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Emilia Pardo Bazán (1851-1921): Nada menos y mucho más que traductora

Ana María Freire López

El 11 de febrero de 1911 el periódico madrileño El Liberal publicaba una entrevista a Emilia Pardo Bazán. La firmaba Carmen de Burgos y, entre todas las realizadas a la mejor novelista del siglo XIX español, es la única firmada por una mujer (Freire, 2013). Por serla entrevista el género periodístico con más contenido autobiográfico resulta un aliado a la hora de trazar el retrato de Emilia Pardo Bazán que, en sus charlas con los periodistas, y especialmente con Carmen de Burgos, aportó pequeñas pinceladas para ese retrato, que no se encuentran en otros de sus escritos.

El encuentro, que duró dos horas largas, tuvo lugar en la vivienda de la escritora, y se desarrolló en un ambiente cordial, que permitió charlar de todo un poco: de lo profesional y de lo privado, del personaje célebre que ya entonces era doña Emilia y de la mujer que en la intimidad confesaba gustos, aficiones y hasta caprichos a una periodista cuya admiración hacia Pardo Bazán es patente en sus preguntas y en sus observaciones.

En 1911 Emilia Pardo Bazán había llegado a la cima de su carrera como escritora. Sus novelas, bien conocidas en España, habían sido traducidas a varios idiomas, y su firma era habitual en la prensa desde hacía muchos años, no solo al pie de numerosísimos cuentos, sino también de artículos y columnas en los principales periódicos y revistas de España y del extranjero. En la prensa habían aparecido sus crónicas de acontecimientos internacionales, como el jubileo del papa León XIII, o las Exposiciones Universales celebradas en París en 1889 y 1900, adonde había acudido como corresponsal de El Imparcial en el primero y en el último caso, y de La España Moderna en el segundo. Los lectores pudieron disfrutarlas después reunidas en volúmenes titulados respectivamente Mi romería (1888), Al pie de la torre Eiffel (1889) y Cuarenta días en la Exposición (1901). Pardo Bazán también había fundado y dirigido dos revistas -la Revista de Galicia (1880) y Nuevo Teatro Crítico (1891-1893)-, había pulsado el teatro con algunos estrenos, y había pronunciado conferencias ante numerosa audiencia, que siempre tuvieron gran eco en la opinión pública.

Su inteligente defensa del papel de la mujer en la sociedad le había abierto las puertas del Ateneo, en el que fue la primera mujer admitida como socio, y donde había sido elegida, en 1906, presidenta de la Sección de Literatura.

Ante tales méritos, a Carmen de Burgos le sorprende gratamente la sencillez y la simpatía de doña Emilia, su voz animada, su amabilidad exquisita, el tono cercano de aquella conversación en que doña Emilia parecía olvidar «su personalidad de autora y la mía de periodista» (Burgos, 1911). Doña Emilia sonríe al confesarle que tiene el vicio de jugar al tresillo, y ríe abiertamente cuando se le pregunta por sus caprichos o por sus padecimientos, admitiendo que, aunque artrítica, tiene buena salud, duerme bien y come menos de lo que le gustaría, pues tiene excelente apetito. En conclusión, afirma Carmen de Burgos, «nada raro ni extraordinario puedo contar a los lectores de esta mujer tan admirablemente equilibrada» (Burgos, 1911), que posee una fuerte personalidad y una modestia encantadora.

También salen en la conversación algunas cuentas pendientes. Doña Emilia, a quien Alfonso XIII había concedido en 1908 el título de condesa de Pardo Bazán, por su propio mérito literario -no como heredera de su padre-, no había recibido ciertas condecoraciones que, en opinión de Carmen de Burgos, merecía. Pero la escritora, que poseía la cruz de Puente Sampayo, heredada de su abuelo, y la cruz pontificia «Pro Ecclesia», pero ninguna española a título personal, le confiesa que preferiría una cátedra, porque «los honores no valen lo que el trabajo» (Burgos, 1911). Esta aspiración la vería colmada en 1916, cuando el ministro Julio Burell creara para ella la cátedra de Literatura Contemporánea de Lenguas Neolatinas en la Universidad Central, convirtiéndola en la primera mujer catedrática de Universidad en España. Sin embargo, en la entrevista no se menciona la cuenta pendiente que más dolió a doña Emilia: la pertenencia a la Real Academia Española, que se le había negado, solo por su condición de mujer, en las dos ocasiones en que lo había intentado, en 1889 y en 1891.

