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Esteban Meléndez Valdés (1742-1777) y la formación de su hermano «Batilo» (1767-1777)

Antonio Astorgano Abajo




1. Introducción

Al biografiar a Batilo (nombre poético de Juan Meléndez Valdés), uno de los episodios que más nos conmovió fue el dramatismo con que vivió la enfermedad en la primavera de 1777 y posterior muerte de su hermano Esteban el 4 de junio. Hasta ahora sólo sabíamos que había sido secretario del obispo de Segovia, que fue obsequiado con la dedicación de dos elegías y que su pérdida le produjo al poeta una profunda crisis emocional, que sumió al joven en la más completa desolación1.

Al abordar el estudio biográfico de Meléndez Valdés, Demerson afirmaba en su conocida tesis doctoral que las referencias biográficas sobre el poeta «sólo se vuelven seguras y numerosas cuando Meléndez, cerca de los veinte años, estudiante en Salamanca, afirma ya su triple vocación de poeta, de humanista y de legista. Hasta entonces lo que sabemos de su infancia y de su adolescencia permanece muy impreciso»2. Ciertamente, Demerson amplió las noticias sobre el nacimiento y familia del vate de Ribera y fue más allá de lo que sabíamos por Quintana: padres «virtuosos y pertenecientes a familias nobles y bien acomodadas»3.

A pesar del loable esfuerzo de Demerson quedan muchas lagunas en la biografía de Meléndez, principalmente en lo referente a su niñez, juventud y mocedad. Por eso, nos alegró bastante, cuando intentando localizar en el Archivo de Simancas los beneficios eclesiásticos del futuro inquisidor Nicolás Rodríguez Laso, secretario del obispo de Cuenca entre 1771 y 1777, nos topamos con una solicitud y currículo del presbítero Esteban Meléndez hasta septiembre de 1773. Dibujando el camino vital de Esteban, podríamos arrojar alguna luz sobre las primeras etapas de la vida Batilo, por el inevitable paralelismo que suele haber en los senderos vitales entre dos hermanos.

Hemos hecho coincidir los diez años (1767-1777), en que el poeta estuvo bajo la tutela afectiva y económica del hermano Esteban, con el periodo formativo de Juan. En efecto, entre los 13 y los 23 años quedó conformada totalmente la personalidad de nuestro poeta. Hay autores, como Demerson, que retrasan el periodo formativo muy tardíamente hasta 1782, «porque Meléndez sufrió los exámenes que le valieron el grado de licenciado en 1782 (no sería doctor hasta 1783, pero la obtención del birrete doctoral no implicaba nuevo examen) y, sobre todo, porque, a partir de dicho año, es cuando puso fin a aquella inconstancia sentimental, a aquel mariposeo del corazón que reflejan muchos de sus poemas; se hizo plenamente consciente de sus responsabilidades humanas fundando un hogar»4.

Por nuestra parte, consideramos adecuado límite formativo el curso 1777-1778, porque desde agosto de 1775 tenía el título de bachilleramiento, suficiente para aspirar a cualquier empleo; porque desde 1776, Meléndez, todavía estudiante, comienza a enseñar en calidad de profesor auxiliar, y porque desde el otoño de 1778 es profesor sustituto indefinidamente, lo cual era considerado por el mismo Juan como la antesala de una cátedra vitalicia, como le confiesa a Jovellanos al comunicarle la noticia el 3 de noviembre de 17785. Durante los diez años que van desde 1767 hasta 1777 Meléndez se formó casi totalmente como poeta, como humanista y como jurista. Consideramos que los cinco años que van desde 1778 hasta 1782 son de perfeccionamiento y, sobre todo, de búsqueda de la estabilidad profesional.

Demerson también alude a «diez años», pero refiriéndose al periodo 1772-17826. Tanto la periodización de Demerson como la nuestra coinciden en que es el quinquenio de 1772 al 1777 el fundamental en la formación intelectual y maduración humana del poeta. El valorar menos los años anteriores (1767-1772) o más los posteriores (1778-1782) viene dada por la falta de datos del Batilo joven y los muchos sobre el Batilo profesor universitario, pero no debemos olvidar que llegó de Madrid con una sólida formación filosófica y humanística y ya componiendo poesías.

El documento guía de la biografía de Esteban es una impresa «Relación de los títulos, méritos y ejercicios literarios del bachiller don Esteban Antonio Meléndez Valdés», fechada en Madrid, el 23 de agosto de 17737, presentada para aspirar a un beneficio en Sacedón (Cuenca). Por los datos de este curriculum, que hemos confirmado y ampliado acudiendo a los archivos de los lugares receptivos, hemos podido esbozar los rasgos esenciales de su personalidad8.






2. Niñez en Ribera (1742-1754). Desde su nacimiento hasta el comienzo de los estudios de artes en el convento franciscano de Zalamea de la Serena

Esteban Antonio Meléndez Valdés Romero y Compañón nace en una modesta casita de la calle principal de Ribera del Fresno, provincia y obispado de Badajoz, el 3 de septiembre de 1742. Seguramente la madre, doña María Cacho, vio morir en la infancia a todos sus hijos menos a los tres que llegarán a la edad adulta: Agustina (*1745) y el poeta Juan (1754-1817), tres y doce años, respectivamente más pequeños.

Para un conocimiento más preciso de la familia Meléndez y para evaluar mejor la situación de dicha familia, en primer lugar, debemos advertir que sería conveniente volver a examinar con detenimiento los libros del Archivo Parroquial de Ribera del Fresno, de Almendralejo y de Albuquerque, que ni Demerson ni nosotros hemos podido realizar porque los libros han sido «puestos escasos momentos a nuestra disposición»9, con la finalidad de corregir algunos errores, como la misma de la fecha de nacimiento de Esteban, y fijar, a la baja, los rasgos de riqueza e ínfulas nobiliarias que tradicionalmente se le han atribuido a la familia Meléndez.

Fuimos alertados de la existencia de estas imprecisiones por la solicitud del beneficio de Sacedón, donde Esteban afirma que tenía 31 años en 1773, lo cual quiere decir que había nacido en 1742 y no el 20 de octubre de 1739 como dicen Demerson y todos los demás que le han seguido ciegamente. En efecto, todos los documentos, incluida la fe de bautismo, confirman que nació el 3 de septiembre de 1742. Tampoco sabemos a qué atribuir la afirmación del poeta, quien en carta a Jovellanos del 24 de mayo de 1777 afirma que tiene «veintiocho años», lo cual es lo mismo que afirmar que había nacido en 174910. El acta de bautismo de Esteban dice textualmente:

«[Margen izquierdo] Bautismo de Esteban Antonio: En la villa de Ribera, a diez y seis días del mes de septiembre de 1742 años, yo, don Juan de Tapia y Vega, ecónomo administrador de la parroquial, bauticé y puse los santos óleos a Esteban Antonio, que nació el día 3 del corriente [septiembre de 1742], hijo legítimo de don Juan Antonio Meléndez y Doña María Montero y Cacho. Fue su padrino don Pedro Pantoja Laso Delagua y Fita, alcalde ordinario por su majestad y estado noble»11.



Datos corroborados en el expediente de prima tonsura (mayo de 1754) por el párroco don Pedro de Garay Mestraytua, del Orden de Santiago12.

Asimismo, hay que advertir que parece que existió otro hijo en la familia Meléndez que llevó el nombre de «Juan», que debía ser el primogénito, nacido en Albuquerque, y que vivió lo suficiente como para ser confirmado en 1745, según el registro de confirmaciones, celebradas en Ribera el 22 de junio de 1745 por Amador, obispo de Badajoz, donde aparece entre los confirmandos un «Juan, hijo de Juan Antonio Meléndez y doña Amalia (sic) Montero»13. Esto nos lleva a deducir que, como es lógico, el padre le puso su nombre «Juan» al primogénito, y, al morir éste, repitió la onomástica en el que resultará ser nuestro poeta.

Podemos sacar algunas observaciones de los «parentescos espirituales», surgidos de los distintos bautizos, que nos acerquen a conocer el estatus y red social en el que se movía la familia Meléndez. Siempre ha habido dudas respecto a la supuesta nobleza de la familia Meléndez. Da la impresión de que, en efecto, no lo era, ni siquiera en el peldaño más bajo de «infanzón», pero no le faltan deseos de codearse con lo más florido de la sociedad local, pues de los seis bautizos registrados, tres padrinos son nobles y alcaldes, otro es regidor (concejal diríamos hoy). Otro hermano del alcalde noble, y por lo tanto, también noble. Un quinto era «síndico procurador», especie de concejal.

En resumen, estamos ante una familia plebeya de labradores de mediana labranza, cuyos miembros suelen llevar el título de «don», que se olvida en algunas actas parroquiales, aunque en los documentos administrativos, por ejemplo, en el expediente de prima tonsura de Esteban (1754), el matrimonio y el mismo Esteban aparecen con dicho título de «don».




3. El año crucial de 1754 para la familia Meléndez

Lo que más sorprende en la solicitud del beneficio de Sacedón de Esteban en 1773 es su deseo de poner de manifiesto su profunda vocación religiosa, que, como veremos, lo conduce a recibir la prima tonsura a los doce años (junio de 1754), apenas tres meses después de nacer el poeta.

Esa misma vocación le llevará a obtener, antes de cumplir los 19 años (el seis de julio de mil 1761) las «licencias absolutas de predicar en la Provincia de León, lo que ha ejercitado varias veces con educación de sus oyentes». Aunque no lo veremos a lo largo de su vida encargado de la cura de almas, por dedicarse al estudio, al ejercicio de la abogacía y a la burocracia de la secretaría del obispado, Esteban quiere dejar claro que era «predicador» y que había ejercido como tal. Llama la atención que le concediesen tan tempranamente (a los diecinueve años) las «licencias absolutas de predicar», que se daban a los clérigos profesos -no a los novicios- y eran obligatorias en cada diócesis. Esa misma vocación religiosa, le lleva a ordenarse de presbítero tan pronto como lo permitían las normas del Concilio de Trento, pues, incluso unos días antes de cumplir los 24 años (el 31 de agosto de 1766) recibe la orden del presbiterado, acompañada, una vez más, «con licencias absolutas de predicar en dicha Provincia de León»14.

