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Ensayar una historia cultural de Centroamérica

Alexandra Ortiz Wallner






Introducción

La década de 1990 se caracteriza por ser un momento de gran producción y circulación de textos en el área de la investigación histórica y literaria en Centroamérica (cfr. Arias y Acuña, 2002; Ortiz Wallner 2006). En el campo de los estudios literarios centroamericanos, y específicamente de aquellos que se ocupan de las más recientes tendencias, suelen ser foco de estudio problemáticas vinculadas a la emergencia de cambios y nuevas articulaciones en el espacio literario centroamericano en los últimos treinta años. Particularmente a lo largo de la década de 1990, un momento marcado fuertemente por el desencanto y el cinismo, surgen en la región propuestas vinculadas a la reconstrucción de un espacio cultural desarticulado social, política y culturalmente. Dicho proceso fue un espacio singularmente productivo para la aparición de muy diversos textos que reflexionan y problematizan el momento que vive la región1.

La literatura como práctica discursiva y práctica cultural2 participa igualmente de estos cambios y reacciona, en palabras de Arias como «una textualidad que indiferentemente del género por medio del cual se manifiesta y del momento histórico en el cual aparece está intentando constituirse como una discursividad que replantea la construcción de la nacionalidad y del sujeto centroamericano» (1998: 274). De esta manera, como continúa argumentando Arias, no sólo se empiezan a redefinir los roles de los intelectuales y sus producciones, sino que alrededor de estas se reorganiza el cuestionamiento del sistema epistemológico que dominó los periodos anteriores. Uno de los temas fundamentales de ese sistema epistemológico que es cuestionado, es el de la constitución de identidades. En medio de estos procesos culturales sobresale la tarea de recomponer tanto las nociones de identidad nacional como las de identidades étnicas, de género, e incluso regionales. Al mismo tiempo, se vuelve necesario incorporar una cuestión más: el cambio en la relación entre literatura y nación (ver al respecto Mackenbach 2004).

En este proceso de recomposición, me parece fundamental reflexionar acerca del lugar del intelectual y las diversas formas en que enuncia ámbitos de la literatura y la cultura como procesos. En este sentido, mi trabajo realiza una breve incursión en definiciones del ensayo en Hispanoamérica, para luego presentar algunas reflexiones acerca del ensayo «Balcanes y volcanes. Introducción al proceso cultural centroamericano» (1973; 1983) de Sergio Ramírez. El interés por volver la mirada hacia un trabajo publicado primeramente a inicios de la década de 1970 se une a la perspectiva ya presentada en un trabajo de Jeff Browitt, quien considera que una reflexión sobre el pensamiento cultural de Sergio Ramírez, y especialmente a partir de «Balcanes y volcanes», es una contribución a los debates pos-revolucionarios.

¿Ocupa un lugar el ensayo en los estudios literarios sobre América Latina? En el marco del II Coloquio Internacional «El ensayo iberoamericano. Perspectivas», Horacio Cerutti se refirió al ensayo como «una manifestación cultural condenada [...] a la marginalidad [...]» (1995: 4) y en ese mismo encuentro, Graciela Scheines apunta a uno de los problemas que continúa marcando al ensayo en la actualidad. Scheines declara:

«El ensayo funda la patria, inventa el país, otorga identidad, dibuja el mapa del continente, instaura un orden, produce una trampa que organiza y atrapa las formas y las cosas, nos hace un lugar, nos inserta en un texto, nos convierte en protagonistas de una narración. [...] Pero la paradoja es que siendo el ensayo latinoamericano aquello que nos otorga un lugar, no tiene un lugar ni en la literatura ni en la academia. Es el género underground por excelencia».


(1995: 196)                


Estas afirmaciones nos llevan a ubicar el ensayo en un espacio marcado por la ambigüedad. Esta situación se ve reforzada al indagar en diversas historias de la literatura hispanoamericana (Franco, 1969; Sánchez, 1982; Bellini, 1985; González Echevarría y Pupo Walker, 1996) y comprobar en ellas cómo, al ensayo, se le otorga tanto una condición fundacional, una dimensión metafórica, como también se dice que es interpretación histórica, que es ejercicio crítico y que representa la utopía americana. Germán Arciniegas, en «Nuestra América es un ensayo» corrobora una de estas dimensiones en la siguiente cita:

«¿Por qué la predilección por el ensayo -como género literario- en nuestra América? La razón de esta singularidad es obvia. América surge en el mundo, con su geografía y sus hombres, como un problema. Es una novedad insospechada que rompe con las ideas tradicionales. América es ya, en sí, un problema, un ensayo de nuevo mundo, algo que tienta, provoca, desafía a la inteligencia».


