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«"Mene incepto" nos scandimus "menincepto"; "monstrhor" nos percutimus, cum poeta posuerit "monstrum horrendum" (M. Plot. Sacerd., De sinalifa = Keil, Gramm. lat. VI, I).

 

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Gerardo Diego, «Poeta sin palabras», v. 18, últimamente en Antología poética, Madrid, 1969, p. 13.

 

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Datos para la Historia: Gerardo Diego, virtuoso del verso, no pudo pretender ningún malabarismo de base jakobsoniana en este verso publicado en 1918, cuando seguramente no había llegado a España ni siquiera noticia del Cours de De Saussure. Ni cabe, viceversa, tacharlo de verso defectuoso por primerizo: el propio autor lo ha seleccionado entre los poemas para dicha Antología, cincuenta y un años después.

Aparte de que el fenómeno es conocido y está catalogado, cf. R. de Balbín, Sistema..., pp. 170 y 171, con ejemplos de M. de Lozoya y de R. de Morales, y clara oposición a la posibilidad de hiato en lo que él llama estrictamente cesura.

Pero a mí me resulta más valioso el alejandrino que he aducido porque, sin variar de sistema y en el propio poema, G. Diego practica también el hiato (v. 3):


«Persigo la palabra y sólo encuentro un grito».



Pues no hay que decir que la sinalefa, aunque muy habitual, tampoco es preceptiva en métrica castellana, y que ambos procedimientos se prestan al juego estilístico del poeta. ¿No habrá, precisamente, en este verso 18 -consciente o inconscientemente- un reflejo métrico -cesura a colocar en sinalefa- de la dificultad de hablar que el propio verso maravillosamente expresa?

 

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Composición, elisión y enclisis en la cesura virgiliana, Memoria de Licenciatura inédita, premio extraordinario entre las de Filología clásica del curso 1967-68 en la Universidad de Madrid.

 

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Cf. R. Jakobson, Essais..., p. 233 ss.

 

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Cf. R. de Balbín, Sistema..., p. 187 ss.

 

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Cf. ibíd. p. 328.

 

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Cf. R. Jakobson, Essais..., l. u. c., y R. de Balbín, Sistema..., pp. 152-155 y 329. Consta, pos cierto, que la composición de Coplas de la partida, de A. de la Torre, que ocupa esta página con sólo rimas en -ada o -ida es, a su vez, ejemplar al respecto: por la multifuncionalidad de los participios auténticos (en pasiva -con auxiliar o sin él-; de estado), que juega con su empleo adjetivado y sustantivado; pero, sobre todo, por su culminación en un término de rima totalmente «cara», Vida, superprestigiado por su colocación, repetición y prosopopeya.

Adviértase de paso, que no considero estrictamente pertenecientes a la cuestión aquí tratada las rimas que, más que «baratas», cabe llamar «banales» por la frecuente aparición de los vocablos que las comportan en composiciones versificadas que de poéticas no suelan tener más que la intención del autor: pasión/corazón, amor/dolor, quererte/muerte, etc. Obsérvese, en efecto, cómo su banalidad, lo «gastadas» que están, depende de que se trate de verse emparejadas entre sí las palabras que tanto se prodigan juntas, en tanto que nada ocurre -o apenas nada- si alguna de ellas rima con otro que no sea su recurrida compañera, demostración palpable, creo, de que la banalidad no estriba en la terminación misma constituyente de la rima, sino en los vocablos íntegros que la proporcionan.

 

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A juzgar por el material de dichos diccionarios, no parece haber ninguna serie que agote las posibilidades del inventario de fonemas, aunque no falta alguna que se acerca al completo, por ejemplo, la en -ota, donde -admitiendo *yota como pronunciación habitual de iota- no parecen faltar más combinaciones con consonantes posibles que *fota, *lota, *llota, *tota, *ñota y *zota, lo que supone un resto de 12 positivos (y aun contando con el betacismo de la pronunciación oficial, que hace aunar bota y vota). Pero, por debajo de 10, como dije antes, las series se hacen ya sorprendentemente numerosas: véanse, por ejemplo, y a mayor abundamiento, unas cuantas de mueve: -ardo (b-, c-, d-, f-, l-, n-, p-, s-, t-), -arro (b-, c-, ch-, d-, f-, j-, m-, s-, t-), -aja (b-, c-, f-, l-, m-, p-, r-, s-, t-), -ala (b-, c-, d-, g-, m-, p-, r-, s-, t-), etc.

