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Libro treinta y uno

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Año 1551

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- I -

El rey Enrico de Francia quiere mover guerra, descontento de la paz que su padre hizo. -Métense franceses en Parma. -El Papa, de suyo pacífico, sale forzado a la guerra. -El Papa y Emperador cercan con sus gentes a Mirándula y Parma.

     El espíritu del francés es inquieto y belicoso, y más cuando de él se apodera la pasion y envidia. Estas, en el rey Francisco hicieron lo que vimos, y las mismas obraron con igual fuerza en su hijo Enrico, junto con ser de su natural amigo de las armas, para que, heredando el reino, quisiese seguir los pasos de su padre y aun adelantarse de ellos. Así, estaba mal contento con la paz que entre Carlos y Francisco dos años antes se había capitulado. De manera que ya no era en su mano disimular ni sufrir la gana y vivos deseos que tenía de romperla, y para hacerlo más a su salvo y tomar al Emperador descuidado y ponerle en más aprieto, comenzó de secreto a buscar favores en Italia, y particularmente solicitó al duque Octavio Farnesio, para que se pasase a su bando y recibiese en Parma gente de guarnición francesa.

     No halló dificultad el francés en el duque Octavio para ponerlo en esto, por la llaga reciente de la muerte de su padre, teniendo por cierto que el Emperador había sido causador de ella, por quitarle a Placencia y Parma, y demás de esto era hombre mal sufrido y de poca experiencia, y sin mirar al deudo que con el Emperador tenía estando casado con su hija Margarita, y al juramento que como confaloner o capitán de la Iglesia no podía tirar sueldo de otro príncipe alguno sin expresa facultad del Pontífice, y como feudatario y vasallo suyo tampoco podía recibir en Parma gente alguna que fuese ocasión de perturbar la paz común de Italia.

     Sin respeto de estas cosas ni otro (que fuera bien tuviera), esciribió a su hermano Horacio Farnesio, que había partido a Francia para casarse con Diana, doncella hermosísima, hija bastarda del rey Enrico, que en su nombre se concertase con el rey e hiciese los capítulos de esta confederación.

     Hechos, pues, mandó el rey a monsieur de Termes, su capitán general, nuevamente nombrado para la jornada que pensaba hacer en Italia, que con gente de a pie y de a caballo se metiese luego en Parma y hiciese guerra al Emperador y al Papa. Hizo el rey general de la caballería a su yerno Horacio, y de la infantería a Pedro Strozi, uno de los desterrados de Florencia. Comunicándose estos capitanes para ordenar su jornada, metieron en Parma la gente que traían de Francia, y Pedro Strozi fue a la Mirándula, que era tierra donde tenía amigos, y levantó gente. Habíanse entendido estos tratos de Octavio, y si bien el papa Julio era de su condición enemigo de guerras, concertóse con el Emperador para resistir a Octavio y allanarle, y para justificar más la guerra le envió un monitorio mandándole que sin dilación alguna renunciase el sueldo que tiraba del rey de Francia y que echase de Parma la gente de guerra que allí tenía, o pareciese dentro de cierto término en Roma, a decir por qué no lo debía hacer. El duque se hizo sordo a lo uno y a lo otro, porque ni quiso deshacer la gente, ni parecer en juicio, por lo cual el Papa se indignó grandísimamente y demás de formar proceso contra Octavio, declararle por rebelde y anatematizado, privándole de cualquier beneficio, gracia y feudo que de la Iglesia hubiese recibido o tuviese, determinó de poner el negocio en armas, y haciendo su capitán general a Juan Bautista de Monte, su sobrino, mandó que fuese a poner cerco a la Mirándula.

     Por otra parte, el Emperador sintió el atrevimiento de Octavio, y mandó a don Hernando de Gonzaga que cercase a Parma; el un cerco y el otro se puso a un mismo tiempo. Quiso el rey Enrico disculparse con el Papa, por haber metido sus gentes en Parma y la Mirándula, y envióle sus embajadores; mas el Pontífice no se satisfizo de sus razones viendo las obras tan contrarias.



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- II -

Usa Enrico de las artes del rey su padre. -Quiere inquietar a Alemaña. -Renueva y confirma la amistad con el Turco.

     También el rey Enrico procuraba sembrar cizaña en Alemaña. Sintió que el duque Mauricio estaba desabrido con el Emperador porque no quería soltar de la prisión a Lantzgrave, y hizo secretamente su confederación y tratos de amistad con él en perjuicio del Emperador. Y así, Mauricio, aunque hacía la guerra contra los de Magdeburg, no la trataba con veras ni calor, sino por puro cumplimiento, entreteniendo y alargándola por ser señor de un ejército a costa ajena y por no hacer mal a los que eran de su opinión.

     Envió también el francés a confirmar la amistad que su padre había tenido con el Turco, y hallóle bien dispuesto para todo mal, por el enojo que tenía de la toma de Africa. Pidiole que enviase su armada como lo había hecho los años pasados, que a tanto llegó su pasión. Tales masas se hacían contra el Emperador, y entraban en ellas príncipes tan obligados a servirle, mas no guarda fe ni ley el apetito miserable de reinar.

     Acabando, pues, ya el francés de quitar la máscara y jugar al descubierto, mandó salir sus galeras, que estaban en Marsella, y que se juntasen con las galeras del Turco, que ya traía Dragut. Acometieron a once naos flamencas de mercaderes que, descuidadas de enemigos, con el seguro de la paz iban a España; y aún dicen que dentro en sus mismos puertos, donde habían arribado como amigos.

     Y León Strozi, prior de Capua, con veinte y siete galeras francesas tomó una galera española dentro en el mar de Barcelona.

     Había vuelto la reina María de Augusta a Flandres cuando los franceses tomaron las urcas, y para satisfacerse de este daño mandó embargar las mercaderías que los franceses tenían en los Estados de Flandres, y a 26 de setiembre hizo pregonar en Bruselas guerra contra Francia a fuego y a sangre.



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- III -

Dragut, favorecido del Turco y rey de Francia, se quiere vengar. -Andrea Doria lleva provisiones a Africa, y corre el mar buscando a Dragut. -Enciérrale, y escápasele maravillosamente en la canal de Cantara. -Engaña Dragut a Andrea Doria.

     Animado Dragut con los favores que el Turco le ofrecía, y otros alientos que el rey de Francia le daba, pensaba satisfacerse del mal que los capitanes del Emperador le habían hecho en Africa, y en principio de abril, cuando el rey de Francia había comenzado la guerra, salió a correr las costas y mirar dónde emplearía la flota de su amo el Turco. Así que fue con veinte bajeles a Sicilia, por vengarse de Juan de Vega, y no pudiendo hacer allí el mal que deseaba, rodeó a Malta, espiándola, corrió hacia Calabria, y en Esparteviento robó una aldea.

     Combatió luego dos naos que venecianos enviaban con quinientos hombres a Corfú, por sospechas de turcos; mas no las tomó por sobrevenir obra de treinta galeras venecianas que las defendieron. Volvió de allí a los Gelves con poca ganancia, y entendiendo que iría socorro y bastimentos a Africa, se puso a estorbarlo. Juan de Vega envió cuatrocientos españoles a reforzar la guarnición de Africa en una nao, y avisó a Andrea Doria de cómo Dragut era salido. El cual fue con once galeotas a Nápoles y tomó otras siete con españoles; de allí a Trápana, donde Juan de Vega estaba. Trataron ambos del socorro de Africa y hechos de Dragut.

     Andrea Doria partió para Africa, llevando veinte y siete galeras bien armadas, y en ellas sobre dos mil y quinientas hanegas de trigo. Dejó en ella lo que llevaba y partió en busca de Dragut, porque le dijo don Alvaro de Vega cómo andaba cerca. Buscóle, pues, en los Alfaques y Querquenes y Gelves, donde le dijeron unos que prendio en dos navíos de mercadería, que despalmaba ciertas galeras y galeotas en la canal de Cántara. Fue, pues, allá, y habiéndolo hallado le tiró algunas pelotas, y por ser noche y no recibir daño, surgió donde no le alcanzase la artillería, muy gozoso, pensando tener atajado al cosario.

     Dragut temió, viendo galeras de cristianos, por se hallar en aquel estrecho; pero considerando que si en algún tiempo le fue menester esfuerzo y maña, que allí le cumplía, animó los suyos que titubeaban, puso buena guardia, comenzó un bestión junto a una torrecilla que había sobre la entrada de la canal, trajo aquella noche tanta gente y diligencia, que lo tenía hecho cuando el sol salió, y puestos en él muchos tiros y hombres armados, con que hacía más demostración que daño.