Infructuosamente hemos buscado en el Archivo Diocesano de Badajoz el expediente de órdenes mayores de Esteban, pero nos hemos topado con el expediente de prima tonsura, que demuestra que empezó desde niño a preparar su carrera sacerdotal en 1754, año en el que los padres de Meléndez tenían, respectivamente, cuarenta y seis y cuarenta años15.

En 1754 termina la etapa de la niñez de Esteban y comienza la adolescencia, de intenso estudio dirigido a ser un competente sacerdote. Nos vamos a detener en el examen de la situación de la familia Meléndez en ese año, por ser el del nacimiento de Batilo, por recibir la prima tonsura Esteban y por contar con varios documentos, generados por dicha tonsura, que nos acercan al estatus socioeconómico de la familia en dicho año crucial.

Este expediente es complementado por otro casi simultáneo, destinado a proporcionar a Esteban Antonio Meléndez Valdés la capellanía fundada por Andrés de Parada, título de suficiencia para apoyar sus aspiraciones a recibir las primeras órdenes sagradas. Los alcaldes de Ribera adjudicaron dicha capellanía a Esteban el 29 de mayo de 1754, bajo la tutela de su padre Juan Antonio hasta que el beneficiado Esteban pudiese cumplir con sus obligaciones16. Es un modesto beneficio concedido a Don Esteban Antonio Meléndez, fundado por Andrés de Parada y Catalina López, su mujer, «difuntos, vecinos que fueron de esta dicha villa, servidera en su parroquial, por renuncia y dejación que de ella hizo Juan García Delgado, clérigo beneficiado, vecino de esta villa, su último capellán». Estaba pobremente dotado: «al presente, tiene en bienes existentes unas casas de morada en la calle del Hoyo de esta villa. Esta capellanía rentaba anualmente 132 reales de vellón que, rebajados, de estos, treinta reales de vellón, por razón de quince misas que tiene de carga dicha capellanía por las ánimas de los fundadores, le quedaban a Esteban 102 reales para ayuda de mantenerse en sus estudios».

En conclusión, Esteban era un despierto «estudiante gramático» de casi doce años17 y el capellán o encargado de una fundación perpetua, hecha con la obligación de cumplir cierto número de misas en la Iglesia de Ribera, de acuerdo con las condiciones estipuladas por los constituyentes, quienes la dotaron con una rentas que hacían posible el cumplimiento de los objetivos de la fundación18.

El proceso de prima tonsura, propiamente dicho, comienza con la solicitud de examen de Esteban para recibir el orden de prima tonsura, dirigida a la autoridad competente del Orden de Santiago, el licenciado don Diego Ortega Ponce de León, provisor juez eclesiástico ordinario de la provincia de León, sede vacante, etc., residente en Llerena, el cual manda, el 16 de mayo de 1754, hacer el interrogatorio de buenas costumbres del aspirante a prima tonsura Esteban, encargando esta tarea al cura párroco de Ribera. Son siete preguntas que suponen una auténtica radiografía moral, social y económica del interesado, un Esteban de doce años, y, lógicamente, un retrato de su familia.

El expediente de prima tonsura de Esteban concluye con un auto de aprobación del provisor Ortega, fechado en Llerena, el 18 de junio de 1754.

Todo hace suponer que poco después, en el verano de 1754, Esteban Meléndez fue ordenado de prima tonsura por el obispo de Badajoz, el anciano monseñor Amador Merino Malaquilla, a la edad de doce años escasos, aunque no hemos localizado el acta correspondiente.




4. Estudios secundarios de artes de Esteban en Zalamea: tres cursos (1754-1757)

Los tres primeros años de vida de nuestro poeta coinciden con los estudios de humanidades y filosofía de Esteban en Zalamea (1754-1757), residiendo todavía la familia en Ribera. Antes de continuar convendría concretar los «19 años de estudios mayores en Artes, Teología, y Jurisprudencia Canónica», que Esteban declara tener en el relato del pedimento del beneficio de Sacedón. Si a 1773 le restamos 19 resulta que en el año de 1754, el mismo que nació el poeta, Esteban inicia sus estudios mayores, primero en el convento de Franciscanos observantes de Zalamea de la Serena, donde estudia Artes durante tres años (cursos 1754-55 al 1756-1757), después cuatro cursos de Filosofía y Teología en el gran convento, restaurado recientemente19, que la misma orden tenía en Badajoz (cursos 1757-1758 al 1760-61), con bastante profundidad, según confiesa en dicha petición:

«También estudió por cuatro años Teología Escolástica ad mentem Scoti en el Convento de San Francisco de la Ciudad de Badajoz, asistiendo a las conferencias comunes, y particulares de Teología y Filosofía, que se acostumbran en aquella Comunidad, arguyendo, y defendiendo pública y privadamente, según le tocaba. Que igualmente sustentó otros dos actos mayores en la misma Facultad de Teología».



En total, los cuatro actos mayores que resume el escribano de la Cámara de Castilla. Por lo tanto, Esteban estudió siete años con los franciscanos observantes, desde los 12 hasta los 19 de su edad, etapa crucial de la vida de una persona, y más en la de un joven ávido de aprender. Es imprescindible acercarnos al estado de la Orden franciscana en Extremadura, donde Esteban adquirió una sólida formación humanística, filosófica y teológica, que procurará inculcar en su hermano Juan, guiando sus estudios en Madrid, adaptándolos a su personalidad y a las nuevas circunstancias pedagógicas de la Corte y del educando. Lógicamente, los estudios teológicos, adecuados a la vocación religiosa de Esteban, son cambiados por los jurídicos de Juan, y Esteban escoge para su hermano centros de más prestigio académico, como los dominicos de la calle Atocha y los Reales Estudios de san Isidro.




5. Esteban estudia teología con los franciscanos en Badajoz (1757-1761)

Esteban se hace teólogo en Badajoz, donde vive la interesante etapa vital de los 15 a los 19 años. Ciudad que con sus 10 o 12.000 habitantes pasa por una etapa de cierto resurgimiento político, capitaneado por don Vicente Paíno (Badajoz 1710 - Íd. 1787), su alcalde mayor (febrero de 1757- mayo de 1761), personaje reivindicativo que dio a su ciudad natal unas nuevas ordenanzas municipales. Poco más tarde fue letrado general de los intereses de Extremadura, a quien muy probablemente los hermanos Meléndez volverán a conocer en Madrid entre 1767 y 1774, donde el canonista Paíno era diputado en la Corte para la defensa de los pleitos de toda Extremadura en la lucha jurídica contra la Mesta20.

Puesto que desde que Esteban abandona la facultad de Cánones de la Universidad de Sevilla, a principios a de 1766, hasta que es consagrado presbítero, en julio del mismo año, no hay tiempo material de estudiar la teología, no cabe duda que le fueron convalidados los cuatro años de filosofía y teología que cursó con los franciscanos de Badajoz.

Estos siete años de estudios fueron sufragados por la familia, pues la madre declara en su testamento, poco antes de fallecer en junio de 1761, que se habían gastado seis mil reales en los estudios mayores de Esteban, los cuales debían ser desquitados a la hora de hacer el reparto de la herencia21.

La importancia de la muerte, a los siete años, de la madre, doña María del Cacho, en la configuración de la sensibilidad del poeta, ha ido puesta de manifiesto por Demerson. Según éste, «tenemos fundamento para creer que esta muerte marcó profundamente al futuro Batilo»22. Por nuestra parte creemos un tanto aventurada esa afirmación de que se debe buscar en esta ausencia del amor maternal un elemento explicativo de la sensibilidad excesiva de Juan. Ciertamente los dos hermanos Meléndez tuvieron un carácter dominado por el rasgo de la humildad y sometimiento a la amistad: conocida es la relación del poeta con Jovellanos, y que Esteban nunca se propuso ser independiente en su ejercicio de abogado, a pesar de su evidente valía. En Madrid siempre fue pasante y en Segovia se acomodó como secretario de su íntimo amigo el obispo Alonso Marcos de Llanes, pero nunca se nos ocurriría achacar a la muerte temprana de la madre esa actitud de Esteban ni el sometimiento, exageradamente afectado, del poeta a Jovellanos, según las cartas, o a su dominante mujer, Doña María de Coca, según algunos de sus discípulos.

No vamos a entrar en el terreno resbaladizo de la sicología, pero, por nuestra parte, en este asunto estamos más cercanos a Pedro Salinas, quien, menos psicoanalista, apunta dos conmociones en el ánimo del poeta perfectamente rastreables por sus causas externas y a las que se atribuye cierta importancia: la tuberculosis que sufrió en 1776 y la muerte de su hermano, por la misma enfermedad, en 1777, en Segovia. Para restar importancia psicológica a la muerte de la madre, añadimos que el poeta sólo tenía siete años cuando falleció y que no hace ninguna alusión explícita y extensa a dicha muerte a lo largo de sus casi quinientos poemas, lo cual desmiente ese influjo permanente y duradero que Demerson le atribuye.

Por el contrario, llamamos la atención sobre el ambiente de intenso franciscanismo que rodeó los primeros años de la vida de Batilo. No debe extrañarnos que, cuando su madre, doña María Montero de la Banda, fallezca, el 26 de junio de 1761, sea enterrada en el convento de San Francisco de Almendralejo. Ese ambiente de franciscanismo en el que se desarrolla la infancia del poeta pudiera explicarnos algunos rasgos de su obra literaria, de su personalidad y de su actitud ante la vida. Sabemos que la Orden franciscana, era con gran diferencia, la más abundante en Extremadura, que en Ribera del Fresno existía «un convento de religiosas del Orden de Nuestro Señor Padre San Francisco de la regular observancia y Santa Clara, con el nombre de Jesús y María»23, y, finalmente, sabemos que la familia Meléndez era especialmente devota a san Franciscano y a san Antonio de Padua, nombre que impone sistemáticamente a todos sus hijos.

