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Historia de la Provincia del Nuevo Reino y Quito de la Compañía de Jesús

Tomo I

Pedro de Mercado, S. J.



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ArribaAbajoPadre Pedro de Mercado

por el padre Juan Manuel Pacheco, S. J.


Es extraño que nuestros críticos literarios ignoren casi completamente al padre Pedro de Mercado, uno de nuestros más fecundos escritores de la segunda mitad del siglo XVII. Aunque nacido en Riobamba (Ecuador) la mayor parte de su vida transcurrió en el Nuevo Reino de Granada. Sólo el erudito historiador Enrique Otero D'Costa le consagró un breve artículo en la Gaceta Municipal de Quito (vol. 19, 1934, páginas 46-48).

Pero si el padre Mercado ha sido ignorado en su patria adoptiva, no es un desconocido para los eruditos europeos. Ya Nicolás Antonio, en el volumen segundo de su Bibliotheca Hispana Nova (Madrid 1758), reseña varias de las obras del padre Mercado y traza de él estos breves rasgos biográficos: «Pedro de Mercado, nacido en Riobamba, población del Nuevo Reino de Granada (+), sacerdote de la Compañía de Jesús» (II, p. 216).

Mucho más completa es la lista de obras del padre Mercado dada por el padre Carlos Sommervogel, S. J. en su monumental Bibliothèque de la Compagnie de Jésus (V, 963-967). Precede a la enumeración de las obras una corta noticia biográfica del jesuita riobambeño, en la que no todos los datos son exactos.

Nació el padre Pedro de Mercado, como hemos ya dicho en Riobamba en 1620. Nada sabemos de sus primeros años. El 23 de febrero de 1636 ingresaba en la Compañía de Jesús en Quito. Tuvo por maestro de novicios al padre Gonzalo de Buitrago, cuya biografía escribió en esta Historia. Sus estudios de filosofía y teología los hizo también en el Colegio de Quito, pues como él mismo escribe allí «tuve la dicha de conocer al venerable hermano Hernando de la Cruz, y alcanzarlo vivo más de ocho años». (El Cristiano Virtuoso, p. 29).

En 1655 hallamos ya al padre Mercado en el Nuevo Reino, pues en este año es nombrado párroco del real de minas de Santa Ana (hoy Fallon, Tolima), doctrina entonces a cargo de la   —8→   Compañía de Jesús (Archivo Nacional, curas y obispos, 8, f. 426). Sospechamos que unos años antes había vivido en el Colegio de Popayán, pues en la historia de este colegio hay varias alusiones de índole personal.

En 1659 se encuentra de rector del Colegio de Honda. Es él sin duda el «padre que era entonces de rector», de que habla en esta Historia, quien reconstruye la vieja iglesia del colegio techándola de nuevo y adornándola con cuadros e imágenes. Es rector y maestro de novicios en Tunja desde 1667 por varios años. De nuevo lo encontramos de rector del Colegio de Honda en 1678. Pasa de allí a Santafé, como superior de la residencia de las Nieves (1684), para ser luego rector del Colegio Máximo y de la Universidad Javeriana en la misma ciudad (1687). En 1689 ejerce el cargo de Viceprovincial. Después de esta tan larga carrera de gobierno, ya anciano, consagra sus últimos días a la dirección espiritual de los jóvenes jesuitas del Colegio de Santafé. En esta ciudad muere el 11 de julio de 1701. Al registrar su entierro se escribe en el Libro 5.º de la Iglesia y Sacristía del Colegio de la Compañía de Jesús de Santafé: «Fue sujeto de conocida virtud y religión, tan observante de las reglas que no se le notó la menor quiebra en su observancia. Imprimió muchos tratados espirituales para provecho de las almas. Conservó la gracia baptismal. Está enterrado en el presbiterio, en el lado de la epístola, en el sitio donde se pone el subdiácono a cantarla. En su entierro (que hizo el venerable deán y cabildo con asistencia de todas las religiones y nobleza de la ciudad) hicieron todos grandes demostraciones de la estimación que hacían de su virtud, besándole a porfía los pies y las manos, y cortándole los cabellos y vestidos como reliquias de un varón santo».

El docto sacerdote santafereño don Juan Bautista Toro llamaba al padre Mercado el «Oráculo de esta ciudad». No menos estima le profesaban sus superiores religiosos. El padre general Tirso González, alegrándose del fervor religioso que reinaba en el Colegio de Santafé, lo atribuía al ejemplo, entre otros, del padre Mercado. «Al Colegio de Santafé, escribía al padre Altamirano, el buen gobierno del padre Juan Martínez Rubio, y el buen ejemplo del buen padre Hernando Cabero, Pedro Mercado, y otros ejemplares ancianos, le tienen en buena observancia y regularidad».

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Numerosas obras de carácter ascético publicó en su vida el padre Mercado. La primera, en orden cronológico, parece ser Destrucción del ídolo qué dirán, publicada en Madrid en 1655. Tuvo un éxito sorprendente y fue traducida al italiano y al latín. Ese mismo año salió también en Madrid su Método de obrar con espíritu, reeditada en 1662. En 1660 aparecen, en la misma ciudad, dedicadas a la marquesa de Montealegre, doña Juana de Borja, sus Palabras de la Virgen María Nuestra Señora, sacadas del sagrado Evangelio, y en 1667 su obra Ocupaciones santas de la cuaresma.

Siendo rector de Tunja redacta El cristiano virtuoso, que dedica al licenciado Sebastián Merchán de Velasco y Monsalve, cura de Oicatá, bienhechor de aquel colegio. Se publicó en 1673. Esta es la única obra del padre Mercado que se conserva manuscrita en la Biblioteca Nacional de Bogotá.

En los años siguientes da a la imprenta Práctica de los ministerios eclesiásticos (Sevilla, 1676), Conversación del pecador con Cristo a imitación de algunos pecadores que hablaron con su divina Majestad en esta vida mortal (Valencia, 1680), Oficio manual espiritual (Sevilla, 1680), Instrucción para hacer con espíritu los oficios corporales de la religión (Valencia, 1680), dedicada a los religiosos que no son sacerdotes, Memorial de los siete dolores de María Santísima (Valencia, 1680) y Rosal ameno y devoto (Valencia, 1680). Este último libro, en que explica el modo de rezar el rosario de la Virgen María, fue reimpreso repetidas veces en México.

En 1681 aparecieron en Sevilla sus Recetas de espíritu para enfermos del cuerpo. En sus cortos capítulos, titulados recetas, exhorta a los enfermos a practicar diversas virtudes, poniéndoles ante los ojos los ejemplos de numerosas personas virtuosas. «Que el enfermo ha de sufrir con fortaleza los remedios rigurosos», «cómo se han de tomar los jarabes y purgas», «que el que ve al enfermo ha de dar gracias a Dios por estar sano», son algunos de los títulos de sus capítulos. Esta obra está dedicada al padre fray Juan Antonio Cabeza de Vaca, de la orden de los Hospitalarios de San Juan de Dios, comisario general de las Provincias de Tierra Firme y Nuevo Reino de Granada.

En la Biblioteca del Colegio de San Bartolomé (La Merced) se encuentra un raro ejemplar de una de las últimas obras del padre   —10→   Mercado. Son las Horas Mariales, en que se ponen varios modos con que el cristiano puede recibir por suya a la Virgen María a imitación del evangelista apóstol San Juan. La censura la firmó en 1688 el rector del Colegio de Cádiz, padre Florencio de Medina, pero la obra sólo apareció tres años después, en 1691, en la misma ciudad de Cádiz. En ella habla largamente el padre Mercado de la esclavitud mariana, devoción que había de popularizar años más tarde San Luis María Grignion de Montfort.

En esta misma obra se halla la licencia de don Diego Agustín de Rojas Conte, provisor y vicario general de la diócesis de Cádiz, para imprimir otros ocho tratados del padre Mercado titulados: Cuentas que ha de tener el alma con su Dios, Contratos de Dios con el hombre, Insignias de la Pasión de Cristo, Libro único de algunas excelencias de la Santísima Trinidad, Psalmos del Seráfico doctor San Buenaventura, Trabajos de María Santísima, Kalendario para solicitar con los santos buena muerte y Comunicación del alma con su Dios Trino y Uno. Por el padre Sommervogel sabemos que se editaron en Cádiz entre los años de 1688 y 1693.

Finalmente en Amsterdam salió publicada, en 1699, sus Obras espirituales, que contienen los cuatro tratados siguientes: Tratado primero: Numerales meritorios de gracias; Tratado segundo: Metamorfosis provechoso a las almas; Tratado tercero: Galateo espiritual, cortesano a lo virtuoso o vida de Damiana Barrolo; Tratado cuarto: Dechado para mujeres sacado de la historia de Ruth.

No sólo el campo de la ascética fue cultivado por el padre Mercado. Esta Historia de la Provincia del Nuevo Reino y Quito de la Compañía de Jesús revela sus no medianas dotes de historiador.

Los superiores antiguos de la Compañía de Jesús se habían mostrado interesados en la publicación de esta historia. No sólo lo deseaba el padre Diego Francisco Altamirano, visitador de la Provincia a fines del siglo XVII, sino el mismo padre general Tirso González. Pero los originales, llevados a España por el padre Juan de Segovia, se habían extraviado, con disgusto del Padre General. Poco después comunicaba su hallazgo el mismo Padre General, en carta al padre Altamirano: «La historia de la Provincia del padre   —11→   Pedro Mercado ha aparecido, y se reverá en la Provincia de Toledo». No sabemos por qué no llegó a imprimirse.

Su historia llega hasta el año de 1683, y abarca todo el territorio de la antigua provincia jesuítica del Nuevo Reino y Quito, provincia que sólo vino a dividirse doce años después en 1695.

En su plan se advierte el propuesto, en 1598, por el padre Claudio Aquaviva para las historias de la Compañía de Jesús:

1) Fundaciones de los colegios y casas, nombres de los fundadores, progresos y crecimiento de ellas.

2) Aprobación y favor de las ciudades y pueblos.

3) Bienhechores insignes y favorecedores.

4) Sucesos prósperos y adversos de la Compañía.

5) Virtudes y hechos de varones ilustres que han muerto en la Compañía.

6) Vocaciones ilustres y extraordinarias.

7) Mudanzas y conversiones notables logradas con nuestros ministerios.

8) Sucesos desastrosos de personas que han salido de la Compañía.


(Cfr. Fray Mateos; S. J., Introducción a la Historia General de la Compañía de Jesús en la Provincia del Perú, I, p. 83).                


En tiempo del padre Mercado se distinguían claramente en la Provincia dos regiones: la del Nuevo Reino, que comprendía todos los territorios dependientes de la audiencia de Santafé; y la de Quito, con las regiones sujetas a las audiencias de Quito y Panamá. Esta división la guarda el padre Mercado, al consagrar la primera parte de su historia a los colegios del Nuevo Reino, a saber: los Colegios de Santafé de Bogotá, Cartagena, Tunja, Honda, Pamplona, Mompós y Mérida; y la segunda, a los Colegios de la región de Quito, en lo que se incluían los de Popayán y Pasto y las misiones del Chocó, hoy territorios colombianos. A continuación de la historia de cada colegio reúne una serie de biografías de jesuitas notables fallecidos en esos colegios.

