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Guerra de Granada

Diego Hurtado de Mendoza



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Luis Tribaldos de Toledo al lector

     SIENDO DON DIEGO DE MENDOZA de los sujetos de España más conocidos en toda Europa, fuera cosa superflua ponerme a describirle; principalmente habiéndolo hecho en pocos pero elegantes renglones el señor don Baltasar de Zúñiga. Tampoco me detendré en alabar esta Historia, ni en probar que es absolutamente la mejor que se escribió en nuestra lengua; porque ningún docto lo niega, y pudiéraseme preguntar lo que Archidamo lacedemonio a quien le leía un elogio de Hércules: Et quis vituperat? Solamente diré qué causas hubo para no publicarse antes; las que me movieron a hacerlo agora; qué ejemplar seguí en esta edición, y que márgenes.

     Cuanto a lo primero, es muy sabido y muy antigo en el mundo el odio a la verdad, y muy ordinario padecer trabajos y contradiciones los que la dicen, y aun más los que la escriben. Del conocimiento deste principio nace que todos los historiadores cuerdos y prudentes emprenden lo sucedido antes de sus tiempos, o guardan la publicación de los hechos presentes para siglo en que ya no vivan los de quien ha de tratar su narración. Por esto nuestro DON DIEGO determinó no publicar en su vida esta Historia, y sólo quiso, con la libertad que no sólo en él, más en toda aquella ilustrísima casa de Mondéjar es natural, dejar a los venideros entera noticia de lo que realmente se obró en la guerra de Granada; y pudo bien alcanzarla por su agudeza y buen juicio; por tío del general que la comenzó, adonde todo venía a parar; por hallarse en el mismo reino, y aun presente a mucho de lo que escribe. Afectó la verdad y consiguiola, como conocerá fácilmente quien cotejare este libro con cuantos en la materia han salido; porque en ninguno leemos nuestras culpas o yerros tan sin rebozo, la virtud o razón ajena tan bien pintada, los sucesos todos tan verisímiles: marcas por las cuales se gobiernan los lectores en el crédito de lo que no vieron. La determinación de DON DIEGO me prueban unas gravísimas palabras, escritas de su letra al principio de un traslado desta Historia, que presentó a un amigo suyo, en que juntamente pronostica lo que hoy vernos: Veniet, qui conditam, et saeculi sui malignitate compressam veritatem, dies publicet. Paucis natus est, qui populum aetatis suae cogitat. Multa annorum millia, multa populorum supervenient: ad illa respice. Etiam si omnibus tecum viventibus silentium livor indixerit, venient qui sine offensa, qui sine gratia judicent. (Sénec., epístol. 79.) Dije que no quiso sacarla; añado que ni pudo, no la dejó acabada y le falta aún la última mano; lo que luego se echa de ver en repetir en cosas que no bastaban una vez dichas, como la significación de atajar y atajadores, los daños de la milicia concejil, y otras deste jaez; y aun más de algunas notables omisiones que hacen bulto y muestran falta, cual la de la toma de Galera y muerte de Luis Quijada, advertida y elegantemente suplida por el gran conde de Portalegre; y otra no menor, cuando siendo encomendado lo de la Sierra de Ronda a los dos duques de Medina-Sidonia y de Arcos, cuenta muy extensamente el progreso deste; pero en el otro hace tan alto silencio, que ni aun nos declara las causas de no venir a la empresa; siendo así que para ello debió un tan grande señor tenerlas, y aun muchas y muy justificadas. Otras faltas apuntara, más basten estas dos para ejemplo. Muerto DON DIEGO, viviendo aún personas que él nombraba, duraba el impedimento que en vida; demás de que [66] los eruditos, a quien semejantes cuidados tocan, quieren más ganar fama con escritos proprios que aprovechar a la república con dar luz a los ajenos.

     Cuanto a lo segundo, hoy, que son ya pasados cerca de sesenta años, y no hay vivo ninguno de los que aquí se nombran, cesa ya el peligro de la escritura, no doliendo a nadie verse allí más o menos lúcido; y aunque hay dellos ilustrísimos descendientes o parientes, por haber militado, en esta guerra una muy gran parte de la nobleza de España, sería demasiado melindre y aun desconfianza celar alguna faltilla del difunto que les toca, cuando ninguna de las que se notan es mortal, ni de las que disminuyen la honra o la fama; porque éstas no las hubo ni se cometieron, ni DON DIEGO, siendo quien era, se había de olvidar tanto de sus obligaciones, que las perpetuase, aun cuando se hubieran cometido. Porque la historia escríbese para provecho y utilidad de los venideros, enseñándolos y honrándolos, no corriéndolos o afrentándolos, aun cuando para escarmiento quiera tal vez ensangrentarse la pluma. Tampoco me acobarda el quedar imperfecta; pues si este Júpiter olímpico, estando sentado, toca con la cabeza el techo del templo, ¿adónde llegara con ella si se levantara en pie? ¿Adónde si le colocaran y subieran en una basis?

     En esta edición lo que principalmente procuré fue puntualidad, sin dar lugar a ninguna conjetura, ni emendar alguno por juicio proprio: cotejé varios manuscriptos, hallandolos entre sí muy diferentes (1), hasta que me abracé con el último, y sin dubda alguna el más original, que es uno del duque de Aveiro, en forma de 4º., trasladado de mano del comendador Juan Baptista Labaña, y corregido de la del conde de Portalegre, con el cual conocí cuan en balde había cansádome con otros. Este texto es el que sigo, sin alterarle en nada, y es el genuino y proprio de quien en su introducción habla aquel gran conde. Deseaba yo ornar las márgenes con lugares de autores clásicos, bien imitados por el nuestro, y no me fuera muy difícil juntarlos; más guardándolo para la postre, me sobrevino esta enfermedad tan larga y pesada, que me imposibilitó; y porque se me da mucha priesa, los guardo para segunda edición, si acaso la hubiere, que espero serán muy gratos a los doctos. Dábame pesadumbre que fuese esta gran obra tan desnuda, que ni unos sumarios llevase, hasta que se me acordó de los que leí en un manuscripto desta Historia, que ha tres años me prestó aquí un caballero que agora está en Lisboa; adonde al amigo que atiende a la edición encargué buscarlos y ponerlos; y según veo en los veinte pliegos que ya están impresos cuando esto escribo, podrán servir en el ínterin; y esto es cuanto se me ofrece decir al lector. [67]



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Introducción

de don Juan de Silva, conde de Portalegre, gobernador y capitán general del reino de Portugal, a la Historia de Granada de don Diego de Mendoza

     MOSTRÓ DON DIEGO DE MENDOZA en la Historia de la guerra de Granada tanto ingenio y elocuencia, que, al parecer de muchos, adelantó un gran trecho los límites de la lengua castellana. Es el estilo tan grave, y tan cubierto el artificio que hizo competir una materia estrecha y humilde con las muy finas de estado y con cuantos misterios quiere Macchiaveli colegir de Tito Livio. Fue muy diestro en la imitación de los antigos; tanto, que sin perjuicio de nuestra lengua, con propriedad y sin afectación se sirve de los conceptos, de las sentencias, y muchas veces de las palabras de los autores latinos traducidos a la letra; y se verán en esta obra cláusulas enteras y mayores pedazos de Salustio y de Cornelio Tácito. Guardó con gran destreza el rigor o la apariencia de la neutralidad, loando enemigos y culpando amigos: en lo primero se igualó a los mejores, porque no alaba más de peor gana Salustio a Marco Tulio, que DON DIEGO al duque de Alba; en lo segundo pienso que excedió a todos, porque hablando de su padre y de su hermano como de extraños, y de su sobrino cuasi como enemigo, allá no sé por dónde los torna a enderezar de manera, que vienen a quedar como les cumple, amenazados a la cabeza, heridos en la ropa, y al fin alabados. Hasta de las imperfecciones, que no le habían de faltar, puede ser loado, porque tiene gracia en ellas, no sabiendo refrenar cierta travesura suya que le inclina a burlar con las veras a veces demasiado. Tuvo todavía una gran desgracia esta historia, que por ser escrita en estilo tan diverso del ordinario, se corrompieron miserablemente las copias que della se sacaron, y fueron muchas; porque los que no la entienden, o a lo menos no la penetran, por la fama del autor la buscan y la estiman, obligándose a mostrar que gustan della. Y DON DIEGO también no castigaba mucho sus obras en prosa o en verso, como suelen los grandes ingenios, que no liman con paciencia lo que labran. De aquí resulta notarle algunos (con causa o sin causa) que rompió los fueros de la historia, y que merece más loor por partes que por junto. Resultaron asimismo tantos yerros en la ortografía y en la puntuación, que pasó el daño adelante a trocar, quitar y añadir palabras, sacando de su sitio las conjunciones y ligaduras de la oración. Costó trabajo emendar de dos o tres copias ésta, religiosamente como era justo; porque no se mudaron sino puntos, pasando pocas veces a otra parte las mismas palabras si la cláusula no se puede entender bien de otra manera, o quitando algunas, muy pocas, cuando son notoriamente superfluas. Finalmente, entre esta copia y cualquiera de los originales de donde se sacó, hay menos diferencia de las que ellas entre sí tenían. [68]



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Guerra de Granada

hecha por el rey Filipe II contra los moriscos de aquel reino, sus rebeldes



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Libro primero

     Mi propósito es escribir la guerra que el Rey Católico de España don Felipe el II, hijo del nunca vencido emperador don Carlos, tuvo en el reino de Granada contra los rebeldes nuevamente convertidos, parte de la cual yo vi y parte entendí de personas que en ella pusieron las manos y el entendimiento. Bien sé que muchas cosas de las que escribiere parecerán a algunos livianas y menudas para historia, comparadas a las grandes que de España se hallan escritas: guerras largas de varios sucesos; tomas y desolaciones de ciudades populosas; reyes vencidos y presos; discordias entre padres y hijos, hermanos y hermanos, suegros y yernos; desposeídos, restituidos, y otra vez desposeídos, muertos a hierro; acabados linajes; mudadas sucesiones de reinos; libre y extendido campo y ancha salida para los escritores. Yo escogí camino más estrecho, trabajoso, estéril y sin gloria; pero provechoso y de fruto para los que adelante vinieren: comienzos bajos, rebelión de salteadores, junta de esclavos, tumulto de villanos, competencias, odios, ambiciones y pretensiones; dilación de provisiones, falta de dinero, inconvenientes o no creídos, o tenidos en poco; remisión y flojedad en ánimos acostumbrados a entender, proveer, y disimular mayores cosas; y así, no será cuidado perdido considerar de cuán livianos principios y causas particulares se viene a colmo de grandes trabajos, dificultades y daños públicos, y cuasi fuera de remedio. Verase una guerra, al parecer tenida en poco, y liviana dentro en casa; mas fuera estimada y de gran coyuntura; que en cuanto duró tuvo atentos, y no sin esperanza, los ánimos de príncipes amigos y enemigos, lejos y cerca; primero cubierta y sobresanada, y al fin descubierta parte con el miedo y la industria y parte criada con el arte y ambición. La gente que dije, pocos a pocos junta, representada en forma de ejércitos; necesitada España a mover sus fuerzas, para atajar el fuego; el Rey salir de su reposo, y acercarse a ella; encomendar la empresa a don Juan de Austria, su hermano, hijo del emperador don Carlos, a quien la obligación de las victorias del padre moviese a dar la cuenta de sí que nos muestra el suceso. En fin, pelearse cada día con enemigos, frío, calor, hambre, falta de municiones, de aparejos en todas partes; daños nuevos, muertes a la continua; hasta que vimos a los enemigos, nación belicosa, entera, armada, y confiada en el sitio, en el favor de los bárbaros y turcos, vencida, rendida, sacada de su tierra, y desposeída de sus casas y bienes; presos, y atados hombres y mujeres; niños captivos vendidos en almoneda o llevados a habitar a tierras lejos de la suya: captiverio y transmigración no menor, que las que de otras gentes se leen por las historias. Victoria dudosa, y de sucesos tan peligrosos, que alguna vez se tuvo duda si éramos nosotros o los enemigos los a quien Dios quería castigar; hasta que el fin della descubrió, que nosotros éramos los amenazados, y ellos los castigados. Agradezcan, y acepten esta mi voluntad libre, y lejos de todas las cosas de odio o de amor, los que quisieren tomar ejemplo o escarmiento; que esto sólo pretendo por remuneración de mi trabajo, sin que de mi nombre quede otra memoria. Y porque mejor se entienda lo de adelante, diré algo de la fundación de Granada, qué gentes la poblaron al principio, cómo se mezclaron, cómo hubo este nombre, en quién comenzó el reino della; puesto que no sea conforme a la opinión de muchos; pero será lo que hallé en los libros arábigos de la tierra, y los de Muley Hacen, rey de Túnez, y lo que hasta hoy queda en la memoria de los hombres, haciendo a los autores cargo de la verdad.

     La ciudad de Granada, según entiendo, fue población de los de Damasco (724), que vinieron con Tarif su capitán, y diez años después que los alárabes echaron a los godos del señorío de España, la escogieron por habitación; porque en el suelo y aire parecía más a su tierra. Primero asentaron en Libira, que antiguamente llamaban Illiberis, y nosotros Elvira, puesta en el monte contrario de donde ahora está la ciudad; lugar falto de agua, de poco aprovechamiento, dicho el Cerro de los Infantes, porque en él tuvieron su campo los infantes don Pedro y don Juan, cuando murieron rotos por Ozmín, capitán del rey Ismael. Era Granada uno de los pueblos de Iberia, y había en él la gente que dejó Tarif Abentiet después de haberla tomado por luengo cerco; pero poca, pobre, y de varias naciones, como sobras de lugar destruido. No tuvieron rey hasta Habuz [69] Aben Habuz (1014), que juntó los moradores de uno y otro lugar, fundando ciudad a la torre de San Josef, que llamaban de los Judíos, en el alcazaba; y su morada (2) en la casa del Gallo, a San Cristóbal, en el Albaicín. Puso en lo alto su estatua (3) a caballo con lanza y adarga, que a manera de veleta se revuelve a todas partes, y letras que dicen: «Dijo Habuz Aben Habuz el sabio, que así se debe defender el Andalucía». Dicen que del nombre de Naath su mujer, y por mirar al poniente (que en su lengua llaman garb), la llamó Garbnaath, como Naath la del poniente. Los alárabes y asianos hablan de los sitios como escriben; al contrario y revés que las gentes de Europa. Otros, que de una cueva a la puerta de Bibataubín, morada de la Cava, hija del conde Julián el traidor, y de Nata, que era su nombre propio, se llamó Garnata, la cueva de Nata. Porque el de la Cava, todas las historias arábigas afirman, que le fue puesto por haber entregado su voluntad al rey de España don Rodrigo, y en la lengua de los alárabes cava quiere decir mujer liberal de su cuerpo. En Granada dura este nombre por algunas partes, y la memoria en el soto y torre de Roma, donde los moros afirman haber morado; no embargante que los que tratan de la destrucción de España, ponen que padre y hija murieron en Ceuta. Y los edificios que se muestran (4) de lejos a la mar sobre el monte, entre las Cuejinas y Xarjel al poniente de Argel, que llaman Sepulcro de la Cava cristiana, cierto es haber sido un templo de la ciudad de Cesárea hoy destruida, y en otros tiempos cabeza de la Mauritania, a quien dio el nombre de Cesariense. Lo de la amiga del rey Abenhut, y la compra que hizo, a ejemplo de Dido, la de Cartago, cercando con un cuero de buey cercenado el sitio donde ahora está la ciudad, los mismos moros lo tienen por fabuloso. Pero lo que se tiene por más verdadero entre ellos, y se halla en la antigüedad de sus escripturas, es haber tomado el nombre de una cueva, que atraviesa de aquella parte de la ciudad hasta la aldea que llaman Alfacar, que en mi niñez yo vi abierta y tenida por lugar religioso, donde los ancianos de aquella nación curaban personas tocadas de la enfermedad que dicen demonio (5). Esto cuanto al nombre que tuvo en la edad de los moros: tanta variedad hay en las historias arábigas, aunque las llaman ellos Escripturas de la verdad. En la nuestra conformando el sonido del vocablo con la lengua castellana, la decimos Granada, por ser abundante. Habuz Aben Habuz deshizo el reino de Córdoba, y puso a Idriz en el señorío del Andalucía. Con esto, con el desasosiego de las ciudades comarcanas, con las guerras que los reyes de Castilla hacían, con la destrucción de algunas, juntos los dos pueblos en uno, fue maravilla en cuan poco tiempo Granada vino a mucha grandeza. Dende entonces no faltaron reyes en ella hasta Abenhut, que echó de España los almohades, y hizo a Almería cabeza del reino. Muerto Abenhut a manos de los suyos, con el poder y armas del Rey Santo don Fernando el Tercero, tomaron los de Granada por rey a Mahamet Alhamar, que era señor de Arjona, y volvió la silla del reino de Granada (6), la cual fue en tanto crecimiento, que en tiempo del rey Bulhaxix, cuando estaba en mayor prosperidad, tenía setenta mil casas, según dicen los moros; y en alguna edad hizo tormenta, y en muchas puso cuidado a los reyes de Castilla. Hay fama que Bulhaxix halló el alquimia, y con el dinero della cercó el Albaicín; dividiole de la ciudad, y edificó el Alhambra con la torre que llaman de Comares (porque cupo a los de Comares fundalla); aposento real y nombrado, según su manera de edificio, que después acrecentaron diez reyes sucesores suyos cuyos retratos se ven en una sala; alguno dellos conocido en nuestro tiempo por los ancianos de la tierra.

     Ganaron a Granada los reyes llamados Católicos, Fernando e Isabel (1492), después de haber ellos y sus pasados sojuzgado, y echado los moros de España en guerra continua de setecientos setenta y cuatro años, y cuarenta y cuatro reyes; acabada en tiempo, que vimos al rey último Boabdelí (con grande exaltación de la fe cristiana), desposeído de su reino y ciudad, y tornado a su primera patria allende la mar. Recibieron las llaves de la ciudad en nombre de señorío, como es costumbre de España; entraron al Alhambra, donde pusieron por alcaide y capitán general a don Íñigo López de Mendoza, conde de Tendilla, hombre de prudencia en negocios graves, de ánimo firme, asegurado con luenga experiencia de reencuentros y batallas ganadas, lugares defendidos contra moros en la misma guerra; y por prelado pusieron a fray Fernando de Talavera, religioso de la orden de San Jerónimo, cuyo ejemplo de vida y santidad España celebra, y de los que viven, algunos hay testigos de sus milagros. Diéronles compañía calificada y conveniente para fundar república nueva; que había de ser cabeza de reino, escudo y defensión contra los moros de África, que en otros tiempos fueron sus conquistadores. Mas no bastaron estas provisiones, aunque juntas, para que los moros (cuyos ánimos eran desasosegados y ofendidos), no se levantasen en el Albaicín, temiendo ser echados de la ley, como del estado; porque los reyes, queriendo que en todo el reino fuesen cristianos, enviaron a fray Francisco Jiménez, que fue arzobispo de Toledo y cardenal, para que los persuadiese; mas ellos, gente dura, pertinaz, nuevamente conquistada, estuvieron reacios. Tomose concierto que los renegados o hijos de renegados tornasen a nuestra fe, y los demás quedasen en su ley por entonces. Tampoco esto se observaba, hasta que subió al Albaicín un alguacil, llamado Barrionuevo, a prender dos hermanos renegados en casa de la madre. Alborotose el pueblo, tomaron las armas, mataron al alguacil, y barrearon las calles que bajan a la ciudad; eligieron cuarenta hombres autores del motín para que los gobernasen, como acontece en las cosas de justicia escrupulosamente fuera de ocasión ejecutadas. Subió el conde de Tendilla al Albaicín, y después de habérsele hecho alguna resistencia, apedreándole el adarga (que es entre ellos respuesta de rompimiento), se la tornó a enviar: al fin la recibieron, y pusiéronse en manos de los Reyes, con dejar sus haciendas a los que quisiesen quedar cristianos en la tierra, conservar su hábito y lengua, no entrar la Inquisición hasta ciertos años, pagar [70] fardas y las guardas: dioles el Conde por seguridad sus hijos en rehenes. Hecho esto, salieron huyendo los cuarenta electos, y levantaron a Güéjar, Lanjarón, Andarax, y últimamente Sierra Bermeja, nombrada por la muerte de don Alonso de Aguilar, uno de los más celebrados capitanes de España, grande en estado y linaje. Sosegó el conde de Tendilla y concertó el motín de Albaicín; tomó a Güéjar, parte por fuerza, parte rendida sin condición, pasando a cuchillo los moradores y defensores. En la cual empresa, dicen que por no ir a Sierra Bermeja, debajo de don Alonso de Aguilar, su hermano, con quien tuvo emulación, se halló a servir y fue el primero que por fuerza entró en el barrio de abajo, Gonzalo Fernández de Córdoba, que vivía a la sazón en Loja dendeñado de los Reyes Católicos, abriendo ya el camino para el título de Gran Capitán, que a solas dos personas fue concedido en tantos siglos: una entre los griegos caído el imperio en tiempo de los emperadores Comnenos, como a restaurador y defensor dél, a Andrónico Contestefano, llamándole megaduca, vocablo bárbaramente compuesto de griego y latino, como acontece con los estados perderse la elegancia de las lenguas; otra a Gonzalo Fernández entre los españoles y latinos, por la gloria de tantas victorias suyas, como viven y vivirán en la memoria del mundo. Halláronse allí entre otros Alarcón sin ejercicio de guerra, y Antonio de Leiva, mozo teniente de la compañía de Juan de Leiva, su padre, y después sucesor en Lombardía de muchos capitanes generales señalados, y a ninguno dellos inferior en victorias. La presencia del Rey Católico dio fin con mayor autoridad a esta guerra; mas guardose el rincón de Sierra Bermeja para la muerte de don Alonso de Aguilar; que ganada la sierra y rotos los moros, fue necesitado a quedar en ella con la escuridad de la noche, y con ella misma le acometieron los enemigos, rompiendo su vanguardia. Murió don Alonso peleando, y salvose su hijo don Pedro entre los muertos: salió el conde de Ureña, aunque dando ocasión a los cantares y libertad española; pero como buen caballero.

