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Entre el cielo y la tierra: poesías

Joaquina García Balmaseda de González



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Al lector

Prólogo de Don Manuel Cañete, individuo de número de la Real Academia Española.

     Muchas veces se ha repetido en estos últimos años, dentro y fuera de España, que la época presente no es época de poesía. Nada, sin embargo, más distante de la verdad. La indiferencia con que gran parte del público suele hoy acoger los versos que salen a luz reunidos en colección, no es suficiente motivo para estimar exacta semejante especie. Esa indiferencia, lamentable siempre como signo de poco apego a los puros y tranquilos goces del alma, es entre nosotros resultado inmediato del afán con que se ha procurado impulsar la juventud al camino de la ambición y de las luchas políticas; pero no quiere decir que este momentáneo eclipse indique la nulidad o acabamiento de la inspiración poética. Las voces que de cuando en cuando resuenan entre el confuso clamoreo de las pasiones que engendra el desmesurado afán de intervenir en la vida pública (menos por bien de la patria, que por codicia de medros), harto claramente revelan que aún no se ha extinguido el fuego sagrado, y que arde, con celeste llama, como en fanal transparente, en el fondo de los pechos generosos. No, la poesía no ha muerto; la poesía no puede morir, mientras haya fe y amor y caridad en el corazón del hombre. La poesía vive, y vivirá con el virginal atractivo de inmaculadas bellezas, mientras el ser privilegiado de la creación no reniegue de sus propias condiciones, subordinando los movimientos del ánimo a las sugestiones del instinto. En vano se jactará el moderno materialismo de haber dado el golpe de gracia a la poesía. Cuando más la juzgue muerta, la verá surgir nuevamente de las catacumbas del espíritu, cual los primitivos cristianos, regenerada, fortalecida, pronta a dilatar su imperio por los confines de la tierra. De estas delicadas voces que se dejan oír entre el rumor de las luchas sociales, como eco misterioso de un lenguaje más universal y más puro que el de la multitud esclava de sórdidos intereses, forma parte la joven poetisa, cuyos versos reunidos en colección siguen a los presentes, renglones.

     No pidáis a su corazón tierno y sencillo, enriquecido con el tesoro de la moral cristiana, los arrebatos líricos del sensualismo de Safo. No le pidáis tampoco el arrojo de los modernos cantores de la desesperación y de la duda, ni menos el furor y terribles contradicciones que han precipitado a la musa de Víctor Hugo de su luminoso trono, para arrastrarla por el lodazal de pasiones infernales. Pedidle cánticos de gratitud al Redentor de los hombres y a su Madre Santísima, consuelo y refugio de los que lloran; pedidle amorosas expansiones de un espíritu regenerado por la fe y vigorizado por la esperanza, sueño de un alma despierta; pedidle, en fin, la candorosa expresión de las vagas e indefinibles emociones que produce la contemplación de la naturaleza, cuando se apodera de nuestro ser cierta apacible melancolía, y de todo ello encontrareis aquí muestras dignas de estimación.

     Con el pudor propio de la mujer para expresar sus afectos, aún teniendo el corazón herido profundamente, descúbrense con timidez en algunas inspiraciones de nuestra poetisa huellas de crueles amarguras, de íntimos dolores, que la natural discreción de un noble pecho pretende ocultar, pero que insensiblemente se dejan traducir en lastimeros ayes, como a veces una lágrima furtiva suele hacer traición, sin que la podamos reprimir, a la sorda tempestad que agita el fondo de nuestra alma.

     Oídla en su composición A María Inmaculada, y veréis cuán exacta es la observación:

                                           «Mi fe me hizo volver a ti los ojos,
Ya por el llanto rojos,
En esas horas de mortal quebranto
En que el alma, en aislado sufrimiento
Y callado tormento,
Quiere huir de sí propia con espanto»

     En la bella elegía escrita en quintillas (que el accidente del metro no puede mudar la esencia de las cosas) y titulada La flor del olvido, escribe:

                                      «No vale todo el reposo
Con que nos brinda el olvido,
El suspiro misterioso
Que del corazón medroso
Lanza el recuerdo escondido.»

