Endecasílabos (cuasi)ternarios < asclepiadeo menor, ¿por fin, en serio?
Sebastián Mariner Bigorra †
Universidad Complutense de Madrid
Al Dr. F. López Estrada, cuya magnanimidad le hizo un día oírme en serio tratar estos versos en Verdaguer.
En broma ya se
había sugerido. Mejor dicho, se había sugerido y pudo
tomarse a chanza, entonces, la sugerencia, o, más
exactamente, hacer burla de ella. Tal la Receta, de don
Juan Nicasio Gallego, mofándose del Juicio
crítico, de don José Gómez de Hermosilla,
con mención expresa del término en el v. 15: «[Así
algún día los sabios todos, / los Hermosillas del
siglo próximo / darán elogios al digno invento, / ora
diciendo que son exámetros] / o asclepiadeos, ora
que aumentas / [la patria lira...]»
Es cierto que el
mordaz teorizante no compone su «receta» precisamente a
partir del verso latino de tal nombre1,
sino de dos pentasílabos (v. 1:
«Toma dos versos de cinco
sílabas»
) en disposición
asinartética (v. 4:
«Forma de entrambos un solo
verso»
). Lo es incluso que la mayoría de los
productos de la humorada son decasílabos, pero no deja de
preverse la posibilidad de hacer terminar en esdrújulo el
primer hemistiquio, lo que da origen a once sílabas, como el
v. 7 mismo, en que se completa el
consejo: «algún esdrújulo de
cuando en cuando»
, o el 18: «no
hallando en Córdoba laurel bastante»
,
etcétera. Y aún, que de «decasílabo moratiniano»
trata en
este pasaje el metricólogo2
-a quien todavía Navarro Tomás remite (y con
razón) como autor complexivo sobre el endecasílabo
«dactílico»3-
que destaca en cursiva «el pretendido
asclepiadeo»
; pero también que dicho
autor4
cuenta entre sus «endecasílabos
a
minori»
versos «de don
Juan Gualberto González»
, de quien advirtió
Bello que mediante tal verso había logrado hacer una buena
imitación del verso asclepiadeo latino: «Mecenas ínclito, de antiguos reyes /
clara prosapia, oh, mi refugio.»
Menéndez y Pelayo
mencionó otro ensayo de esta especie de parte del clasicista
catalán Manuel Cabanyes: «¿Quién se adelanta modesto y
tímido, / cubierto en clámide
fúlgido-cándida?»
5.
Ahora bien, la
«demostración
humorística»
que en nota a este pasaje se recuerda
en la ya mencionada Receta de J. Nicasio Gallego
podía tener justificación mientras se creyese -como
creyeron muchos en el período en que vivió el
crítico (1777-1853) y en que teorizaron Bello y tantos
otros6-
que la métrica latina podía haberse imitado mediante
«cláusulas acentuales» románicas
correspondientes a sus «pies» cuantitativos, de modo
que a los tiempos fuertes de éstos tocara un acento de
aquéllas. Particularmente desgraciada habría sido
esta transistematización en el presente caso: los tales
tiempos marcados del asclepiadeo latino ocurren en sus
sílabas 3.ª, 6.ª, 7.ª, 10.ª y 12.ª
(Maecenás
atauís édite régibús en el
horaciano traducido por don J. Gualberto González, visto
poco ha), con lo que sólo el acento de la 7.ª, entre
las once supuestamente resultado de la adaptación -dado que
el de la 10.ª era prácticamente imprescindible
cualquiera que fuese el origen-, podía venir sugerido desde
el verso adaptado. Tan poca cosa es, que no parece que haya que
tomarla en serio: no llega a justificarse ni siquiera el primer
hemistiquio de la imitación, con acentos en 2.ª y
4.ª: «Mecenas
ínclito»
: ninguna coincidencia con los ictus del
esquema asclepiadeo cuantitativo latino.
