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ArribaAbajo- VI -

En donde se olfatean algunas claves de la china sudamericana y se realiza un paseo con Olaf el vikingo


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San Agustín, encerrado en sus negros pensamientos, viendo al orden romano sucumbir bajo la feroz embestida de los bárbaros, se preguntaba angustiado: Quid ergo sum? (¿Quién soy yo?) Pregunta capital, de múltiples y contradictorias respuestas, capaces de promover más de un impresionante tratado de antropología filosófica. Alguien podría sugerir que la paraguayología debería comenzar con una pregunta parecida: ¿Qué somos los paraguayos? Algunos creen que esta pregunta debe ser respondida fisgoneando en nuestras raíces étnicas. Otros se preocupan más por los contagios culturales y otros por la forma en que el mestizaje fue acompañado de un intenso sincretismo cultural. Las pistas son numerosas y contradictorias, como las pisadas que una multitud deja impresas en un arenal. Seguirlas puede producir una sensación de angustia o de borrachera. Veamos algunos ejemplos ilustrativos.

Hace algunos años, el francés Jacques de Mahieu, investigador del Instituto de Ciencias del Hombre, anduvo buscando los rastros de la presencia vikinga en el Paraguay en tiempos muy remotos. Según sus conclusiones, los Guayakí serían descendientes degenerados de aquellos temerarios navegantes del Atlántico que escandalizaron a Europa con dos hábitos repudiables: el saqueo periódico de las poblaciones costeras y el consumo de cerveza en el cráneo de los enemigos.

Dice De Mahieu que las cuevas de nuestro país, desde Cerro Polilla hasta el Amambay, están llenas de signos rúnicos, unos garabatos que constituían su escritura. En ellos el francés leyó suntuosos mensajes, referencias genealógicas y hasta avisos comerciales. Esto quiere decir que, si lo que dice De Mahieu es cierto, los compatriotas de Olaf -personaje de historietas y viva imagen del antihéroe, que   —90→   distribuye su vida entre saqueos y borracheras en la oscura Europa Medieval- y del doctor Socotroco anduvieron paseándose por lo que es hoy nuestro territorio. Algo pudo haber quedado de ellos en los paraguayos, a través de las misteriosas cadenas genéticas, pasando por los indómitos Guayakí.


ArribaAbajoEl aporte de la hematología social

No ignoraré el esfuerzo del animoso Félix Muñoz, contenido en su libro «Cómo somos los paraguayos: el extraño y misterioso origen de las costumbres de los pueblos por medio del estudio de los grupos sanguíneos». Como su nombre lo sugiere, se trata, prácticamente, de un tratado de hematología social y cultural en el cual el autor realiza un ordenado cotejo de pueblos, costumbres y grupos sanguíneos. Las conclusiones podrán alarmar a los gurúes de la antropología social, pero no dejan de invitar a la cavilación.

Muñoz encuentra, primeramente, que el grupo de sangre predominante en nuestro país es el «0», con un triunfal 63%. Le sigue, pero a distancia, el grupo «A», con un ruidoso 30%. Por último, ya cerca del descenso a las divisiones inferiores, nos encontrarnos con el grupo «B», que nos ofrece un ínfimo 7%. Minoría intrascendente, sólo mencionable por razones de gentileza estadística.

Sobre tal fundamento, erige esta conclusión: «Encontramos al paraguayo, hombre del trópico, como un ser soñador, afectivo, poético y artista»47. Y explica: «Los grupos de sangre predominantes, el «0» y el «A», le dan también la misma característica que le impone su posición geográfica: entusiasmo fugaz, remesonero. De aparente porte indolente, en su mayoría, pero no llega a lo que dice Rodó del nativo del altiplano y de los Andes: «triste, sumiso y apático; el dolor secular y el oprobio le han gastado el alma y apagado la expresión del semblante»48.



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ArribaAbajo¿Cuánto nos queda de indígena?

Pero el problema no se reduce a sus aspectos estrictamente étnicos, lo cual sería una cuestión de menor importancia. Hay otra cuestión clave que se esconde detrás de la lectura racial del proceso de mestizaje, y es ésta: ¿Cuánto de indígena queda en nuestra cultura? Es difícil saberlo. Cierta corriente nativista acentúa esa influencia lejana y se solaza en multiplicar un discurso poblado de plumas y flecheros con seguras alusiones a uno de los más populares mitos paraguayos: el idilio hispano-guaraní, consumado a la vera de algún arroyo rumoroso y con un decorado de palmeras y lapachos en flor.

Otra escuela sugiere que todo lo indígena fue definitivamente enterrado bajo una fuerte capa de cultura occidental y de religión cristiana. Sin embargo algunos creen que «no está claro qué es 'cristiano' y qué pervivencia de pautas y valores precristianos del 'ava guaraní' en lo que impropiamente se adjudica a la religiosidad popular, pero queda suficiente evidencia de que el ritual cristiano y los signos de la nueva fe han perdido mucho de virtualidad transfiguradora... ante el impacto del pensamiento mágico del ancestro indígena»49.




ArribaAbajoTallarines y hamburguesas

Cada grupo que llegó a esta tierra aportó lo suyo a la bullente olla cultural. No todo es indígena o español en ella, como podría suponerse en una evaluación apresurada. La lista de contribuciones sería muy larga, pero pueden ofrecerse de ellas algunos ejemplos muy llamativos. Ellos fueron desfigurando -o configurando, si se quiere- la gastronomía, los hábitos sociales, la artesanía, la música, la vestimenta y muchos otros aspectos de la cultura, integrándose a ella hasta tal punto que su origen se ha olvidado.

De Italia llegaron muchas cosas: las pastas, por sobre todas las cosas, con su batería de ñoquis, lasagnas, pizzas, capellettis y los tallarines de los sábados. A los italianos se debe en gran parte la   —92→   substitución de la cultura culinaria del maíz por la de la harina. Este cambio, que se operó poco tiempo después de concluir la guerra contra la Triple Alianza, puede ser seguido en las estadísticas anuales de importación de harina.

También les debemos las altas fachadas de las casas de fines del siglo XIX y comienzos del XX, que modificaron profundamente el aspecto de nuestras ciudades; fueron levantadas bajo la dirección de los constructores italianos que llegaron después de la Guerra Grande. Es difícil determinar cuánto de italiano tiene la guarania, creación de José Asunción Flores. Pero se sabe que este aprendió casi todo lo que sabía de música en la Banda de Policía, dirigida entonces por maestros provenientes de la península, como el célebre Nicolino Pellegrini, para no citar sino al más conocido.

De Inglaterra llegó la presunción de que ofrecer un té vespertino es la quintaesencia de la elegancia, aunque no sea a las cinco de la tarde. Llegaron también los pavorosos paños con que se ataviaban y sudaban los caballeros paquetes finiseculares y de comienzos de nuestro siglo. Agreguemos las empresas exportadoras de extracto de carne y el bien organizado sistema ferroviario, felizmente nacionalizado después para darle el inconfundible toque telúrico de desorden, improvisación y olvido de la puntualidad. De este recuento no debe escapar el fútbol, «deporte de multitudes», según proclama un socorrido lugar común, que parece ignorar que las multitudes no practican este deporte sino que se limitan a contemplarlo. Actividad que permite aliviarse de las tensiones de la semana recordándole a cada momento al árbitro la profesión de su madre. También de la «rubia Albión» llegaron el baloncesto, el handbol y el rugby, el poker y el dorado whisky escocés, que desplazó felizmente a la caña homicida.

El arroz llegó del Oriente para convertirse en parte principal de la dieta cotidiana. Y también para ser arrojado a los novios que salen de la iglesia luego de haber sido unidos en matrimonio y entregados a la implacable y memoriosa puntillosidad de los registros parroquiales y los que lleva el Estado; actividad policiaca que permite espiar el estado civil de las personas. De los Estados Unidos nos llegó una   —93→   verdadera inundación. Ella tiene numerosos caballitos de batalla: la «música disco» que permite a los oyentes de las emisoras de radio adquirir la grata sensación de vivir en Mannhattan o en Los Ángeles; los jeans que substituyeron al antiguo bombachón de los hombres de campo; el escueto y ruidoso okey que pronuncian con igual eufonía el changador del puerto y el gerente de un banco. Y también las abominables hamburguesas, versión degradada del folclórico «payaguá mascada», de grata memoria.

De Francia llegaron la religión de la moda y varias palabras que pasaron a nuestra jerga popular. De tan comunes, hoy pasan inadvertidas. Entre ellas, «chofer», «restaurante», «garaje», «menú», «cabaret», y hasta «marchante» como se autodenominan, con toda justicia, las tetudas y desaforadas vendedoras del Mercado de Pettirossi. Y también de Francia llegó la consular expresión «madame» que designa a un oficio -dicen que el más antiguo de la humanidad- consistente en dirigir un comercio acosado por impacientes relojes.




ArribaAbajoDoctrina aria para morenos

De Alemania, en fin, llegaron los cascos de hierro rematados en un agudo pararrayos -los usaron los militares de comienzos de siglo y la superstición de que todo tudesco es un buen mecánico. Llegaron también los uniformes y los reglamentos empleados por el Ejército a comienzos del siglo, así como los asesores militares que imperaron bajo la sombra del coronel Adolfo Chirife. Era tal la influencia germana en la milicia en esa época que cierto oficial socarrón la ejemplificó -según anécdota relatada por el General Amancio Pampliega- con una sangrienta pulla: se cuadró marcialmente, con un estrepitoso entrechocar de botas, ante un rubicundo choricero alemán que ejercía su oficio en Encarnación. Cuando se le preguntó el motivo del insólito saludo explicó, naturalmente en guaraní, que era simple precaución: si el Coronel Chirife llegaba a ver al buen choricero, de seguro lo incorporaría al Ejército como jefe.

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La derrota de Chirife en la guerra civil de 1922-23 marcó el ocaso de la hegemonía de la doctrina germana y de sus profetas en el Ejército. «Así terminó para siempre el auge del germanismo mercenario en nuestro Ejército. Con él se fueron por la borda el paso regular, la levita de doble botonadura, el casco prusiano y otras excrecencias del militarismo importado. (El casco ya había sido desterrado en 1918, por haber excedido su término de servicio)»50.

De Alemania llegó también la doctrina nazi, que proclama la supremacía de una raza rubia y de ojos azules sobre los demás pueblos de la tierra, condenados ab initio a la esclavitud o al exterminio; doctrina abrazada con veneración por paraguayos morenos, de ojos y cabellos negros, en los que se advierten hasta la saciedad los desafiantes rasgos que delatan antiguas cepas indígenas. Razas condenadas ab initio a la esclavitud o al exterminio.

Y no olvidemos a la cerveza, que reconoce la misma fuente. Fue un alemán quien instaló la primera cervecería, con tan buena suerte que la bebida conquistó fieles adeptos inmediatamente. Se puede decir que hoy es la bebida nacional por excelencia, superando de lejos a cualquier otro líquido espirituoso. El consumo de cerveza nacional fue estimado recientemente en 22 botellas por año y por habitante, cantidad impresionante si se considera cuál es la franja de habitantes con edad y recursos para empinar el codo con esta agradable bebida.




ArribaAbajoQuiero vale cuatro

La polea que desata el entusiasta pipu que alegra un baile -sobre todo si es la del partido gobernante- viene de Polonia. Y de Inglaterra, el London Karapé, presentado por los profesores de baile folclórico como la danza nacional por excelencia. Ya de por sí pobre en ritmos nuestro patrimonio musical, se encargaron de depauperarlo aún más nuestros siempre fraternos vecinos, rebautizando a la polca como «litoraleña».

El truco, simpático juego al que la cárcel de Tacumbú debe la mayor parte de sus inquilinos, es español hasta los tuétanos o, si se   —95→   quiere entrar en ambiente, hasta el vale cuatro. Se truquea en varios países de América, y hasta con las mismas señas que anuncian -o mienten- las cartas codiciadas.

Ni siquiera la flora es ajena a esta subterránea infiltración. Del exterior llegaron la caña de azúcar, el limón y la naranja. El limón sutí, en realidad, limón ceutí; o sea, de Ceuta. Entre los cítricos, el único paraguayo es el modesto y despreciado apepú de rugosa cáscara, cuyo agrio jugo suele hacer más llevaderos ciertos infernales cocteles criollos. El «jazmín Paraguay» es igualmente foráneo, así como la rosa, ambos infaltables en todo jardín modestamente organizado.

Para robustecer mi desconsuelo, ni siquiera la mandioca es genuinamente nacional pese a ser celebrada como la quintaesencia de la paraguayidad; tanto que hasta se quiso ver en ella la explicación de las excelsas virtudes de la raza. La expresión «más paraguayo que la mandioca» tiene una triste inexactitud: este popular tubérculo es conocido y consumido en casi toda América.

