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Hernani

Victor Hugo



Drama en Cinco Actos

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Prefacio

     El autor de HERNANI decía hace poco tiempo, a propósito de la prematura muerte de un poeta:

     ... En los actuales momentos de lucha y de borrasca literaria, no sabemos si son más dignos de compasión los que mueren que los que viven peleando; triste es que pierda la vida un poeta a los veinte años, y que vea desvanecido un porvenir risueño; pero en cambio, el que muere reposa. Séales permitido volver algunas veces con envidia los ojos hacia los que duermen en el sepulcro, a los hombres en quienes se ceba la calumnia, la injuria y el odio; a los hombres leales, que tienen que sufrir guerra desleal; a los hombres llenos de abnegación, que tratan de dotar a su patria de una libertad más, de la libertad del arte; a los hombres laboriosos, que perseveran en realizar su obra de progreso y son víctimas de las viles maquinaciones de la censura y de la policía, por una parte, y por otra de la ingratitud de los hombres por quienes trabajan. Invideo, decía Lutero en el cementerio de Worms, invideo quia quiescunt.

     Pero eso nada debe importaros; jóvenes, valor y adelante! Por trabajoso que nos sea el presente, será hermoso el porvenir. El romanticismo, que se ha definido mal muchas veces, mirándolo sólo bajo su aspecto militante, sólo significa la libertad en la literatura. La mayoría de los hombres pensadores lo van comprendiendo de este modo, y dentro de breve tiempo la libertad literaria será tan popular como la libertad política. La libertad, tanto en el arte como en la sociedad, debe ser el doble objetivo a que aspiren los espíritus consecuentes y lógicos; debe ser la doble bandera que reúna a toda la juventud, tan fuerte y tan paciente ahora, y al frente de esa juventud lo más selecto de la generación que nos ha precedido, a esos sabios ancianos, que, pasado el primer momento de desconfianza y después de concienzudo examen, han reconocido que lo que hacen sus hijos es consecuencia de lo que ellos hicieron y que la libertad literaria es hija de la libertad política. Éste es el principio que prevalecerá en el siglo actual. Los ultras de todas clases, ya sean clásicos o ya monárquicos, en vano se ayudarán unos a otros para reconstruir el antiguo régimen social en la sociedad y en la literatura porque cada progreso, cada desenvolvimiento de las inteligencias, cada paso que dé la literatura, irán arruinando su edificio, y sus esfuerzos para volver a establecer la reacción serán inútiles. En la revolución todo movimiento hace adelantar. La verdad y la libertad tienen la excelencia de que todo lo que se hace en pro o en contra de ellas les sirve de igual modo. Después de los grandes esfuerzos que practicaron nuestros padres y que nosotros hemos presenciado, hemos conseguido salir de la antigua forma social, y tenemos que salir también de la antigua forma poética. A pueblo nuevo, arte nuevo. La Francia actual, admirando la literatura de Luis XIV, que tan bien se adaptaba a su monarquía, llegará a tener, sin embargo, literatura propia personal y nacional, porque a la Francia del siglo XIX dio Mirabeau su libertad y Napoleón su poderío.

     Perdónesele al autor del drama citarse a sí mismo; como sus palabras no tienen el don de grabarse en los espíritus, tendrá con frecuencia necesidad de repetirlas; además de que cree oportuno recordar a los lectores las ideas que acaba de transcribir. No por eso abriga la creencia de que esta obra pertenezca al arte nuevo, a la nueva poesía; pero sí que consigna el principio de que la libertad en literatura acaba de dar un paso y de realizar un progreso, si no en el arte, porque este drama vale poco, al menos en el público; y bajo este concepto, una parte de los pronósticos anunciados en las anteriores líneas hace algún tiempo que acaban de realizarse.

     Había realmente peligro en cambiar bruscamente de auditorio, en arriesgar en el teatro tentativas que hasta ahora sólo se habían confiado al papel, que lo sufre todo; el público de los libros es muy diferente del de los espectáculos, y era de temer que el último rechazase lo que el primero aceptaba; pero no ha sucedido así. El principio de libertad literaria, comprendido y aceptado por los que leen y meditan, lo acepta también la inmensa multitud que, ávida de las puras emociones del arte, inunda todas las noches los teatros de París. La poderosa voz del pueblo, semejante a la de Dios, quiere que desde hoy en adelante la poesía ostente la misma divisa que la política: tolerancia y libertad. Ahora que hay ya público, puede venir el poeta.