(1963: 5)                


Esta tensión entre los diversos campos ocupados por el ensayo en nuestro continente se encuentra manifestada por John Skirius en su estudio sobre el ensayo hispanoamericano del siglo XX publicado en 1981. A través de la producción ensayística de Alfonso Reyes, Skirius propone ver el caso específico del ensayo literario como uno de mestizaje en la escritura, en el sentido de que es escritura que, por un lado, describe la historia poéticamente y, por otro, analiza científicamente la literatura. Así, con esta formulación, Skirius nos regresa a las palabras del mismo Reyes, quien describiera en El deslinde: prolegómenos a la teoría literaria (1944) al ensayo como «este centauro de los géneros, donde hay de todo y cabe todo, propio hijo caprichoso de una cultura que no puede ya responder al orbe circular y cerrado de los antiguos, sino a la curva abierta, al proceso en marcha, al etcétera»3.

Alfonso Reyes define en El deslinde lo que él llamará la función ancilar de la literatura. Distingue entre la existencia de la literatura en pureza y la literatura ancilar. El ensayo pertenece a esta literatura ancilar, en tanto es «literatura como servicio», es decir, cuando la expresión literaria sirve de vehículo a un contenido y a un fin no literarios: «[...] cuando lo literario se vierte sobre otras corrientes del espíritu, tenemos la literatura ancilar» (ya Reyes apunta entonces hacia el ensayo como un híbrido). Así, el ensayo, en su sentido más amplio, suele ser visualizado en simultaneidad: es género fronterizo y es género integrador, con lo cual está constantemente planteando su ambigüedad y movilidad en la historia literaria.




El ensayo como argumentación de América

Gran parte de la historia que se ha escrito sobre el género ensayístico en Hispanoamérica a lo largo del siglo XX, ha sido articulada en torno a una de las dimensiones presentes en este género: aquella que lo constituye como el espacio en el cual emerge el proceso de fundar una patria a través de la escritura. En su estudio ya clásico del género, Del ensayo americano, Medardo Vitier afirma: «Muy considerable es la función del ensayo como tipo de prosa en que se exponen y discuten las cuestiones vitales latinoamericanas» (1945: 7). Con esta observación, Vitier define el pensamiento hispanomericano íntimamente ligado a una expresión, la cual participa de la formación de una conciencia sobre los problemas e indagaciones culturales de la América hispana. Para Vitier, la emergencia del ensayo en Hispanoamérica se ubica alrededor de 1900 y está relacionada fundamentalmente con dos momentos claves en la historia cultural de la región: el modernismo y el americanismo.

Así, el intelectual-escritor del naciente siglo XX, nos dice Vitier, es protagonista de estos procesos culturales propiamente latinoamericanos, y asume en el papel del ensayista, el compromiso de convertirse en cronista de su sociedad, apropiándose de un género a través del cual diagnosticará tanto las identidades culturales como los problemas contemporáneos de las culturas nacionales y de la cultura continental. El ensayo funda así un espacio para la argumentación sobre América, una patria, y con él, se funda una tradición de escritura.


El ensayo como estrategia de legitimación: Sergio Ramírez y el proceso cultural centroamericano

En las historias literarias nacionales de Centroamérica, la producción ensayística se ve resumida al estudio de personajes como Rubén Darío, Enrique Gómez Carrillo, Miguel Ángel Asturias, Luis Cardoza y Aragón, y Augusto Monterroso, hecho que evidencia la casi inexistencia de estudios sobre esta forma «fronteriza» de la creación literaria en la región (Mackenbach 2006: 2-3). Sin embargo, el ensayo debe ser asumido como una producción literaria que abre la discusión sobre el canon literario y el discurso sobre la americanidad. Sin duda alguna, más allá de las figuras, el ensayo como género discursivo, juega un papel crítico y fundacional para las literaturas centroamericanas del siglo XX desde el Modernismo.