Hasta los árboles plantados como ornamentos de plazas y parques son, casi todos, extranjeros, pero bien afincados en nuestra tierra y, por consiguiente, han devenido raigalmente paraguayos, y aquí no hay metáfora. El mango, que desparrama sus frutas y su perfume por todo el país, es originario de la India; el chivato viene de Madagascar; la villetana, de América Central; el paraíso, de algún remoto sitio del Asia.




ArribaAbajoEl idioma infiltrado

Germán de Granda, en un documentado análisis de la lengua paraguaya -Sociedad, historia y lengua en el Paraguay, Publicaciones del Instituto Caro y Cuervo, LXXX, Bogotá, 1988- nos entrega sorpresas innumerables. Con el entusiasmo de un detective, nos enseña el origen de numerosas palabras incorporadas al lenguaje local. Por ejemplo, su recopilación cataloga algunas que provienen del lenguaje náutico. Entre ellas: abarrotar, abombado, aguada, arribeño, aviarse, bajo (depresión del terreno), bastimento, bolicho, bordear, chicote, despachar (como enviar), encomienda (como paquete), estero,   —96→   estadía, garúa, mariscar, mazamorra, piola, petaca, picada (sendero en el bosque), piolín, plan (como parte inferior de un vehículo), rebenque, rumbo, tajamar, zafarrancho, toperol.

Palabras que vienen del léxico castrense colonial son, entre otras, las siguientes: campaña (área rural) disparar (huir), bala/balita, fogueado, ranchear, compañía (área rural vinculada con una población urbana). Del portugués provienen palabras como bosta, cacho (racimo), carimbo, casal (como pareja), cerrazón, changador, chantar (dejar plantado), despachante (encargado de tramitar asuntos aduaneros), fariña, liña, jangada, mucama, naco, pandorga, pedregullo, plaguearse, pibe (muchacho), quilombo, rabincho, zuncho, safado, soco, tranquera, farra y cachada.

Hasta hay palabras que llegaron del África a través del portugués, entre ellas «pombero» y «macatero». La primera viene de «bombero» con el significado de espía, explorador, vigilante o vigía. Pombero vendría nada menos que del bantú. Finalmente, «macate», que proviene de Omán, territorio ubicado al sureste de la península arábiga, cuya capital era Mascate.

La lista de italianismos es igualmente larga. Ofreceré seguidamente algunos de los hallazgos del infatigable Germán de Granda: afiatado, altoparlante, al uso nostro, ambiente (habitación), atenti, batifondo, bochar (ser reprobado en un examen), capo, corso (carnaval), crepar (morir), erosta (inútil), cucha (caseta de perro), chau, ecolecuá, escorchar (molestar), festichola, fiaca, foguista, fregar (fastidiar), guarda (atención), lungo (alto), negocio (tienda), pastafrola, sonar (fracasar), tratativa (gestión), cana (policía), chapar (acariciarse), malandra (sinvergüenza), mersa, pelandrún, peseto, pulenta, toco (porción de dinero), urso (hombre grande), aspamento (fanfarronada), chimentar, falluto, farabuti (fanfarrón), palpite, (presentimiento), yeta (mala suerte), bulón, caficho, campana (el encargado de dar la alarma en un grupo de delincuentes).



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ArribaAbajoLa «China sudamericana»

Como se ve, las opiniones están divididas en cuanto a las características de nuestras raíces: o un paupérrimo tubérculo atacado por satánicos insectos o el poderoso brazo que se hunde en la tierra victoriosamente y resiste con soltura a plagas y tempestades. La pregunta inicial -¿de dónde venimos?- recibe así respuestas tan numerosas como contradictorias. Lo único cierto es que algunos hechos pueden servir de pistas remotas al Sherlock Holmes que pretenda penetrar en la intimidad de nuestra cultura.

El primero de estos hechos es el aislamiento geográfico. Alejado de las rutas del comercio internacional, sin control sobre ninguna atalaya estratégica, sin metales preciosos y sin ningún producto codiciado en el resto del mundo, muy pronto el Paraguay comenzó a ser olvidado. Un escritor argentino produjo una obra -Zama en la que narra las desventuras de un funcionario colonial español que es enviado a Asunción y queda olvidado. Era como si lo hubiesen enviado a Siberia. Algo de eso habrá ocurrido con los que enviaba la corona hacia estos parajes.

Lima, Buenos Aires y Montevideo engordaban con el comercio, legal e ilegal, mientras Asunción languidecía en el ostracismo. Para empeorar las cosas, el comercio paraguayo debía pasar por toda clase de puertos precisos y pagar toda clase de tributos. Su itinerario era tan complicado que hubo época en que el tráfico debía canalizarse a lomo de mula hasta el Perú y de allí a Panamá para, finalmente, enlazarse con España, previo paso a través del istmo. Ni Kafka hubiera podido elaborar un sistema más complicado. De allí surge el contrabando como el oficio nacional por excelencia.

A la distancia de los mercados se sumó el hecho adicional de la mediterraneidad, consolidada por bosques impenetrables o por hostiles desiertos como el del Chaco. El aislamiento geográfico creó, junto con otros factores que no olvidaremos, esa impronta de insularidad que ha llevado a un escritor hablar de «la isla sin mar» y a otro de «la isla rodeada de tierra». O, mejor aún, la China sudamericana, como se llamó al Paraguay durante buena parte del siglo XIX.

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La dictadura del doctor Francia -1815-1840- se encargó de robustecer ese encerramiento, probablemente por razones de seguridad ante la permanente amenaza anexionista de Buenos Aires. Somos, seguramente por todo ello, los isleños de tierra adentro. Rengger constata este hecho durante su visita al Paraguay: «Aislados, tanto por la situación del país como por su lengua, siempre se han distinguido de los demás criollos (de América) por su espíritu nacional»51.

A mediados del siglo pasado, vivió en nuestro país el español Ildefonso Bermejo, quien dejó escrita una alegre aunque insidiosa crónica de lo que éste era en esa época. «Pocos son -dijo el autor en su Vida paraguaya en tiempos del viejo López- los hijos del país que han salido para visitar lugares que puedan darles idea del movimiento que lleva a los estados a su perfección y embellecimiento material, y menos todavía los extranjeros que llegaron al Paraguay con voluntad y con medios de procurarlo»52. No se entraba desde el exterior ni tampoco se podía salir, salvo casos muy especiales.




ArribaAbajoLa sequía permanente

A lo largo de toda nuestra historia brilla, con deplorable insistencia, un rasgo fundamental: la pobreza. La abundancia de mujeres hizo más llevadera esta pesada carga a los conquistadores, pero ya se sabe que no todo es amor en la vida. En los momentos -los más en que se hallaban fuera de la prisión de los brazos de sus insaciables compañeras, soñaban con el oro que no pudieron conseguir. Hasta la toponimia recogió esta ilusión: Río de la Plata, Villa Rica del Espíritu Santo, Eldorado, etcétera. Pero el río no llevó a ningún sitio en el que se pudiera hacer la América. Villa Rica fue, a su turno, menoscabada con la sentencia de un iconoclasta como «la ciudad de las tres mentiras: no es rica, no tiene espíritu y carece de santos».

La pobreza acompañó, como una impronta permanente, al pueblo paraguayo. Esto contribuyó a la creación de una sociedad no exactamente igualitaria como pretenden algunos mitómanos pero, por lo menos, a una en que las diferencias sociales no eran muy marcadas.   —99→   No había riquezas que permitiesen el surgimiento de una clase social que pudiese mirar con un catalejo a sus paupérrimos conciudadanos. Nobles y plebeyos vivían en el mismo desierto: con una sequía permanente. Tan pobre era la gente en el siglo XVI, que no circulaba moneda y reinaba la economía del trueque. Anzuelos, hachas y escoplos eran empleados a modo de moneda.

En un informe a la corona, de 1675, que parece el Muro de los Lamentos, se dice que «esta ciudad se está pereciendo de hambre y suma pobreza, porque, además de estar deshecha ya los soldados se hallan a pie por el consumo continuo de caballos, desnudos y sin armas»53. La situación, por lo que se ve, no había mejorado nada un siglo después de la conquista.

Azara aporta lo suyo a esta descripción de calamidades: «No se conocía allí moneda metálica, minas, fábricas, edificios costosos ni cuasi comercio, ni había lujo en nada, contentándose, el que más, con una camisa y calzones del peor lienzo del mundo. Todo esto y la suma pobreza del país consta en muchos papeles del archivo de la Asunción»54.

La yerba mate, no obstante, pudo convertirse en cimiento de la economía de exportación colonial. Fue la base de una incipiente acumulación de riqueza que produjo, en su momento, justificadas expectativas. El «té paraguayo» adquirió repentinamente gran popularidad en los mercados internacionales. Un toque de nostalgia hizo que los bosques de yerba fuesen llamados «minas», término que se conserva hasta hoy. «Mineros» eran los que se internaban en ellos para extraer la preciosa carga de hojas verdes y «oro verde», el producto de las minas.

Al comienzo, la Iglesia impugnó el consumo del producto, pero parece que bien pronto los jesuitas se apoderaron de las mejores «minas» de yerba. El mismo informe que comentamos dice que «una de las causas principales de la corta fuerza de esta plaza y de la general pobreza de los vasallos de ella es la usurpación del patrimonio del beneficio y comercio de la yerba llamada del Paraguay»55.



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ArribaAbajoUn sacerdote descubre el terere

Su consumo, que era privativo de los nativos del Amambay y del Alto Paraná, pasó a generalizarse en toda la provincia y aún a otras de la Corona española. Cuando la costumbre de consumir yerba fue descubierta por los sacerdotes, fue considerado asunto de Satanás. El padre Ximénez, por ejemplo, describe este descubrimiento con las siguientes palabras:

«Esta bebida no es otra cosa que agua cualquiera recogida de un río, con un puñado de hojas bien machacadas y pulverizadas de cierto árbol. Las hojas se asemejan a las del laurel y son siempre verdes, y según lo que cuentan los indios viejos, fue el santo Apóstol Tomás quien les enseñó su uso. La gente seca y reduce a polvo estas hojas; en invierno les echan agua caliente, en verano agua fría, mézclanlo todo bien y después se la beben. El sabor es como si te redujeras a polvo un puñado de heno seco, lo metieras en un vaso, le agregaras agua fría o caliente, y te lo bebieras (...). Como dicen y opinan todos los médicos españoles, la yerba es sanísima y su fuerza y acción son muy variadas. Refresca y enfría los pulmones y el hígado calentado no permite que se forme arena o piedra, y es por eso por lo que no es fácil hallar a un indio que se encuentre en esa condición y sufra de eso. No sólo apaga la sed, sino sacia y refuerza el estómago; es algo amarga y calma la hiel negra»56.

El lector avisado no dejará de anotar en este relato de la época colonial que el tereré, bebida nacional por excelencia, ya era consumido por los indígenas. Carecían entonces de la tecnología necesaria para producir hielo, que les hubiera hecho aún más agradable el persistente chupeteo. Pero es obvio que el hábito ya se hallaba entonces sólidamente arraigado, alentado por Satanás, en lo cual coincidieron los primeros religiosos. Cierto es que cuando descubrieron los buenos negocios que se podía hacer con ella, el producto adquirió inmediato y respetable status divino.

El Alto Perú, también mediterráneo, poseía, sin embargo, el cerro del Potosí, cuyo resplandor iluminaba como un faro el itinerario de los inmigrantes. Pero aquí, en el Paraguay, no había metales preciosos ni   —101→   forma alguna de minería. La pobreza fue, por eso, una condición que acompañó a los paraguayos desde la época colonial. Lo único que se podía hacer para derrotarla era soñar con Eldorado y la Ciudad de los Césares, como único consuelo.




ArribaAbajoEl perfil rural

No olvidemos otra variable: el inconfundible perfil rural de nuestra población. Salvo Asunción -un pequeño conjunto de chozas sobre la bahía, con algunas que otras casas de material cocido-, los demás centros urbanos fueron ciudades únicamente de nombre. Sólo a fines del siglo XIX y comienzos del XX, algunas de ellas empezaron a crecer, sobre todo como vías de salida de los productos de exportación: madera, yerba, carne, tabaco, algodón. Aún hoy, la población rural sigue excediendo en número a la que vive en zonas «urbanas», expresión esta, que por cierto, debemos tomar con ciertas reservas.