     Andrea Doria amaneció también con sus galeras empavesadas, teniendo voluntad de pelear, mas no le pareció cordura, mirando el bestión, especialmente que le dijeron algunos esforzados cómo Dragut no podía salir sino por aquella boca. De manera que por hacer el negocio mejor, envió por más galeras y gente a Nápoles y a Génova, creyendo que habría tiempo de venir. Trató con el jeque Zalal, que prendiese a Dragut, y envió entre tanto ciertas galeras por agua, mandando que saliesen cuatrocientos o más soldados, con los galeotes. Dragut, que los vió ir, hizo que fuesen trecientos turcos allá, temiendo que le iban a tomar las espaldas; pelearon sobre tomar agua, pero fueron pocos los que murieron.

     Hizo Andrea Doria reconocer la canal con ciertos pilotos en una fragata, para entrar con las galeras a combatir el bestión de los enemigos, y luego las galeras fueron ellos tanteando lo hondo, y dejando señal se volvieron. Envió Dragut cien turcos en una galeota a quitar la señal, y quitáronla primero que llegasen los de Andrea Doria a estorbárselo con las fragatas armadas, tras lo cual tiraron las galeras sus cañones, pero tampoco aprovechó más de para matar algunos turcos.

     Conoció Dragut su perdición, pues ya el enemigo sabía el paso para entrarle, y temiendo la fuerza por aquella parte, y por otra la hambre (que es la mayor), se dispuso a pasar sus navíos por los secanos, si bien algunos le aconsejaban que saliese a deshora por entre los enemigos, pues la osadía suele vencer más que la gente. Así que, a fuerza de brazos y dineros, ahondó los secanos, trabajando en la zanja dos mil hombres, tanto que pudieron pasar las galeras; hacía entre tanto algunos rebatos por descuidar a Andrea Doria; el cual ni lo miraba ni lo imaginaba. ¿Y quién había de pensar que nadie cavase la mar y abriese camino en ella? Pero la necesidad todo lo tienta, y siendo, pues, acabada la zanja, salió por ella Dragut con todos sus navíos, en haciendo el sol su curso, y llegándose la noche, sin ser visto ni sentido, como era muy a trasmano de Andrea Doria, el cual quedó corrido de que Dragut se le hubiese así ido de las manos; su error fue no entrar en llegando y cerrar con el enemigo.

Volvióse a Sicilia y Génova luego sin parar, con mucha ropa que tomó en seis naos de mercaderes infieles.



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- IV -

Toma Dragut en los Querquenes la patrona de Sicilia.

     Escapado de allí Dragut, entró y tomó en los Querquenes la galera patrona de Sicilia, que volvía con aviso del socorro que contra él venía. Azotó a Muley Búcar que iba en ella y echólo al remo con los demás. Tras esto navegó hacia la Morea, no teniéndose por seguro, y también por solicitar la armada turquesca. Vió el galeón de Venecia, que llevaba sobre cien mil ducados a Corfú, según tuvo por nueva. Combatiólo por cuatro cabos aquel día, y otros dos, sin parar las noches, si no fue a descansar a ratos la gente; mas los que iban en él se defendieron gentilmente, que llevaban artillería en abundancia, y al fin se libraron con un viento fresco que le dio en popa. El entonces despachó a Constantinopla una galeota con aviso de lo que con Andrea Doria había pasado, y pidiendo la flota, certificando al Turco que ganaría a Malta.



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- V -

Apercíbense en Italia, con rumor de la armada del Turco. -Armanse Sicilia y Malta.

     Dije ya cómo luego que el Emperador supo la toma de Africa envió a su hermano el rey don Fernando para que despachase un embajador al Turco, o que el que tenía en Constantinopla le dijese cómo los capitanes de su armada, yendo tras Dragut, cosario, que había robado muchos lugares y naves de sus vasallos, tomaron a Africa, donde se recogía, y que por ello no se quebraban las treguas, que por cinco años ambos hermanos con él habían asentado, pues Dragut no estaba en ellas, y era un público ladrón que andaba a toda ropa; y si Dragut se entendía en ellas, que las había el quebrado, usurpando a Monasterio, Cuza y Africa, pueblos del reino de Túnez, su tributario; por lo cual mereció ser castigado como quebrantador de las tales treguas y usurpador de lo ajeno.

     Viendo, pues, que no admitía el Turco alguna justa excusa y que armaba muy de propósito amenazándolos, mandó llevar docientos españoles a la Goleta, y mil ochocientos a Sicilia con don Juan Pinelo, y cuarenta piezas de artillería gruesa que Juan de Vega le pedía. El cual hizo grandes diligencias para guardar aquella isla, probando cualquiera vía de remedios, y proveyendo de reparos, artillería, armas y hombres a Palermo y Mecina.

     Y también don Pedro de Toledo envió a visitar y bastecer las fortalezas de la costa del reino de Nápoles con el capitán Juan de Vergara. Mandó que no acogiesen alguna flota ni galera en los puertos sin saber primero cuya fuese, porque decían que los turcos traían calzas amarillas y cruces como españoles, y las banderas con armas del Emperador, para engañar la gente. Hizo con cuidado registrar los caballos de trabajo que había en Nápoles por si fuesen menester; halló en sola la ciudad siete mil. Apercibió asimismo los señores y caballeros, que hubo muchos a caballo. Juntó seis mil soldados italianos, que repartió por toda la costa, y mil y quinientos de a caballo, trecientos de los cuales llevó a la Pulla el conde de Altamira, su yerno.

     También se proveyó Juan Omedes, gran maestre de San Juan, de lo necesario, por afirmarse que venía sobre él la flota turquesca. Metió en Malta tres mil hombres isleños con armas, dando el cargo de ellos a Jorge Adorno, prior de Nápoles. Puso en el castillo mil y quinientos arcabuceros, sin quinientos del hábito que guardasen su persona. Envió trecientos soldados a Trípol, donde había otros seiscientos y mil moros, escribiendo a Chambarin, francés, que tuviese buena guardia. Envió otros trecientos al Gozzo con el comendador Sese, y guarneció los demás lugares que convino. Cerdeña, Mallorca y otras islas se fortificaron; asimismo muchos soldados españoles que envió el Emperador.

     El cual, de Africa tuvo gran cuidado, solicitándolo Juan de Vega, y así fueron Antonio Doria y don Berenguel de Requesenes, en quince galeras, a llevar mil italianos, que hicieron don Diego Hurtado de Mendoza en Romania, y don Pedro de Toledo en Nápoles, y docientos españoles con el capitán Atienza, y ocho piezas de artillería con quinientos cahices de trigo, y otras cosas de munición, y echó grande bastimento de refresco en las galeras, y otras cosas, porque deseaba Juan de Vega mucho sustentar a Africa como obra de sus manos; pero tuvieron tal fortuna en principio de julio, que perdieron ocho galeras en Lampadosa con mil y quinientas personas y sesenta piezas de artillería, de las cuales sacó Juan de Vega las cuarenta con harto trabajo.

     Tuvo culpa en ello Antonio Doria, que contra el voto de don Berenguel y de otros porfió a pasar el Gozzo. Llegaron, en fin, allá con las otras galeras, y estuvo cerca de costarle la vida, atarse a su parecer. Las galeras que llegaron fueron siete, y así Africa quedó proveída; y don Alvaro de Vega la tenía bien fortificada, y de ahí a poco fue don Sancho de Leiva, que había estado en Fuenterrabía.



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- VI -

Da sobre Malta la armada del Turco.

     Solimán estuvo mal enojado con Dragut, que usurpó a Africa, habiéndola tenido Azanchelevi y otros turcos, y lo mandaba castigar si no la entregase; mas como supo que la tenía el Emperador, hízole su sanjaco, por entender era plático, y aun por tener achaque y color de hacer guerra en Italia con su armada, como se lo rogaba el rey Enrico de Francia, diciendo que el Emperador había quebrado las treguas en perseguir a Dragut, su capitán, y en haber entrado en Africa estando por él; así que, dando al Emperador estas excusas por respuesta, se salió de las treguas que había entre los dos y el rey de Romanos.

     Hizo capitán de su armada a Sinán, que otros nombran Senaju, yerno de Rustán Bassá, yerno de Solimán, así por ser muerto Haradín Barbarroja como por la importancia del negocio; empero, por ser mozo y poco plático, diole por acompañados y consejeros a Salac y Dragut. Juntó, pues, el Sinán, noventa galeras, sin cincuenta fustas y galeotas de cosarios, dos mahonas de bizcocho, pólvora, pelotas y sillas de caballos, que se los prometían, y un galeón de Azán Barbarroja para ochocientos turcos y janízaros y para sesenta tiros grandes y muchos pequeños.