Una de las fuentes principales del padre Mercado, en su Historia; son las Cartas Annuas, cartas que los provinciales escribían periódicamente al Padre General para informarle del estado de la Provincia. Copias de estas cartas de la Provincia del Nuevo Reino se encuentran dispersas en los archivos europeos. El padre Mercado tiene el cuidado de advertir, de vez en cuando, que sus informaciones las debe a las cartas annuas de aquellos años.   —12→   Aprovecha especialmente la del padre Gabriel de Melgar, escrita en 1652. Pero no parece haber tenido a mano la del padre Sebastián Hazañero, impresa en Zaragoza en 1615; y sólo conoce las de los padres Diego de Torres y Gonzalo de Lyra, referentes a los primeros años de la Provincia, a través de los extractos y resúmenes que de ellas se publicaron en Europa en las Annuae Litterae Societatis Iesu (Duaci, 1618), y Litterae Annuae Societatis Iesu (Manguntiae, 1618).

Otra de sus más importantes fuentes son las cartas necrológicas que se solían escribir, al morir un jesuita, para dar cuenta a toda la Provincia de los méritos y virtudes de éste. No raras veces cita el padre Mercado al autor de estas cartas. La larga biografía, verbigracia, que trae del padre Diego Solano confiesa que se debe al padre Francisco de Estrada.

No es la historia del padre Mercado una historia crítica. Trató es cierto de allegar el mayor número de documentos posibles, y no raras veces se lamenta de no haber hallado más informaciones y de no poder dar el nombre exacto de las personas y de los sitios. Pero está aún lejos de satisfacer todas las exigencias de la moderna historiografía.

Más que el de historia conviene a la obra del padre Mercado el nombre de crónica. Se esmera en ella por presentar la actividad externa de los jesuitas en Colombia y Ecuador, la fundación de sus colegios, sus misiones y predicaciones, el fruto logrado en sus ministerios, etc., con miras de edificación. Escribe con el criterio de la época, un criterio panegirista, como el que guía a otros cronistas de entonces, al padre Pedro Simón en los capítulos consagrados a los franciscanos en sus Noticias Historiales, y al padre Alonso de Zamora, en su historia de los dominicanos. La historia interna de la Compañía de Jesús está casi del todo preterida. Por el padre Mercado nada hubiéramos sabido de las visitas a la Provincia de los padres Rodrigo de Figueroa y José de Madrid; ni de los ruidosos pleitos de los jesuitas con el arzobispo de Santafé, don Bernardino de Almansa; ni del llamamiento a España del padre Gaspar Cujía, por motivo de los disturbios producidos en Santafé con ocasión de la visita de don Juan Cornejo a la audiencia.

Pero esto no quiere decir que no tenga grandes méritos la obra del padre Mercado. En ella se encuentran preciosas noticias,   —13→   que en vano se buscarán en otras fuentes. Como contemporáneo de los hechos que narra y compañero de muchos de los biografiados, su autoridad es indiscutible.

Esta obra del padre Mercado fue aprovechada ampliamente por los historiadores posteriores. La conoció y utilizó el padre José Rivero en su Historia de las misiones de los Llanos de Casanare y los ríos Orinoco y Meta. Y puede decirse que la mayor parte de la obra del padre José Cassani, Historia de la Compañía de Jesús de la Provincia del Nuevo Reino de Granada no es sino un resumen y arreglo de la obra del padre Mercado. El mismo padre Cassani lo confiesa así, y añade, refiriéndose a esta obra: «Esta historia, ya concluida, se revivió y examinó muy espacio en la Provincia, y sobre el terreno se acrisoló su verdad, y pasó con todas las pruebas que se hicieron exactas de su legitimidad. Por lo que se refiere al interior de la Provincia como de esto era testigo de vista, puso con seguridad la pluma en el papel, como también en las vidas de los varones ilustres, que ingirió, aunque en muchos de estos, por prudentemente, diminuto. No logró tanto acierto en la relación muy sucinta que hizo de las misiones, porque en ella se gobernó por noticias, y el empeño de hablar siempre la verdad y el miedo de no exponerse tal vez a referir lo menos cierto, lo obligó a quedarse muy corto». No se puede hacer mejor elogio de la exactitud histórica del padre Mercado.

La historia de las órdenes religiosas en Colombia es la historia de nuestra cultura. Estas páginas, preciosas por muchos conceptos, serán sin duda objeto de estudio para los amantes de nuestro pasado nacional. El deseo que expresaba Otero D'Costa en su artículo sobre el padre Mercado, se ha cumplido: «Ojalá que alguno de los eruditos hispanos pudiera averiguar la suerte que corrieran (los manuscritos del padre Mercado) y aun rescatar del olvido la obra de este benemérito religioso ecuatoriano que ofrece, sin duda, enorme importancia para la historia tanto del Nuevo Reino de Granada cuanto para la de Quito, en lo referente al siglo XVII».

Gracias al doctor Jorge Luis Arango ha sido rescatada esta obra para la cultura de la Patria.

JUAN MANUEL PACHECO, S. J.



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ArribaAbajoDedicatoria

Al Príncipe de la milicia del cielo, que tiene a su cuidado la provincia de la Compañía del Nuevo Reino y Quito.

Encargó providente el Rey de entrambos, Orbes (oh Príncipe celestial) toda esta provincia de la Compañía del Nuevo Reino y Quito a la custodia de tu vigilante patrocinio. Aceptaste obediente este angélico cargo y tu deber cuidadoso continuamente la ha favorecido sin descaecer desde su principio hasta el tiempo presente. En las cosas y casos que en estas dos partes de historia escribe mi pluma tiene gran parte tu protección. Los colegios y misiones te son a ti deudores de los sujetos que en estas y en aquellos han florecido con el ejercicio de virtudes y apostólicos ministerios, lo que con vigilancia han enseñado los maestros evangélicos se debe a tus ilustraciones; los baptismos de los infieles a tu celestial rocío las conversiones de pecadores a tu eficaz intercesión; el fervor de los estudios a tus impulsos; el progreso en las virtudes a tu inspiración; el escape de riesgos de condenación a tu cuidado; el que en este libro se asienten castigos ejecutados contra los vicios se debe a tu Providencia, para que los venideros escarmienten en cabeza ajena y también el que se escriban virtudes de varones ilustres para que otros las imiten. En medio de estas y otras semejantes deudas hallo con claridad que de justicia debo pagarte agradecido y por ahora no me hallo con otro caudal si no es con el de este libro en que se manifiestan los mismos débitos brevemente escritos en sus hojas, y por eso (oh Príncipe celestial) te doy reconocido carta de pago con ellas y con esta dedicatoria en nombre de todos los sujetos y de cada uno de ellos de toda esta provincia; lo que en retorno te suplico que hagas vigilante es que en lo futuro la prosperes de suerte que no descaezca en los fervores del aprovechamiento de las almas, sino que hasta que el mundo se acabe vaya creciendo en ardores de espíritu y que en los futuros siglos haya más y más proezas que puedan dar materia copiosa a las plumas y mayor ocupación a las prensas para gloria de nuestro gran Dios que te constituyó Príncipe Protector y custodio vigilantísimo de esta Provincia de la Compañía de Jesús.

Tu indignísimo alumno,

Pedro de Mercado.



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ArribaAbajoPrimera protesta del autor

Habiendo nuestro Santo Padre Urbano VIII sacado a 15 de marzo de 1625 en la Santa Inquisición General de Roma un decreto, y confirmádole y publicádole a 5 de julio de 1634 en el cual prohíbe que se impriman libros de varones célebres en santidad o -fama de mártires que pasaron de esta vida oía- tengan los tales libros milagros obrados por los tales varones y revelaciones o cualesquiera otros beneficios alcanzados de Dios por intercesión suya sin reconocimiento y aprobación del Ordinario, y las cosas que hasta ahora están impresas de esta calidad sin esa aprobación, quiere y manda que de ninguna manera se tengan por aprobadas. Y habiendo el mismo Sumo Pontífice a cinco de julio de mil seiscientos treinta y uno declarado que no se admitan elogios de Santo o beatificado absolutamente que caigan sobre la persona permitiendo los que caen sobre las costumbres y opinión con protestación al principio de que los tales elogios no tengan autoridad de la iglesia romana sino la fe que les diese el autor que no pasa de humana, insistiendo en este decreto y su confirmación y declaración con la reverencia y observancia que se le debe. Protesto y declaro que ninguna de las cosas que refiero en este libro quiero entenderla ni que otro alguno la entienda en otro sentido de aquel en que suelen tomarse las cosas que estriban en sola fe humana y autoridad ordinaria, y no de la santa iglesia católica romana o de la Santa Sede Apostólica, exceptuando solamente aquellas que la misma Santa Sede ha puesto en el catálogo de los santos canonizados o beatificados o ha declarado por mártires obedeciendo y conformándome en todo al dicho decreto de Nuestro Muy Santo Padre Urbano VIII. Esta protestación es común entre todos los autores, el catálogo que propongo es especial de este libro.



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ArribaAbajo Índice de los nombres de los padres y hermanos cuyas vidas se escriben en la primera parte de esta historia



    • En el libro 1.º del Colegio de Santa Fe

    • Padre Juan Baptista Coluchini.
    • Padre Baltasar Mas Burguez.
    • Padre Pedro Pinto.
    • Padre Francisco Varaiz.
    • Padre Joseph Dadei.
    • Hermano Rafael Ramírez.
    • Hermano Mataís López.
    • Padre Jerónimo de Escobar.
    • Hermano Joan de Reynoso.
    • Padre Pedro Rodríguez Morguaez.
    • Hermano Francisco Martín.
    • Hermano Juan Núñez de Acuña.


    • En el libro 2.º del Colegio de Cartagena

    • Padre Hernando Núñez.
    • Don Antonio Agustín.
    • Padre Miguel Jerónimo de Tolosa.
    • Padre Sebastián de Murillo.
    • Padre Damián de Buitrago
    • El venerable padre Pedro Claver y el hermano Francisco de Bobadilla pertenecen a este segundo libro, pero porque con mucho acierto escribió sus vidas el padre Bartolomé Pérez Alonso de Andrade, omito el escribirlas.


    • En el libro 3.º del Colegio de Tunja

    • Padre Joseph de Tobalina.
    • Hermano Pedro Pérez.
    • Padre Juan Manuel.
    • Padre Francisco de Ellauri.
    • Hermano Salvador Sánchez.
    • Hermano Joan de la Peña.
    • Padre Antonio Castan.
    • Padre Agustín Rodríguez.
    • Padre Francisco de Ubierna.
    • Padre Cristóbal Riedel.
    • Padre Ignacio Fiol M.
    • Padre Gaspar Bech M.
    • Padre Ignacio Toebast M.


    • En el libro 4.º del Colegio de Mérida

    • Padre Domingo de Molina.
    • Hermano Pedro Valdivieso.
    • Padre Luis Vergel.
    • Padre Diego Solano.


    • En el libro 5.º del Colegio de Pamplona

    • Padre Juan Gregorio.
    • Padre Pedro de Corcuera.
    • Padre Joan de la Peña.


    • En el libro 6.º del Colegio de Mompos

    • Hermano Juan Cruzate.


    • En el libro 7.º del Colegio de Honda

    • Padre Francisco Felipe Mexía.
    • Hermano Pedro Barba.
    • Padre Bartolomé Pérez.
    • Hermano Luis Méndez.