La vida rural, o semirrural, tiene una inevitable y poderosa influencia en la cosmovisión del pueblo, con su rutina de lentos días, de sombras mezquinas y de malévolos soles; con su ambivalente dependencia del agua, maldecida cuando viene a cántaros y añorada cuando hace mutis por el foro; con su religioso temor a la autoridad, ante cuyas arbitrariedades y depredaciones no hay amparo ni refugio posibles; con su dependencia de las misteriosas e incontrolables leyes de los mercados internacionales, invocadas con inequívoco pavor por los intermediarios, quienes arriesgan sus vidas bizarramente -mueren agredidos por el colesterol, el estrés, la cirrosis, y todos esos males que provienen del olvido de la cristiana frugalidad-, ahorrando a los agricultores el pernicioso contacto con esas remotas divinidades.

Natalicio González se entusiasma y llega a decir en su Ideario Americano que «el paraguayo es una agricultor de instinto guerrero pero sin vocación de soldado»57 y propone a la «reagrarización» como el centro de su programa social y económico.

Lo cierto es que las actuales características de las migraciones internas permiten avizorar un proceso de sostenida urbanización.   —102→   Ciudad Presidente Stroessner tiene casi cien mil habitantes en un sitio donde hace treinta años no había sino un puñado de pobladores. El ritmo de crecimiento demográfico de las ciudades, aunque sin el carácter explosivo de San Pablo, Ciudad de México o Medellín, es suficiente para crear un nuevo modo de vida urbano para un porcentaje creciente de la población.

En las ciudades es donde más se nota la influencia europea. Los inmigrantes se instalaron principalmente, después de la Guerra Grande, en Villa Rica, Pilar, Concepción, Encarnación, y en otros pequeños villorrios que tenían ciertas características de vida urbana. Pero la presencia de los apellidos europeos se ralea en las compañías, y comienza la hegemonía de los Martínez, González, López, Mendieta, Giménez, Rodríguez y Ramírez.




ArribaAbajoEl bilingüismo: ¿un cuento?

A todos los anteriores elementos de juicio añadamos el guaraní, idioma nacional, medio de comunicación y socialización por excelencia. Hasta hoy, según lo revelan los censos, buena parte de la población habla exclusivamente guaraní. Lengua ágrafa por excelencia, sus hablantes transmiten oralmente su literatura. El censo de 1982 reveló que el 40% de nuestros conciudadanos habla solamente guaraní. Son, en resumen, monolingües.

El castellano, vehículo de comunicación con la cultura universal, es un idioma extranjero, casi totalmente ininteligible. Sólo más de la mitad de los paraguayos habla español (55%), aunque el censo no explica muy claramente cuántos de ellos, en realidad, se limitan a «hachearlo». Para buena parte de este sector, el Jopará (mezcolanza de guaraní y español) es, en realidad, el medio de comunicación principal. Nuestro pretendido status bilingüista, tantas veces proclamado, se ve así prolijamente demolido por los hechos.

«Es sabido -dice Meliá- que el bilingüismo sólo comprende a una parte de los paraguayos. El Paraguay es bilingüe, pero pocos paraguayos son bilingües; más aún, como veremos, tal vez nadie es   —103→   realmente bilingüe en el Paraguay. El bilingüismo claramente social del Paraguay se puede caracterizar también como bilingüismo rural urbano. Porque, aunque es verdad que también en Asunción se habla guaraní, es cada día más clara la tendencia que muestran las concentraciones urbanas hacia el monolingüismo español mientras en el campo la proporción de monolingües en guaraní alcanza un índice elevadísimo»58.




ArribaAbajoEconomía de autoabastecimiento

Agreguemos las modalidades del asentamiento y la explotación económica que se establecen según patrones determinados. Releamos, por ejemplo, el sugerente ensayo El valle y la loma de Ramiro Domínguez, para atisbar cómo se han organizado los paraguayos, desde la época colonial, en una estructura que, sin ser totalmente cristalizada, ha supervivido hasta nuestros días. En las comunidades asentadas históricamente en los valles de la región Central, es donde se encuentran más fuertemente conservados los rasgos propios de la cultura paraguaya.

-La economía de autoabastecimiento -dice Domínguez- con escaso margen de producción para la venta, el sistema de minga y pastaje en los campos comunales, las devociones y doctrinas de «capilla», con sus ara santo'guasu (Navidad, Semana Santa, Corpus, etc), los sábados ka'aru con sus carreras y partidos (de fútbol), las faenas del avati ñembiso (molienda evolución de maíz a mortero, hoy desplazada por el molino de mano), el takuare'e jepiro (corte de caña dulce), mandyju petý ñemono'ó (cosechas de tiempo fijo) dan al grupo «valle» caracteres marcadamente comunitarios, acentuados por diversos tipos de asociación; por compadrazgo y vínculos de sangre, por correli o vínculo político, por iru o relaciones recreativas, de trabajo (patrón, ta'yra), religiosas («capillero», hermano franciscano) o delictivas (kompi59.



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ArribaAbajoLa experiencia histórica

A todo lo anterior se agregaron circunstancias históricas muy especiales, que contribuyeron a acentuar el perfil insular del paraguayo hasta el punto de desarrollar casi un complejo de nación perseguida. España significaba la opresión. Buenos Aires, capital del Virreinato del Río de la Plata, significaba la explotación a través de una infinidad de gabelas y telarañas burocráticas. Todo esto, con el telón de fondo de la confusa y no siempre bien comprendida Revolución Comunera, que abarcó buena parte del siglo XVIII. Las fuerzas del Virreinato sofocaron después la sublevación a sangre y fuego.

Para complicar las cosas, todo el Paraguay vivió durante la colonia y hasta avanzado el siglo XIX, bajo la presión de los temidos malones Mbayá Guaikurú, indómitos indígenas pámpidos, que habían domesticado el caballo y desarrollado un feroz ethos depredador. Todavía hoy se emplean la palabra guaikurú para apostrofar a quien tiene modales inciviles, y la expresión trato payaguá, para definir un acuerdo en el que las partes no ponen sinceridad. Las Fiestas del kambá ra'angá evocan estas sangrientas guerras coloniales.

Vinieron después dos guerras internacionales, que dejaron hondas huellas en el espíritu del pueblo. No debemos soslayar de este repaso la azarosa vida política, con sus inacabables querellas no pocas veces rubricadas con sangre y con su fuerte contenido de irracionalidad. La guerra civil de 1947 debe ser, entre todas las contiendas intestinas, la que más intensamente influyó en las características de los modos de relacionamiento no sólo políticos sino hasta sociales y económicos.




ArribaAbajoLa búsqueda del hueso perdido

Van surgiendo así los elementos de una identidad que se va formando en la historia, una identidad que no es inmutable ni «eterna», pero que puede ser señalada como un fenómeno relativamente estable a través del tiempo. Todos estos rasgos, interdependientes, constituyen pretextos que autorizan ensayos pretensiosos como este y permiten   —105→   reflexionar sin ton ni son sobre algunas de las claves de lo que, con acierto, se ha dado en llamar «la isla sin mar». O, más precisamente, la «isla rodeada de tierra».

¿Isla sin mar? Puede ser. Insularidad geográfica, económica, lingüística, histórica, cultural, política. Característica especial formada a lo largo de siglos y trabajada por acontecimientos de toda clase. Todos ellos, pacientemente, fueron modelando el indeciso huesecillo que Rengger no pudo encontrar pese a la insistencia del Supremo, pero que se encuentra oculto en algún profundo repliegue de nuestro cuerpo.

Que no tengamos una cultura estrictamente autóctona no es algo que debiera apenarnos. «Para bien y para mal -nos recuerda Ernesto Sábato-, no hay pueblos platónicamente puros». El nuestro no tiene por qué serlo. El tenebroso Kostia ya apuntó, hace cuarenta años, los inconvenientes prácticos de un nacionalismo a ultranza tomado al pie de la letra. Se refería a una corriente en boga entonces, en la que no faltaba cierto inocultado toque de xenofobia. Una de las consecuencias sería, -aseguraba el humorista con tono quejumbroso la proscripción del papel higiénico en homenaje al rugoso pero nativista avati ygue.

Con esa convicción, aceptemos la idea de que el mestizaje, la vida rural, la pobreza, el aislamiento geográfico, el idioma guaraní y ciertas contingencias históricas contribuyeron a modelar una cultura nacional, signada por una terca individualidad. Un perfil que pervive a través del tiempo, pero que también cambia, porque se encuentra dentro de la corriente del tiempo. Y porque, para nuestra suerte o para nuestro castigo, no hay pueblos que permanezcan idénticos a sí mismos a través de los siglos.





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ArribaAbajo- VII -

Aquí se comprueba una vez más que no es oro todo lo que reluce y es mejor confiar en una pluma de kavure'i


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¿Qué queda en pie de todo el anterior recuento de curiosidades? Una primera actitud sería un prudente repudio a toda esa galería de alarmantes advertencias, desconcertantes callejones sin salida y gruesos despropósitos. El lector desprevenido podría descalificar todo lo dicho como una desdeñable relación de fantasías. Pero tal vez incurriría en una precipitación. Al fin de cuentas, uno nunca sabe cuando lo fantástico no es sino el colorido disfraz de la realidad.

-«Lo fantástico -dice Sábato- es la palabra con que designamos lo insólito. Por eso se aplica continuamente en los viajes y en la historia del pensamiento. No es que designe cosas de contenido mágico: simplemente designa otras cosas»60. Estudiar al Paraguay teete podría llevarnos muy dentro del territorio donde abundan esas otras cosas. En esa región las categorías a las que estamos acostumbrados, asediadas por la razón, pueden sentirse incómodas.

El problema no es nuevo. En el siglo XVI, los españoles llegaron a lo que hoy es nuestro territorio buscando ciudades pavimentadas de oro. Alvar Núñez Cabeza de Vaca, adelantado del Río de la Plata, estaba convencido de que tales sitios existían en alguna parte y no se cansó de buscarlos. Y conste que ya anduvo vagando sin éxito por las marismas de la Florida, detrás de un sueño parecido e igualmente imposible: el manantial que le daría la juventud eterna, con sólo beber un sorbo.

Estas fantasías, por lo que se ve, eran importadas, productos de la imaginación europea. Claro, después los europeos las condenaron como ridiculeces, pero para ello tuvieron que esperar varios siglos. No olvidemos que la imaginería medieval abundaba en cosas estrafalarias, como aquel árbol que en vez de dar frutos entregaba chorizos. Crecía en el país de Jauja, si la memoria no me miente, pero nadie pudo   —110→   encontrar jamás ese árbol que hubiera sepultado la próspera industria del chacinado.

Los indígenas que poblaban estas comarcas eran sacudidos esporádicamente por terribles delirios colectivos. Convocados por sus shamanes, se agolpaban en las sendas que llevaban hacia el Este, donde estaba la Tierra-Sin-Mal (yvy marane'ý), en una isla en cuyo centro, como un ojo inmóvil, brillaba una mansa laguna. Quien llegase a ese sitio estaría libre para siempre del acecho de la enfermedad, el hambre y la muerte. Las flechas partirían solas de cacería; ellas mismas elegirían los venados de carne más tierna, para clavarse con infalible puntería. Los frutos se agolparían en los canastos sin mediación de mano humana alguna. Sería inagotable el kaguy, la cerveza de maíz fermentada con la saliva de las mujeres núbiles.


ArribaAbajoDiscurso sobre las cosas

¿Por qué no tenemos derecho a fantasear un poco en este tiempo? Nuestros antepasados, en ambas vertientes, no tuvieron ningún empacho en hacerlo, de modo que no tenemos por qué dejarnos amilanar por los remilgos de los escépticos. Para consuelo de ellos, confesaré que no tengo ninguna convicción inexpugnable sobre lo que proponen estas páginas apresuradas. No hará falta que me hagan cosquillas con la picana eléctrica ni que me obliguen a zambullirme en aguas pútridas, «para averiguaciones». Soy el primero en sospechar que el Paraguay que estas páginas describen no existe en ninguna parte; que es sólo un vago inquilino de la memoria, ese archivo infiel donde se amontonan desordenadamente signos dispersos, recuerdos desordenados, colores y voces deformados por el tiempo.

Como lo intuyó Calvino -no el tedioso, ascético y malhumorado fundador de la religión de los santos visibles», sino el alegre y desenfadado escritor italiano de esta época-, tal vez la mentira no esté en este discurso, sino en las cosas abordadas por él. ¿Quién sabe? Tal vez, más sabios que yo, hombres de sólido talento eludieron este tema porque presintieron lo mismo y optaron por el prudente silencio.   —111→   Prefirieron no insultar a la inteligencia de los demás, arrojándoles un diluvio de refutables mentiras o de famélicas medias verdades cuya única entidad real es el texto que las contiene.

