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Año 1552

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- XVI -

Sale Enrico con poderoso campo contra el Emperador.

     Por otra parte, el rey Enrico en persona había salido con su campo, en que iban más de cincuenta compañías de soldados franceses, y tres regimientos de alemanes, con Sebastián Sdertel o Jertel, Ringrave y Rincors, y mil y quinientos hombres de armas, y dos mil y quinientos caballos ligeros, y por general de esta gente monsieur de Montmoransi, que después de la muerte del rey Francisco había vuelto a su antigua dignidad de condestable de Francia, y a ser muy estimado del rey Enrico, como él merecía. Fue derecho este campo tan poderoso a la parte de Lorena, echando voz que iba a dar favor a los alemanes sus amigos y librarlos de la servidumbre en que estaban.

     Súpose esto en Trento y que en Augusta estaban los mauricianos, y que iban derechos a tomar la Clusa, que es el paso de Italia para Alemaña. Huyeron la mayor parte de los perlados y personas del Concilio que allí estaban. Supo el francés la toma de Augusta y de los demás lugares; quiso caminar a priesa por coger al Emperador en Insbruch desapercebido y obligarle por fuerza a que hiciese lo que él quería.

     Caminando con este intento, habiendo dejado el gobierno del reino a doña Catalina, su mujer, tuvo correo que había enfermado peligrosamente. Encomendó el ejército al condestable, y volvió a visitar a su mujer y ver en qué paraba su mal. Tomó Montmoransi, a partido, a Tulle y Verdunio, ciudades del Imperio, y puso presidio en ellas. Pasó a Pont-Mosonio, lugar de Lorena, que es cabeza de marquesado. Tomó por fuerza otro castillo fuerte, llamado Gorciano, matando los que estaban de guarnición, sin querer dar a alguno la vida.

     De ahí fue a Metz de Lorena, ciudad importantísima. En esta ciudad hubo notable descuido, y fueron muy culpados los ministros del Emperador, por donde se vino a perder; que, como dice el doctor Illescas, sirviendo él a don Alonso de Aragón, y estando en Venecia por los días de Navidad del año pasado de 1551, vino a don Alonso un hombre, y sin querer decir quién era, lo dijo. «Señor, pues sois tan pariente y allegado de la casa del César, avisad a Su Majestad mande poner mucho recaudo en Metz de Lorena; si no, que sepa que presto se la sacará de entre manos el rey de Francia, porque se negocia de su parte una traición.» Avisó don Alonso al Emperador, y a uno de sus secretarios; no hicieron caso de ello, como> suelen en otras ocasiones semejantes: que son desdichados los reyes, que muy pocos los sirven con amor, ni se duelen de sus cosas, sino su cuidado es el interés que esperan de ellos.

     La traición se hizo de esta manera: Asentó Montmoransi su real cerca de la ciudad, y envió al regimiento los capitanes Bordillonio y Tabanban, pidiéndoles que diesen al rey de Francia, que venía allí, paso seguro por la ciudad, sin que de una ni otra parte se hiciesen daño, atento que él iba a librar a Alemaña de la servidumbre y tiranía en que estaba, y que les diesen bastimentos por sus dineros.

     Estaba la ciudad dividida en bandos muy antiguos y enconados, entre la nobleza y la gente plebeya. De éstos tenía el rey de Francia corrompidos con dineros y promesas gran parte, y eran los más de la gente común del pueblo, toda gente ordinaria y baja, si bien, por ser muchos, poderosos; y siendo menos los leales, a pesar suyo se abrieron las puertas de la ciudad al francés, con tal que sólo Montmoransi con la gente ordinaria de su guarda pudiese entrar en la ciudad, y para el ejército dieron los bastimentos que pidieron y quisieron comprar. El condestable Montmoransi puso tres veces tanta guarda de la que solía tener, escogiendo los más valientes y valerosos soldados del ejército. Lo mismo hizo en los criados de su casa, yendo todos armados, y cubiertas las armas con ricos vestidos sobre ellas, y a 10 de abril entraron con esta disimulación en la ciudad.

     Luego se juntaron con los franceses los ciudadanos traidores, y sintiendo los leales la traición, dando voces acudieron a cerrar las puertas de la ciudad, todos armados, unos a pie y otros a caballo. Mas el condestable se apoderó de una puerta, y sonriéndose la defendía, diciéndoles que se sosegasen, que él no les quería hacer fuerza, antes les quería guardar la ciudad y quitarlos de gastos, que los franceses la guardarían hasta que el rey viniese, y que no les haría agravio ni les quitaría su libertad. Con estas buenas razones los entretenía, y iban cargando franceses y entrando, de manera que los de Metz se vieron perdidos y vendidos por la gente más vil y baja de la ciudad, y la vendieron y pusieron debajo del yugo francés, que no es el más suave del mundo.

     Mejoró la reina francesa; supo el rey el feliz principio de su campo y partió luego a Tullime y Verdunio, y hizo que los de Metz le diesen la obediencia y que jurasen, y luego partió para Nancy, cabeza de Lorena.



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- XVII -

[Hecho arbitrario y cruel con la duquesa de Lorena, del rey de Francia.]

     Había algunos días que Cristierna, duquesa de Lorena, sobrina del Emperador, estaba viuda por muerte de Francisco, duque de Lorena, su marido, del cual le había quedado un hijo que se llamó Carlos, por el deudo y amor de Carlos V, a quien la duquesa amaba y estimaba, como tal tío merecía; no tenía el niño más de nueve años. El rey Enrico entró con la potencia que digo en esta tierra, y si bien tuvo a la duquesa el respeto debido, púsose en tomarle el hijo, y enviólo a Francia, diciendo que se criaría en su casa y lo casaría con Claudia, su hija. Esto costó a Cristierna las lágrimas que suele costar a una madre perder un hijo solo que tiene.

     Era maestro de este duque Carlos (antes cautivo que hombre) monsieur de Bardon; sacóle el rey de este cuidado por darle a Broseo, para que en cuanto pudiese le hiciese francés. Quitó el rey a la duquesa el gobierno y administración del ducado de Lorena, y dióle al conde Nicolao Valdemón, tío del niño Carlos, hermano de su padre; hízose el rey curador del niño y gobernador de Lorena, y echó de allí todos los criados antiguos, particularmente los que eran devotos del Emperador, y puso en su lugar franceses. La pobre duquesa, desdichada antes que nacida, pues nació de padres reyes desheredados, y casó con dos duques que la dejaron temprano, retiróse a vivir en una aldea, sin hijo y sin Estado.



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- XVIII -

[Progreso de las armas francesas.]

     De Nancy vino el rey a Pont Musonio, y poniendo presidio en él, a 18 de abril entró en la ciudad de Metz, con gran demostración de su grandeza, para poner pavor en los ciudadanos. Desarmó la ciudad, puso presidio en ella, hizo que todos le jurasen, derribó parte del pueblo que no pudo fortificarse y recogióla más, fortificándola conforme a las trazas que le dio Artur Cossa, insigne ingeniero, y en la parte más fuerte edificó una fortaleza. Tal fue el yugo que Enrico puso a Metz, para que fuese testimonio de su falta de palabra; y esto es lo que ganan los lugares que no son unos en la fe que deben a su conservación y lealtad, ni jamás dio otro fruto la discordia.



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- XIX -

[Ambición del rey de Francia.]

     Era ya el fin de abril, cuando el rey Enrico partió de Metz. Envió delante muchos de sus capitanes con parte del ejército, para que procurasen tomar a Tréviris, pensando haberla con las buenas artes que hubo a Metz. Eran tan altos los pensamientos de este rey, que habiendo leído que antiguamente los términos de Francia llegaban al río Rhin, había tratado con los del su Consejo de Cámara de querer ganar lo que en estos tiempos faltaba de aquella antigua raya. Parecíale a Enrico, o engañábale su corazón altivo y bravo, que pues el Emperador Carlos V en menos de un año había sujetado a toda Alemaña, podría él tomar en el mismo tiempo los lugares que faltaban desde la raya de su reino hasta el Rhin. No era buena la cuenta que hacía Enrico, que si pudo Carlos en menos de un año sujetar a Alemaña, fue porque no las hubo con otro Carlos; mas Enrico ni aun tomara a Metz si no fuera por arte, que las había de haber con Carlos V, como presto lo veremos.



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- XX -

Va contra Tréveris Enrico. -Pasa contra Argentina. Vale mal. -Gana a Haganoam. -Los herejes protestantes agradecen al francés su entrada en Alemaña.

     Ufano Enrico con la toma de Metz y otros lugares fue contra Tréveris; los de esta ciudad, como cuerdos, miraron por sí mejor que los de Metz, y de una voluntad se aparejaron para defender la ciudad, lo cual entendido por el rey, enderezó para Argentina, que lo deseaba mucho; pero la aspereza del camino trató mal al ejército, junto con que ya sentía la falta de bastimentos, y demás de esto la gente de tierra maltrataba a los que hallaba desmandados, del ejército, matando los que podía sin duelo, andando a caza de ellos como si fueran fieras.

     Caminó el rey con gran trabajo, pasando caminos ásperos, hasta llegar a Argentina; pensó haberse con ella, como con Metz, mas engañóse, porque, escarmentados de lo que sabían que había hecho en Metz, temiendo la soberbia francesa, todos se guardaban de él, no fiando en sus palabras halagüeñas ni promesas, y se habían prevenido en los lugares, fortaleciéndolos para le resistir. Como vió el rey que era cosa sin fruto estar sobre Argentina, levantóse de allí y fue para Haganoam; pidió que le diesen entrada, y negáronsela; mas como vieron asestarles la artillería y que el pueblo era flaco y desarmado, abriéronsele las puertas y hicieron lo que el rey les mandó.