No es este el lugar para extendernos sobre el franciscanismo de los dos hermanos Meléndez, pero nos podemos hacer las siguientes preguntas: ¿hay algo de espíritu franciscano en encarar la vida con honradez, sin aspirar a excesivos honores mundanos, como lo hicieron los hermanos Meléndez? ¿La defensa del oprimido, en especial del campesino que vive pobremente de su trabajo, en la obra del poeta, no tiene algo de franciscanismo? ¿No tiene bastante de franciscanismo el diálogo con distintos elementos de la Naturaleza y del Universo que encontramos en no pocos poemas, en los que descubrimos algo más que puro hedonismo anacreóntico? En fin, esa religiosidad de Meléndez, siempre sincera y crítica con los formalismos del Catolicismo de la época, ¿no tiene algo que ver con «el más humano de todos los santos», San Francisco de Asís? Al recorrer los casi quinientos poemas de Meléndez, en especial los anacreónticos, apreciamos una bellísima utopía ecológica que, en lo esencial, coincide con el Cántico de las Criaturas franciscano, con la misma actitud de alabanza y solidaridad cósmica que incluye la fraternidad con el pobre, representado en el labrador honrado, evidente en la poesía ilustrada de nuestro poeta. Hay dos maneras de ver la naturaleza, la del rico que pretende expoliarla y la del que la toma como hermana y se solidariza con ella, postura adoptada por Meléndez24. Bien es verdad que ese sentimiento de la Naturaleza empalma con el humanismo que exalta la subjetividad existencial que desde San Agustín, pasando por Pascal y el romanticismo, llega al personalismo del hombre de hoy.

En conclusión, pensamos que el poeta recibió una primera educación en un ambiente familiar de fuerte franciscanismo, que de una manera u otra se manifestó en una personalidad tan sensible como la suya.




6. Estudios de bachilleramiento en la facultad de Cánones en la Universidad de Sevilla: años 1761-1765.

En 1761, a los 19 años, Esteban da por finalizada su formación filosófico-teológica con los franciscanos, señal de que nunca pensó en hacerse clérigo regular, y decide emprender unos estudios más formales y con más eficacia académica, pues el gobierno había legislado recientemente en el sentido de quitar validez oficial a los estudios hechos en los conventos de las distintas órdenes religiosas. Además era muy joven para recibir las órdenes mayores, las cuales, según el canon del Concilio de Trento, no debían recibirse antes de los 24 años.

Fallecida su madre el 27 de junio de 1761, y con las licencias de predicador en el bolsillo, Esteban se dirige en el otoño a la facultad de Cánones de la Universidad-Colegio de Santa María de Jesús de Sevilla, por su cercanía, por gozar de bastante prestigio esa facultad y por su deseo de terminar siendo sacerdote.

En el Archivo Histórico de la Universidad de Sevilla hemos podido comprobar la veracidad de casi todos los datos de su curriculum de 177325:

«Que habiendo cursado en la Universidad de Sevilla la Facultad de Cánones por espacio de cuatro años, recibió, con dispensa del quinto, el grado de Bachiller en ella en veinte y seis de marzo de mil setecientos sesenta y cuatro, precedidos los ejercicios que disponen los Estatutos de aquella Universidad. Que continuó asistiendo a ella en el curso que empezó en diez y ocho de octubre del mismo año, substituyó la Cátedra de Decretales, y leyó el título de Officio, et potestate Judicis Delegati.

Que, asimismo, continuó asistiendo en el curso que principió en diez y ocho de octubre de mil setecientos sesenta y cinco; y, por indisposición del catedrático de Vísperas en Cánones, substituyó por diferentes ocasiones esta cátedra y leyó la materia de Rebus Ecclesiae non alienandis.

Que presidió cuatro actos de conclusiones en dicha Universidad»26.



Para contextualizar la actividad académica de Esteban en la Universidad de Sevilla remitimos a los conocidos estudios de Francisco Aguilar Piñal27. Esteban concluye sus estudios de cánones en el curso 1765-66, el curso anterior a la expulsión de los jesuitas (curso 1766-76), a raíz de lo cual Carlos III decide reformar la universidad (la reforma de 1771).

Esteban va matriculándose y aprobando los dos cursos siguientes (1762-64) hasta conseguir el título de bachilleramiento y, conseguido éste, había alcanzado los objetivos académicos a los 22 años y podía empezar el ejercicio profesional. Sin embargo, continuó ligado a la Universidad de Sevilla durante casi dos años, de una manera poco reglada, a la espera de poder tener la edad reglamentaria para poder ordenarse sacerdote.

En conclusión, durante estos dos cursos, desde que consiguió el bachilleramiento hasta su ordenación de presbítero (marzo 1764- julio de 1766), Esteban permaneció en Sevilla, estudiando Cánones y preparando su ordenación sacerdotal, a partir de los primeros meses de 1766. Como no sabemos dónde fue ordenado de las tres órdenes mayores (subdiaconado, diaconado y presbiterado), que solían hacerse en el espacio de varios meses, no podemos aventurar dónde residió el primer semestre de 1766, pero parece que no fue en Sevilla, sino en su tierra, tal vez en Almendralejo, localidad a la que estaba ya tan acostumbrado que Esteban comete el lapsus de declararse «natural de Almendralejo» en marzo de 1765, señal, inequívoca de que la familia Meléndez y nuestro poeta continuaban residiendo en dicha villa28.




7. Esteban, presbítero en 1766

Infructuosamente, y con no pocas trabas, hemos buscado en el Archivo Diocesano de Badajoz el expediente de órdenes de Esteban, pero da la impresión de que fue ordenado sacerdote en su pueblo o tal vez en Almendralejo, localidades que, como es sabido, administrativa y canónicamente dependían de la Provincia o Priorato de San Marcos de León de la Orden de Santiago.

Sabemos que desde 1754 Esteban gozaba de un pobre beneficio de poco más de cien reales en la capellanía fundada en Ribera por Andrés de Parada y Catalina López29, que le sirvió de título para recibir la prima tonsura y, suponemos, ahora el presbiterado. Esteban, como muchos beneficiados y capellanes de la época, tenían unos estipendios que no lograban mantenerlos con decencia, por lo que debían buscar ingresos alternativos30. La mayoría de los obispados se esforzaron en adecuar las rentas mínimas exigidas en la ordenación a título de beneficio y de esta forma paliar la pobreza e indecencia que se derivaba de capellanías tan pobres como la que disfrutaba Esteban31. Por eso sería muy interesante encontrar el expediente de su ordenación sacerdotal para ver en qué condiciones económicas se le permitió dicha ordenación.

No tenemos documentado lo que pudo hacer Esteban en el curso 1766-1767, es decir desde que se encontró cura recién ordenado hasta que emprende el viaje a Madrid para emplearse en un despacho de abogados. Como todo recién graduado, debió aterrizar en la cruda realidad de que con sus sermones y pobre beneficio no había suficientes ingresos económicos como para sostener a la familia, de la que, como primogénito, se sentía responsable. Sin duda, a lo largo de este año, entró en contacto con el círculo de abogados extremeños ejercientes en Madrid, y más en concreto con el abogado, nacido en Fuente del Maestre, don Mateo Hidalgo de Bolaños, a la sazón presidente del Colegio de Abogados de la Corte (1768), en cuyo despacho empezará a trabajar al año siguiente, comenzando así un periodo de abogado canonista que, incluyendo la etapa de secretario del obispado, abarcará los últimos diez años (1767-1777) de su corta vida, 35 años escasos.

En otro lugar nos hemos detenido a estudiar la personalidad del verdadero protector de los hermanos Meléndez en Madrid, el abogado Hidalgo de Bolaños (La Fuente el Maestre 1702-Madrid 1783)32. En el Archivo del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid se conserva el expediente de ingreso y limpieza de sangre del que fue su presidente. Por él sabemos que había sido recibido como abogado de los Reales Consejos el 12 de enero de 1725, que había ejercido en Llerena antes de ir a Madrid y que ingresó en el Colegio madrileño en 1738, año en el que se incorporaron otros 18 abogados33. Posteriormente perteneció a la Junta del Colegio (diputado en 1754, maestro de ceremonias en 1771, etc.) y se casó con Doña María Josefa Fabiana Álvarez de Osorio, el 20 de enero de 1762 en la parroquia de los Santos de Maimona34.




8. Esteban, pasante de abogado en Madrid (1767-1774)

Este periodo es importante para conocer la biografía de los hermanos Meléndez. Nuestro poeta pasa la importantísima etapa vital de los trece a los dieciocho años (1767-1772) en Madrid al amparo dudoso de su tío Valdés y del evidente de su hermano el sacerdote y abogado Esteban Meléndez (entre los 25 a los 32 años de su edad). En este periodo el poeta se empapó de conocimientos humanísticos y filosóficos, cuya afición le acompañará toda su vida. Esta marcha resultaría de suma importancia, pues supone abandonar el ambiente rural y provinciano y adaptarse a la vida y cultura de la ciudad. Con posterioridad, prácticamente no vuelven los hermanos Meléndez a viajar a Extremadura ni a residir en el campo.

Sorprende que ni Quintana ni Fernández de Navarrete aludan a la tutoría evidente de Esteban, reiteradamente reconocida por Juan, quien nunca en su vida aludió al tío Valdés.

Tampoco no parece haberse destacado suficientemente el ideario ilustrado de estos dos colegios madrileños, escogidos por Esteban para su hermano, y su coincidencia con el perfil reformista de Meléndez. Es conocido que la de los dominicos fue una de las órdenes religiosas más cercanas a los planteamientos ilustrados.

Estudiar en los Reales Estudios de San Isidro entre 1770 y 1772 fue un afortunado privilegio, que Esteban le consiguió a su hermano Juan, por la dirección del centro y por la modernidad del plan de estudios, aprobado por Carlos III en enero de 177035.

Respecto a la historiografía tradicional melendezvaldesiana debemos dar más importancia a los cinco años que Meléndez residió en Madrid, a la sombra de su hermano Esteban, y no despacharlos, un tanto despectivamente, como hace Quintana, realmente poco informado sobre este periodo, afirmando que Juan en la Corte «estudiada la Filosofía, o lo que entonces se enseñaba como tal».