Emilia Pardo Bazán no había cumplido aún sesenta años en la fecha de la entrevista de Carmen de Burgos, que se admira de la fecundidad asombrosa de aquella «mujer superior», que había nacido en La Coruña el 16 de septiembre de 1851.

Hija única de don José Pardo Bazán y doña Amalia de la Rúa, Emilia pasó sus primeros años en su ciudad natal y recibió en su propia casa la educación que se daba a las niñas de entonces. Su deseo de saber se manifestó temprano. Desde pequeña fue una gran lectora y, recordando aquella época, lamentaba que no le hubieran enseñado latín en lugar de piano, que nunca le gustó, para poder leer aquellos libros de su padre, entre los que se encontraban una Eneida, unas Geórgicas y unas Elegías de Ovidio que le tentaban.

Cuando sus padres comenzaron a pasar los inviernos en Madrid, al ser elegido su padre diputado por el partido progresista, inscribieron a Emilia en un colegio francés, del que salió hablando con perfección esa lengua, que fue para ella la segunda. A lo largo de su vida leería y escribiría en francés y, a través de él, conocería, en las frecuentes temporadas que pasó en Francia, otras literaturas extranjeras vertidas a ese idioma. Y en francés redactaría artículos y conferencias que pronunció en el país vecino.

En 1868, Emilia contrajo matrimonio con José Fernando Quiroga Pérez de Deza, y los recién casados se instalaron en Santiago de Compostela, donde él debía terminar la carrera de Derecho. Podría decirse que paralelamente la cursó Emilia, por su interés en conocer los libros que él manejaba y ayudarle en sus estudios.

Ante la situación política española a finales de 1872 -era inminente la caída de Amadeo de Saboya-, los padres de la escritora decidieron emprender un largo viaje por Europa, con el fin de visitar la Exposición Universal que entonces se celebraba en Viena, y les acompañó el joven matrimonio. Salieron de La Coruña el primer día del año 1873 y visitaron Francia, Italia, Suiza y Austria. Emilia consignó sus impresiones de aquel viaje en un diario, publicado por primera vez en fecha reciente (González Herrán, 2014). En ese viaje Emilia conoció otros países y otras mentalidades, y tuvo la oportunidad de familiarizarse con otros idiomas. Además de asistir al teatro en lengua italiana, pudo «saborear a las orillas del Po y en el canal de Venecia poesías de Alfieri y Ugo Foscolo, prosa de Manzoni y Silvio Pellico» (Pardo Bazán, 1886: 32). Además, «en los momentos de descanso, después de haber visitado un museo o un monumento histórico, en las noches casualmente pasadas en el hotel, cogía libros y repasaba mis temas ingleses, porque me había propuesto leer en su idioma a Byron y a Shakespeare» (Pardo Bazán, 1886: 32). Antes de partir había recibido algunas clases de inglés de «un profesor londoniano, que estaba muy orgulloso de serlo y que se burlaba sazonadamente de mí al enterarse de mis proyectos ambiciosos de traducir en breve la escena de la muerte de Desdémona o el Farewell! de Byron» (Freire, 2001: 322). Pero no contaba con la capacidad de su alumna, que en su madurez recordaba la época en que «más de un año, acaso dos, me los pasé leyendo y releyendo a Shakespeare en el texto inglés, de suerte que, involuntariamente, aprendí de memoria innumerables frases y trozos enteros de sus mejores dramas y comedias. [...] Tan familiarizada llegué a encontrarme con Shakespeare, que de noche, en familia, durante las veladas de invierno, solía coger el texto y traducir en alta voz, de corrido y sin diccionario, algunos de sus mejores dramas»1.