     El público quiere esta libertad como debe ser, conciliándola con el orden en el Estado y con el arte en la literatura. La libertad posee cierta prudencia, que le es propia, y sin la cual no es completa. Las antiguas reglas de Aubignac deben morir con las antiguas costumbres de Cujas, y a la literatura cortesana debe suceder la literatura popular, pero debe existir una razón interior en el fondo de estas novedades. El principio de libertad debe hacer su negocio, pero hacerlo bien. En la literatura como en la sociedad, no deben existir ni la etiqueta ni la anarquía, sino las leyes.

     Esto es lo que justamente desea el público. Nosotros, por deferencia a dicho público, que con tanta indulgencia ha recibido este ensayo dramático, se lo presentamos hoy impreso tal como se ha representado. Acaso llegue el día de publicarlo tal como lo concibió el autor, indicando y discutiendo las modificaciones que tuvo que hacer para ponerle en escena. Estos pormenores de crítica, que hoy parecerían minuciosos, quizá no carezcan de interés ni de enseñanza. Pero estando ya admitida la libertad en el arte, se ha resuelto la principal cuestión, y no hay por qué detenerse en cuestiones secundarias. Volveremos algún día a tratar de este asunto detalladamente, y combatiremos entonces, con la fuerza del raciocinio y de los hechos, la censura dramática, que es ya ahora el único obstáculo que se opone a la libertad del teatro. A nuestro cargo y riesgo, y por el afecto que profesamos a todo lo que se relaciona con el arte, combatiremos el sinnúmero de abusos que caracterizan a esa especie de inquisición del espíritu, que tiene, como el Santo Oficio, jueces secretos, verdugos enmascarados, torturas, mutilaciones y pena de muerte; y si nos es posible, desgarraremos la tenebrosa envoltura de esa policía, que para nuestra vergüenza amordaza aún al teatro en el siglo XIX.

     Hoy el autor sólo debe manifestarse reconocido al público y dirigirse a él, dándole las gracias desde lo más hondo de su corazón. Esta obra, no por ser de gran mérito, sino por ser de conciencia y de libertad, fue generosamente protegida por el público contra sus muchas enemistades, porque el público es siempre concienzudo y libre. Reciba, pues, nuestra gratitud, y la hacemos extensiva también a esa poderosa juventud, que prestó ayuda y socorro a la obra de un joven sincero e independiente como ella. Para esa juventud principalmente trabaja el autor, y su mayor gloria sería merecer los aplausos de esa pléyade de brillantes jóvenes, ilustrados, consecuentes y lógicos, que son verdaderamente liberales, tanto en literatura como en política, y que constituyen esa noble generación que no rehúsa abrir ambos ojos a la verdad y recibir la luz por los dos lados.

     El autor no hablará de esta obra: acepta las críticas severas y las benévolas, porque cree que de todas se puede sacar provecho. No está seguro de que todo el mundo haya comprendido a primera vista este drama, cuya verdadera clave es el Romancero general, y ruega de buen grado a las personas a las que choque la obra, que vuelvan a leer el Cid y Don Sancho y Nicomedes, o por mejor decir, todo lo escrito por Corneille y por Molière, que son grandes y admirables poetas. Su lectura les hará menos severos al juzgar ciertas cosas que hayan podido extrañar en el fondo o en la forma de HERNANI, que acaso no ha llegado aún el momento de juzgarle. HERNANI sólo es hasta ahora la primera piedra de un edificio, que existe enteramente construido en la imaginación del autor, y la apreciación de su conjunto es la que ha de dar algún valor a este drama. Quizá no parezca que es un mal paso la idea que le ocurrió de poner, como el arquitecto de Bourges, una puerta casi morisca en su catedral gótica.

     Hasta entonces lo que ha hecho es muy poco, y el autor lo sabe. Quiera Dios que no le falten las fuerzas para terminar su obra, que no tendrá valor hasta estar terminada! No pertenece al número de los poetas privilegiados que pueden morir o interrumpir su trabajo antes de concluirle, sin peligro para su memoria; no pertenece al número de los que permanecen siendo grandes, dejando incompletas sus obras; de los afortunados mortales, de los que se puede decir lo que decía Virgilio de Cartago:

     Pendent opera interrupta, minque murorum ingentes

9 de marzo de 1830.