En resumen, el adolescente Juan estudiaba y componía sus primeros poemas sin ninguna preocupación en Madrid al cobijo seguro de su hermano Esteban, quien confiesa en su curriculum (1773) «que desde primero de junio de mil setecientos sesenta y siete, hasta el presente, se ha dedicado en esta Corte, y continúa ejercitándose en la teórica, y práctica de ambos Derechos con notable aplicación y aprovechamiento». El funcionario del Consejo resume: «6 años de ejercicio práctico en ambos Derechos», hasta 177336. Vemos que, en realidad eran siete años hasta 1774. Biológicamente este periodo abarca del año 25 al 32 en la vida de Esteban y del 13 al 20 en la del poeta. Es una etapa muy importante en la vida de ambos hermanos Meléndez, porque es la de más prolongada convivencia (hasta ahora Esteban había vivido largas temporadas fuera del hogar paterno por sus estudios) y por entrar en contacto con los círculos del regalista poder cortesano (sobre todo con los abogados del Consejo, en especial con los asturianos Alonso Marcos de Llanes y Rodríguez de Campomanes), con importantes decisiones en los rumbos de sus vidas, que se orientaron en la dirección de la profesión jurídico-administrativa.

Lo cierto es que Esteban logra ponerse en contacto con los abogados madrileños y decide emplearse de pasante. No sabemos en qué despacho trabajó el primer año (1767-1768), pero a partir del primero de julio de 1768 hasta la obtención del título de abogado de los Reales Consejos (agosto de 1774) fue la mano derecha del canonista y presidente del Colegio de Abogados madrileño, el letrado de Fuente del Maestre, don Mateo Hidalgo de Bolaños. No le dio tiempo a sacar provecho de su flamante título, que lo facultaba para ejercer en cualquier lugar de España, porque al mes siguiente (septiembre de 1774) es nombrado secretario del obispado de Segovia. Esteban prefirió la seguridad del funcionario y de las rentas eclesiásticas a la aventura del ejercicio libre de la abogacía, cuando lo tenía bastante fácil, ya que su jefe, don Mateo Hidalgo de Bolaños, ya tenía 72 años y era evidente la falta de buenos canonistas en los tribunales madrileños, según queja del doctoral Alonso Marcos de Llanes, cuando tuvo que dejar los pleitos pendientes del cabildo sevillano, en carta fechada el 20 de septiembre de 1774. Dada la escasez de buenos especialistas en derecho canónico («porque advierto y advertí, de algún tiempo a esta parte, la poca instrucción que tienen los abogados de esta Corte, de las materias canónicas y negocios eclesiásticos, y el poco cuidado con que se trabaja»37), se presentaban unas expectativas favorables al nuevo abogado de los Reales Consejos, para haber hecho una prometedora carrera como letrado, sin embargo, prefirió acompañar a su amigo Llanes a Segovia.

Los biógrafos del poeta Juan aluden a un tal Valdés, un tío militar de los Meléndez, que los protegió y acogió en su casa cuando se trasladaron a Madrid. Lo cierto es que el tal Valdés no aparece por ninguna parte de los escritos de los hermanos Meléndez; que los dos hermanos empiezan a utilizar el segundo apellido «Valdés», simultáneamente durante esta etapa madrileña (en los documentos sevillanos siempre aparece «Esteban Antonio Meléndez»), sin saber el motivo. Por nuestra parte creemos que de existir la protección del «tío Valdés», debió ser al principio (1767) y muy corta, por innecesaria, ya que Esteban estaba empleado en uno de los mejores despachos de abogados de la Corte.

Los dos últimos años de Esteban en Madrid (1773-1774) coinciden con los dos primeros de Juan en Salamanca. Los hermanos Meléndez se separan, aunque es de suponer una fluida correspondencia entre ambos.

En resumen, los hermanos Meléndez vivieron en Madrid gracias al trabajo encontrado por el primogénito en el gabinete de su paisano don Mateo Hidalgo de Bolaños, ya decadente, y al cual Esteban intentó revitalizar, aunque infructuosamente. Sería interesante estudiar las redes de abogados extremeños en el Madrid el siglo XVIII para ver su situación y pujanza o decadencia y compararlos con los despachos de los abogados oriundos de otras regiones o provincias. Fue una generación de abogados, bastantes canonistas, que apreciaban la erudición histórica y, dentro del inevitable hondo sentido religioso, tenían un extraordinario conocimiento de la Biblia y no poca conciencia regionalista en el marco del férreo centralismo que imponía el regalismo imperante38. En el caso del despacho de don Mateo Hidalgo parece que siempre tuvo menos pujanza que los de los abogados asturianos, con quienes mantuvo estrecha relación profesional, y que terminó desapareciendo después de 1774, ya anciano y «cansado», cuando Marcos Llanes, ascendido a obispo, dejó de encargarle asuntos del cabildo de Sevilla y, junto con su mano derecha, Esteban Meléndez, se trasladaron al obispado de Segovia.

Más importancia tiene, y está más documentada, la personalidad del segundo personaje que los hermanos Meléndez conocieron en Madrid entre 1767 y 1774: don Alonso Marcos de Llanes y Argüelles, canonista, y canónigo doctoral a la sazón, y después obispo de Segovia y arzobispo de Sevilla39.

Gracias a la abundante correspondencia del doctoral Llanes con su cabildo sevillano podemos atisbar las relaciones entre los canonistas Alonso Marcos de Llanes y Esteban Meléndez, en el marco de un intenso trabajo judicial, antes de ir a Segovia. Aunque la correspondencia abarca desde 1766 hasta 1774, sin embargo sólo se detecta la presencia de Esteban a partir de los primeros meses de este último año.

Aunque Esteban debía conocer a Llanes desde que empezó a trabajar en el despacho de Mateo Hidalgo, porque era uno de los abogados que gestionaba los pleitos del cabildo sevillano en Madrid, las relaciones entre ambos debieron intensificarse a partir de mediados de 1773. En los primeros meses de 1774, Esteban ayudaba a Llanes en los pleitos más enrevesados y le servía como excepcional secretario.

En conclusión, Juan trajo de Madrid su vocación de abogado humanista, que habría de caracterizar su vida entera, perfil que el fiscal Campomanes deseaba introducir en la judicatura y que su hermano Esteban estaba perfeccionando con su pasantía en el estudio del abogado Hidalgo de Bolaños. En Madrid pudo ver el periodo áureo de Campomanes, fiscal del Consejo de Castilla desde el 2 de julio de 1762, encarnación de la doctrina jurídica de la Ilustración, consistente en someter el Derecho vigente, esencialmente histórico, a los dictados de la razón crítica y a las necesidades políticas del reformismo militante que el regalismo de Carlos III estaba impulsando. Los hermanos Meléndez aprendieron en Madrid a admirar a Campomanes, quien desde el 5 de mayo de 1767 era también fiscal de la Cámara de Castilla, desde donde nombraba funcionarios y repartía los oficios y prebendas entre personas que defendían la regalía. Los hermanos Meléndez fueron favorecidos por Campomanes, al que sin duda conocieron durante este periodo madrileño; Esteban lo fue indirectamente al beneficiarse del ascenso de su amigo el obispo Llanes; Juan lo fue indirectamente, a través de Llanes, y directamente, años más tarde, cuando el fiscal asturiano lo proponga para la cátedra de humanidades (1781), le defienda el cobro del salario íntegro (1782-1784), y cuando, en 1789, lo ascienda a magistrado.

Finamente, Juan adquirió en Madrid, bajo la atenta mirada de su hermano Esteban (calificado en la carta del 24 de mayo de 1777 por Juan como «incansable, estudiosísimo; un canonista de los más cumplidos»40), un envidiable hábito de estudio y amor a los libros con el cual se forjará el abogado humanista, que debe saber de múltiples materias para interpretar bien el Derecho. De otra manera no se comprende el ansia de saber que muestra desde el primer año de carrera. Llega a Salamanca un joven con insaciable avidez por conocer en profundidad diversas materias, que se hace patente en su correspondencia con Jovellanos.

En otro lugar, hemos estudiado su pasión bibliográfica41, que sin duda nació en Madrid y no insuflada por arte de magia por José Cadalso, al año siguiente de abandonar la Corte, como parece sugerir el discípulo Quintana al hablar de la época salmantina42.

De esta estancia en Madrid data la primera composición poética que conocemos de Juan, el Idilio sacro a Santo Tomás (1768-1770), métricamente es una larga endecha de 392 versos heptasílabos, de los cuales desde el 41 al 356 es una amplia alabanza que hace la Fama al estudio y la sabiduría encarnados en Santo Tomas, con ínfulas ciertamente clásicas (vv. 33-42).

Se nos presenta un poeta con versificación fácil, pero nada original, pues se limita a exponer cuestiones filosófico-teológicas salpicadas con alusiones humanísticas grecolatinas que estaba aprendiendo con los dominicos. Lógicamente, la fuente principal de este poema es la Biblia (vv. 361-368). La erudición humanística parece bien asimilada, pues el poeta comienza interpelando a la Fama, de la manera más clásica (vv. 1-12).

A los quince años dominaba un vocabulario bastante complejo con abundantes tropos, como «Atenas española», «congreso de sabios», «lauros inmortales/ en sus doctos liceos/ festivas palmas baten», «Atlante», «que del divino Theos/ la sacra ciencia amastes» (Teología), «fieras que los majuelos/ del caro Engadi parten», «hidras de mil cabezas», «y vivirá su nombre/ serie de Olimpiades» (vv. 355-356).

Sin embargo, no maneja figuras literarias muy complicadas, sino que predomina la comparación (vv. 93-103). En el poema asoma la sincera, todavía ingenua, religiosidad que siempre acompañará al poeta (vv. 313-326). Aparecen nombres por los que Juan sentirá admiración toda su vida, como los «Castros, Canos, Leones,/ Sotos, Granadas, Suárez» (vv. 343-344).

En resumen, el poeta Meléndez salió de Madrid, a juzgar por esta poesía, con la formación en técnica literaria y con los conocimientos filosófico-humanísticos propios de un brillantísimo colegial graduado en Artes. El gran mérito de Cadalso fue abrir el cascarón de esos conocimientos filosófico-teológicos y la incipiente inclinación literaria hacia la poesía y ponerlos en la senda mundana del anacreontismo, potenciando su abundante sapiencia humanística.