     Sosegada esta rebelión también por concierto, diéronse los Reyes Católicos a restaurar y mejorar a Granada en religión, gobierno y edificios: establecieron el cabildo, baptizaron los moros, trujeron la Cancillería, y dende a algunos años vino la Inquisición. Gobernábase la ciudad y reino, como entre pobladores y compañeros, con una forma de justicia arbitraria, unidos los pensamientos, las resoluciones encaminadas en común al bien público: esto se acabó con la vida de los viejos. Entraron los celos; la división sobre causas livianas entre los ministros de justicia y de guerra; las concordias en escrito confirmadas por cédulas; traído el entendimiento dellas por cada una de las partes a su opinión; la ambición de querer la una no sufrir igual, y la otra conservar la superioridad, tratada con más disimulación que modestia. Duraron estos principios de discordia disimulada y manera de conformidad sospechosa el tiempo de don Luis Hurtado de Mendoza (7), hijo de don Íñigo, hombre de gran sufrimiento y templanza; mas sucediendo otros, aunque de conversación blanda y humana, de condición escrupulosa y propria, fuese apartando este oficio del arbitrio militar, fundándose en la legalidad y derechos, y subiéndose hasta el peligro de la autoridad, cuanto a las preeminencias: cosas que cuando estiradamente se juntan, son aborrecidas de los menores y sospechosas a los iguales. Vínose a causas y pasiones particulares, hasta pedir jueces de términos; no para divisiones o suertes de tierras, como los romanos y nuestros pasados, sino con voz de restituir al Rey o al público lo que le tenían ocupado, y intento de echar algunos de sus heredamientos. Éste fue uno de los principios en la destrucción de Granada, común a muchas naciones; porque los cristianos nuevos, gente sin lengua y sin favor, encogida y mostrada a servir, veían condenarse, quitar o partir las haciendas que habían poseído, comprado o heredado de sus abuelos, sin ser oídos. Juntáronse con estos inconvenientes y divisiones, otros de mayor importancia, nacidos de principios honestos, que tomaremos de más alto.

     Pusieron los Reyes Católicos el gobierno de la justicia y cosas públicas en manos de letrados, gente media entre los grandes y pequeños, sin ofensa de los unos ni de los otros; cuya profesión eran letras legales, comedimiento, secreto, verdad, vida llana y sin corrupción de costumbres; no visitar, no recebir dones no profesar estrecheza de amistades, no vestir, ni gastar suntuosamente; blandura y humanidad en su trato, juntarse a horas señaladas para oír causas o para determinallas, y tratar del bien público. A su cabeza llaman Presidente, más porque preside a lo que se trata, y ordena lo que se ha de tratar, y prohíbe cualquier desorden, que porque los manda. Esta manera de gobierno, establecida entonces con menos diligencia, se ha ido extendiendo por toda la cristiandad, y está hoy en el colmo de poder y autoridad: tal es su profesión de vida en común, aunque en particular haya algunos que se desvíen. A la suprema congregación llaman Consejo Real, y a las demás cancillerías; diversos nombres en España, según la diversidad de las provincias. A los que tratan en Castilla lo civil llaman oidores; y a los que tratan lo criminal alcaldes (que en cierta manera son sujetos a los oidores): los unos y los otros por la mayor parte ambiciosos de oficios ajenos y profesión que no es suya, especialmente la militar, persuadidos del ser de su facultad, que (según dicen), es noticia de cosas divinas y humanas, y ciencia de lo que es justo e injusto; y por esto amigos en particular de traer por todo, como superiores, su autoridad, y apuralla a veces hasta grandes inconvenientes y raíces de los que agora se han visto. Porque en la profesión de la guerra se ofrecen casos, que a los que no tienen plática della parecen negligencias; y si los procuran emendar (8), cáese en imposibilidades y lazos, que no se pueden desenvolver, aunque en ausencia se juzgan diferentemente. Estiraba el Capitán General su cargo sin equidad, y procuraban los ministros de justicia enmendallo. Esta competencia fue causa que menudeasen quejas y capítulos al Rey; con que cansados los consejeros, y él con ellos, las provisiones saliesen varias o ningunas, perdiendo con la oportunidad (9) el crédito; y se proveyesen algunas cosas de pura justicia, que atenta la calidad de los tiempos, manera de las gentes, diversidad de ocasiones requerían templanza o dilación. Todo lo de hasta aquí se [71] ha dicho por ejemplo y como muestra de mayores casos, con fin que se vea de cuán livianos principios se viene a ocasiones de grande importancia, guerras, hambres, mortandades, ruinas de estados, y a veces de los señores dellos. Tan atenta es la Providencia divina a gobernar el mundo y sus partes, por orden de principios y causas livianas que van creciendo por edades, si los hombres las quisiesen buscar con atención.

     Había en el reino de Granada costumbre antigua, como la hay en otras partes, que los autores de delitos se salvasen y estuviesen seguros en lugares de señorío: cosa que mirada en común y por la haz, se juzgaba que daba causa a más delitos, favor a los malhechores, impedimento a la justicia, y desautoridad a los ministros della. Pareció por estos inconvenientes, y por ejemplo de otros estados, mandar que los señores no acogiesen gentes desta calidad en sus tierras; confiados que bastaba sólo el nombre de justicia para castigallos donde quiera que anduviesen. Manteníase esta gente con sus oficios en aquellos lugares, casábanse, labraban la tierra, dábanse a vida sosegada. También les prohibieron la inmunidad de las iglesias arriba de tres días; mas después que les quitaron los refugios, perdieron la esperanza de seguridad, y diéronse a vivir por las montañas, hacer fuerzas, saltear caminos, robar y matar. Entró luego la duda tras el inconveniente, sobre a qué tribunal tocaba el castigo, nacida de competencia de jurisdicciones; y no obstante que los generales acostumbrasen hacer estos castigos, como parte del oficio de la guerra; cargaron, a color de ser negocio criminal, la relación apasionada o libre de la ciudad, y la autoridad de la audiencia, y púsose en manos de los alcaldes, no excluyendo en parte al Capitán General. Dióseles facultad para tomar a sueldo cierto número de gente repartida pocos a pocos, a que usurpando el nombre llamaban cuadrillas, ni bastantes para asegurar, ni fuertes para resistir. Del desdén, de la flaqueza de provisión, de la poca experiencia de los ministros en cargo que participaba de guerra, nació el descuido, o fuese negligencia o voluntad de cada uno, que no acertase su émulo. En fin, fue causa de crecer estos salteadores (monfíes los llamaban en lengua morisca) en tanto número, que para oprimillos o para reprimillos no bastaban las unas ni las otras fuerzas. Éste fue el cimiento sobre que fundaron sus esperanzas los ánimos escandalizados y ofendidos, y estos hombres fueron el instrumento principal de la guerra. Todo esto parecía al común cosa escandalosa; pero la razón de los hombres, o la Providencia divina (que es lo más cierto), mostró con el suceso que fue cosa guiada para que el mal no fuese adelante, y estos reinos quedasen asegurados mientras fuese su voluntad. Siguiéronse luego ofensas en su ley, en las haciendas y en el uso de la vida, así cuanto a la necesidad, como cuanto al regalo, a que es demasiadamente dada esta nación; porque la Inquisición los comenzó a apretar más de lo ordinario. El Rey les mandó dejar la habla morisca, y con ella el comercio y comunicación entre sí; quitóseles el servicio de los esclavos negros, a quienes criaban con esperanzas de hijos, y el hábito morisco, en que tenían empleado gran caudal; obligáronlos a vestir castellano con mucha costa, que las mujeres trujesen los rostros descubiertos, que las casas, acostumbradas a estar cerradas, estuviesen abiertas: lo uno y lo otro tan grave de sufrir entre gente celosa. Hubo fama que les mandaban tomar los hijos y pasallos a Castilla, vedáronles el uso de los baños, que eran su limpieza y entretenimiento; primero les habían prohibido la música, cantares, fiestas, bodas, conforme a su costumbre, y cualesquier juntas de pasatiempo. Salió todo esto junto, sin guardia, ni provisión de gente; sin reforzar presidios viejos o afirmar otros nuevos; y aunque los moriscos estuviesen prevenidos de lo que había de ser; les hizo tanta impresión, que antes pensaron en la venganza que en el remedio. Años había que trataban de entregar el reino a los príncipes de Berbería o al Turco; mas la grandeza del negocio, el poco aparejo de armas, vituallas, navíos, lugar fuerte donde hiciesen cabeza, el poder grande del Emperador, y del rey Filipe, su hijo, enfrenaba las esperanzas y imposibilitaba las resoluciones, especialmente estando en pie nuestras plazas mantenidas en la costa de África, las fuerzas del Turco tan lejos, las de los corsarios de Argel más ocupadas en presas y provecho particular, que en empresas difíciles de tierra. Fuéronseles con estas dificultades dilatando los designios, apartándose ellos de los del reino de Valencia; gente menos ofendida y más armada. En fin, creciendo igualmente nuestro espacio por una parte, y por otra los excesos de los enemigos, tantos en número, que ni podían ser castigados por manos de justicia ni por tan poca gente como la del Capitán General, eran ya sospechosas sus fuerzas para encubiertas, aunque flacas para puestas en ejecución. El pueblo de cristianos viejos adivinaba la verdad, cesaba el comercio y paso de Granada a los lugares de la costa: todo era confusión, sospecha, temor, sin resolver, proveer, ni ejecutar. Vista por ellos esta manera en nosotros, y temiendo que con mayor aparejo les contraviniésemos, determinaron algunos de los principales de juntarse en Cádiar, lugar entre Granada, y la mar y el río de Almería, a la entrada de la Alpujarra. Tratose del cuándo y cómo se debían descubrir unos a otros, de la manera del tratado y ejecución; acordaron que fuese en la fuerza del invierno, porque las noches largas les diesen tiempo para salir de la montaña y llegar a Granada, y a una necesidad tornarse a recoger y poner en salvo; cuando nuestras galeras reposaban repartidas por los invernaderos y desarmadas; la noche de Navidad, que la gente de todos los pueblos está en las iglesias, solas las casas, y las personas ocupadas en oraciones y sacrificios; cuando descuidados, desarmados, torpes con el frío, suspensos con la devoción, fácilmente podían ser oprimidos de gente atenta, armada, suelta, y acostumbrada a saltos semejantes. Que se juntasen a un tiempo cuatro mil hombres de la Alpujarra, con los del Albaicín, y acometiesen la ciudad y el Alhambra, parte por la puerta, parte con escalas; plaza guardada más con la autoridad que con la fuerza; y porque sabían que el Alhambra no podía dejar de aprovecharse de la artillería, acordaron que los moriscos de la Vega tuviesen por contraseño las primeras dos piezas que se disparasen, para que en un tiempo acudiesen a las puertas de la ciudad, las forzasen, entrasen por ellas y por los portillos; corriesen las calles, y con el fuego y con el hierro no perdonasen a persona ni a edificio. Descubrir el tratado sin ser sentidos y entre muchos, era dificultoso: [72] pareció que los casados lo descubriesen a los casados, los viudos a los viudos, los mancebos a los mancebos; pero a tiento, probando las voluntades y el secreto de cada uno. Habían ya muchos años antes enviado a solicitar con personas ciertas, no solamente a los príncipes de Berbería, mas al emperador de los turcos dentro en Constantinopla, que los socorriese y sacase de servidumbre, y postreramente al rey de Argel pedido armada de levante y poniente en su favor; porque faltos de capitanes, de cabezas, de plazas fuertes, de gente diestra, de armas, no se hallaron poderosos para tomar, y proseguir a solas tan gran empresa. Demás desto resolvieron proveerse de vitualla, elegir lugar en la montaña donde guardalla, fabricar armas, reparar las que de mucho tiempo tenían escondidas, comprar nuevas, y avisar de nuevo a los reyes de Argel, Fez, señor de Tetuán de esta resolución y preparaciones. Con tal acuerdo partieron aquella habla; gente a quien el regalo, el vicio, la riqueza, la abundancia de las cosas necesarias, el vivir luengamente en gobierno de justicia e igualdad desasosegaba, y traía en continuo pensamiento.

     Dende a pocos días se juntaron otra vez con los principales del Albaicín en Churriana fuera de Granada, a tratar del mismo negocio. Habíanles prohibido, como arriba se dijo, todas las juntas en que concurría número de gente; pero teniendo el Rey y el prelado más respeto a Dios que al peligro, se les había concedido que hiciesen un hospital y cofradía de cristianos nuevos, que llamaron de la Resurrección. (Dicen en español cofradía una junta de personas, que se prometen hermandad en oficios divinos y religiosos con obras). En días señalados concurrían en el hospital a tratar de su rebelión con esta cubierta, y para tener certinidad de sus fuerzas, enviaron personas pláticas de la tierra por todos los lugares del reino, que con ocasión de pedir limosna, reconociesen las partes dél a propósito para acogerse, para recebir los enemigos, para traellos por caminos más breves, más secretos, más seguros, con más aparejo de vituallas, y éstos echasen un pedido a manera de limosna; que los de veinte y cuatro años hasta cuarenta y cinco contribuyesen diferentemente de los viejos, mujeres, niños y impedidos: con tal astucia reconocieron el número de la gente útil para tomar armas, y la que había armada en el reino.

     Estos y otros indicios, y los delitos de los monfíes más públicos, graves y a menudo que solían, dieron ocasión al marqués de Mondéjar (10), al conde de Tendilla su hijo, a cuyo cargo estaba la guerra, a don Pedro de Deza, presidente de la cancillería, caballero que había pasado por todos los oficios de su profesión y dado buena cuenta dellos, al arzobispo, a los jueces de Inquisición, de poner nuevo cuidado y diligencia en descubrir los motivos destos hombres, y asegurarse parte con lo que podían y parte con acudir al Rey y pedir mayores fuerzas cada uno, según su oficio, para hacer justicia, y reprimir la insolencia; que este nombre le ponían, como a cosa incierta; hasta que estando el marqués de Mondéjar en Madrid, fue avisado el Rey más particularmente. Partió el Marqués en diligencia, y llevó comisión para crecer en la guardia del reino alguna poca gente, pero la que pareció que bastaba en aquella ocasión y en las que se ofreciesen por mar contra los moros berberíes. Mas las personas a cuyo cargo era la provisión, aunque se creyeron los avisos, o importunados con el menudear dellos, o juzgando a los autores por más ambiciosos que diligentes, hicieron provisión tan pequeña, que bastó para mover las causas de la enfermedad y no para remedialla, como suelen medicinas flojas en cuerpos llenos. Por lo cual vistas por los monfíes y principales de la conjuración las diligencias que se hacían de parte de los ministros para apurar la verdad del tratado; el temor de ser prevenidos, y la avilanteza de nuestras pocas fuerzas, los acució a resolverse sin aguardar socorro, con sólo avisar a Berbería del término en que las cosas se hallaban, y solicitar gente y armas con la armada, dando por contraseño que entre los navíos que viniesen de Argel y Tetuán trajesen las capitanas una vela colorada, y que los navíos de Tetuán acudiesen a la costa de Marbella para dar calor a la sierra de Ronda y tierra de Málaga, y los de Argel a Cabo de Gata, que los romanos llamaban Promontorio de Caridemo, para socorrer a la Alpujarra y ríos de Almería y Almazora, y mover con la vecindad los ánimos de la gente sosegada en el reino de Valencia. Mas éstos estuvieron siempre firmes, o que en la memoria de los viejos quedase el mal suceso de la sierra de Espadán en tiempo del emperador Carlos; o que teniendo por liviandad el tratado, y dificultosa la empresa, esperasen a ver cómo se movía la generalidad, con qué fuerzas, fundamento y certeza de esperanzas en Berbería. Enviaron a Argel al Partal que vivía en Narila, lugar del partido de Cadiar, hombre rico, diligente y tan cuerdo, que la segunda vez que fue a Berbería, llevó su hacienda y dos hermanos, y se quedó en Argel. Éste y el Jeniz, que después vendió y mató al Abenabó, su señor, a quien ellos levantaron por segundo rey, estaban en aquella congregación como diputados en nombre de toda la Alpujarra; y por tener alguna cabeza en quien se mantuviesen unidos, más que por sujetarse a otras sino a las que el rey de Argel los nombrase, resolvieron en 27 de setiembre (1568) hacer rey (11), persuadidos con la razón de don Fernando de Valor, el Zaguer, que en su lengua quiere decir el menor, a quien por otro nombre llamaban Aben-Jauhar, hombre de gran autoridad y de consejo maduro, entendido en las cosas del reino y de su ley. Éste viendo que la grandeza del hecho traía miedo, dilación, diversidad de casos, mudanzas de pareceres, los juntó en casa de Zinzán, en el Albaicín, y los habló:

     «Poniéndoles delante la opresión en que estaban, sujetos a hombres públicos y particulares, no menos esclavos que si lo fuesen. Mujeres, hijos, haciendas y sus proprias personas en poder y arbitrio de enemigos, sin esperanza en muchos siglos de verse fuera de tal servidumbre; sufriendo tantos tiranos como vecinos, nuevas imposiciones, nuevos tributos, y privados del refugio de los lugares de señorío, donde los culpados, puesto que por accidentes o por venganzas (ésta es la [73] causa entre ellos más justificada), se aseguran; echados de la inmudad y franqueza de las iglesias, donde por otra parte los mandaban asistir a los oficios divinos con penas de dinero; hechos sujetos de enriquecer clérigos; no tener acogida a Dios ni a los hombres; tratados y tenidos como moros entre los cristianos para ser menospreciados, y como cristianos entre los moros para no ser creídos ni ayudados. -Excluidos de la vida y conservación de personas, mándannos que no hablemos nuestra lengua; no entendemos la castellana: ¿en qué lengua habemos de comunicar los conceptos, y pedir o dar las cosas, sin que no puede estar el trato de los hombres? Aun a los animales no se vedan las voces humanas. ¿Quién quita que el hombre de lengua castellana no pueda tener la ley del Profeta, y el de la lengua morisca la ley de Jesús? Llaman a nuestros hijos a sus congregaciones y casas de letras; enséñanles artes que nuestros mayores prohibieron aprenderse, porque no se confundiese la puridad, y se hiciese litigiosa la verdad de la ley. Cada hora nos amenazan quitarlos de los brazos de sus madres y de la crianza de sus padres, y pasarlos a tierras ajenas, donde olviden nuestra manera de vida, y aprendan a ser enemigos de los padres que los engendramos, y de las madres que los parieron. Mándannos dejar nuestro hábito y vestir el castellano. Vístense entre ellos los tudescos de una manera, los franceses de otra, los griegos de otra, los frailes de otra, los mozos de otra, y de otra los viejos; cada nación, cada profesión y cada estado usa su manera de vestido, y todos son cristianos; y nosotros moros, porque vestimos a la morisca, como si trujésemos la ley en el vestido, y no en el corazón. Las haciendas no son bastantes para comprar vestidos para dueños y familias; del hábito que traíamos no podemos disponer, porque nadie compra lo que no ha de traer; para traello es prohibido, para vendello es inútil. Cuando en una casa se prohibiere el antiguo, y comprare el nuevo del caudal que teníamos para sustentarnos, ¿de qué viviremos? Si queremos mendigar, nadie nos socorrerá como a pobres, porque somos pelados, como ricos; nadie nos ayudará, porque los moriscos padecemos esta miseria y pobreza, que los cristianos no nos tienen por prójimos. Nuestros pasados quedaron tan pobres en la tierra de las guerras contra Castilla, que casando su hija el alcaide de Loja, grande y señalado capitán que llamaban Alatar, deudo de algunos de los que aquí nos hallamos, hubo de buscar vestidos prestados para la boda. ¿Con qué haciendas, con qué trato, con qué servicio o industria, en qué tiempo adquiriremos riqueza para perder unos hábitos y comprar otros? Quítannos el servicio de los esclavos negros; los blancos no nos eran (12) permitidos por ser de nuestra nación; habíamoslos comprado, criado, mantenido: ¿esta pérdida sobre las otras? ¿Qué harán los que no tuvieren hijos que los sirvan, ni hacienda con que mantener criados si enferman, si se inhabilitan, si envejecen, sino prevenir la muerte? Van nuestras mujeres, nuestras hijas, tapadas las caras, ellas mismas a servirse y proveerse de lo necesario a sus casas; mándanles descubrir los rostros: si son vistas, serán codiciadas y aun requeridas, y veráse quién son las que dieron (13) la avilanteza al atrevimiento de mozos y viejos. Mándannos tener abiertas las puertas que nuestros pasados con tanta religión y cuidado tuvieron cerradas; no las puertas, sino las ventanas y resquicios de casa. ¿Hemos de ser sujetos de ladrones, de malhechores, de atrevidos y desvergonzados adúlteros, y que éstos tengan días determinados y horas ciertas, cuando sepan que pueden hurtar nuestras haciendas, ofender nuestras personas, violar nuestras honras? No solamente nos quitan la seguridad, la hacienda, la honra, el servicio, sino también los entretenimientos, así los que se introdujeron por la autoridad, reputación y demostraciones de alegría en las bodas, zambras, bailes, músicas, comidas, como los que son necesarios para la limpieza, convenientes para la salud. ¿Vivirán nuestras mujeres sin baños, introducción tan antigua? ¿Veranlas en sus casas tristes, sucias, enfermas, donde tenían la limpieza por contentamiento, por vestido, por sanidad?-

     »Representoles el estado de la cristiandad, las divisiones entre herejes y católicos en Francia, la rebelión de Flandes, Inglaterra sospechosa; y los flamencos huidos solicitando en Alemania a los príncipes della. El Rey falto de dineros y gente plática, mal armadas las galeras, proveídas a remiendos, la chusma libre; los capitanes y hombres de cabo descontentos, como forzados. Si previniesen, no solamente el reino de Granada, pero parte del Andalucía, que tuvieron sus pasados, y agora poseen sus enemigos, pueden ocupar con el primer ímpetu, o mantenerse en su tierra, cuando se contenten con ella sin pasar adelante. Montaña áspera, valles al abismo, sierras al cielo, caminos estrechos, barrancos y derrumbaderos sin salida: ellos, gente suelta, plática en el campo, mostrada a sufrir calor, frío, sed, hambre; igualmente diligentes y animosos al acometer, prestos a desparcirse y juntarse; españoles contra españoles, muchos en número, proveídos de vitualla, no tan faltos de armas que para los principios no les basten; y en lugar de las que no tienen, las piedras delante de los pies, que contra gente desarmada son armas bastantes. Y cuanto a los que se hallaban presentes, que en vano se habían juntado, si cualquiera dellos no tuviera confianza del otro que era suficiente para dar cobro a tan gran hecho, y si, como siendo sentidos habían de ser compañeros en la culpa y el castigo, no fuesen después parte en las esperanzas y frutos dellas, llegándolas al cabo; cuanto más que ni las ofensas podían ser vengadas, ni deshechos los agravios, ni sus vidas y casas mantenidas, y ellos fuera de servidumbre, sino por medio del hierro, de la unión y concordia, y una determinada resolución con todas sus fuerzas juntas; para lo cual era necesario elegir cabeza dellos mismos, o fuese con nombre de jeque, o de capitán, o de alcaide, o de rey, si les pluguiese, que los tuviese juntos en justicia y seguridad».