PERSONAJES
HERNANI.
D. CARLOS.
D. RUY GÓMEZ DE SILVA.
D SOL DE SILVA.
EL REY DE BOHEMIA.
EL DUQUE DE BAVIERA.
EL DUQUE DE GOTHA.
EL BARÓN DE HOHEMBURGO.
EL DUQUE DE LUTZELBURGO.
YÁGUEZ.
D. SANCHO.
D. MATÍAS.
D. RICARDO.
D. GARCI SUÁREZ.
D. FRANCISCO.
D. JUAN DE HARO.
D. PEDRO GUZMÁN DE LARA.
D. GIL TÉLLEZ GIRÓN.
D. JOSEFA DUARTE.
UN MONTAÑÉS. -UNA DAMA. -TRES CONJURADOS. -CONJURADOS DE LA LIGA SACROSANTA.-ALEMANES Y ESPAÑOLES.-MONTAÑESES. -SEÑORES. -SOLDADOS. -PUEBLO.- Pajes, ETC.




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Acto Primero

El Rey

En Zaragoza

Cuarto dormitorio. Es de noche. Hay una lámpara sobre una mesa.



Escena Primera

DOÑA JOSEFA DUARTE, vieja, vestida de negro, con adornos de azabache a lo Isabel la Católica. D. CARLOS. (Llaman, dando un golpe a una puertecita secreta a la derecha. La dueña, que está cosiendo una cortina carmesí, escucha. Dan un segundo golpe.)

     DOÑA JOSEFA.- Será él ya? (Otro golpe.) Llaman en la escalera secreta; voy a abrir.

Abre y entra D. CARLOS arrebujado hasta los ojos y con el sombrero calado.

     Buenas noches, caballero.

D. CARLOS se desemboza y se ve que lleva un rico traje de terciopelo de la moda castellana de 1519. La vieja retrocede con espanto.

     Ah! No sois Hernani! Dios mío! Socorro!

     D. CARLOS. (Asiéndola por el brazo.)-.Si pronuncias una sola palabra más, mueres. Dime, estoy en el aposento de doña Sol, prometida del duque de Pastrana, su tío, señor tan venerable como celoso? La hermosa joven ama a un caballero imberbe, que recibe todas las noches, admitiendo tras él también al viejo? Estoy bien informado? Contesta.

     JOSEFA.- Me acabáis de prohibir hablar bajo pena de muerte.

     D. CARLOS.- Sólo quiero que me contestes sí o no a lo que te pregunte. Es tu señora doña Sol de Silva?

     JOSEFA.- Sí.

     D. CARLOS.- El duque, su futuro esposo, está ahora fuera de su casa?

     JOSEFA.- Sí.

     D. CARLOS.- Espera tu señora al joven galán?

     JOSEFA.- Sí.

     D. CARLOS.-(Era verdad.) Se ven aquí mismo?

     JOSEFA.- Sí.

     D. CARLOS.- Pues ocúltame en seguida.

     JOSEFA.- A vos!

     D. CARLOS.- A mí.

     JOSEFA.- Para qué?

     D. CARLOS.- Porque deseo esconderme.

     JOSEFA.- Aquí! Jamás.

     D. CARLOS. (Saca un bolsillo y un puñal y dice.) Escoge.

     JOSEFA.(Escogiendo el bolsillo.)- Sois un diablo!

     D. CARLOS.- No te equivocas.

     JOSEFA. (Abriendo un estrecho armario simulado en la pared.)- Entrad aquí.

     D. CARLOS.- En esa caja?

     JOSEFA.- No tengo sitio mejor.

     D. CARLOS. (Examinando el escondrijo.) - (Será esto la covacha de la escoba en que cabalga esta bruja?) (Introduciéndose con dificultad.) Uf!

     JOSEFA.(Juntando las manos escandalizada.)- Un hombre en esta habitación!

     D. CARLOS.- Es acaso mujer el galán que espera tu ama?

     JOSEFA.- Oh Dios! Oigo sus pasos. Señor, cerrad pronto ese armario.

     D. CARLOS.- Si me descubrís, contaos con los difuntos. (Cierra el armario.)

     JOSEFA.- Quién será este hombre? Yo voy a llamar... pero, a quién? Todos duermen en la casa, excepto nosotras dos. El otro va a llegar y a él le interesa esto, y tiene buena espada. (Pesando el bolsillo.) Después de todo no debe ser ningún ladrón. (Esconde el bolsillo al ver que viene DOÑA SOL.)

Escena II

Dicha, D. CARLOS oculto, DOÑA SOL, luego HERNANI

     SOL.- Josefa!

     JOSEFA.- Señora!

     SOL.- Ah! Temo que haya sucedido una desgracia.

     JOSEFA.- Por qué?

     SOL.- Porque Hernani debía estar ya aquí. (Óyense pasos por la puerta secreta.)

     JOSEFA.- Ya viene.

     SOL.- Abre antes que llame.