     Y en otro lugar, depositando una flor sobre el sepulcro de amiga querida:

                                    «Vengo a dejarte una flor
Nacida en mi pensamiento,
De mi cariño al calor,
Que debió riego y sustento
Al llanto de mi dolor.»

     Pues si seguís ocultamente sus pasos, y os paráis a escuchar los acentos en que prorrumpe ante el hermoso espectáculo de la naturaleza, una siempre, y siempre nueva y distinta, ¡con qué dulce satisfacción no la oiréis exclamar, a la luz argentina de la encantadora Febe, sol de los desvelados, según el lírico inglés; en las playas valencianas, ceñidas de vergeles, donde anida perpetuamente la primavera; ante el inquieto ir y venir de las olas del Mediterráneo, teatro insigne de tantas heroicas hazañas; conmovida por el tranquilo reposo de la gente labradora, que en sus limpias cabañas (fabricadas bajo el extendido pabellón de gigantesca palmera) duerme el pacífico y envidiable sueño de la honradez laboriosa:

                               «Y no diera en este instante
Por un alcázar brillante
     Que alboroza
     Y maravilla,
     Una choza
     De esta orilla
Coronada por la cruz!»

     ¡Cómo no sentiros arrastrados de secreta simpatía, cuando al caer la tarde la oigáis decir en la soledad de los campos, entregada sin reserva a los naturales impulsos del corazón:

                                           «Busqué el bullicio en incesante anhelo
Quien dicha en él apura;
Yo busco en el retiro mi ventura:
Que en él extiendo el vuelo,
Y de este mundo me remonto al cielo!»

     En resolución, las composiciones de nuestra modesta poetisa, reunidas en el presente volumen, tienen el atractivo de todo lo que nace espontáneamente en un alma templada al calor de afectos puros y generosos. La crítica descontentadiza podrá tal vez hallar pequeños lunares en la forma de tan delicadas flores: la suavidad de sus perfumes regalará siempre el espíritu de las personas sensibles.

     Madrid, 15 de Febrero de 1868.



Manuel Cañete.



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Entre el cielo y la tierra

                                                  Hay días de grata calma,                               
De tan dulce desvarío,
Que flores hasta el vacío
Presta a nuestro corazón;
Y entre vagas armonías,
Y entre sueños de dulzura,
Siente el alma de ventura
Desconocida emoción;
   Y busca un sol más brillante
Y otro suelo y otras flores,
Y más risueños colores
Y otro cielo que admirar,
Y otro lenguaje que exprese
Lo que el suyo en vano trata
Que sólo su afán retrata
Con incierto suspirar...
   Mas ¡ay! que en cada suspiro
El alma al espacio vuela,
Y nueva vida recela
Que no acierta a definir,
Y llorando de ventura
Por delicias no esperadas,
Siente dichas ignoradas
Y pide en ellas morir!
   Y pasan las horas
En rápido vuelo,
Y el alma levantan,
Levantan al cielo...
Mas ¡ay! que ni a él llega
Ni en la tierra está.
Y es que, hay otro mundo
Latente, escondido,
De castas delicias
Purísimo nido,
Y el alma que siente
A ese mundo va!
    
   Y vienen horas en cambio
En que sin razón segura,
Nos envuelve la amargura
Con su fúnebre crespón;
Y sin saber por qué lloran,
Lloran sin tregua los ojos,
En tanto que los enojos
Rebosan del corazón;
   Y ni matices las flores
Nos muestran en su corola,
Ni la luna su aureola,
Ni vemos el sol brillar;
Ni los cantos escuchamos
Con que las aves se entienden,
Y hasta sus ecos ofenden
Y doblan nuestro pesar.
   Y huyendo de cuanto bello
El alma en su torno mira,
Por otro mundo suspira
Y a otro mundo quiere ir,
Mundo en donde su amargura
Más alta y más ancha viva,
Buscando a su pena vida
Y ansiando en ella morir!
    Y pasan las horas
En amargo duelo,
Y el alma levantan,
Levantan al cielo...
Mas ¡ay! que ni a él llega,
Ni en la tierra está.
Y es que hay otro mundo
Latente, escondido,
De santos dolores
Purísimo nido
Y el alma que siente
A ese mundo va!
   
