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251

Ya se ha notado (§ 327, b) que la construcción pasiva de participio no es una prueba concluyente de que el complemento que ha pasado a sujeto fuese precisamente acusativo.

 

252

Los antiguos se cuidaban menos que nosotros de la eufonía en el uso de los enclíticos: «Debeisos membrar de vuestro antiguo esfuerzo y valor» (Mariana).

 

253

Confieso que me suena desagradablemente este verso final de un soneto de Moratín, se habla de una de las nuevas musas:


«Ella le inspira al español Inarco».



Convirtiendo el acusativo en dativo, no tendría nada de inelegante:


«... Sonoros versos
Ella le inspira al español Inarco».

 

254

Ya reduzco a esta excepción el pasaje siguiente de Cervantes: «Siempre, Sancho, lo he oído decir, que el hacer bien a villanos es echar agua en la mar». Clemencín reprueba la duplicación, y sostiene que era menester, «Siempre he oído decir que», etc., suprimiendo el lo; o bien: «siempre lo he oído decir: hacer bien», etc., suprimiendo el que. Me atrevo a separarme de tan respetable autoridad. La construcción de Cervantes, aunque excepcional, me parece muy natural y expresiva, y decididamente preferible a las que sustituye Clemencín. Pudieran citarse otros ejemplos de ella en nuestros clásicos, y no la tengo por anticuada.

 

255

Tal vez Jovellanos en el ejemplo del texto no hizo otra cosa que conservar el régimen, apenas anticuado, del dativo, que solía darse a llamar; régimen naturalísimo si se recuerda el origen de este verbo: llamar a una persona es clamarle su nombre.

 

256

La indecisión en el uso de las formas complementarias es un defecto grave de nuestra lengua. El dativo masculino de singular, según todos, es le, pero el femenino, según unos, es también le, y sólo le; según otros, puede serlo a veces la; y según la práctica de algunos no hay más dativo femenino de singular que la. El acusativo femenino de singular no cabe duda que es la, pero en el masculino del mismo número la Academia Española, antes de la última edición de su gramática, exigía siempre le; otros en corto número siempre lo; fluctuando el uso entre el le y el lo, aunque con cierta tendencia a designar las cosas con lo y las personas con le. En el plural masculino no puede contestarse a les el carácter normal de dativo, ni a los el de acusativo; pero de les por los en el acusativo de persona, ofrecen, según hemos visto, bastantes ejemplos los escritores más estimados. En el plural femenino las es reconocido universalmente por acusativo; mas acerca del dativo les o las hay la misma variedad de opiniones y prácticas que en el singular le o la121.

Para llevar la confusión a su colmo, faltaba sólo que se diese a lo y los el oficio de dativos masculinos, como, según Salva, se ha practicado algunas veces: «Los enseñaron el arte de leer» (Mariana); «Añadieron a este servicio los otros que ya los habían hecho» (Quintana). Cervantes había dicho: «Mejor será hacer un rimero dellos» (los libros de don Quijote) «y pegarlos fuego». Pero el los de estos ejemplos disuena tanto, que me inclino a mirarlo como un descuido tipográfico. Si algo valiese mi opinión, recomendaría como preferible a todos el sistema de la Academia, que en la cuarta edición de su gramática prescribe el uso de le y les como dativo masculino y femenino, el de le y los como acusativo masculino, y el de la y las como acusativo femenino, y sólo acusativo. La distinción de personas y cosas en el acusativo le o lo, y en los dativos le o la, les o las, es una especie de refinamiento que puede sacrificarse a la simplicidad. Y en cuanto al la y las en el dativo para evitar la anfibología, el castellano logra mejor ese fin por medio de la duplicación, esto es, añadiendo al caso complementario la forma compuesta: «Encontré a don Pedro con su esposa, y le di a ella un ramo de flores»; «La comedia», dice Moratín, «no huye el cotejo de sus imitaciones con los originales que tuvo presentes, al contrario, le provoca y le exige; puesto que de la semejanza que las da resultan sus mayores aciertos»; he aquí un las oportunísimo para que este pronombre mire precisamente a sus imitaciones y no a los originales; pero de ningún modo necesario: que a ellas da, sería tan claro y tan bueno bajo todos aspectos como que las da.

 

257

En todos estos ejemplos y los que vienen después, los afijos pueden hacerse enclíticos y recíprocamente, según las reglas relativas a unos y a otros, que se han dado arriba.