La dueña abre la puerta y entra HERNANI, que viene con capa y sombrero. Debajo de la capa viste el traje de los montañeses de Aragón, de paño pardo, con coraza de cuero. Lleva en el cinto un puñal, una espada y un cuerno de caza.

     SOL.- Hernani! (Corriendo hacia él.)

     HERNANI.- Dolía Sol! Por fin te veo y me habla tu voz! Por qué la suerte nos ha separado tanto? Tengo tanta necesidad de verte para olvidar a los demás!...

     SOL.- Qué mojado vienes! Llueve mucho?

     HERNANI.- No lo sé.

     SOL.- Debes tener frío!

     HERNANI.- No.

     SOL.- Quítate la capa.

     HERNANI.- Sol de mi vida!, dime; cuando inocente y tranquila duermes por la noche y el sueño plácido entorna tus ojos y entreabre las rosas de tus labios, no te dice tu ángel lo dulce que es tu cariño para el infeliz a quien todos abandonan y rechazan?

     SOL.- Ah!... Pero has tardado mucho! Sé franco y dime si tienes frío.

     HERNANI.- Frío a tu lado! Cuando el amor celoso hierve en la cabeza y en el corazón agita sus tempestades, qué nos importa que las nubes del cielo nos lancen agua o relámpagos?

     SOL.- Dame, dame la capa y la espada. (DOÑA SOL le quita la capa.)

     HERNANI. (Llevando la mano al pomo de la espada.)- No, ésta no; es otra amiga inocente y fiel. Está ausente de casa tu tío y futuro esposo?

     SOL.- Sí; podemos disponer de una hora.

     HERNANI.- Una hora nada más! Y cuando ésta transcurra ángel mío, es preciso olvidar o morir! Pasar contigo sólo una hora el que quisiera pasar contigo la vida y después la eternidad!

     SOL.- Hernani!...

     HERNANI. (Con amargura.)- Soy feliz cuando el duque no está en casa; y como el ladrón que tiembla cuando fuerza una puerta, así entro a verte y robo al anciano una hora de su dicha. Me creo feliz, y él sentiría que le robase yo una hora, cuando él me roba a mí la vida!

     SOL.- Cálmate. (Entregando la capa a la dueña.) Josefa; ponla a secar. (Haciendo a HERNANI unas señas mientras que la dueña se va.) Acércate a mí.

     HERNANI.- Pero, el duque está ausente?

     SOL.- Sí, bien mío. No pienses más en él.

     HERNANI.- No he de pensar en él si va a ser tu futuro esposo! Te besó el otro día y quieres que le aparte de mi memoria!

     SOL.- No debe tenerte intranquilo un beso paternal.

     HERNANI.- Te besó como amante, como marido, como celoso, como hombre a quien debes pertenecer. Es un viejo insensato, que al pie del sepulcro y al terminar su vital jornada necesita una mujer, y siendo un frío espectro quiere unirse a una joven, no viendo que, mientras que con una mano coge la tuya, la muerte se apodera de su otra mano. Temerariamente ha venido a colocarse entre nosotros. Quién te obliga a semejante matrimonio?

     SOL.- El rey lo dispone así.

     HERNANI.- El rey! Mi padre murió en el cadalso, condenado por el suyo, y aunque mi odio hacia él envejeció después de aquella inmolación, para el hijo de aquel rey mi odio siempre es joven; y desde mi tierna edad juré vengar en el hijo la muerte de mi padre. Por todas partes busco al rey de ambas Castillas, porque es eterno el odio que nos profesamos mi familia y la suya. Nuestros padres han combatido durante treinta años sin compasión y sin remordimiento contra esa raza real, y aunque mis padres han muerto, su odio vive en mí. Y el rey es el que forja ese execrable himeneo! Tanto mejor. Le buscaba y él se me aparece en mi camino.

     SOL.- Me aterras!

     HERNANI.- Voy cargado con el peso de un anatema, que hasta a mí mismo me espanta. Escúchame, doña Sol: el hombre a quien el rey te destina, Ruy de Silva, tu tío, es duque de Pastrana, rico hombre de Aragón conde y grande de España. A falta de juventud, puede proporcionarte tanto oro y tantas joyas, que podrá relucir tu cabeza entre las cabezas reales y podrás excitar la envidia hasta de las reinas. En cambio, yo soy pobre, y desde mi niñez no poseo más que los bosques y las montañas; quizá pudiera ostentar algún ilustre blasón, que hoy deslustra una mancha de sangre; acaso poseo derechos que yacen en la oscuridad cubiertos con el paño negro del patíbulo, y si mi esperanza no es falaz, acaso un día pueda hacer brillar mi espada; pero hasta ahora sólo he recibido del cielo el don común a todos los mortales; el aire, la luz y el agua. Pero ha llegado la ocasión en que te libres del duque o de mí; elige entre los dos: o ser su esposa o seguirme.