   En alas del sentimiento
Más que de la fantasía,
Volé un día y otro día
A esa ignorada mansión;
Y en sus espacios perdidos
Estas hojas se trazaron,
Y una tras otra brotaron
De mi pobre corazón.
   Por eso hoy al darles nombre
Con que entrar en este mundo,
Las llamo, como al fecundo
Mundo en que las vi nacer;
Y aunque aparezcan desnudas
De galas del pensamiento,
Tendrán las del sentimiento
Del mundo que los dio ser!


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María Inmaculada

                                               Sólo se alzó hasta Ti mi pobre acento                       
En oración cristiana:
Nunca osó temeroso el pensamiento
De humilde inspiración bajo el amparo,
Llegar hasta tu asiento,
Que cercan los querubes
y sostienen las nubes
Sobre el ropaje azul del firmamento.
   Nunca, nunca pulsé la lira mía
Al nombre de María,
Porque juzgué, Señora, que cantarte,
Sólo aquellos debieron
Que del cielo la dulce melodía
Para sus tiernos cantos recibieron
Y robaron al arte sus primores
Su cadencia a los suaves ruiseñores,
Y la arrogancia para alzar su canto
Al águila altanera,
Que rauda tiende el vuelo,
La tierra deja, por la nube rompe,
Y el sol mismo amenaza en su carrera,
Y va a perderse en la celeste esfera
   Por temor a lo pobre de mi canto
Hasta tu trono santo
Mi lira no elevó tímidos ecos,
Pero ya de mi pecho alborozado
Se escapa el sentimiento
Que estuvo hasta hoy callado,
Y a Ti vuela mi acento,
Y en pos de Ti se lanza,
Y ya temor no advierte,
Que en Ti miro la vida de mi muerte,
Mi norte y mi esperanza.
   Oh! Salve en Ti, María
A la casta doncella
Que la cabeza del dragón impío
Holló bajo su huella;
La que inclinó su frente
De su Dios a la voz, y humilde dijo
Con labio reverente:
«He aquí, Señor, tu esclava:
Hágase en mí según tu amor contaba.»
   Bendita en Ti la esposa, que su nombre
Enlazó con el hombre,
Por ser su madre nueva
Borrando el crimen que aún el mundo llora
De la Eva pecadora,
La inmaculada, la cristiana Eva!
Si una mujer el mundo
Pudo lanzar de un golpe en el profundo
Abismo de los males,
Otra de santa abnegación ejemplo,
Abrió a los fieles el cerrado templo
De gracias celestiales...
Raro contraste, singular misterio,
Que el ánimo suspende, el alma eleva,
Y hasta su Dios la guía
Él con liberal mano
Los males atajó, y augusto quiso,
Si una mujer la humanidad perdiera,
Que otra mujer viniera
Y con su amor la humanidad salvara!
   Gloria a la Madre que apuró hasta el fondo
El cáliz de amargura,
Y en su propio dolor encontrar pudo
Tesoro tal de maternal ternura,
Que acoger le dejó en su amor al hombre,
Que con feroz, sangriento regocijo,
Enclavado en la cruz le dio a su Hijo!
   Tan sólo quien tuviera
Origen celestial, y Dios criara
Para madre del Verbo, y la eligiera
Para que al hombre mísero salvara,
Ejemplo tal de amor al mundo diera!
   Aunque necia e impía
La humanidad por madre te negara
Yo tu gloria cantara,
Tu piedad implorara el labio mío,
Por Ti mi frente al polvo se humillara,
Y con ojos que viven
Dentro del pensamiento
Y la luz solo de la fe reciben,
Sobre el azul del cielo
Buscárate con fervoroso anhelo!
   Oh! Si un día perder debiera el alma
La venturosa calma,
Que por mares tranquilos hoy la guía,
Para lanzarse en mar ¡ay! borrascosa,
No me quites jamás, Señora mía,
La fe que en Ti reposa,
Que con ella mis penas
No han de creerse de consuelo ajenas.
Mi fe me hizo volver a Ti los ojos,
Ya por el llanto rojos,
En esas horas de mortal quebranto
En que el alma, en aislado sufrimiento
Y callado tormento,
Quiere huir de sí propia con espanto;
Y al volverlos a Ti, cual la tormenta
Que alborota los mares,
El iris calma, la bonanza advierte,
Y al navegante alienta;
Así en el alma mía
Huyeron los pesares
Al invocar el nombre de María!
   Qué fuera de los míseros mortales
Si en tu amor no vivieran y esperaran?
Quién calmará sus males?
Quién sus quejas oyera,
Y por ellos, Señora, intercediera?
Oh! no; el pesar humano.
Límite de dolor mayor no alcanza
Que a perder su esperanza,
Y eres Tú la esperanza del cristiano.
Nunca, nunca te pierda el alma mía!
Sé Tú mi escudo, sé Tú mi consuelo,
Y el alma acoge y guía
Cuando deje este suelo,
Y a más perfecto mundo tienda el vuelo!
   Deja que en mis placeres te bendiga
Y en mi dolor te implore
Deja que a tus pies llore
Y mis penas te diga;
Deja en fin elevar mi pobre canto
Hasta tu trono santo,
Y ve, Señora mía,
Que a falta de ecos de la lira mía
Te ofrece el pecho, con su fe escudado,
Un corazón en lágrimas bañado,
Que a Ti reza, a Ti acude y en Ti fía.