      De allí partió para Vuisiburg, donde se detuvo algunos días; comenzó a sentir falta de bastimentos, y en las cosas de Alemaña no todo lo que pensaba, y trató de volverse. Temió que viendo los alemanes que se había apoderado de Metz y puesto guarnición en ella, volverían sobre sí y contra él. Los gobernadores que por la Cámara Imperial estaban en Espira, viendo por una parte contra sí a los mauricianos, y por otra a los franceses que les hacían guerra, y que el Emperador estaba desarmado, recogiendo sus haciendas se salieron de Espira, acogiéndose cada uno donde pensaba estar más seguro.

     Después de esto llegaran al campo del francés de parte de los protestantes y herejes de Alemaña, dándole muchas gracias por su venida, y pidiéronle que no pasase adelante, porque ya el Emperador estaba tan apretado que de fuerza había de venir en hacer lo que los príncipes y ciudades del Imperio querían (esto fue en buen romance despedirle), y si él porfiara en querer ir adelante con su campo, le resistieran, y los que le habían llamado como amigos se volvieran contra él, hechos enemigos.



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- XXI -

Retírase el francés apresuradamente. -Estragos y muertes que el francés hizo. -Toma el francés a Ivosio.

     Dividio el francés su campo, y por cuatro caminos diferentes, con grandísima dificultad y trabajo, volvió al ducado de Lorena, y de allí a Francia. Diose priesa, y puso diligencia en caminar, porque la reina María la Valerosa había juntado quince mil infantes y tres mil caballos, y dádolos a los capitanes Reussio y Martín Van Rosen, los cuales le habían entrado por Francia, haciéndole cruel guerra. El francés, apretado por esto y por la hambre, y que se le moría la gente, caminaba con toda diligencia derecho a Lucemburg.

     Tres cosas hicieron volver tan aceleradamente al rey: la primera, que Martín Rosen le había tomado a Estaineo, lugar fuerte y de mucha importancia, y le destruía toda aquella tierra; la segunda, que ya el duque Mauricio se allanaba y quería paz, componiéndole el rey don Fernando con el Emperador, como diré, y así el rey don Enrique no se fiaba de él; la tercera, que no pudo tomar a Argentina, y le iban faltando las vituallas.

     Recogió, pues, todo su ejército y llegó con él, pasando el río Mossa, a Estaineo, y cobrólo. Acometió a Lucemburg y después cercó a Rodemarco. Estaban en este lugar, y en la fortaleza de él, mil soldados de presidio con gran multitud de gente rústica, niños, mujeres y viejos, que por miedo de la guerra se habían allí acogido.

     Tomó el rey por fuerza el lugar, haciendo en él su gente extrañas crueldades, muertes, sacos, incendios y otras que la furia francesa suele hacer cuando goza de la victoria. Después de esto, cerca de Lucemburg quemaron el templo de San Juan el Monte y Solario y Rodemarco, y a éste le fortalecieron por estar frontero de Treunville.

     Llegó Claudio Anibaldo con gente de refresco y tomó a Dampuilleria, saliendo la gente libre, con su ropa, pero sin armas, aunque faltando la palabra que habían dado los franceses, les salieron al camino y los desvalijaron a todos y mataron muchos de ellos. Fue el rey contra Ivosio, y comenzó a combatirlo reciamente. Estaba dentro Pedro Ernesto, conde de Mansfeldio, gobernador por el Emperador del Estado de Lucemburg. Tenía buen presidio de soldados de diferentes naciones, los más de los cuales eran alemanes. Combatióla el francés algunos días con gruesa y mucha artillería; defendióla valientemente el conde, y como la batería, estuviese ya abierta por muchas partes, caídos los muros y reparos, poniéndose en orden los franceses para dar el asalto, envióles el condestable Montmoransi un trompeta requiriéndoles que se rindiesen. Los del lugar estaban fuertes en no quererlo hacer, sino esperar el combate, principalmente los soldados, que eran flamencos, que los alemanes no tenían tanto ánimo ni voluntad al servicio del Emperador, y dijeron que la villa no estaba para poderse defender: que ellos no estaban desesperados para tomar con sus manos la muerte, que tan cierta era. Porfiaba el conde con ellos que no hiciesen cosa tan fea, mas no le aprovechó, porque ellos estaban conquistados con el dinero francés.

     En esto los franceses se aparejaban para dar el asalto, que no fue menester, porque como el conde Mansfeldio se vió desamparado de los alemanes, y con solos los flamencos, no era poderoso para resistir, y forzado, sin condición ni pelea hubo de entregar el lugar, y los franceses lo entraron. Y saliendo Mansfeldio, le dijo el condestable: «Camina apriesa, Mansfeldio, que los franceses, sin que se lo manden, entran el lugar.» respondióles Mansfeldio: «No hicieran ellos eso, si tuvieran hoy los flamencos por amigos a los alemanes.»

     Tomado de esta manera Ivosio, lo saquearon sin piedad. Prendieron al conde Mansfeldio con cuatro compañías de soldados que dentro había, y tuvieron lo mucho tiempo en el castillo de la selva de Vincena, cerca de París; a los soldados enviaron afrentosamente, sin armas, mereciéndolo así, pues la rindieron sin querer usar de ellas, como lo debe hacer el bueno hasta morir o vencer.



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- XXII -

[Cuán mal iba en Picardía al francés.]

     Por la parte de Picardía andaba tan viva la guerra, que los franceses pagaban lo que su rey hacía en Lucemburg, porque los capitanes Reusio y Martín Rosen, con el ejército flamenco, se las daban muy buenas. Tomaron y abrasaron a Noyon, Neslam, Chaunio, Roiam, Follem, Branam la Real y otros muchos lugares, casas y fortalezas, prendiendo mucha gente noble y común, y pusieron otra vez tanto miedo a la ciudad de París, pensando que habían de dar sobre ella, que si vieran asomar las banderas, la desampararan, y aun sin verlas huían muchos tan de gana, que no los podían otros detener, porque la ciudad estaba abierta y derramada, y como es tan grande, no se puede bien defender.

     Y con este achaque, pocos años después de esto, el rey Enrico sacó a los naturales una gran suma de dineros para fortificarla.

     Supo el rey cuán mal iba a los de Picardía, y mandó a Vendoma que con una parte del ejército fuese a la socorrer; mas antes que él pudiese llegar, los flamencos habían tomado a Hesdin con la fortaleza, saliendo de ella y dejando en ella las armas y artillería los capitanes franceses, con la guarnición de soldados que tenían, y Reusio encomendó la guardia del castillo a su hijo.



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- XXIII -

[Retirada final del rey de Francia. Conclusión de esta jornada.]

     Habiendo el francés fortificado a Ivosio, diólo en tenencia a monsieur de Blens y caminó con su campo para Mommedio. y rindiósele la guarnición que allí estaba, concediéndoles las vidas, armas y haciendas, con las cuales salieron libremente.

     Y en fin del mes de junio, Roberto de la Marca, que con título de senescal servía a Enrico en esta guerra, tomó la fortaleza de Bolonia, ilustre y de estima, por haber sido del duque Gotifredo, que ganó a Jerusalén, y de sitio inexpugnable; no la tomó por fuerza de armas, sino de dinero, con que ganó el corazón del capitán que la tenía.

     Anduvo de esta manera el rey Enrico haciendo el mal que pudo, pero ya traía el ejército tan deshecho por los trabajos que en tres meses y medio de campaña, hambre y malos temporales de grandísimas aguas había padecido, que a 17 de julio deshizo su campo, poniendo la gente que tenía en presidios, y él se volvió a Francia.

     Tal fue el fin de esta jornada famosa de Enrico, en la cual los alemanes no ganaron nada y Enrico quedó con honra de valeroso, pues que con un ejército tan grande, atravesó montes y tierras asperísimas, y entró en Alemaña, y ganó muchos lugares de importancia con que extendió los términos de su reino, y se volvió riendo de los alemanes, y diciéndoles el refrán común, que está más cerca la camisa que el sayo, porque ellos pensaron que el rey iba a hacer su negocio contra el Emperador, y no hizo ni trató otra cosa más del propio interés de su reino, honra y reputación, sin mirar otra cosa.



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- XXIV -

Mauricio se altera.

     Las fronteras y Estados de los Países Bajos de Flandres estaban tan bien apercebidos, que era poco el daño que el francés los podía hacer. Mas en Alemaña, donde el Emperador estaba, andaban Mauricio y los hijos de Lantzgrave, marqués Alberto, tan descontentos y alterados viendo que el Emperador ni por sumisiones que hacían, ni intercesión de muchos príncipes, quería dar libertad al lantzgrave, antes la dilataba sin dar esperanzas ciertas y seguras de ella, que ya trataban de levantar gente de guerra para en deservicio del Emperador corresponder al desordenado apetito del rey de Francia, aunque no en tanto número ni tan buena como en los principios sonó.

     Los que en estos días tenían su gente hecha y más a punto eran los hijos de Lantzgrave, por haberse servido del Reyngrave y Reymfembergh, y otros criados del francés, los cuales, como no tuviesen ni atendiesen a otro fin sino servirle, ponían en esto sus fuerzas. El Mauricio no jugaba ni usaba sus malos tratos al descubierto; cubría su faz con disimulación, por el natural respeto que debía a su príncipe, que tanto bien le había hecho, y por el temor que tenía de caer en desgracia de toda aquella Germania. Los hijos de Lantzgrave y enemigos descubiertos pusieron parte de la gente a la una banda del Rhin y la otra en la otra, mostrando esperar allí la que les había de venir del duque Mauricio, que aún no era levantada (si bien de mucho tiempo antes estaba apercebida), o por estorbárselo sus súbditos, o porque aún tenía esperanzas de poderse concertar con el Emperador, o por no haber acabado de resolverse en tan gran maldad. También el Jartel convocaba soldados desde Basilea, incitando todos los alemanes que podía para que tomasen las armas; llevarlos en servicio del rey de Francia, si bien recibía impedimento en ello, por los que estaban puestos en guardia sobre las tierras por donde habían de pasar; lo cual visto por este rebelde, con el deseo que tenía de cumplir y efetuar lo que al rey tenía prometido, procuraba haber suizos en lugar de los alemanes, si bien se le pensaba también estorbar y impedir por los señores de los cantones con justo título y color de que no deben dar sus gentes a capitanes que no sean de su nación.

