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En este punto, es importante recordar que Sheldon afirma que el objetivo de la psicología constitucional, por lo que al individuo se refiere, es la antítesis directa de todo «fatalismo». Consecuentemente, piensa Sheldon que se trata de comprender y desarrollar a todo individuo «según las mejores potencialidades de su propia naturaleza», a protegiéndolo de la fatal frustración de una falsa persona y de falsas ambiciones. «Esto -concluye- no es fatalismo, sino naturalismo», The varieties of Temperament, págs. 435 a 438, New York, 1942.

 

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Gilbert Murray, en su Esquilo, considera a la tragedia como una expresión griega de arte. «En el drama hindú -dice-, el final desdichado está virtualmente prohibido. Presuntamente, sería un mal augurio. Los dramas chinos y japoneses giran en torno a farsas, romances, o largos relatos de aventuras históricas, pero hasta donde pueden revelarlo las investigaciones de un profano, carecen de tragedia. Se trata de una invención griega...», pág. 22, Buenos Aires, 1943.

Parece existir cierta relación entre el conflicto de la razón y la fe, y el espíritu de lo trágico. El «rasgo trágico» inherente a la mentalidad occidental -escribe Bogumil Jasinowski-está vinculado al conflicto entre el conocimiento y la fe. Aquella vinculación se hace quizás más comprensible al tomar en consideración que la espiritualidad hindú, tan diferente de la nuestra, tiene esto de particular: el que le es ajena hasta la categoría misma ético-estética de lo trágico, la cual, por supuesto, desempeña un papel importantísimo en nuestra vida espiritual». El conflicto entre la razón y la fe, pág. 37. Varsovia. 1921. También Scheler, bien que siguiendo otro curso de pensamientos, considera que el panteísmo «niega la esencia de lo trágico», Ética, Sección sexta. Cap. II.

En fin, por lo que respecta a la cultura islámica el drama tampoco se desarrolló porque «el fatalismo -así se lo explica Burckhardt- hace que sea imposible derivar el destino cruzamiento de las pasiones y las pretensiones» (Reflexiones sobre la Historia Universal, Cap. III)

 

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Shakespeare, Cap. II. Croce piensa que el poeta inglés no sólo se encuentra al margen del cristianismo, ya sea en su forma de protestantismo o de catolicismo, «sino de toda fe trascendente y teológica». Del mismo modo, juzga como arbitrario el calificar -entre otros muchos encasillamientos- a la «filosofía» de Shakespeare como «panteísta».

 

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En su ensayo Zum Phänomen des Tragischen, Max Scheler se ha referido a las condiciones que hacen posible la tragedia, partiendo de supuestos que en algún punto, se tocan con los aquí expuestos. Piensa que en cualquier parte que se represente al hombre como configurado por el medio o, por el contrario, como definitivamente libre frente a las acciones que le conducen a la catástrofe, no existe lugar para la tragedia. «Por eso -escribe-, ni el naturalismo y determinisno, ni la doctrina racionalista sobre la «libertad de la voluntad humana», no limitada por sucesos naturales, son concepciones que posibiliten la comprensión de lo trágico»; «...no hay en ellas posibilidades para «necesidades esenciales» que sobrepasen los factores naturales y la libre elección. Véase el volumen Vom Umsturz der Werte, pág. 254, Leipzig, 1923.

 

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J. P. Eckermann, Conversaciones con Goethe, T. I., Madrid, 1920. Sobre el concepto de objetividad y naturaleza en Goethe, véase mi artículo Goethe y Spinoza, en la revista «Babel». N.º 52, 1949, Santiago de Chile.

 

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La personalidad neurótica de nuestro tiempo, págs. 51, 105, 125, 129, 136, 296, 299. Buenos Aires, 1946.

 

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El miedo a la libertad, págs. 25 a 40, Buenos Aires. 1947. Véase particularmente su interpretación histórico-social del carácter y de la naturaleza humana en general.

