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Gente nueva versus Gente vieja: Martínez Ruiz y los hijos del siglo del Modernismo

Dolores Thion Soriano-Mollá





Fue en la noche de Santa Isabel, en 1884, cuando unos jóvenes universitarios rebeldes y contestatarios salieron a la calle. Sus gritos de protesta nacidos al calor de aquellos motines y sus primeros encarcelamientos encontraron un cauce de expresión, tan provocador como efímero, en las páginas de la prensa. Para ello, fundaron su primer periódico Juventud Republicana pronto censurado por su entusiasmo radical. Era un periódico condenado a la muerte antes de ver la luz, tal vez no por la calidad de sus páginas, pero sin duda alguna, por las penurias económicas de proyectos de tan utópico talante, sin protectores ni mecenas. Le sucedieron también dentro del republicanismo La Discusión, La Tribuna escolar, La Universidad, La Piqueta, La Democracia Social... donde participaban estos estudiantes subversivos. Fue la redacción de este último periódico, La Universidad, quien en 1884 organizó una reunión en el teatro Alhambra de Madrid en honor del renacentista Giordano Bruno, figura emblemática por el radicalismo de sus ideas y su anticlericalismo. Allí estaban presentes, entre otros, los hermanos Sawa, Nicolás Salmerón y García, Ricardo Yesares, Rafael Delorme, Ricardo Fuente, Manuel Paso, Rafael Torromé, Luis París, Rafael de Labra y tantos otros personajes de la que empezaría a denominarse a sí misma la Gente Nueva1. Estas primeras manifestaciones públicas cuando todavía José Martínez Ruiz era un bachiller, son estigmas ya de la toma de conciencia del estado de crisis nacional por unos denostados utópicos que pronto alzarían sus voces de protesta y tantearían ciegamente nuevas formas y doctrinas con las que gestar una nueva sociedad y un nuevo arte.

Ya en 1970 Carlos Pérez de la Dehesa, en El grupo Germinal una clave del 98, llamó la atención sobre estos jóvenes como precedentes «noventayochistas». Numerosos titulares de la prensa periódica y una abundante nómina de polígrafos entonces todavía en el olvido fueron allí citados por vez primera. Algunos trabajos de recuperación se han realizado desde entonces2 y las mismas intenciones han animado nuestra investigación. Ahora nuestro propósito es analizar cómo se delimitó el concepto del joven finisecular o «hijo del siglo del Modernismo» y cómo se forjó la identidad de la Gente Nueva, desde la oposición y en el seno del republicanismo progresista. Focalizaremos nuestra atención sobre las juventudes, los germinalistas, con quienes Martínez Ruiz compartió las páginas de la prensa, algunas horas de tertulia y las penurias de la pluma y la disidencia juvenil. Así pues, la base documental de este trabajo ha sido voluntariamente reducida a la prensa periódica progresista entre los años 1897-1899, esencialmente El País, El Progreso, Germinal, Don Quijote, Vida Nueva.

Puesto que fue Martínez Ruiz quien acuñó el membrete generacional, revisaremos como reaparece la biológica oposición entre jóvenes y viejos e intentaremos discernir cuáles fueron las relaciones del escritor alicantino con la Gente Nueva para restituirles el papel fundacional que, en los movimientos intelectuales finiseculares, les corresponde.


Lo viejo, lo joven o lo nuevo

En las últimas décadas del siglo XIX, el concepto de joven no se estableció a partir de una definición precisa, sino que se fue construyendo por oposición a su contrario, el concepto de viejo que era categóricamente rechazado: más que por una personalidad propia, la identidad del joven se reconocía sencillamente por no ser viejo. Estos banales axiomas inherentes al devenir de la existencia humana adquirirían nuevos tintes con la toma de conciencia del estado de crisis finisecular, como desarrollaremos a continuación.

Recordemos que los conceptos dialécticos de juventud y vejez contaron con el respaldo de los ya tardíos positivismo determinista y el evolucionismo darwinista como garantía absoluta de verdad. Fueron utilizados con gran eficacia por la oratoria propagandista y demagógica en circunstancias históricas de escepticismo y desengaño entre los miembros de una sociedad «que se quiere totalizadora y se ve traicionada por una Restauración»3. Por otra parte, el controvertido binomio fue enriquecido al asociar el concepto de joven con el de nuevo para afrentar, en perfecta comunión, a la noción de viejo, que subsume la edad, pero también las usanzas, ideas y creencias en su natural acepción. Finalmente, del calificativo nuevo se llegó por sinonimia a moderno, porque, claro está, lo joven no implica lo nuevo, ni los viejos son siempre viejos, o mejor dicho, anticuados.

La Gente Joven era ante todo nueva o moderna, fuese en edades precoces o en la madurez tardía, puesto que no se definía tanto por su edad biológica como por su estado espiritual:

«[...] el tiempo ni da ni quita juventud. Dante la llamó la primavera de la vida y muchos mueren en pleno florecimiento sin haber conocido ese triste invierno que apaga el color de la sangre y marchita la frescura y lozanía de las ideas. Jóvenes son todos aquellos que tengan dentro del pecho un corazón liberal; los que entiendan la existencia como un sacrificio fecundo para el porvenir; los enamorados del ideal que tuvo poder bastante para remozar a Fausto. Los pocos años no son la juventud. Pidal era ya un fósil a las pocas horas de ser engendrado, Larra si continuase viviendo sería tan muchacho como cuando le apuntó el bozo»4.



Desde los años 90, la prensa alienta a la juventud del alma -o del espíritu- a participar en la reforma nacional, en política y estética. Fue la revista Germinal (1897) una de las primeras en establecer y vehicular la controversia para canalizar e integrar a la opinión pública en la lucha por el progreso y la Modernidad. Anotaremos in excursio que esa negación del carácter biológico entre jóvenes y viejos sería formulada unos años más tarde por Azorín en otros términos y a efectos distintos en los artículos fundacionales de su generación del 98.