     Era la gente más de diez mil hombres de guerra, los tres mil y quinientos janízaros. Vino a Negroponte, y allí esperó a Salac y Dragut y la instrución de Solimán, la cual no había abierto hasta la Previsa. Después que llegó a ella (que así venía en el sobre escrito), y abierta, trataron de la guerra; pues había de ser en Malta y no en Corfú, asomaron sobre cabo de Esparteviento, asombrando aquella costa de Calabria, y luego a todo el reino. Surgieron en la foz que dicen de San Juan. Echó Sinán en tierra ciertos que hablaban italiano en un esquife, para rogar al capitán don Alonso Pimentel, que acudio allí con diez caballos ligeros, entrase en su galera capitana o le llevase al gobernador, que traía muchas cosas que decirle, tocantes al Emperador.

     A esta causa envió Aníbal de Jenaro, que con seiscientos hombres estaba en Rijoles, al capitán Jerónimo de Santa Cruz y otro soldado dicho Puga, que sabía turco. A los cuales dijo Sinán que su venida era por cobrar a Africa; par tanto, que supiesen de Juan de Vega si se la quería dar. Aníbal de Jenaro despachó luego un correo con aquella nueva a Nápoles, y otro a Mecina a Juan de Vega, el cual respondio con Pedro Sánchez -que había sido esclavo en Constantinopla-, que no la podía dar sin mandamiento del Emperador, mas que lo sabría dentro de quince días, si quería esperar aquel poco tiempo. Sinán replicó que no podía, y que daba las treguas por deshechas, y habiendo muy bien pagado lo que allí tomó, pasó a Sicilia, y emparejando con Agosta, hizo salir a tierra mil y quinientos hombres, los cuales combatieron dos días el castillo, que el lugar ya estaba despoblado; ganáronlo, si bien a costa de sangre. Acudio allá don Hernando de Vega con docientos y cincuenta caballos, mató más de ciento de los que se desmandaron por las viñas y huertas, prendio catorce, de los cuales se informó de la intención del Turco más enteramente. Tentaron algunas galeras la torre del Puzallo, y dejáronla con perder dos turcos, llevándose una nao de Melazo con trigo.



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- VII -

Llega la flota a Marco Muxeto, puerto apartado de Malta.

     A 18 de julio llegó la flota a Marco Muxeto, que sicilianos llaman Maestre Mucheto, puerto de Malta, aunque aparte. Salieron luego a tierra mil y quinientos janízaros, que hicieron daño en algunas aldeas. Envió contra ellos Homedes a Bernaldo Guimarán con docientos arcabuceros, el cual, escaramuzando, mató cinco y prendio dos, que le informaron a él y al maestre de todo, y de la gente que Sinán traía, y que venía principalmente a tomar a Malta, palabra que hizo temblar la barba, pero él estaba fuerte y proveído.

     Subió Sinán a San Telmo con Salac y Dragut a reconocer el castillo para lo batir, y como lo vió tan fuerte, riñó a Dragut ásperamente diciendo que había engañado a Solimán.

     -Quien no aventura -respondio Dragut-, no ha ventura, que así lo hicieron españoles en Africa.

     Preguntó Sinán lo que habían hecho, y como dijo que morir hasta vencer, lo deshonró. Tras esto, se pasó a la cala de San Pablo con toda la flota, dos leguas de Marco Muxeto, y enviando algunas galeras a reconocer el Gozzo, sacó a tierra cinco mil soldados.

     Entretanto salieron del castillo ciertos comendadores con buen golpe de arcabuceros, que mataron y prendieron ciento y cuarenta turcos que andaban talando los huertos, y habían quemado a Marsa, casa deleitosa. Los cinco mil hombres hicieron sus estancias en las puertas del arrabal del castillo, y Sinán, con muchos de ellos, llegando a reconocer a Malta por tierra, se asió con los que de la ciudad salieron. Matáronle y descalabraron muchos turcos. Viendo, pues, que Malta era fuerte, si bien no como el castillo, y que ambos tenían buenos defensores, tornó a embarcar la gente y artillería que tenían fuera del galeón, mostrando gran flaqueza.

     Pasó al Gozzo, isla vecina, cuatro días después que llegó a Malta, y como sintió que algunos murmuraban de ello, dijo que por hacer algo, ya que habían venido, lo hacía. Sacó en el Gozzo muchos soldados y nueve piezas de batir, sin otras muchas de campo. Requirió al comendador Sese que le diese la villa por la vida, y respondio que no se la daría sino por fuerza, por lo cual hizo trincheas y plantó artillería, batió el castillo y entrólo por fuerza. Murió Sese de un tiro, que hizo mucha falta; los demás se defendieron bien para los pocos que eran y el lugar donde estaban, matando docientos turcos, y al cabo fueron cautivos más de seis mil personas, con gran llanto de las mujeres y niños. Fue buen saco el que hicieron. Dragut taló los árboles y quemó el lugar en venganza de un su hermano que los años pasados allí le habían muerto, aunque dijeron que por no haber tenido parte en el despojo.



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- VIII -

Toman los turcos a Tripol.

     Del Gozzo fue Sinán a Tripol, y habiendo hecho sacar de las galeras primero más de seis mil hombres y cuarenta piezas de artillería grandes, salió él de la galera, miró un castillo que hay sobre la punta del puerto, y pareciéndole fuerte, acordó requirir a Chambarin, gobernador de Tripol, le diese la ciudad, y que le dejaría ir libre con los cristianos. Pero como se lo negó, abrió trincheas, asentó artillería y comenzó a batir la tierra. Entonces, un francés llamado Chaballon, que tenía hijos y mujer allí, se descolgó de noche por una soga que ató de las almenas. Este dijo a Sinán que si no mudaba la batería, no ganaría la ciudad. Mostróle las torres de Santiago y Santa Bárbara, afirmando ser lo más flaco de la ciudad.

     Sinán tomó su consejo y batió aquellas torres reciamente. Chambarin, que pensaba defenderse por la batería primera, temió perder a Tripol por la segunda. Mas todavía daba que hacer a los turcos, hasta que aquellas torres quedaron mochas. En tanto que pasaba esto en Tripol, vino a Malta con dos galeras y un bergantín Aramón, que volvía por embajador del rey de Francia a Constantinopla, según se decía en público, si bien otros decían que a negociar en Tripol con Sinán como amigo del francés, para llevarlo a Tolón, donde tenía el rey Enrico grandísima cantidad de bizcocho, carne y otras viandas para la flota del Turco. Y porque la tierra no se escandalizase, decía que eran de mercaderes.

     El gran maestre le rogó hiciese con Sinán que dejase a Tripol; Aramón se lo prometió así; fue a la armada y luego al real, donde Sinán, que lo conocía, lo recibió cortésmente. Chambarin, o por su llegada o por flaqueza, dijo a los caballeros que se debían dar y no morir, pues no podían defender a Tripol; ellos se lo rechazaron con buenas palabras y mala cara. Empero, él, que según se sospecha, tenía cartas de Aramón y del rey francés, habló aparte con Simón de Sosa, portugués, y don Pedro de Herrera, aragonés, y otro mallorquín, caballeros de la Orden, y con Pedro de Aresta, su alguacil, y con García de Guevara, que aprobaron su determinación, y dejando las llaves del castillo al Simón de Sosa, grande amigo suyo, salió al real por una puerta falsa con Pedro de Aresta y con Filipo, griego, que entendía la lengua turca. Estuvo en secreto con Aramón; en fin, ofreció la ciudad, con que todos los cristianos que dentro había fuesen libres con sus haciendas a Malta en las galeras de Aramón.

     Caballon, entonces, arrepentido de su maldad, se llegó a la cerca y dijo a los de dentro, pidiéndoles perdón, cómo no saliera por su grado, sino por fuerza; por lo cual, y por haberse salido Chambarin, creyeron todos venir la armada del Turco, contra ellos con tramas del rey de Francia. Acercóse, pues, Chambarin a llamar a Sosa, para que entregase las llaves a Sinán, saliendo todos con su ropa.

     Hubo gran sentimiento en la ciudad, mas hubieron de salir a 14 de agosto. Sinán hizo que los desnudasen, diciendo que fuesen todos esclavos, porque no se dieron antes de hacerse la trinchea y batería. Chambarin entonces quisiera que no hubieran salido, mas fue tarde su arrepentimiento. Lo que pudo acabar fue que todos los del hábito y otros, que serían hasta docientos, tuviesen libertad a trueco de los turcos que presos quedaron en Malta. Así Aramón los trajo a Malta, pero no esperó los turcos ni osó ver al maestre, según dicen.

     Pidio Dragut a Tripol, procurando que los moros fuesen castigados, pero Sinán, que lo desamaba, los dio a Morat, señor de Estajora, por dineros, y por el bastimento que le diera, con que hizo juramento de volverlo cada y cuando que por el Turco le fuese mandado. Y con tanto se volvió a Constantinopla. Fue gran pérdida la de Tripol, al cabo de cuarenta años y más que los cristianos la poseían. Dicen que si los maestres hubieran hecho en la ciudad de Tripol la fuerza que en Malta, fuera muy mejor para las cosas de Berbería, y no pasaran estrago tan grande en su honra. El gran maestre examinó al Chambarin y a don Pedro de Herrera y a Sosa y a los otros, y por sus confesiones los echó presos, ahorcó los seglares con acuerdo de los consejeros, y degradó los religiosos para justiciarlos. El rey de Francia, cuando lo supo, escribió por ellos al gran maestre, disculpándose de la mala fama en que le habían puesto, y los franceses que allí se hallaron, lo descargaron mucho; pero hallarse allí su embajador no tiene disculpa.



