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ArribaAbajo Poema del hombre (acompañado de su reloj) que se sienta sobre un árbol talado en el bosque


Boris Leonardo Caro González


Sin tiempo para nada,
el hombre se detiene a pensar,
pero aún,
en la agitación cronológica que lo atrapa,
alcanza a mirar el reloj,
y suda un voraz nerviosismo empalagado de prisa.
Cuenta con matemática exactitud
las gotas de arena,
los granos de agua y todo lo confunde.
Atolondrado está,
prisionero,
pero conserva su orgullo de creador,
dómine infeliz,
iluso señor.
Ya
finalmente sonríe,
de su propio autoengaño consolador,
la risa lo oxigena y vuelve a sonreír.
A fin de cuentas el reloj,
esa pequeña causa de sus desvaríos enloquecedores,
no siente,
(ríe histéricamente...)
no siente.
(...Como el esclavo dotado de la suerte,
exclusiva,
de saber la sensación formidable después del castigo
y se cree privilegiado por este don,
por este raro don).