    • En el libro 8.º de las misiones de los Llanos

    • Padre Diego de Acuña.
    • Padre Dionisio Mestand.
    • Padre Antonio Monteverde.
    • Padre Antonio Castan.
    • Padre Agustín Rodríguez.
    • Padre Francisco de Ubierna.
    • Padre Cristóbal Riedel.
    • Padre Ignacio Fiol M.
    • Padre Gaspar Bech M.
    • Padre Ignacio Toebast.


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ArribaAbajo Noticia breve proemial de los puestos que contiene la provincia del Nuevo Reino y Quito de la Compañía de Jesús

Ya que mi pluma no sabe ni puede volar, es forzoso que la obligue a correr por los puestos que tiene la Compañía de Jesús en la provincia del Nuevo Reino y Quito, porque así me lo manda el superior, que en nombre de Dios me gobierna. Comenzando a obedecer, imito al geógrafo porque así como éste en un corto mapa propone largas instancias a la vista para que en breve espacio de tiempo las registre de una vez, así yo en la cortedad de este papel pongo a los ojos esta dilatadísima provincia para que la vean con brevedad en todos los lugares y puestos que contiene su latitud. Lo primero que encuentran los que surcando los mares vienen a este Nuevo Reino es el puerto y ciudad de Cartagena donde tiene la Compañía un colegio cuyos sujetos tienen dilatada esfera en qué ejercitar los ministerios de su sagrado instituto, ya con los que vienen en las armadas de los españoles, ya con los etíopes que llegan cautivos de Angola y de Guinea, ya con los que de asiento viven en esta ciudad de Cartagena. Desde ésta, navegando en canoas el río arriba de la Magdalena, se llega a la villa de Mompós, la cual sustenta un pequeño colegio y es utilísimo no sólo a los vecinos del mismo pueblo sino también a las estancias y puestos cercanos, porque tienen como en las otras partes sacerdotes que los confiesen, operarios que les prediquen y maestros que les enseñen la doctrina cristiana. Subiendo algunos días de navegación por este río de la Magdalena, se desembarca en el puerto de Honda y los padres de su colegio incoado tienen bastantemente en qué ocuparse con el curato de españoles, indios y negros que están a su cargo. Desde este puerto de Honda, que es justamente villa, se va caminando y se llega a la ciudad de Santa Fe que es la cabeza de todo el Nuevo Reino de Granada, y en ella tiene la provincia de la Compañía su Colegio Máximo en que lee cátedras de estudios menores y mayores, ocupa púlpitos y coge la mies de otros ministerios. A tres jornadas de Santa Fe se llega al Colegio de Tunja y de allí se pasa al que tiene en una ciudad que a imitación de otra de España se llama Pamplona. Desde ésta caminando doce días por montes sobre ásperos peligrosos se aporta al colegio de otra ciudad que también por imitar a la de España tomó el nombre de Mérida. Estos son los colegios   —[22]→   que tocan a la parte de Santa Fe, a quien también le toca la extendida misión de los Llanos.

Noticiado ya el lector de los puestos que tocan a la una parte de esta Provincia; si quiere tener noticia de los de la parte de Quito, sepa que los que de España quieren ir al Perú desembarcan en Puertobelo, y montando a caballo por tierra y agua llegan no a la antigua Panamá (que a esa ya la consumió el fuego: hic campus vbitroia fuit) sino a la nueva Panamá donde también ha eregido nuevo Colegio la Compañía como las demás religiones. De Panamá salen los navíos, y navegando a la bolina por el mar del Sur como trescientas leguas, entran por el río de Guayaquil donde se toma puerto para caminar por tierra al Colegio de Quito que es el mayor y el mejor de toda aquella parte de Provincia. Del Colegio de Quito yendo hacia Santa Fe se entra en el de Popayán, que es cabeza de gobernación y tiene un señor obispo con sus prebendados. Del mismo Quito caminando hacia el Perú, a pocas jornadas se encuentra con nuestro noviciado de Latacunga; y pasando adelante muchas leguas de distancia se llega al Colegio de Cuenca la cual ciudad por ventura se intitula con este nombre por haberla fundado alguno o algunos de los conquistadores naturales de la ciudad de Cuenca en España. Este colegio ha sido muchos años como la puerta por donde han pasado los nuestros a las misiones de los mainas que tan celosamente ha cuidado el Colegio de Quito teniendo en ellas misioneros insignes.

De las dichas dos partes se compone el todo de la provincia del Nuevo Reino, y de cada parte se pudiera hacer un todo (como lo tienen las otras religiones sagradas) si hubiera bastantes miembros de colegios; pero por no haberlos, no se han compuesto dos distintas provincias. De estas dos partes de provincia unidas haré dos partes de volumen divididas). De cada colegio haré un libro refiriendo en cada uno de sus capítulos lo que hallare que decir, y al fin de cada libro historiaré algunas vidas de varones ilustres pertenecientes a los colegios, de que he de tratar o ya porque murieron en ellos, o ya porque nacieron en las ciudades donde están fundados, o ya por otras razones que verá el que quisiere entretener los ojos en la lección de esta historia. Las cosas y sucesos que en ella escribo los he sacado fielmente (porque procuro ser verídico historiador) de los papeles que tenía guardados el Archivo del Colegio Máximo de Santafé. También se ha valido mi pluma de otras noticias que me han dado personas dignas de crédito y juntamente de algunas cosas que yo he visto. Las veces que no escribo el año de los sucesos ni el nombre de las personas que convenía decir, es porque no las he hallado en los papeles de que me he valido para la composición de esta historia.





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ArribaAbajo Primera parte

Historial de la provincia del Nuevo Reino de Granada de la Compañía de Jesús


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ArribaAbajo Libro primero

Del Colegio de Santa Fe



ArribaAbajo Capítulo I

Descripción de la ciudad de Santa Fe de Bogotá


Así como entre todas las virtudes teologales y morales se lleva la primicia fe, así la ciudad que de ella toma su nombre tiene el primer lugar y es la metrópoli entre todas las ciudades y pueblos que contiene el Nuevo Reino de Granada. Está situada a las raíces de una larga cordillera que corre del Austro al mediodía por dilatados espacios de tierras. Por la parte de enfrente tiene una amenísima llanura de leguas que recrean la vista y alegran el ánimo con su apacible verdor. Como dos leguas cerca de la ciudad pasa un río de aguas muy saludables nombrado Bogotá, de donde toma la ciudad el apellido. De los montes se despeñan por los dos lados de la ciudad dos arroyos o riachuelos y con ser tales dan provisión bastante a la sed de los ciudadanos. El temple, ni por la cercanía de los montes es demasiadamente frío, ni por la poca distancia de la línea es caliente ni hay más mudanza de invierno a verano que llover o no llover. La fábrica de la ciudad es muy extendida, pero con tal proporción se dilata, que la muchedumbre de las calles no confunde a quien las pasea porque están tan derechas y tan bien compartidas con la correspondencia de la una cuadra a la otra que ocasiona gusto el mirarlas. Está en medio de la ciudad una plaza bien extendida por grande, y enfrente de ella la iglesia catedral bien asistida de los señores prebendados. Las dos curias Real y Arzobispal se miran a los dos lados de la plaza y en medio de ella una grande y perenne fuente de agua cristalina que sirve, así para el recreo de la vista como para el socorro de la sed. No es inferior a la arquitectura de las casas de la ciudad la magnificencia y hermosura de los templos, así de religiosos como de monjas. Están estos compartidos para mayor   —26→   comodidad de los ciudadanos en varias partes de la ciudad. Al un lado de la iglesia Mayor está el Colegio de la Compañía de Jesús; a tres cuadras y media de la plaza el convento de la Luz de los doctores San Agustín. Al otro lado de la iglesia mayor está la de los religiosos del ilustrísimo patriarca Santo Domingo; a alguna distancia proporcionada, pasando por una puente, se llega a la rica iglesia del apostólicamente pobre San Francisco; más adelante la calle derecha se encuentra en una esquina el noviciado de los hijos del gran padre San Ignacio, y a lo último de la ciudad el convento de la recolección franciscana dedicada a San Diego, que tan santamente supo ser recoleto en su seráfica religión. Las iglesias y conventos de los religiosos son muy suntuosos por la fábrica y muy insignes por el número de los religiosos que habitan en ellos y acuden, no sólo a los coros de alabanzas divinas a sus horas, sino también a las cátedras de las lecturas de artes y teología. En otras cuatro partes de la ciudad se ven cuatro jardines llenos de flores de castidad encerrada en cuatro conventos de monjas, uno de la Purísima Concepción de la Virgen María; de Santa Clara el otro; el tercero de dominicas dedicadas a Santa Inés de Monte Pulsiano, y últimamente el observantísimo de la gran Madre Santa Teresa de Jesús. Cierran la ciudad en tres extremidades proporcionadamente distintas tres parroquias. La primera y la más numerosa y la mejor en el nombre, es la de Nuestra Señora de las Nieves; la segunda la de la fortísima Virgen y mártir Santa Bárbara; la del invicto mártir San Victorino la tercera. En las cimas de dos altísimos montes que en poca distancia se juntan en la misma cordillera (a los pies de los cuales está fundada Santa Fe) se miran dos tan devotas como hermosas iglesias, una enfrente de la otra y entrambas dedicadas a la Virgen Santísima Nuestra Señora, la una con el apellido de Monserrate, la otra con el título de Guadalupe. Entrambas son frecuentemente visitadas de la devoción de los vecinos trepando el uno y otro cerro, unos a pie y a caballo otros. Reside en esta ciudad de Santa Fe como en cabeza de todo el reino el que está en lugar del rey que es un soberano y capitán general y una Real Audiencia con señores ministros que son oidores y juntamente alcaldes de Corte. Reside también en ella su arzobispo con deán y cabildo eclesiástico con bastante número de prebendados y canónigos, entre los cuales hay mucho número de clérigos sacerdotes. Y porque estos   —27→   no fueran tan lucidos si no fueran doctos ni graduados, hay en esta nobilísima ciudad dos colegios donde estudian desde los primeros rudimentos de la gramática hasta las sagradas sutilezas de la teología. El colegio más antiguo y real es de San Bartolomé, fundado por el señor arzobispo don Bartolomé Lobo Guerrero y está sujeto al gobierno de los padres de la Compañía. El segundo colegio es del Santísimo Rosario y le puso este nombre por ser devotísimo de quien lo fundó y fue el ilustrísimo señor don Fray Cristóbal de Torres, de la sagrada religión de Predicadores, y como tal, predicador de dos reyes. Hay en esta ciudad dos academias en que los que han estudiado en dichos dos colegios se gradúan de doctores y maestros. Comúnmente dicen que a esta ciudad la pueblan dos mil y más casas y ya se ve que en ellas viven de asiento y de paso muchos más millares de personas. Todas sustentan sus vidas con carne, pan y frutos que produce con abundancia este reino y también gozan del vino, frutas secas y otros géneros que les vienen de España.



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ArribaAbajoCapítulo II

De la entrada de los de la Compañía en Santa Fe y de la fundación de su colegio


Al sol quiere asemejarse la Compañía de Jesús, pues así como aquel no deja parte de mundo que no alumbre con sus rayos y no fomente con sus calores, así ésta no quiere omitir lugar del orbe sin ilustrarlo con las luces de la doctrina Evangélica ni sin abrasarlo con los incendios del divino amor. Movidos de este santo fin salieron de España y llegaron a Santa Fe el año de 1590 los apostólicos varones padre Francisco de Vitoria y padre Antonio Linero, a los cuales poco después y con el mismo intento se agregó el padre Antonio Martínez viniendo entonces del Perú. Todos tres diligenciaron cuidadosos la fundación del colegio en esta ciudad juzgando que desde ella podrían como el sol, hacer sus correrías por todos los lugares que componen este Nuevo Reino y sacar a los indios de las tinieblas de la ignorancia ilustrando sus entendimientos con la enseñanza de nuestra santa fe. Sus fervorosas diligencias no tuvieron el efecto de sus deseos y por esta causa el padre Antonio Linero dio la vuelta a España y el otro padre Antonio se volvió al Perú.