     Jeque llaman ellos al más honrado de una generación, quiere decir, el más anciano: a éstos dan el gobierno con autoridad de vida y muerte. Y porque esta nación se vence tanto más de la vanidad de la astrología y adivinanzas, cuanto más vecinos estuvieron sus pasados de Caldea, donde la ciencia tuvo principio, no [74] dejó de acordalles a este propósito, cuantos años atrás por boca de grandes sabios en movimiento y lumbre de estrellas, y profetas en su ley, estaba declarado que se levantarían a tornar por sí; cobrarían la tierra y reinos que sus pasados perdieron, hasta señalar el mismo año después que Mahoma les dio la ley (alhegira le llaman ellos en su cuenta, que quiere decir el destierro, porque la dio siendo desterrado de Meca), y venía justo con esta rebelión. Representoles prodigios, y apariencias extraordinarias de gente armada en el aire a las faldas de Sierra Nevada, aves de desusada manera dentro en Granada, partos monstruosos de animales en tierra de Baza, y trabajos del sol con el eclipse de los años pasados, que mostraban adversidad a los cristianos, a quien ellos atribuyen el favor, o disfavor deste planeta, como así el de la luna.

     Tal fue la habla que don Fernando el Zaguer les hizo; con que quedaron animados, indignados y resueltos en general de rebelarse presto, y en particular de elegir rey de su nación; pero no quedaron determinados en el cuándo precisamente, ni a quién. Una cosa muy de notar califica los principios desta rebelión, que gente de mediana condición, mostrada a guardar poco secreto y hablar juntos, callasen tanto tiempo, y tantos hombres, en tierra donde hay alcaldes de corte e inquisidores, cuya profesión es descubrir delitos. Había entre ellos un mancebo llamado don Fernando de Valor, sobrino de don Fernando el Zaguer, cuyos abuelos se llamaron Hernandos y de Valor, porque vivían en Valor el alto lugar de la Alpujarra puesto cuasi en la cumbre de la montaña: era descendiente del linaje de Aben Humeya, uno de los nietos de Mahoma, hijos de su hija, que en tiempos antigos tuvieron el reino de Córdoba y el Andalucía; rico de rentas, callado y ofendido, cuyo padre estaba preso por delitos en las cárceles de Granada. En éste pusieron los ojos; así porque les movió la hacienda, el linaje, la autoridad del tío; como porque había vengado la ofensa del padre matando secretamente uno de los acusadores y parte de los testigos.

     Desta resolución, aunque no tan en particular, hubo noticia y fue el Rey avisado; pero estaba el negocio cierto y el tiempo en duda; y como suele acontecer a las provisiones en que se junta la dificultad con el temor, cada uno de los consejeros era en que se atajase con mayor poder; pero juntos juzgaban ser el remedio fácil, y las fuerzas de los ministros bastantes, el dinero poco necesario, porque había de salir del mismo negocio; y menospreciaban esto, encareciendo el remedio de mayores cosas; porque los estados de Flandes, desasosegados por el príncipe de Orange, eran recién pacificados por el duque de Alba. Mas, puesto que las fuerzas del Rey, y la experiencia del Duque capitán, criado debajo de la disciplina del Emperador, testigo y parte en sus victorias, bastasen para mayores empresas; todavía lo que se temía de parte de Inglaterra, y las fuerzas de los hugonotes en Francia, y algunas sospechas de príncipes de Alemania y designios de Italia, daban cuidado; y tanto mayor por ser la rebelión de Flandes por causas de religión comunes con los franceses, ingleses, y alemanes, y por quejas de tributos y gravezas comunes con todos los que son vasallos, aunque sean livianas y ellos bien tratados.

     Esto dio a los enemigos mayor avilanteza, y a nosotros causa de dilación. Comenzaron a juntar más al descubierto gente de todas maneras: si hombre ocioso había perdido su hacienda, malbaratádola por redimir delitos; si homicida, salteador o condenado en juicio, o que temiese por culpas que lo sería; los que se mantenían de perjurios, robos, muertes; los que la maldad, la pobreza, los delitos traían desasosegados, fueron autores o ministros desta rebelión. Si algún bueno había y fuera de semejantes vicios, con el ejemplo y conversación de los malos brevemente se tornaba como ellos; porque cuando el vínculo de la vergüenza se rompe entre los buenos, más desenfrenados son en las maldades que los peores. En fin, el temor de que eran descubiertos, y sería prevenida su determinación con el castigo; movió a los que gobernaban el negocio, y entre ellos a don Fernando el Zaguer, a pensar en algún caso con que obligasen y necesitasen al pueblo a salir de tibieza, y tomar las armas. Juntáronse tercera vez las cabezas de la conjuración y otras, con veinte y seis personas del Alpujarra a San Miguel en casa del Hardón, hombre señalado entre ellos, a quien mandó el duque de Arcos después justiciar; posaba en la casa del Carcí, yerno suyo. Eligieron a don Fernando de Valor por rey con esta solemnidad: los viudos a un cabo, los por casar a otro, los casados a otro, y las mujeres a otra parte. Leyó uno de sus sacerdotes, que llaman faquíes, cierta profecía hecha en el año de los árabes de..., y comprobada por la autoridad de su ley, consideraciones de cursos y puntos de estrellas en el cielo, que trataba de su libertad por mano de un mozo de linaje real, que había de ser bautizado y hereje de su ley, porque en lo público profesaría la de los cristianos. Dijo que esto concurría en don Fernando y concertaba con el tiempo. Vistiéronle de púrpura, y pusiéronle a torno del cuello y espaldas una insignia colorada a manera de faja. Tendieron cuatro banderas en el suelo, a las cuatro partes del mundo, y él hizo su oración inclinándose sobre las banderas, el rostro al oriente (zalá la llaman ellos), y juramento de morir en su ley y en el reino; defendiéndola a ella y a él, y a sus vasallos. En esto levantó el pie, y en señal de general obediencia postrose Aben Farax en nombre de todos, y besó la tierra donde el nuevo rey tenía la planta. A éste hizo su justicia mayor; lleváronle en hombros, levantáronle en alto diciendo: «Dios ensalce a Mahomet Aben Humeya, rey de Granada y de Córdoba. Tal era la antigua ceremonia con que eligían los reyes de la Andalucía, y después los de Granada. Escribieron cartas los capitanes de la gente a los compañeros en la conjuración; señalaron día y hora para ejecutalla; fueron los que tenían cargos a sus partidos. Nombró Aben Humeya por capitán general a su tío Aben Jahuar, que partió luego para Cadiar, donde tenía casa y hacienda.

     Pasaba el capitán Herrera a la sazón de Granada para Adra con cuarenta caballos, y vino a hacer la noche en Cadiar. Mas Aben Jahuar el Zaguer vista la ocasión tan a su propósito, habló con los vecinos persuadiéndoles que cada uno matase a su huésped. No fueron perezosos; porque pasada la media noche no hubo dificultad en matar muchos a pocos, armados a desarmados, prevenidos a seguros; y torpes con el sueño, con el cansancio, con el vino, pasaron al capitán y a los soldados por la espada. Venida la mañana, juntáronse, y tomaron [75] lo áspero de la sierra, como gente levantada; donde ni hubo tiempo ni aparejo para castigallos. Éste fue el primer exceso y más descubierto con que los enemigos, o por fuerza o por voluntad, fueron necesitados a tomar las armas sin otra respuesta de Berbería más de esperanzas, y ésas generales. Era entonces Selim el Segundo, emperador de los turcos recién heredado, victorioso por la toma de Zigueto, plaza fuerte y proveída en Hungría; había hecho nueva tregua con el emperador Maximiliano el Segundo, concertándose con el Sofí por la parte de Armenia, y por la de Suria con los jeques alárabes que le trabajaban sus confines, y con los genízaros, infantería que se suele desasosegar con la entrada de nuevo señor. Tenía en el ánimo las empresas que descubrió contra venecianos en Cypro, contra el rey de Túnez en Berbería; y que como no le convenía repartir sus fuerzas en muchas partes, así le convenía que las del Rey Católico estuviesen repartidas y ocupadas. Dícese, que en este tiempo vino del rey de Argel respuesta a los moriscos, animándolos a perseverar en la prosecución del tratado, pero excusándose de enviar el armada, con que esperaba orden de Constantinopla. El rey de Fez, como religioso en su ley, y del linaje de los Jarifes, tenidos entre los moros por santos, les prometió más resuelto socorro. Todavía vinieron por medio de personas fiadas a tratar ambos reyes de la calidad del caso, de la posibilidad de los moriscos; y midiendo sus fuerzas de mar y tierra con las del rey de España, hallaron no ser bastantes para contrastalle; y aunque se confederaron, sólo fue para que el rey de Argel hiciese la empresa de Túnez y Biserta, en tanto que el rey don Filipe estaba ocupado en allanar la rebelión de Granada; y juntamente permitir que de sus tierras fuese alguna gente a sueldo en especial de moros andaluces, que se habían pasado a Berbería; y mercaderes pudiesen cargar armas, municiones, vitualla, con que los moriscos fuesen por sus dineros socorridos.

     Alpujarra llaman toda la montaña sujeta a Granada, como corre de levante a poniente prolongándose entre tierra de Granada y la mar, diez y siete leguas en largo, y once en lo más ancho, poco más o menos: estéril y áspera de suyo, sino donde hay vegas; pero con la industria de los moriscos (que ningún espacio de tierra dejan perder), tratable y cultivada, abundante de frutos y ganados y cría de sedas. Esta montaña, como era principal en la rebelión, así la escogieron por sitio en que mantener la guerra, por tener la mar, donde esperaba socorro, por la dificultad de los pasos y calidad de la tierra, por la gente que entre ellos es tenida por brava. Habían ya pensado rebelarse otras dos veces antes, una Jueves Santo, otra por setiembre deste año: tenían prevenido a Aluch Alí con el armada de Argel; mas él entendiendo que el conde de Tendilla estaba avisado y aguardándole en el campo, volvió, dejándose de la empresa, con el armada a Berbería. En fin a los 23 de diciembre, luego que sucedió el caso de Cadiar, la misma gente con las armas mojadas en la sangre de aquellos pocos, salieron en público; movieron los lugares comarcanos y los demás de la Alpujarra y río de Almería, con quien tenían común el tratado, enviando por corredores y para descubrir los ánimos y motivo de la gente de Granada y la Vega, a Farax Aben Farax con hasta ciento y cincuenta hombres, gente suelta y desmandada, escogida entre los que mayor obligación y más esfuerzo tenían. Ellos, recogiendo la que se les llegaba, tomaron resolución de acometer a Granada, y caminaron para ella con hasta seis mil hombres mal armados, pero juntos y con buena orden, según su costumbre.

     En España no había galeras; el poder del Rey ocupado en regiones apartadas; y el reino fuera de tal cuidado, todo seguro, todo sosegado; que tal estado era el que a ellos parecía más a su propósito. Los ministros y gente en Granada más sospechosa, que proveída; como pasa donde hay miedo y confusión. Pero fue acontecimiento hacer aquella noche tan mal tiempo, y caer tanta nieve en la sierra que llaman Nevada y antiguamente Soloria, y los moros Solaira; que cegó los pasos y veredas cuanto bastaba, para que tanto número de gente no pudiese llegar. Mas Farax con los ciento y cincuenta hombres, poco antes del amanecer entró por la puerta alta de Guadix, donde junta con Granada el camino de la sierra, con instrumentos y gaitas, como es su costumbre. Llegaron al Albaicín, corrieron las calles, procuraron levantar el pueblo haciendo promesas, pregonando sueldo de parte de los reyes de Fez y Argel, y afirmando que con gruesas armadas eran llegados a la costa del reino de Granada: cosa que escandalizó y atemorizó los ánimos presentes, y a los ausentes dio tanto más en qué pensar, cuanto más lejos se hallaban; porque semejantes acaecimientos, cuanto más se van apartando de su principio, tanto parecen mayores y se juzgan con mayor encarecimiento. ¡Y que en un reino pacífico, lleno de armas, prudencia, justicia, riquezas; gobernado por el rey que pocos años antes había hecho en persona el mayor principio que nunca hizo rey en España; vencido en un año dos batallas, ocupado por fuerza tres plazas al poder de Francia, compuesto negocio tan desconfiado como la restitución del duque de Saboya, hecho por sus capitanes otras empresas, atravesado sus banderas de Italia a Flandes (viaje al parecer imposible), por tierras y gentes que después de las armas romanas nunca vieron otras en su comarca; pacificado sus estados con victorias, con sangre, con castigos; dentro, en el reposo, en la seguridad de su reino, en ciudad poblada por la mayor parte de cristianos, tanto mar en medio, tantas galeras nuestras; entrase gente armada con espaldas de tantos hombres por medio de la ciudad, apellidando nombres de reyes infieles enemigos! Estado poco seguro es el de quien se descuida, creyendo que por sola su autoridad nadie se puede atrever a ofendelle. Los moriscos, hombres más prevenidos que diestros, esperaban por horas la gente de la Alpujarra: salían el Tagarí y Monfarrix, dos capitanes, todas las noches al cerro de Santa Helena por reconocer; y salieron la noche antes con cincuenta hombres escogidos, y diez y siete escalas grandes, para juntándose con Farax entrar en el Alhambra; mas visto que no venían al tiempo, escondiendo las escalas en una cueva se volvieron, sin salir la siguiente noche, pareciéndoles como poco pláticos de semejantes casos, que la tempestad estorbaría a venir tanta gente junta, con que pudiesen ellos y sus compañeros poner en ejecución el tratado del Alhambra; debiéndose esperar semejante noche para escalarla. Mas los del Albaicín estuvieron sosegados [76] en las casas, cerradas las puertas, como ignorantes del tratado, oyendo el pregón; porque aunque se hubiese comunicado con ellos, no con todos en general ni particularmente, ni estaban todos ciertos del día (aunque se dilató poco la venida), ni del número de la gente, ni de la orden con que entraban, ni de la que en lo por venir ternían. Díjose que uno de los viejos abriendo la ventana, preguntó cuántos eran, y respondiéndole seis mil, cerró y dijo: «Pocos sois y venís presto»; dando a entender que habían primero de comenzar por el Alhambra, y después venir por el Albaicín, y con las fuerzas del rey de Argel. Tampoco se movieron los de la Vega, que seguían a los del Albaicín; especialmente no oyendo la artillería del Alhambra que tenían por contraseño. Había entre los que gobernaban la ciudad emulación y voluntades diferentes; pero no por esto así ellos como la gente principal y pueblo, dejaron de hacer la parte que tocaba a cada uno. Estúvose la noche en armas; tuvo el conde de Tendilla el Alhambra a punto, escandalizado de la música morisca, cosa en aquel tiempo ya desusada; pero avisado de lo que era, con mejor guardia. El Marqués, aunque no tenía noticia de la contraseño que los moros habían dado a la gente de la Vega, y él le tenía dado a la gente de la ciudad, que en la ocasión había de disparar tres piezas; temiendo que si se hacía pensasen los moros que estaba en aprieto, y acometiesen el Alhambra en que había poca guardia, mandó que ningún movimiento se hiciese, ni se pidiese gente a la ciudad; que fue la salvación del peligro, aunque proveído a otro propósito; porque acudiendo los moriscos de la Vega a la contraseño, necesitaban a los del Albaicín a declararse y juntarse con ellos, y como descubiertos, combatir la ciudad. Bajó el Conde a la plaza nueva y puso la gente en orden: acudieron muchos de los forasteros y de la ciudad, personas principales, al presidente don Pedro de Deza, por su oficio, por el cuidado que le habían visto poner en descubrir y atajar el tratado, por su afabilidad, buena manera generalmente con todos, y algunos por la diferencia de voluntades que conocían entre él y el marqués de Mondéjar. Éste con solos cuatro de a caballo y el corregidor, subió al Albaicín, más por reconocer lo pasado, que suspender el daño que se esperaba, o asosegar los ánimos que ya tenía por perdidos, contento con alargar algún día el peligro; mostrando confianza, y gozar del tiempo que fuese común a ellos, para ver como procedían sus valedores; y a él para armarse y proveerse de lo necesario, y resistir a los unos y a los otros. Habloles: «Encareció su lealtad y firmeza, su prudencia en no dar crédito a la liviandad de pocos y perdidos, sin prendas, livianos; hombres que con las culpas ajenas pensaban redimir sus delitos o adelantarse. Tal confianza se había hecho siempre, y en casos tan calificados, de la voluntad que tenían al servicio del Rey, poniendo personas, haciendas y vidas con tanta obediencia a los ministros; ofreciéndose de ser testigo, y representador de su fe y servicios, intercediendo con el Rey para que fuesen conocidos, estimados y remunerados». Pero ellos respondiendo pocas palabras, y ésas más con semblante de culpados y arrepentidos que de determinados; ofrecieron la obra y perseverancia que habían mostrado en todas las ocasiones; y pareciéndole al Marqués bastar aquello sin quitalles el miedo que tenían del pueblo, se bajó a la ciudad. Había ya enviado a reconocer los enemigos; porque ni del propósito, ni del número, ni de la calidad dellos, ni de las espaldas con que habían entrado se tenía certeza, ni del camino que hacían. Refirieron que habiendo parado en la casa de las Gallinas, atravesaban el Genil la vuelta de la sierra; puso recaudo en los lugares que convenía; encomendó al corregidor la guardia de la ciudad; dejó en el Alhambra donde había pocos soldados mal pagados, y éstos de a caballo, el recaudo que bastaba, juntando a éste los criados y allegados del conde de Tendilla, personas de crédito y amistades en la ciudad. Él, con la caballería que se halló, siguió a los enemigos llevando consigo a su yerno y hijos (14); siguiéronle, parte por servir al Rey, parte por amistad o por probar sus personas, por curiosidad de ver toda la gente desocupada y principal que se hallaba en la ciudad. Salió con la gente de su casa el conde de Miranda don Pedro de Zúñiga (15), que a la sazón residía en pleitos, grande, igual en estado y linaje: eran todos pocos, pero calificados. Mas los enemigos, visto que los vecinos del Albaicín estaban quedos, y los de la Vega no acudían; con haber muerto un soldado, herido otro, saqueado una tienda y otra como en señal de que habían entrado, tomaron el camino que habían traído, y por las espaldas de la Alhambra prolongando la muralla, llegaron a la casa que por estar sobre el río llamaban los moros Dar-al-huet, y nosotros de las Gallinas, según los atajadores habían referido. Pararon a almorzar, y estuvieron hasta las ocho de la mañana: todo guiado por Farax para mostrar que había cumplido con la comisión, y acusar a los del Albaicín o su miedo o su desconfianza, y aun con esperanza que llegada la gente de la Alpujarra harían más movimiento. Pero después que ni lo uno ni lo otro le sucedió, acogiose al camino de Nigüeles arrimándose a la falda de la montaña, y puesto en lo áspero, caminó haciendo muestra que esperaba. Pocos de la compañía del Marqués alcanzaron a mostrarse, y ninguno llegó a las manos por la aspereza del sitio; aunque le siguieron por el paso del río de Monachil hasta atravesar el barranco, y de allí al paraje de Dilar, por donde entraron sin daño en lo más áspero.

     Duró este seguimiento hasta el anochecer, que pareció al Marqués poco necesario quedar allí, y mucho proveer a la guarda y seguridad de la ciudad; temeroso que juntándose los moriscos del Albaicín con los de la Vega, la acometerían sola de gente y desarmada. Tornó una hora antes de media noche, y sin perder tiempo comenzó a prevenir y llamar la gente que pudo, sin dineros, y que estaba más cerca; los que por servir al Rey, los que por su seguridad, por amistad del Marqués, memoria del padre y abuelo, cuya fama era grande en aquel reino, por esperanza de ganar, por el ruido o por vanidad de la guerra, quisieron juntarse. Hizo llamamientos generales, pidiendo gente a las ciudades y señores de la Andalucía, a cada uno conforme a la obligación antigua y usanza de los concejos, que era venir la gente a su costa el tiempo que duraba la [77] comida que podían traer a los hombros (talegas las llamaban los pasados, y nosotros ahora mochilas). Contábase para una semana; mas acabada, servían tres meses pagados por sus pueblos enteramente, y seis meses adelante pagaban los pueblos la mitad, y otra mitad el Rey: tornaban éstos a sus casas, venían otros; manera de levantarse gente dañosa para la guerra y para ella, porque siempre era nueva. Esta obligación tenían como pobladores por razón del sueldo que el rey les repartía por heredades, cuando se ganaba algún lugar de los enemigos. Llamó también a soldados particulares aunque ocupados en otras partes; a los que vivían al sueldo del Rey, a los que, olvidadas o colgadas las esperanzas y armas, reposaban en sus casas. Proveyó de armas y de vitualla; envió espías por todas partes a calar el motivo de los enemigos; avisó y pidió dineros al Rey, para resistillos y asegurar la ciudad. Mas en ella era el miedo mayor que la causa: cualquier sospecha daba desasosiego, ponía los vecinos en arma; discurrir a diversas partes, de ahí volver a casa; medir el peligro cada uno con su temor, trocados de continua paz en continua alteración, tristeza, turbación, y prisa; no fiar de persona ni de lugar; las mujeres a unas y a otras partes preguntar, visitar templos: muchas de las principales se acogieron a la Alhambra, otras con sus familias salieron, por mayor seguridad, a lugares de la comarca. Estaban las casas yermas y las tiendas cerradas; suspenso el trato, mudadas las horas de oficios divinos y humanos, atentos los religiosos y ocupados en oraciones y plegarias, como se suele en tiempo y punto de grandes peligros. Llegó en las primeras la gente de las villas sujetas a Granada, la de Alcalá y Loja; envió el Marqués una compañía que sacase los cristianos viejos que estaban en Restával, cierto que el primer acometimiento sería contra ellos: en Dúrcal puso dos compañías; porque los enemigos no pasasen a Granada sin quedar guarnición de gente a las espaldas; y a don Diego de Quesada con una compañía de infantería y otra de caballos en guarda de la puente de Tablate, paso derecho de la Alpujarra a Granada. El presidente, aliviado ya del peligro presente, comenzó a pensar con más libertad en el servicio del Rey o en la emulación contra el marqués de Mondéjar: escribió a don Luis Fajardo, marqués de Vélez, que era Adelantado del reino de Murcia y Capitán General en la provincia de Cartagena (ciudad nombrada más por la seguridad del puerto y por la destrucción que en ella hizo Scipión el Africano, que por la grandeza o suntuosidad del edificio), animándole a juntar gente de aquellas provincias y de sus deudos y amigos, y entrar en el río de Almería, donde haría servicio al Rey, socorrería aquella ciudad que de mar y tierra estaba en peligro, y aprovecharía a la gente con las riquezas de los enemigos. Era el Marqués tenido por diligente y animoso; y entre él y el marqués de Mondéjar hubo siempre diferencias y alongamiento de voluntad, traído dende los padres y abuelos. El de Vélez sirvió al Emperador en las empresas de Túnez y Provenza, el de Mondéjar en la de Argel; ambos tenían noticia de la tierra donde cada uno de ellos servía. Comenzó el de Vélez a ponerse en orden, a juntar gente, parte a sueldo de su hacienda, parte de amigos.