Pero al regresar de la Exposición de Viena, además de preocupar, y mucho, la situación política española, en los ambientes cultos no se hablaba más que de una nueva corriente de pensamiento de procedencia alemana, el krausismo. Emilia se interesó por ella y quiso leer las obras donde se exponía aquella nueva doctrina pero, molesta por las deficientes traducciones castellanas de los textos krausistas, decidió aprender alemán. Fue gracias a su curiosidad por conocer el contenido de aquellos libros como cobró «afición a la lectura seguida, metódica y reflexiva, que pasa de solaz y toca en estudio» (Pardo Bazán, 1886: 37). Y aunque pronto se dio cuenta de que prefería leer aquellas obras filosóficas en «buenas traducciones francesas, pues ofrecen el hipérbaton alemán ya reducido a la construcción latina, lo que basta a dar al entendimiento paz y luz con que se apropie el fondo, si a tanto alcanza» (Pardo Bazán, 1886: 36-37), se sirvió de los conocimientos adquiridos para disfrutar de los literatos alemanes. Leyó entonces a Goethe, Schiller, Bürger y Heine, y de esta época son las primeras traducciones que se conservan de Emilia Pardo Bazán.

En el Archivo de la Real Academia Galega se encuentran los borradores de algunos poemas de Heine -el «Intermedio lírico», varios «Cantares», una «Balada», «Imágenes del sueño», «La pena...»-, que en la década de los ochenta envió a periódicos gallegos -Diario de Lugo, Faro de Vigo, El Heraldo Gallego de Orense-, y que fueron reproducidos en revistas y periódicos de Barcelona, Sevilla y hasta de La Habana.

También en periódicos de su tierra aparecieron las traducciones del gallego que por esa misma época hizo de algunos poemas de Eduardo Pondal que, cuando las conoció, felicitó a la traductora por su sensibilidad y pericia, pues había logrado expresar incluso lo que no estaba escrito y que él había sentido (Freire, 1991). Emilia Pardo Bazán, que conocía el gallego, nunca lo cultivó por escrito:

No he escrito en gallego hasta la fecha una línea sola, y creo que por la misma razón, no teniendo pretensiones por cuenta propia, saboreo mejor todo lo que en gallego se escribe, y muy en especial la poesía, sin meterme a ahondar si está o no conforme piden la ortografía y la sintaxis ortodoxa, y prefiriendo aquello que más me recuerda el hablar, pensar y sentir de los aldeanos.

(Pardo Bazán, 1886: 82)



Con ese paladar que le permitía saborear la lengua gallega reseñó en 1880, en la Revista de Galicia, el poemario Saudades gallegas de Valentín Lamas Carvajal (Freire, 1999). Por esas mismas fechas se interesó por la poesía catalana y, en consecuencia, por esa lengua. Así, en 1882 se atrevió a incluir en su obra sobre San Francisco de Asís su propia traducción, en prosa poética, del poema de Jacinto Verdaguer «S. Francesch s'hi moría», y años después realizó una bella traducción libre, también en prosa, del poema «Anyorament» de Rubio y Ors, para la edición políglota de Lo Gayter del Llobregat (Sotelo, 2006: 567).

Pero la afición juvenil de Emilia Pardo Bazán por la poesía no se limitó a la lectura de otros poetas. El nacimiento de su primer hijo en 1876, despertó en ella sentimientos que cuajaron en poemas y, gracias a la generosidad de su buen amigo Francisco Giner de los Ríos, se publicaron más tarde en un volumen que tituló con el nombre de su primogénito: Jaime (1881).

Aunque en 1866 Emilia había enviado su primer cuento, Un matrimonio del siglo XIX, al almanaque de La Soberanía Nacional, la publicación de sus traducciones de poesías en la prensa periódica supuso para ella un mayor acercamiento al medio en que daría a conocer buena parte de su creación literaria, y en 1879 se decidió a enviar a un periódico de ámbito nacional su primera novela, Pascual López. Autobiografía de un estudiante de Medicina, que se publicó en Revista de España antes de ser editada en volumen.