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A mi madre

                                                He llegado a comprender                               
Que al sentir aproximar
lloras de dulce soñar
Y de vago padecer;
Horas en las que esconder
Ve sus reflejos el día,
Pidiendo a la noche umbría
Sin su fúnebre capuz
Misteriosa, incierta luz
De tierna melancolía:
   
   En esas horas que son,
Para quien sabe sentir,
Horas en que deja oír
Verdades el corazón,
Lamentas, no sin razón,
Que yo, que tanto canté,
Yo, que al papel trasladé
Cuanto en el alma sentía,
Tan solo a ti, madre mía,
Un canto no consagré.
   
   Mucho has debido sentir,
Mucho has sabido callar,
Mucho has podido envidiar
Mis conceptos al oír,
Si llegaste a presumir
Que iba en ellos de partida
El alma entera escondida,
Sin decirte nada a ti,
Cuando eres tú para mí
Otra mitad de mi vida.
   
   Mas no es así, no te azores;
Deja que cante a la flor,
De la aurora el esplendor,
Del ruiseñor los primores;
Deja que entre mis dolores
Quejas a los vientos dé,
Ve que si no te canté
Es que por ti tanto siento,
Que ni aun poniendo en tormento
La razón, decirlo sé.
   
   Tú, que de mi pobre gloria
Tierno vigilante fuiste,
Tú, que en el seno escribiste
De mis desdichas la historia,
Tú, en cuya amante memoria
Van impresos mis pesares,
Mis venturas, mis cantares,
Cuanto el pecho guarda en calina,
Qué puede decirte el alma
Que en ti misma no encontrares?
   
¿Anhelas mis cantos, di,
Pobres de ingenio y de arte?
Ellos no pueden pintarte
Lo que guardo para ti.
Por eso siempre temí
El silencio quebrantar,
Porque antes de profanar
La santidad del querer,
Dejo al labio enmudecer,
Sólo al corazón hablar.
   
   Busca el alma que te llama,
Todo día, en toda hora,
En el fuego que atesora
De mi pupila la llama;
En mi aliento que se inflama
Si el tuyo débil advierto
En mi respirar incierto
Sino estás al lado mío;
En el beso que te envío
Cuando a tu lado despierto.
   