Aunque lo joven o nuevo tan sólo adquiriese su especificidad por la negación de lo viejo, como acabamos de indicar, sí aparecieron etiquetas prometedoras. Se hablaba de Gente Nueva o Gente Joven, Hombres nuevos, Arte Nuevo, Ideas nuevas...; España Nueva, Vida Nueva5, Revista Nueva fueron titulares utilizados a la sazón para abrirse paso en el mundo de la edición; cuando no, se apostillaban «modernos», los hombres, las ideas, el Arte y hasta la misma España. Desde estas perspectivas, resulta lógico que, llegara por derivación el Modernismo en tanto que: «protesta de los jóvenes contra los viejos, del espíritu contra la forma, del progreso contra la reacción»6 y que dicha bandera se acuñara de manera natural. Los mecanismos expresivos del lenguaje aportaron también variadas imágenes que se irían convirtiendo en tópicos y aforismos: del esperanzador lema inspirado por Zola, Germinal, las semillas, savia nueva, brotes nuevos..., a auroras boreales, amaneceres y grandes despertares, pasando por titanes y «leones»7. Por oposición a tales denominaciones impregnadas de fuerzas palingenésicas, lo viejo, la monarquía, la tradición y lo instaurado en cualquier orden de la existencia encarnaron el bestiario de peor especie: cuervos, ratas, sapos, pólipos, hidras y arañas eran los animales preferidos, exacerbados por oscuras gamas cromáticas y espeluznantes imágenes de viscosidad, pesadez y fealdad, en particular, cuando se aplicaban a las instancias clericales y jesuíticas. No faltaron las metáforas corporales que desde el Barroco acompañaban a la imagen del Imperio decadente y cualquier intento reformista: frente al cáncer corporal, las castraciones, las cegueras y más variadas gangrenas que representaban lo viejo, surgía «la sangre nueva», y, de manera específica, entre los jóvenes políticamente comprometidos, aparecieron los «hombres fuertes», «viriles» y «de bronce», o por metonimia las «manos vigorosas» y «cerebros de hierro», a través de los cuales se hacían solidarios de Joaquín Costa, el famoso león de Graus8.

En la Biblioteca de la casa Museo Azorín de Monóvar se encuentra un raro ejemplar de la obra de Luis París titulada Gente Nueva9. Se trata de una presentación de algunos miembros de la «vanguardia del progreso»10, sin pretensiones fundacionales o corporatistas. En su estudio preliminar se perfila el concepto de Gente Nueva sin distingos políticos ni artísticos. Como punto de partida, prevalece la creencia en un determinismo ambiental y genético que predestina a la Gente Nueva, en tanto que «hijos del fin de siglo», a ser víctimas de las circunstancias y los incita a la lucha por el cambio como única esperanza de salvación. Luis París escribe:

«Nacidos casi lodos nosotros entre los fulgurantes esplendores de las revueltas y las asonadas, con la leche que hemos mamado ahumada por las explosiones de la pólvora y cortada por los sobresaltos de nuestras madres, hemos dado los primeros pasos de la vida a ciegas por entre medio de las emboscadas de la política rastrera y mediocre de nuestra patria, asistiendo como espectadores a las luchas diarias y desiguales de lo que se va... Alrededor nuestro hemos visto realizarse todas las antítesis, encajar todas las faltas de lógicas y ensalzarse la apostasía. Y con estos gérmenes nocivos y hediondos, hemos comenzado envenenándonos como si hubiéramos nacido en los bordes de alguna laguna maldita»11.



¿Qué actitudes se podía esperar de una juventud que se sentía así irreversiblemente condicionada? La juventud se justificaba a sí misma como legado de la sociedad de los mayores12. Como hijos del fin de siglo, eran el fruto de la caducidad de las ideas dominantes, el ultramontanismo y el reaccionarismo. En lugar de modelos de imitación, de padres espirituales, maestros o caudillos que les sirviesen de referente durante su etapa formacional13, la Gente Nueva afirmaba haber encontrado traidores, apóstatas, retrógrados, obsoletos e interesados que habían conducido al país hacia la «débâcle». Fuente escribía:

«Castelar nos sedujo con los relampagueos de su palabra, nos ganó por sus ideas republicanas y redentoras: fuimos suyos y nos ha traicionado haciéndonos perder la fe en los hombres y dándonos ejemplos de apostasía. Núñez de Arce, el poeta de las huecas sonoridades, no pudo llegar a nuestros corazones, maldiciendo a Volteare, llamándole "ramera de la libertad" y amenazando con el verdugo a los partidos de los radicalismos salvadores. Campoamor, el poeta que admirábamos por sus versos, insulta las ideas que con amor guardamos en el fondo del alma al decir que la filosofía materialista "sólo sirve para derribar reses en el matadero", y al preguntar con punible irreverencia "qué mozo de mulas habrá revelado a Darwin la ley de selección". Pereda, el novelista petrificado no puede ser nuestro modelo porque es carlista, enemigo de su tiempo, rancio. A Pérez Galdós no podemos perdonarle el haber sido diputado monárquico y empleado de la Transatlántica; no transigimos con su misticismo de última hora. De todos los demás, con raras excepciones, se pudiera decir otro tanto. Hipócritas, reaccionarios, católicos vergonzantes, hombres que utilizan sus prestigios literarios para obtener prebendas en el campo de la política y venden su independencia de escritor por un puesto en el Consejo de Estado o por un sillón de la Academia»14.



Justificado el determinismo desde su estado primigenio, estos hombres jóvenes no discernieron otra alternativa que la revolucionaria. Las respuestas fueron heteróclitas, no por el sentimiento de crisis sino por las vías de transformación y renovación por las que cada cual optó ante la experiencia de incertidumbre y desorientación. No obstante, todas estas respuestas encontraron un denominador común en tanto que Gente Nueva, vanguardia del progreso o del Modernismo. Sólo un concepto tan general como impreciso era capaz de reunir las más variopintas especies finiseculares: anarquistas literarios, modernistas, juventudes radicales, socialistas científicos, colectivistas y marxistas; hombres vigorosos, melenudos y bohemios... todos eran Gente Nueva. Estas figuras disidentes e innovadoras resultaban altamente sugerentes para los noveles provincianos que se afanaban en llamar la atención del público, pertenecer a la República de las Letras y derrocar lo establecido en todos los órdenes de la vida pública.

Los jóvenes de la periferia sintieron, por consiguiente, febril atracción por Madrid y su plagiado barrio Latino, por pertenecer al equipo de redacción de un periódico cuyas afirmaciones y doctrinas constituían los «capítulos de fe» en provincias e integrar los círculos de opinión. Estos jóvenes anhelaban, en palabras de Sawa:

«Tomar parte activa y músculos en la participación [...], toda la que me fuera posible, en las batallas constantemente renovadas del pensamiento contra la barbarie, de los espíritus emancipados contra las panzas esclavas de ir al Congreso de Diputados todas las tardes, al Ateneo Científico y Literario todas las noches, a la Biblioteca Nacional todas las mañanas...»15.



Así, poco a poco, el concepto de joven fue ganando precisión en los escritos de la prensa, -el único sector editorial que les era accesible- por construirse cada vez más con los rasgos de su propia identidad. A partir de 1897 se prodigaron los periódicos y revistas culturales bajo la bandera de la Gente Nueva: Germinal, Vida Nueva, Don Quijote, Alma Española, La Vida Galante, Revista Nueva... Los viejos ocupaban los grandes rotativos y revistas como La Ilustración Española y Americana, La España Moderna, Gedeón, Gente Vieja... y como indica Patricia O'Riordan, habría que esperar la aparición de Helios en 1904 como primera síntesis entre Gente Nueva y Vieja16.