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- IX -

Guerra entre el Papa y Octavio Farnesio. -Prestó dineros el Emperador al Papa para la guerra de Parma. -Bula de medios frutos que el Papa concedio al Emperador. -Detiénese el Emperador en Augusta esperando lo que hace el francés y armada del Turco. -Responde el Papa al Emperador.

     En este tiempo andaba la guerra en Italia entre el Papa y Octavio; en los cercos de Parma y la Mirándula sucedieron algunas escaramuzas y cosas notables, que por no me alargar tanto, no las cuento. Los de la Mirándula se defendieron valientemente, hasta que al fin se metieron personas graves de por medio, que concertaron al Papa y a Octavio. Fue su desgracia del Pontífice, que en el mismo día que se capituló con él la paz en Roma, le mataron a Juan Bautista, su sobrino, en la Mirándula, desdichadamente. El cerco de Parma se alzó luego tras el de la Mirándula, porque la paz se hizo con esta condición, y a Octavio se le restituyó el Estado, como lo tiene hoy día. Y al fin vino en gracia del Emperador poco tiempo después, y se dio a madama Margarita, su hija, el gobierno de los Estados de Flandres.

     Antes de concluirse esta paz y suspender las armas, había pedido el Papa prestados al César docientos mil ducados para los gastos de la guerra contra Farnesios, los cuales el Emperador le dio liberalmente y con gran voluntad, y para asegurar al Papa de ésta y tratar de otras cosas de importancia, estando en Augusta a 7 de setiembre de este año de mil y quinientos y cincuenta y uno, envió por su embajador a don Juan Manrique de Lara, hijo de los duques de Nájara, don Antonio Manrique y doña Juana de Cardona, hija del duque de Cardona, clavero mayor de Alcántara y su mayordomo, y capitán general de la artillería, caballero notable en valor, virtud cristiana y gran servidor del César y de su hijo, el rey Filipo, porque desde que tuvo solos doce años sirvió con las armas, hallándose cuando las alteraciones de Castilla en la toma que los caballeros hicieron de Tordesillas, quitándola a los comuneros, y en la batalla de Villalar por coronel de los vizcaínos y guipuzcoanos, que ellos mismos le eligieron, y desde estos años, hasta que el Emperador dejó los reinos, nunca faltó de su servicio en todas las jornadas de paz y de guerra.

     El orden o instrucción que para esta embajada se le dio fue: que el Emperador se sentía muy obligado por las grandes demostraciones de amor con que Su Santidad había procedido, así en las cosas públicas como particulares tocantes a Su Majestad, después que tan méritamente fue promovido al Pontificado; y en agradecimiento de esto le enviaba a visitar y besar de su parte el pie con persona tan acepta.

     Que el dinero que llevó su tesorero, Montepulchano, que fueron los docientos mil ducados que con el obispo de Imola envió a pedir para contra su feudatario rebelde, ofreciendo de jamás apartarse de su amistad, conociendo su buen ánimo y amor y voluntad, que era cual el César merecía.

     Luego que entendió el desacato e inobediencia del duque Octavio, y el inconveniente que disimulándolo pudiera seguirse a su reputación y a la quietud y sosiego de Italia, no solamente le ofreció su asistencia y ayuda, y se la dio con efecto, mas aun le acomodó de la dicha suma tan prontamente y de tan buena gana como se vió por la obra, y podía estar así cierto haría en todo cuanto se le ofreciese; lo cual haría asimismo su hijo el príncipe, que sabía era ésta su voluntad.

     Que pues Su Santidad sabía la intención y fin con que el rey de Francia y Farnesios se movieron, debía tanto más estar sobre sí y tener cuenta con el grado y lugar que Dios le había dado en su Iglesia para mirar por la conservación y autoridad de la Sede Apostólica, en cuya protección y amparo se haría de su parte (como quien siempre había pospuesto su particular por el público) el oficio que Su Santidad le persuadía, y que por tantos respetos le debía.

     Que fue como convenía la templanza y sufrimiento con que Su Santidad escuchó los partidos movidos por Monluc tocantes a lo de Parma, no dejando por eso de proceder a la ejecución de la empresa. Y que aunque se echaron juicios sobre la benignidad que Su Santidad había mostrado con los Farnesios a los principios, y la sintieron y interpretaron diferentemente, imputándole la salida del cardenal Farnesio de Roma, tan a su salvo, y que daba muchos oídos a las pláticas del concierto con alguna quiebra de su dignidad y reputación de la Sede Apostólica, Su Majestad tenía por cierto que la causa de esta su blandura con el cardenal, allende de su natural inclinación a ella, fue con todo buen fin y para obviar a los inconvenientes que dice, y proceder más justificadamente en el caso; y estaba cierto que Su Santidad no haría concierto alguno sin le dar parte y esperar su consentimiento, como se lo ofrecía y lo pedía la razón, habiéndose puesto tan adelante por su respeto.

     Que diese las gracias a Su Santidad por la concesión de la bula de los medios frutos, y que había sido como se esperaba, habiéndose de convertir lo que de allí se sacase en cosa tan santa y necesaria como es la guarda y defensión de las fronteras para que no pudiesen ser infestadas de la armada del Turco.

     Que el remedio que a Su Santidad se le ofrecía para obviar a las pláticas vivas y perniciosas que sobre el Pontificado andaban, era haciendo una creación de cardenales, que ofreciéndose la Sede vacante, tuviesen delante de sus ojos el servicio de Dios y bien público, y le suplicase que, pues Su Santidad decía que franceses eran once votos y españoles sólo cuatro, se sirviese de darles hasta ocho capelos que pudiese repartir entre personas beneméritas naturales de sus reinos, de cuya vida, letras y ejemplo, Su Santidad tuviese satisfacción, para que, contrapesándose con su residencia en Roma, la nación francesa se atuviese a lo que Su Santidad deseaba en beneficio público, como era la intención de ambos.

     Que el haber venido la armada del Turco este año en daño de la Cristiandad, y que hubiese sido a instancia del rey de Francia, como aún en aquel reino se debía y publicaba, era verisímil y se vería en lo que paraba, y según su progreso así se miraría en lo que se debía hacer para obviar a sus designios, y a este propósito se hacían algunos buques de galeras en los arsenales de sus reinos.

     Que pues Su Santidad, con su prudencia, conocía mejor que nadie que lo más importante que agora se ofrecía a la Cristiandad era el Concilio y prosecución de él, para remedio de la religión, le representase solamente el aparejo grande que al presente había para esperar el buen fruto que se había deseado, viéndose buena parte de la Germania harto más inclinada para obedecer y enmendar sus costumbres de lo que algunos juzgaban, y que aunque eran de mucha consideración las dificultades que Su Santidad tocaba, que también lo eran de no menor las que por la otra parte se ofrecían, pues alzar en esta coyuntura la mano de cosa que llevaba tan buen principio y que iba tan bien encaminada, sería desesperar toda la Germania, mayormente habiéndoles dudo cierta esperanza de la prosecución. La cual sola había sido parte para hacer ir a Trento los electores eclesiásticos y muchos otros perlados de aquella provincia.

     Que tomando este negocio tan de veras como su calidad requería y Su Santidad había comenzado, era de esperar en Nuestro Señor, cuya era la causa, se le había de hacer un señalado servicio; pero que si se viese tibieza, quedarían todos perpetuamente escarmentados y sin esperanzas de remedio.

     Que no había para qué encarecer cuánto importaba apagar aquel fuego de herejías, no solamente por lo que tocaba a Germania, sino aun por la soltura en que a ejemplo della se iban infestando las otras provincias, pues la causa en sí era de tan gran momento, que ninguna mayor, y que agora que en muchas partes parecía que se iba entendiendo la maldad, y causadores de ella, era el verdadero tiempo de apretar la llave, porque de otra manera, no obviando el daño que en las otras partes nacía con el remedio del Concilio y atajándole a los principios como tan contagioso, pasaría mucho tiempo, según por experiencia se había visto en Alemaña, antes que se redujesen al gremio de la Iglesia católica con notable perjuicio de las almas y no menos disminución de la autoridad de la Sede Apostólica, como ya se veía en Francia, Ingalaterra, Polonia y las otras partes donde iban sembrando estas nuevas opiniones, a cuya causa era tanto necesario sostener este Concilio con la presente autoridad, y así le suplicaba mandase luego partir sus perlados a Trento.