Emilia había tardado mucho tiempo en conocer la existencia de la novela española contemporánea influida por un ambiente que consideraba una pérdida de tiempo la lectura de novelas, siempre que no fuera para ejercitarse en otras lenguas. «Como leía más en idiomas extranjeros que en el propio, comencé por Los novios de Manzoni y las Cartas de Jacobo Ortis; seguí por Walter Scott, Litton Bulwer y Dickens; pasé luego a Jorge Sand y Víctor Hugo» (Pardo Bazán, 1886: 50). Hasta que alguien le sugirió la lectura de Pepita Jiménez, a la que siguió El sombrero de tres picos y los primeros Episodios nacionales. Así, a finales de la década de los setenta, descubrió la novela contemporánea española, y desde entonces no necesitó que la aconsejaran. Era el impulso que necesitaba para decidirse a escribir su primera novela, aunque entonces -recordaba años después- todavía no había encontrado su propio estilo.

Recién publicada Pascual López, aceptó con interés la propuesta de dirigir una revista de carácter cultural que en 1880 iba a fundarse en La Coruña, la Revista de Galicia, en la que colaborarían hombres y mujeres y que aceptaría originales en castellano y en gallego (Freire, 1999). Era un paso más en su contacto con el periodismo, ahora desde dentro y ya no como colaboradora ocasional de publicaciones ajenas. En la Revista de Galicia tuvo la oportunidad de publicar varios textos traducidos por ella. Con su nombre y apellidos firma, en el número 4 (25/03/1880) la traducción de «El padre Secchi», semblanza firmada por G. Rayet de uno de los más destacados astrónomos de los últimos años, fallecido poco tiempo atrás, que tanto había contribuido al progreso de la Física astronómica. Emilia Pardo Bazán parece también la autora de la traducción de Stello de Alfred de Vigny que, con el título de Un episodio del terror. Novela, se fue publicando en la Revista de Galicia por capítulos, que llegaban al XXII el 25 de octubre cuando, en el número 20, se interrumpía la publicación de la revista. Una enfermedad hepática obligó entonces a la escritora a tomar las aguas en el balneario de Vichy, hacia donde partió en septiembre de 1880, acompañada de su marido. Dejaba también inacabado su San Francisco de Asís (Siglo XIII), que no terminaría hasta septiembre de 1881. En esta obra, que en los comienzos de su carrera le proporcionó una gran popularidad -doña Emilia fue conocida por muchos como «la autora de San Francisco de Asís»-, dejó Pardo Bazán huella de su conocimiento de otros idiomas, pues entre la documentación que manejó para escribirla se encuentran fuentes en distintas lenguas, de las cuales incluyó en su obra citas literales, comentarios o alusiones. Si efectivamente tradujo ella misma los numerosos textos latinos que cita, reproduciendo la versión original casi siempre en nota, y dando la traducción castellana en el cuerpo del trabajo, llegó a tener un buen conocimiento y una gran soltura ante aquella lengua que deseaba que le hubieran enseñado en la infancia. Otros textos citados proceden del francés, del italiano, del portugués, del alemán, idiomas que conocía y que, por tanto, pudo leer sin intermediarios.

Nos apartaría de nuestro propósito actual la mención pormenorizada del elevado número de fuentes en lenguas distintas del castellano que utilizó Emilia Pardo Bazán para escribir San Francisco de Asís, pero es un estudio que valdría la pena realizar. No obstante, en algunos casos concretos, la escritora deja constancia de que ella es la autora de determinada traducción que ofrece en su libro. Así ocurre en el capítulo XVII, titulado 'San Francisco y la poesía', cuando, considerando inédito ese texto, da su personal versión del Stabat Mater speciosa y del Stabat del pesebre de Jacopone de Todi, el autor del célebre Stabat de la cruz, al que ella considera el poeta franciscano más digno de estudio, aunque reconozca que «cuando pruebo a traducir alguna estrofa, siento evaporarse el encanto del idioma, de la melodía y del antiguo candor» (Pardo, 2014: 700). Otra notable traducción de doña Emilia, además de la ya mencionada del «S. Francesch s'hi moría» de Verdaguer, que incluyó en el capítulo IV, es la del Canto undécimo -el Paraíso- de La divina comedia, en prosa poética y con notas, que, como broche final, quiso ubicar inmediatamente después del último capítulo de la obra.

