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S.-E- Bassett «The caesura, a modern chimaera», Class. Weekly 18, pp. 76-79, fue el primer atacante. Inmediatamente, Surtevant, en Amer. Journ. Philol., 1924, pp. 329-350, corroboró los puntos de vista y extendió los resultados de Bassett con un título no menos expresivo: «The doctrina of caesura a philological ghost». Impugna también el concepto de cesara dado por los gramáticos H. W. Magoun, «What was the natura of latin caesura?», Trans. Proc. Philol. Assoc., 1932. En las mismas Transactions, 61, 1928, Ph. B. Whitehead, «A new method of studying the cesura», trató de probar el carácter de «no pausa» de la cesura -en caso de que no la requiera el sentido- partiendo de un punto de vista interesante, por extrínseco -en principio- al problema: los encuentros de determinadas consonantes, final e inicial (a saber, -s +-n) son evitados fuera de pausa. Como quiera que se les evita en cesura, no cabe duda de que ésta no era, por sí, una pausa. En Amer. Journ. Philol., 1930. pp. 35-71, el propio autor recogió y precisó los mismos puntos de vista.

 

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El «rebajar» la cesura a hecho de métrica verbal podrá parecer excesivo, si se cree que con ello se la hace igual a otros hechos de distribución de palabras en un verso, por ejemplo, en los últimos pies del hexámetro (combinaciones abundantes: polisílabo + trisílabo, polisílabo + bisilabo, polisílabo + monosílabo + bisílabo) sobre lado a partir de Virgilio, o del pentámetro, especialmente a partir de Ovidio (predilectos los finales bisílabos). Pero tal igualdad no es cierta, dentro de la métrica verbal, unos hechos pueden ser más importantes que otros, y la cesura estaría entre los primeros, por ser, en unos versos (pentámero dactílico, senario yámbico, septenario trocaico), poco menos que fija e imprescindible; y abundatísima, en otros.

 

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Essais..., p. 230.

 

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Una vez se le deja a cubierto del posible achique de esterilidad que cabría objetarle a partir de la tan socorrida admisión de que es precisamente el carácter de pausa de la cesura el que explica la posible licencia del alargamiento de breves ante dichos cortes (cf., por ejemplo, Havet, Cours, párrafo citado), en paralelo a la posibilidad de sílaba anceps ante la pausa supuesta por el final de verso. Pero una tal objeción queda desvirtuada en su formulación misma, si se atiende a los hechos, y de dos maneras: una, que se podría llama negativa en cuanto quepa demostrar que dicha fundamentación del alargamiento en el supuesto carácter de pausa está mal establecida; otra, positiva, en cuanto se pueda razonar dicho alargamiento basándolo en el que se ha indicado ser el verdadero cometer de la cesura, a saber, el tipológico o de métrica verbal.

Del lado negativo, se impone la contraobjeción de que, de ser paralelo el fenómeno de alargamiento en interior de verso con el que se admite en su final, sería de esperar una frecuencia del mismo paralela también a la de éste. Apenas hay que explicitar que esto no es así: al menos en poesía clásica, el número de breves en fin de verso es incomparablemente superior al de los alargamientos ante cesura. Es más: la auténtica comparación con fines de verso la proporcionan los límites de colon en los asinartéticos; y en ellos el que la falta de soldadura que, por definición, se produce entre dichos cola da lugar a hiatos abundantes y a la presencia de breves en concurrencia con las largas postuladas por los esquemas teóricos en cantidad equiparable -unos y otra- a los que ocurren en final de verso: una ojeada a los índices métricos y prosódicos de Vollmer en la edición de Horacio teubneriana, con atención a lo que ocurre en los asinartéticos elegiambo y yembélego de los épodos XI y XIII, respectivamente, es suficiente para convencerse; y el convencimiento puede llegar al grado máximo si se hacen estadísticas comparativas a base de los datos vollmerianos y el recuento de versos de Horacio: entre los 4.058 hexámetros de su producción no lírica ocurren 10 alargamientos ante cesura de entre los señalados por Vollmer indiscriminadamente con los en arsis: menos de un 0,25 por 100, por tanto, y aun todos ellos en las Sátiras, de versificación menos cuidada, como es sabido, que la de las Epístolas. (A versos líricos corresponden otros tres casos de este alargamiento.) Pues bien: éste se presenta también tres veces en los 14 elegiambos del ápodo XI y otras tantas en las nueve yambélegos del XIII, lo que representa nada menos que más de un 25 por 100: ¡más de 100 veces más abundantes, por tanto!