     SOL.- Te seguiré.

     HERNANI.- Si me sigues, has de vivir entre mis rudos compañeros, que están proscriptos como yo y que el verdugo ya conoce; hombres de corazón y de hierro, que nunca se enmohecen, que tienen agravios que vengar, y tendrás que ser la reina de mi banda, porque yo sólo soy un bandido. Cuando me perseguían en ambas Castillas, solo y huyendo por bosques y montañas, tuve que buscar asilo seguro, y Cataluña me acogió como una madre. Crecí entre sus montañeses, pobres, pero altivos y libres, y cobré tal crédito entre ellos, que mañana, si hago resonar esta bocina, acudirán a ayudarme en son de guerra tres mil bravos montañeses. Te estremeces! Te doy tiempo para que reflexiones lo que debes hacer. Piensa que si me sigues será tu suerte errar conmigo por bosques, montes y arenales, y entre hombres parecidos a los demonios de tus sueños pavorosos; recelar de todo, de las miradas, de las palabras, de los pasos, de los ruidos; oír silbar las balas de los mosquetes amenazando vidas y anunciando muertes; vivir proscripta y errante como yo, y acaso, seguirme donde yo seguiré a mi padre; a la horca.

     SOL.- Te seguiré.

     HERNANI.- El duque es rico, honrado y grande de España; conserva limpio el escudo de su familia, tiene gran influencia en la corte, y al entregarte la mano, te entrega con ella tesoros, títulos, felicidad...

     SOL.- Partiremos mañana. No debe chocarte mi extraña audacia. No sé si eres mi demonio o mi ángel; sólo sé que soy tu esclava. Ve donde quieras; iré contigo; que te quedes o que partas, seré tuya. Por qué obro así? Yo misma lo ignoro. Conozco que tengo necesidad de verte, de verte a todas horas y siempre. Cuando se aleja de mí el ruido de tus pasos, creo que mi corazón deja de latir; me faltas tú, y creo que yo estoy ausente de mí misma; pero cuando vuelvo a oír el ruido de tus pasos, recuerdo que existo, y siento que vuelve a mí el alma fugitiva.

     HERNANI. (Estrechándola en sus brazos.)- Ángel mío!

     SOL.- Te espero mañana a la medianoche. Ven con tu gente y colócate debajo de mi ventana; da tres palmadas y... verás si soy brava y decidida.

     HERNANI.- Pero tú no sabes quién soy yo!

     SOL.- Ni me importa. De todos modos te seguiré.

     HERNANI.- Ya que quieres seguirme, es preciso que sepas el nombre, el título, el alma y el destino que oculta el pastor Hernani. Amabas a un bandido; amarás también a un proscripto?

     D. CARLOS. (Abriendo bruscamente la puerta del armario.)- Acabaréis de referir vuestra historia? Creéis que se está cómodamente en este escondrijo?

HERNANI retrocede asombrado. DOÑA SOL lanza un grito y se refugia en brazos de éste, mirando espantada a D. CARLOS.

     HERNANI. (Echando mano a la espada.)- Quién es ese hombre?

     SOL.- Cielos! Socorro!

     HERNANI.- Silencio, doña Sol! Cuando esté yo a vuestro lado, suceda lo que suceda, no tenéis que reclamar más defensa que la mía. (A D. CARLOS.) Qué hacíais ahí?

     D. CARLOS.- Qué hacía? Me parece que no cabalgaba por ningún bosque.

     HERNANI.- El que se chancea después de la afrenta, se expone también a hacer reír a su heredero.

     D. CARLOS.- A cada cual le llega su turno. Señor mío, hablemos claro. Vos amáis a doña Sol y venís todas las noches a miraros en el espejo de sus ojos. Me parece bien, pero yo también amo a doña Sol y deseo conocer al que he visto muchas veces penetrar por la ventana, mientras yo permanecía en la puerta.

     HERNANI.- Os juro, pues, que os he de hacer salir por donde yo entro.

     D. CARLOS.- Eso lo veremos. ofrezco mi cariño a esta dama, y podemos partírnosle si queréis- Comprendo que abriga su alma tal tesoro de ternura y de bondad, que seguramente será suficiente para saciarnos a los dos. Queriendo averiguar, en fin, esta noche lo que tanto me empeñaba, me sorprendisteis y me escondí aquí para escucharos. Pero oía muy mal y me ahogaba muy bien, y además, me chafaba toda la ropa..., por eso salgo.