Después, viniendo de México a la ciudad de Santa Fe con la dignidad de arzobispo suyo el ilustrísimo señor don Bartolomé Lobo Guerrero trajo en su compañía deseoso del aprovechamiento de sus ovejas al apostólico padre Alonso Medrano, de la Compañía de Jesús; y en buen hora le trajo, pues en este Nuevo Reino de Granada evangelizó la fe católica tan provechosa y milagrosamente como escribe el padre Alonso de Andrade en el quinto tomo de los Varones Ilustres que han resplandecido en la Compañía de Jesús con lo heroico de sus virtudes.

Estando el padre Alonso Medrano gloriosamente ocupado en convertir infieles (de los cuales entonces había mucha abundancia en este Reino) le llamó desde Roma nuestro padre general   —29→   Claudio Aquaviva para que pasando a Europa diese noticias en España al rey Filipo III y al Sumo Pontífice Clemente VIII en Roma de la copiosa mies que había en este Nuevo Reino. Muy duro se le hizo al celo del padre Alonso Medrano el dejar la presa y soltar la hoz que tenía en las manos, pero la dejó y soltó por la obediencia santa que profesaba. Al partirse el padre, ya que su señoría ilustrísima, porque le estorbaba la obligación de residir en su iglesia, no podía hacerle compañía en el viaje, le acompañó de cartas escritas de su mano para que las pusiese en las del Sumo Pontífice Clemente VIII, en las del rey Filipo III y en las de nuestro padre general Claudio Aquaviva. Pedía en ellas con grande instancia lo que tenía muy impreso en su corazón y era que se fundase la Compañía de Jesús en Santa Fe, y movíale el celo de la reformación de las costumbres en los cristianos, de la introducción de la fe en los indios gentiles y de la crianza de la juventud en virtud y letras.

Hizo el padre Alfonso Medrano su legacía en el acierto que se esperaba de su cristiana y santa actividad; habló con el Sumo Pontífice, con el rey y con nuestro padre general los cuales informados de lo que habían visto por escrito y de lo que habían oído de palabra de un varón tan santo, concedieron los buenos despachos y las grandes licencias que se pedían para la fundación. Gozose el apostólico ministro del Evangelio determinó dejar la ciudad de Granada donde había nacido y volverse al Nuevo Reino de Granada donde había hecho que tantos renaciesen con las aguas del sagrado baptismo, y no lo admiró porque le había quedado muy sabrosa la mano en tan soberano empleo, cuales de gentiles a ser cristianos. A este fin salió el padre de la corte de Madrid con pretexto de embarcar los misioneros para el Nuevo Reino, y teniendo el rey noticia cierta de que se quería embarcar con ellos le estorbó el viaje ordenando a los superiores que no le dejasen partir a las Indias porque no quería privar a España de un sujeto de tan relevantes talentos, y así lo ejercitó con grandísima utilidad de la Andalucía en cuya provincia se quedó.

Envió nuestro padre general Claudio Aquaviva para la nueva fundación por rector al padre Martín de Funes, natural de Valladolid, hombre docto con santidad y santo con doctitud, y por compañeros suyos a los padres Bartolomé de Roxas y Juan Baptista Coluchini y al hermano Diego Sánchez, coadjutor temporal.   —30→   Apenas tuvo la ciudad de Santa Fe las buenas nuevas de que los padres estaban cerca cuando trató de salirlos a recebir honoríficamente en demostración del gusto que tenía con su venida, pero los padres, teniendo noticia del honroso recibimiento que les prevenían huyeron de él como humildes entrándose en la ciudad cuando menos lo pensaban, dando su modesta humildad traza para coger descuidados a los vecinos, para que se hospedasen los recién venidos, había desembarazado el señor don Luis Henríquez, oidor de esta Real Audiencia, las casas en que vivía mudándose a otras, y no es dudable que habiendo tenido toda la ciudad mucho gusto con la venida de los padres, les harían muchos cortejos de visitas y regalos1.

Presentaron la cédula que traían del rey nuestro señor en esta Real Chancillería a los veinte y siete de setiembre de mil seiscientos y cuatro, y decretaron con gustosa concordia que usase la Compañía de la licencia que su majestad le había concedido. Pasáronse de la primera casa de su hospedaje al sitio que hoy tiene la Compañía que es muy a propósito para nuestros ministerios porque está a la esquina de la plaza mayor de la ciudad. Allí dispuso el padre rector Martín de Funes la iglesia de prestado o en ínterin que se hacía otra más grande y capaz para el ejercicio de predicar y confesar; dividió los aposentos para la vivienda de los suyos, compuso las aulas para la lectura, repartió los cuartos para las oficinas de la casa. Esta se hallaba muy pobre a los principios pero sustentáronla con sus limosnas el brazo eclesiástico y el secular abriendo las manos de su liberalidad las dos cabezas de esta República de Santa Fe. El ilustrísimo señor don Bartolomé Lobo Guerrero daba quinientos pesos cada año; el señor presidente don Juan de Borja, obrando amorosamente como nieto de nuestro padre San Francisco de Borja socorría a los padres cada año con quinientos doblones, y también les dio otra renta de una pensión en una encomienda que llaman de Guatavita. Otras personas piadosas acudían con algunas ayudas de costas; con estos socorros y con las limosnas que en tiempo de las cosechas pedía uno de nuestros hermanos coadjutores se mantenía el nuevo colegio de suerte que no se faltaba a los ministerios espirituales por buscar el sustento corporal.



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ArribaAbajo Capítulo III

Del principio que dieran a las cátedras


Aunque los padres dieron principio a sus ministerios, por lo espiritual que por pertenecer al eterno bien es lo primero y principal; y después secundariamente entablaron lo literario y lo estudioso: escrebiré primero esto porque tiene menos que decir, y después hablaré de lo primero porque tiene más materia que referir y forzosamente ha de ocupar el número mayor de capítulos en aqueste libro.

Es la ignorancia una universidad de tinieblas donde están graduados de necios todos los que no son enseñados y no quieren aprender. A esta perversa universidad se opuso la luz de la sabiduría de los hijos de San Ignacio, los cuales entrando en este Nuevo Reino de Granada y viendo que en él no había más ciencia que el arte de la gramática, de la cual había pocos que supiesen algo, abrió dos escuelas y puso dos maestros que desde sus principios hasta ahora enseñan la lengua latina a la juventud, y ha sido grande el provecho, pues han salido discípulos para ser maestros y ha gozado la ciudad de Santa Fe de su saber oyendo muchas declamaciones latinas, viendo epigramas y otros géneros de poesías que en ocasiones varias de fiestas y también de exequias han sacado a luz, y a los principios fueron más preciosas por nuevas porque antes que enseñara la Compañía no habían oído ni visto cosas de este género.

Lo que más estimó Santa Fe y aplaudió más fue el ver que la Compañía puso cátedras de arte y de teología escolástica y moral. Fue muy solemne y de mucho regocijo el día en que se dio principio a estas lecciones. Un padre de los nuestros oró en latín muy elegante por espacio de media hora diciendo elogios de la sabiduría, lo cual se ha continuado todos los años en el día de San Lucas en que se principian los estudios mayores. A la primera oración, como a cosa muy nueva acudió la Real Audiencia,   —32→   los prebendados, los religiosos de todas las órdenes, muchos caballeros y plebeyos no pocos. El día siguiente a diferentes horas fueron comenzando los padres lectores con preámbulos de erudición a dictar sus lecciones asistiendo a todas ellas algunos señores de la Audiencia y del tribunal mayor de cuentas y muchísima gente de cuenta, que a todos tiraba la novedad en esta tierra aunque en otras lo habrían visto algunos de los que se hallaren presentes.

Desde aquel tiempo hasta este han defendido cada año conclusiones de artes y de teología con mucho lucimiento, porque como son muy buenos los ingenios que influye este clima, son muy lúcidos, y tanto, que algunas veces causan admiración así en lo escolástico como en lo positivo. Para que cultivasen estos ingenios y para que sacasen a luz maestros, así de dentro como de fuera de la Compañía, envió nuestro padre general Claudio Aquaviva hombres insignes que regentasen las cátedras, cuales fueron el padre Antonio Agustín, el padre Francisco de Lugo, el padre Lorenzo de Lasarraga.

Porque el premio del honor suele incitar al ánimo más perezoso al trabajo del estudio, alcanzaron los superiores bula de Su Santidad y cédula de su majestad para graduar de maestros y doctores a los que hallándose en la tentativa idóneos mereciesen la honra del grado. Y así comenzó el padre rector del Colegio de Santa Fe que también lo es de la Universidad a graduar a los artistas y teólogos en once de junio de mil seiscientos y veinte y tres y hasta este presente año de 82 se han graduado de doctores ochenta y nueve y de maestros trescientos y veinte y uno. Tiene desde su principio la Academia por patrón a aquel gran maestro graduado en la Universidad de París San Francisco Xavier, a quien cada año en su día se le hace fiesta predicando alternativamente sus alabanzas los de la Compañía; y los graduados subiendo al púlpito con borlas y capirotes, con el cual adorno asisten a la celebridad de vísperas, de misa y de sermón todos los de la Academia.

Ya que he nombrado a los graduados en Santa Fe, no dejaré de nombrar a un estudiante porque pienso que fue a graduarse en el cielo, donde porque se ve todo no hay fe. Fue este el hermano Pelayo de Albistur, de edad de cuarenta y seis años, y en solos cuatro que vivió en la Compañía alcanzó la ciencia de los   —33→   santos. Al dar del pie al mundo abrió la mano y dio una gruesa limosna al Colegio de Santa Fe, que estaba muy pobre. Fue hombre muy desengañado porque a la luz de la oración divisaba los engaños deste mundo y desta vida. Entregose mucho al ejercicio de la pobreza, obediencia y humildad. Estudiando estaba casos de conciencia cuando le envió Dios la muerte y aceptola con tanto gusto como quien tenía la vida por penitencia y como quien traía tanto cuidado en mortificarse, que el vivir le servía más de martirio que de gusto. Cuando le daban en su enfermedad esperanzas de vida, sentía tristeza, y en tratándole de su muerte tenía mucho consuelo. Al fin se llegó el último día que fue el Martes Santo del año de mil y seiscientos y quince. Hallose en su entierro la Real Audiencia y otro número muy grande de gente porque quiso Dios honrar al que había despreciado las honras. También vinieron las religiones en comunidad agradecidas a las limosnas que manirroto les había dado cuando era secular.



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ArribaAbajoCapítulo IV

Aprenden los padres de la Compañía, la lengua mosca y ponen cátedra de ella


Los padres que podían leer teología en cualquiera universidad se aplicaron a estudiar la lengua mosca en Caxicá. Esta es una doctrina que recién venida la Compañía a Santa Fe admitió el padre viceprovincial Diego de Torres, para que fuese seminario donde haciéndose los nuestros discípulos de los indios en su lengua, fuesen sus maestros en la fe.

