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Lo anunciaron primero (lo oí
una madrugada): |
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Pablo Neruda ha sido fusilado. |
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Desde muy lejos me mandaba
cartas, |
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voces de auxilio, soledad y
angustia |
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por encima del mar. |
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Sucede que me olvido del idioma, |
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perdona mis errores. |
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Envíame un diccionario. |
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Un manuscrito un día, una
tarde de invierno, |
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como las hojas últimas
perdidas del otoño, |
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vino a abrirse en mis manos. |
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Se llamaba: Residencia en la tierra. |
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Como cenizas, como mares
poblándose, |
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en
la sumergida lentitud, en lo informe, |
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o
como se oyen desde lo alto de los caminos |
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cruzar las campanas en cruz.... |
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Era un galope muerto, |
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un corazón batiendo a la
distancia, |
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un grito, más que desde la
tierra |
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desde las raíces hundidas
del fuego, |
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desde el dolor del árbol por
nacer todavía, |
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la piedra calcinada por el
rayo. |
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Pablo Neruda ha muerto. (Lo
oí otra madrugada.) |
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Habían rectificado, aunque
daba lo mismo. |
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A través de las
lágrimas recuerdo ahora estas cosas. |
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¿Cómo olvidar aquella
mañana en mi azotea, |
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la última nieve al fondo
azul del Guadarrama, |
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las primeras palabras del
encuentro, |
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su imagen tan lejana al fin hecha
presencia? |
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Nos diste entonces todo, |
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tu dulzura de hermano recién
aparecido, |
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tus desolados cantos
torrenciales |
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y nosotros en cambio te dimos la
alegría |
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y con ella la mano que esperabas
desde hacía tanto tiempo. |
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Y así tu soledad inmensa fue
poblándose, |
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y fue Miguel y fue Manolo, Vicente,
Federico.... |
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fue toda la voz lírica de
España |
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la que montó las alas de tu
caballo verde |
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porque eran hermosos los vientos
que partía |
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y el nuevo resonar de sus cascos en
la gastada piedra. |
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2
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Pero un día la sangre
bañó el rostro de España, |
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su viejo corazón lo
atravesó un cuchillo, |
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una tromba de odio se alzó
de las tinieblas |
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y no hubo mar, no hubo puertas ni
murallas |
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que impidieran el choque de la luz
y la sombra. |
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Preguntaréis por qué su
poesía |
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no
nos habla del sueño, de las hojas, |
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de
los grandes volcanes de su país natal? |
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Venid a ver la sangre por las
calles.... |
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Así dijiste entonces |
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y ahora puedo, como lo confesaste
tantas veces, |
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decir que cambiaron de pupilas tus
ojos, |
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que se te metió
España dentro del corazón |
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y ya por ella, tocado de su luz
acribillada, |
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saliste nuevamente al mundo con tu
canto |
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cubierto por la sangre de las
calles. |
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Han pasado los años, |
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han pasado las guerras más
feroces, más tristes, |
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han sucedido (pocas veces el sol)
la oscuridad y el llanto, |
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ha mandado la noche tanto tiempo
con su espada de sombra, |
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mientras tú, Pablo, hermano
profundo de la paz, |
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del bien para los hombres, |
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de la palabra desencadenada |
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por encima del mar y de las
cordilleras, |
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Pablo de los ríos solemnes y
los más finos pétalos, |
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de los cielos australes sin
orillas, |
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de la pasión abierta y los
justos castigos, |
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cuando eras más la voz de la
esperanza, |
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cuando alzabas a cimas la luz para
tu pueblo |
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(lo oí una madrugada), te
morías |
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de dolor, rodeado de asesinos, |
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mientras corría en Chile la
sangre por las calles. |
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Venid a ver ahora su casa
violada, |
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sus puertas y cristales
destrozados, |
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venid a ver sus libros ya
cenizas, |
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a ver sus colecciones reducidas a
polvo, |
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venid a ver su cuerpo allí
caído, |
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su inmenso corazón
allí volcado |
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sobre la escoria de sus
sueños rotos, |
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mientras sigue corriendo la sangre
por las calles. |
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