Fue durante aquellos días tranquilos de vida balnearia cuando leyó por primera vez a Balzac, Flaubert, Goncourt y Daudet. A Zola ya lo conocía, por haber leído L'Assomoir2. Y antes de regresar a España tuvo la oportunidad de conocer personalmente a aquel epígono del Romanticismo que era Víctor Hugo.

En medio de su lectura reflexiva de los autores franceses, comenzó en Vichy a escribir Un viaje de novios (1881), en cuyo prefacio se advierten por primera vez en España los ecos de la corriente naturalista, que pronto daría a conocer en una serie de artículos publicados en La Época, que reunió en su libro La cuestión palpitante (1883). El revuelo que suscitó la publicación acabó precipitando su separación matrimonial, que los más allegados presentían desde hacía tiempo.

En la estela del Naturalismo, aunque sin compartir en su totalidad los postulados de Zola, que chocaban con la fe católica que siempre mantuvo, publicó doña Emilia La Tribuna (1883), El cisne de Vilamorta (1885), Los pazos de Ulloa (1886) y La madre Naturaleza (1887). Pero en Vichy no solo había disfrutado de la lectura de los autores franceses, sino que había reflexionado sobre las nuevas tendencias literarias y pronto se dio cuenta de que los inspiradores de aquella nueva generación de novelistas eran los hermanos Goncourt, de estilo exquisito y delicado, inimitable y difícilmente traducible. Hacia Edmond de Goncourt sentía admiración y le unía con él una buena amistad. Durante el invierno de 1885, que Emilia pasó en París, solía visitarle los domingos en su desván. «Allí se reúnen la espada, la mala3 y el basto de la moderna novela francesa, Zola, Goncourt y Daudet; allí concurren también muchos de los jóvenes, como en París se dice, que descuellan: Huysmanns, Rod, Maupassant, Alexis», recordaba tiempo después (Pardo Bazán, 1886: 86), y allí charló ella «con el viejo maestro de la dificultad de traducirle, por las infinitas delicadezas, novedades, osadías, matices, filigranas y lentejuelas de su quintaesenciado estilo» (Pardo Bazán, 1886: 85). Pero cuando Emilia conoció, gracias a Narciso Oller, la deficiente traducción que acababa de publicarse en Barcelona de La fille Élisa (1877), determinó emprenderla traducción de Les Frères Zemganno (1879), «no solo por experimentar si es dable hacerlo sin robarle a Goncourt la flor ni al castellano la honra, sino por simpatía personal y antigua admiración hacia el artista exquisito» (Pardo Bazán, 1886: 86). Es la traducción más estudiada de Emilia Pardo Bazán. Se conserva el ejemplar francés sobre el que trabajó, en cuyos márgenes anotó las posibles traducciones de una misma palabra. No obstante, según testimonios epistolares, el propio Goncourt le ayudó a precisar el sentido de algunas palabras y expresiones (González Herrén, 2005). Y aunque la traducción española de Los hermanos Zemganno vio la luz en 1891, Emilia debió de haberla comenzado mucho antes, pues en el capítulo de La cuestión palpitante dedicado a «Los hermanos Goncourt», se encuentran párrafos que coinciden exactamente con los de la novela publicada. Para Emilia Pardo Bazán, que nunca tradujo a Zola4, «por varias razones, entre ellas porque Zola, que fue un gran artista, no fue un artista de la forma, exquisito, raro, refinado como los Goncourt, y traducir a Zola... sería traducir y no más»5, afrontó como un reto, en más de una ocasión, la dificultad de traducir a los Goncourt. Entre sus papeles inéditos conservados en la Real Academia Galega se encuentra, incompleto, el texto de la traducción de La patrie en danger (1873), que ella tituló La canonesa (h. 1905)6, junto a una traducción juvenil, también inacabada, del drama Adriana Lecouvreur (1849) de Eugène Scribe y Ernest Legouvé.