     HERNANI.- Mi daga tampoco está bien en la funda y rabia por salir al aire libre.

     D. CARLOS.- Como queráis, caballero.

     HERNANI. (Sacando la espada.)- En guardia, pues.

     D. CARLOS. (Sacando también la suya.)- Pues en guardia.

     SOL. (Interponiéndose.)- Dios mío! Hernani!

     D. CARLOS.- Tranquilizaos, señora.

     HERNANI.- Decidme vuestro nombre. (A D. CARLOS.)

     D. CARLOS.- Decidme antes el vuestro.

     HERNANI.- Es un secreto fatal que me callo para revelárselo un día a un hombre, el día que mis plantas vencedoras le pisen y mi espada penetre en su corazón.

     D. CARLOS.- Cómo se llama ese otro hombre?

     HERNANI.- No os importa. Defendeos.

Cruzan las espadas; DOÑA SOL cae desfallecida en un sillón. Al mismo tiempo llaman a la puerta y la dama se levanta sobresaltada.

     SOL.- Cielos! Llaman a la puerta!

Cesa el combate. Sale DOÑA JOSEFA por la puerta secreta.

     HERNANI.- Quién es el que llama?

     JOSEFA.- Qué conflicto, Dios mío! Es el duque!

     SOL.- El duque! Estoy perdida!

     JOSEFA.- El desconocido! Los dos con las espadas desnudas! Se estaban batiendo!

Los dos adversarios envainan los aceros. D. CARLOS se cala el sombrero y se emboza hasta los ojos. Siguen llamando.

     HERNANI.- Qué hacemos?

     UNA VOZ FUERA.- Doña Sol, ábreme!

La dueña va a abrir y HERNANI la detiene.

     HERNANI.- No abráis.

     JOSEFA. (Sacando el rosario.)- Santiago Apóstol, sacadnos de este apuro!

Siguen llamando.

     HERNANI. (A D. CARLOS.) - Ocultémonos allí.

     D. CARLOS.- En el armario?

     HERNANI.- Entrad, que yo me encargo de que quepamos los dos.

     D. CARLOS.- Gracias, se está ahí demasiado bien.

     HERNANI.- Huyamos, pues, por allí. (Indicando la puerta secreta.)

     D. CARLOS.- Huid vos; yo aquí me quedo.

     HERNANI.- Vive Dios que me pagaréis cara esta jugada!

     D. CARLOS.- Abrid la puerta. (A JOSEFA.)

     HERNANI.- Qué dice!

     D. CARLOS.- Os mando que abráis.

Siguen llamando; la dueña abre temblando.

     SOL.- Estoy muerta!



Escena III

Los mismos, D. RUY GÓMEZ DE SILVA. (Barba y cabellos blancos, traje negro.) -Criados con antorchas.

     RUY.- Dos hombres en el cuarto de mi sobrina y a estas horas! Venid todos aquí, que esto vale la pena de verlo. Doña Sol, creo que tres hombres somos demasiado en mi casa. Qué hacen aquí estos caballeros? En tiempos del Cid y de Bernardo, iban ambos por España honrando ancianos, y protegiendo doncellas; eran hombres gigantes y fuertes, a los que pesaba menos el hierro de sus armaduras que a vosotros el terciopelo de vuestros trajes; respetaban las canas, santificaban sus amores en la iglesia, no hacían traición a nadie y conservaban el honor de su prosapia. Si deseaban casarse, tomaban a la mujer a la luz clara del día, tomábanla sin tacha, con la espada, el hacha o la lanza en la mano. Pero a estos felones, que cometen sus fechorías durante la noche, y que a espaldas de los esposos roban el honor de las mujeres, el Cid, nuestro ilustre abuelo, los hubiera creído viles, los hubiera hecho ponerse de rodillas, y por haber degradado la nobleza, hubiera abofeteado sus blasones con la vaina de su espada. Eso harían los hombres de otros tiempos con los hombres de ahora. Qué habéis venido a hacer aquí? Creéis que sólo soy un viejo que he de servir de risa a los jóvenes? Se van a reír de mí, que he sido antiguo soldado de Zamora y que he encanecido en la guerra? Vosotros indudablemente no os reiréis.

     HERNANI.- Señor duque...

     RUY.- Silencio! Disponéis de toda clase de armas, gozáis de jaurías y de festines, de las danzas y de todos los placeres de la juventud, y os falta un juguete, y por juguete queréis tomar a un infeliz anciano. Rompedle, pues; pero plegue a Dios que no os salten las astillas a la cara. Seguidme.

     HERNANI.- Señor duque...