Teniendo noticia la Real Audiencia de que los de la Compañía con el estudio de catorce meses habían aprendido la dificilísima lengua mosca a tal perfección, que habían traducido en ella con gran propriedad de palabras los misterios de la fe católica, mandaron los señores arzobispo y presidente que los párrocos tuviesen aquella traducción por norma y que por ella instruyesen a sus feligreses. Demás desto la Real Audiencia dio orden de que los de la Compañía tuviesen cátedra de lengua en nuestro colegio, y desde entonces la leen todos los días por las tardes a los hermanos teólogos, y ha habido tiempos en que han acudido a oír las lecciones algunos seculares para poder obtener las doctrinas con la ciencia del idioma de los indios.

De los muchos sujetos de la Compañía, que a gloria de Dios y por la salvación de las almas se han sujetado a aprender esta lengua extraña, pudiera decir mucho que callo; pero no dejaré de referir que dos padres que vinieron al Colegio de Santa Fe el año de mil seiscientos y once, sin embargo, de que actualmente estaban estudiando teología, se entregaron con tal afecto y fervor al estudio de la lengua mosca (cuya lección oían por las tardes) que en solos tres meses de estudio predicaron en este idioma con tal propriedad de frases, con tan buen modo de decir y con tal pronunciación, que se admiró el padre catedrático de la lengua, viendo que en tiempo tan corto hubiesen aprendido con tanta perfección una lengua tan difícil.

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Es certísimo que los padres con el estudio y cátedra de la lengua índica, se han opuesto al gravísimo perjuicio que se hacía a los indios por no haber personas que supiesen su idioma. ¿Cuántos estaban envueltos en los errores tenebrosos de sus idolatrías, porque no había quien en su propria lengua les diese luz del verdadero Dios? ¿Cuántos ignoraban los misterios de la fe católica? ¿Cuántos no sabían los mandamientos de la divina ley que debían guardar para escaparse del fuego del infierno y para ir a poseer el gozo del cielo? ¿Cuántos no salían de sus pecados mortales, no diciéndolos en la confesión sacramental porque no hallaban confesor que entendiese y supiese lo que decían? Estando muchos indios de algunos pueblos que se habían congregado en una llanura cercana a la ciudad de Santa Fe, los fue a visitar un operario de los nuestros deseoso de hacer algún fruto en sus almas. Preguntoles si se habían confesado en su tierra en el tiempo de cuaresma? Respondieron que solos los ladinos de su pueblo que serían unos veinte o treinta se habían confesado, porque su cura por no entender su lengua les dijo que los indios chontales no se confesaban, sino solamente los que hablaban en castellano. Admirose el padre de esta respuesta y notando su admiración un indio de otro pueblo de mucho gentío, le dijo: ¿padre de eso os espantáis?, pues eso mismo sucede en los demás pueblos de los indios. Oyendo esto procuró el padre industriar a los indios no confesados para que se confesasen, y ellos mirándose los unos a los otros, se reían extrañando la novedad de que hubiese quien en su nativa lengua los industriase y los quisiese confesar. Industriados salieron de sus culpas confesándolas al sacerdote que los había inducido a obra tan provechosa para las almas, que haciéndolas vomitar por la boca los malos humores de los pecados las dan la salud y vida espiritual.



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ArribaAbajoCapítulo V

Fúndase el Seminario de San Bartolomé


El ilustrísimo pastor del Nuevo Reino de Granada don Bartolomé Lobo Guerrero, celoso del bien de los corderitos que al presente eran de su rebaño y en lo futuro había de ser de sus sucesores, trató de hacer un seminario donde se criasen en virtud y letras; para no les faltase casa o redil en que albergarse, les compró (como quien santamente sabía gastar sus rentas eclesiásticas) unas casas cercanas al Colegio de la Compañía de Jesús, dando por ellas ocho mil y quinientos pesos de trece quilates. Dejándose llevar de la religiosa corriente de la devoción que tenía al apóstol San Bartolomé, le puso al Colegio ese santísimo nombre para que el santo fuese el patrón y abogado de los colegiales y le celebró en sus días con fiesta en su iglesia catedral el tiempo que residió en ella, y por falta suya determinó que se celebrase en la de la Compañía de Jesús o en la capilla de su colegio.

Quiso como tan buen eclesiástico que en primer lugar hubiese seminaristas que con sobrepellices sirviesen en la iglesia a las misas en los días que señaló su prudente devoción. Para distinguir los seminaristas de los convictores ordenó que estos se pusiesen becas coloradas y aquellos las trajesen azules y así se ejecutó; pero andando el tiempo y sucediéndole en el oficio pastoral el ilustrísimo señor don Pedro Ordóñez y Flores, padre muy amante de nuestra sagrada religión, mandó que todas las becas fuesen coloradas. Muchos tiempos las trajeron sin distinción ninguna los que estudiaban la gramática y los que cursaban facultades mayores, pero después pusieron estos en sus becas unas roscas coloradas con que se diferencian de los gramáticos. Pocos años ha que a un lado de las becas añadieron un escudo con las armas del rey con ocasión de haber dado su majestad cuatro becas que se sustenten con su hacienda real atento a que algunos hijos de   —37→   sus ministros suelen quedar desamparados por muerte de sus padres.

La intención de la voluntad de su señoría ilustrísima en dar el gobierno de su colegio a la Compañía mejor que mis palabras la explicarán las suyas, y por eso las pondré aquí formales sacándolas de la erección del colegio que fue en el año de mil seiscientos y cinco. «Para que esta obra (dice) tenga el efecto que el Santo Concilio Tridentino desea, usando de la facultad que nos da para elegir las personas que lo han de tener a cargo y que sean de toda satisfacción en ejemplo, letras y experiencia, teniendo atención a lo que los eminentísimos cardenales intérpretes del Santo Concilio de Trento advierten que los tales colegios seminarios se deben encomendar a los padres de la Compañía de Jesús adonde pudieren ser habidos; y que esto mismo han guardado algunos Sumos Pontífices y prelados del Perú, acordamos de imitar estos ejemplos siguiendo en esto el pío afecto que siempre habemos tenido a esta sagrada religión. Y así pedimos y suplicamos al reverendísimo padre general de ella mande a los superiores de esta provincia tomen a cargo obra de tanta gloria y honra de Dios. Que por la presente les damos a los dichos superiores y a los que en su nombre señalaren por rector toda la facultad, potestad y jurisdicción que es necesaria para el buen gobierno del dicho colegio seminario de San Bartolomé por todo el tiempo que el padre general presente, y sus sucesores nos quisieren hacer esta buena obra. Y suplicamos humildemente a Su Santidad se sirva de no consentir se le quite a la Compañía este cuidado y superintendencia mientras ella le quisiere tener, y a nuestros sucesores pedimos y encargamos lo mesmo porque así entendemos que conviene al servicio de Nuestro Señor y bien espiritual de este arzobispado».

«En el ínterin que el padre general de la dicha Compañía responde a estos nuestros deseos y justa petición, pedimos y encargamos al padre Diego de Torres, viceprovincial de esta viceprovincia de Santa Fe acepte este cuidado y superintendencia poniendo en el dicho seminario y convictorio el superior que le pareciere para que lo tenga a cargo, el cual asimismo lo acepte con las dichas condiciones hasta que el padre general responda y lo apruebe, que es el que tiene facultad para ello y en conformidad de   —38→   esto señalo por ahora al padre Martín Vásquez por vicerrector del dicho Colegio».

No he podido adquirir noticias de las prendas del nombrado vicerrector, pero es bastantísima calificación de su virtud y letras el haberlo escogido para tal oficio un prelado tan celoso como lo fue el señor don Bartolomé Lobo Guerrero. Ahora diré lo que he sabido de otro padre, que siendo rector de este colegio se fue a gozar de Dios (según entiendo, y espero de la divina bondad) en el año de mil seiscientos y quince. Llamábase este padre rector Pedro Sánchez de Roxas, había nacido en la ciudad de Lima y vivido veinte y cuatro años en la Compañía de Jesús, y sus relevantes talentos de virtud y de letras le habían merecido el grado de profeso de cuarto voto. Como muy fiel operario del Señor se ejercitó en misiones muy trabajosas de españoles y de indios caminando a pie muchas leguas por ásperas montañas y desiertos incultos, sufriendo hambres, tolerando malos temporales de aguaceros y soles de que se le originaron y recrecieron enfermedades que en lo mejor de su edad le abreviaron la vida, siendo dichoso en morir por achaque de buscar la salud y vida de las almas. Tuvo grande conformidad con la voluntad del Señor que lo dispone todo para mayor felicidad de sus escogidos. Y como el padre Pedro Sánchez había celosamente procurado que sus prójimos se aprovechasen de los sacramentos de Cristo en su vida, se valió él de ellos cristiana y religiosamente en su muerte.



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ArribaAbajo Capítulo VI

Árboles que ha producido este Seminario


Seminario es propiamente el pedazo de tierra donde se siembran algunas semillas para trasplantarlas a otro lugar, donde creciendo florezcan y fructifiquen. Y la experiencia ha mostrado con el tiempo que el Colegio de San Bartolomé ha sido seminario o almácigo de árboles no solamente vistosos sino muy fecundos. Mientras las tiernas plantas de los colegiales asisten en el almácigo, las cultivan los de la Compañía como cuidadosos hortelanos solicitando que por las mañanas tengan su oración, que estudien fervorosos, que asistan religiosamente al santo sacrificio de la misa, que devotos recen cada día el rosario a la Santísima Virgen porque la leche de su devoción es muy a propósito para criar bien los niños. Que frecuenten los santos sacramentos de la confesión. Que se aparten de la peste de las malas compañías y que se ejerciten en las virtudes. Y cuando declinan en algunos vicios, ya con amor, ya con rigor los procuran apuntalar y enderezar como a tiernos arbolitos. Una de las cosas en que se suelen esmerar más los de la Compañía, que viven entre colegiales, es en procurar que no amancillen con torpeza la virtud angélica de la castidad y suele lográrseles bien este cuidado de que pondré solamente la prueba de dos casos.

El año de once aconteció que una lasciva mujer se atrevió a pretender derribar en el cieno de la torpeza a uno de los colegiales, y para este efecto le hizo mil cariños y halagos, pero él como un armiño en medio de la tentación se determinó primero a morir que ensuciarse; mas como ella porfiase en demanda cogió él unos cordeles que allí halló a ruano, y con ellos hizo huir a la que había armádole lazos para caer. No he sabido el nombre de este casto colegial porque no lo dicen las annuas, pero yo ahora nombraré a otro porque lo conocí.

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De la ciudad de Antioquía su patria vino a ser colegial un mancebo llamado Gregorio Rodríguez y estudió tan cuidadoso que hacía raya entre sus condiscípulos, y llegó a graduarse de maestro con ventajas. Sucedió que en un coloquio espiritual que se representó en el colegio le dieron el más principal papel, y lo hizo con tal gracia, que cierta mujer se aficionó de él y una noche le hizo llamar a la portería; salió tras de él un amigo y compañero suyo ocultamente y disimulado y afirmó, que habiendo oído la nociva y torpe voluntad de la tal persona el maestro Gregorio Rodríguez le volvió las espaldas diciendo: ¿para eso me llamaba? señora, tema a Dios. Quiso trasplantarse a la Compañía de Jesús y lo consiguieron con facilidad sus estimables prendas. Siete años vivió en la Compañía, pero con tan poca salud, que después de haber probado varios remedios tomaron los superiores por último el enviarlo a Antioquía con la probabilidad de que los aires patrios le restituirían la salud; pero no le llevó Dios sino para que perdiese la vida y para que antes de morir diese en su casa muy buenos ejemplos de paciencia, de modestia y de amor a su sagrada religión. Murió a veinte de diciembre del año de mil seiscientos y ochenta y uno y revestido de sacerdote lo retrató un pintor por orden de su padre el capitán Domingo Rodríguez. Alquiláronse muchas hachas y cirios para su entierro, y aunque este se hizo con mucha solemnidad, vigilia y posas, tanto pesó la cera después como antes de encenderse, cosa que el mismo arrendador como constó por un escrito suyo, lo atribuyó a los méritos del padre Gregorio Rodríguez.