     El marqués Alberto, asimismo, hacía leva de gente poco a poco y no con tanto calor como había comenzado, o por faltarle dineros o por otro respeto o oculto, pues habiéndole ya corrido algún número de soldados, no le tomaba la muestra. Tales eran los movimientos de estos príncipes alemanes, y el Emperador y los suyos que se lo sentían y recelaban del peligro en que estaban entre gente tan feroz, que, perdido el respeto a Dios y a su Iglesia, querían banderas contra su príncipe y natural señor. Es verdad que el duque Mauricio servía todavía con humildad y muestras de lealtad y amor a Su Majestad, y en una proposición que hizo a sus Estados, usó de los mismos términos que solía antes de esta alteración y tumultos, y en todas las partes que en ella hacía mención del César, le tenía muy gran respeto, y sólo se quejaba y mostraba sentimiento de no haber podido en tanto tiempo alcanzar de Su Majestad la delibración del lantzgrave, su suegro, y que en fin, por cumplir con su palabra, estaba determinado de meterse en las prisiones y poder de los hijos de Lantzgrave, rogando a sus Estados quisiesen entre tanto obedecer a su hermano, el duque Augusto, que pensaba dejarles por su gobernador. Respondiéronle a Mauricio sus Estados, exhortándole que todavía instase con sumisión con el César, suplicándole quisiese ya dar libertad al lantzgrave, que podía ser que Su Majestad, movido de su intercesión y de la de tantos príncipes que se lo habían rogado, a los cuales había respondido clementísimamente, prometiendo de resolverse en este punto de la libertad de Lantzgrave cuando el Mauricio viniese a Su Majestad, para donde se había ya puesto en camino, y que pues así era, mirase de complacerle, tomando de aquí la mano a persuadirle a que en alguna manera se dejase inducir a apartarse del servicio de Su Majestad, pintándole cuál era el rey de Francia y representándole lo poco que se podía fiar de él, y que lo viese y escarmentase en los príncipes de Alemaña, que había destruido y echado a perder, dejándolos a lo mejor del juego; que creyese a sus súbditos, vasallos leales, y no a algunos malos rebeldes, que por hacer su negocio procuraban de meterle con sus vasallos y Estados en peligro y pérdida, acordándole demás de esto los juramentos con que era obligado al Emperador, y lo que había hecho por él; y esto por tales términos, y con tanto encarecimiento, que no se podían usar mejores por los mayores servidores del César. De lo cual se esperaba que el duque Mauricio se reduciría y echaría de ver cuán bien le estaba este consejo de sus vasallos, que tan acordada y prudentemente le daban, y más por la negociación que por medio del rey de romanos, que procuraba lo mismo, se trataba; el cual suplicaba al Emperador, su hermano, fuese servido dar orden en apaciguar estos tumultos y dañosos motivos, así por respeto de sí mismo, para quedar más desembarazado, para poderse mejor oponer al rey de Francia, como porque revuelta que fuese la Germania, el Turco no tuviese más poderosa mano contra sus Estados para apartarle del rey de Francia; y que llano Mauricio, fácilmente, por ser la cabeza, caerían los demás en lo mismo, y el rey de Francia se hallaría solo y apretado más de lo que pensaba, costándole muy caro lo intentado; estando principalmente todas las ciudades sajónicas con las demás firmes y perseverantes en la devoción del César y poco inclinadas a Mauricio.

     Junto con estos tratos se traían otros con los príncipes y principales Estados de la Germania, y se hacían las diligencias que parecía convenir para entretenerlos firmes en la parte y devoción del César, y muchos, o los más, mostraban buena voluntad; y los cuatro electores del Rhin enviaron a disuadir a Mauricio y desviarle de tan feas pláticas, y el que sobre todos le solicitaba era el marqués de Brandemburg, así por la afición que al Emperador tenía, como por el daño que temía que de esto podría suceder a la Germania. Y también porque pensaba que esto podría apartar al Emperador de la voluntad que tenía, de por contemplación suya, y del Mauricio, y ruego de muchos príncipes, libertar al lantzgave; en la prisión del cual se hallaba él también embarazado.

     Tales eran las diligencias que por quietar aquellas gentes se hacían por parte del Emperador, y arrancar la cizaña que el francés procuraba sembrar en la Germania para disminuir las fuerzas del Emperador y engrosar las suyas. Pero como el mal puede tanto entre las gentes, la alteración pasó muy adelante, hasta querer acometer al Emperador en el lugar donde desapercebido estaba y detenerlo allí, hasta tanto que al lantzgrave diese libertad, que éste era el color con que se alteraban y ponían en armas contra su César Emperador.



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- XXV -

Retírase el Emperador del atrevimiento de Mauricio. -Conciértase el Emperador con el duque Mauricio.

     Como el Emperador vió la determinación tan grande del duque Mauricio y los de su liga, mandó recoger la gente que pudo y que fuesen a la Clusa a estorbar el paso a los enemigos; mas como era grande el poder de la liga, fácilmente hizo huir ochocientos soldados que se pusieron allí, tomándoles las municiones que hallaron en el camino. Prendió y mató el enemigo muchos de los que pudo alcanzar, tomó otros lugares y castillos y pasó los montes, si bien son asperísimos; y todo esto hizo con tanta presteza, que a poner un poco más, cogiera al Emperador en Insbruk.

     Quedó el Emperador maravillado de que Mauricio con tanta brevedad hubiese ganado la Clusa y otros pasos y vencido la gente que en ellos tenía; y viéndose solo (caso en que jamás se pensó hallar), salióse de Insbruk, porque allí no podía esperar al enemigo si no se quería ver en sus manos, y retiróse, que en rigor es huir, y fue de tal manera, que aun no hubo lugar de recoger la recámara y ropa del Emperador; y el Emperador salió a medianoche, y aún dicen que salía él por una puerta y la gente de Mauricio, con su hermano Augusto, que venía por capitán con los dos hijos del lantzgrave, entraban por otra; tan apretada estuvo la cosa.

     El Emperador se fue a Vilac, habiendo dado primero libertad a Juan Federico, duque despojado de Sajonia, porque Mauricio no se gloriase que él se la había dado. Agradeció tanto el duque esta merced, que quiso antes irse con el Emperador que quedar con Mauricio.

     Entró Augusto, hermano de Mauricio, en Insbruk, y dio a saco a sus soldados lo que en ella hallaron del Emperador y del arzobispo de Augusta, y no tocó en la casa del rey de romanos. Mataron algunos criados del Emperador; a los naturales no hicieron daño.

     Supo la reina María la Valerosa el aprieto en que estaba el Emperador, su hermano, por el mal miramiento de Mauricio, y para socorrer con gente juntó muchos príncipes y capitanes en Aquisgrán, con los cuales hizo una liga contra la de los herejes, prometiendo todos tomar las armas y pelear contra ellos por la defensa de la Fe católica y servicio del Emperador.

     Al mismo tiempo se trataba la paz entre el Emperador y Mauricio; mas no por eso dejaba su gente de molestar la tierra y hacer en ella los daños posibles. Pusiéronse sobre Francafort, donde había guarnición de los imperiales, y mataron en un encuentro, de un arcabuzazo, al duque Jorge de Meckeburg, que venía en el campo de los rebeldes. Tomaron contra su voluntad al conde Palatino ocho tiros para batir esta ciudad, amenazándole que si no los daba le destruirían la tierra. Púsose de por medio el rey don Fernando para concordar al Emperador con los príncipes de la liga, yendo de una parte a otra, que le costó algunos caminos y trabajo.

     El Emperador estaba muy entero, sin perder un punto de grandeza (si bien desamparado de los suyos). Finalmente, se concertaron último de julio de esta manera:

     «Que los confederados dejen las armas dentro de doce días, y deshagan el ejército, si no es que quieran servir al rey de romanos o a otro príncipe, con que no sea contra el Emperador ni en perjuicio del Imperio. Que para doce de agosto, Filipo, lantzgrave de Hessia, sea puesto en libertad, en su castillo de Rinefeldia al Rhin, con que primero dé seguridad de cumplir todo lo que prometió al Emperador cuando fue preso; y que sean fiadores de que lo hará así, el duque Mauricio y el gran maestre de Prusia, Wolfango, y el duque de Vilpont. Que sentencien el pleito que hay entre el lantzgrave y el conde Nassavio, los que ellos en concordia nombraren de los siete príncipes electores, y de ellos nombre el Emperador jueces que dentro de un año lo determinen. Que dentro de seis meses se tenga Dieta, y en ella se determinen las cosas de la religión, y en el ínterin todos en general y en particular vivan en paz. Que los protestantes sean obligados de guardar y cumplir lo que la Cámara Apostólica mandare. Que se restituya a Ottón Enrico Palatino todo su Estado. Que los confederados renuncian y se apartan de la confederación de Francia. Que no se pidan los daños hechos en esta guerra hasta que la Dieta lo determine. Que si el rey de Francia se sintiere agraviado del Emperador o Imperio, ponga la causa en manos del duque Mauricio para que él informe al Emperador y le pida la satisfacción. Que el Emperador perdona a todos los que han tomado las armas en esta guerra, o en servicio del rey de Francia, con que las dejen dentro de tres meses y se vuelvan en sus casas. Que si Alberto de Brandemburg, dentro del dicho término dejare las armas y despidiere la gente, sea comprendido en esta concordia. Que el que no guarde esta concordia, sea tenido y declarado por enemigo del Imperio.»