Una certidumbre parecida habita en el laberíntico texto de «Yo, el Supremo», de Roa Bastos. Su complejo personaje llega, en uno de sus somnolientos circunloquios, a esta desoladora conclusión: «Escribir no significa convertir lo real en palabras sino hacer que la palabra sea real. Lo irreal sólo está en el mal uso de la palabra en el mal uso de la escritura»61.

¿Dónde está la verdad y dónde la mentira? ¿En las cosas o en las palabras que las describen? ¿O en ninguna parte? ¿Cuáles son los límites entre lo real y lo fantástico? ¿Existen, en realidad, esos límites o son simples fronteras grises, de imposible precisión? ¿Es lícito establecer una implacable dicotomía entre ambos dominios?

Estas interrogaciones llenan bibliotecas inmensas y contestarlas escapa a las posibilidades de este ensayo. Además, hay tantas cosas increíbles en nuestro tiempo que las que aquí están resumidas no deben asombrar a nadie. Se dice, por ejemplo, que el universo se está expandiendo como un globo o como una torta repleta de levadura. Se asegura que si se avanza con la velocidad de la luz, se retrocede en el tiempo de manera que, al regresar de un viaje interestelar, podremos cortejar a las biznietas -que todavía no habían nacido en el momento de partir- de personas que ahora toman leche del biberón. Y sin que nuestros cabellos estén entonces humillados por una sola cana.

¿No es fantástico todo eso? Todo el problema consiste en creer, en tener fe; la fe simple del carbonero o del vendedor de lotería. Si tales cosas son aceptadas gravemente por los sabios, ¿por qué no convenir en que pueden ser reales los seres extraordinarios, como los onocentauros y los morlocks? ¿Por qué no pueden existir los aparecidos, esporádicos emisarios del más allá? Si hay personas que desaparecen sin dejar rastros, como los que volatilizó el proceso de «reorganización nacional» argentino, no debe asombrar que haya otras que aparezcan con idéntica destreza. Que Aladino se haya convertido en millonario frotando una lámpara vieja suele parecernos un cuento para niños. Pero son numerosos los casos de solemnes desharravados que se convirtieron   —112→   en millonarios, de la noche a la mañana, sin tener siquiera una lámpara vieja. Zoncera lo de Aladino.




ArribaAbajoMagos a bajo costo

¿Para qué empantanarnos en los textos surrealistas en la búsqueda de hechos fantásticos? Bastaría con pasearse por la calle Palma en cualquier soleada mañana sabatina y escuchar el alborotado parloteo de los chismosos para enterarse de sucesos extraordinarios. Alejo Carpentier quedaría con la boca abierta; comprobaría que no estaba tan descolocado su análisis de lo «real maravilloso», como categoría rutinaria en América Latina.

«Muchos se olvidan, con disfrazarse de magos a bajo costo, que lo maravilloso comienza a serlo de manera inequívoca cuando surge de una inesperada alteración de la realidad (el milagro), de una revelación privilegiada de la realidad, de una iluminación inhabitual o singularmente favorecedora de las inadvertidas riquezas de la realidad, de una ampliación de las escalas y categorías de la realidad, percibidas con particular intensidad en virtud de una exaltación del espíritu que lo conduce a un modo de estado límite»62.

Por eso, un análisis de la cultura paraguaya y un ensayo de paraguayología estarán siempre rozando lo fantástico. Todos abren los ojos como platos cuando escuchan que la última migración Mbya hacia la Tierra-Sin-Mal ocurrió durante la década de 1940. Pero la misma gente recibe sin emoción el caso de un hombre que llenó de agujeros el valle de Cerro Corá en busca del tesoro del Mariscal López. No hace falta decir que no encontró una sola moneda. Me falta agregar que el buscador en cuestión ejerció una gravitante influencia pública en nuestro país durante el paso de una generación.

Pero esta frenética búsqueda del oro no es un delirio contemporáneo. Ella trajo a los españoles, en tropel, a América. Sus desorbitados anhelos los hizo bautizar a la barrosa «corriente zaina» que desembocaba en el mar con el deslumbrante nombre de Río de la Plata. Lo único dorado que había en las oscuras aguas era, y sigue siendo, el   —113→   combativo pez que hace las delicias de los pescadores. Y que, por sus deslumbrantes escamas, mereció ser bautizado como «dorado». Flaco consuelo para quienes arriesgaron todo, en su enloquecida navegación hacia las entrañas del continente, en busca de una ruta hacia las moradas del metal precioso.

La magia preside nuestros actos y condiciona nuestra perspectiva de hombres, cosas y circunstancias. Un lapidario nda huguyi chéve (no me cae en gracia) es más decisivo que un discurso razonado sobre los defectos de una persona. Una expresión intraducible, pero que quiere decir exactamente lo mismo, tiene aun más precisión: nai isantoporãi chéve. Los seres humanos se dividen en santo porã y santoro. Esas virtudes -la simpatía y la antipatía- percibidas intuitivamente, como vagas corrientes magnéticas sin someterlas a la prueba de los hechos, determinan la actitud que se tendrá hacia ellos. Recibir la calificación de santoró, es como ser sepultado bajo una lápida de hierro. Todo esfuerzo por modificar esa etiqueta sólo contribuirá a hundir más al individuo en el fango del total descrédito.




ArribaAbajoQue fluya lo maravilloso

De ahí la proliferación de adivinadores, arúspices, manosantas, sibilas, pitonisas, «prueberas» (o mejor, «preberas», o especialistas en adivinar el futuro en las barajas españolas), payeseros, saltimbanquis, mentalistas, magos, prestidigitadores, tragasables y encantadores de serpientes que inundan el Paraguay. Son habitantes de un mundo mágico que coexiste con el mundo real, dentro de las fronteras de un único país.

No hace falta una búsqueda tan fatigosa para encontrarse con estos prodigios. Anotemos algunos, recogidos al pasar, y sinónimo de penetrar más profundamente en el tema: el Paraguay no produce café pero las prosaicas estadísticas de la Unión Internacional del Café lo describen como un voluminoso exportador del aromático producto; las leyes prohíben la exportación de pieles de animales silvestres, pero el Banco Central registra las exportaciones con reiterativa puntillosidad; hay individuos que apenas podrían expresarse por señas, gruñidos o   —114→   balbuceos, pero son periódicamente invitados a dar conferencias sobre abstrusos temas de doctrina ante auditorios que los aplauden emocionados hasta el sollozo. Hay funcionarios públicos con salarios tan magros que un monje carmelita les arrojaría piadosamente una moneda al pasar, pero nadan en una inexplicable prosperidad. Tal vez encontraron el «plata entierro» que tan infructuosamente buscó nuestro hombre público en Cerro Corá. ¿Para qué seguir?

Por eso, hay que dejar -como hizo Carpentier, en «El reino de este mundo» -«lo maravilloso fluya libremente de una realidad estrictamente seguida en todos sus detalles»63. Y, mirando el mundo con ojos ingenuos, anotar meticulosamente los sucesos extraordinarios que ocurren ante ellos. Necesitaremos la misma credulidad que gastan los troperos antes de pernoctar. Sentados en cuclillas ante la hoguera furtiva que hiere la noche con una luz temblorosa, compiten contándose alucinantes «sucedidos». Veremos que la magia está más cerca de nosotros de lo que nos imaginamos y que nos acecha más allá del límite impreciso del círculo de luz donde los hombres cotejan sus recuerdos.




ArribaAbajoFábulas y cabulerías

El paraguayo fabula sin pausa, permanentemente. Cuando no inventa, se resigna a ser vehículo de los inventos de otros. Su eficacia como difusor de «bolas» es superior a la de las más poderosas cadenas de radio y televisión. No se trata de un acto de mala fe, de puro afán destructivo, ni siquiera del ejercicio de un deporte. Quien fabula o difunde fábulas es el primero en aceptarlas como la más pura expresión de la verdad.

Ya hemos dicho que las «cábulas» y las «cabulerías» presiden muchas acciones. En el trasfondo de un acto humano, en lo que los especialistas en «marketing» denominan «la motivación», intervienen -en el Paraguay- muchos factores. Entre ellos será muy difícil encontrar el cálculo, la previsión, el análisis objetivo, el pausado recuento de los hechos, la fría evaluación de causas y consecuencias, el aburrido esquema de un silogismo.

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En el análisis de los actos de los otros, esta situación adquiere características homéricas. Si un vecino enriquece, es porque ha encontrado un «plata entierro» (tesoro enterrado) o porque robó o porque ganó «la grande» en la lotería o porque saqueó a alguien o porque recibió una inesperada herencia. A nadie se le ocurriría explicar la prosperidad repentina de un prójimo como el resultado de algo tan craso y rutinario como el trabajo cotidiano.

Nadie se detiene a pensar que, si se suma todo el oro presuntamente encontrado por suertudos individuos, se tendría una cantidad mayor que la que los españoles saquearon en el Perú. Dudo mucho que alguien haya encontrado algo más que alguna humilde moneda guardada del saqueo de los aliados durante la Guerra Grande. Pero son numerosos los lugares en que fueron encontrados los grandes recipientes de alfarería en que los guaraníes enterraban a sus muertos: fueron destrozados y reducidos a polvo para ver si no ocultaban algún objeto de valor. Las almas de aquellos cuya última morada fue objeto de tan inicua profanación se habrán reído, a carcajadas, ante la indignada frustración de los codiciosos.




ArribaAbajoEl imperio de la magia

El azar es gravitante. Pero no un azar gratuito, sino estimulado por tabúes, «cábulas», sueños, oraciones, «ojeos», números determinados, días aciagos o faustos, etcétera. Estas oscuras influencias se extienden a los más variados aspectos de la vida. «En el Paraguay -dice Carvalho Neto- las poblaciones folklóricas viven bajo el imperio de la magia, del pensamiento prelógico mágico levybruhliano, del pensamiento autístico de Bleuler, de la 'omnipotencia de las ideas' freudiana»64.

En un documentado capítulo de su obra sobre el folclore paraguayo, Carvalho Neto ofrece un resumen de las distintas modalidades que asume ese universo mágico bajo el cual vivimos. La lista que ofrece el autor es muy larga. Y conste que fue confeccionada sólo de manera   —116→   demostrativa, casi improvisada, como una suerte de desafío a profundizar en esta senda sugerente.

Ramiro Domínguez, en un breve pero penetrante ensayo sobre las creencias populares en el contexto de la religiosidad paraguaya, concluye que el campesino actual se debate entre los universos cristiano y guaraní. En la frontera entre ambos surgen diversas formas de hibridismo y de sincretismo. «Muy asido a las formas culturales de su profesión de fe cristiana y más atado al pensamiento mágico y al código atávico del 'ava' guaraní»; quemando una vela al santo mientras deja su tributo de ofrenda a karai pyhare (el señor de la noche). Cumpliendo piadosas promesas y 'rogativas' mientras por esquema de refuerzo apela a todas las formas de «paje», jeharu, kurundu (talismán), «ojeo» o tupichua (distintas alusiones a hechizos y rituales»65.

Una pluma de kavure'i (lechuza pequeña) es mucho más eficiente para ciertos trámites amorosos que el asedio mejor organizado. Esto tiene su explicación. Cadogan explica que una lechuza, (urukure'a) perteneciente a la familia del kavure'i (lechuza pequeña), surgió del caos simultáneamente con Ñamandú, cuando este descendió al jardín del Edén para engendrar al futuro padre de la raza. En otros grupos guaraníes, este pájaro fue el primero creado por el dios sol. De modo que es para tomarlo muy en serio.




ArribaAbajoGalería de «abogados»

¿Cuánto hay de racionalismo en la cultura paraguaya? Vaya uno a saber. Con toda seguridad debe ser muy poco, apenas una leve capa de barniz. En cambio los aspectos mágicos son constantes y, al parecer, muy firmes. Ellos están presentes en todos los momentos de la vida, desde el nacimiento hasta la muerte, muchas veces bajo el ropaje o en contubernio con ritos más o menos religiosos. Desde el ataúd blanco del angelito que irá directamente al cielo -algunos de cuyos dedos pueden ser guardados como poderosos amuletos- hasta el vaso de agua que se coloca bajo el ataúd de un adulto, para que este no tenga   —117→   sed en su viaje a la eternidad. O la precaución de que el cadáver quepa justo dentro de la caja, porque de lo contrario arrastrará muy pronto a otro miembro de la familia.