8.1. Esteban Meléndez pretende un beneficio en Sacedón (Cuenca) en el otoño de 1773

Esteban se nos presenta en su solicitud del 17 de septiembre de 1773, como un verdadero necesitado, sin ningún beneficio eclesiástico anterior y como un trabajador nato, única fuente de ingresos de su familia, que lucha denodadamente para sacarla adelante en Madrid y en Extremadura:

«[Esteban] Ha expendido su corto patrimonio y consumido parte de su salud en el seguimiento y práctica de los estudios y ejercicios literarios que constan en la relación de méritos que acompaña a esta reverente representación. De modo que, en el día, se halla con su padre anciano y dos hermanos a quién mantener, sin bienes algunos ni más amparo que el que implora de vuestra majestad»43.



Parece evidente que Esteban corría con todos los gastos de su hermano Juan, que iba a empezar el segundo curso de Leyes y, tal vez, transfería algún dinero a los familiares de Ribera. Agobiado por esa obligación sentía la necesidad de ampliar los ingresos, por lo que acudió al concurso del beneficio de Sacedón, que aunque no aparece calificado, era un beneficio simple, es decir, que no requería la residencia del ganador, sino que Esteban podía continuar trabajando en el despacho madrileño del abogado Hidalgo de Bolaños.

Tal vez fiado en las relaciones gubernamentales que el ejercicio de la abogacía le estaba proporcionando, Esteban redacta e imprime, en Madrid el 23 de agosto anterior, una certificación con una detallada «Relación de los títulos, méritos y ejercicios literarios del bachiller don Esteban Antonio Meléndez Valdés». Después de identificarse y declarar su edad («De edad de treinta y un años, que cumplirá en 3 de septiembre del presente de 1773») hace constar su condición de sacerdote («Presbítero desde treinta y uno de agosto del de mil setecientos sesenta y seis, con licencias absolutas de predicar en dicha Provincia de León») y de predicador («Que en seis de julio de mil setecientos sesenta y uno se le confirieron licencias absolutas de predicar en la Provincia de León, lo que ha ejercitado varias veces con educación de sus oyentes»).

El resto del certificado de los títulos, méritos y ejercicios literarios es una ordenada exposición cronológica de lo que había hecho entre 1754 y 1773 («Tiene diez y nueve años de estudios mayores») en Zalamea, Badajoz, Sevilla y en Madrid («Seis años de ejercicio práctico en ambos Derechos»), que hemos ido estudiando en los capítulos anteriores44.




8.2. Esteban, abogado de los Reales Consejos en Madrid (agosto-septiembre de 1774)

Cuando ya sabía que iba a acompañar al obispo Llanes a Segovia nos encontramos con que Esteban se decide a solicitar el examen para obtener el título de abogado de los Reales Consejos45. Contaba con casi 32 años, sin que sepamos los motivos por los que no lo hizo antes, pues sabemos que Campomanes fue recibido como abogado de los Reales Consejos a los veintidós años de edad46, sobre todo si tenemos en cuenta que el requisito de los cuatro años de pasantía era a menudo burlado.

La solicitud de Esteban no lleva fecha ni lugar, pero se supone que fue presentada en Madrid en julio de 1774, en la que declara que el 26 de marzo del año de 1764 se graduó de bachiller en Cánones por la universidad de Sevilla y que, posteriormente, asistió a la práctica con abogado «por espacio de más de cuatro años, como todo se reconoce del grado original y certificación de práctica que, con la partida de bautismo, presento», afirmación modesta, pues, en realidad, «la certificación de práctica» de Mateo Hidalgo de Bolaños acredita más de cinco años. Esteban concluye su instancia con la petición: «Y, deseando ser recibido de abogado, a vuestra alteza [Consejo de Castilla] suplica se sirva mandar se le reciba a examen y, hallándole hábil, acordar se le expida el correspondiente título, en que recibirá merced»47.

La certificación de prácticas del licenciado Mateo Hidalgo de Bolaños «abogado de los Reales Consejos, ex decano de los del ilustre Colegio de esta Corte y uno de los examinadores nombrados por dicho ilustre Colegio para la aprobación de los que pretenden recibirse, por el Supremo Consejo, de esta facultad», acredita que Esteban, «graduado de bachiller en Sagrados Cánones, ha asistido continuamente a mi estudio como primer pasante, desde primero de julio del año pasado de 1768 hasta el presente, ayudándome al despacho de cuantas dependencias han ocurrido, con notable aplicación y aprovechamiento». Observamos que Esteban es «bachiller», por lo que es un misterio cómo pudo conseguir el licenciamiento, que empezará a exhibir al mes siguiente en Segovia48.

Cuando su padre estaba agonizando en Ribera (falleció el día 13), Esteban Meléndez sufrió el examen para obtener el título de abogado de los Reales Consejos en el Colegio de Abogados de la Corte, el 8 de agosto de 1774, ante el tribunal correspondiente, cuya conclusión fue que «está suficientemente impuesto y que tiene la instrucción necesaria para poder ser recibido de abogado en el Consejo»49. El 26 de agosto de 1774 los consejeros de Castilla, Enríquez, Acedo e Inclán firman el «aprobado» de Esteban Meléndez. Sólo faltaba el pago de las tasas correspondientes de 2250 maravedises, cosa que Esteban hace el día 6 de septiembre de 1774 en papel timbrado de 20 maravedises50.

Quedaba así habilitado para titularse «abogado de los Reales Consejos», que a partir de este momento y durante todo su secretariado en el obispado de Segovia exhibirá con orgullo. No precisaba pertenecer al Colegio de Abogados y ostentaba el privilegio de poder ejercer en todo el territorio nacional. Esteban nunca necesitó inscribirse en el Colegio madrileño, si bien es cierto que tampoco abrió bufete, ni ejerció como picapleitos, ni tuvo tiempo de dedicarse a esa actividad fuera del despacho de don Mateo Hidalgo. No hay que olvidar que en estos años se reproducen las críticas y condenas contra el número excesivo de abogados, su escasa preparación y su dudosa moralidad y, en fin, sobre su «utilidad», de acuerdo con las premisas reformistas ilustradas. Las circunstancias, pues, no propiciaban la vocación jurisconsulta, y menos en alguien que albergaba el deseo de la seguridad del funcionario, como Esteban.

Demerson da bastante importancia afectiva y económica a la pérdida del padre51. Pero estas afirmaciones del ilustre investigador francés deben ser puntualizadas. En primer lugar, desde 1767 los hermanos Meléndez no recibían ayuda económica de su padre, sino que, a juzgar por el currículo de Esteban de 1773, parece que era lo contrario, es decir, que Esteban ayudaba a sus familiares de Ribera, donde su cuñado, don Pedro Nolasco de los Reyes, tenía la discreta retribución de 2200 reales anuales.

En segundo lugar, la distancia y el tiempo habían enfriado algo la relación paterno-filial, pues los hermanos Meléndez viajaron a Extremadura bastante menos de lo que se viene suponiendo. No vamos a poner en duda el viaje de 1770, del que hablan los primeros biógrafos, pero ninguno más. Incluso entre los dos hermanos hubo pocas visitas veraniegas. Hemos visto a Esteban durante los veranos de 1773 y 1774 afanarse por conseguir una fuente de ingresos estable (beneficio en Sacedón y título de abogado) y sabemos que durante esos veranos Juan estuvo muy entretenido en tertulias con José Cadalso. Tampoco parece que en los veranos sucesivos se acercase a Segovia.

En conclusión, la formación y dependencia económica del poeta fue tutelada por el abogado Esteban desde que en 1767 abandonaron Extremadura.




8.3. Los hermanos Meléndez se separan en los cursos 1772-1777

Estamos de acuerdo con Manuel José Quintana y con Pedro Salinas en que en este largo periodo, en el que el extremeño consigue situarse entre la elite intelectual y política de la nación, podemos considerar tres aspectos: la vida universitaria, las amistades y los libros, que fueron modelando el blando espíritu del «dulce Batilo». Sin embargo debemos precisar que la formación intelectual y humana de Batilo no corresponde exclusivamente al periodo salmantino, sino que los cinco años del periodo madrileño, al cobijo de su hermano Esteban, fueron fundamentales, pues se configuró su vocación de jurista, a base de pulular por los mejores despachos de abogados madrileños.

En segundo lugar, adquiere unas profundas raíces humanísticas, por sus estudios de latín, filosofía y griego, como denota el sustrato clasicista de su primera poesía conocida de Batilo, el citado Idilio sacro a Santo Tomás. En la carta del 6 de octubre de 1777 a Jovellanos, nuestro poeta habla del primer fruto de su lira: «dos traducciones mías de dos idilios del sencillo Teócrito y una docena de malas jácaras52, primer fruto de mi musa cuando niña»53.

En tercer lugar, su innegable espíritu regalista le fue imbuido por los abogados madrileños, casi todos atentos a las directrices del todopoderoso fiscal Campomanes.

Ciertamente, como sugieren Quintana y Salinas, era la faceta poética de Juan la menos conformada en Madrid, donde hacia 1770 convivían las más diversas corrientes y actitudes poéticas, sin que el adolescente Batilo acertase a salir de los tradicionales romances, como el dedicado a Santo Tomás (Idilio VII) o los que remitió a Jovellanos, ni a enfilar la trayectoria clara del anacreontismo. Juan abandona la Corte en el otoño de 1772 con una decidida vocación poética, pero sin rumbo, que sólo irá adquiriendo poco después, en 1773, en contacto con el maestro José Cadalso, por la senda del anacreontismo, y más adelante, por la de la poesía ilustrada, a sugerencia de su amigo Jovellanos.

La idea de que los juristas deben ser verdaderos humanistas y conocedores de la historia será común en otros amigos de Esteban en Madrid (Llanes exigía en un buen abogado «bella conducta, bastante literatura y gran juicio»), y también en los de Batilo, como Jovellanos y Forner. Por otra parte, resultaba normal la utilización de los argumentos históricos para justificar cualquier postura en los conflictos jurídicos del Antiguo Régimen, cuyo derecho era una enorme acumulación, contradictoria e insufrible, de normas dictadas a lo largo de muchos siglos.






9. Esteban, secretario del obispo de Segovia, Alonso Marcos de Llanes (septiembre de 1774 - junio de 1777)

Esteban empieza a ejercer como secretario del obispo exactamente el día 28 de septiembre de 1774. Debemos observar que Esteban exhibe desde el primer momento el título de «licenciado don», lo cual quiere decir que, sin saber cómo ni dónde, pasó de bachiller a licenciado en el mes de septiembre de 1774, mientras que el mes anterior aparecía con el título de bachiller. A veces Esteban añade unas aristocráticas «de» o «y» para unir los dos apellidos («Meléndez y Valdés», «Meléndez de Valdés»), hecho que nunca hemos registrado en el poeta. Da la impresión de que en el camino hacia Segovia se encontró con el título de licenciado. Solo cabe la posibilidad de que se le confiriese formulariamente dicho grado por alguna universidad menor, como Ávila o Toledo.