     Firmaron esta concordia el Emperador y el rey de romanos, el duque Mauricio, y los demás príncipes que se hallaron presentes, y por los ausentes firmaron sus procuradores. No gustó mucho de esta concordia el rey Enrico de Francia, pero como él no pudo más, hubo de pasar por ella, disimulando con los alemanes, por no perder su amistad.

     A 3 de agosto, Mauricio y el hijo de Lantzgrave sacaron sus banderas de Francafort; los de Lantzgrave enviáronlos a Hessia; Mauricio dio las suyas al rey don Fernando, para la guerra que esperaba tener con el Turco. Rifembergio fue con su legión a servir a Alberto de Brandemburg, porque no quiso firmar las paces, y por eso quedó con las armas, y dejando a Francafort púsose con su gente sobre Maguncia, y en la ciudad le recibieron, y él hizo que los ciudadanos le jurasen.



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- XXVI -

Vuelve el Emperador a Augusta, con intento de castigar a los alemanes. -Alberto de Brandemburg hace guerra.

     Hecha la paz volvió el Emperador de Vilaca a Insbruk, y de allí fue a Augusta, porque su intención era castigar a los alemanes, y hacerles otra guerra más cruel que la pasada, como sus atrevimientos lo merecían. Iba haciendo su campo juntándose cada día banderas de alemanes, bohemios, italianos y españoles que habían llegado con el duque de Alba en principio de julio a Génova, y si no se hubiera ya capitulado la concordia sobredicha, sin duda alguna fuera esta segunda guerra más sangrienta y peligrosa que la primera en Alemaña. Mas Mauricio, no queriendo tentar más la fortuna del Emperador, viendo que había salido con parte de lo que quería, deseó la paz, hallando que para todos era el camino más seguro.

     No lo hizo así Alberto, de Brandemburg, mostrándose enemigo de la casa de Austria y de todos los católicos, a los cuales todos hacía el mal que podía, corriendo las tierras de los arzobispos de Maguncia, Espira, Tréveris, Norimberg y Franconia y otros muchos. Fue en su busca el Emperador, huyó de él queriendo esperarle a verle ocupado en la guerra que sabía había de tener con Francia. Salió Lantzgrave de la cárcel, sacándole con mucha honra, y la reina María mandó que los soldados españoles que le habían guardado en Malinas le acompañasen hasta ponerle en Hessia, y que en todas las ciudades por donde pasase se le hiciese muy buena acogida.



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- XXVII -

Entra en Augusta el Emperador. -Entra en Argentina. -Duque de Alba, general del campo imperial.

     Entró el Emperador en Augusta, ordenó y puso las cosas de la ciudad, deshaciendo lo que los protestantes habían hecho, y dejando en ella guarnición de soldados, partió primero de setiembre, y despidió para que se fuese a su casa a Juan Frederico de Sajonia, habiéndole aconsejado que guardase la fe católica y dejase novedades. Fuese Juan, aunque Natalis Comes dice, que murió en la cárcel, pero engañóse. Murió él despojado, y los hijos de Mauricio gozaban lo que se quitó a Juan y se dio a Mauricio, año de 1598. Llegó el Emperador a Franconia, no quiso pasar por ciertos capítulos de concordia que los perlados electores habían asentado con Alberto de Brandemburg; quitóle muchos amigos, hizo que no le acudiesen algunos lugares con tributos que le pagaban. Pasó adelante el Emperador por la tierra de Witemberg, sin tocar en los campos de Ulma, no queriendo que la gente de guerra los dañase, deseando hacer bien a esta ciudad, por la fe que le había guardado. Llegó a Espira, y a quince de setiembre entró en Argentina con sola la guarda y acompañamiento ordinario, y el ejército se alojó en la comarca. Fue recebido con gran magnificencia del Senado y ciudadanos, que le hicieron ricos presentes. Aquí nombró al duque de Alba por general de su campo.



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- XXVIII -

Sitia el Emperador la ciudad de Metz a 22 de octubre. -Poderoso campo del Emperador.

     Juntábansele en el camino al Emperador muchas banderas. Temió Alemaña cuando le vió con ejército tan poderoso, y no podían adivinar contra quién iba, ni sabían qué decir del fin de esta jornada. Vinieron asimismo a servir al Emperador con gente muy escogida Juan de Brandemburg, duque de Holsaria, y Emanuel Filiberto, duque de Saboya. Llegando el Emperador a Argentina vino allí a visitarle su sobrina Cristierna, viuda de Francisco, duque de Lorena, y lloró con él sus duelos y desdichas. El Emperador la consoló lo que pudo, y dijo que se fuese con su tía, la reina María. Tomó el Emperador el camino de Lorena, y a 22 de octubre puso cerco a la ciudad de Metz, que el rey Enrico había tomado, como dije. Hallóla el Emperador muy fortificada, porque el rey de Francia y los suyos sabían bien que el Emperador no se la había de dejar gozar en paz.

     Llegaron al campo imperial muchos de la nobleza de Flandres; comenzóse a apretar fuertemente el cerco. Estaban dentro, por la parte de Francia, Francisco de Lorena, duque de Guisa, y Pedro Strozi, que eran los capitanes principales, con ocho mil soldados escogidos y tres mil caballos, la flor de Francia; habían reparado los muros y torres, y fosos, y las demás fortificaciones que la ciudad tenía, de suerte que había de ser la conquista larga y costosa, por la resistencia que con tanta gente y aparejos habían de hacer. Quitaron todos los edificios de los arrabales, monasterios y casas que había fuera de los muros, dejando la ciudad exenta y libre.

     Cerca de Metz estaba Alberto de Brandemburg con cincuenta banderas de infantería y mucha caballería, porque no se habiendo concertado con el rey de Francia sobre el sueldo y dineros que le pedía, desgracióse dél y procuró la gracia del Emperador, y ofrecióse con aquella gente a su servicio. Era poderosísimo el ejército que el Enperador tenía; y la ciudad, en la manera que estaba, no lo era menos para se defender. Había cada día escaramuzas entre los imperiales y franceses; los sucesos fueron varios; morían de ambas partes algunos varones nobles. Quisiera el rey de Francia quitar la vida al duque Alberto y desbaratarle la gente, porque no sirviese al Emperador. Encomendó al duque de Angulema y a otros, que con artificio procurasen con algunos de los de Alberto que le matasen.

     Tuvo Alberto aviso de este trato, y sabiendo que el duque de Angulema venía con gente para ejecutarlo, tomó Alberto sola la caballería que tenía, y sin alterarse nada, con toda la disimulación del mundo, dejó la infantería en orden y caminó con los caballos, y salió al camino al duque; acometióle por tres partes, y queriendo el duque de Angulema defenderse, le hirieron y echaron del caballo, y al fin lo prendieron. Escapóse Juan Fuxino, obispo de Bayona, huyendo a uña de caballo. Murieron muchos nobles franceses y gente común, que serían entre todos ochocientos, y quedaron presos otros más; otros huyeron. Alberto, gozoso con la vitoria, volvió cargado de cautivos y despojos al campo del Emperador, que lo recibió con muy buen rostro y mandó alojar su gente cerca de la abadía de San Martín, por donde Metz mira a Francia, y de allí quitaba a los cercados que por aquella parte no les entrase algún socorro ni bastimento, y detuvo las salidas que los franceses harían cada día.

     No había estado el Emperador en el campo, sino en Theonvilla, por causa de la gota, y a diez de noviembre vino a él, y apretaron más la ciudad con recias baterías, tanto que dijeron haber oído los truenos de la artillería en Argentina, que está diez y ocho millas de Metz, que son cerca de cinco leguas, y siete si tres millas alemanas hacen una legua. Mas con todo, la ciudad se defendía valerosamente. El tiempo los ayudaba, que era el corazón del invierno, que de ninguna manera se podía estar en el campo, y los soldados, con los grandes fríos y aguas, enfermaban. Viendo esto el Emperador, determinó edificar un fuerte sobre Metz, que le fuese un duro padrastro, y levantarse de allí, como lo hizo. No fue como quiera el mal que entró en el campo, corrompidos los soldados con los hielos y aguas, que los campos parecían ríos, y aires insufribles, que de cien mil hombres de pelea que el Emperador tuvo en este campo sobre Metz, murieron de enfermedad cuarenta mil.

     Nunca el Emperador se vió con ejército tan poderoso hecho a sola su costa, porque tenía en él seis mil españoles, cuatro mil italianos, cuarenta y nueve mil alemanes altos y bajos, cinco mil gastadores, diez mil caballos, y más los de su corte, éstos alistados a su sueldo, y sin ellos otros muchos, y los que traía el marqués Alberto, que todos llegaban a los cien mil, y ciento y veinte y siete mil pelotas, cuatro mil quintales de pólvora y cinco mil caballos de artillería, y municiones. Era general de este gran ejército el duque de Alba; capitán general de la artillería, don Juan Manrique. El Emperador estaba alojado dentro de una casilla de madera; preguntaba a don Juan Manrique y don Luis de Avila y a otros caballeros qué tiempo hacía; si le decían que malo, y que nevaba, dábanle pena, y mostrábalo tanto, que estos caballeros no le visitaban. Notándolo el Emperador, los llamó, y preguntó que cómo no le veían. Don Juan Manrique le dijo: «Señor, si visitamos a Vuestra Majestad y decimos que hace mal tiempo, recibe pena; pues decir que lo hace bueno siendo malo, es engañarle, y echar a perder este hecho que pende de la cabeza de Vuesa Majestad.» El Emperador respondió: «Ya veo que tenéis razón, y que no es bien que me digáis que el tiempo es bueno, siendo malo. Y así no hay que esperar más, sino que nos vamos.» Porfió el Emperador en el sitio de Metz, siendo el tiempo tal, porque se traía trato con algunos de la ciudad que la entregarían. No hubo lugar, si bien merecía el francés perder la ciudad con las artes que la ganó.

     Los que de esta jornada sin fruto se gozaron hicieron este dístico:

                               Qui celsas cupis Herculis superare columnas,
Siste gradum Metis, nam meta tibi fuit.