También fue en el invierno de 1885, y en París, cuando tuvo Emilia su primer contacto con la literatura rusa. La lectura de Crimen y castigo de Dostoievski le impresionó hondamente. Aquel modo de escribir añadía a la observación realista y naturalista un componente espiritual que Emilia echaba de menos en la novela europea. Así que, fiel a su costumbre de leer a los autores, siempre que fuera posible, en su lengua original, pensó en estudiar ruso. Sin embargo, en este caso la dificultad era mayor. Sus dotes intelectuales eran grandes pero, después de considerar con mucho realismo que tardaría no menos de dos años en dominar la nueva lengua, se conformó con leer a los autores rusos en buenas traducciones francesas. Aquellas lecturas cuajaron en un nuevo proyecto: dar a conocer en España su descubrimiento, y así, en 1887, pronunció en el Ateneo de Madrid, ante una inusitada afluencia de público, un ciclo de conferencias, pronto reunidas en su libro La revolución y la novela en Rusia. Era la primera vez que en España se hablaba de la novela rusa y, como en el caso del Naturalismo en La cuestión palpitante, la pionera fue Emilia Pardo Bazán.

Pocos meses después de que La España Editorial publicara, en la primavera de 1891, Los hermanos Zemganno, se completó la edición de otra excelente traducción de Emilia Pardo Bazán: la de París de Auguste Vitu. Se trataba de una obra de lujo, cuyos cuadernos habían empezado a publicarse en diciembre de 1890. El volumen resultante era espléndido en su aspecto material y, desde luego, textual. Se trata una obra de 548 páginas, cuidadosamente editada por Enrique Rubiños, que contiene 459 grabados. Emilia Pardo Bazán consideraba que el texto original, por su prosa sobria, clara y elegante, merecía los mayores elogios, aunque no fuera acompañado de láminas. Ella, por su parte, confesaba haber puesto tanto esmero en su trabajo como en sus propias obras de creación.

La traducción española va precedida de unas palabras «Al Lector» en donde se encuentran muchas de las ideas que doña Emilia siempre defendió sobre el arte de traducir, como que la importancia de una traducción no debe medirse por la dificultad de la lengua de que procede; que no es más meritorio traducir verso que prosa, aunque siempre traducirá mejor el verso quien sea poeta; que el traductor ha de tener, además del conocimiento de la lengua original el de la propia, para resolver con ingenio, sensibilidad y arte los problemas terminológicos o sintácticos que se susciten mientras realiza su tarea. Emilia, de acuerdo en esto con la tendencia de su época, es partidaria de españolizar todos los términos que sea posible y, cuando no lo sea, no le molesta mantener la palabra original, aclarándola en nota si es preciso: es decir, defiende un proceder ecléctico.

La obra tuvo una recepción muy elogiosa, que no llegó a conocer Vitu, pues falleció en el verano de 1891, antes de que en España vieran la luz los últimos cuadernos.

Tanto la publicación de Los hermanos Zemganno como la de París de Vitu coinciden con una etapa complicada en la vida de Emilia Pardo Bazán, pues la muerte de su padre en 1890 le afectó profundamente. Además, en otoño de ese año, la familia Pardo Bazán trasladó su residencia a Madrid, donde Jaime comenzó ese curso la carrera de Derecho.

La herencia recibida dio a Emilia la oportunidad de emprender nuevos proyectos. Uno de ellos, la fundación de una revista cultural, con cuyo título quiso rendir homenaje al padre Feijoo, el gran defensor de la mujer en el siglo XVIII. Nuevo Teatro Crítico (1891-1893) se publicó durante tres años, tuvo treinta números de unas cien páginas cada uno y estaba enteramente redactada por ella. El otro proyecto fue la creación de La Biblioteca de la Mujer, con el propósito de ofrecer a sus contemporáneas lecturas que ayudasen al cultivo de su inteligencia.

Todo ello sin interrumpir su colaboración en publicaciones periódicas dentro y fuera de España, sus viajes, sus conferencias, su intensa vida social y su creación novelesca, pues en esos años publica Insolación (1889), Morriña (1889) y La piedra angular (1891).