Todavía desde este mismo lado negativo se impone también la reinterpretación del pasaje de Quintiliano, Inst. orat. IX, 4, 98, tantas veces aducido -pero abusivamente, como aquí se verá- en apoyo de que sea el carácter de pausa de la cesura lo que razone la posibilidad del alargamiento ante ella: «Est enim in ipsa diuisione uerborum latens tempus, ut in pentametri medio spondeo, qui, nisi alterius initio constat, uersum non efficit». No es lícito interpretar este texto en favor de una supuesta causa entre las dos palabras separadas por la diéresis. Quintiliano usa de una expresión sumamente importante a este respecto, cual es «in ipsa diuisione uerborum, donde diuisio» difícilmente puede significar pausa espiratoria. En rigor, es algo que cuadra mucho mejor con los conceptos usuales en métrica verbal: equivalente, con seguridad, a «separación de palabras». ¿Que esta separación, para Quintinliano, encerraba un tempus? Conforme, pero latens, nótese bien, que no patens, como le hubiera sido mucho más útil decir sí, efectivamente hubiera intentado sumar el tiempo innegable que dura una pausa espiratoria. En tal caso, además, Quintiliano no habría podido atribuir dicho tempus a la diuisio misma, antes habría tenido que hacer constar que ello sólo ocurría cuando tales discusiones se hallaban en determinados lugares del verso donde se suponía una pausa ente las palabras separadas. Frente a ello, se ha contentado -con una cierta lucha con la expresión, es cierto-, con hacer notar que la diuisio en determinados lugares vale como un elemento métrico más, como un tempus, que estaba latente en la separación misma. Por último, no deje de ponderarse de que el ejemplo propuesto por Quintiliano estaría pésimamente escogido para la interpretación que antes llamé abusiva: justamente, como es sabido, el alargamiento ante la diéresis del pentámetro es excepcionalmente raro en la métrica latina desde la época de Ovidio inclusive. En cambio, resulta excelente como ejemplo de diéresis por la fijeza y perentoriedad de su presencia, frente a lo que ocurre con el corte en otros versos (hexámetro dactílico, trímetro yámbico y aun septenario trocaico, entre los muy corrientes), cuya colocación pueda fluctuar, e incluso no es imposible que se encuentre ausente.

De la mano del propio Quintiliano, pues, nos vemos conducidos al terreno de la tipología -lo que antes llamé el lado positivo de la cuestión-. Y desde él procede justificar al alargamiento del modo siguiente: si después de un determinado tiempo fuerte acababa característicamente -o podía acabar- una palabra (esto es, si un tiempo fuerte se hallaba ante cesura), tal tiempo fuera debía de ser más fácilmente reconocible que los demás. Y, si a los poetas se les toleraba el poder emplear una breve en vez de larga en lugares donde, por recaer el tiempo fuerte, se sabía que tocaba hallar una larga (alargamiento «en arsis»), la tolerancia pudo ser mayor para el arsis de un pie sobre cuya situación podían caber menos dudas, pues con ella acababa necesariamente un vocablo. En otros términos: de todos los alargamientos en arsis, los más frecuentes debieron de ser los en el arsis que precedía a la cesura, o sea, según la terminología corriente, los «alargamientos ante cesura». Apenas si hace falta añadir que esta definición no deja de ser legítima por poder aplicarse tan sólo a los casos en que a la cesura precede un tiempo fuerte (por ejemplo, en el pentámetro; en las trihemímara, pentemímera y heptemímera del hexámetro, etc.). En efecto, las demás cesuras que siguen a un tiempo débil (por ejemplo, las del senario yámbico y septenario trocaico) no pueden entrar en cuenta, pues, como este tiempo débil ante cesura puede estar siempre formado en tales versos por una sílaba breve, no ocurre nunca matar en ellos de «alargamiento ante cesura».

 

25

Traité de métrique latine classique, París, 1948, p. 31.

 

26

Traité de métrique grecque suivi d'un précis de métrique latine, Leydens, 1962, p. 323.

 

27

La lengua latina en su aspecto prosódico, Madrid, 1971, pp. 171-172.

 

28

Ibíd.: «Un corte o pausa en el período rítmico cuando, por ser éste demasiado largo, la voz no podía abarcarlo sin esfuerzo.»

 

29

Cf. Plaut., Epid. 114 (sep. troc):


«Quíd tibi mé uis fácere7::Argénti dáre quadráginta minás».



 

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Ques se haría al modo de los «rítmicos», sin distinguirlos de los «métricos» según la productiva equiparición que M. S. Ruipérez ha establecido en su artículo citado entre quienes se preocupan fundamentalmente de la ejecución (muy vinculados, por tanto, a los teóricos de la música) y los que de la estructura (los auténticamente vinculados con los lingüistas en cuanto que también gramáticos, estudiosos de sistemas). Vinculaciones no postuladas ahora por mí, sino ya alcanzadas en la antigüedad, en cuanto los primeros pudieron ser llamados snmpl/ekontej o «unionistas» respecto de los músicos, y los segundos, al mismo respecto, xwr/izontej o «separatistas»; en cuanto que también grammatiko/i (cf. Herrero, o. c., pp. 126-132, especialmente p. 127) y Zirin, o. c., espec. p. 52.

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