Lógicamente Esteban Meléndez llevó la mayor parte del peso de toda la administración de obispado de Segovia, como los expedientes de las muchas ordenaciones religiosas que se celebraban cada año. Esteban racionalizó lo mejor posible su trabajo inmediatamente después de tomar posesión de la secretaría. Lo primero que hace es abrir los libros correspondientes a las distintas parcelas o secciones de su secretaria.

Las funciones del secretario de un obispo de la época eran muy variadas e importantes, pues era un funcionario clave en la administración de la diócesis. Aunque Esteban no fue visitador, cargó con muchas de las gestiones y problemas que la visita de su obispo iba descubriendo en los abusos de los pueblos visitados. Ambos tenían como una de sus pautas de conducta ver la distribución de la masa económica de las parroquias, de manera que se pudiese elevar las retribuciones del clero más humilde, con una mejor y más justa distribución de los diezmos y de la masa beneficial54.

Como abogado de los Reales Consejos y como canonista, por manos de Esteban pasan todos los pleitos del obispado, casi todos motivados por intereses económicos. Ni que decir tiene que Esteban intervino en todas las disputas, estrictamente canónicas y sometidas al régimen interno de la curia episcopal.

De una manera u otra Esteban Meléndez interviene en la economía del obispado relacionada con las dotaciones de las capellanías para corregir algunos abusos que la visita del obispo iba poniendo de relieve en los distintos pueblos.

Esteban era el encargado del reparto de las muchas limosnas que se dispensaron por el obispo Llanes, que tan aficionado era a esta práctica de caridad cristiana. Resumiendo, Esteban Meléndez fue un secretario que puso orden en el obispado, gozando del apoyo incondicional de su prelado, quien le encomienda la gestión de asuntos privados de su familia, como dar fe de la entrada en el convento de San José de Carmelitas Descalzas, de doña María Teresa de Llanes Campomanes Argüelles y Cienfuegos, «su sobrina carnal muy amada»55.

Hemos visto a Esteban aspirar a un mediano beneficio en Sacedón en septiembre de 1773, pero su ingente trabajo en la secretaría fue recompensado ampliamente por su prelado con beneficios eclesiásticos, si hemos de creer lo que escribe el poeta a Jovellanos el 24 de mayo de 1777: «lleno de renta eclesiástica»56.

Mientras Esteban prosperaba en Segovia a la sombra del obispo Llanes en el trienio 1774-1777, Juan estaba en plena e intensa formación jurídica, humanística y literaria en Salamanca, sin que nos conste que la interrumpiese con largas estancias en Segovia.

Recordando que Esteban no se asentó en Segovia hasta finales de septiembre de 1774, se ha aceptado generalmente que el joven poeta pasaba temporadas en dicha ciudad, ya que no cursos completos. Está claro que así ocurrió en parte del verano de 1777 y en casi todo el de 1778, sin embargo tenemos bastantes dudas respecto a los veranos de 1775 y 1776.

Por nuestra parte rebajamos bastante la presencia del poeta en Segovia. Ya hemos señalado que es probable que durante 1775 y 1776 no se viesen los dos hermanos. Parece ser que el último año que veraneó en Segovia fue el de 1778, pues en los de 1779 y 1780 conservamos cartas veraniegas fechadas en Salamanca. A partir de 1781 Meléndez se aficiona a las estancias estivales en Madrid.

Sin embargo, la correspondencia del poeta nos muestra que sus estancias en Segovia eran fructíferas desde el punto de vista formativo, tal como el biógrafo Martín Fernández Navarrete nos las dibuja, en compañía de monseñor de Llanes y de su hermano, don Esteban, «leyendo excelentes libros» de la biblioteca episcopal, y conversando con el obispo Llanes, con el clero ilustrado de la curia y con seglares reformistas como el conde de Mansilla.


9.1. La tuberculosis de los hermanos Meléndez y la muerte de Esteban (1776-1777)

Uno de los episodios más dramáticos de la vida del poeta Meléndez es la muerte de su hermano Esteban, patéticamente narrada en diversas cartas a lo largo de la primavera y verano de 1777. Si tenemos en cuenta que la misma enfermedad, la tuberculosis pulmonar, había sido la causa de una grave dolencia del poeta en el otoño anterior, le concedemos cierta importancia, que nos ha llevado a interrelacionar la enfermedad de Juan y la muerte de Esteban. Incluso hemos tenido el atrevimiento de intentar documentarnos, bastante infructuosamente, en el resbaladizo tema de la tuberculosis, «enfermedad que no transcurre de un modo continuo, sino por sacudidas o saltos sucesivos»57.

A lo largo de dos cursos 1775-1777, los hermanos Meléndez sufren la misma enfermedad de tuberculosis, de la que Juan salió inmunizado y Esteban fue llevado a la tumba. La misma enfermedad tuvo evolución distinta, quizá porque los dos hermanos estuvieron casi cinco años sin verse (1772-1777) y porque se cuidaron de distinta manera. Mientras Juan fue obligado a reposar y a cuidarse por los amigos salmantinos, Esteban no pudo dejar el intenso trabajo que suponía controlar la diócesis de Segovia. A lo largo de la primavera de 1777 vamos a ver al dulce Batilo debatirse entre el terror a perder a su hermano y el consuelo de la amistad más verdadera a través de la ternura paternal de fray Diego Tadeo González y el sincero afecto de Jovellanos.

En primer lugar, cabría preguntarse si hubo infección entre los dos hermanos, y en caso afirmativo, quién inficionó a quien y en qué lugar ocurrió la infección. Nosotros adelantemos que estamos convencidos de que los dos hermanos se contagiaron, más o menos al mismo tiempo, a partir de 1767, cuando ambos hermanos empezaron a convivir de manera estable, pues, con anterioridad, Esteban había estado estudiando fuera de casa. Este convencimiento nuestro difícilmente podría firmarlo un neumólogo actual, teniendo en cuanta que hay muchas clases de tuberculosis y que varias personas sometidas al mismo ambiente de contagio, desarrollan o no la enfermedad en función de la fortaleza de su organismo. No nos consta que los padres de los hermanos padeciesen esta enfermedad.

A través de las cartas de Juan a diversos amigos tenemos bastante bien documentado el proceso de la enfermedad de Esteban, a partir del 14 de abril de 1777, cuando le daba la primera noticia a Jovellanos desde Salamanca. Esteban se sentía tan mal que tres días antes, 11 de abril, había hecho su testamento, probablemente el mismo día en que se avisó a su hermano. Se daba cuenta de que su estado era muy grave: una hemoptisis violenta, señal de una tisis muy avanzada, reveló que estaba perdido58.

Fallecido Esteban el día 4 de junio, el día 8 escribe a sus dos íntimos amigos comunicándole la noticia. Como siempre la carta a Jovellanos es más extensa que la enviada a fray Tadeo González. Por ambas nos enteramos de los últimos momentos de Esteban. Cesó la fiebre pero volvieron las hemorragias (la «supuratoria»), que al cabo de cinco días acabaron con su vida.

Poco tiempo después del entierro, Juan se traslada a Salamanca, señal de que prefirió pasar el luto y el dolor por la pérdida de su hermano con sus amigos salmantinos y no entre la burocracia episcopal de Llanes. En la ciudad del Tormes recibe dos cartas de Jovellanos, a las que contesta, a finales de junio o a principios de julio, con una misiva, en la que exacerba los «infelices títulos de huérfano, solo y desvalido» (presentes en las elegías como veremos más adelante) y no sólo agradece los consuelos de Jovellanos, sino que parece estimularlos («Tenga Vuestra Señoría la molestia de dirigirme como cosa propia y como si fuera mi hermano mismo»).

Dedicó el resto del verano a preparar las asignaturas de Leyes que no había podido realizar durante la primavera. Hasta dos meses después, el 6 de octubre de 1777, no encontramos otra carta, también dirigida a Jovellanos. Meléndez parece haber superado ya bastante el decaimiento provocado por la muerte de su hermano, a lo cual ha ayudado, sin duda, el estar entretenido con un intenso trabajo académico y dando salida a compromisos literarios que habían quedado aparcados por la enfermedad de Esteban. En esta larga carta todos son proyectos59.

Mientras tanto Jovellanos le había escrito a Llanes recomendando a nuestro poeta y el obispo había contestado al magistrado con una carta llena de dudas sobre el carácter de Juan, carta que le adjunta y que siembra la desconfianza en el poeta extremeño. Después de leer la misiva del 18 de octubre no nos extraña que se alejase bastante pronto de Segovia. Volverá en el verano de 1778 para seguir ordenándole la biblioteca al obispo60, pero los veranos de 1779 y de 1780 no se moverá de Salamanca. En el de 1781 y sucesivos veraneará en Madrid en compañía de Jovellanos.

Calculamos que el obispo Llanes debía conocer personalmente a nuestro poeta desde 1768 cuando un adolescente de 14 años estudiaba con los dominicos de la calle Atocha y deambulaba por el despacho del canonista don Mateo Hidaldo de Bolaños (en la calle Preciados), cuando iba a visitar a su hermano Esteban, pasante de ese despacho, al que también acudía con frecuencia el doctoral Llanes a gestionar los pleitos del cabildo de Sevilla. No sabemos exactamente lo que le molestaba del carácter del poeta, pero se trasluce que era el engreimiento intelectual, cierta altanería moral y, quizá, orgullo juvenil, lo que se escondía detrás de la «vanidad» observada por el obispo. Acusación sorprendente, pues sabemos que el carácter de Juan más bien era de sumisión para con los amigos, en especial con Jovellanos, lo que le ha creado la fama de carácter débil. Juan refuta convincentemente esta acusación de Llanes y concluye:

«Antes me lisonjeaba yo de tener dos finos protectores; hoy casi que mi desgracia me deja a Vuestra Señoría solo. Pero Vuestra Señoría sé que no ha de creer en su Batilo el espíritu que dicen las expresiones enfáticas de Su Ilustrísima»61.