     RUY.- Seguidme! No es esto cosa de risa; tengo en mi casa un tesoro, que es el honor de una doncella, que es el honor de toda una familia; esta joven, a quien yo amo, es mi sobrina, y dentro de poco será mi esposa. La creo casta y pura, pero veo que no puedo abandonar mi hogar ni una sola hora, sin que un ladrón de honras se deslice en él. Queréis algo más de mí? (Se arranca el collar.) Tornad, pisotead mi Toisón de Oro. (Se quita y arroja al suelo el sombrero.) Deshonrad mis canas, y podréis vanagloriaros mañana en la ciudad de que sois dos jóvenes insolentes y disolutos, que habéis empañado la frente pura de un anciano.

     SOL.- Ah! Señor...

     RUY.- Escuderos! Escuderos! Venid aquí! Traedme el hacha, el puñal y la daga de Toledo. Vosotros dos seguidme. D. CARLOS. (Dando un paso.)- Duque, no se trata ahora precisamente de eso. Ante todo hay que tratar de la muerte de Maximiliano, emperador de Alemania.

     RUY.- Os burláis!

D. CARLOS, desembozándose y quitándose el sombrero.

     RUY.- Santo Dios, el rey!

     SOL.- El rey!

     HERNANI.- El rey de España!

     D. CARLOS.- Sí; Carlos I. Mí augusto abuelo, el emperador, ha muerto, según he sabido esta misma noche, y vine a participarte sin demora esta noticia, a ti, mi leal súbdito, y a pedirte consejo, de noche y de incógnito.

RUY GÓMEZ despide a sus criados haciendo una señal y se acerca al rey, al que DOÑA SOL examina con sorpresa y con temor, mientras HERNANI permanece aislado mirándole con ojos chispeantes.

     RUY.- Por qué tardar tanto en abrirme la puerta?

     D. CARLOS.- Veníais demasiado acompañado... Cuando un secreto de Estado me trae a tu palacio, no es para comunicárselo a tus servidores.

     RUY.- Perdonad, señor. Las apariencias...

     D. CARLOS.- Basta. No hablemos ya de esto.

     RUY.- Ha muerto vuestro augusto abuelo!

     D. CARLOS.- Su muerte me ha sumido en la tristeza y en la inquietud.

     RUY.- Quién va a heredar su corona?

     D. CARLOS.- La pretende el duque de Sajonia, y Francisco I de Francia es otro de los pretendientes.

     RUY.- Dónde se reunirán los electores del imperio?

     D. CARLOS.- En Aix-la-Chapelle, en Spira o en Francfort.

     RUY.- Nuestro rey y señor, que Dios guarde, no ha pensado nunca en el imperio?

     D. CARLOS.- Siempre.

     RUY.- A vos solo os corresponde.

     D. CARLOS.- Lo sé.

     RUY.- Vuestro augusto padre fue archiduque de Austria, y el imperio tendrá presente que era abuelo vuestro el que acaba de morir.

     D. CARLOS.- Además soy ciudadano de Gante.

     RUY.- En mis años juveniles tuve el honor de ver a vuestro ilustre abuelo; yo soy el único que sobrevivo de todo un siglo; han muerto ya todos los que en él vivieron. Era un emperador magnífico y poderoso.

     D. CARLOS.- Roma se decide por mí.

     RUY.- Era valiente sin ser tirano; la corona le sentaba muy bien. (Se inclina y besa la mano a D. CARLOS.) Os compadezco, señor!

     D. CARLOS.- El Papa desea recobrar la Sicilia, pero el emperador no puede poseer la Sicilia, y si me elige, hijo dócil, le devolveré a Nápoles. Poseamos el águila, que después... ya veremos si le dejaré roer los alones.

     RUY.- Con gran alegría vería el veterano del trono ceñir su corona a su ilustre nieto. Con qué júbilo lo presenciaría si viviese!

     D. CARLOS.- El Padre Santo es hábil. Qué significa la Sicilia? Es una isla que cuelga de mi reino, un jirón que apenas conviene a España. Por eso me pregunta: Qué harías, hijo mío, de esa isla atada al cabo de un hilo? Tu imperio está mal construido; dame unas tijeras y cortemos. Gracias, Santísimo Padre, porque de esos girones, si me ayuda la fortuna, he de coser más de uno al sacro imperio, y si me arrancaran algunos, remendaría mis Estados con otros ducados y con otras islas.

     RUY.- Consolaos, señor; en el imperio de la justicia, los muertos aparecen más santos y más augustos.