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- XXIX -

[Varios sucesos.]

     Pues por este año hemos acabado con las cosas de Alemaña alta y baja, habré de volver a otras que quedan por decir, sucedidas en este año, si bien no fenecidas en él; la principal de ellas es el levantamiento de Sena contra el Emperador y sus españoles, que pasó así. Es Sena una nobilísima ciudad, que desde la declinación del Imperio Romano siempre fue libre, sin reconocer señor. Su asiento es en la tierra que los romanos llamaron Tuscia en los siglos pasados. Perdió esta ciudad su antigua libertad por bandos y disensiones civiles, que ordinariamente son cuchillo de las repúblicas, por poderosas que sean. Pidieron al Emperador Carlos V que les diese cien españoles soldados para allanar algunos ciudadanos inquietos. El Emperador les dio a don Diego de Mendoza. Con los cien soldados arrimóse don Diego a uno de estos bandos y comenzó a oprimir a los contrarios, de manera que no hizo oficio de pacificador, sino de enemigo, y absoluto señor de Sena. Fabricó una fortaleza a la puerta que sale para Florencia, que llaman puerta Camolia, y compelió al pueblo que llevase allí todas las armas que tenían. Viendo los ciudadanos hecho este fuerte y que les quitaban sus armas, sentíanlo con extremo y hacían corrillos y juntas, muy en perjuicio de los españoles.

     Había dos bandos principales; el uno se decía de los Danove, y este imperial, y el que favorecía a los españoles; los demás eran todo el pueblo, que estaban sumamente cansados de españoles por agravios que de ellos recibían, y acabaron de reventar viendo el fuerte que sobre su ciudad se hacía y que se les quitaban las armas. No les faltaron esfuerzos de parte de Francia, con los cuales se determinaron de hacer lo que aquí veremos. Don Diego de Mendoza, a cuya cuenta estaba Sena, hubo de ir a Roma, y allí supo la venida de la armada turquesca contra las costas de Italia, y para guardar a Sena y lo demás que él pudiese, levantó tres mil italianos, que se entregaron al conde de Petillano, enemigo disimulado de españoles. Este, ganado por el rey de Francia, procuró que esta gente que se había hecho contra los turcos, volviese a Sena contra los españoles. Fuele fácil hacer esto, por ser tan general el odio que casi todas las naciones del mundo tienen contra la española (señal certísima de su virtud). Estando don Francisco de Alava, maese de campo, una tarde en su alojamiento con ciertos caballeros sus amigos, se halló una carta, y dentro de ella venía un medio cuatrín, que es tanto como media blanca.

     Venía en la carta el aviso de la traición. que el conde Petillano había tratado, y decía el que enviaba aquel medio cuatrín, y se quedaba con el otro medio, para que en algún tiempo se pudiese mejor mostrar quién había sido el fidelísimo que tal avisara y tal había hecho.

     Entendióse la traición claramente, y don Francisco envió luego a Juan Gallego para que reconociese la puerta de la ciudad, y que llevase consigo cincuenta soldados, de los cuales no volvió alguno, porque los enemigos, así ciudadanos como los soldados del conde Petillano, se habían juntado y habían quemado y derribado la puerta de San Marcos y la puerta Romana, y acometieron a los cincuenta soldados, y de ellos no se salvaron sino tres, que se hicieron fuertes en la puerta Romana, y allí se defendían con notorio peligro de la vida. Recogiéronse en una torre pequeña de la puerta Romana, y allí se defendían como podían, queriendo vender bien sus vidas. Viendo Petillano el ánimo de los tres soldados, mandó poner fuego a las puertas para espantarlos con esto; mas no bastó el fuego ni las armas para rendirlos.

     Entraron en la torre monsieur de Termes y el prior de Lombardía, caballeros franceses, y estimando los soldados, los llamaron a voces, y asomándose ellos a una pequeña ventanilla, les dijeron: «Valientes españoles: lo que el señor prior y yo queremos no es otra cosa más de librar vuestras personas de la muerte, pues es razón que hombres tan esforzados como vosotros sean favorecidos, a cuya causa os rogamos que os rindáis, y si quisiéredes servir al rey de Francia se os darán las pagas dobladas. Ya veis que ahí no podéis vivir, pues no tenéis que comer, ni os podréis defender de tantos.» Uno de los tres respondió dando por todos las gracias, y que el rey de Francia era tan bueno que no le faltarían soldados; y ellos eran tan leales, que antes querían perder las vidas que dejar de servir a su rey y señor natural, y a lo que dicen que nos falta la comida, sepan que tenemos abundancia de ladrillos, y cuando nos falta el pan a los españoles, con éstos molidos nos sustentamos.

     Los franceses quedaron tan pagados del valor de los tres, que los sacaron de allí y los pusieron en salvo. No murieron tampoco los cincuenta soldados que fueron con Juan Gallego a reconocer las puertas, sino siendo acometidos del conde Petillano y de los tres mil italianos, les fue fuerza haberse de retirar a la ciudadela, donde se detuvieron algunos días, y habiendo un capitán francés llegado a poner su bandera junto a Fuenteblanda, entre Santo Domingo y la ciudadela, una noche, estando los enemigos bien descuidados, los cincuenta españoles hicieron una encamisada, y dieron en ellos con tanto ímpetu, que les ganaron una bandera azul con la cruz blanca, y los desbarataron y prendieron muchos, de manera que los dejaron con cuidado; pero no se pudiendo sustentar mucho tiempo estos españoles, desampararon la ciudadela, saliéndose una noche secretamente, y fuéronse a Puxihonce, y de allí a Liorna y a Orbitelo, donde se hicieron fuertes, si bien monsieur de Termes pensó hacer presa en ellos.



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- XXX -

[Prosigue la misma materia.]

     El duque de Florencia estaba a la mira, mostrándose indiferente en esta ocasión, sin querer salir a la defensa de los españoles, como le corrían las obligaciones, pues era hechura del Emperador, de cuya mano tenía recebido el bien que tenía, y demás de esto, no mirando lo que le iba en no tener junto a su Estado un enemigo tan poderoso como el francés, amparados de los Strozis, émulos capitales de los Médicis. Entendíanse algunos tratos que el rey Enrico con el duque traía, los cuales el duque daba oídos inconsideradamente, pareciéndole que ya el Emperador estaba cansado, enfermo, viejo, y que sus cosas iban algo de caída, principalmente en el Piamonte y Lombardía, y que le sucedía en el reino un príncipe mozo, poco guerrero, y que el de Francia estaba en los años de mayor vigor, que su valor y coraje, y inclinación a las armas, excedían al rey Francisco, su padre; que tenía amistad con el Turco, y esperaba su armada; que el Papa mostraba poca afición a las cosas de España. Y como los príncipes italianos vivían con razones de Estado, éstas que he dicho y otras, con intereses y partidos secretos que se le ofrecieron, tuvieron al duque suspenso y casi determinado de no declararse en esta guerra.

     Residían en Roma estos días don fray Juan de Toledo, arzobispo de Santiago y cardenal de Compostela, y don Francisco de Mendoza, hermano del marqués de Cañete, obispo de Burgos y cardenal, varón insigne y valeroso; los cuales, viendo estas cosas en tanto peligro, y que la salud de Sena consistía en querer el duque de Florencia salir a la defensa, para desengañarle y ponerle en camino le escribieron desde Roma a tres de agosto la carta siguiente:

     «Ilustrísimo y muy excelente señor: Habiendo entendido por la de XXX que vuesa excelencia escribió a su embajador la dificultad que hay en socorrer al castillo de Sena, y cómo ha dado orejas a los partidos que los seneses le habían movido, nos ha parecido, por el deseo que tenemos al bien universal y al particular suyo, escribir ésta a vuesa excelencia, con temor de los daños y males que en general y particular trae esta novedad de Sena, si con toda celeridad no se remedia; porque aunque tenemos por cierto que vuesa excelencia con su mucha prudencia lo tiene todo muy pensado y considerado, y sabemos con el valor y resolución que vuesa excelencia suele tratar todas las cosas, viendo las dificultades que parece hay en el remedio, y los oficios que con tanta instancia de diversas partes, por diversas maneras se hacen para apartar a vuesa excelencia de esta empresa, esperamos que con su mucha prudencia ponderará maduramente, cuanto mayores son los inconvenientes que se siguirán de no proveer el remedio que se podría dar al mal presente, que los que se pueden seguir de las dificultades que representan en ponelle; y de no dejarse persuadir de las palabras y promesas de los contrarios, que no hay quien entienda el fin con que se hacen y lo que sobre ello se puede reposar.

     «Pues claramente consta que, no oponiéndose a los franceses, teniendo ellos esta ciudad, y estando a su devoción y disposición, será causa para tener la guerra siempre viva en Italia, y de allí corrella, hasta que se enseñoreen de ella, como pretenden. Y aún se sabe que se ha dado al rey de Francia un discurso, facilitándole la monarquía, haciéndose una vez señor de Italia, el cual le ha contentado mucho, y trae siempre consigo; de manera que ha de ser una de dos cosas, o que nunca falte guerra en Italia o que franceses hayan de ser señores della.

     «Los males que se siguen de la guerra no son menester decirlos, y mucha mayor parte de ellos cabrá a quien es más vecino.

     «Lo segundo es la ruina de todos, y tanto será mayor cuanto los franceses son vecinos a Italia, y con el fortificar las tierras que toman y ponelles guarnición ordinaria de ellos mismos, y la fuerza que el rey de Francia tiene de dinero para sustentallas, se viene a continuar el Imperio de Francia y Italia, de manera que se hace casi un mismo reino. Y particularmente se ha de tener por cierto que no han de contentarse con dejar el Estado de Florencia de la manera que al presente está, por muchas razones.

     «La primera, por la antigua amistad y devoción de ella con Francia, y por pretender que ésta fue la principal causa de la mudanza del Estado.