 

258

En Santa Teresa leo: «Bien sabéis, Señor mío, que me es tormento grandísimo, que tan poquitos ratos como me quedan ahora de vos, os me escondáis». Y en otra parte: «Donoso sois, Señor: después que me habéis dejado sin nada, ¿os me vais?». En fray Alonso del Castillo: «Estaos conmigo, no os me vais». En Tirso de Molina:


«... Imagino
Que os me queréis esconder».


«¿Otra vez os me pegáis
A la colmena, abejón?».


«Pues si vos, que le servís,
Tan fácil os me mostráis», etc.



Todos estos ejemplos presentan el os como acusativo reflejo, y el me como dativo oblicuo: «Cuando no os me cato, asoma por acullá encima de una nube otro caballero» (Cervantes): aquí el me es acusativo reflejo, porque catarse es construcción cuasi-refleja en el significado de catar, como admirarse en el significado de admirar; y el os dativo oblicuo. «La mujer iba llorando a grandes voces y diciendo: marido y señor mío, ¿adónde os me llevan?» (don Diego Hurtado de Mendoza): os acusativo, me dativo, ambos oblicuos. «El cielo os me deje ver, y os prospere muchos años» (Tirso): os acusativo, me dativo, ambos oblicuos. «El cielo, sobrina mía, os me deja ver sin pleitos y con sosiego en vuestro estado» (Tirso): lo mismo que en los dos ejemplos anteriores, y que en el «Dios os me guarde con que termina muchas de sus cartas Santa Teresa. No se me ha deparado ejemplo de me acusativo y os dativo, siendo ambos oblicuos; pero la analogía de te me no deja duda de que «os me dio mi padre para que cuidaseis de mí», sería perfectamente correcto.

Encuéntrase alguna vez me os, que forma una verdadera excepción a la regla, precediendo la primera persona a la segunda. En las Partidas hallamos me vos en varios pasajes; y en Tirso de Molina:


«... Sol hermoso,
Al nacer me os habéis puesto».


«Haré de mi dicha alarde,
Discreto y fiel: Dios me os guarde».



Yo miro la combinación me os, de que he visto muy raros ejemplos en los escritores clásicos de la lengua, como un vestigio del anticuado me vos y como una licencia poética; os me, según lo que he podido observar, era en los siglos XVI y XVII la colocación que generalmente se usaba.

 

259

Cuando el se es oblicuo, es invariablemente dativo. El padre Scio cometió a mi ver un grave solecismo cuando para dar a entender que el Salvador en la última cena pasó el cáliz a los apóstoles, dice (en el Evangelio de San Mateo) que «se les dio», refiriendo se al cáliz y les a los apóstoles: (dedit calicem illis). Debió decir se le o se lo. Scio se corrige a sí mismo, traduciendo en el Evangelio de San Marcos, «Se lo alargó» (el cáliz a los apóstoles); y en el de San Lucas, «Se lo dio» (el pan a los mismos).

Este oblicuo se no era conocido en lo antiguo. Usábase en este sentido je, que se escribía ge122, y era también de todo género y número. Decíase «Él se lo puso» (el sombrero), se dativo reflejo (sibi); y «Él je lo puso», je dativo oblicuo (illi). Nosotros en uno y otro sentido decimos se: «Como el contrario la amenazaba con la espada, corrió a él y quitósela», dativo oblicuo; «Sintiendo que le embarazaba la espada, quitósela», dativo reflejo. Sería de desear que hubiésemos conservado la distinción antigua; pero lo mejor hubiera sido sin duda adoptar, para el dativo oblicuo, las combinaciones le lo, le la, le los, le las, les lo, les la, les los, les las, nada ingratas al oído.

Un uso extraño y bárbaro se ha introducido en algunas partes de América, relativamente al se oblicuo. Cuando este dativo es singular, decimos como debe decirse, se les, se la, se lo. Pero cuando es plural, se pone en plural el acusativo que sigue, aunque designe un solo objeto: «Aguardaban ellos el libro, y un mensajero se los trajo». Es preciso evitar cuidadosamente esta práctica.

«Sin buscar ellos la comida, les ruegan con ella, y aun se la ponen en la boca» (Granada). «Pidiéronle de lo caro, respondió que si quería agua barata, se la daría de muy buena gana» (Cervantes). «Estuvieron al principio sin comunicación (ciertos presos), pero después se la concedió (Cortés)» (Solís).

 

260

«Ses yeux se remplirent de l'armes», se diría en francés. El dativo de posesión sustituido al pronombre posesivo es una de las cosas que más diferencian las construcciones castellanas de las francesas, y que los traductores novicios suelen olvidar a menudo.