Por lo que hace a la habitual no relación en la conciencia idiomática, hay que descontar, naturalmente, aquellos casos en que una pronunciación neutralizadora no sólo relaciona, sino que incluso confunde: frecuente de cataléptico por cataléptico y análogos. Muy distinto es el hecho de la puesta en relación semántica de unos pares o series como los hasta ahora vistos o los que indicaré en al texto a continuación, socorrido recurso de humoristas profesionales y aficionados. Cf., por ejemplo, El amigo servicial, juguete de Vital Aza, donde el tal juego se basa casi por completo en asociaciones equivocadas del tipo bebo/vivo, lana/ lona, ojo/hijo, etc. Pero, fuera de un caso límite como éste, no hay duda de que una tripleta como la de saciedad (que mencionaré en seguida) se presta a la inquina más o menos humorística, lo propio que hablar de «vacaciones de vocaciones» o del «Monasterio de... (y sigue la denominación de un determinado Ministerio)» no de «ternera de tercera», etc. Ahora bien, esa «puesta en relación», más o menos humorística -muy distinta, por tanto, de la búsqueda del solucionador de charadas, jeroglíficos o crucigramas- supone un hallazgo que, mutatis mutandis, y seruatis seruandis, cabe comparar con el de la creación poética en su aspecto formal, por lo que hace a su propia esencia, y aunque a gran distancia en lo que respecta a su importancia y elevación; y resulta alineable con la explotación -a base de dominio de la lengua- de la sinonimia, a la que tan propensos se han mostrado algunos humoristas, desde la meramente léxica de «Mi costilla es un hueso», pasando por la ya léxica y a la vez sintáctica de «El fresco de Goya», o «La fiera de mi niña», hasta desembocar en la semántico-morfológica de «En el cielo no hay almejas», o «Los pecados provinciales» (caso en que la sinonimia es del opuesto: capitales). Pero, del mismo modo que estos ejemplos se ha requerido un «poeta» capaz de plasmar la posibilidad que los sistemas lingüísticos ofrecían a nivel léxico, sintáctico, morfológico, etc., creo que lo corriente es, también en el fonemático, la desconexión en la conciencia idiomática hasta la eclosión de la relación posible en una combinación de sentidos evidente. Con un ejemplo concreto, pienso que, hasta que a alguien se le ocurrió el juego de «curso de reposo» a propósito del «curso de repaso» que se proponía para el naciente preuniversitario, en la conciencia idiomática de los hablantes de castellano estos dos términos no estaban más relacionados entre sí que los restantes de la serie (que es completa: repeso, repiso, repuso) o la de sus simples sin re- (también serie completa), y que hoy, a pesar de que ofrecen las mismas posibilidades de relación (especialmente repeso, por su significado mismo), continúan sin conectar especialmente con ninguno de aquellos dos en la mente del hablante, que los tiene tan suficientemente alejados como puede tener colmar/calmar, átomo/átono, solidario/solitario, etc. Lo dicho de los humoristas, vale para otros dominadores de esta función del mensaje en que estriban los poetas para sus creaciones: paremiólogos, sentenciosos, braquilogistas (sus concomitancias con los procedimientos versificatorios han sido abundantes a lo largo de la historia de muchas literaturas). Así, no creo que en catalán tengamos más cerca de plou que cualquiera de los habituales molt o poc pese a la gran semejanza formal del primero con el indicado verbo; pero tal semejanza sí fue explotada, junto a la aliteración y a un cierto ritmo silábico y rima asonante, por quien acuñó el dicho «prou plou, perè plou poc».

Todo lo indicado hasta ahora acerca de las diferencias formales debidas a la presencia de distintos fonemas puede aplicarse, con sólo las modificaciones pertinentes, a las debidas al distinto orden de unos mismos fonemas, tipo conservación/conversación. También aquí caben los lapsus, las confusiones (cf. las series en latín visigodo y mozárabe entre pre y per- analizadas por J. Gil, «Notas sobre fonética del latín visigodo», Habis, I, 1970, pp. 45-86), las aproximaciones humorísticas o sentenciosas, etc. Y precisamente el paralelismo es tanto, que huelga el desarrollarlo para llegar a unas conclusiones también paralelas en cuanto a la desvinculación de términos así opuestos en la conciencia idiomática corriente.

 

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Cúmpleme agradecerla desde aquí a una amable comunicación verbal de mi colega José Molina Sánchez.

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