     «La segunda, por los muchos forajidos de Florencia que no han pensado ni trabajado otra cosa de noche ni de día, sino el deshacer este principado, de los cuales los más principales son de mucha autoridad con el rey, y son los que le han puesto en todas estas empresas, y servídole con sus personas y haciendas, como hoy día le sirven, particularmente en esta empresa que sé comenzó con sus dineros, y todos ellos enemigos de vuesa excelencia y de su ilustrísima casa.

     «La tercera, porque la reina pretendo particular derecho a este Estado, y ha mostrado muy grande deseo y pasión por esta cosa de Sena, por tener la puerta para el de Florencia, como se sabe de persona con quien ella habló en ello.

     «La cuarta, porque cuando ella y el rey no lo pretendiesen, que no hay causa por que pensar que no lo deseen y pretendan, los mismos florentines, despertados con el ejemplo de los seneses y con la facilidad que pueden ellos hacer lo mismo, pues en diez horas se pueden representar en Florencia cinco o seis mil hombres de Sena, que harán que el rey lo emprenda, y tanto cuanto es mayor el poder y discurso de los florentines que el de los seneses, tanto se ha de tener esto por más cierto y más fácil, especial que, conforme a la profesión que el rey hace, y de que tanto se precia, y así se entiende de persona que ha oído estos días atrás a monseñor de Miraboes y a Roberto Strozi en ello, que su principal intento es con el favor de la armada turquesca y francesa, y la gente que se hallara en Sena y la que engrosara de Lombardía, descargar en Florencia.

     «Y pensar que no se les oponer vuesa excelencia a esto de Sena ha de bastar para que por ello lo dejen de hacer, vuesa excelencia es prudente, mas a los que consideran las razones dichas, parece que sería manifiesto engaño, y si bien por el presente podría ser que volviesen la furia al reino, a otra parte adelante, es claro que no se aseguran de que se esté lo de Florencia como está porque si no pueden enseñorearse de lo demás que pretenden, se convertirán a esto, que les parecerá que tienen en su mano y que pueden ganar sin formar ejército; como se ha hecho esto de Sena, y con la devoción le los mismos florentines, no basta alguna provisión para no estar a discreción y virtud de sus enemigos. Y en caso que son tan interesados, meterse en este riesgo, ya se ve el inconveniente, que es el remedio de las fortalezas, y éste es alguno más bastante a donde no se espera tanta fuerza que señoree la campaña.

     «Y si por caso salen con las conquistas que pretenden de Nápoles y de Milán, en ninguna razón cabe que hayan de satisfacerse de dejar un príncipe tan grande y tan disidente en medio, y que tantos procuran hacelle daño. Considérese lo que han hecho los franceses en el reino de Escocia, con el duque de Saboya, con el marqués de Saluzo, con el duque de Lorena este año, y de ello se verá lo que harán con los demás, que con tan gran interés suyo podrán deshacer, y casi toda la grandeza que tienen en Francia les ha venido por esta vía.

     «Confiar que cumplirán las palabras y promesas que dan en tiempo que les cumple dallas, cuando les cumplirá no guardallas, parecería gran yerro; llenas están las historias de ejemplos que nos muestran lo contrario.

     «Pues hacer caso de lo que publican, que se hará parentado de una hija de vuesa excelencia con el hijo del duque Octavio, no es fundamento para hacer una determinación tan grande como será dejar anidar los franceses en lugar tan peligroso para vuesa excelencia, y tan cómodo para sus disignos.

     «Menos parece que se puede mucho confiar de lo que Su Santidad y otros potentados harían en su favor, por las razones que vuesa excelencia puede considerar.

     «De manera que no habiendo otra causa para que vuesa excelencia deje salir a los franceses con esta novedad, sino por se excusar de indignallos, no parece suficiente para ello, pues no es sola la indignación porque le han de querer sacar del Estado, sino las que se han tocado, y otras muchas que se podrían tocar, de mucha consideración.

     «Resta ver las dificultades que hay en el remedio, y lo que se puede hacer, y las que por la letra de vuesa excelencia se entienden son la poca provisión que hay en el castillo, la incomodidad de socorrer, habiéndose perdido la puerta de Camolia, y con éstas se juntará el embarazo en que se halla su señoría y lo mal que han sucedido las cosas de la guerra en Parma y en el Piamonte, el daño que puede venir a vuesa excelencia de ponerse en este socorro y tomar sobre sí esta guerra.

     «Y aunque no se puede negar que no sean de mucho momento las dichas dificultades, parece que son de muy mayor inconveniente dejar descomponer a los franceses por respeto dellas.

     «La primera, que es la falta de vituallas, nos ha maravillado escrebir vuesa excelencia que no tenía de comer sino para cuatro días, porque se entiende que por lo menor, tienen provisiones para un mes, y esto se sabe por muchos soldados que aquí hay, que han visto la carne y harina y otras provisiones en la fortaleza. Así se colige por la carta de don Francés de Alava, que habemos visto aquí originalmente, y la razón quiere que sabiendo dos días antes lo que sucedió, y temiendo tanto tiempo ha que había de suceder, y siendo señores para poder tomar todo lo que quisieron en la ciudad, no hayan dejado de meter toda la mas provisión que pudieron. Los mismos seneses y franceses confiesan que tienen provisión por hartos días, y así, por carta de don Francés, de veinte y ocho del pasado, no se entiende esta falta.

     «La segunda, de ser menester ejército formado, éste casi está hecho, porque con la mitad de la gente del Estado de vuesa excelencia, con tres mil soldados que levante Ascanio de la Corna, que en toda esta semana se enviará recaudo para acabarlos de pagar por este mes; con los alemanes que habían de venir a Nápoles, si no son embarcados, o con los que están ya en Italia del conde Lodrón y del bastardo de Baviera, y los caballos y artillería de vuesa excelencia, y con que si el tiempo da lugar al señor virrey, podrá enviar de la gente de Nápoles tres o cuatro mil infantes, o de los del Estado de Iglesia se podrán hacer, si está el ejército formado, y tal que podrá resistir a lo que del armada se podría temer, y romper fácilmente al de los enemigos, que es más junta de gente tumultuaria que ejército. El gasto de la gente hasta hacer este efecto no es mucho, y a Su Majestad toca la mayor parte, y aunque va alcanzada la paga de lo que ha de pagar, Su Majestad, en cosa que tanto le importa, es de creer que lo proveerá con todo calor. Y los alemanes que vienen de nuevo pagados, deben de venir, y al cabo Su Majestad no deja de pagar; y el efecto que ha de hacer en poco tiempo, es fuerza que se haga, y para socorrer el castillo basta entrar en la primera puerta de Camolia, y aquélla difícilmente la pueden defender los enemigos; y no se puede cercar tanto de trincheas, que por otra parte no pueda socorrelle alguna infantería, y aun cuando fuese perdido el castillo, sería de pensar cuál sería mayor inconveniente, dejar asentar sus cosas a los franceses en Sena, o antes que las asienten hacerles fuerza posible para sacallos de ella.

     «El embarazo en que se halla Su Majestad no deja de ser muy grande; mas lo que tiene en Italia es tanto, que basta para ello; y cuando no bastase, esto es, de calidad que podrá ser que de lo que allá tiene enviase acá alguna buena parte, y en tal estado podrían estar allí las cosas que convertiese acá, aunque esto, ilustrísimo señor, sería poco menester cuando vuesa excelencia se resuelva, como esperamos que hará. Y pues estas cosas de Sena se han hecho y se sustentan más con dineros y inteligencias de los amigos aficionados del rey que con sus fuerzas, no es de creer que las de Su Majestad y de vuesa excelencia hayan de ser menores. Y del ejemplo de lo del Piamonte y Parma no hay acobardarnos, porque dél se queda con experiencia y escarmiento, y se atenderá a la provisión de esta empresa de otra manera que se ha entendido a lo de Parma y Piamonte; y con la asistencia de vuesa excelencia y el ayuda que puede hacer entre tanto que la provisión de Su Majestad viene, cuando tardase algo, es cierto sería muy diferente cosa. Y no es de tener en poco la ayuda que del señor virrey de Nápoles se podría esperar, porque sería no cortar de raíz el mal que se espera en el reino, no dejándoles salir con esto, y por el respeto particular de vuesa excelencia.

     «El daño que a vuesa excelencia le puede venir de tomar sobre sí esta guerra, no es igual al que (mirándolo sin pasión) le vendrá haciendo bueno a los franceses lo que han hecho, porque dejando aparte todo lo que está dicho, mucho importa a los príncipes en sus resoluciones tener gran cuenta con su reputación y la de sus amigos, y con cuán poca suya, Su Majestad se desistiría de lo comenzado, no hay quien no lo vea. Los franceses y el mundo pensarán que por temor lo deja, y por tener las cosas de Su Majestad por perdidas; Su Majestad no podrá dejar de sentir mucho que vuesa excelencia no siga su fortuna, la cual con su fuerza y asistencia, parece que ha de ser por razón superior a la de los contrarios. Y debe vuesa excelencia abrazar esta ocasión y mostrar al mundo su valor, y al Emperador su devoción, juntándose con él, y trayendo así las fuerzas y gentes de Su Majestad, no parece que es sin demasiada consideración de peligro, y ésta suele ser muchas veces mayor peligro, el cual a ninguno desplacería mas que a nosotros. Mas por no incurrir en el que se seguría de dejar de socorrer a los del castillo o de apagar este fuego lo más presto que ser pueda, que será muy mayor sin comparación, nos ha parecido de comunicar con vuesa excelencia todo lo susodicho.