La Gente Vieja quedó irremediablemente asimilada a los peyorativos calificativos de anticuada, retrógrada y ultramontana en las ideas, realista y naturalista espiritual en el arte, conservadora y monárquica, en política. La Gente Joven ya se había escindido entre conformistas y rebeldes. Los primeros, jóvenes conformistas, eran los «buenos muchachos», estudiantes y creyentes discretos, los «nuevos luises» o «eunucos de sangre blanca»17. Los segundos, los rebeldes, eran Gente Nueva, eran agitadores de ideas18, sin distinciones políticas ni literarias, encarnaban la vanguardia intelectual, la bohemia, Europa... y cualquier tipo de radicalismo: desde el Naturalismo científico a los emergentes simbolismos y parnasianismos, todo bajo la bandera del Modernismo, hasta el socialismo y anarquismo, encauzados desde el Republicanismo. La Gente Nueva y Gente Vieja ofrecieron, pues, la imagen de un mundo político y cultural bipolarizado. La afirmación de un carácter iconoclasta, una nueva intelectualidad y nuevas estéticas por parte de los nuevos versus la afirmación del papel de mentores y censores entre los viejos creó animadas diatribas en las tribunas de la prensa a veces más viscerales que racionales19. A estas distinciones se añadieron las de novísimos20, tanto entre la Gente Nueva como o entre la Gente Vieja. Entre estos últimos, los nuevos de la Gente Vieja eran las élites entre las que Clarín quería incluir a Martínez Ruiz. Por su parte, la Gente Nueva empezó a anatemizar entre sí, las distinciones políticas y artísticas -estéticas y formalistas-, de los modernistas no tardarían en acuñarse. Los últimos modernistas, los decadentes o estetas, los «melenudos», «los hijos del rey Lear», como caricaturizarían a la Gente Nueva sin compromisos políticos pronto entrarían también en escena...21. Eran los albores ya de 1899.

«El policía de las musas castellanas»22, Clarín, se convirtió en el portaestandarte de la Gente Vieja por su estatus social y literario. Desde La Vida Literaria participará en este enfrentamiento entre jóvenes y viejos adoptando posiciones ambivalentes. En el primer artículo que hace referencia a esta controversia viejo versus joven, «Mala maña», Clarín la rechaza por ser «falsa, vaga y groseramente fisiológica», lo cual no le impide defender la autoridad de los mayores, una veces, por la ley de la experiencia, otras, para «conseguir el ambiente de notoriedad necesaria, defendiendo lo que creíamos bueno, censurando lo malo, viejo o nuevo». Bajo pretextos de imparcialidad, Clarín refutaba el criterio «joven» como juicio de valor, pero éste es, paradójicamente, el que impera en sus Paliques cargado de tintes negativos. Resulta fatuo pretenderse imparcial mientras se dirige a «las nulidades» que «presentaban su mocedad como título»23. Por lo general, la Gente Nueva reconocía sus cualidades y méritos, pero se sentía injustamente maltratada por exacerbar una crítica negativa y destructiva. Esto tampoco le impedirá declararse amigo de la juventud, entre los jóvenes excesivos que le reconocían como «maestro» o «retórico gacetillero». Para acabar finalmente repudiando el carácter juvenil:

«Que esos caracteres de exceso, absolutismo, en juicio y expresión, prurito de doctrinas extremas, idolatrías injustificadas e irreverencias procaces, son defectos de los adocenados, de los débiles, del vulgo juvenil. En los pocos que tienen originalidad verdadera, fuerza, superioridad, esas notas generales se modifican hasta quedar eclipsadas por las personales, peculiares.

Por regla general, al que ha de valer de veras no se le clasifica por joven. No se le clasifica»24.



Sin clasificar quedaría Martínez Ruiz a quien dedicó las primeras alabanzas en La Saeta Barcelonesa25 y quien supo despertar sentimientos paternalistas en el crítico adulándolo como maestro pero afirmando sus divergencias respecto del «retórico gacetillero» al lado de Luis Bonafoux, como ha demostrado recientemente la profesora Roberta Johnson26. Manteniendo cierta distancia crítica, estas conclusiones quedarían corroboradas por la sátira de Dionisio de las Heras cuando se burlaba de los noveles escritores afanados en atraer la atención de Clarín para alcanzar la gloria:

«Ayer inédito, y hoy citado nada menos que por el pontífice de la crítica. Ya lo decía Fígaro refiriéndose a García Gutiérrez, a raíz del estreno de El Trovador. Ser uno de tantos por la mañana, pasar confundido entre la multitud, y por la noche, genio de golpe, señalado con el dedo, admirado por todos. ¿Hay satisfacción mayor?...

Mírale, pásmate, venérale, Clarín le ha nombrado en un Palique»27.



Otros llamaban la atención lanzando bombos interesados para que Clarín les tomara «por alguien», independientemente de cualquier juicio literario:

«Estoy seguro de que obrando así no me llamará foliculario, escritorzuelo ruin, adocenado, enemigo apasionado, pobre diablo, zoilito, pedantuelo, antipático, nocivo, infeliz, calumniador, desgraciado, gentecilla, chusma ni otras lindezas de su vasto y culto repertorio. Al contrario, me sacará del montón anónimo en que me pudro, me citará con buen carácter de letra y cargando la pluma de tinta a fin de que los cajistas no se equivoquen, por arriba y por abajo, de plano y de perfil, venga o no venga a cuento y sin jugar con el apellido, que es la manera de que se pegue pronto»28.



Desde el otro frente, bajo el prisma de la Gente Vieja, los miembros de la Gente Nueva eran disidentes, marginales y rebeldes, en resumen, formaban la despreciada grey de la bohemia:

«Aquí no hay gente nueva -dicen los viejos- porque no puede llamarse así a esos bohemios "recalentados y nauseabundos" de los cuales es preciso huir como de la peste; aquí no hay jóvenes sino bigardos vocingleros, perezosos, borrachos, ignorantes y desordenados, literatos de café, artistas de taberna...

Los viejos continuarán haciendo chistes acerca de la gente nueva, asemejándose al padre sifilítico que se burla de los costurones heredados por su hijo; pero la gente nueva, a pesar del sambenito de la pereza y del vino que sobre ella pretenden arrojar libelistas infames, es la única flor que crece en este pantano...»29.



Ahora bien, como especifica Manuel Aznar Soler, en el período que nos ocupa, «no hay ni una sola manera de ser ni una manera de estar en la bohemia»30. Entre los que se reconocían como parte de la Gente Nueva había bohemios convencidos, preocupados por la problemática nacional y en su mayoría activos políticamente; pero también había otros quienes, como Ricardo Baroja reconocía, eran «semibohemios, semiburgueses, según el rumbo de su vida»; en otros términos, según la cantidad de dinero que llevaban en sus bolsillos. A diferencia de ellos, los empedernidos bohemios vivían, como escribía Ricardo Baroja, «a salto de mata»:

«Escribían en periódicos que no pagaban, o que lo hacían muy mal; pintaban cuadros que no vendían; publicaban versos que nadie leía; dibujaban caricaturas que no quería nadie.