     Entre tanto el nuevo electo rey de Granada, en cuanto le duró la esperanza que el Albaicín y la Vega habían de hacer movimiento, estuvo quedo; mas como vio tan sosegada la gente, y las voluntades con tan poca demostración; salió solo camino de la Alpujarra: encontráronle a la salida de Lanjarón, a pie, el caballo del diestro; pero siendo avisado que no pasase adelante, porque la tierra estaba alborotada, subió en su caballo, y con más prisa tomó el camino de Valor. Habían los moriscos levantados hecho de sí dos partes; una llevó el camino de Órgiba, lugar del duque de Sesa (que fue de su abuelo el gran capitán), entre Granada y la entrada de la Alpujarra, al levante tierra de Almería, al poniente la de Salobreña y Almuñécar, al norte la misma Granada, al mediodía la mar con muchas calas donde se podían acoger navíos grandes. Sobre esta villa, como más importante, se pusieron dos mil hombres repartidos en veinte banderas: las cabezas eran el alcaide de Mecina y el corcení de Motril. Fueron los cristianos viejos avisados, que serían como ciento y sesenta personas, hombres, mujeres y niños; recogiolos en la torre Gaspar de Saravia, que estaba por el Duque. Mas los moros comenzaron a combatirla; pusieron arcabucería en la torre de la iglesia, que los cristianos saltando fuera echaron della: llegáronse a picar la muralla con una manta, la cual les desbarataron echando piedras y quemándola con aceite y fuego; quisieron quemar las puertas, pero halláronlas ciegas con tierra y piedra. Amonestábalos a menudo un almuédano dende la iglesia con gran voz, que se rindiesen a su rey Aben Humeya. (Dicen almuédano al hombre que a voces los convoca a oración, porque en su ley se les prohibe el uso de las campanas). Llamaron a un vicario de Poqueira, hombre entre los unos y los otros de autoridad y crédito, para que los persuadiese a entregarse; certificándoles que Granada y el Alhambra estaban ya en poder de los moros: prometían la vida y libertad al que se rindiese, y al que se tornase moro la hacienda y otros bienes para él y sus sucesores: tales eran los sermones que les hacían. La otra banda de gente caminó derecho a Granada a hacer espaldas a Farax Aben Farax y a los que enviaron, y a recebir al que ellos llamaban rey, a quien encontraron cerca de Lanjarón, y pasaron con él adelante hasta Dúrcal. Pero entendiendo que el Marqués había dejado puesta guarnición en él, volvieron a Valor el alto, y de allí a un barrio que llaman Laujar en el medio de la Alpujarra; adonde con la misma solemnidad que en Granada, le alzaron en hombros y le eligieron por su rey. Allí acabó de repartir los oficios, alcaidías, alguacilazgos por comarcas (a que ellos llaman en su lengua tahas), y por valles, y declaró por capitán general a su tío Aben Jahuar que llamaban don Fernando el Zaguer, y por su alguacil mayor a Farax Aben Farax. (Alguacil dicen ellos al primer oficio después de la persona del Rey, que tiene libre poder en la vida y muerte de los hombres sin consultarlo). Vistiéronle de púrpura; pusiéronle casa como a los reyes de Granada, según que lo oyeron a sus pasados. Tomó tres mujeres; una con quien él tenía conversación y la trujo consigo, otra del río de Almanzora, y otra de Tavernas; porque con el deudo tuviese aquella provincia más obligada, sin otra con quien él primero fue casado, hija de uno que llamaban Rojas. Mas dende a pocos días mandó matar al suegro y dos cuñados, porque no quisieron tomar su ley; dejó la mujer, perdonó la suegra, porque [78] la había parido, y quiso gracias por ello como piadoso. Comenzaron por el Alpujarra, río de Almería, Boloduí, y otras partes a perseguir a los cristianos viejos, profanar y quemar las iglesias con el Sacramento, martirizar religiosos y cristianos, que, o por ser contrarios a su ley, o por haberlos doctrinado en la nuestra, o por haberlos ofendido, les eran odiosos. En Güecija, lugar del río de Almería, quemaron por voto un convento de frailes agustinos, que se recogieron a la torre, echándoles por un horado de lo alto aceite hirviendo: sirviéndose de la abundancia que Dios les dio en aquella tierra, para ahogar sus frailes. Inventaban nuevos géneros de tormentos: al cura de Mairena (16) hinchieron de pólvora y pusiéronle fuego; al vicario enterraron vivo hasta la cinta, y jugáronle a las saetadas; a otros lo mismo dejándolos morir de hambre. Cortaron a otros miembros, y entregáronlos a las mujeres, que con agujas los matasen; a quien apedrearon, a quien acañaverearon, desollaron, despeñaron; y a los hijos de Arce, alcaide de la Peza, uno degollaron, y otro crucificaron, azotándole, y hiriéndole en el costado primero que muriese. Sufriolo el mozo, y mostró contentarse de la muerte conforme a la de nuestro Redentor, aunque en la vida fue todo al contrario, y murió confortando al hermano que descabezaron. Estas crueldades hicieron los ofendidos por vengarse; los monfíes por costumbre convertida en naturaleza. Las cabezas, o las persuadían, o las consentían; los justificados las miraban y loaban, por tener al pueblo más culpado, más obligado, más desconfiado, y sin esperanzas de perdón; permitíalo el nuevo rey, y a veces lo mandaba. Fue gran testimonio de nuestra fe, y de compararse con la del tiempo de los apóstoles, que en tanto número de gente como murió a manos de infieles, ninguno hubo (aunque todos o los más fuesen requiridos y persuadidos con seguridad, autoridad y riquezas, y amenazados y puestas las amenazas en obra) que quisiese renegar; antes con humildad y paciencia cristiana las madres confortaban a los hijos, los niños a las madres, los sacerdotes al pueblo, y los más distraídos se ofrecían con más voluntad al martirio. Duró esta persecución cuanto el calor de la rebelión, y la furia de las venganzas; resistiendo Aben Jahuar y otros tan blandamente, que encendían más lo uno y lo otro. Mas el rey, porque no pareciese que tantas crueldades se hacían con su autoridad, mandó pregonar que ninguno matase niño de diez años abajo, ni mujer ni hombre sin causa. En cuanto esto pasaba envió a Berbería a su hermano (que ya llamaban Abdalá), con presente de captivos y la nueva de su elección al rey de Argel, la obediencia al señor de los turcos; diole comisión que pidiese ayuda para mantener el reino. Tras él envió a Hernando el Habaquí a tomar turcos a sueldo, de quien adelante se hará memoria. Mas éste dejando concertados soldados, trajo consigo un turco llamado Dalí, capitán, con armas y mercaderes en una fusta. Recibió el rey de Argel a Abdalá como a hermano del rey; regalole y vistiole de paños de seda; enviole a Constantinopla, mas por entretener al hermano con esperanzas, que por dalle socorro. En este mismo tiempo se acabaron de rebelar los demás lugares del río de Almería.

     Estaba entonces en Dalías Diego de la Gasca, capitán de Adra, que habiendo entendido el motín víspera de Navidad (día señalado generalmente para rebelarse todo el reino), iba por reconocer a Ujíjar; mas hallándola levantada, fue seguido de los enemigos hasta encerralle en Adra, lugar guardado a la marina, asentando cuasi donde los antigos llamaban Abdera; que Pedro Verdugo, proveedor de Málaga, con barcos abasteció de gente y vituallas luego que entendió la muerte del capitán Herrera en Cadiar. Pasaron adelante, visto el poco efecto que hacían en Adra; y juntando con su misma gente hasta mil y cuatrocientos hombres con un moro que llamaban el Ramí, ocuparon el Chitre (Chutre le dicen otros), sitio fuerte junto a Almería, creyendo que los moriscos vecinos de la ciudad tomarían las armas contra los cristianos viejos: escribieron y enviaron personas ciertas a solicitar entre otros a don Alonso de Venegas, hombre noble de gran autoridad, que con la carta cerrada se fue al ayuntamiento de los regidores; y leída, pensando un poco cayó desmayado, mas tornándole los otros regidores y reprendiéndole, respondió: «Recia tentación es la del reino»; y dioles la carta en que parecía como le ofrecían tomalle por rey de Almería. Vivió doliente dende entonces, pero leal y ocupado en el servicio del Rey. Estaba don García de Villarroel, yerno de don Juan, el que murió dende a poco en las Guájaras, por capitán ordinario en Almería, y tomando la gente de la ciudad y la suya, dio sobre los enemigos otro día al amanecer, pensando ellos que venía gente en su ayuda: rompiolos, y mató al Ramí con algunos. Los que de allí escaparon, juntándose con otra banda del Cehel, y llevando a Hocaid de Motril por capitán, tomaron a Castil de Ferro, tenencia del duque de Sesa, por tratado, matando la gente, sino a Machín, el Tuerto, que se la vendió. De ahí pasaron a Motril, juntaron (17) una parte del pueblo, y llevaron casas de moriscos volviendo sobre Adra; de donde salió Gasca con cuarenta caballeros y noventa arcabuceros a reconocellos, y apartándose llamó un trompeta, cuyo nombre era Santiago, para enviar a mandar la gente, mas fue tan alta la voz, que pudieron oílla los soldados, y creyendo que dijese Santiago, como es costumbre de España para acometer los enemigos, arremetieron sin más orden. Juntose Diego de la Gasca con ellos, y fueron cuasi rotos los moros, retirándose con pérdida de cien hombres a la sierra. Iban estas nuevas cada día creciendo; menudeaban los avisos del aprieto en que estaban los de la torre en Órgiba; que los moros de Berbería habían prometido gran socorro; que amenazaban a Almería y otros lugares aunque guardados en la marina, proveídos con poca gente. Temía el Marqués, si grueso número se acercase a Granada, que desasosegarían el Albaicín, levantarían las aldeas de la Vega, y tanto mayores fuerzas cobrarían, cuanto se tardase más la resistencia; daríase ánimo a los turcos de Berbería de pasar a socorrellos con mayor prisa, confianza y esperanza; fortificarían plazas en que recogerse, y no les faltarían personas pláticas desto y de la guerra entre otras naciones que les ayudasen, y afirmarían el nombre de reino, [79] puesto que vano y sin fundamento, perjudicial y odioso a los oídos del señor natural, por grande y poderoso que sea; daríase avilanteza a los descontentos, para pensar novedades.

     Estando las cosas en estos términos vino Aben Humeya con la gente que tenía sobre Tablate, y trabando con don Diego de Quesada una escaramuza gruesa, cargó tanta gente de enemigos, que le necesitó a dejar la puente, y retirarse a Dúrcal. Estas razones y el caso de don Diego fueron parte para que el Marqués, con la gente que se hallaba, saliese de Granada a resistillos, hasta que viniese más número con que acometellos a la iguala; dejando proveído a la guarda y seguridad de la ciudad y Alhambra a su hijo el conde de Tendilla por su teniente; al corregidor el sosiego, el gobierno, la provisión de vituallas, la correspondencia de avisar al uno y al otro, con el presidente, de cuya autoridad se valiesen en las ocasiones. Salió de Granada a los tres de hebrero (1569) con propósito de socorrer a Órgiba: vino a Alendín y de allí al Padul. La gente que sacó fueron ochocientos infantes, y doscientos caballos; demás déstos, los hombres principales que o con edad o con enfermedad o con ocupaciones públicas no se excusaron, seguíanle, mirábanle como a salvador de la tierra, olvidada por entonces o disimulada la pasión. Paró en el Padul pensando esperar allí la gente de la Andalucía sin dinero, sin vitualla, sin bagajes: con tan poca gente tomó la empresa; pero la misma noche a la segunda guardia oyéndose golpes de arcabuz en Dúrcal, creyendo todos que los enemigos habían acometido la guardia que allí estaba, partió con la caballería: halló que, sintiendo su venida por el ruido de los caballos en el cascajo del río, se habían retirado con la escuridad de la noche, dejando el lugar y llevando herida alguna gente; y el Marqués para no darle avilanteza tornando al Padul, acordó hacer en Dúrcal la mesa. En tiempo de tres días llegaron cuatro banderas de Baeza con que crecía el Marqués a mil y ochocientos infantes y una compañía de noventa caballos; y teniendo aviso del trabajo en que estaban los de Órgiba, y que Aben Humeya juntaba gente para estorballe el paso de Tablate, salió de Dúrcal.

     Entre tanto el conde de Tendilla recebía y alojaba la gente de las ciudades y señores en el Albaicín; y porque no bastaba para asegurarse de los moriscos de la ciudad y la tierra, y proveer a su padre de gente, nombró diez y siete capitanes, parte hijos de señores, parte caballeros de la ciudad, parte soldados, pero todos personas de crédito: aposentolos, y mantúvolos sin palas con alojamiento y contribuciones. El Marqués dejando guardia en Dúrcal, paró aquella noche en Elchite, de donde partió en orden camino de la puente; y habiendo enviado una compañía de caballos con alguna arcabucería a recoger la gente que había quedado atrás, para que asegurasen los bagajes y embarazos, y mandado volver a Granada los desarmados que vinieron de la Andalucía; tuvo aviso que los enemigos le esperaban, parte en la ladera, parte en la salida de la misma puente, y la estaban rompiendo. Eran todos cuasi tres mil y quinientos hombres, los más dellos armados de arcabuces y ballestas, los otros con hondas y armas enhastadas: comenzose una escaramuza trabada; mas el Marqués visto que remolinaban algunas picas de su escuadrón, arremetió adelante con la gente particular de manera, que apretó los enemigos hasta forzarlos a dejar la puente, y pasó una banda de arcabucería por lo que della quedaba entero. Con esta carga fueron rotos del todo, retrayéndose en poca orden a lo alto de la montaña. Algunos arcabuceros llegaron a Lanjarón, y entraron en el castillo que estaba desamparado: reparose la puente con puertas, con rama, con madera que se trajo del lugar de Tablate, por donde pasó la caballería: el resto del campo se aposentó en él sin seguir los enemigos, por ser ya tarde y haberse ellos acogido a lo fuerte, donde los caballos no les podían dañar. El día siguiente dejando en la puente al capitán Valdivia con su compañía para seguridad de las escoltas que iban de Granada a la Alpujarra por ser paso de importancia, tomó el camino de Órgiba donde los enemigos le esperaban al paso en la cuesta de Lanjarón; y habiendo sacado una banda de arcabucería con algunos caballos, mandó a don Francisco, su hijo, que con ellos se mejorase en lo alto de la montaña, yendo él su camino derecho sin estorbo; porque Aben Humeya con miedo que le tomasen los nuestros las cumbres que tenía para su acogida, dejó libre el paso; aunque la noche antes había tenido su campo enfrente del nuestro con muchas lumbres y música en su manera, amenazando nuestra gente y apercibiéndola para otro día a la batalla. Llegado el Marqués a Órgiba socorrió la torre, en término que si tardara, era necesario perderse por falta de agua y vitualla, cansados de velar y resistir. He querido hacer tan particular memoria del caso de Órgiba, porque en él hubo todos los accidentes que en un cerco de grande importancia; sitiados y combatidos, quitadas las defensas, salidas de los de dentro contra los cercadores, a falta de artillería picados los muros, al fin hambreados, socorridos con la diligencia que ciudades o plazas importantes; hasta juntarse dos campos tales cuales entonces los había, uno a estorbar, otro a socorrer, darse batalla donde intervino persona y nombre de rey. Socorrida y proveída Órgiba de vitualla, munición y gente, la que bastaba para asegurar las espaldas al campo, mandando volver a Granada a orden del Conde su hijo cuatro compañías de caballería, y una de infantería para guarda de la ciudad (18), partió contra Poqueira, donde tuvo aviso que Aben Humeya había parado resuelto de combatir: juntó con su gente dos compañías, una de infantería y otra de caballos, que le vino de Córdoba. Cerca del río que divide el camino entre Órgiba y Poqueira, descubrió los enemigos en el paso, que llaman Alfajarali. Eran cuatro mil hombres los principales que gobernaban apeados: hicieron una ala delgada en medio, a los costados espesa de gente como es su costumbre ordenar el escuadrón; a la mano derecha cubiertos con un cerro, había emboscados quinientos arcabuceros y ballesteros; demás desto otra emboscada en lo hondo del barranco, luego pasado el río, de mucho mayor número de gente. La que el Marqués llevaba serían dos mil infantes y trescientos caballos en un escuadrón prolongado guarnecido de arcabucería [80] y mangas, según la dificultad del camino. La caballería, parte en la retaguardia, parte a un lado, donde la tierra era tal que podían mandarse los caballos; pero guarnecida asimismo de alguna infantería; porque en aquella tierra, aunque los caballos sirvan más para atemorizar que para ofender, todavía son provechosos. Apartó del escuadrón dos bandas de arcabucería y cien caballos, con que su hijo don Francisco fuese a tomar las cumbres de la montaña: en esta orden bajando al río, comenzó a subir escaramuzando con los enemigos; mas ellos cuando pensaron que nuestra gente iba cansada, acometieron por la frente, por el costado, y por la retaguardia, todo a un tiempo; de manera que cuasi una hora se peleó con ellos a todas partes y a las espaldas, no sin igualdad y peligro; porque la una banda de arcabucería estuvo en términos de desorden, y la caballería lo mismo; pero socorrió el Marqués con su persona los caballos, y enviando socorro a los infantes. Viendo los enemigos que les tomaba los altos nuestra arcabucería, ya rotos se recogieron a ellos con tiempo, desamparando el paso. Siguiose el alcance más de media legua hasta un lugar que dicen Lubien: la noche y el cansancio estorbó que no se pasase adelante; murieron dellos en este reencuentro cuasi seiscientos, de los nuestros siete; hubo muchos heridos de arcabuces y ballestas. Don Francisco de Mendoza, hijo del Marqués, y don Alonso Portocarrero, fueron aquel día buenos caballeros, entre otros que allí se hallaron: don Francisco, cercado y fuera de la silla, se defendió con daño de los enemigos rompiendo por medio. Don Alonso herido de dos saetadas con yerba, peleó hasta caer trabado del veneno usado dende los tiempos antiguos entre cazadores. Mas porque se va perdiendo el uso della con el de los arcabuces, como se olvidan muchas cosas con la novedad de otras, diré algo de su naturaleza. Hay dos maneras, una que se hace en Castilla en las montañas de Béjar y Guadarrama (a este monte llamaban los antiguos Orospeda, y al otro Idubeda), cociendo el zumo de vedegambre a que en lengua romana y griega dicen eléboro negro hasta que hace correa, y curándolo al sol, lo espesan y dan fuerza (19); su olor agudo no sin suavidad, su color oscuro, que tira a rubio. Otra se hace en las montañas nevadas de Granada de la misma manera, pero de la yerba que los moros dicen rejalgar, nosotros yerba, los romanos y griegos acónito, y porque mata los lobos, licoctonos; color negro, olor grave, prende más presto, daña mucha carne; los accidentes en ambas los mismos, frío, torpeza, privación de vista, revolvimiento de estómago, arcadas, espumajos, desflaquecimiento de fuerzas hasta caer. Envuélvese la ponzoña con la sangre donde quiera que la halla, y aunque toque la yerba a la que corre fuera de la herida, se retira con ella, y la lleva consigo por las venas al corazón, donde ya no tiene remedio; mas antes que llegue hay todos los generales: chúpanla para tirarla a fuera, aunque con peligro; psylos llamaban en lengua de Egipto a los hombres que tenían este oficio (20). El particular remedio es zumo de membrillo, fruta tan enemiga de esta yerba, que donde quiera que la alcanza el olor, le quita la fuerza; zumo de retama, cuyas hojas machacadas he yo visto lanzar de suyo por la herida cuanto pueden buscando el veneno hasta topallo y tiralle afuera: tal es la manera desta ponzoña, con cuyo zumo untan las saetas envueltas en lino, porque se detenga. La simplicidad de nuestros pasados que no conocieron manera de matar personas sino a hierro, puso a todo género de veneno nombre de yerbas: usose en tiempos antiguos en las montañas de Abruzzo, en las de Candía, en las de Persia; en los nuestros, en los Alpes que llaman Monsenis hay cierta yerba poco diferente, dicha tora, con que matan la caza, y otra que dicen antora a manera de dictamno, que la cura.

     Entrose Poqueira, lugar tan fuerte, que con poca resistencia se defendiera contra mucho mayores fuerzas. Los moros, confiándose del sitio, le habían escogido por depósito de sus riquezas, de su mujeres, hijos, y vituallas: todo se dio a saco; los soldados ganaron cantidad de oro, ropa, esclavos, la vitualla se aprovechó cuanto pudo; mas la priesa de caminar en seguimiento de los enemigos, porque en ninguna parte se afirmasen, y la falta de bagajes en que la cargar y gente con que aseguralla, fue causa de quemar la mayor parte, porque ellos no se aprovechasen. Partió el Marqués el día siguiente de Poqueira, y vino a Pitres, donde se detuvo curando los heridos, dando cobro a muchos captivos cristianos que libertó, ordenando las escoltas, y tomando lengua. Alcanzáronle en este lugar dos compañías de caballos de Córdoba y una de infantería: en él tuvo nueva como Aben Humeya con mayor número de gente le esperaba en el puerto que llaman de Jubiles, lugar, a su parecer dellos, donde era imposible pasar sin pérdida. Mas queriendo los enemigos tentar primero la fortuna de la guerra, saltearon nuestro alojamiento con cinco banderas, en que había ochocientos hombres: el día siguiente a medio día, aprovechándose de la niebla y de la hora del comer, acometieron por tres partes, y porfiaron de manera, hasta que llegaron a los cuerpos de guardia peleando; pero en ellos fueron resistidos con pérdida de gente y dos banderas: hubo algunos heridos de los nuestros. Sosegada y refrescada la gente, dejando los heridos y embarazos con buena guardia, partió el Marqués ahorrado contra Aben Humeya; y por descuidarle escogió el camino áspero de Trévelez por la cumbre de la sierra de Poqueira, donde algunos moros desmandados desasosegaron nuestra retaguardia sin daño. Pasose aquella noche fuera de Trévelez sobre la nieve, con poco aparejo y frío demasiado. Había venido a Pitres un mensajero (21) de Zaguer que decían Aben Jahuar, tío y general de Aben Humeya a pedir apuntamientos de paz; pero llevándole el Marqués consigo le respondió «que brevemente pensaba dalle la respuesta, como convenía al servicio de Dios y del Rey». Dícese que ya el Zaguer andaba recatado de que Aben Humeya le buscase la muerte; y continuando su camino para Jubiles con una compañía más de infantería y otra de caballos de Écija, cuyo capitán era Tello de Aguilar, llegó a vista de Jubiles donde salió un [81] cristiano viejo con tres moros a entregalle el castillo. Había dentro mujeres y hijos de los moros que estaban en campo con Aben Humeya, gente inútil y de estorbo para quien no tiene cuenta con las mujeres y niños, y algunos moros de paz viejos; mas porque era necesario ocupar mucha gente para guardallos, y si quedaran sin guarda se huyeran a los enemigos, mandó que los llevasen a Jubiles. Acaeció, que un soldado de los atrevidos llegó a tentar una mujer si traía dineros, y alguno de los moriscos, o fuese marido o pariente, a defendella, de que se trabó tal ruido, que de los moriscos cuasi ninguno quedó vivo; de las moriscas hubo muchas muertas, de los nuestros algunos heridos, que con la escuridad de la noche se hacían daño unos a otros. Dícese que hubo gente de los enemigos mezclada para ver si con esta ocasión pudieran desordenar el campo y que, arrepentidos de la entrega que el Zaguer hizo, los padres, hermanos y maridos de las moras quisieron procurar su libertad: la escuridad de la noche y la confusión fue tanta, que ni capitanes ni oficiales pudieron estorbar el daño.