     «Y no hablamos en los medios y partidos con que se podría atajar, porque nos parece que los podemos más desear que esperar, estando los franceses dentro en Sena y habiéndose hecho lo que se ha hecho con dineros y espadas del rey de Francia, y habiendo capitulado los seneses con ellos lo que han capitulado. Todo lo que proponen y platican es para meter tiempo en medio, para forzar su parte, desmayar la nuestra, y al fin salir a mano salva con su intento, como saldrán, si vuesa excelencia no pone la mano en ello, como la ha de poner. Y a decir todo lo susodicho tanto nos ha movido el deseo particular que tenemos de su servicio y conservación como el del beneficio público y del de Su Majestad nuestro señor, que la ilustrísima, muy excelente persona y estado de vuesa excelencia guarde y acreciente como desea. De Roma, a tres de agosto 1552.»

     Entre los de Italia no hay más ley ni vida de lo que es Estado; por eso los cardenales españoles cargaron tanto la mano para probar con razones cuán necesario y forzoso era al duque de Florencia levantar las armas contra los seneses si quería su conservación y perpetuidad en el nuevo Estado de Florencia. Y es cierto que no le convenció, a hacer esto el reconocimiento que debía a los beneficios recibidos del César, cuanto ver al ojo que si el francés entraba en Sena era tener a las puertas de la casa su total perdición; sabiendo principalmente que la reina Catalina de Médicis tenía pensamientos de ser duquesa de Florencia, y que los espíritus de esta reina eran altos y codiciosos, sin atender a más que adquirir nuevos Estados. Abriendo, pues, los ojos conoció que el allanar a Sena y no consentir que en ella el francés hiciese pie, era causa propia suya.

     Hallábase asimismo a esta sazón en la corte romana don Juan Manrique de Lara, que, como dejo dicho, en el principio de este año había venido a reformar las cosas de Italia y a tratar otras con el Pontífice. Este caballero, sabiendo el levantamiento de Sena y peligro en que estaba de perderse aquella república y apoderarse de ella el rey de Francia, sin esperar orden del Emperador ni de otro príncipe, a su propia costa tocó atambores en Roma, hizo la leva de las gentes que pudo, mandó venir parte de la que estaba en los presidios de Nápoles, Milán y Sicilia, tomó para sí el cargo de general, pidio y sacó más gente de señores aficionados al César, y vasallos suyos, nombró capitanes, maestros de campo y, finalmente, formó un razonable ejército, yendo por general de la caballería ligera don Juan de Acuña Vela, que hoy día vive en esta corte con oficio de general de la artillería, y caminó derecho a juntarse con la demás gente de guerra, que en Sena defendía la parte imperial.



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- XXXI -

Encamisada que el marqués de Mariñano dio al francés. -Fortifícase el marqués, y da vista al enemigo senés. -Ríndense los enemigos de Sena en Ayvola.

     Reducido el duque de Florencia, viendo lo que le tocaba Sena y no tener en ella tan mal vecino como el francés, envió su capitán Otón Monteacuto con ochocientos hombres que se metieron en Sena y se juntaron con don Francés; mas los de Sena estaban ya tan poderosos, que los echaron fuera. Yendo, pues, la cosa tan de rota, el duque de Florencia encomendó esta jornada a Jacobo Medicín, marqués de Mariñano, que siempre fue un escogido capitán, y le dio bastante gente, la que pareció que convenía para vencer a los franceses y allanar a Sena. Caminó el marqués con los suyos, aunque con recio tiempo de aguas, truenos y relámpagos, y con la mayor prisa que pudo llegó con su gente a un castillo de la Baldosa llamado Eolle, y allí hizo alto y estuvo dos días alojado, porque los soldados venían fatigados del lodo y agua, que había en los caminos hasta la rodilla. Pasados estos dos días marcharon contra el fuerte que los enemigos tenían, y ordenó el marqués, estando cerca de ellos, que se les diese una encamisada.

     Pusiéronse en orden hasta trecientos soldados de los más escogidos; con las camisas sobre las armas, los cuales, con gran silencio, antes de ser de sus enemigos sentidos dieron en las primeras centinelas que cerca del fuerte estaban, bien descuidados, y sintiéndose de esta manera salteados, retiráronse a un torreón, donde otros muchos con el mismo descuido estaban durmiendo. Despertaron al ruido de las armas, y tomando las que tenían, llenos de temor y espanto, comenzaron a defenderse con tanta grita y estruendo de los arcabuces, que los de Sena lo sintieron y salieron luego muchos de ellos, acudiendo a la parte donde sonaban las armas. Encendióse la pelea, mas el no saber cuántos eran los enemigos, ni entenderse, como gente salteada, les hacía no tener ánimo ni orden.

     Los del marqués peleaban como valientes, y determinados para aquello, y mataban a muchos sin recebir daño. Los de Sena desmayaron, y volviendo las espaldas se encerraron dentro de sus muros, llenos de miedo, y acordaron de enviar luego a pedir socorro a Francia, temiendo ya su perdición; y con esta facilidad quedó el marqués con el fuerte, si bien mucha de su gente herida, y sin la artillería, que aún no había llegado; por lo cual dio orden en fortificarse. Hecha su fortificación y alojamiento, quiso el marqués dar una vista a los enemigos, y salió con su gente puesta en orden, tomando el camino para un lugar llamado Ayuola, y antes de llegar a él, les envió un trompeta, requiriéndoles que se rindiesen. Respondieron que ellos no tenían tal propósito, si por fuerza no los compelían.

     Visto por el marqués, mandó que les arrimasen la artillería, y comenzaron a batir los muros. Fue tan grande el miedo del pueblo, que, a pesar de los capitanes y gente de guerra que dentro había, abrieron las puertas para que sus enemigos, entrasen. Viendo las puertas así abiertas, Rodolfo Baglión, con la mayor parte de su infantería se metió dentro, matando a muchos. El marqués mandó que no matasen más de aquella gente rendida, sino que le trajesen presos los principales. Allí fue preso el capitán Pindo, que habiendo servido mucho tiempo al Emperador y robádole las pagas de los soldados, se pasó al rey de Francia, y el marqués le mandó ahorcar, con otros algunos, de las almenas de esta villa.



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- XXXII -

Acomete el marqués y rinde otros lugares. -Pedro Strozi, con otros capitanes y franceses, viene a socorrer a Sena.

     En Ayvola dejó el marqués con guarnición al capitán Otón, y salió con su campo, y fue a tomar la torre o castillo, que llaman de la Columba, lo cual se hizo con poca dificultad. Luego tomaron la Coquiola y al Pino, lugares puestos en las faldas de Sena; de allí fueron a combatir a Belcaro, lugar principal, y porque se defendieron y esperaron el asalto, pasaron a cuchillo gran parte de los vecinos. El marqués puso guarnición en él, y pasando adelante con el ejército, fue marchando por la hondura de un valle, y descubrieron el castillo que llaman de la Rofia, donde había gente de guerra que estaban bien proveídos para se defender, mas el capitán no tuvo ánimo para esperar al marqués, y rindióse llanamente.

     Aquí se detuvo el marqués algunos días, fortificando el castillo, y puso en él buena guarnición. Tuvo aviso de un gran socorro que había llegado a los seneses, que el rey de Francia enviaba con Pedro Strozi y otros buenos capitanes franceses, que era bien menester, por haberlo de haber con el marqués de Mariñano, que fue uno de los acertados y valientes capitanes de su tiempo, y traía consigo a don Juan Manrique de Lara, prudentísimo caballero y de experiencia en la guerra, con muy lucida infantería española y italiana, y los capitanes Rodolfo Baglión y Vitello, el conde Sigismundo y a Santaflor, con otros, todos varones claros, ilustres y nombrados por sus hechos.

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-XXXIII -

Arman una traición al marqués. -Matan a traición quinientos soldados españoles y italianos. -El prior de Capua urdió esta traición.

     Corría el marqués los campos de Sena, haciendo los daños posibles; arruinó el Domo, que era una casa principal. Aquí le llegó un hombre que fingió venir huyendo de la ciudad, y díjole quería hablar en secreto, y fue, que si quería tomar el castillo de la Chusa, que él se le daría en las manos. Deseaba mucho el marqués esto, y agradeciólo al soldado, dándole y ofreciéndole algunas cosas. Mandó luego el marqués a Rodolfo Baglión que tomase este negocio a su cargo. Rodolfo escogió quinientos caballos, y tomó consigo al conde Juan Francisco con otros ciento, y una noche, secretamente, llegaron a la muralla del castillo, a la parte que el traidor del soldado les había dicho, y como los del marqués hallaron la puente echada y abierta la puerta del castillo, sin reparar en nada se metieron por ella dando voces: «¡Vitoria! ¡Vitoria!» Antes de entrar la puerta, alzaron la puente, que era levadiza, y cerraron la puerta los de dentro, que estaban apercebidos, dejando, a los del marqués entre la puerta y el rastrillo, en una plazuela, donde ni podían volver atrás ni ir adelante. Tenían puestas en una parte, para esto, ciertas piezas de artillería, la cual comenzaron a disparar en ellos, tirando a montón; mataron la mayor parte de ellos, y al capitán Baglión, hermano del prior de Capua, que servía al rey de Francia, y fue el que urdió esta traición. Murió el conde Juan Francisco, y Ascanio de la Corna, que había venido en pos de él con cincuenta de los suyos, fue preso. Todo esto se hizo antes que amaneciese; y venido el día, abrieron los enemigos la puerta del castillo y salieron por ella hasta mil infantes y cuatrocientos caballos, y fueron contra una bandera de Pedro Pagoltosingui, que había venido en retaguardia de los desdichados muertos.

     Arremetieron contra ella, y si bien hallaron resistencia, como eran muchos los que acometían, hiciéronle retirar. Llegó en su socorro el conde Bagno; con su ayuda revolvieron sobre sus enemigos, y los apretaron de manera que los hicieron volver más que de paso a su castillo. Sintió el marqués la pena que tal pérdida pedía, mas consolóse presto con la venida a su campo de Chiapin Vitello, el cual venía de Córcega con muy buena gente, que traía de la fuerza de San Florencio.