Un inicio de seriedad, en cambio, se halla ya en el hecho mismo de que el citado pasaje de Bello elogiara -hipótesis genéticas aparte- esa traducción-adaptación del asclepiadeo horaciano con las palabras arriba evocadas, en aras a su buena imitación de este verso. Ahora bien, ¿dónde está su fidelidad rítmica? Basta «superponerlo» a su original para observar que la coincidencia de sus acentos -tan malparada en su cotejo con la colocación de los ictus- sale mucho más airosa en relación con los propios acentos de palabra del verso latino:
Maecénas átauis édite régibus resulta ir acentuado corno «Mecénas ínclito, de antiguos réyes» en 2.ª, 4.ª y 10.ª, no discrepa más que en el de la 8.ª, «antiguos», frente a la latino édite.
Mas, si se atiende a la acentuación de los que de Cabanyes encomiara Menéndez y Pelayo, según también acaba de leerse, pueden hallarse coincidencias acentuales completas:
«cubiérto en clámide fúlgido-cándida». |
Lo que, por encima de teorías genéticas, había podido impresionar los oídos de poetas hispánicos imitadores de un verso que leían con sus acentos de palabra, iba a ser «canonizado» a mitad del presente siglo como uno de los veneros más generosos de la versificación latina medieval por su gran conocedor, Dag Norberg. Por lo que toca concretamente al asclepiacleo menor, señala7:
«Examinons maintenant l'imitation rythmique du vers tellement en faveur au Moyen Age et dont le schéma est le suivant: _ _ _ _||_ _ _. Selon W. Meyer, le résultat doit donner un vers rythmique de 6 syllabes avec la cadence finale + 5 syllabes avec la cadence finale 8. Cette théorie est cependant fausse. Les poètes qui, dans le vers rythmique, voulaient imiter le vers quantitatif indiqué, trouvaient dans le même poème des vers de structures différentes comme Squálent árva sóli || púlvere múlto ou Fraudátum móriens || lábitur hérbis ou bien Iústi supplícii || víncla resólvat. Ils ne scandaient pas ces vers, mais les lisaient avec les accents de la prose et ils reproduisaient ce qu'ils avaient alors entendu... Les cadences finales devant la coupe et à la fin du vers sont toujours dans le modèle quantitatif aussi bien que dans les vers rythmiques.» |
Con esta distribución y contando, como asienta el autor, con una cesura habitual tras 6.ª sílaba, queda dicho que estarán acentuadas las 4.ª y 10.ª, la 7.ª lo resulta en los ejemplos no cuantitativos que menciona a lo largo de las páginas citadas, hay oscilaciones -como las había en los modelos, recuérdese los que él mismo ha mencionado- entre la 1.ª y la 2.ª. Compruébese con los cuatro siguientes, que se las reparten equitativa y alternativamente:
|
Pero fue precisamente por los lustros de aparición del libro de Norberg cuando la cuestión acabó de ponerse seria del todo. Quien lea el libro del gran medievalista puede sacar la impresión de que el comienzo de unas acentuaciones regular es, predominantemente ternarias, en el asclepiadeo pudo haber empezado precisamente como transistematización de un ritmo cuantitativo, que ya el versificador medieval -y aun el de la Antigüedad tardía- tenía dificultad de percibir, por haber perdido en su pronunciación vernácula la capacidad distributiva de las diferencias de cantidad vocálica, lo que acarreaba consigo la pérdida de una gran parte de las silábicas en que aquel ritmo se basaba. Sin negar esta posibilidad de que en diferentes lugares se hubiesen empezado a consolidar distribuciones acentuales a lo largo del medievo, las investigaciones de Seel y Pohlmann9 descubrieron en el verso sáfico ¡ya del propio Horacio! una tendencia a una colocación de acentos de palabra en él manifiestamente predilecta; en pos de ellos, J. Luque comprobó amplia y detalladamente análoga tendencia en muchos otros versos de la lírica horaciana, entre ellos el que aquí nos ocupa10: desde el de Horacio mismo -según ha podido observarse con el arriba citado-, pasando por usuarios incitadores suyos, de Séneca a S. Eugenio de Toledo, la distribución acentual en (1.ª/2.ª), 4.ª, 7.ª y 10.ª se va afianzando hasta consolidarse, sin que, en la mayoría de los casos, los poetas examinados por nuestro colega dejen de tener como elemento principal de este verso el esquema cuantitativo practicado por el modelo.