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Libro segundo

     En tanto que las cosas de la Alpujarra pasaban como tenemos dicho, se juntaron hasta quinientos moros con dos capitanes, Girón de las Albuñuelas, y Nacoz de Nigüeles a tentar la guardia, que el Marqués había dejado en la puente de Tablate; teniendo por cierto que si de allí la pudiesen apartar, se quitaría el paso y el aparejo a las escoltas, y nuestro campo con falta de vituallas se desharía. Vinieron sobre la puente hallándola falta de gente, y la que había desapercibida: acometieron con tanto denuedo, que la hicieron retirar; parte no paró hasta Granada, muchos dellos murieron sin pelear en el alcance; parte se encerraron en una iglesia donde acabaron quemados, con que la puente quedó por los enemigos. Mas el conde de Tendilla, sabida la nueva, envió a llamar con diligencia a don Álvaro Manrique, capitán del marqués de Pliego, que con trescientos infantes y ochenta caballos de su cargo estaba alojado dos leguas de Granada. Llegó a la puente de Genil al amanecer donde el Conde le esperaba con ochocientos infantes y ciento y veinte caballos: avisado del número de los enemigos entregole la gente, y diole orden que peleando con ellos, desembarazado el paso le dejase guardado, y él con el resto della pasase a buscar al Marqués. Cumplió don Álvaro con su comisión hallando la puente libre y los moros idos.

     En Jubiles llegó el capitán don Diego de Mendoza enviado por el Rey, para que llevase relación de la guerra, manera de como se gobernaba el Marqués, del estado en que las cosas se hallaban; porque los avisos eran tan diferentes, que causaban confusión en las provisiones; como no faltan personas que por pretensiones o por pasión o por opinión o buen celo culpan o escusan las obras de los ministros. Partió el Marqués de Jubiles, vino a Cadiar donde fue la muerte del capitán Herrera; de allí a Ujíjar: en el camino mandó combatir una cueva, en que se defendían encerrados cantidad de moros con sus mujeres y hijos, hasta que con fuego y humo fueron tomados. Estando en Ujíjar fue avisado que Aben Humeya, juntas todas sus fuerzas, le esperaba en el paso de Paterna tres leguas de Ujíjar, y sin detenerse partió. Caminando le vinieron dos moros de parte de Aben Humeya con nuevos partidos de paz, mas el Marqués sin respuesta los llevó consigo hasta dar con su vanguardia en la de los enemigos; y en una quebrada junto a Iñiza pelearon con harta pertinacia, por ser más de cinco mil hombres y mejor armados que en Jubiles: pero fueron rotos del todo tomándoles el alto, y acometiéndolos con la caballería don Alonso de Cárdenas conde de la Puebla: no se siguió el alcance por ser noche. Envió el Marqués doscientos caballos, que le siguieron hasta la nieve y aspereza de la sierra, matando y captivando; y él a dos horas de noche paró en Iñiza: otro día vino a Paterna; diola a saco; no hallaron los soldados en ella menos riqueza que en Poqueira. El reencuentro de Paterna fue la postrera jornada en que Aben Humeya tuvo gente junta contra el Marqués; el cual partió sin detenerse para Andarax en seguimiento de las sobras de los enemigos, habiendo enviado delante infantería y caballería a buscallos en el llano, y en la sierra que dicen el Cehel cerca de la mar: montaña buena para ganados, caza y pesca; aunque en algunas partes falta de agua. Dicen los moros, que fue patrimonio del conde Julián el traidor, y aún duran en ella y cerca memorias de su nombre; la torre, la rambla Juliana, y Castil de Ferro. Llegado a Andarax envió a su hijo don Francisco con cuatro compañías de infantería y cien caballos a Oháñez, donde entendió que se recogían enemigos: mas por avisos ciertos del capitán de Adra supo que en él no había cuarenta personas. Y por alguna falta de vituallas le mandó tornar. Recogió y envió a Granada gran cantidad de captivos cristianos, a quien había dado libertad en todos los pueblos que ganó y se le rindieron: recibió los lugares que sin condición se le entregaron. Estaba Diego de la Gasca sospechoso en Adra, que los vecinos de Turón, lugar de los rendidos en el Cehel, acogían moros enemigos, y queriendo él por sí saber la verdad para dar aviso al Marqués, fue con su gente; mas no hallando moros entró de vuelta a buscar cierta casa, de donde salió uno dellos que le dio cierta carta de aviso fingida, y al abrirla le metió un puñal por el vientre: hirió también dos soldados antes que le matasen. Murió Gasca de las heridas, y mandó en su testamento que las ganancias que había hecho en la guerra se repartiesen entre soldados pobres, huérfanos, viudas, mujeres y hijas de soldados: era sobrino hijo de hermano de Gasca obispo de Sigüenza, que venció en una batalla a los Pizarros y pacificó el reino del Perú.

     En el mismo tiempo don Luis Fajardo marqués de Vélez, gran señor en el reino de Murcia, solicitado, como dijimos, por cartas del presidente de Granada había salido con sus amigos, deudos y allegados a entrar en el reino de Almería: era la gente que llevaba número de dos mil infantes y trescientos caballos, la mayor parte escogidos. La primera jornada fue combatir una gruesa banda de moros, que atravesaban desmandados en Illar; de allí fue sobre Filix: tomola, y saqueola enriqueciendo la gente; peleose con harto riesgo y porfía; murieron de los enemigos muchos, pero más mujeres que hombres, entre ellos su capitán, llamado Futei, natural de Cenete. Hecho esto, por falta de vituallas se recogió a los lugares del río de Almería; [82] donde para mantener la gente y su persona vino a Cosar de Canjáyar, barranco de la Hambre le llaman por otro nombre en su lengua, porque en él se recogieron los moros, cuando el Rey Católico don Fernando hizo la empresa de Andarax en el primer levantamiento, donde pasaron tanta hambre que cuasi todos murieron.

     La toma de Poqueira, Jubiles y Paterna puso temor a los enemigos, porque tenían reputación de fuertes, e indignación por la pérdida que en ellos hicieron de todas sus fortunas: comenzaron a recogerse en lugares ásperos, ocupar las cumbres y riscos de las montañas fortificando a su parecer lo que bastaba; pero no como gente plática, antes ponían todas sus esperanzas y seguridad en esparcirse, y dejando la frente al enemigo pasar a las espaldas, más con apariencia de descabullirse, que de acometer. Pareció al Marqués con estos sucesos quedar llana toda la Alpujarra; y dando la vuelta por Andarax y Cadiar, tornó a Órgiba, por estar más en comarca de la mar, río de Almería, Granada y la misma Alpujarra. Entre tanto, aunque la rebelión parecía estar en el Alpujarra en términos de sosegada, echó raíces por diversas partes: a la parte de poniente por las Guájaras, tres lugares pequeños juntos que parten la tierra de Almuñécar de la de Valle de Lecrin puestos en el valle que desciende al puerto de la Herradura; desdichado por la pérdida de veinte y tres galeras anegadas con su capitán general don Juan de Mendoza, hombre de no menos industria y ánimo que su padre don Bernardino y otros de sus pasados, que en diversos tiempos valieron en aquel ejercicio. El señor de uno de aquellos lugares, o con ánimo de tenellos pacíficos, o de roballos y captivar la gente, juntando consigo hasta doscientos soldados desmandados de la costa, forzó a los vecinos que le alojasen y contribuyesen extraordinariamente. Vista por ellos la violencia dilatándolo hasta la noche, le acometieron de improviso, y necesitaron a retraerse en la iglesia, donde quemaron a él y a los que entraron en su compañía. No dio tiempo a los malhechores la presteza del caso para pensar en otro partido más llano, que juntarse, llegando a sí, de la gente de lugares vecinos, tres mil personas de todas edades, en que había mil y quinientos hombres (22) de provecho, armados de arcabuces, ballestas, lanzas y gorguzes, y parte hondas, como la ira y la posibilidad les daba; y sin tomar capitán, de común parecer ocuparon dos peñones, uno alto de subida áspera y difícil, otro menor y más llano. Aquí pusieron su guardia y se repararon sin traveses, parte con piedra seca, parte con mantas y jalmas como rumbadas, a falta de rama y tierra. Estos dos sitios escogieron para su seguridad, juntando después consigo algunos salteadores Girón, Marcos el Zamar, capitanes, y otros hombres a quien convidaba la fortaleza del sitio, el aparejo de la comarca y la ocasión de las presas. Fue el Marqués avisado, que andaba visitando algunos lugares de la tierra como seguro de tal novedad; y visto que el fuego se comenzaba por parte peligrosa de lugares importantes, guardados a la costa con poca gente, recelando que saltase a la sierra de Bentomiz o a la Hoya y Jarquía de Málaga; deliberó partir con cuasi dos mil infantes y doscientos caballos, avisando al Conde que de Granada le reforzase con más gente de pie y de caballo. Eran los más aventureros o concejiles: tomó el camino de las Guájaras dejando a sus espaldas lugares, como Oháñez y Valor, el alto, sospechosos y sobresaltados, aunque solos de gente, según los avisos. Algunos le juzgaban, diciendo, que pudiera enviar otra persona o a su hijo el Conde en su lugar; pero él escogió para sí la empresa con este peligro, o porque el Rey, vista la importancia del caso no le proveyese de compañero, o por entretener la gente en la ganancia: tanto puede la ambición en los hombres puesto que sea loable, que aun de los hijos se recatan. Sacar al Conde de Granada, que le aseguraba la ciudad a las espaldas y la proveía de gente y de vitualla, parecía consejo peligroso, y partir la empresa con otro, despojarse de las cabezas, que si muchas en número y calidad de personas, en experiencia eran pocas. Estas dudas saneó con la presteza, porque antes que los enemigos pensasen que partía, les puso las armas delante. Halláronse en toda la jornada muchas personas principales, así del reino de Granada como de la Andalucía, que en las ocasiones serán nombradas. Partió el Marqués de Andarax, y sin perder tiempo vino de Cadiar a Órgiba; y tomando vitualla a Vélez de Benabdalá, pasó el río de Motril, la infantería a las ancas de los caballos, y llegó a las Guájaras que están en medio. Vino don Alonso Portocarrero con mil soldados, ya sano de sus heridas, y otras dos bandas de infantería, ciento y cincuenta caballos; gente hecha en Granada, que enviaba el conde de Tendilla; el conde de Santisteban con muchos deudos y amigos de su casa y vasallos suyos. Mas los enemigos, como de improviso descubrieron el campo, comenzaron a tomar el camino de los peñones, y víanse subir por la montaña con mujeres y hijos. Viendo el Marqués, que se recogían a sus fuertes, envió una compañía de arcabuceros a reconocerlos y dañarlos si pudiesen; pero dende a poco le trajo un soldado mandado del capitán, que por ser los enemigos muchos y su gente poca, ni se atrevía a seguillos, porque no le cargasen; ni a retirarse porque no le rompiesen: pedía para lo uno y lo otro mil hombres. Enviole alguna arcabucería, y él con la gente que pudo llegar ordenada le siguió hasta las Guájaras altas por hacerles espaldas, donde alojó aquella noche con mal aparejo; pero los unos y los otros sin temor, los nuestros por la confianza de la victoria, los enemigos de la defensa.

     Entre los que allí vinieron a servir fue uno don Juan de Villarroel, hijo de don García de Villarroel, adelantado que fue de Cazoria, y sobrino (según fama), de fray Francisco Jiménez, cardenal y arzobispo de Toledo, gobernador de España entre la muerte del Rey Católico don Fernando, y el reinado del emperador don Carlos. Era a la sazón capitán de Almería, y servía de comisario general en el campo: hombre de años, probado en empresas contra moros, pero de consejos sutiles y peligrosos; que había ganado gracia con hallar culpas en capitanes generales, siendo a veces escuchado y al fin remunerado. Éste, por abrirse camino para algún nombre en aquella ocasión, gastó la noche sin sueño en persuadir al Marqués que le mandase con cincuenta soldados a reconocer el fuerte de los enemigos, diciendo que del alojamiento no se descubría el paso del peñón alto. Concurrió el Marqués, mostrando hacerlo más por permisión y licencia que mandamiento; pero amonestándole [83] que no pasase del cerro pequeño que estaba entre su alojamiento y la cuesta, y que no llevase consigo más de cincuenta arcabuceros; blandura que suele poner a veces a los que gobiernan en grandes y presentes peligros. Mas don Juan, pasando el cerro, comenzó a subir la cuesta sin parar, aunque fue llamado del Marqués, y a seguillo mucha gente principal y otros desmandados, o por acreditar sus personas o por codicia del robo. Pasaban ya los que subían de ochocientos, sin poderlo el Marqués estorbar; porque don Juan, viéndose acrecentado con número de gente, y concibiendo en sí mayores esperanzas, teniéndose por señor de la jornada, sin guardar la orden que se le dio ni la que se daba en hechos semejantes, desmandada la gente no con más acierto que el que daba su voluntad a cada uno, comenzó la subida con el ímpetu y prisa que suele quien va ignorante de lo que puede acontecer; mas dende a poco con flojedad y cansancio. Vista por los enemigos la desorden, hicieron muestra de encubrirse con el peñón bajo, dando apariencia de escapar: pensaron los nuestros que huían, y apresuraron el paso; creció el cansancio, oíanse tiros perdidos de arcabucería, voces de hombres desordenados; veíanse arremeter, parar, cruzar, mandar; movimientos según el aliento o apetito de cada uno: en ochocientas personas mostrarse más capitanes que hombres, antes cada cual lo era de sí mismo; el hábito del capitán un capote, una montera, una caña en la mano. No se estaba a media cuesta, cuando la gente comenzó a pedir munición de mano en mano: oyeron los enemigos la voz, peligrosa en semejantes ocasiones; y viendo la desorden, saltaron fuera con el Zamar hasta cuarenta hombres; ésos con pocas armas y menos muestra de acometer; pero convidados del aparejo, y ayudados de piedras que los del peñón echaban por la cuesta y de alguna gente más, dieron a los nuestros una carga harto retenida, aunque bastante para que todos volviesen las espaldas con más prisa que habían subido, sin que hombre hiciese muestra de resistir, ni la gente particular fuese parte para ello; antes los seguían, mostrando querellos detener: fueron los moros creciendo, ejecutando y matando hasta cerca del arroyo. Murió don Juan de Villarroel desalentado, con la espada en la cinta, cuchilladas en la cabeza y las manos, según se reparaba; don Luis Ponce de León, nieto de don Luis Ponce, que herido de muerte y caído le despeñó un su criado por salvalle, y Juan Ronquillo, veedor de las compañías de Granada, y un hijo sólo del maestre de campo Hernando de Oruña, viéndole su padre y todos peleando. Fueron los muertos muchos más que los que los seguían, y algunos ahogados con el cansancio; los demás se salvaron, y entre ellos don Jerónimo de Padilla, hijo de Gutierre López de Padilla, que herido y peleando hasta que cayó, le sacó arrastrando por los pies un esclavo a quien él dio libertad. El Marqués, vista la desorden, y que los enemigos crecían y venían mejorados, y prolongándose por la loma de la montaña a tomarle las espaldas, encaminados a un cerro que le estaba encima; envió a don Alonso de Cárdenas con pocos arcabuceros que pudo recoger; hombre suelto y de campo; el cual previno y aseguró el alto. Estaba el Marqués apeado con la caballería, las lanzas tendidas, guarnecido de alguna arcabucería, esperando los enemigos, y recogiendo la gente que venía rota: pudo esta demostración y su autoridad refrenar la furia de los unos, detener y asegurar los otros, aunque con peligro y trabajo. Otro día al amanecer llegó la retaguardia: serían por todos cinco mil y quinientos infantes y cuatrocientos caballos; compañía bastante para mayor empresa, si se hubiera de tener cuenta con sólo el número. Ordenó sólo un escuadrón por el temor de la gente que el día de antes había recibido desgracia, guarnecido a los costados con mangas prolongadas de arcabucería. Era el peñón por dos partes sin camino, mas por la que se continuaba con la montaña había salida menos áspera: aquí mandó estar caballería y arcabucería apartada, pero cubierta, porque vistos no estorbasen la huida. Son los moros cuando se ven encerrados impetuosos y animosos para abrirse paso; mas abierto procuran salvarse sin tornar el pecho al enemigo; y por esto si a alguna nación se ha de abrir lugar por donde se vayan, es a ellos. Acometiolos con esta orden, y duró el combatir con pertinacia hasta la escuridad de la noche; los unos animados, los otros indignados del suceso pasado: mandó tocar a recoger, y alojó pegado con el fuerte, encomendando la guardia a los que llegaron holgados. Puso la noche a los enemigos delante de los ojos el peligro, el robo, la captividad, la muerte; trájoles el miedo, confusión y discordia, como en ánimos apretados que tienen tiempo para discurrir: unos querían defenderse, otros rendirse, otros huir; al fin salió la mayor parte de la gente forastera y monfíes con los capitanes Girón y el Zamar, sacando las mujeres y niños que pudieron, y quedó todavía número de gente de los naturales; y aunque flacamente reparada, si tuvieran esfuerzo y cabezas, con el favor de lo pasado y el aparejo del sitio, solas mujeres bastaban a defenderse. Hicieron al principio resistencia, o que el desdeño de verse desamparados o la ira los encendiese; pero apretados, enflaquecieron, y dando lugar, fueron entrados por fuerza: no se perdonó con orden del Marqués a persona ni a edad; el robo fue grande, y mayor la muerte, especialmente de mujeres: no faltó ambición que se ofreciese a solicitalla como cargo de mayor importancia. Escapó Girón; fue preso y herido de un arcabucero por el muslo el Zamar por salvar una hija suya doncella que no podía con el trabajo del camino; y llevado a Granada le mandó atenazar el conde de Tendilla, que hizo calificada la victoria.

     Tomado el fuerte de las Guájaras envió el Marqués el campo con el conde de Santisteban, que le esperase en Vélez de Benabdalá; y fue a visitar a Almuñécar, Salobreña, Motril, lugares a la marina; guardados contra los corsarios de Berbería, y quedó por entonces asegurada aquella tierra hasta Ronda. Puso en el oficio de don Juan de Villarroel a don Francisco de Mendoza, su hijo; nombró veedores y otros oficiales de hacienda, sin que el gobierno del campo no podía pasar. Pero no dejaron perder sus émulos aquella ocasión de calumniarle, diciendo ser él mismo quien proveía, libraba, pagaba, repartía las contribuciones, presas, y depósitos, pues sus hijos y criados lo hacían; cosa que los capitanes generales suelen y deben huir. Pero la necesidad y la salida del negocio mostró haber sido más provechoso consejo para la hacienda del Rey en lo poco que se gastó con mucha gente y en mucho tiempo. Llegado [84] a Vélez tornó a Órgiba, diose a recebir gentes y pueblos que se venían a rendir; entregaban las armas los que habitaban por toda la Alpujarra y río de Almería, y los que en las montañas andaban alzados rendíanse a merced del Rey sin condición; traían mujeres, hijos, y haciendas; comenzaban a poblar sus casas; ofrecíanse a ir con ellas a morar como y donde los enviasen; y si en la tierra los quisiesen dejar, mantener guardia para defensión y seguridad della, solamente que se les diesen las vidas y libertad; pero aun estas dos condiciones no les admitió. No por eso dejaban de venirse; dábales salvaguardia con que vivían pacíficos, aunque no del todo asegurados; y hallando el campo lleno de esclavos y cristianos libertados que comían la vitualla, depositó quinientas moriscas en poder de sus padres, hermanos y maridos, y sobre sus palabras las recibieron en Ujíjar, y dende a poco envió con alguaciles por ellas para volvellas a sus dueños, que sin faltar personas las tornaron; cosa no vista en otro tiempo, o fuese el miedo y la obediencia, o fuese que restituían las mujeres de que hallan abundancia en toda parte, y por esto son estimadas como alhaja; y los hijos donde se los criasen, descargándose de bocas inútiles y embarazo cojijoso; y aquí hizo particulares justicias de muchos culpados.

     Discurrían los soldados de veinte en veinte sin daño; dábanse a descubrir personas y ropa escondida por la montaña; combatían cuevas donde había moriscos alzados: todo era esclavos, despojos, riqueza. No era por entonces tantas las desórdenes, que los moriscos no las pudiesen sufrir, ni tantos los autores que no pudiesen ser castigados; pero fuéronse los unos con la ganancia, vinieron otros nuevos codiciosos que mudaban el estado de paz en desasosiego, y de obediencia en desconfianza. Viose un tiempo en el cual los enemigos (o estuviesen rendidos o sobresanados), pudieran con facilidad y poca costa ser oprimidos, y venirse al término que después se vino de castigo, de opresión o de destierro; o sacándolos a morar en Castilla, poblar la tierra de nuevos habitadores, sin pérdida de tanto tiempo, gente, y dineros, sin hambre, sin enfermedad, sin violencia de vasallos. No son los hombres jueces de los pensamientos y motivos de los reyes; pero mucho puede en el ánimo de un príncipe ofendido por caso de rebelión o desacato la relación, aunque interesada o apasionada que le inclina a rigor y venganza; porque cualquier tiempo que se dilata, aunque sea para mayor oportunidad, le parece estorbo.