 

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Margaret Mead ha realizado un estudio antropológico de las adolescentes de Samoa, en el que muestra cómo las diferencias culturales condicionan la forma y curso de la adolescencia fijando, con ello, límites a la primacía del condicionamiento fisiológico de la psicología juvenil. En consecuencia, afirma que «los ritmos culturales son más fuertes y coercitivos que los fisiológicos y los cubren y deforman», Adolescencia y cultura en Samoa, Buenos Aires, 1945. En su obra Sexo y temperamento (Buenos Aires, 1997), insiste en el mismo criterio, sólo que aplicándolo a la psicología diferencial de los sexos. En efecto, llega a la conclusión de que los rasgos de la personalidad llamados masculinos o femeninos, no se encuentran específicamente ligados al sexo, sino que a condicionamientos de naturaleza histórica. Piensa que a través de la evolución cultural son elegidos algunos rasgos psíquicos latentes en la personalidad humana, los que acaban considerándose como propios de uno u otro sexo, o bien de la comunidad toda. De lo cual deduce la historicidad del fenómeno de inadaptación del individuo, ya que el inadaptado, sólo aparece en cuanto su tipo de personalidad se contrapone a los rasgos del carácter considerados como valiosos por la cultura en que vive. Pero, a pesar de considerar como supuesta la «congruencia establecida entre la base fisiológica del sexo y las características emocionales», no se decide a tocar la fenomenología del sentimiento de lo humano. Verdad es que asigna especial significación a las identificaciones de niño con uno de sus padres; pero, Margaret Mead piensa que la identificación con un progenitor del sexo opuesto acontece, antes por una afinidad de temperamento que por una acentuación de los vínculos afectivos intensamente deseada. De este modo, «la identificación a través del temperamento, no consigue revelarnos el sentido de la variabilidad de la experiencia de lo humano. Por el vacío anotado, no puede constituir una superación de los antagonismos y múltiples tipos de inadaptaciones sociales, la idea de una posible actualización cultural de los innumerables temperamentos que oculta la personalidad humana.

 

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El escritor peruano Mariano Iberico, opina que sin formarse una imagen idílica de la naturaleza a la manera de Rousseau, es necesario «reanimar el sentimiento cósmico, la emoción de la vida universal». No llega, sin embargo, a descubrir las relaciones existentes entre el sentimiento de la naturaleza y la experiencia de lo humano. En efecto influido por Klages y Scheler, limítase a la descripción del «sentimiento de fusión vital entre los hombres», a cierto primitivismo del sentimiento de comunidad, pero sin atender a la dialéctica de la visión de lo singular en el prójimo. En fin, piensa en la renovación de los lazos interhumanos sólo bajo el signo impersonal de la magia de lo dionisíaco. Véase su excelente ensayo El sentimiento de la vida cósmica, Buenos Aires. 1946. En él distingue entre sentimiento intelectual de la naturaleza, sentimiento de continuidad vital y sentimiento del paisaje, limitando su descripción al plano de la historia del pensamiento antes que a sus manifestaciones histórico-culturales concretas, colectivas e individuales, tal como aquí intentamos hacerlo.

 

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Robert H. Lowie, en su Historia de la Etnología, opina que no se puede aplicar a ciertos fenómenos de la vida del primitivo (al shamanismo, por ejemplo), la distinción psicológica entre tipos extravertidos e introvertidos. En consecuencia, cree que «la experiencia etnográfica no comprueba la afirmación de que los pueblos salvajes son predominantemente extravertidos, sino que más bien sugiere el mismo carácter dual, como entre nosotros». Subraya, además, las limitaciones que evidencian la psicología y la psiquiatría al intentar comprender las experiencias primitivas de lo personal e individual, del mismo modo como al explicar las racionalizaciones y conversiones en experiencias místicas o visiones extáticas de las manifestaciones morbosas de la personalidad primitiva.