El ensayo del escritor Sergio Ramírez «Balcanes y volcanes. Introducción al proceso cultural centroamericano» (1973; 1983), propone estudiar el proceso cultural centroamericano como totalidad y escoge la literatura como espacio desde donde hablar de tal proceso, incluyendo también el papel que juega el novelista como ensayista, como intérprete y cronista de su sociedad. Hay que anotar que Ramírez asume en este sentido el lugar de constructor de una agenda propia, ligada a una política cultural; él parte de una idea de cultura íntimamente ligada a la revolución sandinista. Como lo señala Jeff Browitt: «Hay que reconocer el papel pionero de Ramírez en su intento de contribuir al establecimiento de un movimiento cultural nacional-popular, empleando a Augusto César Sandino como emblema y modelo ético».

En la publicación de 1983, coincidente con un momento clave del proyecto sandinista en la región, los postulados de Ramírez se construyen desde la perspectiva de la «ciudad letrada». Esto es, desde la noción de literatura como institución, como el vehículo cultural más capacitado para transformar la sociedad y desde la idea del escritor como un intelectual letrado, ocupado también en la invención del imaginario sociocultural de la nación (cfr. Browitt).

En este texto en particular, el ensayo, antes que una táctica se convierte en una estrategia. El ensayo como escritura se vuelve una traducción simbólica -mucho más explícita y menos disimulada- de relaciones de poder y de relaciones entre campos culturales, que, por ejemplo, en el caso de la narrativa y la poesía (cfr. Weinberg 1995). En este orden de cosas, Ramírez encuentra con Darío y el Modernismo una primera gran expresión centroamericana que cruza las fronteras de la región y encuentra filiaciones en otros espacios culturales americanos4.

En cuanto estrategia, el caso del ensayo de Ramírez es elocuente en varios sentidos. Primero, porque en su lectura de Darío ve el inicio de una tradición del ensayo en Centroamérica. Este inicio está marcado por el planteamiento de la cuestión de lo americano y lo vernáculo desde la palabra y el lenguaje. Según Ramírez, hay en Darío la invención de un lenguaje americano desde Centroamérica (1983: 90). Segundo, al ser Ramírez un caso más de un literato, un narrador, un ensayista, otorga, al mismo tiempo, continuidad al proceso cultural americano en la ensayística y renueva las cuestiones del espacio crítico regional. Dicho de otra manera, Ramírez escribe un ensayo en el cual se funda una tradición dentro de la cual el mismo ensayo «Balcanes y volcanes» se desarrolla. Los nuevos marcos dentro de los cuales esa tradición se ve renovada por Ramírez, evalúan la idea de nación como «comunidad imaginada», la cual se auxilia en nuevos factores como la situación socioeconómica de la región y las disputas entre los discursos dentro de la crítica e historiografía literarias centroamericanas (ver Delgado 1997: 19 ss.).

A lo largo del ensayo de Ramírez se muestra que los cambios culturales allí enunciados marcan el paso de una preocupación o presencia de la americanidad a la regionalidad centroamericana y que el ensayo mantiene su protagonismo en la articulación de los elementos en disputa. De esta manera, se evidencia en el ensayo de Ramírez el surgimiento de una apropiación de una estrategia de crítica cultural, que, aunque siempre dentro de una tradición hispanoamericana, aspira a re-fundar un lugar para la literatura centroamericana. Ramírez, el escritor, plantea su relación con el género ensayístico dentro de una tradición de textos y de lecturas, centra la mirada en el Modernismo y en una figura como la de Darío, no sin tejer -dentro y fuera del ensayo- su política cultural con otros géneros, algo que podemos rastrear tanto en la decisión de escoger la literatura como camino para leer el proceso cultural centroamericano, como también en el gran conjunto que es la obra literaria de Ramírez. Esta apropiación de una estrategia de crítica cultural se convierte en un espacio sumamente fértil para leer la producción contemporánea de la región, en tanto espacio que es lector, receptor y agente de los cambios culturales de los últimos años.








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