Naturalmente, un verso de raigambre tan acreditada en el primero de los líricos latinos pudo dar lugar a aquella amplia difusión que para su resultado acentuativo registraba Norberg al comienzo del párrafo de él citado antes en la n. 8.
Ahora bien, no hace falta esforzarse mucho para probar que, en las métricas románicas, el resultado de un tal esquema podía ser un endecasílabo, precisamente dado el cómputo habitual en ellas en torno al último acento, por el cual el esdrújulo corriente al final del asclepiadeo de Horacio (recuérdese régibus en el ejemplo tan repetidamente aludido), dodecasílabo, se equiparaba a un bisílabo llano o a un monosílabo (agudo). Dada esta posibilidad, tampoco se necesita una imaginación desorbitada para llegar a la sospecha de que de este verso, tan extendido, haya podido derivar realmente dicho endecasílabo que en la distribución de acentos tanto se le parece.
De un lado, en efecto, está claro que no hay unanimidad en atribuirle otro origen: aparte la consideración casi únicamente sincrónica con que es enfocado por Balbín11, ya se ha visto al comienzo la acertada renuncia de Vicuña a suponerlo, con Milá y Fontanals, variante de un anapéstico con anacrusis (recuérdese la n. 7).
El propio crítico se resiste, también con razón, a aceptar del mismo tratadista un origen gallego para todos los múltiples paralelos en las demás poéticas románicas: por muy posible que fuese para el cabalmente denominado «de gaita gallega» en la castellana y el correspondiente portugués, ya sería ello más difícil para el de la catalana y provenzal y, sobre todo, para el «endecasílabo siciliano» de la italiana, de gran antigüedad todos ellos (¿s. XIII?). Y con otro limpio argumento histórico impugna la hipótesis de Henríquez Ureña de incorporar este verso a los relativamente informes, resultado de variaciones «irregulares» de otros tipos de endecasílabos conocidos: lo cierto es que los gallegos, indudablemente antiquísimos, son anteriores a los tipos «irregulares» castellanos que la hipótesis criticada aduce12.
Queda en pie, eso sí, la atribución de carácter popular, que tal vez pueda parecer inconciliable con un tipo acreditado contemporáneamente en sus orígenes con versificación todavía latina en el medievo, que, por sólo ser latina, cabrá considerar de índole erudita. Aun con el reconocimiento de una posible poligénesis, que se verá en el apartado final, no me parecería justo silenciar en este punto que la misma razón podría aducirse contra vinculaciones establecidas de célebres versos románicos con patrones latinos cuantitativos, ampliamente documentados en la versificación medieval en la propia lengua, como son los yámbicos (el senario cataléctico, origen del endecasílabo común) y trocaicos (el septenario, antecedente del octosílabo, al independizarse mutuamente sus hemistiquios), admitidas hoy mayoritariamente.
De considerar válida esta desvirtuación de posibles objeciones, cumple añadir que, por otro lado, no faltan los argumentos positivos. Por una parte, un origen de nuestro verso en uno latino conocido en un poeta de amplio prestigio permitiría explicarse fácilmente la gran extensión de un tal posible derivado en las poéticas romances, sin necesidad de imaginar dilatados trasvases «horizontales» de unas a otras. La prioridad de su aparición en gallego podría no ser sino una de tantas en una de las áreas románicas más tempraneras en el cultivo literario de la lengua neolatina allí desarrollada, tanto más admisible en el presente caso cuanto que la gran influencia de la primitiva literatura en dicha lengua se dio, sobre todo, en la lírica, y de un verso lírico justamente se trata, tanto en su origen latino como en estas sus posibles derivaciones.