Cada una de las cuatro religiones mendicantes que hay en la ciudad de Santa Fe hojeando los libros de los recibos que ha hecho, hallará copioso número de sujetos que del almácigo o seminario de San Bartolomé se ha traspuesto a los claustros de sus casas y en ellas han fructificado, ya como palmas, ya como olivas, ya como otros árboles del paraíso, religioso. Mírense en el archivo eclesiástico los papeles de las provisiones de los curatos y doctrinas de los pueblos de este Nuevo Reino y se hallará raro o ningún cura que no haya sido o colegial de San Bartolomé o por lo menos estudiante seglar que haya tenido su enseñanza siquiera de la gramática en la Compañía de Jesús, y en muchos luce y resplandece el fruto de la crianza que tuvieron así en las letras como en la virtud. De esta sólo pondré un ejemplo, y es el del doctor don Josef   —41→   Méndez Cabrita, cura y vicario de Maracayo, que estando ausente supo que había entrado una peste en su ciudad, dijo animoso: quiero ir a morir con mis ovejas. Llegó a la ciudad, y ayudando a sus enfermos feligreses se le pegó la peste y entre ellos perdió gananciosamente la vida.

Los que habiéndose criado plantados en el seminario de San Bartolomé han salido prebendados por ser en menor número y los curas y doctrineros los nombraré en este capítulo. El doctor Juan Bernal de Salazar, que habiendo nacido en la ciudad de Santa Fe murió deán de su catedral. El doctor don Pedro de Rojas, natural de la ciudad de Tunja acabó con su vida siendo maestrescuela de Santa Fe. El doctor don Cristóbal de Araque, nacido en Pamplona, jurisdicción del Nuevo Reino, fue provisor y vicario general de este arzobispado y murió canónigo de la catedral de Santa Fe. El doctor don Agustín de Olea honró a su patria, Popayán, con varios oficios eclesiásticos que ejercitó, y habiendo obtenido varias dignidades es al presente deán de Santa Fe y vive hoy en su puesto como los demás que ya nombre. El doctor don Gregorio Xaimes, natural de la villa de San Cristóbal, fue el primer canónigo magistral de Santa Fe y arcediano y examinador sinodal y luego obispo de Santa Marta. El doctor don Cipriano de Salcedo natural de la villa de Mompox donde fue cura y vicario y hoy chantre de Santa Fe. El doctor don Juan Martínez de Oviedo natural de la ciudad de Ibagué, provisor y vicario general de este arzobispado en sede vacante, es maestrescuela y examinador sinodal. El doctor don Carlos de Vemaola, natural de Santa Fe y canónigo en su iglesia. El doctor don Juan de Rojas, natural de Santa Fe y canónigo de su catedral. El doctor don Agustín de Tovar nacido en Santa Fe y al presente canónigo magistral. Don Salvador López Garrido, primer canónigo penitenciario.

De este seminario se han traspuesto y también puesto mitras en las cabezas algunos sujetos. El ilustrísimo señor don Francisco de Borja hijo legítimo del señor presidente del Nuevo Reino don Juan de Borja, es obispo de Tucumán habiendo primero sido tesorero de la iglesia catedral de Santa Fe su patria, y habiendo obtenido otras dignidades en la iglesia de las Charcas. El señor doctor don Luis de Betancur, inquisidor de la ciudad de Lima y natural de la de Tunja fue electo obispo de Popayán, su hermano el muy reverendo padre fray Andrés de Betancur, del   —42→   orden seráfico, fue electo obispo de la Concepción de Chile y murió antes de consagrarse. El ilustrísimo señor doctor don Lucas Fernández de Piedrahíta ejercitó en Santa Fe su patria el oficio de provisor y vicario general en sede vacante y obtuvo varias dignidades en la catedral; fue obispo de Santa Marta y hoy lo es de Panamá. El ilustrísimo señor doctor don Diego de Baños y Sotomayor, natural de la ciudad de Lima que habiendo sido colegial de San Bartolomé es al presente obispo de Santa Marta.



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ArribaAbajo Capítulo VII

Erigen la cofradía del Niño Jesús para enseñanza de los indios


Claro está que por el Jesús había de comenzar la Compañía en la enseñanza de la cartilla cristiana en que de tan lejas tierras había venido para instruir a los indios infieles, y así para este efecto comenzaron en el nombre de Jesús sus ministerios erigiendo una cofradía debajo de su patrocinio y alistando en ella a cuantos podían de entrambos sexos, escribiendo sus nombres en su libro con deseos de que estuviesen impresos en el de la vida eterna.

Empezaron a instruirlos todos los domingos del año por las tardes declarándoles lo primero algún punto o puntos de nuestra fe católica en su lengua nativa, y después haciéndoles una plática en que les persuadían alguna virtud o disuadían algún vicio, quedaban algunos dellos tan contentos que no sabían irse de la iglesia y les pesaba de que viniese la noche en que era forzoso el irse a sus casas, y en lugar de irse a ellas, acontecía muchas veces el juntarse muchos indios en casa de algún oficial de la cofradía a recapacitar y repetir lo que habían oído en las pláticas, conque la substancia dellas se les quedaba no sólo en la memoria, sino mucho más en la voluntad y la mostraban haciendo lo que el padre les decía en las pláticas.

Las indias más que los indios mostraban la devoción mayor que tenían al oír la divina palabra que se les platicaba, viniendo muchas a la iglesia de muy lejos, atropellando con su fervor muchas incomodidades que se les ofrecían, o de ocupaciones, o de malos maridos que las castigaban porque no los acompañaban en sus borracheras, o de aguaceros que las empapaban en agua, o de enfermedades que las molestaban; y así sucedía muchas veces que algunas indias estando malas en la cama se levantaban de ella y llegaban medio arrastrando a la iglesia por no privarse del gusto que tenían y del provecho que les hacía el oír la divina palabra. Prueba de estos frutos serán los muchos ejemplos que se verán en aquesta historia.



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ArribaAbajoCapítulo VIII

De la devoción que se introdujo a la misa, confesión y comunión


No ha habido materia que el padre operario les haya dictado a los indios desde la silla en las pláticas, y desde el púlpito en los sermones, que no se les haya impreso a muchos en las almas. Árboles silvestres han sido los indios; pero injerta en ellos la fe católica y la palabra evangélica han dado frutos preciosos que con evidencia muestran que no por silvestres dejan de ser capaces de trasplantarse al paraíso del cielo.

Expelida de los corazones de los indios la idolatría se introdujo en ellos la religión de asistir al santo sacrificio de la misa en culto de Dios Trino y Uno. Muchos de ellos oían cada día una misa y otros no contentos con una asistían a más misas. Preguntó un padre de la Compañía a uno de los cofrades ¿cuántas eran las misas que cada día acostumbraba a oír? Respondió: Padre, jamás estoy contento si no pasan de seis. Y lo que hay que ponderar en las circunstancias de la persona de este indio, es que era oficial y no por ocuparse en oír las misas dejaba de tener ganancias bastantes con el trabajo de su oficio. En una ocasión quiso un hombre darle de almorzar a un cofrade, pero él le respondió que no podía almorzar porque no había oído aquel día (y era día de trabajo) sino tres misas, y que su costumbre era no desayunarse hasta haber oído más misas. Aun más se esmeraban en esta devoción muchas indias causando confusión a las españolas que las v(e)ían asistir a muchas más misas que oían en nuestra iglesia. Otras que por estar muy lejos no podían venir a ella acudían a esta religiosa devoción en los templos que estaban más cercanos a sus casas. Cuando por ocupaciones o por otras contingencias no podían oír misa, lo lloraban (como si fuera pecado) en sus confesiones. Tan lejos estaban de pecar dejándola de oír en los días de precepto.

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Instruíales el padre enseñándoles en algunas pláticas de las que les hacía, el modo conque habían de confesarse y lo aprendían y practicaban muy bien. Apenas acababa de platicar el padre cuando en lugar de darle tiempo para que descansase de aquel trabajo, le metían en otro de estar oyendo hasta las noches las confesiones de las almas que se habían movido a penitencia, con lo que atentamente habían escuchado en la plática. El sacerdote, que el año de mil seiscientos once tenía a su cargo la cofradía del Niño Jesús, afirmó que sólo de la gente más conocida que llamaba por sus nombres y se confesaban con él a menudo, eran al pie de ochocientas personas. Muchas se confesaban generalmente con tanto consuelo suyo, que después iban publicando por la ciudad alabanzas de los confesores de la Compañía, y exhortando a cuantos conocían que probasen a confesarse con ellos y así acudían muchos a la fama y por la misericordia del Señor comenzando a confesarse una vez no acertaban a ir en busca de otros confesores. Tan firmes han sido los propósitos que han hecho en sus confesiones algunos indios que se han conservado años enteros sin cometer una culpa mortal.

Tanta pureza de conciencia llegó a tener uno destos indios, que no había cosa que más temiese que un pecado por ser ofensa de la Divina Majestad. Tan rendido estaba a la voluntad de Dios y tan deseoso de no salir de su gusto, que todas las veces que le era necesario ocuparse en alguna obra exterior indiferente le pedía primero licencia a Dios para ocuparse en ella; y demás de esto se ocupaba en ejercicios que intrínsecamente eran buenos y espirituales por servir a su Señor y tener contento a su Dios.

Las indias que no eran de la cofradía del Niño Jesús, tenían tal concepto de las que estaban matriculadas en ella, que juzgaban que no podían estar entre ellas sin tratar de ser buenas y por el mismo caso que se atrevían a entrar en la iglesia al tiempo de la plática se resolvían también a confesarse y mudar de vida. Una vez, exhortando cierta cofrada a una india que se fuese con ella a la plática, respondió: ¿Cómo puedo yo ir con vosotras a la plática si estoy amancebada? Después con buenas razones ganó para Dios la cofrada del Niño Jesús a la india perdida, hizo que se confesase y que con resolución firme dejase a un mal español que la perseguía; de lo cual él convertido en bueno se edificó; y ella   —46→   con la mudanza de vida perseverante edificaba a las demás indias de la cofradía.