   Búscala al verme luchando
Víctima de ensueño triste,
Si a mi lado sonreíste
Mi espíritu serenando
Cuando padezco callando
Por no turbar tu contento
Cuando elevo al firmamento,
Mi mente y mi corazón,
Pidiendo a la Inspiración
Gloria, que en tu frente asiento
   
   Recoge, en fin, con anhelo
Los pedazos de mi alma
En esas horas sin calma,
De tan triste desconsuelo,
Que ya no encuentro en el suelo,
Esperanza ni alegría,
Y a otro mundo volaría,
Si, cuando el dolor le ahogara,
El corazón no estallara
Exclamando: «Madre mía!»
   
   No hay canto que valga, madre
Lo que tal exclamación,
Ni pidas al corazón
Lenguaje que más te cuadre:
Deja que el pecho taladre
Con mi propio razonar,
Y cuando le oïgas cantar,
Falto de arte, pobre de estro,
Piensa que sólo maestro
Ha sido en saberte amar!
Noviembre del 66




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La esperanza

                                       Misterio incomprensible, que sostienes                        
La fortaleza, la virtud del alma,
Que la recibes cuando viene al mundo,
          Siempre la amparas:
Faro consolador del afligido,
Iris que calma siempre la borrasca,
Apoyo del espíritu cristiano....
          ¡Salve, esperanza!
Eres del niño peregrina estrella,
Que guías hacia el bien su débil planta,
Haciéndole entrever gloria y ventura
          En el mañana:
Eres del hombre espíritu intranquilo
Que le despiertas y hacia ti lo arrastras,
Le encadenas, le ofreces, le ilusionas,
          Audaz le engañas;
Y vuelves luego a interesarle, y vuelves
Siempre a jugar con sus mortales ansias,
Sin que él reniegue de tu dulce imperio
          Dicha del alma!
Eres de la mujer más que la vida;
Eres la fe que la sostiene y salva!
Niña, doncella, madre, en ti constante
          Sus ojos clava:
Y si reza, es que tú le dices «ora,
Que Dios oye clemente tu plegaria:»
Si sentir deja al corazón, comprende
          Que tú le dices «ama.»
Y si un ángel lo da sobre la tierra
La bendición de Dios, estas palabras
Son las primeras que a decir le enseña:
          «¡Fe y esperanza!»
¿Cómo no bendecirte el labio mío,
Si fuiste por el mismo Dios formada,
Y eres de nuestra madre cariñosa
          La primera palabra?
¿Qué fuera del amor sin tu alimento?
¿Sin ti, cómo hacia el bien bogara el alma?
La virtud, el amor, ¡cómo vivieran
          Sino esperaran!
No se padece pena más aguda,
Ni se inventó palabra más amarga
Que ésta que mata, que aniquila el ánimo:
          «¡Sin esperanza!»
¡Es recibir la muerte y no morirse!
Es quedarse con vida y no gozarla!
Es no tener sonrisas, ni oraciones,
          Ni fe, ni lágrimas
Dichoso aquel que sus pesares llora
Y llorando su vista a Dios levanta,
Tendrá el consuelo que al que en Dios espera,
          Dios siempre manda.
Virtud que al alma vacilante enseñas
Que hay siempre un mas allá de paz y calma,
Que sobre las miserias de este mundo
          Dios nos aguarda;
Bendito tu fulgor que el alma eleva!
Tu poderosa, inextinguible llama,
Del nacer al morir siempre la vemos,
          Nunca se apaga;
Y ni en ese momento en que la muerte
Nos acaricia con sus negras alas,
Supremo instante en que se pierde todo,
          Todo se acaba,
Y ni el beso del padre nos conmueve,
Ni el acento del hijo que nos llama,
Ni nos arranca el mundo que dejamos
          Una mirada;
Cesa la mente de esperar, que entonces
Se eleva, y más creyente, más cristiana,
Espera que en un mundo más perfecto
Vivirá el alma!


