritura pudo tener para con la creación literaria peninsular; relación que se posa sobre la memoria o alma de Francisco de Quevedo. Finalmente, hay que sugerir que esta escritura doble que imita -pero que imita con cierta preocupación- nos lleva a nosotros a recapacitar, en un sentido más general, sobre las relaciones culturales de dependencia entre la periferia virreinal y la metrópolis peninsular que se daban en el momento, y que se intensificaron con el pasar del tiempo.

En fin, con estas palabras he de finalizar este breve ensayo. No obstante, a modo de conclusión o apéndice me gustaría hacer mención de otros poemas sobre Lisi que quedan para ser estudiados en una futura ocasión. Hay en Valle, por ejemplo, otro poema jocoso dirigido a Lisi, intitulado «Pintura de una dama matante, con los médicos y cirujanos de Lima». Es un poema que empieza con la siguiente estrofa:


Lisi, mi achaque es amor,
y pues busca en ti el remedio,
y cual médico me matas,
hoy te he de pintar con ellos29.



Nuevamente nos encontramos, entonces, con una referencia muy similar a la del otro poema: el de pintar el retrato de Lisi. Cómicamente, en este caso el tópico del «morir de amores» se hace en forma de descripción descendiente identificando las partes corporales de Lisi con ciertos médicos que han sido blanco constante de Valle, Así, por ejemplo:


Don Rivillas traes por labios,
que es cirujano sangriento,
y aunque me matan de boca
yo sé que muero por cierto30.



O, más adelante, con una cómica alusión al italiano como sodomita:


De Carrafa el italiano,
tienen las muertes tu asiento,
que este habla entre cuero y calzas
y es visita de extranjero31.



El poema consta de diecisiete estrofas satíricas en las cuales a Lisi se la sigue retratando en función de médicos, médicos que -como bien sabemos para el caso de Valle- eran, más que curanderos, «matadores», lo que anuncia el título del poema. Este termina con la siguiente estrofa que, creo, es significativa:


Este es, Lisi, tu retrato;
mírate bien al espejo;
verás que te copia al vivo
con lo mismo que me has muerto32.



Aquí se escuchan ecos del carpe diem: el retrato es un espejo (o el poema en sí) que nos muestra a una Lisi grotesca, retrato que sigue la tópica ele la fugacidad del tiempo, pero espejo que también podría reflejar a la otra Lisi, la de Quevedo. Nos dice, irónicamente, que el poema la «copia al vivo» -es decir directo a ella- pero nosotros sospecharnos que está copiando a la Lisi de Quevedo. El poema termina con un último verso de múltiple significado: por un lado, la convención del morir de amores, que ha matado al poeta, uso reiterado de Quevedo para con su propia Lisi, pero, claro, en sentido seno. Por otro lado, sin embargo, hay que recordar que la muerte de Lisi también ha sido causada por los médicos matadores peruanos, que tanto satiriza Valle y Caviedes. Hay entonces, una mirada bifronte; por un lado, hacia la tradición literaria, con obvios recuerdos de Quevedo y, por otro, hacia la realidad hispanoamericana, recontextualizándose la tradición dentro de la realidad virreinal del Perú.

Finalmente, otro poema que queda por verse bajo un diálogo entre Valle y Quevedo es el muy conocido poema de este último intitulado «Retrato de Lisi que traía en una sortija», en el cual hallamos un verso muy significativo para la lectura que pudo haber hecho Valle del Parnaso Español de Quevedo. Se trata del verso elogioso de Lisi que dice: «Traigo todas las Indias en mi mano» (es decir, su la sortija). Es un verso que nos lleva a pensar en un diálogo entre el cabello dorado de Lisi y el oro extraído de las minas americanas; y recordemos que Valle era minero y escribe mucho sobre el tema. Como sugiere Lisa Rabin (y parafraseo del inglés), el juego de Quevedo con un blasón que muestra los atributos tísicos de la mujer como oro, perlas, diamantes y rubíes, convierte la herencia petrarquista en una metáfora imperial, o una alegoría del deseo español de poseer los tesoros de América, Asimismo, Rabin apunta otros versos de otros poemas en que también se asocia la belleza de Lisi con América: en uno, por ejemplo, se lee que el pelo de Lisi es «rubio metal, rico flamante de las Indias»33.

Estas últimas son, entonces, meras sugerencias de interés para seguir indagando, con mayor investigación y certeza, sobre las posibles relaciones entre Quevedo y Valle y Caviedes. El asunto, por lo tanto, queda abierto para una futura ocasión, o para un futuro investigador.






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