Para fiscalizar todos estos actos, allí están, circunspectos y temibles, numerosos personajes de respeto. Entre ellos, el esquelético San La Muerte o Señor de la Buena Muerte, con sus atravesadas oraciones, ejerciendo hasta hoy su influencia subterránea. O San Cayetano, patrono de los negocios y buen «abogado» para hacerse rico. O Santa Rita, patrona de lo imposible, que exige oraciones, con voracidad incontenible, para resolver problemas abstrusos. O San Alejo, gran cooperador de los hombres en sus conquistas amorosas. O San Onofre, paternal patrono de los borrachines, ayudándoles a no partirse el alma en el zigzagueante retorno a casa después de medianoche. O San Patricio, abogado contra la picadura de serpientes -enemigo de los fabricantes de antiofídicos-, a quien debe cantársele con acompañamiento de guitarra. O el casamentero y alcahuete San Antonio, especialista en arrojar garfios para atrapar a remolones y calientasillas contumaces. Todos son «abogados» y sus alegatos suelen ser infalibles.

Muchas fiestas populares -entre ellas las de San Juan, con su neolítico ritual del fuego- rubrican esta arraigada forma de pensar y de sentir. Hasta el más racional de los ciudadanos no titubeará en atravesar orondamente una alfombra de carbones encendidos sin que siquiera se le caliente el dedo gordo del pie. O el estruendo infernal de petardos de los días de Navidad y Año Nuevo o el que se arma para acompañar el gol del equipo de nuestros amores; costumbre milenaria que tiene, en el subconsciente, el mismo propósito que tenía en la antigüedad: ahuyentar a los malos espíritus y convocar a la buena suerte.




ArribaAbajoCultura shamánica y mágica

¿Se quiere algo más? Llamemos a la teología en nuestro auxilio. El padre Antonio González Dorado (S. J.) nos explica que la cultura paraguaya es «una cultura shamánica y mágica, como la de los antiguos guaraníes. Entre los datos que vienen a confirmar esta afirmación   —118→   sobresale la pervivencia del «paje» y de un cierto mesianismo que pone su esperanza en el caudillismo. Lo mismo se manifiesta en el curanderismo y en algunas manifestaciones de la religiosidad popular»66.

El padre González Dorado se refiere, en su ensayo, a la cultura popular, naturalmente. ¿Pero cuáles son los límites de esa cultura popular? La historia paraguaya no registra ningún patriciado excluyente que haya desarrollado una cultura elitista, diferenciada nítidamente de aquella. Por consiguiente, la cultura popular abarca a casi todo el pueblo paraguayo. Insular, pobre e indocto, encerrado en sus «valles», alejado del estrépito de las querellas que sacuden al mundo, comunicándose principalmente en un idioma nativo, el paraguayo logró cubrir con su cultura a casi todos los grupos de inmigrantes. Si bien existen islas culturales -colonias menonitas, japonesas y alemanas ellas no han sido impermeables a la influencia de la cultura paraguaya. No es extraño que los colonos europeos se expresen mejor en guaraní que en castellano y no vacilen en interrumpir sus más intensos quehaceres para sumergirse en una alegre y chismorreada rueda de tereré.





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ArribaAbajo- VIII -

En donde una rueda no cesa de girar y hay tiempo de tomar un baño de luna


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Al comenzar este ensayo había prometido ofrecer un bosquejo, a vuelo de dirigible o de mariposa, de la paraguayología. Al llegar a esta parte, me ronda la sospecha de que son más las preguntas que las dubitativas respuestas anotadas en este trabajo. La curiosidad del etnógrafo y la puntillosidad del espía debieran presidir -lo acepto sin discutir- un emprendimiento semejante. Pero carezco de tales virtudes.

¿Cómo encerrar en un escueto código -mezcla de ley de las XII Tablas, Código de Manú y Código de Hammurabi- las leyes que rigen las actitudes y la conducta cotidiana del paraguayo? La tarea resulta superior a mis fuerzas y a mi buena voluntad que, de suyo, es paupérrima. No obstante, dejaré constancia de algunas presunciones gratuitas sobre la cosmovisión de la raza, del pila, de lo mitã. O de «los perros», si se quiere un término de origen más reciente, que ha logrado un sorprendente consenso.

La manera en que un pueblo concibe el devenir puede entregarnos una confiable pista para atisbar las profundidades de su alma. Para los pueblo primitivos, la cuestión era resuelta mediante el mito, primera concepción del mundo y de la vida que registra la historia del hombre; primera cosmovisión propia de los pueblos primitivos, como postula Adolfo Bastián. Con respecto al devenir, la filosofía clásica propone dos concepciones opuestas y fundamentales: la concepción de Parménides, que niega el devenir, y la de Heráclito, que hace de él el centro de su sistema. Sus escandalosas controversias llenan siglos de toda la historia del pensamiento.


ArribaAbajoUn mito demencial

¿Tiene el paraguayo una cosmovisión peculiar, que incluye como parte medular una concepción del devenir? Barrunto, con la intuición del espía aficionado, que sí la tiene. Propongo una hipótesis inicial,   —122→   aunque ella no sirva sino para provocar la reflexión: de manera intuitiva, sin constituir un sistema, sin un eje central que la justifique, sin un texto capital, esa concepción es la del Eterno Retorno.

Se trata de una visión del tiempo antiquísima, anterior a toda reflexión filosófica como la que produjeron Parménides o Heráclito. Tema recurrente en las culturas arcaicas, es impugnado como un «mito demencial»67 por Milán Kundera. Pero el Eterno Retorno nos conduce a inferir una «cierta perspectiva desde la cual las cosas aparecen de un modo distinto de como las conocemos: aparecen sin la circunstancia atenuante de su fugacidad. Esta circunstancia atenuante es la que nos impide pronunciar condena alguna. ¿Cómo es posible condenar algo fugaz?»68.

Kundera aporta una serie de ideas que nos llevarán a ver este mito como algo realmente inquietante. Repasemos una de sus conclusiones, en una corta digresión que tiene el propósito de contemplar esta doctrina cíclica con las debidas reservas: que alguien sea un imbécil es una futeza en la historia de la humanidad porque habrá mil ocasiones para corregir u olvidar sus imbecilidades. Pero si ese imbécil, en virtud del mito del Eterno Retorno, se repite cíclicamente a lo largo de un tiempo que se regenera periódicamente, entonces será absolutamente insoportable.




ArribaAbajo«El mundo es una rueda...»

Tratemos de ir más lejos. No estamos aquí dentro del abstruso sistema de Hegel. Ni siquiera dentro de la visión poética de Heráclito con su controversial doctrina del doble baño en el mismo río; o del doble o quizá múltiple río para un único e inacabable baño; confusa aseveración para una época en la que no existía el agua corriente y el baño era una excentricidad de despreciables pueblos bárbaros.

La concepción paraguaya reconoce -ya lo hemos dicho- otra filiación, que tiene cierto parentesco con la doctrina de Vico, con su inacabable corsi e ricorsi. Esta visión del devenir, como parte de la naturaleza de la sociedad, puede ser definida con este aforismo popular:   —123→   «El mundo es una rueda, ojeréva mbeguekatu» (el mundo es una rueda que gira lentamente). En este instrumento, agotadoramente circular, cada uno de sus puntos debe dar una vuelta completa para volver después al punto de partida, donde comenzará de nuevo otro ciclo exactamente igual al anterior.

Esta rueda no sólo recorre el Paraguay. Se nota su huella, un nítido y largo rectángulo, atravesando muchos países. Lo testimonia ese gaucho desertor de la milicia que andaba de pulpería en pulpería con su guitarra a cuestas, siempre huyendo de la Policía. Comprobémoslo en Carlos Astrada: «La concepción mítica de las culturas americanas, con su idea básica del movimiento cíclico y el retorno, ha influido e influye en la literatura latinoamericana. Así, en nuestro Martín Fierro donde se dice que el tiempo es una rueda -y rueda eternidá. ¿De dónde proviene esa idea? Ciertamente, más que en su posiblemente remota extracción cultural, debemos pensar en su más inmediato hontanar telúrico»69.

Roa Bastos, en una de las crípticas reflexiones del Supremo, deja caer en su cuaderno privado estas sugestivas palabras sobre el tiempo: «Nos vamos deslizando en un tiempo que rueda también sobre una llanta rota. Los dos carruajes ruedan juntos a la inversa. La mitad hacia adelante, la mitad hacia atrás»70. La rueda reaparece, pero el escritor, que sabe de su existencia, la destruye en un rapto de ira, para negarle su función circular y, por ende, su conocido simbolismo.

La palabra «mundo» no alude a la realidad cósmica, materia reservada a la sapiencia de los astrónomos, esos individuos cegatones de copiosa paciencia, fatigados bajo el peso de sus enormes telescopios. Materia también propia de los astrólogos, primos hermanos de aquellos, enigmáticos individuos inclinados sobre sus cartas astrales. En ellas, mediante las combinaciones y alejamientos de los astros, podemos atisbar la miseria y la fortuna, los amores despechados y la llegada de inesperados viajeros.

En el aforismo paraguayo ya mencionado, el «mundo» es la sociedad, la vida humana organizada. Este «mundo» es, en realidad, la vida humana capturada por la redonda estructura giratoria de la calesita. Las cosas que fueron volverán a ser; se escucharán las mismas voces,   —124→   sonarán las mismas canciones; las mismas pisadas volverán a ser impresas sobre el mismo suelo. «De nuevo cada espada y cada héroe, de nuevo cada minuciosa noche de insomnio»71 postula Borges, desvelado explorador de estos laberintos del tiempo y del espacio.




ArribaAbajoNo may nada nuevo bajo el sol

Esta idea se encuentra en las raíces remotas del espíritu humano. Releamos el «Eclesiastés», la voz milenaria de un pueblo que construyó buena parte de los cimientos de nuestra civilización. «¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo bajo el sol. ¿Hay algo de que se pueda decir: He aquí esto que es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido. Aquello que fue, ya es: y lo que ha de ser, fue ya».

Para el paraguayo, la sociedad no es un organismo estático, petrificado, cerrado a todo cambio. La rige un dinamismo esencial, con un influjo pausado pero sostenido. Lo sobresaltan a veces ruidosas crisis, pero que no aciertan a modificar su naturaleza. Las esporádicas sacudidas no alteran lo fundamental; acaso sólo lo confirman. No es que se nieguen los bochinches dentro del devenir sino que carecen del carácter decisivo que tienen en otras culturas. La concepción del progreso, elaborada por el Iluminismo, con su perspectiva de la historia como una línea constante y ascendente, está muy lejos del karaku (médula) de la cultura nacional. Lo sabía el gruñón Cecilio Báez cuando contempló, desde el Palacio de López, el rancherío de la Chacarita. Allí, se habían realizado varias quemazones de ranchos para prevenir la expansión de una epidemia. La peste ya había hecho estragos en otros países del continente y causaba pavor a los paraguayos, que ya se veían exterminados como hormigas. Pero la cosa no pasó a mayores; el número de decesos estuvo muy debajo de las temerosas expectativas. Cecilio Báez sentenció: «En este país ni siquiera la peste puede progresar». Inconscientemente, estaba repitiendo la esencia de nuestra concepción arcaica de la historia, contraria a la del Iluminismo, con su mística del progreso eterno.



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ArribaAbajoUn petiso charlatán

Un enano charlatán nos propone un breve resumen complementario de la doctrina en Así habló Zarathustra: «Todo lo recto miente... toda verdad es sinuosa; el tiempo mismo es un círculo»72. En otro pasaje de la misma obra leemos: «Todo va, todo vuelve, la rueda de la existencia [otra vez la rueda] gira eternamente. Todo muere; todo vuelve a florecer; eternamente corren las estaciones de la existencia. Todo se destruye, todo se reconstruye; eternamente se edifica la casa de la existencia. Todo se separa, todo se saluda de nuevo; el anillo de la existencia se conserva eternamente fiel a sí mismo»73.

La rueda, por lo que hemos visto, se halla indisolublemente vinculada con la visión cíclica del tiempo humano, creencia que, según Mircea Eliade, el gran historiador de las religiones, es típica de las sociedades arcaicas. Acceder a la modernidad supondría romper el círculo vicioso del retorno y adquirir el sentido de la historia lineal; la segura comprensión -o la superstición- de que todo hecho pasado es irreversible.

No necesitaré reiterar que la creencia popular paraguaya no tiene nada que ver con un complejo y armonioso edificio de categorías y conceptos extraídos de un obeso tratado de Filosofía de la Historia o de la Antropología Filosófica. Se trata de una visión arcaica del mundo, de la sociedad y de la vida, que tuvo tiempo de decantarse durante siglos. Ella pervive en el subconsciente74 colectivo a despecho del barniz de cristianismo y de cultura occidental.