Vemos cómo el paso del tiempo va diluyendo el doloroso recuerdo de la pérdida del hermano. Sin entrar en el resbaladizo terreno de la sicología, creemos que el efecto más visible de esta muerte fue el acentuar la amistad con Jovellanos, sin modificar esencialmente el resto de los rasgos de su carácter, en contra de lo que exageradamente vienen afirmando los críticos.




9.2. Testamento de Esteban Meléndez Valdés

El testamento de Esteban es un buen termómetro para medir el afecto entre los dos hermanos Meléndez, en el cual «el Sr. licenciado D. Esteban Meléndez Valdés, presbítero, secretario del ilustrísimo señor obispo de esta diócesis»62, después de las fórmulas habituales, encontramos ciertas cláusulas que demuestran claramente el papel de tutor que Esteban ejercía respecto a su hermano Juan, así como el auténtico cariño que sentía por el joven:

«Asimismo es mi voluntad que todo cuanto aparezca y resulte haber dado a dicho mi hermano D. Juan Menéndez y Valdés, en cualquiera ocasión, con cualquier motivo, se lo perdonó y remito, y de todo ello le algo formal donación sin que sea mi ánimo otro que el de que por ninguna razón ni derecho se le pida ni impute en cuenta cosa alguna.

Igualmente lego y hago donación al propio don Juan Meléndez y Valdés, mi hermano, de todos mis libros y ropas que se hallaren propias mías al tiempo de mi fallecimiento»63.



Al considerar a Juan como «vecino de Ribera», el moribundo no tenía claro el destino profesional del joven estudiante, pues al despejarse el horizonte profesional al año siguiente con la consecución de la sustitución permanente de la cátedra de Prima de Humanidades, prácticamente el poeta no volvió a pisar su pueblo natal.

Estos datos aparecen confirmados en la Partida de defunción de Esteban, donde se añaden algunos detalles sobre la manera y el lugar donde fue enterrado, actualmente ilocalizable, y alguna precisión sobre el poeta («profesor de ambos derechos en la Real Universidad de Salamanca»), es decir, estudiante de Derecho civil y canónico, aunque en esta última facultad nunca se matriculó64.

Para tratarse de un personaje importante del obispado, no parece excesiva la pompa con que fue enterrado, pues, lo fue el mismo día de su muerte, por la tarde, y sólo acompañado de seis comunidades religiosas, de las trece masculinas y ocho femeninas que, a la sazón, había en Segovia.




9.3. Las dos elegías de Juan a la muerte de su hermano Esteban

Poéticamente Juan registra el triste acontecimiento de la muerte de su hermano en tres poemas elegíacos de tono claramente fúnebre, en la oda XXIV, A la mañana en mi desamparo y orfandad, y en dos elegías que no tuvo fuerzas para concluir, a pesar de haber sido planificadas en sendos y amplios borradores: la Elegía V, La muerte de mi hermano D. Esteban, y la Elegía VI, La muerte de mi hermano Don Esteban. Elegía en verso blanco endecasílabo (1777 - 1778) en las que «[...] no hallarás primores, pero sí pensamientos muy tristes y que te sacarían las lágrimas por más que rehuses», según le decía Meléndez a su amigo Cáseda, en carta del 18 de julio de 177865. En estas elegías se entremezclan las reminiscencias de la literatura lúgubre de la época, siempre los Night Thoughts (1742-1744) de Young (1681-1765), y el más puro sentimiento personal. Los tres poemas, incluida la oda, son verdaderas elegías, en cuanto que son una lamentación melancólica y nostálgica, que se manifiesta en el tema de la pérdida de Esteban, con una actitud del emisor Juan muy dolorida y «miserable», con la que pretende solicitar en nosotros una complicidad de consuelo66.

El desorden en ideas y motivos poéticos es la característica de los dos planes o esbozos de las dos elegías. Mezcla, sin ningún criterio, párrafos en francés tomados más o menos libremente de Le Tourneur, según ha demostrado Demerson.

En primer lugar, cabría preguntarse sobre la sinceridad de los tres poemas, relacionados con la muerte de Esteban. Sabemos que al morir un personaje se nos achica, o por el contrario, la muerte lo agiganta. También sabemos que, a pesar de su empeño, Juan no fue capaz de acabar una elegía en honor de su hermano Esteban, lo cual nos podría llevar a cuestionar el valor estético y la sinceridad de los tres cortos poemas que nos ha dejado sobre el asunto.

Juan pretende transmitirnos su sinceridad en las 28 veces en que aparece el pronombre personal del primera persona «yo» en los tres poemas y en los dos planes preparatorios. En la oda «yo solo» (v. 40), «estoy yo» (v. 60), «yo corro de mis males» (v. 82). En el plan I se pregunta: «Yo solo, ¿cómo puedo ser feliz?». Juan, emisor del enunciado poético, constantemente se hace presente con el «yo», caracterizado por la infelicidad, causada por la ausencia de Esteban, frente a un «tú», que representa la felicidad y el consuelo, que en el plan se concreta en Jovino. Se oponen el allí y el entonces dichoso, encarnados por Esteban, al hic et nunc lamentables de Juan67.

Combinando lo que el poeta dice en las cartas con lo expresado en los tres poemas y en los dos «Planes» de las elegías, podemos acercarnos a una caracterización del estado de ánimo en que quedó a causa de la muerte de Esteban, durante un periodo relativamente corto.

En primer lugar, destacar que Juan estaba melancólico, o deseaba estar en estado de ánimo melancólico, cuando intentaba concluir sus elegías y le ruega a la noche: «Agora infunde/ tu vapor melancólico en mis versos» (Elegía V). ¿En qué podía consistir esa melancolía?

Cuando Juan quiere adoptar el tono melancólico nos trasmite la idea de que desea contaminar su poema de queja y lamento, es decir, acentuar la expresión lírica de la subjetividad del yo, apoyándose en el sentimiento de pérdida, con el permiso de la «Memoria, cruel memoria!» (Elegía V), que puede llegar a ahogar la expresión poética.

Casi todas las posibles palabras del campo semántico del «dolor» están presentes en los tres poemas, con las que Juan intenta transmitirnos su estado de angustia, ansiedad y aburrimiento, que son estados de ánimo que, a pesar de sus diferencias, tienen amplias zonas de confluencia. El estado de ánimo, tal como lo vinimos, es una totalidad que va tomando colores distintos, pero su sustancia es la misma. Atropelladamente se agolpan en la mente de Juan los conceptos de «pavor, tristeza, ansiedad, amargura, tormento, gemido, congoja, orfandad, aflicción, llanto, tedio, dolor, sollozo, desmayo, agonía, desventura...», mencionados sin orden lógico por el poeta.

Sin entrar en los controvertidos límites del prerromanticismo español en general y de Meléndez en particular, para lo que remitimos a los estudios de Sebold68, es evidente que Juan estaba angustiado, incluso melancólico, por la muerte de su hermano, pero no sabríamos decir si la anarquía de ideas de las elegías y sus planes, si la acumulación de vocablos «fúnebres» y si la angustia expresada en abultadas exclamaciones son fruto de la retórica romántica que se avecina de la mano de Edward Young, fuente evidente de nuestro poeta, como supone Sebold, o más bien, como pensamos nosotros, tienen sus raíces en la sinceridad del profundo dolor por la muerte de un hermano tan querido como Esteban, pues no olvidemos que la obra de Young tiene cuatro temas claros, resumidos en el mismo título de su obra, los Pensamientos nocturnos sobre la vida, la muerte y la inmortalidad (1742-1744), mientras que el poeta extremeño se centra en la tristeza de la muerte y en su símbolo, la noche, tratando muy someramente el tema de la Inmortalidad.

Es evidente que Juan sufrió un bloqueo expresivo al componer los poemas en honor de su hermano muerto. Bloqueo confesado en la correspondencia de esta temporada. En la carta a Jovellanos del 24 de mayo de 1777 habla de «la estéril musa de Batilo»69. En la del 11 de julio de 1778 escrita al mismo destinatario desde Segovia, confiesa que «Mi musa ha desmayado [...]; las Musas huyen de los sujetos entregados a las ciencias abstractas; yo voy perdiendo el gusto y las musas me van dejando»70.

Meléndez nos demuestra claramente que, a sus 23 años, no estaba preparado para componer esta poesía autobiográfica y desgarrada y que el modo de escudriñar en su alma resulta insuficiente y, por mucho que pretende apurar el análisis intelectual, redactando planes y copiando magníficos modelos, como Young o Le Tourneur, no logra sino sólo darnos unos sinceros fragmentos de su intimidad.

Hoy leemos los tres poemas con gusto porque están más cercanos al lamento íntimo y nostálgico de la poesía moderna que de la laudatio funeral del barroco, indicio evidente, no sólo del romanticismo que apunta Sebold, sino también de la sinceridad y el dolor con que Juan vivió la muerte de Esteban.








10. Conclusión

En primer lugar, debemos aclarar las dudas respecto a la supuesta nobleza de la familia Meléndez. En efecto, no lo era, ni siquiera en el peldaño más bajo de «infanzón», pero no le faltan deseos de codearse con lo más florido de la sociedad local.

Económicamente, la familia tenía tan poco que perder en Ribera que los padres se trasladan a Almendralejo y los hijos Esteban y Juan, prácticamente no vuelven a su pueblo natal, a partir de 1767. Los testamentos del abuelo, de los padres y el del mismo Esteban indican escasez de bienes. Cuando Esteban tiene que aportar la congrua que le permitiese ser ordenado de prima tonsura, lo hace con una pobre capellanía que le rentaba anualmente 102 reales, claramente insuficientes para mantenerse en sus estudios eclesiásticos. La capellanía obtenida por Esteban no era de las peor pagadas y da la impresión de que, por muchas capellanías que acumulase, difícilmente podría sobrevivir decentemente en su pueblo, lo que le llevará a buscar mejores horizontes en la Corte.