     En esto la gente de Granada, libre del miedo y de la necesidad, tornó a la pasión acostumbrada: enviaban al Rey personas de su ayuntamiento; pedían nuevo general; nombraban al marqués de Vélez engrandeciendo su valor, consejo, paciencia de trabajos, reputación: partes que, aunque concurriesen en él, la mudanza de voluntades y los mismos oficios hechos en su perjuicio, dende a pocos días que entonces en su favor mostraban no haberse movido los autores con fin de loallas porque fuesen tales. Calumniaban al de Mondéjar que permitía mucho a sus oficiales; que no se guardaban las vituallas; que los ganados pudiendo seguir el campo se llevaban a Granada; que no se ponía cobro en los quintos y hacienda del Rey; que teniendo presidente cabeza en los negocios de justicia, tantas personas graves y de consejo en la cancillería, un ayuntamiento de ciudad, un corregidor solícito, tantos hombres prudentes; no solamente no les comunicaban las ocasiones en general, pero de los sucesos no les daba parte por escrito, ni de palabras; antes indignado por competencias de jurisdicciones, preeminencias de asientos o manera de mandar, sabían de otros antes la causa porque se les mandaba, que recibiesen el mandamiento. Loaban la diligencia del presidente en descubrir los tratados, los consejos, los pensamientos de los enemigos; entretener la gente de la ciudad; exhortar a los señores del reino que tomasen las armas, en particular al marqués de Vélez, y otras demostraciones que atribuidas al servicio del Rey eran juzgadas por honestas, y a su particular por tolerables: empresas de reputación y autoridad, no desdeñando ni ofendiéndola; y que, en fin, como quiera eran de suyo provechosas al beneficio público: que la guerra no estaba acabada, pues los enemigos aún quedaban en pie; que las armas entregadas eran inútiles y viejas; mostrábanse indignados y rebeldes, resueltos a no mandarse por el Marqués. Los alcaldes (oficio usado a seguir el rigor de la justicia, y aun el de la venganza, porque cualquiera dilación o estorbo tienen por desacato), culpaban la tibieza en el castigar, recebir a merced y amparar gente traidora a Dios y al Rey; las armas en mano de padre y hijo, oprimida la justicia y el gobierno, llena Granada de moros, mal defendida de cristianos, muchos soldados y pocos hombres, peligros de enemigos y defensores, deshaciendo por un cabo la guerra y criándola por otro. Por el contrario, los amigos y allegados del Marqués y su casa decían que la guerra era libre, los oficiales y soldados concejiles, y ésos sin sueldo, movidos de su casa por la ganancia; los ganados habidos de los enemigos; que por todo se hallaría que la carne y el trigo y cebada se aprovechaba de día en día; que mal se podían fundar presidios para guarda de vitualla con tan poca gente, ni asegurar las espaldas sino andando tan pegados con los enemigos, que les mostrasen cada hora las cuerdas de los arcabuces y los hierros de las picas; que los quintos tenían oficiales del Rey en quien se depositaban, y pasaban por almonedas; que los oficios eran tan apartados, y los consejos de la guerra requerían tanto secreto, que fuera della no se acostumbraba comunicarlos con personas de otra profesión, aunque más autoridad tuviesen; porque como plática extraña de sus oficios, no sabían en qué lugar se debía poner el secreto; que tras el publicar venía el yerro, y tras el yerro el castigo; y que como el presidente y oidores o alcaldes no le comunicaban los secretos de su acuerdo, así él no comunicaba con ellos los de la guerra, ni se veían, ni había causas porque hubiese esta desigualdad, o fuese autoridad o superioridad. De lo que tocaba al corregidor y la ciudad burlaban, como cosa de concejo y mezcla de hombres desigual. Que los que eran para entender la guerra, andaban en ella, y servían ellos o sus hijos al Rey y obedecían al Marqués sin pasión (23); que los cumplimientos eran parte de buena crianza; y cada uno, si quería ser mal quisto, podía ser mal criado. Que trayendo tan a la continua la lanza en la mano, mal podía desembarazalla para la pluma. Que la guerra era acabada, según las muestras, y el castigo se guardaría para la voluntad del Rey, y entonces ternían su lugar la mano y la [85] indignación de las justicias; y si decían que sobresanada porque estaban los enemigos en pie y armados, lo sobresanado o acabado, lo armado y desarmado es todo uno, cuando los enemigos, o se rinden, o están de manera que pueden ser oprimidos sin resistencia, como lo estaban a la sazón los del reino y la ciudad de Granada. Que de aquello servía la gente en el Albaicín y la Vega, la cual, como entretenida con alojamientos y sin pagas, no podía sino dar pesadumbre y desordenarse; ni como poco plática, saber la guerra tan de molde que no se les pareciese que eran nuevos. Pero la carga de lo uno y de lo otro estaba sobre los enemigos, a quien ellos decían que se había de dar riguroso castigo, lo cual, aunque se difería, no se olvidaba; que espantallos sin tiempo era perder el fin y las comodidades que se podían sacar dellos; que las personas, cuando eran tales, siempre serían provechosas, especialmente las que sirviesen a su costa, como la del marqués de Vélez, probada para cualquier gran cargo que estuviese sin dueño.

     Mas el Marqués, hombre de estrecha y rigurosa disciplina, criado al favor de su abuelo y padre en gran oficio, sin igual ni contradictor, impaciente de tomar compañía; comunicaba sus consejos consigo mismo, y algunos con las personas que tenía cabe sí pláticas en la guerra, que eran pocas; de las apariencias, aunque eran comunes a todos, a ninguno daba parte; antes ocasión a algunos, especialmente a mozos y vanos, de mostrarse quejosos. Tomó la empresa sin dineros, sin munición, sin vitualla, con poca gente y esa concejil, mal pagada y por esto no bien disciplinada; mantenida del robo, y a trueco de alcanzar o conservar éste, mucha libertad, poca vergüenza, y menos honra; excepto los particulares que a su costa venían de toda España a servir al Rey, y eran los primeros a poner las manos en los enemigos. Tuvo siempre por principal fin pegarse con ellos; no dejar que se afirmasen en lugar ni juntasen cuerpo; acometellos, apretallos, seguillos; no dalles ocasión a que le siguiesen, ni mostrarles las espaldas aunque fuese para su provecho; recebir los que dellos viniesen a rendirse; disminuillos y desarmallos, y a la fin oprimillos; para que poniéndoles guarniciones con un pequeño ejército, pudiese el Rey castigar los culpados, desterrar los sospechosos, deshabitar el reino, si le pluguiese pasar los moradores a otra parte: todo con seguridad y sin costa, antes a la dellos mismos. Hizo muchas veces al Rey cierto del término en que las cosas se hallaban; y aunque guiando ejércitos no hubiese venido otras veces a las manos con los enemigos, todavía con la plática que tenía de la manera del guerrear déstos, aprendida de padres y abuelos y otros de su linaje, que tuvieron continuas guerras con los moros, los trajo a tal estado y en tan breve tiempo, como el de un mes; no embargante que muchas veces se le escribiese, que procediese con ellos atentamente. Puesta la guerra en estos términos, túvola por acabada facilitando lo que estaba por hacer; con que se hizo más odioso, pareciendo a hombres ausentes cuerdos y de experiencia, que había de retoñecer con mayor fuerza, como el tiempo diese lugar, y las esperanzas de Berbería se calentasen, y los castigos y reformaciones comenzasen a ejecutarse; y tuvieron por largo el negocio, por ser de montaña, contra gente suelta y plática della, y otras causas, que por nuestra parte se les habían de dar.

     En este mismo tiempo comenzó a descubrirse la guerra en el río de Almería, con la ida del marqués de Mondéjar a las Guájaras y tierra de Almuñécar. Oháñez es un lugar puesto entre dos ríos en los confines de la Alpujarra, marquesado de Cenete, y tierra de Almería: aquí se recogieron moros que andaban huidos en la montaña (sobras de los reencuentros pasados), convidados de la fortaleza del sitio, y persuadidos por el Tahalí a quien tomaron por capitán. Pusieron mil hombres a la guardia del lugar donde habían encerrado sus hijos, mujeres, y haciendas; sin otro mayor número que defendían la tierra, todos determinados a pelear.

     Estaba el marqués de Vélez en el río de Almería entretenido con parte de la gente del reino de Murcia; y la demás era vuelta, como es costumbre, rica de la ganancia; esperaba orden del Rey si tornaría a la tierra de Cartagena, que confina con el reino de Granada por el río de Mojácar que los antiguos llamaban Murgis; ampararía la tierra del Rey y la suya vecina a la mar; defendería que los moros del reino de Granada no pasasen por aquella parte a desasosegar los del reino de Valencia, recelado y cuasi cierto peligro en la primera ocasión de pérdida nuestra importante; y convenía (ocupado el marqués de Mondéjar en las Guájaras), atajar el fuego de las espaldas. No había en pie armas tan cerca como éstas, solicitadas por el presidente de Granada, mas después con aprobación del Rey.

     Los que igualmente juzgaban lo bueno que lo malo, atribuían a pasión esta diligencia, por excluir o dar compañero al marqués de Mondéjar; pero las personas libres, a buena provisión y en conveniente coyuntura. Moviose el marqués de Vélez con tres mil infantes y trescientos caballos contra los enemigos, que le esperaban a la subida de la montaña en un paso áspero y dificultoso: combatiolos y rompiolos no sin dificultad; donde se mostró por su persona buen caballero. Mas los enemigos recogiéndose a Oháñez estuvieron a la defensa. Acometiolos con pocas armas, y rompiolos segunda vez; murieron cuasi doscientos hombres con Tahalí, su capitán, y en la entrada muchas mujeres; de los nuestros algunos: salváronse de los moros por las espaldas del lugar la mayor parte que estaba a la defensa, sin ser seguidos; y pudieran si algún capitán plático los gobernara, hacer daño a los nuestros, embebecidos y cargados con el saco. Fue grande la importancia del hecho por la ocasión. A las gradas de la iglesia halló el Marqués cortadas veinte cabezas de doncellas, los cabellos tendidos, puestas por orden, que los de aquella tierra cuando el río de Almería se rebeló, en una junta que tuvieron en Güécija, prometieron sacrificar juntamente con veinte sacerdotes adoradores de los ídolos (que tal nombre dan a las imágenes); porque Dios y su profeta Mahoma los ayudase. Poco antes que el Marqués entrase habían degollado las doncellas; los sacerdotes hicieron mayor defensa; mas con quemar veinte frailes ahogados en aceite hirviendo, pagaron el voto en la misma Güécija: Cruel y abominable religión, aplacar a Dios con vida y sangre inocente, pero usada dende los tiempos antiguos en África, traída de Tiro, introducida en la ciudad de Cartago por Dido su fundadora; tan guardada hasta nuestros [86] tiempos entre los moradores de aquella región, que es fama que en la gran empresa que el emperador don Carlos vencedor de muchas gentes hizo contra Barbarroja, tirano de Túnez, sacrificaron los moros del cabo de Cartago cinco niños cristianos al tiempo que descubrieron nuestra armada, a reverencia de cinco lugares que tienen en el Alcorán, donde se inclinan porque Dios los ampare y defienda en los peligros. El Marqués habido este suceso en su favor, se recogió con la gente que con él quiso quedar en Terque lugar del río de Almería, corriendo por la tierra.

     Las cosas de Granada estaban en el estado que tengo dicho. El Rey había enviado a don Antonio de Luna, hijo de don Álvaro de Luna, y a don Juan de Mendoza, hombres de gran linaje, pláticos en la guerra, que habían tenido cargos y dado buena cuenta dellos; para que asistiesen con el conde de Tendilla como consejeros, estando a la orden que él les diese en ausencia del Marqués, su padre; avisando al Conde de la provisión con palabras blandas y comedidas, para que con ellos pudiese descargar parte del trabajo. Puso el Conde a don Juan dentro en la ciudad con la infantería, cuyas armas había profesado; y a don Antonio a la guarda de la Vega con doscientos caballos y parte también de la infantería.

     Llegado el marqués de Mondéjar a Órgiba continuando su propósito, ocupose en recibir pueblos y gente, que sin condición venían a rendirse con las armas; y en perseguir las sobras del campo de Aben Humeya, su persona parientes y allegados, que eran muchos, y con él andaban huidos por las montañas. Estaba aún Valor, el alto, por rendirse, pero sosegado; adonde tuvo aviso que Aben Humeya se recogía con treinta hombres en las casas de su padre, y en Mecina su tío Aben Jahuar. Envió dos compañías de infantería que no los hallando se tornaron con haber saqueado a Valor y Mecina; mas a los de Mecina que estaban con salvaguardia, mandó volver la ropa y captivos dende sa poco. Fue también avisado que en el mismo lugar se escondía Aben Humeya con ocho personas, y envió dos escuadras con sendos adalides pláticos de la tierra con orden que vivo o muerto le hubiesen a las manos. Llaman adalides en lengua castellana a las guías y cabezas de gente del campo, que entran a correr tierra de enemigos; y a la gente llamaban almogávares: antiguamente fue calificado el cargo de adalides; elegíanlos sus almogávares; saludábanlos por su nombre levantándolos en alto de pies en un escudo; por el rastro conocen las pisadas de cualquiera fiera o persona, y con tanta presteza que no se detienen a conjeturar; resolviendo por señales, a juicio de quien las mira livianas, mas al suyo tan ciertas, que cuando han encontrado con lo que buscan, parece maravilla o envahimiento. No hallaron en Valor, el alto rastro de Aben Humeya, pero en el bajo oyeron chasquido de jugar a la ballesta, músicas, canto y regocijo de tanta gente, que no la osando acometer, se tornaron a dar aviso. Envió dos capitanes, Antonio de Ávila y Álvaro Flores con trescientos arcabuceros escogidos entre la gente que a la sazón había quedado, que era poca, porque con la ganancia de las Guájaras, y con tener por acabada la guerra, se habían ido a sus casas; hombres levantados sin pagas, sin el son de la caja, concejiles; que tienen el robo por sueldo, y la codicia por superior. Fueron con estos trescientos, otros más de quinientos aventureros y mochileros a hurto, sin que guarda o diligencia pudiese estorballo. Llevaron los capitanes orden de palabra, que tomasen y atajasen los caminos, cercasen el lugar y sin que la gente entrase dentro, llamasen los regidores y principales; requiriésenlos que entregasen Aben Humeya que se llamaba rey; y en caso que se excusasen, con personas diputadas por ellos mismos y por los capitanes, le buscasen por las casas, y no pareciendo, trajesen los regidores presos ante el Marqués, sin hacer otro daño en el lugar. Partieron con esta resolución, y antes que llegasen a Valor, donde se descubre la punta de Castil de Ferro, los alcanzó Ampuero, capitán de campaña, y les dio la misma orden por escrito; añadiendo que si gente de salvaguardia o de Valor, el alto, la hallasen en el bajo, la dejasen estar. Mas Antonio de Ávila que ya traía consigo la mala fortuna, dicen que respondió: «que si en algo se excediese de la orden, todo sería dar culpa a los soldados». Llegando a Valor tomaron los caminos, cercaron el lugar, salieron los principales a ofrecer favor, diligencia, vituallas; mas los que vinieron al cuartel de Antonio de Ávila fueron muertos sin ser oídos. Alterose el lugar; entraron los soldados matando y saqueando; juntáronseles los de Álvaro Flores que para esto eran todos en uno; murieron algunos moriscos, que no pudieron defenderse ni huir; fue robada la tierra, y los soldados recogieron el robo en la iglesia, diciendo los capitanes que su orden era llevar los moriscos presos, y no podían de otra manera cumplir con ella. Mas los moriscos, visto el daño, hicieron ahumadas a los suyos que andaban por la montaña, y a los que cerca estaban escondidos; los nuestros al nacer del día, partiendo la presa, en que había ochocientos captivos y mucha ropa, las bestias y ellos cargados, tomaron el camino de Órgiba, los embarazos y presas en medio. Partida la vanguardia, mostrose a la retaguardia Abenzaba, capitán de Aben Humeya en aquel partido, con trescientos hombres como de paz; requeríalos con la salvaguardia; que dejando las personas captivas llevasen el resto; mas viendo cuán poco les aprovechaba comenzaron a picallos y desordenallos, hasta que a la cubierta de un viso dieron en la emboscada de doscientos hombres, y volviéndose a las mujeres les dijeron: «Damas, no vais con tan ruin gente». Juntamente con estas palabras, el Partal, hombre cuerdo y valiente, uno de cinco hermanos todos deste nombre, que vivían en Narila, acometió la retaguardia por el costado; mas los soldados por no desamparar la presa hicieron poca resistencia; la vanguardia caminaba cuanto podía sin hacer alto ni descargarse de la presa, y todos iban ya ahilados; los delanteros por llegar a Órgiba, los postreros por juntarse con los delanteros; en fin, del todo puestos en rota sin osar defenderse ni huir, muertos los capitanes y oficiales; rendidos los soldados y degollados, con la presa a cuestas o en los brazos: salváronse entre todos como cuarenta; los demás fueron muertos sin recebir a prisión; ni perder los enemigos hombre, de quinientos que se juntaron. Como sucedió el caso, enviaron a excusarse con el Marqués, cargando la culpa a los capitanes, y ofreciendo estar a justicia. Mas él entendida la desgracia puso en Órgiba mayor guardia, repartió los cuarteles a la caballería, [87] como quien esperaba los enemigos. Llegó el mismo día el aviso a Granada; y el conde de Tendilla despachó a don Antonio de Luna con mil infantes y cien caballos, y orden que llegado a Lanjarón hasta donde era el peligro, dejando la gente en lugar seguro y el gobierno al sargento mayor, tornase a Granada. Llegaron a Órgiba dentro del tercero día que el caso aconteció; reforzó las guardias en el Alhambra, en la ciudad y la Vega, porque los moriscos favorecidos con este suceso no intentasen novedad.

     Había escrito el Rey al Marqués, que temporizase con los enemigos, no se poniendo en ocasión de peligro; temeroso de nuestra gente, por ser toda número (24), exceptos los particulares. Representábansele los inconvenientes que en una desgracia pueden suceder; acabarse de levantar el reino, venir los de Berbería en ocasión que las armas del gran turco se comenzaban a mostrar en Levante; incierto donde pararía tan gran armada, aunque se veía que amenazase a Cipro. Parecíanle las fuerzas del Marqués pocas para mantener lo de dentro y fuera de Granada; tenía lo pasado más por correrías, escaramuzas y progresos de gente desarmada, que por guerra cumplida. El general calumniado en la ciudad, que le tenía de hacer espaldas, de donde había de salir el nervio de la guerra; la voluntad de algunas ciudades y señores en el Andalucía no muy conformes con la suya, los soldados descontentos, y no faltaban pretensiones de personas que andaban cerca de los príncipes, o a las orejas de quien anda cerca dellos. Pareció por entonces consejo de necesidad suspender las armas, y tanto más cuando llegó la nueva de la desgracia acontecida en Valor. Escribiose al Marqués resolutamente que no hiciese movimiento; y porque la autoridad que tenía en aquella tierra era grande, y la costumbre de mandar muy arraigada de padre y abuelo, y parecía que en reino extendido y tierra doblada no podía dar cobro a tantas partes, como la experiencia lo mostraba, porque estando en Órgiba, se levantaron las Guájaras, y yendo a las Guájaras, Oháñez acordó dividir la empresa, dando al marqués de Vélez cargo de los ríos de Almería y Almanzora, tierra de Baza y Guadix, y al de Mondéjar el resto del reino de Granada; enviar a ella por superior de todo a su hermano don Juan de Austria; por ventura resoluto a descomponer al uno y al otro, y cierto de que ninguno dellos se tendría por agraviado: pues con la autoridad y nombre de su hermano cesaban todos los oficios, los pueblos se mandarían con mayor facilidad, contribuirían todos más contentos, servirían más listos teniendo cerca del Rey a su hermano por testigo, los soldados un general que los gratificase y adelantase, la elección daría mayor sonido entre naciones apartadas, suspendería los ánimos de los bárbaros, quitaríales la avilanteza de armar, imposibilitaríalos de hacer el socorro formado como empresa difícil y sin efecto; ocuparía a don Juan en hechos de tierra, como lo estaba en los de mar; haríale plático en lo uno y en lo otro: mozo despierto, deseoso de emplear y acreditar su persona, a quien despertaba la gloria del padre y la virtud del hermano. Decíase también que en esta empresa el Rey deseaba ver el ánimo del marqués de Mondéjar inclinado a mayores demostraciones de rigor, por la venganza del descanso divino y humano, por la rebelión, por el ejemplo de otros pueblos. Encendían esta opinión relaciones y pareceres de personas, que cualquiera cosa donde no ponen las manos les parece fácil, sin medir tiempo ni posibilidad, presente o por venir, y de otras apasionadas; no sin artificio y entendimiento de unas con otras. Mas los príncipes toman lo que les conviene de las relaciones, dejando la pasión para su dueño.

     Estando las cosas en tales términos, con el suceso de Valor tomaron los enemigos ánimo para descubrirse, y Aben Humeya entró con mayor autoridad y diligencia en el gobierno; no como cabeza de pueblos rogados o gente esparcida sin orden, sino como rey y señor. Siguió nuestra orden de guerra, repartió la gente por escuadras, juntola en compañías, nombró capitanes, mandó que aquellos y no otros arbolasen banderas, púsolos debajo de coroneles, y cada partido que estuviese al gobierno de uno que dicen alcaide (tahas llaman ellos a los partidos de tahar, que en su lengua quiere decir sujetarse): éste mandaba lo de la guerra; nombre entre ellos usado dende tiempos antiguos, y puesto por nosotros a los que tienen fortalezas en guarda. Para seguridad de su persona pagó arcabucería de guardia, que fue creciendo hasta cuatrocientos hombres; levantó un estandarte bermejo, que mostraba el lugar de la persona del Rey, a manera de guión.

     Del principio desta ceremonia en los reyes de Granada, olvidada por haber pasado el reino a los de Castilla, diremos ahora. Muerto Abenhut, que tenía a Almería por cabeza del reino, tomaron (como dijimos), por rey en Granada a Mahamet Alhamar, que quiere decir el Bermejo. Cuando el santo rey don Fernando el Tercero vino sobre Sevilla, hallose con mucha caballería este Mahamet a servir en aquella empresa, por haberle ayudado el rey don Fernando a tomar el reino; pareciole autoridad el uso de guión, agradecimiento y honra poner en él el color y banda, que traen los reyes de Castilla. Armole caballero el Rey el día que entró en Sevilla; diole el estandarte por armas para él y los que fuesen reyes en Granada; la banda de oro en campo rojo con dos cabezas de sierpes a los cabos, según la traen en su guión los reyes de Castilla; añadió él las letras azules que dicen: «No hay otro vencedor sino Dios»; por timbre tomó dos leones coronados que sobre las cabezas sostienen el escudo; traen el timbre debajo de las armas, como nosotros encima; porque así escriben y muestran los sitios, y cuentan las partes del cielo y la tierra, al contrario de nosotros. Mas las armas antiguas de los reyes de la Andalucía eran una llave azul en campo de plata; fundándose en ciertas palabras del Alcorán, y dando a entender que con la destreza y el hierro abrieron por Gibraltar la puerta a la conquista de poniente, y de aquí llaman a Gibraltar por otro nombre, el monte de la Llave. Hoy duran sobre la principal puerta de la Alhambra estas armas, con letras que declaran la causa y el autor del castillo.