La doctrina cristiana significa reorientar todo el devenir del hombre. Hay un solo origen del mundo, en una sola y productiva semana. Hay una sola pareja primigenia y un solo Paraíso Terrenal y un solo fruto del árbol prohibido y un solo mordisco imprudente. Y así sucesivamente. Cristo se muere, pero lo hace una sola vez, para redimir, con su sacrificio, a todo el género humano. Su omnisciencia le permite rechazar la abominable idea de tener que soportar en cada ciclo la traición de Judas, las preguntas impertinentes de Poncio Pilatos, los latigazos, la corona de espinas, las intolerables vociferaciones de la   —126→   multitud. Habrá un único e inexorable Juicio Final. «Jesús es la vía recta que nos permite huir del laberinto circular de tales engaños»75.




ArribaAbajoEl río y la influencia lunar

La naturaleza provee abrumadoras pruebas de la visión cíclica. El río Paraguay, líquida columna vertebral de mi país, altera periódicamente, con sus inundaciones, la vida de toda la población. Hay meses de creciente y meses de estiaje, que regulan el acaecer humano en todas las poblaciones costeras. Hay un tiempo de abandonar todo ante el avance de las aguas y hay un tiempo de retornar al hogar, a reconstruir pacientemente todo lo que éstas carcomieron.

La pausada rutina de Sísifo preside la vida a lo largo de la ribera del río y aún de quienes se encuentran mucho más lejos, a espaldas de los pobladores de esta región. Durante los meses de creciente, el agua se extiende a varios kilómetros a los costados del cauce, como una barrosa y lenta película. Después, las aguas bajarán y el río volverá a ser una amigable fuente de vida; hasta la pesca retornará a entregar su diario sustento.

La luna, con su cambiante rostro, se halla también fuertemente asociada a la idea del Eterno Retorno. En el Paraguay, ella rige meticulosamente las actividades en los más diversos campos. En la agricultura, en la ganadería y hasta en la actividad forestal, los ciclos lunares marcan las pautas a las que deben ajustarse las actividades de los hombres.

Varios productos agrícolas son plantados o recolectados sólo bajo determinadas lunas. Obviemos los de origen foráneo, que pueden escapar a esta regla, como, por ejemplo, la vid, que debe plantarse exclusivamente el día de Santa Ana. Pero, aparte de estas excepciones, los dominios de la luna son muy estrictos y castigan toda transgresión con el vergonzoso fracaso.

León Cadogan anota que «los Mbya dicen que el maíz sembrado durante la luna nueva no prospera. Los cogollos de dicho maíz, al achatarse (endurecerse), son atacados por las orugas. Pero, aunque   —127→   produjere granos, serán atacados prematuramente por los gorgojos.

Debido a estos hechos fue dispuesto por los dioses que el maíz se sembrará únicamente en el intervalo entre las lunas (yachy pa'úme76.

La cosecha de maíz se levanta con frecuencia durante el cuarto menguante, explica Cadogan. Las ramas de mandioca -y de batata- deben plantarse en el cuarto creciente; con ello se evita la producción de tubérculos fibrosos. La actividad yerbatera también admite la influencia lunar.

La producción forestal también se orienta rígidamente por estos principios. Un tronco debe ser cortado únicamente bajo las condiciones lunares propicias. Sabe el maderero que, si desprecia esta norma, la madera se le pudrirá o se agrietará totalmente hasta hacerse inservible. La palma negra, producto de empleo habitual en la construcción de viviendas rurales, es derribada sólo en estas circunstancias favorables, sin las cuales la podredumbre sería inevitable. El guatambú derribado con luna llena se llenaría de «bichos».

Cadogan anota también que «en forma similar es atacada la madera; las tijeras y enlates para construcciones de casas no deben ser cortados durante el cuarto creciente para evitar que sean atacados por los insectos. También la paja para techos se infecta si es segada durante la luna nueva: Durante los meses de marzo, abril y mayo, sin embargo, la madera puede ser cortada durante cualquier fase de la luna»77.

Un empresario maderero me proveyó una explicación que racionaliza esta creencia ancestral. Según este informante calificado, durante ciertas lunas la savia circula con mayor fuerza dentro del tronco. Pero hay épocas en que, debido a la influencia lunar, la savia «baja»; el tronco, despojado de su torrente circulatorio, estará relativamente seco.

Por eso, si es derribado en ese momento, podrá quebrarse muy fácilmente.




ArribaAbajoMala combinación: la luna y el «norte»

El ganadero tampoco es ajeno a esta arraigada creencia. Castrará y marcará sus animales sólo con luna menguante. De lo contrario la   —128→   marca crecerá y la herida no se sanará fácilmente. Igual cosa ocurrirá con la región donde se produjo la castración. Sólo un imprudente prescindiría del escrupuloso acatamiento a estas normas tan sabias.

Miguel Ángel Pangrazio registra estos condicionamientos en una obra de reciente reedición. Observa que la sabiduría popular hace depender muchas actividades de las fases lunares, agrupadas éstas en dos períodos fundamentales: 1) El de la luna alta. 2) El de la luna baja.

«La luna alta está considerada mala luna; no se cortan madera, paja, junco, porque se pudren. No se hacen trasplantes de árboles porque se envician, no dan frutos. No se poda la vid, tampoco los árboles. No se siembran semillas de plantas que producen bajo tierra, tubérculos: zanahoria, papa, batata, maní, etcétera. Pero se siembra lo que se cosecha sobre la tierra: sandía, zapallo, etcétera. No se castran animales porque se desangran. Tampoco se marcan animales porque no quedan bien. No se faenan cerdos porque la sangre en esa época está muy húmeda y se echa a perder muy fácilmente».

«Si la luna está rodeada de agua, se pronostica que lloverá todo el mes. Si vino en seca, las lluvias escasearán. Esas creencias vinieron con los conquistadores y algunas de ellas, practicadas por los guaraníes, tuvieron marcado efecto en la vida social y económica del Paraguay. Aún subsiste en muchos lugares la secular tradición. La actividad agrícola está subordinada a los períodos de la luna»78.

Agreguemos que «estar de luna» significa todavía estar acosado por el malhumor, estado que acomete a los jefes con sorprendente frecuencia y que los subordinados son expertos en adivinar. La influencia lunar en los bajones del humor es sólo disputada por el viento Norte, el cual, según larga e indiscutida tradición, aniquila toda visión amable de las cosas. Es fama que el Supremo, en esos días en que el Norte barría la ciudad con su agobiante peso, era inmune a la clemencia. Las órdenes de fusilamiento se sucedían entonces sin solución de continuidad, según asevera la leyenda negra urdida en tomo de la enigmática figura del Supremo.

El propio Rengger acoge esta leyenda, observando que el humor del Dictador cambiaba con el Norte. O mejor, con el Nordeste, que es realmente el viento predominante. «Este viento, muy húmedo y de un   —129→   calor que ahoga, atrae lluvias repentinas y diarias y hace una impresión molesta en las personas que tienen los nervios movibles o que padecen de obstrucciones en el hígado y en las demás vísceras del bajo vientre. Al contrario, cuando sopla el viento del Sudeste, que es seco y frío, regularmente se halla el Dictador bien dispuesto. Entonces canta, ríe solo y habla de buena gana con las personas que se acercan a él»79. Era la época -no lo olvidemos- en que todavía no se habían inventado el ventilador ni el aire acondicionado. Sólo las pantallas de karanda'y (palma) paliaban malamente el agobio de los días sometidos a la influencia del viento Norte.




ArribaAbajoRitos religiosos y paganos

La fiesta de San Juan, que se celebra anualmente, tiene abundantes alusiones al fuego sagrado de la época neolítica y coincide con el solsticio de invierno del hemisferio Sur. En ella se rinde culto a la esperanza; desde entonces las noches serán cada vez más cortas y los períodos de luz diurna cada vez más largos. Las «rúas» callejeras, con las antorchas de paja seca, evocan, inconscientemente, este milenario rito. El cielo se completará con el siguiente solsticio y así hasta la eternidad.

La fiesta del karnba ra'anga (máscaras) incluye también claras referencias a esta visión del devenir. Por algo monseñor Juan Sinforiano Bogarín persiguió sistemáticamente a esta festividad, en la que adivinó claros signos paganos. En esta fiesta existían elementos alusivos a las antiguas iniciaciones sexuales y hasta a la reproducción simbólica de la lucha contra el fuego, símbolo de vida, al que se intenta apagar y cuyos defensores protegen.

La tradición, en este caso, es hispánica, como puede inferirse de la lectura de un pasaje del famoso Pedro de Urdemalas80 de Miguel de Cervantes: «Nombréme, y ella acudió / al reclamo, como quien / del primer nombre que oyó / de su gusto y de su bien / indicio claro tomó; / que la vana hechicería / que la noche antes del día / de San Juan usan doncellas, / hace que se muestren ellas / de liviana fantasía»81. El   —130→   antiguo sentido orgiástico de la festividad, que se infiere de este texto, ha perdido; tal vez para siempre.

La propia Semana Santa, cuyo objetivo ritual es el de evocar un único y definitivo acontecimiento de la historia de la humanidad, tiene en su versión popular el carácter de reiteración de ese hecho. Cuando el Cristo de cabeza y extremidades articuladas -tal como lo presentan las esculturas de las Misiones Jesuíticas- baja la cabeza, en señal de muerte, estalla una tempestad de lamentaciones. «Se murió Nuestro Señor», gimen los creyentes, sumidos en la desesperación. En ese momento se sienten abandonados por Él, que ha sido sacrificado por sus enemigos. La angustia es tal que sólo puede atribuirse a la muerte real de Cristo, mucho más que a su evocación simbólica.





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ArribaAbajo- IX -

Una edad de oro sin un cobre


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Según Mircea Eliade, el objetivo profundo de todos los ritos vinculados con el mito del Eterno Retorno es la regeneración del tiempo; en otras palabras, la reconstrucción inconsciente de la Edad de Oro perdida en el pasado. Pero esta reconstrucción es incompatible con la existencia de la memoria histórica, con su abuso de detalles prosaicos, con sus ramplonas cronologías, con sus fatigosas reconstrucciones de sucesos, con sus aburridos personajes de carne y hueso; con sus individuos que, además de pronunciar frases célebres y realizar actos memorables, tienen dolores de muelas, beben, aman y odian y padecen de suegras y de parasitosis. Seres humanos en definitiva. Y, como tales, también capaces de cometer descomunales desaguisados.

La concepción circular del tiempo nos permite darles el esquinazo a todas estas trampas de la realidad y encontramos nuevamente, con la ansiedad propia de quien vuelve a ver al primer amor, con la Edad de Oro. Para ello es indispensable suprimir previamente todo lo que pueda entorpecer esta búsqueda obstinada, a través de la cual el paraguayo busca su realización. La memoria histórica, con su impertinente vivisección de hechos y personajes, con su constante llamado a la razón, se opone resueltamente a la persecución de este anhelado encuentro.


ArribaAbajoLos trovadores de la historia

Por eso el pasado paraguayo no existe como historia sino como leyenda. Por eso no tenemos historiadores sino trovadores, emocionados

cantores de epopeyas, lacrimosos guitarreros del pasado. Por eso no tenemos héroes humanos sino estatuas de mármol sin siquiera una pizca de caca que, arrojada desde el aire por un gorrión iconoclasta, pueda macular la blanca superficie.

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Algunos dicen que esta actitud constituye un acto deliberado de falseamiento de la verdad, un producto de maligna inspiración, un juego de tahures, una oscura conspiración de imaginativos bribones. No hay tal cosa. Esa manera de presentar el pasado con sus peculiares estructuras «categorías en lugar de acontecimientos, arquetipos en vez de personajes históricos»82 -es la que corresponde a una sociedad arcaica que todavía no ha emergido a la modernidad.

Por lo demás, no hay motivo para que esto nos asuste ni para que nadie infiera que estamos tratando de impugnar a la patria entera. Al fin de cuentas, no se ha demostrado que la cosmovisión de una sociedad arcaica sea mejor o peor que la de una sociedad moderna. Es sólo diferente. No creo que nadie pueda probar que esa cosmovisión merezca ninguna clase de repulsa en nombre de otra, presuntamente «moderna», santificada por tres siglos de racionalismo; un lapso que podemos considerar una chaucha comparada con el peso de milenios del género humano. No hay nada que nos autorice a entronizar en los altares a las computadoras en vez de nuestros adorados arquetipos.

Esa manera de ver las cosas se halla instalada en todas las actividades de nuestro tiempo. Esto explica, naturalmente, el rechazo tenaz de todo intento de reconstruir la memoria histórica del Paraguay, entendida esta, siguiendo a Eliade, como «recuerdo de acontecimientos que no derivan de ningún arquetipo»83. Por eso el pasado paraguayo no existe como historia, o sea como «sucesión de acontecimientos irreversibles, imprevisibles y de valor autónomo»84, sino como un armonioso cantar de gesta, compuesto al compás de laúdes y flautas angelicales, cuyos personajes son tan bondadosos como el Arcángel Gabriel o tan malos como Satanás. Sin términos medios.