Viendo los sacerdotes de la Compañía que las almas de los indios se limpiaban con el agua de la contrición y con el sacramento de la penitencia, y conociendo también que sabían distinguir entre pan y pan creyendo fielmente que en la hostia consagrada está Cristo, no en su imagen sino en su misma persona, los introducían a que comulgasen en los días que juzgaban a propósito para hacerles este soberano regalo. Permitió Dios esta buena obra tuviese su contrapeso de persecución causándola personas eclesiásticas que aun desde los púlpitos reprendían el dar la comunión a los indios diciendo que eran incapaces de recebir este soberano Sacramento; pero los de la Compañía con modestia religiosa y con eficaz fuerza de razones volvió por ellos y salió con la victoria, porque los indios bien enseñados se hacen muy capaces de recebir este divino manjar, y es certísimo que algunas almas de estos indios menospreciados y perseguidos son más dignas de comulgar que las de muchos españoles presumidos de nobleza y muy honrados por su hidalguía. Concluyo este capítulo con lo que le sucedió a un padre, y fue que habiendo confesado y catequizado a una india la dijo que al día siguiente comulgase; pero ella lo respondió que con su licencia se prepararía siquiera por espacio de ocho días con ayunos para haber de comer el pan en que estaba un Dios tan bueno.



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ArribaAbajoCapítulo IX

De la penitencia de los indios y la de una morena Felipa Guillén


En uno o dos domingos del año aconteció platicarles el padre a los cofrades de la penitencia que habían de hacer por sus pecados, y dieron tan buen oído a la plática, que en saliendo de ella hicieron una junta y cada uno dio un tanto de dinero a una persona de cuidado para que lo tuviese de mandar hacer unas disciplinas y unos cilicios. Los que no tenían dinero pedían estos instrumentos de penitencia al padre, y los dio a más de cincuenta y no dio más porque entonces no tenía más.

Muchos tomaban tres veces disciplina en cada una de las semanas; otros una o dos veces no contentándose con que fuesen secas sino sangrientas, de que dieron testimonio personas que las vieron llenas de sangre. Usaban también del cilicio con tanto rigor, que ni aún para dormir de noche se lo querían quitar; y esto que en los indios fervorosos era muy común, lo probaré en particular con el ejemplo de una india anciana. Estuvo esta caritativamente velando el cuerpo de un difunto y a la media noche no pudiendo ya sufrir la aspereza del cilicio se lo quitó hasta la mañana, y llegada ella, le picó de suerte el escrúpulo que diera mucho por no haber evitado las picaduras del cilicio y se fue a confesar de habérselo quitado como si fuera culpa; y fue necesario desengañarla y declararla que no era pecado.

El año de mil seiscientos once murió un indio mancebo que en lo tierno de sus años se trataba ásperamente con los golpes de la disciplina hasta derramar sangre, y haciendo esto a una hora de la noche, andaba en todas las del día herido con un riguroso cilicio de puntas agudas de hierro. Éste algunas veces se levantaba de su cama a la media noche cuando era más inclemente el frío, y yéndose a la huerta de su casa juntaba muchas ortigas con que hacía un lecho en que a costado pasaba el resto de   —48→   la noche atormentado. Este fue antes idólatra y con esta penitencia y con mucha virtud que adquirió después de su conversión se desquitó de su infidelidad y se dispuso para el cielo a juicio de los padres que trataron su alma.

Tan fervorosos estaban en ser penitentes, que ellos allá entre sí hicieron una junta y resolvieron irse a ver al padre que cuidaba de ellos y rogarle que les diese licencia para que no sólo en el tiempo devotísimo de Adviento y cuaresma, sino que también en cada una de las semanas del año pudiesen tomar tres disciplinas en su iglesia (que la tienen propria en nuestra casa y la llaman la iglesia chiquita) en las noches que les señalase su prudencia. No se les concedió su demanda y así se fueron a sus casas como salen de ellas los cofrades cuando van a otras partes, es cosa de edificación. Despídense de los otros rogándoles que los encomienden al Niño Jesús y que se acuerden de ellos en sus rosarios y devociones; confiésanse y llevan consigo su disciplina y cilicio por no perder la buena costumbre de la mortificación y le ofrecen al Niño una vela de cera para que les dé buen viaje y los ayude en sus jornadas. No se tenía ni juzgaba por hermano de la cofradía del Niño Jesús el que no tenía las insignias de penitente convertido.

Diéronse también al ayuno (que es penitencia de coge de pies a cabeza) absteniéndose de carne (a que los indios tienen mucha inclinación) no sólo los viernes y sábados sino los miércoles de todo el año en reverencia de la Virgen Santísima. En el tiempo de cuaresma no dejaban día ninguno sin santificarlo con la abstinencia, siendo así que solamente les obliga la iglesia al ayuno en los viernes del tiempo cuadragesimal. Otros había que en algunos días ayunaban a pan y agua.

Por ser Felipa Guillén alistada entre los cofrades del Niño Jesús (aunque no era india sino morena) quiero entreverarla así. Dicen que de su virtud y vida ejemplar se podía hacer un cumplidísimo tratado. Ojalá lo hubieran hecho para ejemplar de blancos y negros, pero ya que no lo hicieron referiré lo poco que de ella escribió el padre Esteban de Arrotigui. Muchos años había que estaba reducida con veras a un estado de vida perfectísimo entregándose a la oración con Dios y a la penitencia consigo misma. Diole el mal de la peste estando un día velando en ayunas y cargada de cilicios en el convento recoleto de San Diego   —49→   que hay en esta ciudad de Santa Fe. Al cuarto día de su enfermedad por orden de los médicos y de su confesor, la desnudaron de un saco de cerdas y de hierro con que ásperamente maceraba su cuerpo; pero no pudieron quitarle una argolla bien pesada que tenía puesta en una pierna, porque la había soldado para bajar con su peso a la sepultura. Pidió que la dejasen sola tratar con Nuestro Señor y quiso sin duda que a los golpes de su cuerpo le abriesen las puertas del cielo, pues se levantó de la cama y se golpeó con muchos azotes. Murió con gran paz de su alma diciendo que no estaría en el purgatorio sino sólo dos días. Su cuerpo lo hallaron arado con los azotes y lleno de hoyos de las cadenas exhalando una celestial fragancia al olfato de los presentes. Sepultáronla en la iglesia que tienen los indios en nuestra casa y el entierro se hizo con grande aparato y concurso de gente no pequeño porque era tenida y venerada por grande santa cuando vivía por ser muy bueno el ejemplo que a todos daba.

Con ocasión de la enfermedad, muerte y entierro de Felipa, referiré lo que en semejantes casos solían hacer los cofrades. Visitaban al enfermo, llevábanle los regalos que su pobreza pedía; cuidaban más que del cuerpo del alma haciendo que le diesen los Sacramentos; asistían a la cabecera del moribundo para ayudarle con sus oraciones, y en muriendo lo acompañaban el cuerpo con la cera que sacaban de la caja de la cofradía. Hacían una junta en que cada uno daba lo que podía para que se dijesen misas por el difunto. Cada año hacían un aniversario con misa cantada y ofrendas, las cuales llevaban después a hacer repartición de ellas entre los pobres del hospital y de la cárcel. Con estos y otros ejercicios se disponían para morir bien como se dispuso un indio de la cofradía a quien asistiendo un padre de los nuestros no lo quería dejar pensando que luego se moriría; pero el enfermo le dijo: váyase a descansar que yo no he de morir ahora sino mañana a las seis. Así se cumplió como lo dijo.



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ArribaAbajo Capítulo X

Conversión de un indio en día que se repartían santos del mes


La religiosa costumbre que en la Compañía introdujo San Francisco de Borja disponiendo que los santos que caen en cada mes se repartiesen por suertes entre los sujetos, la han introducido los de la Compañía en las congregaciones que toman a su cargo y la entablaron desde sus principios en la cofradía del Niño Jesús, el cual parece que quiso aprobarla y confirmarla también con el suceso siguiente:

Varias veces el padre que tenía a su cargo esta hermandad o cofradía procuró atraer a ella a un indio principal cabeza de una parcialidad por apartarlo de una mala amistad en que muchos años había estado con público reparo mortalmente entretenido. Convidábale con dulzura a que fuese a oír siquiera en nuestra iglesia una plática que le sería de mucho gusto porque suelen ser muy sabrosas las pláticas de Dios; pero como él tenía estragado el gusto para lo espiritual y estaba saboreado con lo carnal, se resistía al convite del padre. Al cabo de mucho tiempo se entró en nuestra iglesia acompañado de otros indios un domingo por la tarde en que se repartían los santos del mes a los cofrades, y sucedió, que habiendo recebido todos ellos los papelitos en que estaban escritos los nombres de los santos, sobraron algunos y con esta ocasión le dijo cortésmente el padre al indio principal que tomase uno de aquellos papelitos, y porque él no sabía lo que significaban como quien nunca los había visto, le declaró el padre la significación diciéndole que los indios cofrades tomaban cada mes un santo que les fuese patrón, y para este efecto se encomendaban a él cada día rezándole alguna oración y ofreciéndole algunos servicios, y que así le rogaba que a devoción del santo que le había cabido se viniese cada mañana a nuestra iglesia a visitar al Niño Jesús. Cuadrole el consejo y así la mañana   —51→   siguiente comenzó a ponerlo en ejecución y pagóselo de contado el Niño Dios infundiéndole un vehemente deseo de confesarse. Hizo la diligencia previa del examen de conciencia, púsose después arrodillado a confesar sus culpas, y al tiempo que estaba haciendo su confesión llamaron para un negocio que pedía priesa al confesor y así le dijo que se asentase un rato mientras daba la vuelta. Detúvose el padre mucho más tiempo del que pensaba y volviendo a la iglesia le halló puesto de rodillas como le había dejado con las manos devotamente juntas y con los ojos hechos dulcemente dos fuentes de lágrimas mirando como suspenso y atónito una medalla de estaño del Niño Jesús. Acabó su confesión con gran provecho suyo y con no menor satisfacción del confesor. Después de algún tiempo le hirió una enfermedad mortal; llamó al mismo padre para que le ayudase a bien morir y muriendo dejó prendas de que había alcanzado la eterna salud.

Añado a este capítulo otras conversiones de indios, aunque no con el mismo motivo que el del dichoso indio de quien acabo de hacer mención. Estando una india mal acompañada en la cama con un hombre la despertó este a deshoras de la noche diciéndola que le había dado un accidente que le hacía echar sangre por la boca. Levantose ella presurosa y fue corriendo a traer una vela encendida; volvió presto con ella y halló al hombre en mitad del aposento tendido despidiendo un arroyo de sangre por la boca sin tener lengua para hablar en respuesta de lo que le preguntaban ni para pedir que le llamasen confesor. Así murió derramando su sangre el que no supo aprovecharse de la que Cristo derramó por él. Pero la india quiso aprovecharse de aquella sangre recebiendo su baño en el sacramento de la penitencia: y así se fue por la mañana a confesar muy convertida y fueron tan firmes los propósitos de su conversión, que los cumplió y mudó totalmente la mala vida en buena alistándose en la cofradía del Niño Jesús.

Otra india se convirtió también escarmentando en cabeza ajena, por haber visto una desgracia que fue pública en la ciudad de Santa Fe. Estaba presente al tiempo en que un indio por orden de su amo traía un frasco de tinta y se lo entregaba a una india con quien estaba mal amistado, pues era su amistad en ofensa de Nuestro Señor. Ella en lugar de colgar el frasco de un clavo como el indio se lo decía quiso probar a lo que sabía el licor   —52→   que venía dentro de él, pensando que sería vino sabroso. El indio le fue a la mano y a la boca diciéndola que no bebiese porque era tinta que le podía hacer mucho perjuicio a la salud. Ella se rió pensando que la engañaba su galán y empezó a beber de la tinta sin que el mal sabor desengañase al sentido del gusto ni el color al de la vista ni las persuasiones de su mal amigo fuesen bastantes a que no prosiguiese con la bebida. Bebió hasta no poder más y hasta caer en tierra donde vomitando tinta sin pedir confesión ni decir Jesús expiró en manos de aquel indio con quien había vivido mal. Este lastimoso caso se imprimió en el corazón de la india que lo miraba y se le fijó en la memoria de suerte que en espacio de dos meses no pudo divertir la imaginación atenta al suceso ni su pena pudo recebir consuelo aunque lo procuraba con los medios ilícitos de una mala amistad que tenía con un español. Al fin de los dos meses (y había de haber sido al principio) dio en el punto del acierto resolviéndose a hacer con un padre de la Compañía una buena confesión; hízola general de toda su vida y la trocó de suerte que fue después una de las mujeres ejemplares y edificativas de la cofradía.