     Hacía con los suyos Aben Humeya su residencia en los lugares de Valor y Poqueira, y en los que están en lo áspero de la Alpujarra; comiendo la vitualla que tenían encerrada y la que hallaban sin dueño, con mayor abundancia y a más bajos precios que nosotros. Las rentas que para mantenimiento del reino le señalaron, fueron el diezmo de los frutos y el quinto de las presas, [88] y más lo que tiránicamente quitaba a sus súbditos. De esta manera se detuvieron, el marqués de Mondéjar rehaciéndose de gente en Órgiba, incierto en qué pararía la suspensión del Rey, y Aben Humeya gozando del tiempo, cobrando fuerzas, esperando el socorro de Berbería para mantener la guerra, o navíos en que pasarse y desamparar la tierra.

     Estando las armas en este silencio, porque el bullicio no cesase en alguna parte, sucedió en Granada un caso, aunque liviano, que por ser en ocasión y no pensado escandalizó. Había en la cárcel de la cancillería hasta ciento y cincuenta moriscos presos, parte por seguridad (que eran escandalosos), parte por delitos o sospecha dellos; todos como de los más ricos y acreditados en la ciudad, así de los más inhábiles para las armas; gente dada a trato y regalo. Contra éstos se levantó voz a media noche estando los hombres en sosiego, que procuraban quebrantar las prisiones, matar las guardias, salir de las cárceles, y juntos con los moros de la Vega y Alpujarra levantar el Albaicín, degollar los cristianos, escalar el Alhambra, y apoderarse de Granada: empresa difícil para sueltos y muchos y experimentados, aunque con menos recatamiento se estuviera. Mas no dejó de tener este movimiento algunas causas; porque hubo información que lo trataban, y deposiciones de testigos, que en ánimos sospechosos lo imposible hacen parecer fácil. Acrecentaron la sospecha algunas escalas, aunque de esparto, anchas y fuertes, fabricadas para escalar muralla, que el Conde halló en cierta cueva al cerro de Santa Elena; pertrecho que los moros guardaban para entrar en el Alhambra la noche que vinieron al Albaicín, como está dicho. Alborotado el pueblo, corrió a las cárceles con autoridad de justicia, acriminando los ministros el caso y acrecentando la indignación; mataron cuasi todos los moriscos presos, puesto que algunos hiciesen defensa con las armas que hallaban a mano, como piedras, vasos, madera, poniendo tiempo entre la ira del pueblo y su muerte. Había en ellos culpados en pláticas y demostraciones, y todos en deseo; gente flaca, liviana, inhábil para todo, sino para dar ocasión a su desventura.

     No dejaban los moros en todo tiempo de procurar algún lugar de nombre en la costa para dar reputación a su empresa, y acoger armada de Berbería; pero su principal intento se encaminaba a tomar a Almería, ciudad asentada en sitio más a propósito que Málaga, y después della la más importante; habitada de moriscos y cristianos viejos, cerca de los puertos de cabo de Gata, y de abundancia de carne, pan, aceite, frutas; puesta a la entrada de muchos valles que unos llevan a la parte del maestral a Granada, y otros a la del griego al río de Almanzora y tierra de Baza; al levante la de Cartagena, y al poniente Almuñécar y Vélez Málaga. En tiempo de romanos y godos fue, como ahora, cabeza de provincia llamada Virgi, y en el de los moros, de reino, después que fueron echados de Córdoba. Pobláronla los de Tiro que vinieron a Cádiz, poco apartada de la mar; los moros por la comodidad del agua, pasaron la población adonde ahora está. Destruyola el emperador de España don Alonso el Sétimo, trayendo a sueldo el conde de Barcelona, con sesenta galeras y ciento y sesenta y tres (25) navíos de genoveses, con Balduino y Ansaldo de Oria, generales de la armada, a quien el Rey dio, por cuenta de sus sueldos, el vaso verde que hoy muestran en San Juan, y dicen ser esmeralda, y puédese creer sin maravilla, vista la grandeza de las que comienzan a venir del Nuevo Mundo y la que refieren algunos antigos escriptores. Esto tratan nuestras historias, aunque las de genoveses refieren haberle tomado en la conquista de Cesárea en Asia, siendo su capitán Guillelmo, que llamaban Cabeza de martillo: quede la fe desto al arbitrio de los que leen. Tornó a restaurar la ciudad Abenhut. Cerca del nombre, aprendí de los moros naturales, que por la fábrica de espejos de que había gran trato, la llamaron Almería, tierra de espejos quiere decir, porque al espejo llaman meri. Dicen los moros valencianos que por espejo del reino le pusieron este nombre. Las historias arábigas, que en gran parte son fabulosas, cuentan que en lo más alto había un espejo semejante al que se finge de La Coruña, en que se descubrían las armadas. La memoria de los antigos antes de los moros es que había atalaya, a que los latinos llamaban specula, como en la misma Coruña, para encaminar y mostrar los navíos que venían a la costa, y de allí le dieron el nombre. Pero el autor que yo sigo, y entre los arábigos tiene más crédito, dice que cuando los moros ganada España se quisieron volver a sus casas, para detenellos, les dieron a poblar a cada uno la tierra que más parecía a la suya; y a estas provincias llamaron Coras, que quiere decir tanto, como la redondez de la tierra que descubre la vista: horizonte la podrían llamar los curiosos de vocablos. Los de Almería (26), ciudad populosa en la provincia de Frigia, donde fue cabeza la gran Troya, escogieron a Virgi por habitación, porque les pareció semejante a su ciudad, y le dieron su nombre, como dijimos que los de Damasco dieron el suyo a Granada. Fue Almería la de Asia destruida por el emperador Constancio, en tiempo de Mauhía IV, sucesor de Mahoma. Pues viendo el Rey que los moros insistían tanto en la empresa de Almería, y si la ocupasen sería tener la puerta del reino y fundar en ella nombre y cabeza, según la tuvieron en otros tiempos; aunque por don García de Villarroel se guardase con bastante diligencia, quiso guardarla con más autoridad. Mandó que por entonces tuviese el cargo con mayor número de gente don Francisco de Córdoba que vivía retirado en casa; hombre plático en la guerra contra los moros, y que había seguido al Emperador en algunas; criado debajo del amaestramiento de dos grandes capitanes, uno don Martín de Córdoba, su padre, conde de Alcaudete; otro don Bernardino de Mendoza, su tío. Estando en Almería don Francisco, llegó Gil de Andrada con las galeras de su cargo y otras con que guardaba la costa; y teniendo ambos aviso que en la sierra de Gador se recogía gran número de moros con sus mujeres y hijos (sobras de gente corrida (27) por los marqueses de Mondéjar y Vélez), acompañados de treinta turcos, temiendo que juntos con otros le desasosegasen a Almería; juntó gente de la tierra, de la guardia della, y de las galeras hasta setecientos arcabuceros y cuarenta caballos. Fue sobre ellos, que estaban fuertes, y a su pesar defendidos con algún reparo de manos y aspereza del lugar: a [89] la tierra llaman Alcudia, y al pueblo Inox, pocas leguas de Almería. Estuvo detenido cuasi cuatro días (por ser malo el tiempo en fin de enero), al pie de la montaña, y cuasi desconfiado de la empresa; resolviose a combatillos por dos partes, aunque era difícil la subida; hicieron la defensa que pudieron con piedras y gorguces, porque en tanto número como mil y quinientos hombres, había solos cuarenta arcabuceros y ballesteros: fueron rotos; murieron muchos, y con más pertinacia que los de otras partes, porque hasta las mujeres meneaban las armas (28); hubo captivos cuasi dos mil personas; saliéronse los moros y entre ellos el capitán llamado Corcuz de Dalias, para caer después en las manos de los nuestros cerca de Vera, y morir en Adra sacados los ojos, con un cencerro al cuello, entregado a los muchachos, por los daños que siendo corsario había hecho en aquella costa. Tornó don Francisco la gente a Almería rica y contenta; dividió la presa entre los soldados; proveyó de esclavos las galeras; mas dende a pocos días, entendiendo como el marqués de Vélez venía por general de toda aquella provincia, y pareciéndole que bastaba para la ciudad un solo defensor, pidió licencia, y habida del Rey tornó a su casa.

     Crecía la libertad por todo y la permisión de los ministros, unos mostrando contentarse, otros no castigando; hombres a quien las desórdenes de nuestros soldados parecían venganzas, otros a quien no pesaba que creciesen éstas, y se diese ocasión a que el resto de los moriscos que estaba pacífico tomase las armas. Juntábanseles los ministros de justicia, pertinaces de su opinión, impacientes de esperar tiempo para el castigo, poco pláticos de temporizar hasta la ocasión; el interés de los que desean acrecentar los inconvenientes, la avaricia de los soldados, y por ventura la indignación del príncipe, la voz del pueblo, y quién sabe si la de Dios, para que el castigo fuese general, como había sido la ofensa.

     Estaba por rebelar la Vega de Granada, de donde y de la tierra a la redonda cada día se pasaba gente y lugares enteros a los enemigos, excusándose con que no podían sufrir los robos de personas y haciendas, las fuerzas de hijas y mujeres, los captiverios, las muertes. Estaba sosegada la serranía y el habaral de Ronda, la hoya y jarquía de Málaga, la sierra de Bentomiz, el río de Boloduí, la hoya y tierra de Baza, Güéscar, el río de Almanzora, la sierra de Filabres, el Albaicín y barrios de Granada poblados de moriscos. Había levantados algunos lugares en tierra de Almuñécar, el Val de Lecrin, el Alpujarra, tierra de Guadix, marquesado de Cenete, río de Almería, que en esto se encierra todo el reino de Granada poblado de moriscos. Mas Aben Humeya no perdía ocasión de solicitallos por medio de personas, que tenían entre ellos autoridad, o deudos de las mujeres con quien se había casado: usaba de blandura general; quería ser tenido por cabeza, y no por rey; la crueldad, la codicia cubierta engañó a muchos en los principios; pero no a su tío Aben Jahuar, que, dejando parte del dinero y riquezas en poder del sobrino, llevando lo mejor consigo, resoluto de huir a Berbería, mostró ir a solicitar el levantamiento de la sierra de Bentomiz: vino a Pórtugos, donde murió de dolor de la hijada, viejo, descontento y arrepentido. Mostró Aben Humeya descontentamiento, más por haberle la enfermedad quitado el cuchillo de las manos, que por la falta del tío; tomole los dineros y hacienda con ocasión de entregarse de mucha, que había entrado en su poder de diezmos y quintos. Tal fue la fin de don Fernando el Zaguer Aben Jahuar, cabeza del levantamiento en la Alpujarra, inventor del nombre de rey entre los moros de Granada, poderoso para hacer señor a quien le quitó la hacienda y fue causa de su muerte; tal el desagradecimiento de Aben Humeya contra su sangre, que le había dado señorío y título de rey, pudiéndolo tomar para sí. Mas así a los príncipes verdaderos como a los tiranos son agradables los servicios, en cuanto parece que se pueden pagar; pero cuando pasan muy adelante, dase aborrecimiento en lugar de merced.

     Acabó de resolverse el Rey en la venida de su hermano a Granada, para emplealle en empresa que puesto que de suyo fuese menuda, era de muchos cabos peligrosa, por la vecindad de Berbería; y queriéndose llevar por violencia, larga; por ser guerra de montaña, en ocasión que el rey de Argel estaba armado, y la armada del Gran Turco junta contra venecianos. Hizo dos provisiones: una en don Luis de Requesens, que estaba por embajador en Roma, teniente de don Juan de Austria en la mar, para que con las galeras de su cargo que había en Italia, y trayendo las banderas del reino de que don Pedro de Padilla era maestro de campo, viniese a hacer espaldas a la empresa, poniendo la gente en tierra donde a don Juan pareciese que podía aprovechar; y juntando con sus galeras las de España, cuyo capitán era don Sancho de Leiva, hijo de Sancho Martínez de Leiva, estorbase el socorro que podía venir de Berbería a los enemigos; proveyese de vitualla y municiones las plazas del reino de Granada que están a la costa, y al ejército cuando estuviese en parte a propósito. Otra provisión (resoluto de hacer la guerra con mayores fuerzas), fue mandar al marqués de Mondéjar que estaba en Órgiba para salir en campo, que dejando en su lugar a don Antonio de Luna o a don Juan de Mendoza, cual dellos le pareciese, con expresa orden que no innovasen ni hiciesen la guerra; viniese a Granada para recibir a don Juan y asistir con él en consejo, juntamente con los que hubiesen de tratar los negocios de paz y guerra, no dejando el uso de su oficio, como capitán general de la gente ordinaria del reino de Granada; o si mejor le pareciese, quedase en Órgiba a hacer la guerra guardando en todo la orden que don Juan de Austria, su hermano, le diese, a quien enviaba por cabeza y señor de la empresa. Pareció al Marqués escoger la asistencia en consejo, o porque con la plática de la guerra pasada, con el conocimiento de la tierra y gente, y con el ejercicio de aquella manera de milicia en que se había criado (aunque en todo diferente de la ordinaria), esperaba que el crédito y el gobierno pararía en su parecer, y la ejecución en su mano; o temiendo quedar debajo de mano ajena, y ser mal proveído, mandado y a veces calumniado o reprendido como ausente: dejó a don Juan de Mendoza contento, regalado y honrado en Órgiba, por ser hombre plático, más desocupado, de su nombre, y con cuyos deudos tenía antigua amistad (aunque algunos creen que en ello no hizo su provecho), y vino a Granada. Salido de Órgiba, [90] estuvo aquella frontera sosegada, sin hacer ni recebir daño de los enemigos, discurriendo ellos a una y otra parte con libertad.

     Llegó don Juan de Austria trayendo consigo a Luis Quijada (plático en gobernar infantería, cuyo cargo había tenido en tiempo del Emperador), hombre de gran autoridad, por voluntad del Rey, que le remitió la suma de todo lo que tocaba al gobierno de la persona y consejo del hermano, y por la crianza que había hecho en él, por mandado del Emperador. Fue recebido don Juan con grandes demonstraciones y confianza, sin dejar ninguna manera de ceremonia, excepto las ordinarias que se suelen hacer a los reyes; y aun la lisonja (que su verdad está en las palabras), se extendió a llamarle Alteza, no embargante que hubiese orden expresa del Rey, para que su ministros y consejeros le llamasen Excelencia, y él no se consintiese llamar de sus criados otro título. Posó en las casas de la Audiencia por estar en medio de la ciudad; casas de mala ventura las llamaban en su tiempo los moros, y así dellas salió su perdición. Llegó dende a pocos días Gonzalo Hernández de Córdoba, duque de Sesa, nieto del Gran Capitán, que después de haber dejado el gobierno del estado de Milán, conformando más su voluntad con la de sus émulos que con la del Rey, vivía en su casa libre de negocios aunque no de pretensiones: fue llamado para consejo, y uno de los ministros desta empresa, como quien había dado buena cuenta de las que en Lombardía tuvo a su cargo. Lo primero que se trató fue procurar que se asegurase Granada contra el peligro de los enemigos declarados fuera y sospechosos dentro; visitar la gente que estaba alojada en el Albaicín y otras partes, por la ciudad y la Vega, y en frontera contra los enemigos; repartir y mudar las guardias, al parecer con más curiosidad que necesidad de los muros adentro; y aun quedó muchos meses de parte del realejo sin guardia a discreción de pocos enemigos. En el campo andaban solas dos cuadrillas, ningunos atajadores por la tierra; que daba avilanteza a los contrarios de inquietar la ciudad, y a nosotros causa de correr las calles a un cabo y a otro, y algunas veces salir desalumbrados, inciertos del camino que llevaban. Atajadores llaman entre gente del campo hombres de a pie y de a caballo, diputados a rodear la tierra, para ver si han entrado enemigos en ella o salido. Era excusable esta manera de defensa por ser aventurera la gente, muchas banderas de poco número, mantenidas sin pagas con solos alojamientos, la ciudad grande, continuada con la montaña; los pasos como pocos y ciertos en tiempo de nieve, así muchos e inciertos estando desnevada la sierra; un ejército en Órgiba, que los moros habían de dejar a las espaldas viniendo a Granada, aunque lejos.

     El propósito requiere tratar brevemente del asiento de Granada por clareza de lo que se escribe. Es puesta parte en monte y parte en llano: el llano se extiende por un cabo y otro de un pequeño río que llaman Darro, que la divide por medio; nace en la Sierra Nevada, poco lejos de las fuentes de Genil, pero no en lo nevado; de aire y agua tan saludable, que los enfermos salen a repararse, y los moros venían de Berbería a tomar salud en su ribera, donde se coge oro; y entre los viejos hay fama, que el rey de España don Rodrigo tenía riquísimas minas debajo de su cerro que dicen del sol. Está lo áspero de la ciudad en cuatro montes: el Alhambra a levante, edificio de muchos reyes, con la casa real, y San Francisco, sepultura del marqués don Íñigo de Mendoza, primer alcaide y general, humilde edificio, mas nombrado por esto; fuerza hecha para sojuzgar la parte de la ciudad que no descubre la Alhambra, con el arrabal de la Churra y calle de los Gomeres, que todo se continúa con la sierra de Güéjar; el Antequeruela, y las torres bermejas, que llaman Mauror, a mediodía; el Albaicín, que mira al norte con el Hajariz; y como vuelve por la calle de Elvira la ladera que dicen Cenete por ser áspera; el Alcazaba cuasi fuera de la ciudad a mano derecha de la puerta de Elvira que mira al poniente. Con estos dos montes Albaicín y Alcazaba se continúa la sierra de Cogollos, y la que decimos del Puntal. En torno destos montes y la falda dellos, se extienden los edificios por lo llano hasta llegar al río Genil que pasa por defuera. Al principio de la ciudad, la Plaza Nueva sobre una puente; y cuasi al fin, la de Bibarrambla, grande, cuadrada, que toma nombre de la puerta; ambas plazas juntadas con la calle de Zacatín; antes la iglesia mayor, templo el más suntuoso después del Vaticano de San Pedro; la capilla en que están enterrados los Reyes don Fernando y doña Isabel, conquistadores de Granada, con sus hijos y yernos; el alcaicería que hasta ahora guarda el nombre romano de César (a quien los árabes en su lengua llaman Caizar), como casa de César. Dicen las historias arábigas y algunas griegas, que por encerrarse y marcarse dentro la seda que se vende y compra en todo el reino la llaman desa manera, dende que el Emperador Justino concedió por privilegio a los árabes scenitas, que solos pudiesen crialla y beneficialla; mas extendiendo debajo de Mahoma y sus succesores su poder por el mundo, llevaron consigo el uso della, y pusieron aquel nombre a las casas donde se contrataba; en que después se recogieron otras muchas mercaderías, que pagaban derechos a los emperadores, y perdido el imperio a los reyes. Fuera de la ciudad el Hospital Real, fabricado de los Reyes don Fernando y doña Isabel, San Hierónimo, suntuoso sepulcro del gran capitán Gonzalo Hernández y memoria de sus victorias; el río Genil, que cuasi toca los edificios, dicho de los antiguos Singilia, que nace en la Sierra Nevada, a quien llamaban Solaria y los moros Solaira, de dos lagunas que están en el monte cuasi más alto, de donde se descubre la mar, y algunos presumen ver de allí la tierra de Berbería. En ellas no se halla suelo ni otra salida sino la del río, cuyas fuentes tienen los moradores por religión, diciendo que horadan el monte por milagro de un santo que está sepultado en otro monte contrario, dicho Sant Alcazaren. Va primero al norte, y pequeño; mas en poco camino, grande con las nieves cuando se deshacen y arroyos que se le juntan. A una y otra parte moraban pueblos, que agora aun el nombre dellos no queda: iliberitanos o libertinos en tiempo de los antiguos españoles, lo que decimos Elvira, en cuyo lugar entró Granada; ilurconeses, pequeños cortijos; la torrecilla y la torre de Roma, recreación de la Cava romana, hija del conde Julián el traidor: todo poblaciones de los soldados que acompañaron a Baco en la empresa de España; según muestran los nombres y muchos letreros e imágenes, en que se ven esculpidas procesiones y personajes que representan juegos y ceremonias [91] del mismo Baco a quien tuvieron por dios; todo esto en la Vega. Después Loja, Antequera, dicha Singilia, del nombre del mismo río; Écija, dicha Ástigis: colonias de romanos antiguamente, hoy ciudades populosas en el Andalucía, por donde pasa; hasta que haciendo mayor a Guadalquivir, deja en él aguas y nombre.

     Cesaron los oficios de Guerra y gobierno, excepto de justicia, con la presencia de don Juan. Su comisión fue sin limitación ninguna; mas su libertad tan atada, que de cosa grande ni pequeña podía disponer sin comunicación y parecer de los consejeros y mandado del Rey, salvo deshacer o estorbar; que para esto la voluntad es comisión: mozo afable, modesto, amigo de complacer, atento a los oficios de guerra, animoso, deseoso de emplear su persona. Acrecentaba estas partes la gloria del padre, la grandeza del hermano, las victorias del uno y del otro. Lo primero en que se ocupó fue en reformar los excesos de capitanes y soldados en alojamientos, contribuciones, aprovechamientos de pagas, estrechando la costa, aunque no atajando las causas de la desorden. En aquellos principios don Juan era poco ayudado de la experiencia, aunque mucho de ingenio y habilidad. Luis Quijada, áspero, riguroso, atado a la letra, que tuvo la primera orden de guerra en la empresa del emperador contra el rey Enrico II de Francia, siempre mandado. Él y el duque de Sesa acostumbrados a tratar gente plática, con menos licencia, mas proveída, mayores pagas y más ordinarias en Flandes, en Lombardía, lejos cada uno de su tierra; donde convenía esperar pagas, contentarse con los alojamientos, antes que tornar a España, la mar en medio: todo aquí por el contrario. El marqués de Mondéjar también capitán general antes que soldado, criado a las órdenes de su abuelo y padre, al poco sueldo, a las limitaciones de la milicia castellana, no guiar ejércitos, poca gente, menos ejercicio de guerra abierta. El presidente sin plática de lo uno y de lo otro, a la aspereza de unos, la blandura de otros, la limitación de todos, causaba irresolución de provisiones y otros inconvenientes. No faltaron algunos de la opinión del marqués de Mondéjar, que daban la guerra por acabada. Había pocos oficiales de pluma, perdían los soldados el respeto, hacíase costumbre del vicio, envilecíase el buen nombre y reputación de la milicia; apocose tanto la gente, que fue necesario tratar de nuevo con las ciudades no sólo del Andalucía y Extremadura, mas con las más apartadas de Castilla que enviasen suplemento della; y vinieron las de más cerca, con que parecía remediarse la falta.