Desde 1767 los hermanos Meléndez no recibían ayuda económica de su padre, sino que, a juzgar por el currículo presentado por Esteban en septiembre de 1773 para optar al beneficio de Sacedón, parece que era lo contrario, es decir, que Esteban ayudaba a sus familiares de Ribera, donde su cuñado, don Pedro Nolasco de los Reyes, tenía la discreta retribución de 2200 reales anuales. En conclusión, la formación y dependencia económica del poeta fue tutelada por el abogado Esteban desde que en 1767 abandonaron Extremadura. La situación económica de la familia Meléndez en septiembre de 1773 dependía fundamentalmente de los ingresos de Esteban, quien corría con todos los gastos de su hermano Juan, que iba a empezar el segundo curso de Leyes y, tal vez, transfería algún dinero a los familiares de Ribera. Agobiado por esa obligación sentía la necesidad de ampliar los ingresos, por lo que acudió al concurso del beneficio de Sacedón.

No es posible establecer un paralelismo estricto entre las vidas de los hermanos Esteban y Juan Meléndez Valdés porque, a pesar de la diferencia de edad de sólo 12 años entre ambos, pertenecían y, a pesar del inmenso cariño fraternal, actuaron como pertenecientes a dos generaciones distintas de nuestra Ilustración, equivalentes, más o menos a cada una de las dos mitades del reinado de Carlos III. Si se nos permite la generalización, es la diferencia que hay entre los reformismos de los ilustrados Campomanes y Godoy, con sus circunstancias históricas completamente distintas que dieron un tono vital bastante diferente a cada uno de los dos hermanos.

Sin embargo, hay rasgos comunes en las dos personalidades que debemos atribuir a la misma educación familiar y al mutuo influjo de ambos hermanos, pensando, lógicamente que el hermano mayor sería más imitado por el menor, y no al contrario, lo cual está demostrado en la correspondencia de Juan y en los poemas que compuso con motivo de la muerte de Esteban.

Al respecto, debemos resaltar los siete años (1754-1761) en los que Esteban estudió Artes, Filosofía y Teología con los franciscanos observantes y el ambiente de franciscanismo en el que se desarrolla la infancia del poeta para intentar explicar algunos rasgos de su obra literaria, de su personalidad y de su actitud ante la vida. No es este el lugar para extendernos sobre el franciscanismo de los dos hermanos Meléndez, pero podemos apreciar en ambos la misma sincera religiosidad, crítica con los formalismos del Catolicismo de la época. Al recorrer los casi quinientos poemas de Meléndez, en especial los anacreónticos, apreciamos una bellísima utopía ecológica que, en lo esencial, coincide con el Cántico de las Criaturas franciscano, con la misma actitud de alabanza y solidaridad cósmica que incluye la fraternidad con el pobre, representado en el labrador honrado, evidente en la poesía ilustrada de nuestro poeta. En conclusión, pensamos que el poeta recibió una primera educación en un ambiente familiar de fuerte franciscanismo, que de una manera u otra se manifestó en una personalidad tan sensible como la suya.

A lo largo de nuestro estudio pensamos que ha quedado demostrado que el influjo de Esteban fue importante en dos aspectos de los tres que destacan en la personalidad de Juan: su formación humanística y su vocación jurídica, sobre todo en los trascendentales años de la pubertad y primera juventud, que van desde 1767 hasta 1772, en los que convivieron en Madrid, de donde Juan llevó a Salamanca su vocación de abogado humanista, que habría de caracterizar su vida entera, al más puro estilo de Campomanes.

Juan también adquirió en Madrid, bajo la atenta mirada de su hermano Esteban, un envidiable hábito de estudio y amor a los libros con el cual se forjará ese abogado humanista, que debe saber de múltiples materias para interpretar bien el Derecho. Asimismo pensamos que su pasión bibliográfica también nació en Madrid y no insuflada por arte de magia por José Cadalso, al año siguiente de abandonar la Corte. Insaciable apetito intelectual de Juan que le lleva a leer todo lo que cae en sus manos, dentro de un proceso formativo un tanto desordenado, al estilo del siglo XVIII.

Además de estos aspectos concretos está el mismo talante de enfocar la vida en los dos hermanos, que Esteban describió, en nombre de Alonso Marcos de Llanes en la carta fechada en Madrid, el 4 de mayo de 1774, como requisito del buen abogado: «bella conducta, bastante literatura y gran juicio». Esteban siempre tuvo una conducta acorde con su condición de sacerdote y predicador ejerciente, como demuestra el hecho de que en su aspiración al beneficio de Sacedón presentase «Testimoniales de ser hábil y benemérito para obtener cualesquiera Beneficio, o Dignidad de las Iglesias de estos Reinos».

El retrato de Esteban que emerge de nuestro estudio coincide esencialmente con el que Juan escribió en la carta del 24 de mayo de 1777 a Jovellanos, en la que lo califica como «incansable, estudiosísimo; un canonista de los más cumplidos», como se puede apreciar en su rápido, pero brillante paso por la universidad de Sevilla y posterior ejercicio profesional en Madrid, al lado de tan ilustres canonistas como don Mateo Hidalgo de Bolaños, presidente del colegio de Abogados de Madrid, y del doctoral Alonso Marcos de Llanes, futuro arzobispo de Sevilla.

Los dos hermanos fueron fervientes regalistas. Desde hace varios años venimos destacando el mecenazgo de Campomanes sobre Meléndez, desde que en el periodo 1781-1784 le defendió reiteradamente el disfrute del salario íntegro de su cátedra de Prima de Humanidades, en contra del acuerdo del claustro de la Universidad de Salamanca y del mismo Consejo de Castilla, quienes sostenían que parte de dicho salario debía ser descontada para pagar al catedrático de Retórica, más antiguo y con menos dotación económica por tener que sostener a otro catedrático jubilado. Viendo el círculo de amistades del abogado Esteban en Madrid con el doctoral Alonso Marcos de Llanes, familiar de Campomanes, ya no nos extraña esa protección, años después en el litigio de las rentas de la cátedra.

La muerte de Esteban fue una crisis existencial para Juan, aunque su trascendencia no fue realmente extraordinaria en su vida, pues no podemos considerar que constituyese un momento de aquellos en los que la vida cambia verdaderamente su rumbo. Su estado de ánimo quedó profundamente afectado a causa de la muerte de Esteban, pero durante un periodo relativamente corto. Se sintió melancólico con una vida sin perspectivas, pero que superó rápidamente. El dolor descrito por Juan tiene bastante del dolor de los románticos, quienes hablaban del dolor del mundo, como si el espectáculo de la creación fuese esencialmente doloroso, a pesar de lo cual la experiencia sufrida con la muerte de su hermano Esteban fue para nuestro poeta un medio considerable de maduración personal.

Sin dudar de la pureza del afecto de Juan hacia su hermano, el poeta nos muestra la soledad en los tres poemas elegíacos con una perspectiva bastante egoísta, relacionada con la falta del mecenazgo del hermano muerto y con el desamparo material o falta del socorro económico para concluir su formación, que le proporcionaba Esteban, reiteradamente aludido en el verso: «huérfano, joven, solo y desvalido». Juan no sabe qué camino tomar en la vida y desea a toda costa encontrar el rumbo.

La sinceridad del afecto aparece en la falta de inspiración poética que Juan sufrió durante más de un año, en que intentó concluir la deseada elegía para llorar la muerte de Esteban. Es evidente que Juan sufrió un bloqueo expresivo al componer los poemas en honor de su hermano muerto. Bloqueo confesado en la correspondencia de esta temporada. Quizá esa angustia creadora es la que hace que hoy leamos los tres poemas con más gusto que otros, porque están más cercanos al lamento íntimo y nostálgico de la poesía moderna que de la laudatio funeral del barroco, indicio evidente, no sólo del romanticismo que apunta Sebold, sino también de la sinceridad y el dolor con que Juan vivió la muerte de Esteban.

En realidad, los tres poemas elegiacos de Juan, compuestos con motivo de la muerte de su hermano, tenían la misión fundamental de consolarse a sí mismo y de expresar sus sentimientos, más que orientarse hacia lo laudatorio de Esteban. Pero creemos un tanto aventurada la afirmación de Demerson de que se debe buscar en la frustración que supuso la pérdida de los padres y de Esteban la sensibilidad excesiva y el sometimiento a los amigos que Juan manifestará largo tiempo, al menos, hasta el fin de su vida de estudiante. Pero esa actitud de sometimiento a los amigos, sobre todo a Jovellanos, no era exclusiva de Batilo, sino de casi todos los poetas salmantinos, como queda patente en las cartas de fray Diego Tadeo González a Jovellanos.

Actitud de sometimiento que también observamos en Esteban, quien nunca se propuso ser independiente en su ejercicio de abogado, a pesar de su evidente valía. En Madrid siempre fue pasante y en Segovia se acomodó como secretario de su íntimo amigo el obispo Alonso Marcos de Llanes.

En conclusión, Esteban y el círculo de abogados madrileños en los que desarrolló su actividad, orientaron decisivamente la educación y los principales rasgos de la personalidad del joven Meléndez (la vocación jurídica, humanismo, bibliofilia y regalismo). En lo que Esteban no se interesó o no supo o fracasó estrepitosamente fue en la orientación de la vocación literaria de su hermano, porque el poeta Meléndez abandonó Madrid, a juzgar por los pocos poemas conservados de esta época, con la formación en técnica literaria y con los conocimientos filosófico-humanísticos propios de un brillantísimo colegial graduado en Artes, pero sin que el joven Batilo acertase a salir de los tradicionales romances, como el dedicado a Santo Tomás o los que remitió a Jovellanos, y sin enfilar la trayectoria clara del anacreontismo, que ya apuntaba en los cenáculos madrileños. Juan abandona la Corte en el otoño de 1772 con una decidida vocación poética, pero sin rumbo, que sólo irá adquiriendo poco después, en 1773, en contacto con el maestro José Cadalso por la senda del anacreontismo, y más adelante, por la de la poesía ilustrada, a sugerencia de su amigo Jovellanos. El gran mérito de Cadalso fue abrir el cascarón de esos conocimientos filosófico-humanísticos y la incipiente inclinación literaria de Juan hacia la poesía y ponerlos en la senda mundana del anacreontismo, potenciando su abundante sapiencia humanística, cimentada en los colegios madrileños más prestigiosos del momento (los dominicos de la calle Atocha y los elitistas Reales Estudios de San Isidro), escrupulosamente escogidos por su hermano Esteban.



 
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