Y aunque en La Biblioteca de la Mujer incluyó obras de autores extranjeros, no las tradujo doña Emilia, según su propio testimonio7, aunque así se haya afirmado. Como tampoco volvió a publicar, desde 1891, traducción alguna de una obra ajena, aunque se haya atribuido a Emilia Pardo Bazán la traducción de 1914 -por cierto, nada ejemplar- de la novela Ramuncho (1896) de Pierre Loti, para la que doña Emilia únicamente redactó el prólogo8.

Ya en su época llamaba la atención la capacidad de trabajo y la fecundidad como escritora de doña Emilia. Por la entrevista de Carmen de Burgos nos enteramos de algunos detalles de su día a día. Doña Emilia no madruga, confiesa que es muy dormilona, que trabaja solo por la mañana -desde que se levanta hasta la hora de comer- y que no come temprano. Por la tarde, si no tiene un compromiso urgente, no se ocupa del quehacer literario: descansa y lee. Desde hace años escribe a máquina. Le agrada la vida social, que le ocupa mucho tiempo, al igual que sus viajes. Desde que abandonó la equitación, cuando nació su hijo Jaime, no practica ningún deporte. Le gustan los quehaceres de la casa, sobre todo la cocina9. Y, sorprendentemente, esta «mujer superior» encuentra tiempo para todo.

Recién terminada la publicación de Nuevo Teatro Crítico publica su novela Doña Milagros (1894), a la que siguen poco después Memorias de un solterón(1896), El tesoro de Gastón (1897), El Niño de Guzmán (1898) y El saludo de las brujas (1898). Entretanto, va publicando sus Obras completas, cuyos tomos prepara y revisa personalmente.

En la primera década del nuevo siglo, en la que emprende con ilusión la aventura de conquistar -con éxito desigual- los escenarios10, da a luz sus novelas Misterio (1903), La Quimera (1905) -previamente publicada por entregas en La Lectura- y La sirena negra (1908), en las que se advierten ecos de las corrientes de fin de siglo, porque el estilo de Emilia Pardo Bazán se fue renovando, sin dejar de ser ella misma, con el sucederse de los años y de las tendencias literarias.

También en sus ideas políticas había evolucionado, dejando atrás el romántico carlismo de su juventud y, aunque nunca dejó de ser monárquica, tuvo a lo largo de su vida amigos de muy diferentes tendencias políticas. Ella, buena amiga de Galdós, de Unamuno y de Teófilo Braga, presidente de la República portuguesa, contaba en una ocasión, entre bromas y veras, a Eça de Queirós, que se extrañaba de que una mujer tan avanzada se declarase monárquica:

Estoy dispuesta a declararme republicana cuando vea que existe una República con presidente hembra. Mientras las Repúblicas sean más sálicas que las Monarquías, estas tienen toda mi simpatía y adhesión. España, hoy, está regida por una mujer.

Abriendo mucho la boca, Eça de Queiroz exclamó en portugués:

-Isto é que eu não imaginaba!

Y ahí tiene usted mi inofensivo y casi humorístico feminismo11.

Por otra parte, los adelantos que trajeron consigo los nuevos tiempos encontraron buena acogida en ella, siempre abierta a lo que entendía como progreso12. Emilia Pardo Bazán fue una de las primeras personas que hizo instalar en su domicilio madrileño la luz eléctrica, y la fiesta que organizó con ese motivo fue reseñada en la prensa. También dispuso muy pronto de teléfono y de máquina de escribir, junto a la que quiso fotografiarse. Y, aunque le tuvo cierta desconfianza, se declaró «partidaria decidida del automóvil»13. Lo que nunca acabó de convencerle fue la aviación, sin duda porque la conoció en sus comienzos:

Hasta que un burgués cualquiera, con su familia, pueda tomar billete de aeroplano, y hacer un viaje con probabilidades de no estrellarse, la aviación será distracción de millonarios, empeño, loable sin duda, de Sociedades esportivas [sic], que pueden gastarse el dinero en premios, y darse el gusto de crear el drama de los aires, para seguirlo con interés desde la tierra14.