     Regalaba y armaba Aben Humeya los que se iban a él: tornó a solicitar con personas ciertas los príncipes de Berbería, según parecía por las respuestas que fueron tomadas: envió dineros, ropa, captivos; acercose a nuestros presidios, especialmente a Órgiba, donde entendió que faltaba vitualla. Aunque don Juan de Mendoza mantenía la gente disciplinada, ocupada en fortificar el lugar, según la flaqueza dél; mandó don Juan que fuese del Padul proveído, y llevase la escolta a su cargo Juan de Chaves de Orellana, uno de los capitanes que trujeron la gente de Trujillo. Mas él por estar enfermo envió su alférez llamado Moriz con la compañía; hidalgo, pero poco próvido y muy libre: caminó con doscientos y cincuenta soldados, hombres, si tuvieran cabeza. Entendieron los moros la salida de la escolta por sus atalayas; juntáronse trescientos arcabuceros y ballesteros, mandados por el Macox, hombre diestro y plático de la tierra, a quien después prendió don Fernando de Mendoza, cabeza de las cuadrillas, y mandó justiciar el duque de Arcos en Granada. Emboscó parte en la cuesta de Talera y un arroyo que la divide del lugar, parte en las mismas casas; y dejándolos pasar la primera emboscada, acometió a un tiempo a los que iban en la rezaga y los delanteros. Peleose en una y otra parte, pero fueron rotos los nuestros, y murieron todos; con ellos el alférez, por no reconocer; y aun dicen que borracho, más de confianza que de vino: perdiéronse bagajes, bagajeros, y la vitualla, sin escapar más de dos personas: hoy se ven blanquear los huesos, no lejos del camino. Túvose deste caso tanto secreto, que primero se supo de los enemigos. Mas porque muchos moriscos de paz, especialmente de las Albuñuelas, se hallaron con el Macox, y porque los vecinos de aquel lugar acogían y daban vitualla a los moros, y con ellos tenían continua plática; pareció que debían ser castigados y el lugar destruido, así por ejemplo de otros, como por entretener con algún cebo justificado la gente que estaba ociosa y descontenta. Es las Albuñuelas lugar asentado en la falda de la montaña a la entrada de Val de Lecrin, depósito de todos los frutos y riquezas del mismo valle, cinco leguas de Granada, en tres barrios, uno apartado de otro; la gente más pulida y ciudadana que los otros de la sierra; tenidos los hombres por valientes y que pudieron resistir las armas del Rey Católico don Fernando hasta concertarse con ventaja. Mandose a don Antonio de Luna, capitán de la Vega, que con cinco banderas de infantería y doscientos caballos, amaneciese sobre el lugar, degollase los hombres, hiciese captiva toda manera de persona, robase, quemase, asolase las casas. Mas don Antonio, hombre cuidadoso y diligente, o que no midiese el tiempo, o que la gente caminase con pereza, llegó cuando los vecinos parte eran huidos a la montaña, parte estaban prevenidos en defensa de las calles y casas, con un moro por capitán, llamado Lope. Anduvo la ejecución tan espaciosa, la gente tan tibia, que de los enemigos murieron pocos, y de ésos los más viejos, perezosos y enfermos; y de los nuestros algunos: captiváronse niños y mujeres, los que no pudieron escapar a lo alto; fue saqueado el uno de los tres barrios, y el escarmiento de los enemigos tan liviano, que saliendo por una parte nuestra gente, entraba la suya por otra: habitaron las casas, segaron sus panes aquel año, y sembraron sin estorbo para el siguiente.

     Estaban las cosas calladas y suspensas sin el continuo desasosiego, que daban los moros en la ciudad: gobernábalos en la parte que cae al valle y la Vega un capitán llamado Nacoz (que en su lengua quiere decir campana), mostrándose a todas horas y en todos lugares. Ya se habían encontrado él y don Antonio de Luna con número cuasi igual de gente de a pie, aunque con ventaja don Antonio por la caballería que llevaba: se partieron con igualdad, cuasi sin poner manos a las armas; poniéndose el Nacoz en salvo; el barranco en medio de su gente y nuestra caballería. Dicen que de allí atravesó la sierra de la Almijara, y por Almuñécar, con su hacienda y familia pasó a Berbería.

     Visto por don Juan que los enemigos crecían en número [92] y experiencia; que eran avisados por los moriscos de Granada, ayudados con vitualla, reforzados con parte de la gente moza de la ciudad y la Vega; que no cesaban las pláticas y tratados; el concierto de poner en ejecución el primero aún estaba en pie; que tenían señalado día y hora cierta para acometer la ciudad; número de gente determinado; capitanes nombrados Girón, Nacoz, uno de los Partales, Farax, Chocón, Rendati, moriscos; Caracax y Hosceni, turcos, y Dalí capitán general de todos, venido por mandado del rey de Argel; dio aviso de todo encareciendo el peligro por parte de los enemigos, si se juntaban con los de Granada y la Vega, y de los nuestros por la flaqueza que sentía en la gente común, por la corrupción de costumbres y orden de guerra.

     Mandó el Rey que todos los moriscos habitantes en Granada saliesen a vivir repartidos por lugares de Castilla y el Andalucía; porque morando en la ciudad, no podían dejar de mantenerse vivas las pláticas y esperanzas dentro y fuera. Había entre los nuestros sospechas, desasosiego, poca seguridad; parecía a los que no tenían experiencia de mantener pueblos oprimiendo o engañando a los enemigos de dentro y resistiendo a los de fuera, estar en manifiesto peligro. Con tal resolución ordenó don Juan a los 23 de junio, que encerrasen todos los moriscos en las iglesias de sus parroquias. Ya era llegada gente de las ciudades a sueldo del Rey, y se estaba con más seguridad. Puso la ciudad en arma, la caballería y la infantería repartida por sus cuarteles; ordenó al marqués de Mondéjar que subiendo al Albaicín, se mostrase a los moriscos; y con su autoridad los persuadiese a encerrarse llanamente. Recogidos que fueron desta manera, mandáronlos ir al hospital real fuera de Granada un tiro de arcabuz; anduvo don Juan por las calles con guardas de a caballo y guión; violos recoger inciertos de lo que había de ser dellos; mostraban una manera de obediencia forzada, los rostros en el suelo con mayor tristeza que arrepentimiento; ni desto dejaron de dar alguna señal; que uno dellos hirió al que halló cerca de sí, dícese que con acometimiento contra don Juan, pero lo cierto no se pudo averiguar porque fue luego hecho pedazos; yo que me hallé presente diría que fue movimiento de ira contra el soldado, y no resolución pensada. Quedaron las mujeres en sus casas algún día, para vender la ropa y buscar dineros con que seguir, y mantener sus maridos. Salieron, atadas las manos, puestos en la cuerda, con guarda de infantería y caballería por una y otra parte, encomendados a personas que tuviesen cargo de irlos dejando en lugares ciertos del Andalucía, y guardallos; tanto porque no huyesen, como porque no recibiesen injuria. Quedaron pocos mercaderes y oficiales, para el servicio y trato de la ciudad; algunos a contemplación y por interés de amigos. Muchos de los mancebos que adivinaron la mala ventura huyeron a la sierra, donde la hallaban mayor; los que salieron por todos tres mil y quinientos; el número de mujeres mucho mayor. Fue salida de harta compasión para quien los vio acomodados y regalados en sus casas; muchos murieron por los caminos de trabajo, de cansancio, de pesar, de hambre, a hierro, por mano de los mismos que los habían de guardar, robados, vendidos por captivos.

     Ya el Rey había enviado personas que tuviesen cuenta con su hacienda, porque antes no las había, como en negocio de que presto se venría al fin; contador, pagador, veedor general y particulares; dentro en consejo al licenciado Muñatones que había servido de alcalde de corte al Emperador en sus jornadas y de su consejo; hombre hidalgo y limpio, y en diversos tiempos de próspera y contraria fortuna. Como los moriscos salieron de Granada, perdiose la comodidad de los soldados; cesaron los alojamientos, camas, fuego, vasos: cosas que se dan en hospedaje sin que la gente no puede vivir ni cómoda ni suficientemente. Aun para la ciudad y soldados no estaba hecha provisión de vitualla, pero entraron a mantener la gente con socorros, mudando término y propósito. Fue mayor el aprovechamiento de los capitanes y oficiales de guerra con los socorros y raciones, cuanto más a menudo se tomaban las muestras; entraban a ellas en lugar de soldados vecinos del pueblo; sucedieron a cumplir la hacienda del Rey, en lugar de los moriscos, los bagajeros y vivanderos rescatados; por todo se robaba a amigos, como a enemigos; a cristianos, como a moros; padecían los soldados, adolecían, íbanse, crecieron las desórdenes y composiciones por la Vega. Nació una opinión entre los ministros, la cual como provechosa donde el pueblo es enemigo y la gente poca; así errada, donde no hay pueblo contrario; y fue que no se debían tomar muestras, porque los enemigos no entendiesen cuán pocos eran los soldados, y que se debía permitir la licencia y excesos, porque no se amotinasen ni huyesen. La gente de la ciudad era mucha, buena, y armada; los moriscos fuera, los soldados no tan pocos, que no fuesen superiores, juntos con el pueblo, a los enemigos; guarda de a pie y de a caballo en la vega; armado en Órgiba don Juan de Mendoza: ¿qué temor o recatamiento podía estorbar el remedio de inconvenientes, que eran causa de poner en peligro la empresa, y de que los moros de la Vega no pudiendo sufrir tanto maltratamiento, yéndose a la sierra acrecentasen el número de los enemigos? Duró tantos meses esta manera de gobierno, que dio causa a intenciones libres y sospechosas de pensar, que no faltaban personas a quien contentase que, creciendo los inconvenientes, fuese mayor la necesidad.

     Declaró el Rey, como estaba acordado, que el marqués de Vélez tuviese cargo de los partidos de Almería, Guadix, Baza, río de Almanzora, sierra de Filabres; y queriendo salir contra los enemigos, pareciole asegurar el puerto que dicen de la Ravaha, paso de la Alpujarra para tierra de Guadix y Granada; mandó que con cuatrocientos hombres enviados de Guadix, Gonzalo Fernández, capitán viejo, plático en las escaramuzas de Orán, tomase lo alto del puerto, y se hiciese fuerte hasta tener orden suya. Comenzó a subir la montaña sin reconocer; mas los moros que estaban cubiertos en lo alto y en lo hondo del camino, dejando subir parte de la gente, echaron cuarenta arcabuceros que acometiesen la frente, y por el costado dieron cien hombres, hasta ponellos en desorden; y cargándolos en rota, murió la mayor parte huyendo; perdiéronse las armas, munición y vitualla que llevaban; poca gente tornó a Guadix con el capitán. Don Juan, temeroso que los enemigos cargasen a la parte de Guadix, proveyó [93] para guardia della a Francisco de Molina, que sirvió de capitán al Emperador en las guerras de Alemania.

     Con el suceso de la Ravaha se levantó la sierra de Bentomiz y tierra de Vélez Málaga; no hicieron los excesos que en el Alpujarra; antes contentándose con recoger la ropa a lugares fuertes sin hacer daños, echaron bando que ninguno matase o captivase cristiano, quemase iglesia, tomase bienes de cristianos o de moros que no se quisiesen recoger con ellos; fortificaron para refugio y seguridad de sus personas un monte llamado Frexiliana la vieja, a diferencia de la nueva cerca dél, deshabitado de muchos tiempos; los antigos españoles y romanos le llamaron Sexifirmum. Estuvieron desta manera tanto más sospechosos a Vélez, cuanto procedían más justificadamente, sin comunicación o comercio en el Alpujarra. Mas Arévalo de Suazo, corregidor de Málaga y Vélez, avisado primero por cartas de don Juan como los moriscos de aquella sierra estaban para levantarse y ocupar a Vélez, movido por la razón de que se podía continuar aquel levantamiento por la hoya y jarquía de Málaga, hasta tierra de Ronda, si con tiempo no se atajase, y con alguna esperanza de pacificar los moros por vía de concierto; partió de Málaga con cuatrocientos infantes y cincuenta caballos, llegó a Vélez, y hizo salir del fuerte la gente del pueblo que había desamparado lo llano; puso el lugar en defensa; socorrió el castillo de Caniles, lugar del marqués de Comares, que estaba en aprieto, echando los moros de la tierra, los cuales y los de Sedella se fueron a juntar con los de toda la sierra, y a un tiempo descubrieron el levantamiento que tengo dicho. Volvió a Vélez Suazo juntando mil y quinientos infantes con la caballería que se hallaba; y entendiendo que se recogían y fortificaban en la sierra, quiso ir a reconocellos y en ocasión combatillos. Hallolos en Frexiliana la vieja fortificados: el general dellos era Gomel, y tenía consigo otros capitanes; todos se mandaban por la autoridad de Benaguazil. Pero en la subida de la montaña creyendo que bastaría mostralles las armas, trabó la gente desmandada una escaramuza, y siguiéronla dos banderas de infantería sin orden, y sin podellos Arévalo de Suazo retirar; harto ocupado en estorbar que el resto no saliese tras ellos. Mas los moros, que habían hecho rostro a la escaramuza, viendo la gente que cargaba de nuevo y conociendo la desorden, comenzáronse a retirar hasta sus reparos, y saltando fuera golpe de arcabuceros y ballesteros, apretaron nuestra gente cuasi puesta en rota ejecutándola hasta lo llano. Arévalo de Suazo, parte acometiendo, parte retirando y amparando la gente, volvió con ella, algunos muertos y pocos heridos, a Vélez, donde estuvo a la guarda del lugar y la tierra, y los moros volvieron a continuar su fuerte. Don Juan, visto el caso, y pareciéndole dar dueño a la empresa que la hiciese a menos costa y con más autoridad, aunque en Arévalo de Suazo no hubiese, como no hubo falta, ofreció aquella jornada por mandado del Rey a don Diego de Córdoba marqués de Comares, gran señor en el Andalucía, y fuera della de mayores esperanzas, que tenía parte de su estado en aquella montada pacífico y guardado; pero fue la oferta de manera, que justificadamente pudo excusarse.

     En este tiempo se declararon los preparamientos del rey de Argel ser contra el de Túnez Muley Hamida; y el rey de Fez se quietó. Partió el de Argel con siete mil infantes turcos y andaluces y doce mil caballos, parte de su sueldo y parte alárabes que labraban la tierra: juntáronse a una legua de Beja, ciudad grande, y veinte de Túnez; mas el rey de Túnez fue roto, y salvose con doscientos caballos hacia la tierra que dicen de los Dátiles. Perdió a Beja y Túnez, que ahora está en poder de turcos, y a Biserta, que comenzaron a fortificar, lugar de comarca provechoso para quien lo ocupare y pudiese mantener; Hippon Diarritos le llamaron los griegos, a diferencia de Bona: púsole el nombre Agatocles, tirano de Sicilia, en la gran empresa que tuvo contra los cartagineses. Mas por quitar duda y oscuridad, diré que entiendo destos reinos. El de Fez fue reino de Sifax, que tuvo guerra contra los romanos, de quien tanta memoria hacen sus historias. Después de varias mudanzas, edificó la ciudad Idriz, del linaje de Alí, que conquistó a Berbería, y en memoria tienen su alfanje colgado en el templo principal con gran veneración. Diole el nombre del río que pasa por medio, llamado entonces Fez. Juntó los edificios Jusef Miramarazohir Aben Jacob, del linaje de los de Benimerin, que fue vencido del Rey don Alonso en la batalla de Tarifa; y por la comodidad de guerrear contra el rey de Tremecén, la hizo de nuevo cabeza del reino poseído al presente por los hijos de Jarife; hombre que, de predicador y tenido por santo y del linaje de Mahoma, vino, juntando las armas con la religión, al señorío de Marruecos y Fez, como lo han hecho muchos de su secta en África, comenzando de Mahoma hasta los almorávides, los almohades, los benimerines, los benioaticis, jarifes que hoy son; todos religiosos y armados, y que por este medio vinieron a la alteza del reino. El de Túnez tuvo mayor antigüedad por fundarse en las sobras de la gran Cartago destruida por Scipión Africano, y vuelta a restaurar primero por los cónsules romanos y por Tiberio Graco, después mudado el sitio a lo llano por César Augusto, y habitada de romanos, poseída de los emperadores, ganada por los vándalos, y recuperada por Belisario, capitán del emperador Justiniano; siempre tenida por la tercia parte del imperio griego hasta el tiempo de los alárabes, que fue por Occuba Ben-Nafic, capitán de Mauhía, sojuzgada, venciendo y matando al conde Gregorio, lugarteniente del emperador Constantino, hijo de Constante, con setenta mil caballos cristianos en la gran batalla junto a África, que los moros llaman Mehedia (del nombre de un su príncipe dicho Mohahedin), y los romanos Adrumentum, agora lugar destruido por el ejército del emperador don Carlos. Las armas con que se halló el conde Gregorio, a quien los alárabes llaman Groguir, dicen, que fueron muchas mujeres en torno bien aderezadas y hermosas; él en una litera de hombros con piedras preciosas, cubierta de paño de oro, y dos mancebos que con mosqueadores de plumas de pavo le quitaban el polvo. Mauhía ocupó a Cartago por entrega de María, hija del conde Gregorio, con pacto que casase con ella, mas, descontento del casamiento, la dejó. Deshabitó a Cartago, pasó la población donde ahora es Túnez, que entonces era pequeño lugar y siempre del mismo nombre. Quedaron repartidos los romanos en doce aldeas, que hoy son de labradores moros en el cabo que llaman [94] de Cartago, donde fue la ciudad competidora de Roma; el nombre della dura en un pequeño pueblo, y ése sin gente: tantas mudanzas hace el mundo, y tan poca seguridad hay en los estados. Gobernose Túnez en forma de república hasta los tiempos de Miramamolin Jusef, que envió a Abdeluahhed, su capitán, natural de Sevilla, que los gobernó y sujetó con ocasión de defendellos contra los alárabes; cuyo hijo quedó por señor, y fue el primero rey de Túnez hasta Muztancoz, que ennobleció la ciudad, y dende él a Hamida, que hoy reina, sin perderse la sucesión, según la verdad de sus historias, cegando o matando los padres a los hijos, o los hijos a los padres, como hizo Hamida que cegó a Muley Hacen, su padre, y le quitó el reino, en que el emperador don Carlos, vencedor de muchas gentes, le había restituido, echando a Barbarroja, tirano dél, puesto por mano del gran señor de los turcos.

     Menores fueron los principios del señorío de Argel que hoy está en mayor grandeza: al lugar llaman los moros Algezair por una isla que tenía delante; nosotros le llamamos Argel; antiguamente se pobló de los moradores de Cesárea, que ahora se llama Xargel. Estuvo siempre en el señorío de los reyes godos de España hasta que vinieron los moros, y en tiempo dellos fue lugar de poco momento regido por jeques. Mas después el Rey don Fernando el Católico hizo tributario al señor, y edificó el Peñón. Muerto el Rey, el cardenal fray Francisco Jiménez, gobernador de España en los principios del reinado del emperador don Carlos, tornó a Bugía (casa real del rey Bocho de Mauritania, dicha por esto de su nombre, según los alárabes), y quiso crecer el tributo moviendo nuevo concierto con el Jeque: ofendidos los moros, reprendido y arrepentido el señor, se retiró. El cardenal, hombre de su condición armígero, y aun desasosegado, armó contra él haciendo capitanes a Diego de Vera y Juan del Río: juntose esta armada a manera de arrendamiento; que todos los que tenían oficios menores, si los querían pasar en sus hijos por una vida, fuesen a servir, o llevasen o diesen en su lugar tantos hombres, según la importancia del oficio. Perdiose la armada por mal tiempo, confusión y poca plática de los que gobernaban, y ésta fue la primera pérdida que se hizo sobre Argel. Mas el Jeque, temiendo que con mayores fuerzas se renovaría la guerra, trajo por huésped y soldado a Barbarroja, hermano del que fue tirano de Túnez, que entonces era su lugarteniente y secretario; venidos a la grandeza que tuvieron, de capitanes de un bergantín. Había tentado Barbarroja Horux (que así se llamaba el mayor), la empresa de Bugía; perdido el tiempo, la gente, un brazo y la armada; recogídose con cuarenta turcos a un pequeño castillo, de donde el jeque otra vez le trajo al sueldo; mas él, juntándose con los principales, mató al jeque llamado Selin Etenri estando comiendo en un baño; hízose señor y llamose rey. Dende a poco salió para la empresa de Tremecén, y ocupado aquel reino, quedó por señor; y su hermano Harradin por gobernador en Argel; mas echado después de Tremecén por los capitanes del Alcaide de los Donceles, abuelo de este marqués de Comares, que era entonces general de Orán, y muerto huyendo, quedó el reino Argel en poder del hermano. Había don Hugo de Moncada hecho tributarios los Gelves después de algunos años de la pérdida del conde Pedro Navarro y muerte de don García de Toledo, hijo del duque de Alba don Fadrique, padre del duque don Fernando que hoy gobierna los estados de Flandes; y tornando con la armada por mandado del emperador sobre Argel, con intento de destruilla y asegurar la marina de España, intentó desdichadamente la venganza de Diego de Vera y Juan del Río; porque con tormenta perdió mucha parte de la armada, y echando gente en tierra para defender los que se iban a ella con miedo de la mar, perdió también lo uno y lo otro. Crecieron las fuerza de Barbarroja; extendiose por la tierra adentro su poder; deshizo el Peñón, que era isla; continuola con la tierra firme; ocupó los lugares de la mar Xargel, Guiján, Brisca, y el reino de Túnez, aunque pequeño. Vino a noticia del señor de los turcos, que pretendía por seguridad y paz de sus hijos ocupar a África y poner en Túnez a Bayaceto que se mató a sí mismo: adelantó a Barbarroja en fuerzas, y autoridad por conseguir este fin y poner al Emperador en estrecho y necesidad. Diole mayor armada con que ocupase y afirmase el reino de Túnez, de donde echado por el Emperador, pasó a Constantinopla; quedó general de la armada del Turco, y después favorecido y honrado hasta que murió, tenido en más por haberle vencido el Emperador; porque los vencedores honrados honran a los vencidos. Quedó el reino de Argel en poder de gobernadores enviados por el Turco; mas el Emperador, temiendo la poca seguridad que tenía en sus estados con la grandeza de los turcos en Argel, y hallándose en Alemania al tiempo que el Gran Turco venía sobre ella, mal proveído de dineros para resistille, no quiso obligarse a la empresa. Quedar sin salir a ella en Alemania, era poca reputación: tomó por expediente la de Argel, donde fue roto de la tormenta; retirose por tierra a Bugía, perdiendo mucha parte de la armada, pero salvó el ejército y la reputación, con gloria de sufrido, de diestro y valeroso capitán. De allí crecieron sin resistencia las fuerzas de los señores de Argel; tomaron a Tremecén, a Bugía; y por su orden los corsarios a Jayona, de los moros; a Trípoli, de la orden de san Juan; rompieron diversas armadas de galeras, sin otra adversidad más que la pérdida que hicieron de su armada en la batalla que don Bernardino de Mendoza ganó a Alí Hamete y Cara Mami, sus capitanes, sobre la isla de Arbolán. Por este camino vino el reino de Argel a la grandeza que ahora tiene.

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