Se puede temer que la historia y, desde luego, los historiadores, puedan echar a perder tan majestuoso intento con sus cargosos documentos. Por eso, de una manera inconsciente aunque sistemática, los paraguayos hemos sembrado de trampas el camino de estos conspiradores para defender nuestra antigua y armoniosa perspectiva del devenir. Una patriótica labor de ocultamiento o destrucción de los   —135→   soportes documentales de la memoria histórica impedirá que tenga éxito esa deleznable empresa, probablemente al servicio del oro extranjero. Ausentes del camino, no constituirán un escollo en la dilatada peregrinación en la búsqueda de nuestra Edad de Oro, la «tierra sin mal» de la cultura paraguaya.




ArribaAbajoUn inventario de escombros

Veamos algunos ejemplos que justifiquen esta afirmación. Hace algunos años, el historiador Alfredo Seiferheld realizó una minuciosa lista de los edificios de valor histórico o artístico que ya fueron demolidos en Asunción; desde la antigua Casa de los Gobernadores hasta el templo de San Roque, desde el local de la Imprenta Nacional (Oliva y Alberdi) hasta la sede del Club Nacional, fundado por el mariscal López. Medio siglo antes, Teodosio González realizó un inventario parecido, igualmente desolador. Nadie derramó una lágrima sobre los ilustres escombros.

Por la misma época en que Seiferheld hacía sus anotaciones, el doctor Pusineri Scala se munió, luego de una investigación prolongada, de una colección de fotografías. En ellas -milagro de la imagen- aparecían erguidos muchos edificios que ya fueron convertidos en escombros hace muchas décadas. Otros aún supervivían, por lo menos en el momento en que Pusineri realizaba su pesquisa. Las fotos fueron reunidas para ilustrar conferencias que el coleccionista acostumbraba y aún acostumbra pronunciar. Para cada nueva conferencia, el profesor Pusineri tiene una precaución: se cerciora de que todavía están erguidos.

Con el edificio del actual Palacio Legislativo -fue construido por orden de Carlos Antonio López, para servir de sede al gobierno nacional; allí se celebraron, años después, las sesiones de la Convención Nacional Constituyente de 1870- se hizo algo aún más sorprendente: se le incorporó, en la parte trasera, una mole cuadrada, de bien lograda fealdad. Difícil hubiera sido concebir algo más horrible. Se presenta a la vista como una especie de tumor, furúnculo, ántrax, verruga (kytá) o lunar del edificio cuya construcción ordenó Carlos Antonio López.



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ArribaAbajoLa iconografía del doctor Ross

El Paraguay no cuenta con ninguna iconografía auténtica -salvo un grabado del Supremo- de los próceres de 1811, autores de la emancipación política. Pero la necesidad de libros escolares estimuló a alguien a inventar los retratos de estos varones: Caballero, Yegros, Iturbe y otros. El resultado fue una galería de ceñudos y taciturnos caballeros que inundó los libros escolares. Por alguna razón inexplicable, quizá para infundir pavor a los niños, el autor de dicha colección pintó fisonomías agraviadas por un sello de antigua angustia, como el que aflige el talante de los estreñidos. Anoto esta anécdota porque permite apuntar un hecho sospechoso: para completar la confusión, hace un par de décadas fue creada una nueva serie de retratos, igualmente inventados. Los rostros son totalmente distintos de los anteriores, pero hay que decir en su favor que ostentan un semblante más amable. Con ambas series se podría intentar un brillante aviso comercial de las serviciales píldoras del doctor Ross: antes y después.

Carlos Antonio López, primer Presidente de la República, aparece con un rostro circunspecto en estampillas, billetes de banco y libros escolares. Nadie sabe que esa imagen, con un sospechoso parecido a Sarmiento, fue fabricada por la imaginación de un tenaz fabulador. La genuina cara de Don Carlos, en forma de pera, permanece invisible en la iconografía oficial.

El Mariscal López fue Presidente en una época ya frecuentada por los primeros fotógrafos. Fue difícil, por eso, inventarle una cara nueva. Exasperados ante esta frustración, los fabuladores se consolaron cambiándole el pelo al caballo que montó en Cerro Corá. Lo convirtieron en blanco pese a que, según consta, era un bayo capturado recientemente. Buen jinete, López sabía que el blanco sólo es bueno para los desfiles, porque su pelo es hábitat preferido de todo el bicherío.



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ArribaAbajoEl código de los laberintos

El Archivo Nacional de Asunción, el más antiguo del Río de la Plata, puede convertir al laberinto borgiano en una diversión de párvulos. Se trata -tengo fundadas sospechas- de una labor de ocultamiento deliberada: su objetivo es desalentar a todo aquel que pretenda curiosear más de la cuenta. Sin clasificación alguna, sin ordenación coherente, encontrar un documento pertinente a una investigación requiere de una paciencia de chino. Los chinos, como es sabido, son recién llegados al Paraguay. Para peor, no se interesan en la historia sino en el comercio.

El investigador que pretenda ingresar en algún archivo nacional, sea cual fuere éste, encontrará tantas dificultades que generalmente optará por capitular. Más fácil le sería a un rabino ser introducido en el dormitorio del Ayatollah Komeini. Los archivos de ministerios y entes autárquicos son considerados, a todos los efectos, verdaderos arcanos. Es que la información que se rescate de ellos puede opacar la deslumbrante visión del Paraíso Perdido. Puede destruir la tranquilidad de vivir en el sitio donde se hunde, pensativo y oscuro, el ombligo del mundo.

En cuanto a la Biblioteca Nacional, es conocido el saqueo sistemático de que fue objeto. Lo poco que queda de su rico patrimonio inicial es motivo de la desesperación de su actual director. Sabe éste, por pertenecer al gremio intelectual, que buena parte del contenido de la biblioteca y del Archivo Nacional ha ido a parar en universidades norteamericanas o a enriquecer paquetas colecciones privadas, locales o foráneas. A cambio, obviamente, de some money.

Con todo, queda bastante material para excitar a los detectives del pasado. Pero no hay peligro. Nuevamente el espíritu patriótico, empeñado en la defensa de nuestra concepción del devenir, tiene sutiles medios para desalentar a los investigadores más acuciosos. Una activa y voraz población de insectos y roedores se pasea amenazante por nuestros archivos. Quien pretenda meter la mano en los documentos en ellos atesorados corte el riesgo de que un ratón le muerda un dedo.



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ArribaAbajoInsólito caso de organización

Después de la Guerra Grande, fue editado regularmente el Registro Oficial. Allí se asentaban los decretos, leyes, reglamentos y otros actos oficiales de relevancia que interesaba documentar. Claro que los gobiernos de aquella época tenían demasiada influencia foránea. Cuando «la raza» recuperó totalmente las riendas del poder, la búsqueda de la Edad de Oro exigió interrumpir la secuencia. Hubo períodos en que el Registro desapareció. Otros en que se publicaba sólo lo que convenía. Y otros en que el acceso quedaba reservado a pocos privilegiados, como si fuese un periódico restringido a una logia secreta.

El Archivo Nacional tiene, empero, mejor suerte que la que le cupo al desaparecido diario «La Tribuna» cuyos «clisés» -medio siglo de historia paraguaya en imágenes- fueron vendidos a una fundición, a tanto por kilo. No es caso único. Los grabados en madera de Cabichuí, heroica publicación de la época de la guerra, fueron convertidos en leña. Algunos tacos fueron recuperados milagrosamente y con ellos se imprimió una serie especial, hace pocos años.

Docenas de kilómetros de películas del antiguo «Noticiario Nacional» juntan hongos y polvo, en total desorden, en un depósito privado. Pronto no quedará nada de ellas. Eso sí, en homenaje a la verdad, debo anotar un rasgo de organización paraguaya: se sigue cobrando puntualmente un impuesto a las entradas de cine, para solventar el presupuesto de las filmaciones. Además, se realizan importaciones de drogas para revelado, películas y otros insumos. Claro que hace más de veinte años no se filma ni medio metro de película.




ArribaAbajoActitud simbólica

El país no cuenta con archivos completos de los diarios de sesiones de las cámaras del Poder Legislativo. Es sabido que durante el gobierno del general Higinio Morínigo, el edificio fue confiado a la custodia de una pequeña guardia militar. Aparentemente, los   —139→   miembros del grupo empleaban los voluminosos y apolillados diarios de sesiones en lo que Borges denominaría «menesteres infames». Estoy dispuesto a jurar sobre la capa de San Blas que no se trataba de un simple problema presupuestario -escualidez del rubro para compra de papel higiénico- ni de la tacañería del jefe de la unidad militar de la que salía la guardia.

Se trataba, en este caso, de una actitud inconsciente: firme repulsa a la documentación histórica que podría convertirse en una barrera en la búsqueda de la mítica Edad de Oro. Además, no puede encontrarse otra manera más simbólica de demostrar el valor que el cuerpo de guardia asignaba a todo ese pesado y aburridor papelerío: apenas un simple y necesario sustituto del avati ygue de empleo obligado en nuestras campiñas.

Uno podría pensar que, a falta de documentos, se podría acudir a la memoria de los hombres. Pero esta memoria sólo puede escarbarse en la conversación privada, en las consejas de los ancianos o en el anecdotario disperso que recogen secretarios, amantes y choferes. Porque los protagonistas no dejan nada escrito. Y lo que ha quedado olvidado por ahí, lo niegan sobre la cruz de Jesucristo, con femenino pudor.

Los protagonistas de hechos históricos no escriben sus memorias. Prefieren que la posteridad urda libremente descomunales leyendas sobre hechos y personas. Los memorialistas son la excepción. Los más prefieren sumirse en el más torvo silencio. En cuanto al tratamiento de cosas que puedan comprometer la ejecutoria de tales o cuales personajes o corrientes de opinión se termina dejándolo librado a la imaginación.

Los historiadores -tenemos que llamarlos de alguna manera- escriben bizarros textos en los que se mueven, envueltos en humos épicos, imponentes personajes. Generalmente, los hechos son presentados como un ruidoso campo de batalla entre las huestes de Ormuz y Arimán. En él se enfrentan torvos y azufrosos esbirros de Satanás, por una parte, y los albos y sonrosados querubines del Altísimo, por la otra.



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ArribaAbajoEl galope de los arquetipos

El liderazgo político del general Bernardino Caballero, fundador del Partido Colorado, es explicado por O'Leary como resultado de un infalible golpe de índice del mariscal López, al tiempo que exclamaba: «He aquí a mi sucesor». O'Leary, escritor al fin, agrega un colorido decorado a este acto, a orillas del arroyo Tandey'y. Hay también un mítico galope durante el cual ambos héroes pasan revista a las tropas, a las que López dirige las palabras rituales, exigiendo para Caballero la misma lealtad que le dispensaron a él.

Lo curioso del caso es que ninguno de los sobrevivientes de la guerra -entre los pocos que anotaron algunas cosas- recuerda hecho tan singular como es nada menos que la designación de un sucesor. Ni Silvestre Aveiro ni el General Francisco Isidoro Resquín ni Juan Crisóstomo Centurión ni el capitán Romualdo Núñez. ¿Mala memoria de todos ellos? Tal vez. Se podría acudir al intrépido Padre Maíz. Pero el padre Maíz dijo tantas cosas, en uno y en otro sentido, que no puede ser considerado el buque insignia de la probidad.

Lo interesante de constatar es que el General Caballero tenía méritos suficientes como para alcanzar el liderazgo por sí mismo. Se sabe de su atrayente apariencia personal, prudencia y profundo conocimiento del pueblo. Su gobierno fue notoriamente fructífero en orden, progreso y libertad. Luego de un largo período de anarquía, se pudo vivir en paz y sin mengua de las garantías constitucionales. Pero se insiste menos en esto que en el legendario episodio ubicado por O'Leary a orillas del Tandey'y. A su turno, Caballero se convertirá a su vez en un arquetipo, y el liderazgo político devendrá de parecerse a él, de constituir su reencarnación.

La fabulación es libre, pero siempre apunta a fortalecer el mito. El caso más atrayente es el del Mariscal López. Algunos creen que hasta le cambiaron la fecha de nacimiento, para perfeccionar el retrato. Y hasta le endilgaron un bello discurso final en Cerro Corá en el que, proféticamente, anunció su reivindicación: «Vendrán otras generaciones que me harán justicia». Curiosamente, el estilo de este discurso tiene   —141→   muy poco que ver con el suyo, que brilla, sin embargo, en la digna respuesta que dio a la intimación aliada en Pikysyry. En cambio, el estilo rimbombante del discurso póstumo -se comenzó a repetirlo treinta años después de su muerte- se parece mucho al de Juan E. O'Leary. Casualidad, obviamente.