Por otro lado, la
doble posibilidad de acento en 1.ª o 2.ª se relaciona
excelentemente con lo que ocurre en estas dos sílabas de la
«base» inicial de su propuesto modelo, según ha
podido verse en los aducidos por Norberg, y se halla ya en el autor
en que se inician las preferencias acentuales, el reiteradamente
invocado Horacio: con Maecénas, del v. 1,
contrasta a estos efectos, sin ir más lejos, súnt quos en el
v. 3 de la misma oda. Ya se ha visto
cómo se mantiene extensamente esta alternativa en los
derivados acentuativos latinomedievales. En nuestros
endecasílabos románicos ocurre también
ampliamente: un repaso por el panorama de ejemplos que, en su
intención comparatista, reunió el tratadista chileno
encuentra, junto a abundantes acentuados en 1.ª, que no hace
por ello falta reproducir, suficientes en 2.ª en
métricas varias: gall.,
«Creguiño novo d'aquela
ribeira»
; cast., «Reniego yo de la escoba,
decía»
; port., «e á
que fez mais fremoso
falar»
; ital., «o come
l'ugola baciami e morderni»
13
, a los que puedo añadir numerosos del cat., p.
ej., «bresseu-me'l, àngels, bolqueu-me'l,
arcángels»
14.
Este ejemplo verdagueriano, que «escapa» a la melodía -única para todas las estrofas- que elogié, en el trabajo citado en nota, por la adecuación perfecta de su compás al ritmo de la mayoría de los versos, puede ser instructivo acerca de por qué esta acentuación en 2.ª resulta minoritaria frente a la en 1.ª. Sin olvidar que lo era ya en el asclepiadeo latino, las composiciones destinadas al canto o a la danza15, al equiparar el acento en 1.ª del esquema más abundante con el tiempo fuerte del compás o con el de pie del danzante en el suelo, pueden haber exigido la relativa distorsión de los en 2.ª y difundido el prestigio de la variante en 1.ª. Y no cabe negar que -aparte de lo que ya indiqué que figurará en el apartado final, acerca de la posible poligénesis- hay composiciones en este verso donde el acento en 1.ª es tan regular como puedan serlo los en 4.ª, 7.ª y 10.ª.
Pero no parece
justo preterir, por ello, los casos tan difundidos de
acentuación en 2.ª. Ellos impiden que sea adecuada la
denominación «dactílico» para este
endecasílabo. Además, es, desde el punto de vista
genético, contraproducente: puede hacer pensar que este
verso románico cuenta con un predecesor latino cuantitativo
dactílico del que haya podido derivar. Y no parece ser
así: no sé -al menos, yo- que lo haya entre los
esquemas de uso verdaderamente extenso y duradero. (A diferencia de
los casos seguros de otros versos en que sí hay precedente
dactílico conocido, los cuales mantienen constantes los
acentos en 1.ª. Así en el hexámetro
dactílico -todavía correcto en cantidades [pero no en
cesuras], si bien ya del todo regular en ritmo acentual ternario-
del milenarista «Hóra nouíssíma,
témpora péssima súnt,
uigilémus»
.) En cambio, ya ha quedado
anotada -con palabras de Norberg- la gran extensión del
asclepiadeo acentuativo en la Edad Media, y creo haber probado
cuán creíble es que su adaptación
románica paralela fuese efectivamente este
endecasílabo.