     Que dijese al Pontífice que habiendo deliberado de partirse a Flandres, lo había deferido, así por causa de las cosas de Italia, hacia donde parecía que el rey de Francia quería acometer, como por ver en qué paraba la armada del Turco: quería hallarse allí más a mano para poder acudir a todas partes, juntamente con tener en paz y sosiego la Germania e impedir con su presencia que de ella no se sacase gente para Francia, y dar calor a lo de la religión y Concilio.

     Que si el embajador don Diego de Mendoza no se hallase en Roma, pasando por Sena, donde estaría, le comunicase esta instrucción para que, como informado en los negocios, le advirtiese y alumbrase lo que le parecía que para el bien de ellos convenía.

     Con este despacho partió don Juan Manrique para Roma, donde trató con el Pontífice lo que el Emperador le había ordenado. Hízose la paz con Octavio Farnesio, dando el Pontífice parte a don Juan de ella. Estuvo ocupado en esta embajada hasta el año siguiente, que resultó la guerra de Sena, donde acudio, como adelante veremos.

     Bien claro consta por papeles originales firmados del César el celo católico que tenía del bien de la Iglesia, autoridad y aumento de la Silla apostólica romana, y lo mucho que siempre insistió por el Concilio general, del cual esperaba la reducción de la Germania, y de las otras provincias inficionadas con las torpes herejías de Lutero y otros tales herejes.

     El Pontífice, a instancia de don Juan Manrique, hizo en este año la reasunción general del Concilio de Trento por la bula que para esto expidio. Tuviéronse grandes esperanzas de que de ella habían de resultar crecidos bienes y aumentos en la Cristiandad; pero las cosas de Alemaña quedaron tan estragadas como de antes estaban, y por los pecados de las gentes permitió Dios que creciesen sus males, dando, como hace el pecador, de un abismo en otro, en los cuales están ciegos el día de hoy, y otros muchos con ellos, habiendo prevaricado y faltado en la fe pura que sus padres y mayores tantos años tuvieron, y en ella se criaron y murieron en el Señor varones notables y santísimos.

     Hizo don Juan Manrique su embajada, y despachó lo que el César le ordenó con la prudencia que este caballero tuvo junta con el valor en las armas, y así, dándose el Emperador por bien servido, estando en Inspruch, a 18 de marzo año de mil y quinientos y cincuenta y dos le volvió a enviar a Italia, para que juntamente con don Hernando de Gonzaga (que en la instrucción llama el señor Fernando) proveyese y reforzase la gente de guerra que estaba sobre Parma y la Mirándula, y que se reformasen muchas compañías de españoles y se pusiese orden y tasa en las raciones y sueldos, y asimismo en las ventajas de que capitanes, maestros de campo y otros entretenidos tenían, que eran excesivas, y muchas incompatibles con otros oficios, y que en el Piamonte se reforzasen en las plazas y presidios de más importancia, y de los demás se sacasen los españoles para henchir o cumplir las compañías de Italia, de manera que tuviesen hasta trecientos infantes, que estaban muy faltas, y que en Milán acariciase al Senado, que estaba muy sentido del gran chanciller Taberna, y se habían vivamente quejado de él y de los términos deshonestos y descomedidos con que los había hablado.

     Y demás de esto hiciese proveer el castillo y pagar bien los soldados, pues tanto importaba, y viese si sería bien hacer el otro castillo que le aconsejaban, y se continuase la fortificación del castillo, dejadas todas opiniones y pareceres que sobre ello se discurrían. Y porque se entendía que en lo de la religión había más soltura y libertad en aquel Estado de lo que convenía, tratase del remedio y comunicase con el gobernador Fernando si sería bien (como al César parecía) que se renovasen los editos, y mirasen si para praceder con más fundamento sería bien tratar con Su Santidad que dos senadores eclesiásticos se juntasen con el inquisidor, y que pareciéndoles este negocio conveniente lo negociase en Roma, y que los nombrase cuales les pareciesen más a propósito para entender en semejante materia. Estas y otras cosas de buen gobierno de paz y guerra encomendó el Emperador a don Juan Manrique porque las cosas de Italia estaban estragadas entre la gente de guerra, padeciendo como suelen los soldados, y procurando hacerse ricos los capitanes, y temíase que el francés había de alterar aquella provincia, como presto veremos, que su ánimo inquieto y belicoso no le dejaba sosegar.

     A esta embajada respondio el Pontífice enviando al Emperador una larga carta, aunque no escrita de su mano, por tenerla impedida de la gota, de lo cual se disculpa, pero ditada, como dice, toda por su cabeza. Que había vuelto su tesorero con el dinero que a Su Majestad plugo de darle, por el cual le da muchas gracias. Que si él hubiera podido por otra parte remediarse, no le hubiera dado en esto pesadumbre. Que una de las causas que habían movido al rey de Francia y a los franceses a conspirar contra él era saber en cuánta desorden había dejado el papa Paulo, su predecesor, la hacienda de la Iglesia, y persuadirse que Su Majestad daría buenas palabras, y no el dinero, y daba a Dios gracias por haber así sus enemigos quedado burlados. Que siempre se había preciado de tener un ánimo generoso y grande, y así no caía en él sospecha ni miedo de que le hubiese de faltar defensa de algunas malas y siniestras relaciones.

     Que luego que tuvo alguna noticia de los tratos en que andaban los Farnesios con el francés, hizo todo lo posible con unos y otros, por quietarlos y apartarlos de sus vanos pensamientos, exhortándolos y amenazando que se opondría contra ellos, y aventuraría todo su ser, si bien le costase perder lo su todo y andar desterrado por el mundo, porque veía que el fin dellos no era otro que conturbar las cosas de Su Majestad, y que él no quería tener este cargo con Dios y con los hombres, de que por su culpa y negligencia se le hiciese estorbo en Italia, cuando andaba Su Majestad ocupado en reducir los herejes y resistir al Turco y remediar la ruina de la religión cristiana, con peligro y incomodidad de su persona y crecidos gastos, y le sería mal contado, que habiéndole él dado por ayuda el Concilio, quedase engañado de él y desamparado.

     Que los Farnesios le daban buenas palabras de no hacer cosa contra su voluntad, y que los franceses, que de su natural son soberbios, habían imaginado que la conquista de Parma era un otro reino, y puerta de Italia; con su acostumbrada arrogancia respondían que el rey movería guerra en aquellas partes, y que Su Majestad se guardaría de tenerla con él, y más, que a él quitaría la obediencia de Francia. De lo cual resintiéndose él, y con el dechado de ejemplo del Salvador, cuando el demonio le tentó sobre la honra, le respondio: que si una vez le quitase la obediencia de la Francia, él quitaría al rey la obediencia de la Cristiandad, a lo cual creía que algún día sería necesario venir, y se había dicho esto por un discurso. Que es bien notable esto que dice el Papa del discurso o juicio, o figura que se levantó sobre la fe y obediencia de Francia, y la declaración que se hizo en nuestros días.

     Dice más: Que hechas todas las diligencias, así en Italia como en Francia, y viendo la obstinación que en ellos había, procedio en el proceso contra Octavio y envió al obispo de Imola su secretario a Su Majestad, para que le diese cuenta de todo lo que allí había pasado, y de su imposibilidad, y cómo estaba resuelto y aparejado de resistir a estos movimientos y juntarse con Su Majestad y correr en todo y por todo una misma fortuna con él. Que de esta su determinación y oferta que le había hecho no se había arrepentido jamás ni movido de este propósito, ni se movería en su vida; y si Su Majestad le desamparase (lo cual no creía) él no le desampararía, por no ser tenido por inconstante, vario y mudable, el cual defecto, a su parecer, había tenido algún Pontífice pasado. Que cuando envió a Su Majestad al obispo de Imola, entendió que le había de suceder todo lo peor del mundo, y acabar de empobrecer totalmente, perdiendo la obediencia y expediciones de Francia y la obediencia de un hombre liviano, cual era Octavio, y cobrar a Parma consumida y arruinada dentro y fuera, lo cual todo había pospuesto, por conservar la inseparable unión y amistad de Su Majestad y suya, y el beneficio público, reparación y establecimiento de toda Italia.

     Que tenía escritas muchas cartas al obispo de Imola, después que de allí había partido, y al obispo Fano, sobre las dificultades que se ofrecían en aquella empresa, y que lo que a él tocaba, estaba aparejado a sobreseer y esperar la salida de la armada turquesca, y entre tanto ayudarse de las excomuniones, lo cual decía por no engolfar más a Su Majestad en esta empresa, pareciéndole que desistiese algún tanto y esperase ver qué fin o intento tuviese Octavio, lo cual no obstante pareció después a Su Majestad y a su prudencia lo que a su parecer había sido buena resolución, que no se debiese dar tiempo a los enemigos de fortificarse, y así, en lo que a él tocaba, no habría faltado punto de hacer lo posible, y harto más de lo que él mismo pensaba poder hacer, de manera que no se le debía imputar culpa ni de demasiada solicitud, primero que Su Majestad se resolviese, ni después de alguna tardanza, y por esto no se le podía echar culpa por haber sido duro en conceder los medios frutos, de los cuales nadie jamás le había hablado, y cuando se lo dijo respondio que en tal caso sería bien primero ver qué camino tomaba el Concilio, y que entre tanto Su Majestad se podría valer del Jubileo y Cruzada.