     D. CARLOS.- El rey Francisco I es un ambicioso, y en cuanto ha muerto el emperador ha alzado la vista hasta el imperio. No posee a la Francia cristianísima? Como la herencia es pingüe, no es extraño que la codicie. Decía al rey Luis el emperador mi abuelo: Si yo fuera Dios Padre y tuviese dos hijos, haría Dios al primogénito y al segundo rey de Francia. Crees que Francisco pueda tener algunas esperanzas?

     RUY.- Es un rey victorioso.

     D. CARLOS.- Pero para conseguirlo era preciso burlar las leyes. La Bula de Oro prohíbe que sea elegido un extranjero.

     RUY.- Entonces, señor, vos sois rey de España.

     D. CARLOS.- Pero soy ciudadano de Gante.

     RUY.- La última campaña ha encumbrado mucho al rey Francisco.

     D. CARLOS.- El águila que va a brotar de mi cimera puede también desplegar las alas.

     RUY.- Vuestra alteza sabe latín?

     D. CARLOS.- Mal.

     RUY.- Pues es una lástima, porque a la nobleza alemana le gusta que la hablen en latín.

     D. CARLOS.- Se tendrán que contentar con un castellano altivo, porque, creedme, duque, cuando la voz habla alto, poco importa la lengua en que hable. Voy a Flandes, y deseo, mi querido Silva, volver a España emperador. El rey de Francia lo removerá todo, por lo que debo anticiparme y partir en seguida.

     RUY.- Nos dejáis, señor, sin purgar antes a Aragón de esos bandidos que al abrigo de sus montañas levantan la atrevida frente?

     D. CARLOS.- Ya he dispuesto que el duque de Arcos acabe con ellos.

     RUY.- Pero habéis dado también la orden al capitán de la gavilla de que se deje exterminar?

     D. CARLOS.- Quién es ese bandido? Cómo se llama?

     RUY.- Lo ignoro, pero dicen que es muy audaz.

     D. CARLOS.- Sólo sé que ahora se oculta en Galicia. Ya enviaré alguna fuerza para que se apodere de él.

     RUY.- Pues falsas noticias creen que está aquí.

     D. CARLOS.- Serán falsas... Esta noche me hospedo en tu casa.

     RUY.- Me dispensáis, señor, inmerecida honra. Honrad todos al rey mi huésped.

El duque hace formar en dos filas a los criados que llevan las antorchas hasta la puerta del fondo. Ínterin se acerca DOÑA SOL a HERNANI. El rey los cela.

     SOL.- Mañana a medianoche estarás debajo de mi ventana y me llamarás dando tres palmadas.

     HERNANI.- Sí, mañana.

     D. CARLOS.- (Mañana!) (A DOÑA SOL con galantería.) Permitidme que os ofrezca la mano para salir. (El rey la conduce hasta la puerta.)

     HERNANI.- (Llevando la mano al puñal.)- Cuándo te usaré!

     D. CARLOS.- (Volviendo y acercándose a HERNANI.)- Os concedí el honor de cruzar vuestra espada con la mía; por muchos motivos sospecho de vos, pero el rey Carlos odia la traición. Idos, que me digno proteger vuestra fuga.

     RUY. (A D. CARLOS.)- Quién es ese caballero?

     D. CARLOS.- Es de mi séquito y se va.

Salen con los criados: el duque precede al rey, llevando en la mano una antorcha encendida.



Escena IV

HERNANI.- De tu séquito soy; dices bien!... Voy tras de ti de día y de noche, siguiendo las huellas de tus pasos y con el puñal en la mano! Persigo a tu raza representando a la mía..., y ahora descubro que eres mi rival!... Estuve un instante indeciso entre amar y aborrecer. Mi corazón no era bastante capaz para abrigaros a ella y a ti; amándola, olvidé el odio que te profeso; pero has venido a recordármelo, y el amor, que inclinaba la incierta balanza, la hace caer por la parte del odio! Has dicho bien; soy de tu séquito! Ninguno de los cortesanos que te lamen las manos y que te besan los pies te seguirá tan tenaz ni tan asiduamente como yo: los cortesanos van tras de ti por cosas baladíes, por juguetes de relumbrón, y yo voy para arrancarte el alma del cuerpo y para hacerte saltar la sangre de las venas. Ve andando, que yo te seguiré. Me acompaña. la venganza, hablándome al oído; espío, escucho y sigilosamente sigo tus huellas; te persigo. De día no podrás, oh rey!, volver la cabeza sin verme inmóvil y sombrío turbar volverás tampoco sin tus solemnidades, y de noche no la volverás tampoco sin encontrar fijos en ti mis ojos fulgurantes.

FIN DEL ACTO PRIMERO

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