Los que llamo burgueses éramos señoritos de familia más o menos acomodada. Sabíamos que en nuestro domicilio el cocido estaba a punto a su hora, la cena dispuesta entre ocho y nueve de la noche, y la cama abierta por la doméstica para cuando el señorito tuviera a bien acostarse.

Los bohemios dormían en casas de huéspedes, comían en restoranes baratos o en alguna taberna. Su verdadera morada era el café... En cuanto reunían unas pesetillas, se hundían en el café a charlar, a discutir, sin importarles un pito lo futuro. No había porvenir que se extendiera más allá de una semana»31.



Los bohemios convencidos vivían en la miseria, consecuencia del culto a su libertad e independencia, pero también de su irresponsabilidad y negligencia, de su sublime devoción al Ideal y al Arte32. Llevado a sus últimos términos, esta vivencia bohemia no es una manera de vivir sino como un modo natural de ser33. El espíritu bohemio denigra el materialista bienestar burgués y capitalista con la actitud digna del idealista romántico y aristócrata, pero, al mismo tiempo, proletario intelectual34. Se niega a ser responsable. Repudia el trabajo y la existencia ordenados tan pregonados por la burguesía. Barbas, luengas melenas y harapos, el alcohol y los versos, son atributos externos de distinción, símbolos de su voluntario distanciamiento respecto de esa masa social aletargada e hipócrita. Trata de épater le bourgeois35 -traducido por Unamuno como «dejar turulato al hortera»36- y de asombrar a la gente vieja que les atacaba y dificultaba su progreso. Fue una amarga y resentida burla, si bien, en algunos de los bohemios resultó no ser más que una actitud pasajera o casi experiencia efímera como sería el caso de José Martínez Ruiz, quien estuvo pero no fue bohemia.

En este somero retrato cabría, sin embargo, reconocer algunas características del joven Martínez Ruiz cuando anhelaba llegar a la Corte para participar en esta idealizada intelectualidad. Resulta difícil creer que sus primeras experiencias en la capital fueran distintas de las que a tantos jóvenes animaron y de las que fueron sus víctimas. Poco importa que fuesen reales o ficticias las anécdotas sobre su vida más o menos efímera entre la bohemia, como las célebres sobre sus penurias económicas o sus desmayos por inanición. Martínez Ruiz conoció y vivió entre la juventud bohemia aunque él se sintiera diametralmente distinto: ese joven retraído, «solitario y asceta (ni fuma, ni bebe), con desvío creciente de los convencionalismos sociales», según González Serrano37, difícilmente podía encajar con «el gusto de la galería», y como el mismo Martínez Ruiz satirizaba, y ese vivir «en plena exhibición, en medio del arroyo, en el café, en el saloncillo, gritando, gesticulando, disfrazado con el último traje de París, de esteta, de decadente, de parnasiano»38. Pero aparte de conocer la dura realidad del escritor principiante, sobre las que volveremos después, Martínez Ruiz conservó algunos de los rasgos espirituales de la bohemia: el individualismo y la libertad total que Martínez Ruiz preconizaba como actitudes anarquistas39 eran actitudes también bohemias; el monóculo y la tabaquera y el legendario paraguas rojo -existiese o no-, eran igualmente signos de distinción, afirmaciones de un particular singularidad, del mismo modo que lo fueron las lenguas melenas y los sombreros de copa. De hecho, en 1901, olvidadas la experiencias de la «horrible bohemia madrileña»40 en las que había estado, Martínez Ruiz utilizaría el concepto del verdadero ser bohemio: el idealista que exalta la libertad y espontaneidad, o en palabras de Bark, el sacerdote del Bien, la Verdad y la Belleza, el artista y joven intelectual:

«Propulsores y generadores de la vida, [...] no queremos ni leyes ni fronteras. Nuestra bohemia libre, aspiramos a que sea la bohemia de la humanidad toda»41.






José Martínez Ruiz, la Gente Nueva y el Modernismo

No sólo aquella ideología ácrata fue distintiva de la bohemia. Entre la Gente Nueva algunos espíritus idealistas e inquietos se afirmaron por el novedoso talante de intelectual y fuerza palingenésica en España. Eran conscientes de la crisis nacional, de los peligros que acechaban a la nación; razones por las cuales sentían la angustia «cósmica» de la muerte de España. Se definían como proletarios intelectuales, unos denostados utópicos que alzaban sus voces de protesta y tanteaban ciegamente nuevas formas y doctrinas con las que gestar una nueva sociedad y un nuevo arte. Se consideraban bohemios revolucionarios y fundaron hacia 1890 la Agrupación Democrática y Social, que desde 1897 a 1903 se conocería como Germinal. Fueron ellos quienes consolidaron la controversia Gente Vieja versus Gente Nueva como signo de ruptura pero también como definición, con los criterios enunciados al principio. Igualmente, en sus columnas la bandera del Modernismo se izaba sin distinciones políticas o estéticas. Fue con estos bohemios, distantes ya del prototípico bohemio de Murger o miembro de la golfemia42, con quienes Martínez Ruiz compartió sus primeras experiencias madrileñas. Coincidían todos en las tribunas de la prensa progresista como El País, El Progreso, El Motín, Progreso...43 y las emergentes revistas culturales. El universo de estas redacciones de los periódicos atraía a los jóvenes por ampliar sus meras funciones profesionales para convertirse en atrayentes centros de reunión, de intercambio de ideas y relaciones funcionando como verdaderos círculos de sociabilidad. Era en la redacción de El País en donde se reunían la Agrupación Democrática. Algunos de sus miembros desfilan por las páginas de Anarquismo Literario, Buscapiés, Soledades, y claro está, el polémico Charivari.

Desde que se han profundizado los estudios sobre las publicaciones periódicas finiseculares, los estudios críticos han renovado la imagen del joven Martínez Ruiz y su primeras experiencias en el mundo de las letras y de las ideas44. Quizás lo esencial esté ya dicho, pero con nuestro trabajo queremos aportar pequeñas noticias y matizaciones sobre el joven escritor y los ambientes socioculturales del heterogéneo fin de siglo, que ellos definieron como el siglo del Modernismo, como sinónimo de Modernidad. En general, respecto de la primera etapa madrileña de José Martínez Ruiz han prevalecido algunos prejuicios apriorísticos o apresurados cuando se han tomado como verdades de fe las críticas personalistas intencionadamente satíricas o discordantes, y por lo tanto subjetivas y parciales de sus primeros folletos, en especial de Charivari. Son páginas que se han de estudiar con precaución, ¿qué relación existe entre la anécdota narrada bajo la estrategia de la confesión o del recuerdo y la realidad? En ellas José Martínez Ruiz demuestra una voluntad distanciadora casi obsesiva respecto de la Gente Nueva. Con críticas rápidas y parciales construye una resentida caricatura de aquellos personajes y su tribunas periodísticas, focalizada especialmente sobre Ricardo Fuente y Joaquín Dicenta, caricaturizados directamente o por alusión en crónicas y avisos... ¿Qué realidades subyacen a las deformaciones caricaturales?