     Que aunque a su tesorero se le hiciese duro tomar los dineros con título de empréstido, no era por desconfiar de poderlos volver, aunque su necesidad era grande, ni creía que Su Majestad le descomulgaría por ellos, ni le entraría los alguaciles a casa. Que era fuerza decir de sí una cosa, que había cuarenta años que se ocupaba en continuo ejercicio de gobiernos, de los cuales a su parecer había salido con honra en todas sus acciones, lo cual le engendraba un poco de vanagloria en el ánimo por haber procurado hacer sus cosas con arte, con ingenio y recato. Que le pesaba mucho de haber dado oídos a Monluc, cuando le propuso algunos tratos de paz, los cuales eran tan deshonestos para ofrecerlos a Su Majestad y a él, como si estuvieran ambos presos en Francia, y la respuesta que le dio fue mandar a los capitanes que cuanto pudiesen apretasen la Mirándula. Que le pesaría se entendiese haber sido con él en plática estrecha de alguna concordia, que pensase hacer sin sabiduría y aprobación de Su Majestad, aunque le fuesen dados y entregados cien reinos de Francia, y más que era simplidad pensar, estando las cosas tan adelante, que entre el rey, los franceses y él pudiesen jamás haber seguridad ni confianza. Que le pesaba se le echase culpa por no haber detenido al cardenal Farnesio. Que él no había hallado con qué razón o color lo pudiese hacer; y más, antes de ser condenados Octavio y Horacio, fueran nulos los procesos, nulas las sentencias y condenaciones, y pudieran alegar con razón que no debían parecer ante él, habiendo de hecho prendido un cardenal. Que después que se fue, viendo que el rey no se avergonzaba de ajuntarse con el Turco ni de favorecer los herejes, ni de oprimir un Papa, de tomar la defensa de un tontillo su rebelde, con tanto ímpetu y obstinación, y más que había detenido en su reino once cardenales y había quitado de allí al cardenal de Pornone y Ferrara, estaba determinado de castigar los dos hermanos cardenales, traerlos a su obediencia, ponerlos en lugar tan seguro que no pudiesen maquinar ni hacer masa contra él con los demás cardenales llaves del rey. Que él no querría ser tenido por frío o tibio en las cosas que tocaban a Su Majestad, y eran la honra, la sustancia y su misma esencia. Que era contento de conceder los medios frutos. Que no rehusaba tomar los docientos mil ducados en nombre de empréstido, pero que, pues de la piedra no se podía sacar sangre, fuese con condición que no los pudiendo volver, no fuese obligado a volverlos en este mundo ni en el otro. Que si no fuese la muerte, y aun por ventura ésta no le apartaría del servicio y amistad de Su Majestad.

     Que le suplicaba no diese oídos a malas lenguas, que no sabían las entradas de su corazón ni él se las quería descubrir. Que no decía esto por don Diego de Mendoza, al cual quería mucho por ingenio y valor que tenía, y tenía en él la misma fe que Su Majestad; pero que donde se trataba el interese público, el particular y privado podía poco con él, y si alguno había hablado con Su Majestad lo hizo por su cortesía, y no por comisión que para ello él diese. Que de una vez quiso decir lo que en su alma tenía, que Su Majestad lo recibiese en buena parte, y remitiese en otras cosas al obispo de Fano.

     Tales eran los tratos entre el Emperador y este buen Pontífice, que se logró poco en la Silla, y helos querido referir por el gusto que dará saber cómo se trataban estos príncipes entre sí, y el celo que del bien común tenían, y que no era sólo el Emperador el que se quejaba del francés, por los malos tratos que con el Turco traía, y favor que daba a los herejes, y estorbo que hacía al Concilio, pues el mismo Pontífice le cargó estas culpas, y se siente y queja de la cizaña que pretendía sembrar en Italia dando favor a sus feudatarios vasallos, para que se le rebelasen, y los cardenales alterasen a Roma y Sacro Colegio, ofendiendo a su Pontífice y señor, lo cual no hicieran faltándoles el favor y aliento del rey.



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- X -

Vuelve el príncipe en España con poderes para gobernar. -Carta del Emperador a Castilla.

     Estando el Emperador este año de mil y quinientos y cincuenta y uno en la ciudad de Augusta con el príncipe don Felipe, su hijo, y rey don Fernando, y reina doña María, sus hermanos, y la duquesa de Lorena viuda, con otros muchos príncipes, habiendo dado fin a la Dieta, trató Su Majestad que convenía volver el príncipe en España, y con él Maximiliano, rey de Bohemia, para llevar la reina María su mujer.

     Diole para esto una carta en forma de poder, en la cual, hablando con los reinos de Castilla y Aragón, dice que salió de ellos por las muchas causas y graves negocios que le obligaban con pensamienmientos de dar presto la vuelta, como era su deseo. Pero que cargando tanto los negocios de gran ser y peso, si bien sus deseos eran de volver a reposar en ellos al cabo de tan largos y continuos trabajos que había sufrido en paz y en guerra, y con sus ordinarias indisposiciones, especialmente por el gran amor que con razón tenía a estos reinos, así por su fidelidad y lealtad como por el continuo cuidado con que le habían servido; pero que las cosas sucedieron de manera que no sólo no lo pudo poner en ejecución, cuando y como lo deseaba, que fue al tiempo que se acabó la última guerra y se dio buen principio en asentar y sosegar las cosas de la Germania, y en lo tocante a la religión, antes fue forzoso y necesario que el serenísimo príncipe don Felipe su hijo pasase en aquellas partes y se juntase con él, para ver y visitar en su presencia los Estados que allá tenían, y ser conocidos por los súbditos de ellos, que fue de gran importancia. Y que habiendo ido en aquellas partes el rey de Bohemia por cosas importantes al bien de los negocios, y no poder dejar de hacer agora lo mismo la reina su mujer, que habían tenido cargo de la gobernación de estos reinos; y que si bien él quisiera poner por obra lo que está dicho de su venida, pero viendo los muchos e importantísimos negocios que por allá tenía, y de nuevo se le habían acrecentado, y los movimientos de Italia e inteligencias que algunos tenían, por impedir la paz, cuya conservación tanto había deseado, especialmente la continuación del sacro Concilio, por lo que importaba al bien de la Cristiandad; y que esto y el estado de las cosas públicas tenía necesidad de su presencia para acabar y dar fin a lo que con favor de Dios y con todas sus fuerzas y ánimo trabajaba, no pudiendo al presente venir en estos reinos, ni convenir a ellos, ni a los otros sus Estados que se ausentase de aquellas partes, había deliberado de enviar a ellas al serenísimo príncipe, para que durante su ausencia entendiese en la buena administración y gobierno que convenía hubiese en ellos.

     Y quería que en su nombre ocurriesen a él todos, y que proveyese en las cosas y negocios que se les ofreciesen, y que no tuviesen necesidad de ir en seguimiento suyo, que les sería muy trabajoso y costoso.

     Y que así, conociendo la mucha virtud, grandes calidades y loables costumbres que concurrían en el dicho serenísimo príncipe, y el amor que tenía a estos reinos, y el que ellos le tenían, había acordado de enviarle y elegirle, para que volviese y residiese en su lugar. Por tanto, usando del poderío y majestad real absoluto, como rey y señor natural, no reconociente superior en lo temporal, lo elegía y señalaba, constituía y nombraba al dicho príncipe, para que fuese su lugarteniente general, y gobernador de los dichos reinos y señoríos de Castilla, de León, de Granada y de Navarra, etc., y le daba todo su poder de hecho y de derecho, para que entre tanto que él estuviese ausente, pudiese gobernarlos y hacer todo lo que él haría y hacer podría estando presente. Finalmente le da un poder bastantísimo y que pudiese hacer mercedes y gracias, proveer oficios y dignidades y todo lo que pudiera hacer siendo rey absoluto. Y manda que lo reverencien, respeten y obedezcan como a su misma persona, y que este poder tenga la solemnidad y fuerza como si se hubiera otorgado en Cortes generales; y es su data en la ciudad de Augusta, a 23 de junio, año mil y quinientos y cincuenta y uno. Después deste poder, dio otro al dicho príncipe su hijo, para que pudiese hacer todo lo arriba contenido, y porque como principalmente fuese enderezado su fin e intención a resistir a los infieles y enemigos de nuestra santa fe católica, estando con propósito de hacer contra ellos una jornada, y temiendo de algún mal suceso (como suele acontecer por ser varias las suertes de la guerra) que embarazase la libertad de poder tratar, proveer y entender libremente en las cosas de sus Estados y reinos, y las otras cosas tocantes a su deliberación y bien de sus súbditos y tranquilidad y pacífico estado de la Cristiandad, y en otras semejantes; pero le da poder para que acaeciendo en la dicha jornada el dicho caso, pueda libremente tratar y concluir por sí y por sus embajadores y diputados con cualesquier personas, príncipes, potentados de cualquier calidad y condición que sean, cualesquier contratos, capítulos de paz y concordia, tregua, y treguas temporales o perpetuas, y hacer y jurar otros cualesquier medios que convengan, etc., y es su data de este dicho poder en la mesma ciudad de Augusta, el mismo día, mes y año.