De su última novela, Dulce dueño, habla largamente doña Emilia en la entrevista con Carmen de Burgos, pues acababa de publicarse. Pero hace tiempo que prefiere escribir cuentos que, publicados en volúmenes (La dama joven y otros cuentos, Cuentos escogidos, Arco Iris...) o recopilados por ella misma en varios tomos de sus Obras completas (Cuentos de Marineda, Cuentos nuevos, Cuentos de amor, Cuentos sacroprofanos...) o rescatados recientemente de la prensa por investigadores actuales, pasan ya de seiscientos.

En la última década de su vida se acumularon acontecimientos familiares: el matrimonio de su hija Blanca en 1910 y el de Jaime en 1916. Y entre una y otra fecha la muerte de su marido en 1912 y la de su madre en 1915. Y también confluyeron satisfacciones: su nombramiento como Consejera de Instrucción Pública (1910), su ingreso como socio de número en la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País (1912), la concesión por Alfonso XIII de la banda de la Orden de María Luisa (1914), su ya mencionada cátedra universitaria (1916), y hasta la inauguración del monumento dedicado a ella en La Coruña, erigido por el escultor Lorenzo Coullaut-Valera.

No había cumplido los setenta años cuando la muerte la sorprendió, el 12 de mayo de 1921, horas después de lo que pareció un desvanecimiento sin importancia sufrido el día anterior, mientras estaba escribiendo. La noticia aparecía en primera plana de todos los periódicos del día 13, y tanto en ellos como en los de los días sucesivos es patente el reconocimiento de sus contemporáneos ante la valía intelectual, literaria, social y personal de Emilia Pardo Bazán, una mujer que fue nada menos y mucho más que traductora.

Bibliografía

Bibliografía primaria

  • PARDO BAZÁN, E. (1886): Apuntes autobiográficos, incluidos en la primera edición de Los Pazos de Ulloa, Barcelona, Daniel Cortezo.
  • —— (1887): La revolución y la novela en Rusia, Madrid, Imprenta y fundición Tello.
  • —— (2005): La vida contemporánea [Crónicas en La Ilustración Artística], intr. y ed. C. Dorado, Madrid, Hemeroteca Municipal.
  • —— (2014): Apuntes de un viaje. De España a Ginebra [1873], intr. y ed. J. M. González Herrán, Santiago de Compostela, Real Academia Galega / Universidade de Santiago de Compostela. URL: http://dspace.usc.es/handle/ 10347/10058.
  • —— (2014): San Francisco de Asís (Siglo XIII), Santiago de Compostela, Alvarellos Editora.
  • GONCOURT, E. de (1891): Los hermanos Zemganno, trad. E. Pardo Bazán, Madrid, La España Editorial.
  • RUBIO Y ORS, J. (1888-1889): Lo Gayter del Llobregat, Barcelona, Estampa de Jaume Jepús y Roviralta, 3 vols.
  • VITU, A. Ch. J. (1890): París, trad. E. Pardo Bazán, Madrid, Enrique Rubiños.

Bibliografía secundaria

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  • —— (2011): «Los hermanos Zenganno de E. de Goncourt, trad. E. Pardo Bazán (1891)», en Cincuenta estudios sobre traducciones españolas, eds. Lafarga F. y L. Pegenaute, Berna, P. Lang, pp. 345-350.
  • BURGOS, C. de (1911): «La Condesa de Pardo Bazán», El Liberal, 19/02/1911.
  • CLÉMESSY, N. (1975): «Emilia Pardo Bazán et les littératures étrangères», en Nationalisme et cosmopolitisme dans les littératures ibériques au XIXe siècle, Lille, Université de Lille III, pp. 105-118.
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  • FREIRE LÓPEZ, A. M.ª (1991): Cartas inéditas a Emilia Pardo Bazán (1878-1883), La Coruña, Fundación Pedro Barrió de la Maza.
  • —— (1999): La «Revista de Galicia» de Emilia Pardo Bazán (1880), La Coruña, Fundación Pedro Barrió de la Maza.
  • —— (2001): «La primera redacción, autógrafa e inédita, de los Apuntes autobiográficos de Emilia Pardo Bazán», Cuadernos para Investigación de la Literatura Hispánica, n.º XXVI, pp. 305-336.
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