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En 1512 tuerto se sentía ya tan anticuado, que la edición sevillana del Zifar lo sustituye sistemáticamente por agravio (J. M. Lucía Megías, en Libro del caballero Zifar. Estudios..., Barcelona, 1996, p. 132 y n. 127).

 

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No sé si es dialectalismo, lapsus del escribano o yerro del transcriptor la supuesta excepción que se lee en las cuatrocentistas Ordenanzas de Barbastro: «hombre que fazies’ entuerto ad algún vecino de la çiudat» (ed. M. de Pano, Revista de Aragón, III, 1902, p. 912). Descuido de copia hay desde luego en ciertos versos presentados como procedentes de unas celebraciones de 1737: «Soy deshacedor de entuertos [sic], / soy [sic] salsa de todo almodrote / y risa de los despiertos...» (en M. L. Lobato, «El Quijote en las mascaradas populares del siglo XVII», en Cervantes. Estudios en la víspera de su centenario, ed. K. Reichenberger, Kassel, 1994, II, p. 578).

En los siglos XVII y XVIII, la frecuente presencia de don Quijote en mojigangas y otras diversiones similares se acompañaba a menudo de motes con alusión a los tuertos («Hoy se deshace un gran tuerto», «gran desfacedor de tuertos», «por desfacer este agravio / y enderezar este tuerto»; ibidem, pp. 591, 593), y cosa muy parecida ocurría en el teatro de burlas (véase sólo el Entremés de las aventuras del caballero don Pascual del Rábano, de hacia 1640: «-¡Desfaced aqueste tuerto! / -Facerle, yo le ficiera, / mas desfacerle pedildo / a los santos de la Igreja, / no a caballeros andantes / que facer tuertos profesan. / -Tuerto es ‘agravio’, señor»; ed. R. Senabre, en Estudios sobre literatura y arte dedicados al profesor Emilio Orozco Díaz, III, Granada, 1979, p. 356).

Esos entretenimientos debieron de contribuir a popularizar la expresión todavía más que la misma novela cervantina. Como sea, en ellos tropiezo con el caso más antiguo que conozco de confusión deliberada entre tuertos y entuertos, en una parodia quijotesca de 1687: «todo su estudio [de un médico] es en los libros de caballerías, y en particular el de Don Quijote, y los enfermos que cura con más afición son las paridas, por deshacer entuertos» (apud A. Egido, «Floresta de vejámenes universitarios granadinos (siglos XVI-XVII)», Bulletin Hispanique, XCII, 1990, p. 320); y en ellos con el primer ejemplo del uso impropio generalizado en la actualidad, en el sainete Las caperuzas de Sancho (1776) «desfáganse entre todos / tales entuertos... / sin que haya agravios...» (en J. Montero Reguera, «Imitaciones cervantinas en el teatro español del siglo XVIII», en Actas del Tercer coloquio de la Asociación de Cervantistas (1990), Barcelona, 1993, p. 126).

 

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Otra cosa es que entuertos haya llegado a colarse incluso en las ediciones del Quijote, como, recientemente, en la prologada por Alberto Sánchez, Barcelona, 1976, pp. 111 y 321.

 

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«Don Leoncio Capareiros Argujillo, alia Campeón, ... se quitó el colesterol y se curó la topaditis comiendo todas las mañanas tres nueces ligeramente verdes en ayunas, la topaditis es una enfermedad de la vista de origen nervioso que se manifiesta porque el paciente, al leer el Quijote, ve “con la iglesia hemos topado, Sancho” donde Cervantes dice “con la iglesia hemos dado, Sancho”, la dolencia tampoco tiene mayor importancia y a veces hasta se cura sola con un poco de reposo y baños de asiento con coca-cola light» (C. J. Cela, «El arte de freír huevos y la buena maña de comérselos», en ABC, 4 de mayo de 1997).

 

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V. Gaos estima que topado pudo introducirse por influjo del «topase con ese alcázar» de diez o quince líneas después: demasiada distancia, probablemente, para una contaminación. No creo que la frase, todavía no comentada por Clemencín (1833-1839), entrara en el caudal del español corriente del brazo de las interpretaciones esotéricas del Quijote, que sin duda la llevaron sistemáticamente a su molino (así el coronel Baldomero Villegas del Hoyo, La revolución española. Estudio en que se descubre cuál y cómo fue el verdadero ingenio de D. Quijote y el pensamiento del simpar Cervantes, Madrid, 1903: «muchas veces he oído comentar este caso en el sentido que tiene: que la Iglesia era ... en la vida real un elemento contrario a la regeneración de la patria», etc.). Frente al topado ordinario (en diez días, lo encuentro en C. J. Cela, como título de un artículo de la excelente novelista Rosa Regás, El País, Barcelona, 25 de abril de 1997, suplemento de Cataluña, p. 2, y en otro de Francisco Umbral, Leer, núm. 88, abril-mayo de 1997, p. 54), incluso en alusiones sin cita («Aquí espero al mensajero Sancho, en esta plaza, con sus evónimos provincianos, azorinescos, su iglesia de piedra rojiza, en la que caballero y escudero vendrán a topar en la noche»; Antonio Tovar, Ensayos y peregrinaciones, Madrid, 1960, p. 259), suena a ultracorrección el «Con la Iglesia hemos tropezado» en la novela Ana-Franca (1940) de Vicente Ferraz y Castán (apud S. A. López Navia, en Actas del II Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, p. 739).

 

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Son citas, respectivamente, de Bartolomé Leonardo de Argensola, Rimas, ed. J. M. Blecua, Madrid, 1974, I, p. 160, y de Lope de Vega, El divino africano, en Décima octava parte..., Madrid, 1623, fol. 55v.

 

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Remito a los tercetos de La Arcadia lopeveguesca, ed. E. S. Morby, Madrid, 1975, p. 195, y a las insuperables páginas de don Ramón Menéndez Pidal, La lengua castellana en el siglo XVII, Madrid, 1991.

 

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En La entretenida (III, fol. 184), la variante de filósofo estás tiene probablemente un blanco menos genérico. Don Francisco ha razonado que «la suerte de los mortales» discurre «entre bienes y entre males»; y añade: «Esta verdad sé bien yo, / sin que en probarla porfíe: / ayer lloraba el que hoy ríe / y hoy llora el que ayer rió». El comentario de don Antonio («¡Oh, qué filósofo vienes...!») mira ahí en concreto al motivo tradicional de un Democritus ridens y un Heraclitus flens. Vid. «Los filósofos de Velázquez, o el gran teatro del mundo», en mi libro Figuras con paisaje, Barcelona, 1994, pp. 69-97, con bibliografía.

 

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Sí lo es, a todas luces, en El médico de su honra, versos 545-546 («¡qué lisonjero os escucho! / Muy metafísico estáis»), según la corrección de Vera Tassis, sin duda acertada (en el parlamento anterior, precisa don Gutierre: «escúchame un argumento», «Aplico agora...»), frente al paralífico de las primeras ediciones, que C. A. Jones (Oxford, 19652, p. 21) enmienda en parabólico.

 

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Según el Diccionario de Autoridades, metafísico «se toma, por alusión, por el modo de discurrir con demasiada sutileza en cualquier materia, o por las mismas cosas así discurridas».

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