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- XI -

Poder especial que el Emperador dio al príncipe su hijo.

     En estos poderes que el Emperador da a su hijo el príncipe don Felipe se ven los cuidados gravísimos en que estaba, pero mucho más en un poder especial que juntamente con éstos le dio, en que dice, hablando con los reinos de Castilla.

     «Habemos deliberado de enviar a ellos al dicho serenísimo príncipe por nuestro lugarteniente general de los dichos reinos y señoríos de Castilla y León, etc., con poder cumplido para la gobernación y administración de ellos, y para todo lo que Nos mismo podíamos hacer, según más largamente en el poder que para ello le habemos dado, fecho en esta ciudad de Augusta a veinte y tres días del mes de junio de este presente año se contiene, y como quiera que por virtud de él puede proveer y hacer durante la ausencia todo lo que le pareciere convenir al bien de nuestros reinos, y nuestro servicio, de cualquier cualidad o condición que sean. Y porque a causa de los grandes gastos que habemos hecho en las guerras pasadas, así en los ejércitos que tuvimos para la defensión del reino de Navarra, y para la recuperación de la villa de Fuenterrabía, que la habían ocupado, estando yo el rey ausente de estos dichos reinos, y en sostener los ejércitos que tuvimos en Italia para conservar y defender los reinos de Nápoles y Sicilia, y especialmente en la ¡da que el año pasado de 1527 hicimos a Italia a recibir las coronas del Sacro Imperio, y después a Alemaña, y en la resistencia que hicimos al Turco las dos veces, que ha venido contra la Cristiandad con poderoso ejército por la parte de Viena en Alemaña y en la jornada que hicimos al reino de Túnez y la armada que el año pasado de 1537 envió contra el nuestro reino de Nápoles, que todo ha sido en beneficio general de la Cristiandad y bien de nuestros reinos y señoríos, y en los ejércitos que estos años pasados habernos juntado y sostenido para los efectos arriba dichos, y en la paga de la gente de guerra que tenemos en guarda de las fronteras de los dichos nuestros reinos de Castilla y los lugares que tenemos en Africa, y de los que son menester hacer para defender los dichos nuestros reinos y señoríos y resistir y ocurrir a los que los quisieren perturbar y envadir, y en otras cosas que han sido y son muy necesarias, que no se podrían ni pueden excusar, están gastadas y empeñadas mucha parte de nuestras rentas reales, y aquéllas no bastan para sostener, defender y conservar los dichos nuestros reinos, y para resistir a los enemigos y cumplir las otras necesidades que pueden suceder en esta jornada. Y porque podría suceder en ella detención de la persona de mí, el rey, y como quiera que tenemos entera confianza que en tal caso los nuestros reinos de Castilla y los súbditos y naturales de ellos, siguiendo su antigua y gran lealtad, y fidelidad y correspondencia al amor que Nos les tenemos, nos servirían, y pornían sus personas y haciendas por nuestra delibración y por la defensión de ellos, y proveer las otras cosas que conviniesen cerca de ellos, como siempre en las necesidades que hasta aquí se nos han ofrecido lo han hecho, porque podría ser que no bastase la ayuda que así nos hiciesen, y convendría vender de nuestras rentas y derechos de la corona y patrimonio real de los dichos nuestros reinos y señoríos de Castilla y León, y asimismo empeñar y vender algunos vasallos, jurisdiciones, villas y lugares de los dichos nuestros reinos y señoríos, con facultad de poderlos quitar y redimir pagando el precio por que se vendieren, habemos acordado de dar poder especial para en tal caso al dicho príncipe. Por ende, por la presente, de nuestro proprio motu, y cierta ciencia y poderío real absoluto que en esta parte queremos usar, como rey y señor natural, no reconociendo superior temporal, damos nuestro poder libre, etc.»

     Partió con estos poderes el príncipe don Felipe de Augusta, y vino a Mantua, Milán y Génova, donde se embarcó en las galeras de Andrea Doria, y desembarcó con muy buen viaje en Barcelona, a 12 de julio.

     No mucho después de su partida de Augusta hicieron lo mismo el rey don Fernando y su hijo, el rey de Bohemia, para Hungría, de donde volvió por la reina en España, quedando el Emperador en Augusta con algunos príncipes de Alemaña.



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- XII -

Lo que el Emperador se recelaba de una nueva guerra, que ya se temía, con el Turco, con el francés y con luteranos.

     Esta guerra que el Emperador da a entender en estas escrituras, por ellas parece que se tenía por peligrosa, pues el Emperador, que en tantas y tan graves se había hallado, se recelaba de ser detenido en ella, teniendo algún mal suceso, no le habiendo tenido casi en toda su vida. Era lo cierto que el rey Enrico de Francia, que no tenía menos coraje que su padre, o por vengar injurias pasadas, o porque quedó en sus entrañas la pasión viva de Francisco su padre, con envidia de las buenas fortunas del César, y pareciéndole agora a Enrico que ya el Emperador era viejo, enfermo, gotoso, cansado de tantos trabajos largos y continuos, y que era el tiempo proprio en que podía competir con él probando su fortuna con la antigua del César, esperando satisfacerse de los daños pasados. Lo cual todo le salió al revés, y si el Emperador y su hijo don Felipe quisieran apretar al francés, le pusieran en mayores trabajos que su padre tuvo.

     Habíase pasado al servicio del rey Enrico el príncipe de Salerno, don Fernando San Severino, por enemistad que tenía con don Pedro de Toledo, virrey de Nápoles (que la condición áspera de un superior causa muchos males), y ofrecíale la conquista de Nápoles facilísima. Sentíase Enrico poderoso con la amistad del Turco. Traía sus inteligencias y tratos con Mauricio de Sajonia, ligándose con él y con otros señores alemanes para hacer guerra al Emperador, como diré en el año siguiente, que salió en público lo que en rincones habían tratado. Por esto se prevenía al Emperador, y sus hermanas las reinas María y Leonor, que estaban en Bruselas, fueron a Brujas, ciudad trece leguas de Bruselas, y juntaron los gobernadores y otras cabezas de las ciudades de Flandres, y representándoles la guerra que se fraguaba, pidieron que ayudasen con dineros, los cuales dieron con voluntad y amor, y nombraron a Martín Van Rosen para que levantase gentes, y él hizo una legión de muchos y muy escogidos soldados viejos, y fue con ellos contra las fronteras de Francia, porque ya el rey Enrico tenía en la campaña a Francisco de Cleves, duque de Nevers, con el cual se topó Rosen, y lo desbarató y trató muy mal, y salió en su favor Antonio de Borbón, duque de Vendoma, que estaba en Picardía, ayudándole sus hermanos Francisco y Luis, y con cuatrocientos caballos y cerca de diez mil infantes entró por Flandres, y fue a buscar a Rosen; mas como lo había con un capitán sagaz y experimentado tanto en la guerra, si bien apenas tenía tanta gente como Borbón, le armó tales redes, que en ardides y emboscadas le mató muchos de los suyos y tomó algunos puestos de importancia.



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- XIII -

Atrevimiento de un hermano del duque Mauricio contra el Emperador. -Capítulos entre Enrico, rey de Francia, y Mauricio y Augusto. -Júntanse los alemanes pidiendo la libertad de Lantzgrave.

     El duque Mauricio, que estaba con la gente del Imperio sobre la ciudad de Magdeburg, como él era luterano en la opinión, y en la voluntad estaba tan lejos del servicio del Emperador, a quien él tanto debía, ingratamente dio lugar a que un hermano suyo llamado Augusto, con dos hijos de Lantzgrave, cuñados de Mauricio, desirviesen al Emperador, con achaque de la libertad de Lantzgrave. Y Mauricio, concertado con el francés para hacerle guerra, no hacía lo que debía contra esta gente, sino de puro cumplimiento, y por desembarazarse de esta guerra que él hacía de tan mala gana, concordóse con los de Magdeburg de esta manera:

     «Que pidiesen perdón al Emperador por sus desobediencias. Que no harían jamás deservicio a la casa de Austria ni Borgoña. Que se ponen en el juicio de la cámara imperial. Que guardarán el último decreto de la Dieta de Augusta. Que en los pleitos y pretensiones que han tenido, estarán a lo que dispone el derecho. Que se derriben las municiones y fortificación que se han hecho en la ciudad. Que en todo tiempo recibirán el presidio que el Emperador les quiera poner, y estará la ciudad llana y patente a Su Majestad. Que darán al Emperador ciento y cincuenta mil florines de oro y doce tiros gruesos de artillería. Que soltarán libremente al duque de Meckelburg, y los demás presos. Que deshaciendo el presidio que tienen, puedan irse los soldados donde quisieren.»