Una diferencia notable hay, esto sí, en la estructura de ambos versos: la cesura principal del modelo latino ocurre predominantemente tras 6.ª; en los endecasílabos románicos estudiados, en cambio, tras 5.ª. Desde el punto de vista acentual, claro está que los resultados son equivalentes, mediante el recurso a procurar que a este último tipo de corte siga una sílaba átona. No parece que deba extrañar: puede verse en ello el precio que tuvo que pagar, para la popularización del esquema, éste su primer hemistiquio, acabado en esdrújulo habitualmente en latín, tipo de palabras mucho menos frecuente en los romances -sobre todo, en términos populares- que en la lengua madre. Obsérvese cómo, viceversa y en corroboración, el alarde de cultismo que supone el citado verso de Cabanyes «vuelve» a la cesura tras 6.ª mediante un esdrújulo -seguido de inicial no átona, sino tónica, claro está-. Ahora bien, la escasa vitalidad de estas palabras proparoxítonas en la poesía no cultista supone, por su lado, la renuncia a la posibilidad de «descontar» una de sus sílabas ante cesura: el verso ha pasado a sentirse como tal, unitario ya, y no asinartetes. De él -por mucho que haya sido el parecido y posible la relación histórica- no cabe decir ya que se trate de un par de pentasílabos. Si la vinculación genética con el asclepiadeo se adverase, ya no estaría en razón escribir el nombre de éste en cursiva, ni adjetivarlo de «falso». Holgarían las bromas.
Pero, si la cosa va en serio, exige que tampoco se abuse postulando como una verdad general lo que no pasa de ser una posibilidad, por muy probable que se la tenga en vista de cómo cuadran los hechos, los lugares y las fechas.
Y no cabe abusar,
porque es también un hecho -y, al parecer, inconcuso- que
otros posibles orígenes no sólo son posibilidades en
competencia con la aquí expuesta y defendida, sino
realidades documentadas. Consta, en efecto, y por confesión
de parte16,
que los consagradores versos del Pórtico, de R.
Darío, fueron objeto de información al poeta, por
parte de don M. Menéndez y Pelayo, de que no
constituían «una
novedad»
. Como pudo pensarla Darío, igual cabe que
los creyeran cosa nueva muchos cultivadores, eruditos o populares,
hispánicos o extranjeros, que en cualquier momento de la
dilatada historia del verso lo adoptaron en sus respectivas obras.
O que ni siquiera se preocupasen de si era nueva o no. Su
acreditada ductilidad para el canto y la danza bien pudo ser
intuida todavía in dieri por parte de quienes tenían innato el
sentido del ritmo acústico y corporal.
De todas formas, la admisibilidad de estas alternativas tampoco ha de oscurecer que algunas de las circunstancias con que se las había presentado estén seriamente afectadas en el caso de que el origen en el asclepiadeo menor sea digno de tenerse en cuenta. Será útil, probablemente, distinguir lo afectado de lo que puede subsistir al lado de lo propuesto:
1. Independientemente de que el endecasílabo (cuasi)ternario haya podido ser una adaptación del asclepiadeo menor según la distribución de acentos de palabra predominante en éste ya desde Horacio, mantenida y acrecentada en líricos cuantitativos posteriores y, sobre todo, en los ya no cuantitativos medievales, el verso pudo nacer también en diferentes épocas y lugares como ternario al que se aplicarían o no músicas para canto o danza (el llamado «origen popular»), o de virtuosos del verso que consolidaran mediante él algunas anteriores variantes de otros esquemas.
2. Pero parece que no podrán seguir admitiéndose:
a) hipótesis de variación a partir de versos que sólo se atestigüen, en la poética de cada lengua respectiva, con posterioridad a que el nuestro esté ya documentado;
b) o influencias de formas populares y poco conocidas sobre versificaciones en otras lenguas muy distantes en el espacio o en el tiempo: el peso de la prueba recaerá en quien trate de sostener positivamente una tal influencia, y que
c) mientras no se conozca un esquema usual entre los latinos de ritmo dactílico que haya podido dar origen a una tal versión acentuativa, y especialmente en los casos en que la acentuación en 2.ª aparezca como usual y sea tenida como correcta, la denominación «dactílico» para este endecasílabo no parece apropiada: tanto en el aspecto descriptivo como en el histórico puede inducir a error.