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A la luna en la playa de Valencia

                                                    Si es tu pálida blancura,                                       
Si es tu mágica dulzura
          La que infunde
          Paz y calma,
          Y difunde
          Dentro el alma
Ignorado bienestar;
No huyas tan rápida, espera,
Plácida y fiel compañera
          Del que llora;
          Deja ruegue
          Que la aurora
          Nunca llegue
Tu claro brillo a matar.
   
No adviertes cómo esta noche,
Cual flor que rompe su broche,
          Renaciendo
          El alma mía,
          Ya sintiendo
          De alegría
Bálsamo consolador?
No adviertes cómo mis ojos,
Por el llanto siempre rojos,
          Al mirarte
          Se serenan
          Y al nublarte,
          Tú, se llenan
De lágrimas de dolor?
   
Solitaria mensajera,
Bienhechora compañera
          De quien no ama
          Sol ni día,
          Y te llama
          Y te confía
Secretos del corazón:
Confidente de las flores
Y de los castos amores!
          Yo daría
          Del sol bello
          La alegría
          Y el destello
Por tu luz de bendición!
   
Yo te vi alumbrar hermosa
Entre la enramada umbrosa,
          Arroyuelo
          Que de día
          Sin anhelo
          Visto había,
Y hermoso me pareció:
Vi al sol iluminar montes
Y lejanos horizontes,
          La alta cresta
          La hondonada,
          La floresta
         Ponderada...
Y el alma no impresionó:
   
Pero los vi a tu luz vaga,
Y cual misteriosa maga
          Les prestaste
          Tal grandeza,
          Que animaste
          Mi tibieza,
Y el poder de Dios sentí;
Y hasta humilde florecilla
Olvidada por sencilla,
          No encontrara
          Mi deseo
          Flor más cara
          Si la veo
Iluminada por ti.
   
Hoy te contemplo a la orilla
Del mar, y en sus ondas brilla
          Aún más vivo
          Tu reflejo,
          Y apercibo
          En su espejo
Tus cambiantes rielar:
Y tu misterioso encanto
Impresiona el pecho tanto,
         Que a grabarte
          Ya la mente
          Por mirarte
          Eternamente
Reflejada en ese mar.
   
Nunca lo hallé tan hermoso!
Nunca el jardin tan frondoso,
          Ni su esencia
          Tan fragante,
          Ni a Valencia
          Tan gigante
Como al verla a tu fulgor!
Que sus torres elevadas,
Sus campiñas dilatadas,
          Cuanto ostentan
          Sus vergeles,
          Que aún lamentan
          Los infieles
Cual su pérdida mayor;
   
Encuentro hoy más atrevidas,
Y sus llanuras vestidas
          Más de fiesta
          Portentosa,
          Porque en esta
          Noche hermosa
Les da más valor tu luz:
Y no diera en este instante
Por un alcázar brillante
          Que alboroza
          Y maravilla,
          Una choza
          De esta orilla
Coronada por la cruz!
   
Solitaria mensajera,
Bienhechora compañera,
          De quien no ama
          Sol ni día,
          Y te llama
          Y te confía
Secretos del corazón:
Confidente de las flores
Y de los castos amores:
          Dios bendiga
          Tu incolora,
          Luz amiga
          Que atesora
Bálsamo de bendición!