     Este último capítulo hizo Mauricio con cautela, porque después su hermano Augusto recogió toda esta gente, que era dos mil infantes y docientos caballos, para hacer lo que diré. Otro día después de asentada y firmada la concordia, entró Mauricio en la ciudad con toda la gente más lucida de su campo, y recibió el juramento que hicieron los ciudadanos, y en secreto trató largamente con el Senado sobre la observancia de las herejías de Lutero, y conservación de su libertad, y les abrió el pecho muy a lo claro, y dijo la determinación que tenía sobre la libertad de Lantzgrave y hacer por ella todo el mal que pudiese al Emperador.

     Los ciudadanos, con mucho contento, le ofrecieron su ayuda, de suerte que no habían bien salido de una, cuando daban en otra. Este fruto se sacó de Magdeburg habiendo estado más de un año cercada, y aquí se urdieron las marañas entre Mauricio y su hermano, y hijos de Lantzgrave, y el rey Enrico de Francia, autor de estos movimientos y nuevos humores, incitando y alterando los ánimos inquietos de los alemanes con el dulce nombre de libertad.

     Y para justificar su celo y guerra hizo escribir un libro con largas y coloradas razones, y en el principio dél mandó estampar un sombrero entre dos puñales, y debajo de él un título del rey, llamándose libertador de Alemaña, que así fue tenido entre los antiguos el bonete o sombrero por símbolo de libertad, y cuando la daban a un esclavo decían: Servos ad pileum vocato, esto es, a la libertad. Y así se halla en monedas antiguas, el bonete entre los dos puñales; sienten algunos que los matadores de Julio César usaron de este blasón.

     Siendo, pues, el rey Enrico tan curioso como bravo y valiente, usó en esta ocasión del símbolo de la libertad, que tanto deseaban los rebeldes de Alemaña, para levantar la dura cerviz contra su príncipe y señor natural. La sustancia de lo que entre sí capitularon fue:

     «Que el rey Enrico, por su parte, daría para los que en Alemaña con él se confederasen, cada un mes cuarenta mil florines, y que con este dinero se levanten en Alemaña docientos mil soldados y ocho mil caballos. Que si el Emperador saliere con campo contra ellos, que envíe socorro de Francia para que los ayude. Que llegará a la raya de Alemaña con ejército poderoso para acometer al Emperador y embarazarle y dividirle las fuerzas. Que enviará el rey otro ejército bastante contra la parte de Flandres, y les hará mortal guerra.»

     Y para dar color Mauricio a su atrevimiento y que muchos de los señores alemanes se enojasen con el Emperador, procuró que le pidiesen la libertad de Lantzgrave en primero del mes de deciembre, estando en Insbruch, y en nombre suyo y del rey de romanos, Alberto, duque de Baviera, y los duques de Luneburg, rey de Dinamarca, conde Palatino y otros muchos, vinieron embajadores y cartas que pidían esto encarecidamente, para que, negándolo el Emperador, muchos de estos señores tuviesen ocasión de enojarse viéndole tan porfiado. No quebró el Emperador de su entereza, y respondióles que era cosa de mucha consideración, y tal que requería otro tiempo para poderla tratar. Que esperaba al duque Mauricio, y a otros de los príncipes del Imperio, y que, llegados, y el tiempo en que había de ser, se trataría la libertad de Lantzgrave, que por ahora él estaba bien allí. Quedaron muy descontentos los alemanes con este despacho, y así se resolvieron en la guerra que veremos el año siguiente.



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- XIV -

Juran en Navarra al príncipe don Felipe.

     Luego que el príncipe don Felipe entró en España fue a Navarra, y los navarros, en la ciudad de Tudela, le juraron por su príncipe y señor natural. Y en fin del año partieron de España Maximiliano, rey de Bohemia, y la reina María, su mujer, los cuales fueron en las galeras de Génova que trajo Andrea Doria, y estuvieron en peligro en el camino, porque el prior de Capua, general y almirante del rey de Francia, sabiendo de esta jornada, salió de Marsella con veinte y cuatro galeras muy bien armadas para combatir con él. Descubriólo cerca de Tolón, y como Andrea Doria no traía sino solas veinte galeras y no muy bien armadas, recelándose de la mala intención del prior y entendiendo que eran más sus galeras, se retiró. Siguiólo el prior un poco, sin provecho, y así Andrea Doria llegó a Génova. Desembarcaron los reyes, fueron su camino a Trento, donde todos los perlados que allí estaban les hicieron un solemne recebimiento, y el cardenal Madrucho, que fue muy gran servidor del Emperador, y la ciudad de Trento, les hicieron la costa algunos días, y otros grandes servicios. Llevaban un gran elefante, que el rey don Juan de Portugal les había dado. De ahí partieron a visitar al Emperador, tío y suegro de Maximiliano, y padre de María.



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- XV -

Palabras y papeles graves y injuriosos entre los príncipes. -Hízose esta liga por medio de Juan Friginio, obispo de Bayona.

     La pasión con que la guerra se comenzó el año pasado era tan grande, que llegaron a tratarse de palabra y por escrito sangrienta y feamente, y no con la moderación que entre reyes y príncipes debe haber. Derramáronse libelos, pusiéronse carteles, unos en favor del rey de Francia, culpando al Papa y al Emperador por la guerra y rompimiento de las treguas; otros, por parte del Emperador, cargando la culpa al francés, y cargándole otras muchas, y junto con esto aparejaban las armas.

     Admirábanse muchos y tenían por atrevido al rey de Francia en quererse tomar con el Emperador, capitán tan guerrero, antiguo y venturoso en las armas, y que tenía una gente que parecía invencible. Otros decían que la sangre nueva, viva y valerosa del rey Enrico, criado en la escuela militar de su padre, sería para más que la vieja, cansada y enferma del Emperador. Sobre todos lloraban los que tenían celo de la Iglesia, porque con estas guerras entre los príncipes cristianos tomaban fuerza los herejes para prevalecer en los errores, y que se atreverían a volver a las armas contra quien acababa de domarlos.

     Y no contento Enrico con haber rompido la guerra por el Piamonte y por las demás partes de Italia y otras, concluyó la liga con los de Alemaña, en la cual entraron Mauricio, que fue el capitán de ella; Augusto, su hermano; el hijo mayor del duque de Sajonia, el preso; otros dos hijos de Lantzgrave, el duque de Luneburg, el marqués Alberto de Brandemburg, el marqués Jorge de Loburg y otros muchos barones y condes de menor nombre. Prometió el rey a la liga de depositar cuatrocientos mil ducados, y alargóse a dar cada mes cien mil por todo el tiempo que durase la guerra, con que los alemanes hiciesen un ejército de veinte mil infantes, y cuatro mil caballos, y que luego vendría él en Argentina con sesenta mil infantes y ocho mil caballos ligeros y cuatro mil hombres de armas. Lo cual todo se hizo sin faltar punto, y con tanta presteza y secreto, que antes que el Emperador se pudiese poner en orden, ni aun asegurar su persona, que se estaba casi solo en Insbruch.

     Ya la liga cuando vino el mes de marzo de este año había sacado en campaña un muy buen ejército. Los capitanes imperiales tenían bien que hacer en defender a Clarasco en el Piamonte, siendo general de esta guerra don Hernando de Gonzaga, y el príncipe de Piamonte era capitán general de la gente de armas. El rey don Fernando estaba en Viena, y el rey, su hijo, en Praga.

     La reina María la Valerosa hizo un muy buen ejército, pero estaba tan lejos en Flandres, que podía muy mal socorrer a su hermano. Fueron los alemanes confederados primero contra Suecia, y de camino se apoderaron de muchos lugares y sacaron de ellos dinero y artillería, y quitaron el gobierno a los que le tenían de mano del Emperador, que eran católicos, y pusieron los luteranos. Apoderáronse de Augusta, dándoles la ciudad libremente entrada. Combatieron a Ulma, que estaba con presidio imperial, mas diéronles diez y ocho mil florines, y pasaron adelante la vía de Insbruch, con intención de haber en su poder la persona del Emperador, o a lo menos echarle de Alemaña, que no deseaba otra cosa Mauricio, general de esta gente.

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