Creemos que la crítica debería evitar ciertos reduccionismos como los que ciegamente siguen las críticas de Martínez Ruiz y limitan sus relaciones con la Gente Nueva y la prensa republicana progresista a las mantenidas con Ricardo Fuente, Joaquín Dicenta y Alejandro Lerroux. Sin duda alguna, éstos fueron los personajes más singulares: por la pereza e irresponsabilidad del primero, la fama en el teatro y la bohemia del segundo y la demagogia populista del tercero. Los tres simpáticos, de palabra fácil y sin escrúpulos. Fuente y Lerroux eran famosos por sus sobornos y chantajes. En tanto que directores de periódico, sus posiciones oscilaron entre el poder y la mera representación, como atractivos simbólicos o meros hombres de paja. Recordemos que el ser director de un periódico entonces carecía del significado actual. Sólo el director era el responsable de las opiniones divulgadas en el periódico y, por lo tanto, le correspondía resolver los lances de honor en los duelos o responder ante la justicia de los delitos de opinión. Lerroux triunfó en la política y Dicenta en literatura. Ambos representaron la vanguardia de la Gente Nueva45. Ahora bien, habría que tener también en cuenta que ellos no constituyen la única «juventud» radical, ni toda la Gente Nueva, ni todo Germinal. Cabría ampliar dicha nómina y no dejar en el tintero a Ernesto Bark, Nicolás Salmerón y García, Rafael Delorme, Francisco Maceín, Isidoro López Lapuya, Eduardo Barriobero, Urbano González Serrano, José Riquelme... por citar algunos ideólogos de este grupo. Habría que tomar más distancias, evitar confusiones y la acuñación de tópicos asentados como verdades. Tal sería el caso, por ejemplo, de los argumentos en torno a la expulsión de El País de Martínez Ruiz: se suele afirmar que sus opiniones sobre el matrimonio y la propiedad provocaron su expulsión de dicha redacción. Cuesta creer que dichas opiniones generaran juicios de valor moral, cuando precisamente, todos ellos vivían o practicaban la «inmoralidad». Cuesta igualmente creer que la redacción divulgara una crónica en un supuesto periódico de provincias, ajeno y distante a los círculos de opinión de la capital en un siglo en el que no dominaban los medios de comunicación de masas como en el nuestro, ¿qué incidencia podría tener en Madrid? Pensamos, pues, que cabría pergeñar en el estudio de este primer Azorín y no asumir los tópicos dominantes por tradición.

Pero sigamos con el ejemplo que nos ocupa. La hostilidad entre Martínez Ruiz y Fuente, amenizada como telón de fondo por las relaciones críticas entre Lerroux y el propietario de El País, Antonio Catena podría ofrecer hipótesis más factibles. Recordemos, si persistimos en las hipótesis morales que Antonio Catena era el propietario del Casino republicano. Era una sala de juegos ilegal pero un negocio rentable; de su tesorería salían los fondos para financiar El País como portavoz del Partido Republicano Progresista. Lerroux atacó a Catena por haber enjuiciado la jefatura, a la que él aspiraba, de Dr. José María Esquerdo en el Partido. Como explica Álvarez Junco:

«Confiando en que la baza perdedora era Catena, manchado siempre con el baldón de sus rentas del juego, hizo suya la acusación de inmoralidad, que esta vez esgrimían nuevos y muy activos colaboradores del periódico»46.



En estos enfrentamientos en nombre de la inmoralidad entre el propietario y el equipo de redacción, cabe la posibilidad que Martínez Ruiz fuese la víctima expiatoria del juego de fuerzas entre Catena y Lerroux y cada uno de sus partisanos. Estas circunstancias coinciden además con las persecuciones de la justicia a El País por sus crónicas sobre las reyertas de Novelda y el proceso anarquista de Montjuich. Persecuciones que no atemorizarían a Martínez Ruiz, quien reivindicaba la independencia de los periodistas frente al espíritu colectivo pero anónimo de la redacción. Él firmaba sus artículos, se hacía responsable de sus opiniones pero al mismo tiempo, estaba dándose rápidamente a conocer47.

Cuando Lerroux fundó una nueva tribuna para los republicanos radicales Lerroux se llevó parte de la plantilla y con ella a Martínez Ruiz. Fuente permaneció en El País, ahora desvinculado del partido y entre la nueva nómina de Germinal. Era entonces el mes de octubre de 1897 y Martínez Ruiz ya se había hecho popular por sus ideas y su carácter independiente, sobre todo por las polémicas que Charivari venía despertando desde su aparición en el mes de abril. Las plumas testaférreas, como la del joven escritor, eran preciadas puesto que cada tribuna periodística era la imagen viva, la garantía pública de la importancia e influencia de la agrupación política que la respaldaba. La animación no tardó a llegar pues Lerroux emprendió sus ataques contra el nuevo equipo de El País, el grupo Germinal y en estas contiendas y por motivos distintos, Martínez Ruiz, Unamuno, Bonafoux y el propio Clarín fueron las voces cantantes como ya estudió Carlos Pérez de la Dehesa48.

En definitiva, en los albores de 1898, transcurrido poco más de un año desde su llegada a la Corte, Martínez Ruiz había logrado ya la ansiada celebridad, si bien con el precio del cansancio y el desengaño49. Sentía la desgracia de haber hecho sus primeras armas literarias: «en esta tierra de viejos maestros que niegan justicia, de compañeros que calumnian, de periódicos que se venden, de editores que estafan»50. En la célebre conclusión de Charivari ya lo corrobora unos meses antes:

«Cada vez voy sintiendo más hastío, repugnancia más profunda hacia ese ambiente de rencores, envidias, falsedades... Me canso de esta lucha estéril... Y aunque venciera ¿qué? ¡Vanidad de vanidades!»51.



Hastío, hipocresía, rencores, envidias y luchas estériles no fueron exclusivamente resentidos por Martínez Ruiz, sino sentimientos comúnmente compartidos entre la Gente Nueva. Para algunos integraron la manera de ser, para otros la de estar en esa Restauración que se quería República, en política y República de las Letras como antes aludíamos respecto de la bohemia. ¿Escritores y periodistas podían pensar o ser de otra manera mientras careciesen de reconocimiento profesional? ¿Se podía pensar o ser de otra manera cuando las subvenciones para las publicaciones procedían de las subvenciones de los prohombres del partido, del célebre casino ilegal, de lances y sobornos, de los fondos reservados y empleos ficticios que los más espabilados o los que consiguieron protección utilizaban como fuentes de mecenazgo? Puede que Martínez Ruiz estuviese cansado de ese mundo que tan intensamente vivió en pocos meses, pero como el más atrevido pícaro supo sacar provecho de él. Supo seleccionar sus amistades y enemistades, dirigir las alabanzas o críticas del avasallador Clarín, solicitar prólogos y dedicatorias a autores reconocidos y participar en la prensa más controvertida. Con todo ello, Martínez Ruiz demostró una inteligente percepción de su condición de joven escritor provinciano y un vehemente deseo de abrirse las puertas de la celebridad a cualquier precio, con la misma osadía que criticaba a los periodistas de las redacciones entonces republicanas.