¿Cuál es la necesidad de fabular? Una muy importante: la de evocar la resplandeciente Edad de Oro y regenerarla en el presente. Por eso no existe la historia paraguaya, entendida como una línea fatigosa, abrumada por avances y retrocesos, castigada por esporádicas crisis, pero reconociendo en última instancia una firme línea ascendente. Lo que existe es un perpetuo sucederse de épocas negras y épocas blancas. Las primeras no son importunadas por un ápice de blancura; las segundas, no admiten una sola mota de polvo cósmico. Nuestra historia es el ideal de los maquilladores: carece de lunares. Su piel será siempre blanca o negra, sin concesiones a los tonos claudicantes, como el indeciso gris del que nunca se sabrá si es un blanco ennegrecido o un negro venido a menos.

Lo que buscamos es imitar a los arquetipos de la Edad de Oro en eterna lucha contra las fuerzas de las tinieblas: una especie de versión nacional de las disputas entre Ormuz -«infinito por lo alto»- y Arimán -«el loco lleno de muerte»-, cuyas querellas inundan el Avesta. Nuestros actos serán legítimos en cuanto imiten fielmente a los arquetipos. Por eso «cumplimos con el mandato de los próceres», «reivindicamos la patria vieja», «recogemos el legado de Cerro Corá», etcétera. Si no se establece la conexión con los arquetipos, la legitimidad se debilita.




ArribaAbajoNuestra edad de oro

Nuestra Edad de Oro es ubicada en el siglo XIX; en eso coincide buena parte de los escritores de la generación del 900. Es obvio que quienes vivían en la Edad de Oro no tenían conciencia de ello. No sabían que deambulaban sobre un terreno sacro. El mapa fue confeccionado después por Juan E. O'Leary, Moreno, Pane y otros   —142→   eminentes intelectuales paraguayos. No faltaron extranjeros, como el sabio suizo Moisés Bertoni, que llegaron a esta Arcadia para vivificarse con sus benéficos aires. Desde Europa, anarquistas como Eliseo Reclus o diletantes como Thomas Carlyle elevaron epinicios que ayudaron a fortalecer este discurso, ya sea tomando como centro de interés la desoladora Guerra Grande o la enigmática personalidad del doctor Francia.

La terrible experiencia de la guerra no pudo menos que producir situaciones límites para la condición humana. Sacrificios inexplicables a la luz de la razón, hechos sorprendentes lindantes con la estructura de la tragedia clásica abonaron el terreno sobre el que trabajó la generación del 900. La canción épica recoge esta experiencia irrepetible y provee claves que no deben pasar desapercibidas.

Recordemos, por ejemplo, «Cerro Corá» de Félix Fernández, una de las más hermosas canciones del patrimonio musical paraguayo. Allí se dice con todas las letras: «Mariscal rire, Mariscal jevy; / mamópe oime nderasa hara... nembochyryry, nerejentregái, / ndéko Paraguay mombe'upyrã... ñamano rire ja pu'ã jevy / ñahendu hagua Mariscal ñe'é». En otras palabras: «después del Mariscal otra vez el Mariscal, dónde habrá quien pueda superarte... te sacrificaron pero no te entregaste, eres la leyenda del Paraguay... después de muertos volveremos a erguimos, cuando escuchemos otra vez la voz del Mariscal».

La generación del 900 abrió la marcha al retorno a la Edad de Oro, con un dejo nostálgico que inundó su rica labor, al grito de «a pasado de glorias, presente de infortunios». Incluso la izquierda intelectual rinde su tributo a este discurso. Anselmo Jover Peralta coteja sus ideas con las de Manuel Domínguez con estas reveladoras palabras: «Recuerdo que el doctor Manuel Domínguez me pidió, en cierta ocasión, durante la Guerra del Chaco, que le explicara eso de una revolución que era al mismo tiempo una restauración. Le contesté que era la misma cosa, en el fondo, que lo que él quería decir cuando decía que era necesario restablecer los factores económicos tradicionales dislocados. Verdad grande como una catedral»85.

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Surgirá en el lector la curiosidad de saber si la generación del 900 fue sólo una respuesta al fuerte acento liberal que nos invadió después de la Guerra Grande o si traducía sentimientos más íntimos, arraigados en el inconsciente. Con la irresponsabilidad de quien carece de pruebas, apostaría por la segunda tesis. La concepción arcaica del Eterno Retorno y la búsqueda de la Edad de Oro están más consustanciadas con el espíritu colectivo que las abstracciones que ingresaron en el Paraguay en las mochilas de los soldados de la Triple Alianza. No en balde los gobiernos que se sucedieron inmediatamente después de la derrota fueron formados por individuos influenciados por credos foráneos o que reconocían una fuerte influencia extranjera.

Como en los ciclos lunares, cada época de sombras será substituida después por una época de luz deslumbrante. Cada paradigma del mal será derrotado a su turno, inevitablemente, por el héroe solar. La luna recuperará su brillo redondo y el tiempo se habrá regenerado.




ArribaAbajoDonde interviene la poesía

Josefina Plá explica el esfuerzo de la generación del 900 de una forma algo distinta pero no menos ilustrativa. Para la autora, no fue sino una manera de reconstruir, o quizá de construir, la literatura paraguaya. A título de hacer historia, los escritores de esta generación se pusieron a fabular. Los resultados fueron quizá pobres desde el punto de vista científico pero excelentes desde el estético. Que su trabajo haya tenido algo que ver con la historia minuciosa, como exigían los positivistas, de indiscutido liderazgo en esa época, es otro asunto.

La generación del 900 fue la primera que tuvo la oportunidad de trabajar con alguna continuidad en el quehacer intelectual. Soslayó la poesía, la novela y el teatro «por considerarlos superfluos o simplemente inoperantes en la tarea que específicamente le preocupó: la definición de una conciencia histórica, la elucidación de un sistema de valores universales que prestase sentido a un devenir. Era a todas luces urgente dar a este pueblo abrumado, desnorteado,   —144→   una fe, un ideario, un rumbo. Al hacerlo, sin embargo, estos escritores no apreciaron el valor de la literatura como promotora de esa misma conciencia, como conservadora del fondo testimonial colectivo donde se documentan clima y contenidos espirituales»86.

Pero esa decisión no fue gratuita. Tuvo un precio que Josefina Plá define en los siguientes términos: «Pero como desconocer o desdeñar la literatura no basta para eliminarla o suprimirla; como en el mundo de las experiencias espirituales, como en el físico, nada se pierde, sólo cambia de forma, la literatura, relegada como actividad significativa, se trasfunde solapadamente a la historia misma, comunicándole su hiperestesia, su propensión a la fantasía, su inclinación al mito»87.

Los escritores de esa brillante generación se encargaron de construir una nueva memoria histórica. O mejor, siguiendo las ideas de Eliade, construyeron una perspectiva del pasado que borró la genuina memoria y permitió avizorar, sin sombras ni deformaciones, la perfecta y rutilante Edad de Oro. No se crea que esta posición quedó confinada a determinadas ideologías. A su turno, todas las que están representadas en el país, desde la izquierda hasta la derecha, desde Óscar Creydt hasta Juan E. O'Leary, se fueron acomodando a esta misma corriente.




ArribaAbajoLas preocupaciones del bachiller Carrasco

Convoquemos a Cervantes a iluminar una breve digresión. Discutía Don Quijote de la Mancha con el bachiller Sansón Carrasco sobre una versión de las andanzas del Caballero de la Triste Figura que circulaba entonces. En dicha versión se omitían ciertos garrotazos, recibidos por el hidalgo, que deslucirían ciertamente la imagen heroica pintada en el libro mencionado. La omisión de los palos, fuertemente cuestionada por el bachiller fue, sin embargo, defendida por Don Quijote.

Decía éste -un idealista- que podían callarse «por equidad» hechos como el omitido en la obra. Las acciones «que ni mudan ni   —145→   alteran la verdad de la historia no hay para qué escribirlas, si han de redundar en menosprecio del señor de la historia. A fe que no fue tan piadoso Eneas como Virgilio le pinta, ni tan prudente Ulises como le describe Homero».

«Así es -replicó Sansón-; pero uno es escribir como poeta y otro como historiador; el poeta puede contar o cantar las cosas, no como fueron, sino como debían ser; y el historiador las ha de escribir, no como debían ser, sino como fueron, sin añadir ni quitar a la verdad cosa alguna»88. La generación del 900, al pretender hacer historia, lo que hizo realmente fue poesía, seguramente de la mejor, pero poesía al fin. O, por lo menos, literatura de ficción pero que, a través de oscuros mecanismos del subconsciente, no hizo sino expresar el discurso arcaico del Eterno Retorno.

En el quehacer político puede advertirse también, con firmeza, esta misma convicción. Piénsese en la creencia, aceptada casi por unanimidad, de que muchos postulan seriamente la historia política del Paraguay como una sucesión de ciclos treintañales, como los requeridos para la prescripción adquisitiva de dominio del Código Civil. Cada treinta años se produce el desalojo del poder de un partido, el cual vuelve a la inhóspita llanura a rumiar, durante tres décadas, las desdichas propias de la oposición. Después de cumplido el ciclo se producirá el retorno a la tibieza del poder por el sólo paso de los años, pero sin que ningún factor estructural así lo determine. Sólo la ominosa rueda, en su implacable girar, determinará el final de una etapa y el comienzo de otra, que será similar a la que fue substituida por la anterior. Otra vez un período de luz -o de ignota y sepulcral penumbra, según como se la mire- obrará la regeneración del tiempo mítico.




ArribaAbajoEl destino y la esperanza

Si el tiempo es cíclico, todo está previsto: cada llanto, cada risa, cada muerte, cada aberración. Es necesario que así sea porque tendrán que reproducirse ab infinito. El hombre no es libre sino apenas un ciego ejecutor de designios oscuros enunciados desde siempre; una   —146→   marioneta movida por hilos invisibles que, en su inagotable petulancia, cree ser dueño de sus actos. Desde el momento mismo de su nacimiento, la vida de un hombre está nítidamente señalada sin que nada puede sustraerla a esta rígida determinación.

Las cosas son como tienen que ser. Hay que resignarse a ellas, porque no hay manera de evitarlas. Los que son ricos, ya han sido designados para ello: La rikorá jairrikopáma; la mboriahurá jaimboriahupáma. (Los que debieron ser ricos, ya lo son; los que debieron ser pobres, ya lo son). Si a alguien le ocurrió una desgracia es porque, de algún modo, se cumplió una ley de compensación: Ho'a hi'ári husticia (La justicia le cayó encima). Es imposible darle el esquinazo al destino. Es natural, por todo eso, que el destino sea más cruel con los débiles, porque esto forma parte de una sólida ley cósmica: el rayo sólo caerá sobre la cabeza del pobre. O, en otras palabras, mboriahu akã' arí mante ho'a la rayo.

Como dice monseñor Saro Vera, en un ilustrativo ensayo sobre la cultura popular paraguaya, publicado en un diario de esta ciudad, «las cosas llegan a su tiempo, nunca antes tú después, ni siquiera la muerte».89 Y un dicho popular de gran difusión apunta finamente, con un acento que podría ser refrendado por alguno de los santones del existencialismo, que la muerte ko jadeve voínte (la muerte la debemos desde siempre). O, más exactamente, dentro del concepto de la predestinación, nadie muere en la víspera.

¿Hay lugar para la esperanza? Sí, lo hay, pero con las debidas reservas. Probablemente sólo como la espera de que el destino trazado sea favorable a nuestros anhelos. Por eso se dice que esperanza nahaveiva (La esperanza no se enmohece). Pero la esperanza se tiene en que el destino sea favorable, no en que se puedan modificar las condiciones funestas que pesan sobre el individuo. Lo que ha de ocurrir, ocurrirá. Nada podrá evitarlo. Como lo explica el pueblo: péicha guarántema (así nomás ha de ser).

Emiliano R. Fernández, en una conocida canción popular («Che paraje kue»: El que fue mi paraje) corrobora esta creencia general, con estos inolvidables versos: «Oguahe el tiempo cumplido / rohejávo   —147→   katuete / ndaltaséiramo jepe / el destino che obliga/ aga ipaha rohecha / adios che paraje kue» (se ha cumplido el tiempo / en que debo dejarte / y aunque no quiera irme / me lo obliga el destino / y ahora te contemplaré por última vez / adiós mi paraje»). En otros versos dice el mismo poeta: mi destino irremediable / oñekumplíta cherehe / ha upéramo ipahaite / aga ndéve apurahéi» (mi destino irremediable se cumplirá conmigo / por eso y por último vengo a cantarte).