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ArribaAbajoCapítulo XI

Que algunas indias entraban en los conventos de las monjas por amor de la castidad


Cuando los religiosos de la Compañía de Jesús entraron en la ciudad de Santa Fe (que como dije fue el año de mil seiscientos y cuatro) no había en ella más religiosas que las de la Purísima Concepción de la Virgen porque no había otro convento de monjas. Bien comenzaron por aquí la clausura religiosa y monástica en Santa Fe, porque la Concepción Purísima es el primer misterio de la Virgen María que en el primer instante de su ser natural estuvo encerrada en las entrañas de Santa Ana su madre con el singularísimo privilegio de ser concebida sin el pecado original. Viendo el celoso padre viceprovincial Diego de Torres, que un solo convento era cosa poca para que muchas mujeres se consagrasen por esposas a Cristo, movió con sus consejos y exhortaciones a que se erigiese otro convento como lo testifican Annuas del año que ya cité: erectum etiem monialium coenobium Patris Didaci vice provincialis monitis et hortatu. Este fue el religiosísimo monasterio de Nuestra Señora del Carmen que se fundó el año de mil seiscientos y seis con el nombre ilustre de San José.

Estos dos monasterios fueron a los principios de la cofradía los señuelos que atraían a las indias que querían ser aves de castidad, porque oyendo predicar en su lengua a los padres de la Compañía, cuán abominable era el vicio de la lujuria y cuán agradable a Dios la virtud de la castidad apetecían algunas el entrarse en los conventos de las monjas sujetándose a servirlas por servir con mayor pureza a Dios. Muchas en la flor de su juventud que estaban a riesgo de perder su virginidad por el buen parecer de sus rostros, pedían licencia a sus padres para entrarse en los conventos, si no a ser monjas; a ser profesas de castidad, y aunque les   —54→   proponían que habían de estar emparedadas hasta que las cubriese la tierra de la sepultura, no desistían de su pretensión y se entraban por las puertas de los conventos, unas para servir a toda la comunidad, otras para obedecer a particulares religiosas. Todas tenían entonces por maestra a una religiosa con quien comunicaban las materias de sus espíritus, y ésta a tiempo señalado las juntaba, les leía lección espiritual y las hacía rezar. El año de 1611 vivían en los dos conventos cincuenta indias y hoy en aquellos y en otros dos que se han añadido vive mucho número de ellas procediendo algunas de ellas con mucha virtud. ¿Qué fuera de estas pobres indias si estuvieran fuera? Es cierto que dentro de los conventos se ha logrado en muchas la virtud de suerte que han alcanzado la corona de la gloria.

Contaré un caso que es prueba de lo mucho que Dios aprueba la determinación de guardar en un monasterio la virtud de la honestidad y se supo de boca del venerable padre Francisco de Varaiz. En la ciudad de Santa Fe hubo una india muchacha de buen rostro y de mejor natural, como lo muestra la licencia que pidió a su madre para encerrarse en el convento del Carmen temerosa de que las dádivas no le hiciesen quebrantar en el siglo la pureza de castidad con que la había criado su madre. Ésta no reparó en la soledad en que había de quedar y así no se le ofrecieron las incomodidades para el estorbo, sino las conveniencias para la ejecución. Encerrose la muchacha en el ameno huerto de la religión y estaba en ella plantada como una flor y muy gustosa, cuando la madre disgustada, con su ausencia y sentida de la falta que le hacía su compañía, trató de arrancarla de aquel jardín y llevársela consigo a su casa. Ya tenía en su pensamiento vencidos los inconvenientes que la habían movido al encerramiento de su hija, y juzgaba que acompañando a su madre no se ajaría su pureza virginal. Con estos pensamientos se partió un día al monasterio para sacar afuera a su hija, y en la calle se encontró con un hombre no conocido de ella que le preguntó si se acordaba de una hija suya que siendo muy niña se la habían hurtado. Ella oyendo el nombre de la hija hurtada le respondió con lágrimas en los ojos que sí se acordaba porque el suceso no era para olvidarlo y le preguntó dónde estaba? Él respondió que se la entregaría y de hecho se la entregó de donde se originó que viéndose ya con hija que la podía acompañar y servir, desistió del intento   —55→   de sacar a la que servía a Dios en el monasterio, y ella prosiguió sirviéndole con la frecuencia de los sacramentos y otras obras de devoción en que hacía que se ejercitase también la hija restituida de milagro al parecer (o por mejor decir) hallada con especial providencia de Dios para que su hermana virtuosamente perseverase en el monasterio.

En todos los cuatro que hay en esta ciudad de Santa Fe han trabajado siempre fervorosamente los de la Compañía, y ya haciendo pláticas a sus comunidades en los advientos y cuaresmas y ya predicándoles en algunas festividades y ya oyéndolas en sus confesonarios, ya ayudándolas en el último trance de la vida cuando han sido llamados para este ministerio. Con éste y con los demás ya referidos han fructificado mucho los operarios de la Compañía en los monasterios de esta ciudad y de esta materia se pudieran escrebir muchos casos y muchas cosas que se han practicado por la sabia dirección y celosa enseñanza de los nuestros. Cierto es que nuestros religiosos y aquellas religiosas han florecido con muchos méritos de gracia. Nuestros religiosos, porque celosamente las enseñaron; y aquellas religiosas, porque estudiosamente han practicado lo que les enseñaban.



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ArribaAbajo Capítulo XII

Cómo algunas guardaban castidad sin estar encerradas con llaves de clausura


Todas no podían entrar en los monasterios porque estos no podían recebir a todas. Muchas mostraban con lágrimas de sus ojos el sentimiento que tenían por no poder conseguir la entrada en los monasterios; pero quedándose afuera a más no poder ha habido muchas que siendo perseguidas por su buen parecer así de españoles como de indios, han querido sufrir muchos malos tratamientos y no han querido admitir sus ofertas ni recebir sus dádivas eligiendo primero el morir de hambre que el tener la comida y el vestido con detrimento de su castidad, y con ofensa de Dios. Muchos ha habido que han combatido fuertemente a algunas indias flacas y ellas se han resistido con fortaleza diciendo que aquel valor adquirían con los ejemplos y pláticas que les hacían los padres de la Compañía. Esto he referido en común y adelante diré algunos casos en particular.

Un español tuvo por algún tiempo torpe amistad con una india, pero ésta habiéndose confesado con un padre de la Compañía se hizo cofrada del Niño Jesús y se apartó de su mal hombre. Este deseando proseguir en su lujurioso trato, procuró volverla a su antigua amistad; mas ella no quería dar la vuelta porque con sus firmes propósitos estaba tan mudada como constante. Supo el hombre que la india se había ido una mañana a lavar su ropa al río y fue tras ella para ensuciar su alma y la de la pobre mujer. Empezó con ruegos a conquistar su voluntad, pero viendo que ella la mostraba muy adversa, la quiso ganar con la fuerza que suelen tener en gente cobarde las amenazas; mas como éstas no atemorizasen su animoso corazón, pasó a las obras, y cogiéndola entre las manos dio con ella en una peña que estaba dentro del río, y la buena mujer favorecida del divino auxilio imitó al río   —57→   y a la peña; al río en no volver a lo atrasado; a la peña en estar muy firme en su casto propósito. Quedó tan maltratada y tan herida que estuvo en peligro de morir, pero con grande gozo de ver que padecía por la joya de la castidad. Hizo llamar al padre de la cofradía para confesarse en su peligro mortal y quedó con resolución de perder mil vidas antes que su castidad.

Una india entre otras acabada la plática se llegó a confesar con el que la había hecho, y le declaró que tenía tan rendida la voluntad a la lujuria, que siempre tenía en la memoria a un español con quien de años atrás vivía en torpe comunicación. Díjole el confesor cuanto supo para trocarle la mala inclinación de su voluntad y fue con provecho, porque se levantó de los pies del confesor la india muy compungida y resuelta a llevar adelante el buen propósito con que se iba. Topose con el hombre en el camino y éste le señaló la hora en que había de ir a su casa. Conociendo ella su peligro porque vivía sola y en parte ocasionada, tomó el mejor remedio que hay contra el veneno de la lujuria que es el huir, y así secretamente se salió de su casa y se fue victoriosa (que en esto el que huye es el que vence) a otro pueblo donde se fortaleció más el valor de su espíritu preparándose para una buena confesión general que hizo con el mismo padre, volviendo después de algunos días y prosiguió en los restantes de su vida virtuosa y ejemplarmente.

Saliendo otra india de oír la plática un domingo por la tarde la vio en una calle un español que había mucho tiempo que la solicitaba; llamola deseoso de conseguir su loca pretensión. Ella entonces sintió recios combates del mal espíritu y también tuvo fuertes toques de su ángel de guarda. Aquel le ponía delante su soledad y desamparo por ser soltera y su gran necesidad por estar sumamente pobre y con la carga de hijos a quien sustentar. El ángel bueno le traía la memoria un castigo de un deshonesto que en la plática había oído. Huyó cerrando los oídos al silbo del venenoso dragón; pero de tal suerte que de cuando en cuando volvía los ojos hacia donde él estaba confusa con la encontrada variedad de los dos espíritus contrarios. Al fin prevaleció la inspiración del buen espíritu y se resolvió a no pecar. Pagole Jesús dándole en adelante mucha fortaleza a la que antes era muy flaca, y concediéndole una perseverante continuación en los ejercicios santos de la cofradía.

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No todo ha de ser escrebir de mujeres honestas, también de hombres castos hay que escrebir. A un mancebo estudiante criaba la Compañía en una aula de gramática y en la congregación de la Anunciata que tiene este Colegio de Santa Fe. Enseñábale (como a los otros estudiantes) no sólo letras porque no era gentil, ni sólo virtud, porque no era anacoreta; letras y virtud le enseñaba juntamente. Daba muestras de saber en lo que aprendía y también las dio de que aprovechaba en la virtud como se ve en el caso siguiente. Sacáronle de su casa por engaños otros mancebos estudiantes de vida estragada, y queriendo que entrase con ellos en una casa donde podía correr riesgos su castidad por ser casa no de buena fama, conoció el peligro, detuvo el pie y no quiso meterlo del umbral para dentro y tirando de él los malos amigos para meterlo por fuerza, dio gritos y porque no prosiguiese con ellos le soltaron y él se fue gustoso viéndose libre de la trampa que le habían armado.

A otro congregante le sucedió estar dentro de una casa donde una disoluta mujer le empezó a provocar la lascivia; mas viendo que se iba y la dejaba, le asió de la capa, pero él pareciéndose a Josef, se la dejó en las manos y buscando otra se fue a la congregación porque era domingo en que era forzoso haber plática.



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