Entre los chismorreos literarios de la tertulia de El Motín de Nakens52, Charivari y su autor se convirtieron en un blanco mítico. Con su ejemplo se sentaba cátedra de estrategia literaria para noveles y se analizaban las circunstancias para alcanzar el éxito. Así lo recordaba Rafael Cansinos Assens quien también empezó su singladura en aquella redacción: «Joven -me decían-, para triunfar hay que empezar pegando. El palo es el que abre las puertas de los periódicos y las Academias...», y cuando solicitó al archivero un ejemplar del célebre Charivari las más sonoras carcajadas retumbaron en la sala:

«¡El Charivari! ¿Me pide usted el Charivari?... ¡Pero si ése es un pájaro azul! ¿No sabe usted que a raíz de publicado, se agotó? El escándalo es el mejor reclamo para el libro...»53.



Subráyese de paso ese color azul y tradúzcase por modernista... Todo eso resultaba instructivo para el novel Cansino Assens, que así se iba iniciando en las interioridades de la vida literaria. Baste añadir que fue en la imprenta de la calle del Dos de Mayo, sede de la redacción de El Motín, en dónde el célebre Charivari vio por primera vez la luz, tal vez, a expensas de Nakens54. Honor a la justicia, como afirmaba Rafael Cansinos Assens «en pago de lo cual el autor lo había incluido en sus epigramas...», divulgados tan sólo un mes más tarde en las columnas del Madrid Cómico.

Quizás con estos datos cobren mayor sentido las acusaciones de ser un «mozo aprovechado»55 que de Dionisio de las Heras -bajo su habitual seudónimo Juan Rana- le había lanzado en «Martínez Ruiz, inédito» en febrero de 1897 desde El País, y de marzo a mayo del mismo año desde su revista satírica Juan Rana, en la que le injuria «de escurrir el bulto», haciendo alusión a su rápida salida de la Corte. Esta polémica se prolongaría durante un año. Contestando a los artículos publicados en Juan Rana, Martínez Ruiz en «Avisos de Este» inventó una entrevista entre ambos en la que el periodista satírico sale malparado. De Las Heras publicará contra los «Avisos de Este» unos provocativos «Avisos del otro». Finalmente, José Riquelme y Enrique Gómez Carrillo intercederían desde El Progreso para pacificar la situación y evitar el duelo56. No se podía imaginar que aquellas polémicas nacidas al calor de Charivari y deformadas por las actitudes ambivalentes de Martínez Ruiz respecto de la Gente Vieja -Clarín-, y de la Gente Nueva, -Dicenta, Fuente y Nakens- alcanzaran tales dimensiones.

Entre 1893 y 1896 las obras de Martínez Ruiz fueron publicadas en la Librería de Fernando Fe -éstas gracias a las ayudas económicas de su madre-; cabría interrogarse por los giros en sus casas editoriales durante 1897 y parte de 1898 coincidentes con los momentos de cierto distanciamiento familiar. ¿Qué fue de su libro de cuentos, Pasión57? Al igual que Charivari, Bohemia y Pecuchet demagogo nacieron en simples imprentas, el primero en la de un desconocido, V. Vela, y el segundo en la Bernardo Rodríguez, cuando todavía no era librero58. Martínez Ruiz necesitaba entradas en las casas editoriales para sus manuscritos y es muy probable que confiara en el trampolín del mundo de la prensa y las falsas promesas de Ricardo Fuente. Con fecha del 28 de noviembre, Martínez Ruiz hace referencia al nonato Pasión y al compromiso de Fuente:

«Aquí hay un editor que es un melón, créame usted... Un maestro albañil que ha ganado muchos millones ¡y se ha metido a editor! Sin duda por continuar haciendo obras... Yo le conozco; me ha hecho algunas cosas y veré lo de usted. Me parece facilísimo... ¡Y se lo pagará a usted! Yo me encargo de ello...»59.



El prólogo que González Serrano le había escrito para aquella ocasión acabó siendo publicado en El Globo del 10 de marzo de 1897, mientras tanto, Martínez Ruiz escribía ya su crítica discordante. Clarín no pudo haber renunciado a escribir el prólogo a Pasión por el escándalo levantado por Charivari puesto que éste saldrá un mes más tarde. En ella y en sus textos -librescos o periodísticos- su pluma fue más indulgente con los otros miembros de la Gente Nueva de lo que lo fuera con Fuente y Dicenta, a sabiendas que sobre éste último las lanzas oscilaron con las alabanzas -como ocurrió también con Electra de Galdós- cuando de exaltar a la juventud se trataba. Al exaltar las juventudes valerosas repetía los clichés sobre la juventud que aplaudió el Juan José, jóvenes combatidos en las universidades por el caciquismo político y tantos otros clichés, aforismos acuñados, para distinguirlos de la literatura de la Gente Vieja, sobre quienes reaparecerá el tipo de discurso anteriormente citado60.

Por lo general, en esta época, los criterios que prevalecían en Martínez Ruiz al enjuiciar a cualquier persona eran el trabajo y el estudio y el compromiso con sus ideas. Esos criterios regían su propia existencia y definían ya su singularidad:

«Tener ideas claras, lógicas, terminantes, ideas adquiridas durante un largo estudio, a través de largas lecturas que robaron las horas de la adolescencia y la juventud; asistir impasible al espectáculo de la vida, con abnegación que hace despreciar la injuria; sobreponerse a las vanas disputas de la honra, del amor, del arte...»61.



Entre la Gente Nueva, Blasco Ibáñez, Pedro Dorado Montero, Jaume Brossa, González Serrano... constituían, a su entender, la verdadera vanguardia de la juventud: encarnaban el intelectual convencido, erudito y curioso, «que reciamente trabaja»...62. El estudio y el trabajo quedaban allí sacralizados como en toda la literatura reformista finisecular: «¡Trabajemos, trabajemos! [...] el trabajo cura, expansiona, da nuevas energías. Escriba usted, trabaje, cree...»63. No es extraño pues, que de personajes como su amigo Antonio Palomero fuese presentado como simpático pero vago:

«Palomero es el causeur más ingenioso y ameno de Madrid; su charla es un relampagueo de ocurrencias graciosísimas, de sátiras colanderas, de rasgos de ingenio. [...]

Palomero, como Dicenta, es un desordenado. Abusa del espíritu, él que tiene tanto; no trabaja con método; lleva una vida febril, precipitada, au jour le jour, buscando afanosamente en el artículo, en la zarzuela, en la novela por entregas, las pesetas diarias para el pan... y el vino»64.