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El pensamiento

                                            -Padre mío, una vez mirando al cielo                             
               Una niña exclamó:
Pudo alguno elevarse desde el suelo,
                Y ese azul traspasó?
-No, hija mía, cruzando el ancho espacio,
               Salvando el arrebol
De esas nubes de fúlgido topacio,
               Y atrás dejando al sol,
Tan sólo el pensamiento a la presencia
               De Dios sabe llegar,
Del Dios cuyo sabor y omnipotencia
               Pudo un mundo crear.
-¿Y qué es el pensamiento?
                         -Es la luz pura
               Que Dios mismo encendió,
Y para iluminar su mente oscura
               Al mortal otorgó.
Rayo es que nos alumbra en esta vida
                    Con vivo resplandor,
Y va guiando el ser donde se anida
               Hacia un mundo mejor.
Él nos da cuando niños la esperanza,
               Nos da después la fe,
Que de la suerte en la áspera mudanza
               La mano de Dios ve,
Y nos enseña luego en los dolores
               Lo que es conformidad,
Y a esperar que del Iris los colores
               Traiga la tempestad.
Es el que en la niñez nos da cariño,
               Oro en la juventud,
Probando al viejo, aconsejando al niño,
               No hay dicha sin virtud.
Es el que de la flor en el aroma
               Nos da grato placer,
Y de las aves el sentido idioma
               Nos permite entender:
Es el que del vapor alas creando,
               Nos trasporta veloz,
Y con alambre mundos enlazando
               Los impulsa a una voz:
Y el aire aunque te asombre nos concede
               Con firmeza cruzar;
Y la nube, que el sol romper no puede,
               Y las olas del mar.
Y en los rayos del sol coger nos deja
               Secretos de la luz,
Y en cada estrella un mundo nos refleja,
               Y la gloria en la cruz!
Es en fin, hija mía, el pensamiento
               Escala celestial,
Que levanta del polvo al firmamento
               Al mísero mortal!


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A Don Pedro Calderón de la Barca

                                          Era yo niña: entre el rumor primero                        
Que al pecho llega en plácida armonía
Cuando de la inocencia prisionero
Vislumbra ya de la razón el día,
Tú llegaste hasta mí; dulce y severo
Lograste conmover el alma mía,
Y te busqué, y tu nombre aún ignoraba
Y ya el labio tus versos murmuraba.
   
   Y ellos mi entendimiento iluminaron,
Santas delicias a mi infancia dieron,
Y poco a poco levantar lograron
Mis sentidos, que al fin te comprendieron:
Mis labios que a cantar tu gloria osaron,
Entonces para siempre enmudecieron.
¡Hoy, que de tu valor mide la talla,
Admira la razon, la lengua calla!
   
   Grande tu misión fue: la patria mía
Con santo orgullo y con amor te nombra,
Y el estro de la hispana poesía
Se alza gigante con tu augusta sombra.
Sirviéronle a tu rica fantasía
Del arte los obstáculos de alfombra,
Y el arte por primero te proclama,
Y es pedestal el Mundo de tu fama.
   
   Con tu Secreto agravio y tu Venganza
El alma llenas de mortal pavura,
De tu Médico admira la templanza,
De tu Duende mujer la donosura,
No halla en la primavera semejanza
Con tus Mañanas de sin par dulzura,
Y se crece el espíritu, y no es dueño
Aun así, de alcanzar tu Vida es sueño!
   
   Nadie hasta ti llegó: Lope fecundo
Camino te abre con su rica vena;
Tirso, ya picaresco, ya profundo
Su musa ostenta de donaire llena
Otros cien tras de aquestos dan al mundo
Joyas que ensalzan la española escena;
Mas sólo tú hermanaste sutileza,
Heroísmo, pasión, arte, grandeza!
   
   No debes a la patria agradecida
Un humilde recuerdo a tu memoria;
Una losa entre ruinas confundida
Hoy nos habla tan sólo de tu gloria.
Olvidote tu patria a quien das vida,
Cuál página más rica de su historia,
Mas monumento firme y duradero
La admiración te da del mundo entero.
   
   No necesitas que unas pobres flores
Agrupándose al pie de tosca piedra,
Rindan a tu valer pobres loores,
Cual débil luz a quien la fuerte arredra.
Tú las creaste dignas y mejores,
Que a ti se enlazan cual al tronco yedra,
Y éstas, que vida del sabor reciben,
De unos en otros van, y eternas viven.
   
   Quédate, así; y pues sólo en la memoria
De los que viven, sienten y te admiran
Debes vivir, justo es si hacia tu gloria
Mi mente el alma en su entusiasmo giran:
Tú los llamaste, tuya es la victoria
Si hoy sienten, piensan y a lo bello aspiran,
Que otra senda jamás seguir pudiera
Quien te ha debido su impresión primera.


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