Mariano de Cavia, «el eruditísimo cronista del periódico de Gasset...»65, tuvo mejor suerte porque era «trabajador», escritor satírico y disfrutaba de cierto renombre. Colaboraba en El Imparcial -al igual que Ricardo Caterineu-, redacción en la que él aspiraba colaborar, y tal vez por ello tuvo la prudencia de silenciar su afición a la bohemia, al alcohol, la homosexualidad y las noches de tabernáculo en compañía de Joaquín Dicenta y Manuel Paso. En otras ocasiones, era el tratamiento del lenguaje el que guiaba su evaluación. Aborrecía el pseudo lenguaje positivista que todavía pervivía entre al Gente Nueva: «¿Hay novelas químicas?» preguntaría a Verdes Montenegro; pero también aborreció el abuso cuando no, el simple uso, de los símbolos, de lo oscuro:

«Me fastidia el decadentismo y me ataca los nervios la manía simbólica.

No lo puedo remediar: soy tradicionalista.

Ni comprendo cómo la juventud española, la juventud innovadora -y algunos viejos para quienes la experiencia da bien poco-, se apasionan, a ciegas, [...] algunos libros que no tienen más mérito que decir muchas majaderías sin que el lector las entienda, cuando dicen algo.

No niego que en algunos de esos literatos simbolistas haya algo de revolucionario, y lo hay; pero, ¿por qué escribir en esa forma oscura?»66.



La literatura, que para Martínez Ruiz no era un arte instrumental, había de ser transparencia y perfección: «todo fuerza, todo precisión, todo luz»67, como en Zola pero también Moratín.

Según estos criterios, ingeniosos eran Palomero y Cavia con sus versos y crónicas, refutable, Unamuno con su «paz en la guerra»:

«Pensemos sin nebulosidades y escribamos con claridad; que más vale una página de castellano limpio y corriente que cuatrocientas de metafísica embrollada»68.



Los jóvenes decadentes y estéticamente modernistas serán por los mismos motivos fustigados con sus sarcasmos e ironías69. Del carismático Alejandro Sawa, introductor de Verlaine en España, a quien había admirado por sus actitudes y poses legendarias, recordaría haberle seguido como:

«[...] un paje a su señor. Parece que estoy viviendo aún nuestra entrada en el café: él, caminando tieso, altanero, sin mirar a ninguna parte, sin saludar a nadie; yo, detrás como un perrillo»70.



También desfilarán por estas páginas alguna Gente Nueva a los que dispensó mejor trato: Urbano González Serrano y Jacinto Benavente entre los redactores germinalistas, Pío Baroja y Valle-Inclán, entre los colaboradores, y sus simpatizantes Silverio Lanza, Luis Ruiz Contreras sobre quienes ya se han publicado algunos estudios. En las páginas de El País y El Progreso, detiene su mirada satírica sobre otro germinalista interesante, José Verdes Montenegro y Páramo71 a propósito de su crítica sobre Paz en la guerra de Unamuno primero, y después por su conferencia sobre el estado de la literatura en el Ateneo. Eusebio Blasco merece su atención en diversas ocasiones. De Germinal este escritor pasó con la mayoría del equipo de redacción a fundar Vida Nueva, para imprimir mayor progresismo al grupo y acercarlo al Partido Socialista.

En el folleto Literatura reseñará Juan León, uno de sus fracasos teatrales72. Con Ernesto López (Claudio Frollo) compartió la redacción de El País y tres años después viajó por España para conocer la problemática nacional73. Este tipo de viajes era una práctica germinalista a la que ya estaba habituado Frollo. Quizás durante estos viajes sociales por Levante, Ernesto Bark conociese a Martínez Ruiz. En Alicante, Bark había publicado el periódico El Crisol (1891) como órgano del la Agrupación Democrática y mantuvo estrechos contactos con el federalismo alicantino, sobre todo a través de Juan Cabot Cahué. De Bark se conserva en su biblioteca un raro folleto anticlerical, raro por ser el único ejemplar localizado -La Intolerancia religiosa (1888). Así podríamos continuar con las ambivalentes opiniones sobre Dicenta, sus amigos Bonafoux y Gómez Carrillo74, y otros todavía inhumados como Adolfo Luna, Ricardo Jurado... Elaborar una lista exhaustiva sería ardua tarea y poco interés revelaría para nosotros si tan sólo aportase datos «cuantitativos». Bastaría, por otra parte, consultar la biblioteca personal de Azorín para darnos cuenta que los miembros de Gente Nueva, aquéllos que en vida apreció o en letra despreció, están allí presentes, a veces con las típicas dedicatorias afectuosas a aquel «entrañable amigo» o «compañero de la prensa»75. Interesa, pues, el conocimiento de esta nómina para reconstituir el panorama intelectual finisecular, para ubicar con mayor precisión al joven Martínez Ruiz en aquel complejo Madrid en el que rompió sus primeras lanzas puesto que no sólo fueron las trincheras periodísticas y literarias las que compartió con la Gente Nueva, sino también las ideológicas. Con ello pensamos que el escritor afirmará su singularidad entre estos hijos del siglo del Modernismo y que su invento generacional perderá el carácter diferencial y espontáneo con el que la historia ha ido deformándolo.

La inflexión de la ideología anarquista de Martínez Ruiz hacia el republicanismo coincide con la afirmación del reformismo de la Agrupación Democrática -en el seno de la redacción de El País. Esta Gente Nueva percibió la caducidad del ideario republicano y sintiendo el empuje del Partido Socialista, lo remozó con barnices sociales un tanto sentimentalistas y confusos. Este nuevo ideario republicano progresista se apellidó científico o socialista, en el primigenio sentido de Social como defendía Bark: la Política Social, la República Social y la Revolución Social constituían su portaestandarte y fue especialmente defendido por Ernesto Bark, Francisco Maceín, Ramiro de Maeztu, Rafael Delorme, Nicolás Salmerón y García, José Fraguas, Roberto Castrovido, Eduardo Barriobero y Herrán...

Sus modelos de inspiración fueron múltiples al asociar tendencias progresistas distintas. Allí dejaron su impronta el socialismo demócrata-social, el anarquismo de Proudhon, la herencia de Ruiz Zorrilla y la de Pi y Margall. Sus «héroes del Socialismo» pertenecían a de las más variadas escuelas y tendencias, desde Darwin, Marx, Bakounin, Blanqui, Fernando Garrido, Giordano Bruno, hasta Larra, Zola, Henry Heine y D'Annunzio.

De manera científica querían estudiar la psicología de las naciones y el alma española y orientar su programa a resultas de los estudios de la nueva Sociología. Este programa era abierto. En él pretendían reunir a todas las corrientes progresistas en torno a unos principios mínimos orientados a la instauración de la República y la reforma socioeconómica de España. La indefinición de su programa, para ellos mero sincretismo, fue una de las causas de la célebre controversia mantenida con Clarín, Martínez Ruiz y Unamuno. Por ello escribían:

«¿Qué no hay en nosotros unidad de propósito? En apariencia es cierto, desde el socialismo marxista hasta el anarquismo artístico; desde el socialismo cristiano hasta el socialismo sentimental del poeta soñador, todo cuanto lleva en sí alientos de protesta contra una organización social basada en el egoísmo y en la injusticia, halla en nosotros libro, tribuna y fraternal acogida»76.



La objetividad de aquellos escritos de Azorín es, sin embargo, muy cuestionable77. Tan sólo unos meses más tarde, José Martínez Ruiz les invitaría a participar en La Campaña, como representantes de la juventud entusiasta, bajo principios similares a los que había criticado: sin un programa definido y abierto a todos, La Campaña se presentaba como un periódico de «protesta leal», independiente, con un programa reducido a dos grandes máximas: libertad total y antiautoritarismo78.

En la gran unión germinalista, los contornos ideológicos quedaron sin perfilar. Con ironía lo presentaba Benavente en el diálogo satírico «Los Primeros» entablado un viejo alarmado por la destrucción de la propiedad, la herencia, las bases fundamentales de la sociedad que preconiza el joven, su personaje reniega el calificativo anarquista:

«¿Anarquistas? La gran palabra... ¡Que viene el coco! No; yo no soy anarquista, como no lo es ninguno de mis compañeros. Socialista, sí. ¿Y qué quieres que seamos?»79.



Nunca quedaron claros los conceptos que se anunciaban tras cada denominativo, con lo cual, fueron realidades imitantes. Frente a la masa burguesa propondrán la afirmación individualista entremezclada en ambages colectivistas; frente al conservadurismo y a los derechos adquiridos del concepto de propiedad, el socialismo y anarquismo. Defendieron el proletariado desde las instancias de la pequeña burguesía donde mediaba la distancia del propagandista y la mirada paternalista. Entre autonomistas y patrióticos respecto de la cuestión colonial, reclamaban el servicio militar obligatorio, reivindicaban el sufragio universal, la aconfesionalidad del Estado, la jornada de ocho horas, la reforma de la Justicia, la abolición de la pena de muerte... entre tantas otras cosas. Participaban en las campañas anticlericales, librepensadoras, feministas, de alfabetización, en la fracasada de ultramarinos, pero sobre todo, en la Montjuich que vivieron a imagen del Dreyfus francés y se sintieron más que nunca, los hijos de Zola, los mesiánicos intelectuales de España.

En contra del clericalismo y de la moral cristiana, exaltaban la amoralidad cifrada en el ateísmo, la repulsa al matrimonio, la defensa de las relaciones libres y heterogéneas, el erotismo y toda sensualidad por pervertida que fuese. El altruismo y la solidaridad constituían los pilares de la nueva moral social. La educación de la mujer, su liberalización, la reforma educativa, la profesionalización del periodista, la apertura del mundo editorial fueron algunas de las reformas que utópicamente defendieron.

Con esta apretada e incompleta síntesis se podrá observar que la ideología de Martínez Ruiz ya podía armonizarse con ellas cuando abandonó su lucha desde posiciones individualistas y antiautoritarias80. Ya lo demostró el profesor Robles Egea respecto del semanario lerrouxista Progreso81. La utopía del Bienestar y el altruismo Social, junto con el mutualismo, fueron los principios en los que Germinal más se confundía con el pensamiento ácrata puesto que el republicanismo progresista los había recogido a través de personajes idealistas como Bark o de herencia krausista como Valentí Camp, Piernas Hurtado y Salmerón. Si Martínez Ruiz, el anarquista de ideas evoluciona hacia el lerrouxismo aceptando los objetivos mínimos del republicanismo, hay que reconocer que cierto terreno estaba ya abonado. Estas cuestiones merecen, sin duda alguna, mayor profundización.

Como hijo del fin de siglo, Martínez Ruiz participó en la controversia entre Gente Nueva y Gente Vieja y estos conceptos fueron recogidos en sus columnas para la prensa y sus primeros folletos. Con La Gente Nueva compartió sus primeras experiencias madrileñas y, a menudo, su amistad.

Mucha tinta ha corrido ya sobre los grandes ausentes y presentes en nómina generacionista de Azorín. ¿Dónde quedó la Gente Nueva? En el anonimato sobre todo cuando el juego de etiquetas literarias llegó a interesar a la ideología conservadora. ¿Por qué no se menciona, por ejemplo, a Alejandro Sawa, uno de los escritores que tantos artículos periodísticos escribió como «negro» para Rubén Darío82 y uno de los primeros en difundir la poesía de Verlaine en Madrid? O, siendo algo más joven, ¿nadie se acuerda -o mejor dicho-, nadie conoce ya a Emilio Carrere, cuya existencia bohemia difícilmente se puede reducir a mera golfemia habiendo publicado más de un centenar de trabajos y siendo un brillante traductor de Verlaine. O, de signo diferente, ¿por qué no se cita a Ernesto Bark, que encarna al prototipo de intelectual propagandista como lo fueron los jóvenes Maeztu y Azorín ya antes del 98 y en cuyo proyecto de Política Social, el estudio de la psicología y el alma españolas eran meros preliminares? La lista es extensa. Cierto es que carecieron de la capacidad creativa y la voluntad de trabajo que Martínez Ruiz tanto criticó en sus primeros escritos. Cierto es, que unos malvivieron de las letras, entregados a la premura de las pesetas del artículo, la traducción o la obra de teatro por horas. Pero, también es cierto que todos ellos se enfrentaron abiertamente al ostracismo, conservadurismo, al caciquismo en estética y política. En los periódicos y revistas con tanta dificultad sufragados, acogieron a los grandes entonces todavía pequeños, y les brindaron la oportunidad de unirse a la lucha por el cambio. ¿Inconsecuentes, vagos, vocingleros y soñadores? Quizás sí, pero poco importa porque en la controvertida, compleja y crítica España que les tocó vivir supieron encamar la disidencia y abonar el terreno para la reconstrucción.

El estudio de la prensa de entresiglos merece mayor atención para obtener una visión más coherente de las relaciones del escritor y la política, analizar mejor los procesos de gestación tanto del intelectual -artista y propagandista- finisecular, como de las coincidentes tendencias estéticas en el complejo cambio de siglo. Estos estudios nos permitirán situar mejor al futuro Azorín en los ambientes intelectuales madrileños de entresiglos y olvidando miradas de presente y prismas ideológicos, quizás superemos las bizantinas discusiones y maniqueas distinciones, falsas pero cómodas. Quizás así dejemos de inhumar a «aquellos hijos del siglo» que en edades tempranas o maduras conservaron la juventud del alma para retar, como vanguardia del progreso, a los verdaderamente viejos. Quizás así comprendamos mejor por qué con Azorín, no acabaron triunfando ni jóvenes ni viejos, sino clásicos y modernos, redimidos o futuros.







 
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