     Quiso luego el marqués pagarse de la traición, y ordenó un escuadrón de gente bien armada, con el cual él mismo en persona se fue sobre una iglesia, llamada de Observancia, donde estaban los enemigos fortificados. Envióles a requerir que se rindiesen; ellos no lo quisieron hacer, y al fin los combatieron y entraron, quitando a muchos las vidas. De aquí envió el marqués al capitán Leónidas Malatesta a poner orden y guarda en Pisa; y fue su desgracia, que andando poniendo en orden su gente, los enemigos le mataron de un mosquetazo, que se perdió en él un buen capitán. Llególe socorro al marqués, que serían hasta cuatro mil infantes, con alguna gente de a caballo y los capitanes Donato, Montepulciano y Vincencio Jalto con las cuales fuerzas el marqués se hallaba poderoso para deshacer al enemigo.



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- XXXIV -

Muerte del prior de Capua, gran servidor del rey de Francia. -Tiro con que un labrador mató al prior y a otro. -Tópanse en Pistoya el marques y Pedro Strozi. -Toma Strozi a Santa Bonda. -Acude el marqués sobre Bonda. -Viene Strozi a socorrerla. -Socorro de españoles, y escaramuza apretada. -El duque de Florencia quiere rematar la guerra en una batalla, por excusar los gastos.

     Habíase fortificado el marqués con todo su campo, y de la otra parte de este fuerte asomó por un gran llano el prior de Capua, que después de haber desembarcado con su gente junto a Piombino, había corrido todos aquellos lugares y hecho mucho daño. Tomó un castillo del duque de Florencia llamado Scarlino, donde degolló mucha y muy buena gente, y tomando el camino para Sena, a juntarse con Pedro Strozi, su hermano, iba abrasando la tierra. Un labrador, viendo quemar su casa, tomó una larga escopeta muy bien cargada y encaró contra el prior, que estaba algo apartado de su gente, y diole con la bala por los pechos con tanta fuerza, que pasándole de parte a parte, llegó la bala a dar a un sargento que venía junto al prior, y ambos cayeron de este golpe muertos, y el labrador, corriendo como un viento, se fue para el fuerte donde estaba el marqués, y tuvo tan buenos pies, que si bien le siguieron, se salvó.

     Supo el marqués la muerte del prior, y pensando coger a su gente sin cabeza, salió con la suya en su seguimiento; mas no tuvo lugar de hacer efeto, porque ellos se supieron bien gobernar, y luego acudió Pedro Strozi, que fue avisado de la desgraciada muerte de su hermano el prior, y llegó antes que expirase, y metiéronse en Sena, donde dio sepultura Pedro Strozi a su hermano. Hecho esto, cogió la mejor gente que tenía y salió de Sena contra Pisa, haciendo grande estrago. Hubo algunas escaramuzas y muertes; tomó a Montecatini, Pescia y Montecarlo, y dio la vuelta para Luca, donde hicieron provisiones de vituallas. No se detuvieron mucho, porque supieron que el marqués de Mariñano venía en su seguimiento, a cuya causa Pedro Strozi, mudando nuevo designo, hubo de dar la vuelta la vía de Pistoya. El marqués le entendió y se adelantó, y entró en ella y la defendió valientemente; y no contento con esto, siguió los enemigos hasta las puertas de Sena, y Pedro Strozi pasó a Montalchino, donde había dejado sus banderas con la demás gente que tenía. Como el marqués vió que no había podido venir a las manos con el enemigo, determinó de embestir con la puerta Romana, y cuando estaban para dar el asalto, llegó nueva de que Pedro Strozi se había reforzado de gente, con la cual a toda furia entendía dar sobre el marqués, y como la gente del marqués era inferior en el número, y del camino pasado estuviese muy fatigada, acordaron de retirarse a su fuerte. Partido el marqués para su fuerte, Pedro Strozi, como señor de la tierra, dio muy a su salvo una vista por el campo, y de allí volvió para Montalchino.

     Quiso Pedro Strozi no estar cerrado dentro de los muros de Sena, y determinó de salir y dar en la gente que guardaba la abadía de Santa Bonda. Salió secretamente con trecientos soldados escogidos, y púsose sobre Santa Bonda; halláronla desproveída, y así con facilidad se apoderaron de ella. Tomada que fue Bonda, Pedro Strozi se volvió a Sena, dejando guarnecida a Bonda, y los franceses muy gozosos con la presa que habían hecho en ella. Otro día el marqués, acompañado de los suyos, partió del fuerte, y fue para Bonda. Salieron los franceses a escaramuzar, mas el marqués los encerró, cercó y batió reciamente los muros, de manera que los franceses comenzaron a desmayar; pero un francés tomó un paño de lienzo y atólo a una pica, y subióse en la murilla y comenzó a decir a grandes voces: «Strozi, Strozi; Francia, Francia», y por más que los del marqués le tiraron, no le acertó bala. Con esto entretuvo su gente, y hubo lugar de que Pedro Strozi, con muy gran parte de su gente, viniese en su socorro, y se entretuvo la guerra y puso de manera, que el marqués se vió muy apretado, y estando así llegó don Juan Manrique con su gente, y con él don Juan de Luna, caballero aragonés, hermano de don Pedro de Luna, conde de Morata, y juntamente con él don Luis de Lugo, adelantado de Canaria, y otros caballeros y capitanes.

     Con este socorro quedó muy bien puesta la parte del marqués, y salieron a resistir el socorro que venía a los de Santa Bonda. Trabóse entre ellos una recia y porfiada escaramuza, peleando los unos y los otros valerosamente; pero los franceses no pudieron sufrir la carga que los españoles y florentines les daban, y volvieron las espaldas. Los que estaban dentro en Bonda, viéndose desamparados, se rindieron, y hallando el marqués costa y dificultad en sustentarla, mandóla echar por el suelo. Cada día se probaban en las escaramuzas, mostrando los capitanes su valor, y Pedro Strozi salía de Sena y corría la tierra, haciendo algunas presas. Los franceses salieron a tomar a Fovano; el marqués de Mariñano trazó un fuerte sobre una montañuela que sujetaba el castillo donde el mismo Pedro Strozi estaba alojado. En este mismo puesto había querido Pedro Strozi hacer este baluarte, y ni le dieron lugar sus enemigos, porque el marqués no le dejaba ejecutar cosa que intentase. Andando el marqués trazando este fuerte le llegó nueva de que le habían ganado el Foyano, que le dio pena por lo mucho que allí se había perdido, y por algunas personas de cuenta que allí habían muerto. Y el marqués determinó de ir a cobrarlo, y vengar estas muertes. Marchó con su campo, y con increíble brevedad se puso a dos millas del enemigo, y alojóse en Marchano.

     Avisaron al marqués que si quería ver el fin de sus enemigos tomase los caminos de Mulin y de Rapolano, por donde les atajaría las vituallas.

     Los franceses lo entendieron, y viéndose en este peligro, determinaron de dar batalla, que era lo que al marqués persuadía don Juan Manrique, y como dice un autor, llamándole primer ministro del César en Italia, le hizo un parlamento para resolverle en esto, y le dio una copa de oro en nombre del César. Comenzándose ya a trabar entre ellos, quería el conde Gayazo, que estaba en la ciudad, asentar la artillería de tal manera, que jugando la pudiese ayudar a los suyos y dañar a los del marqués.

     Apretados se vieron los imperiales y florentines en este alojamiento de Marchano, porque el enemigo era superior en sitio y gente, y ser socorrido de los seneses, lo cual todo faltaba en la parte del marqués, porque el duque de Florencia a quien tanto tocaba el buen suceso de esta guerra, y felices progresos de ella andaba muy remiso, tibio y corto, en proveer lo necesario para ella; las vituallas eran pocas, las municiones y pólvora faltaban, la gente descontenta y mal pagada.

     Lo cual sentía don Juan Manrique más que otro, y habiendo recibido aquí en Marchano una carta del duque (donde dice habían venido a fin de hacer venir al enemigo a combatir con ellos, y que por obligarle más se habían metido en Vetuila con un medio cañón y algunos sacres, los cuales no hacían efeto alguno) le responde que a 29 de aquel mes vino Pedro Strozi, y ocupó una coma que viene de la tierra Versolachana, la cual ellos hubieran ocupado, si no fuera porque dejaban por costado la tierra, que era un gran inconveniente, y era poco sitio para poder asentar el campo, y así fueron forzados por no estar lejos de la tierra tomar otro sitio razonablemente fuerte, aunque un poco en parte inferior a la misma Marchano. Que para esto sostuvo la escaramuza todo el día debajo del fuerte del enemigo dándose las cargas a pie y caballo grandísimas, y tales que por lo que decían prisioneros se les había hecho mucho daño; que el enemigo se había alojado y fortificado en el mismo sitio, pero que no sabían qué fin tenía.

     Lo cierto era que ni él venía a pelear ni sería cosa razonable que ellos peleasen con el Marte adverso, porque aunque la necesidad lo podía traer, si hubiese otro expediente se había de tomar. Que creyese su excelencia que si lo viese le pesaría de haberles dado tanta priesa, porque sin duda los había puesto en un manifiesto peligro. Que su excelencia le perdonase si le hablaba libremente. Que antes de meterlos en aquel riesgo era obligado por hacer cosa prudentísima obviar a todo lo que les daba causa de deshacerse, como falta de paga, la careza de las vituallas, y si falta de gente había, suplilla, y no poner en jornada de un día el negocio, y con tal encarecimiento que parece que el marqués es tan tomado, que ande huyendo antes que otra cosa. Que sabía que si él viese con sus ojos el estado de aquel ejército, que mudaría propósito, y no sólo le mudaría, mas si tal pensara le hubiera mudado. Que él estima poco la pérdida antes que venga; venida, sabía que su excelencia se quejaría; mas que agora, que presto se vería el fin de todo. Que se persuadiese que jamás se vió en tierra tan difícil para hacer hombre su voluntad. Cuándo habían de alojar por fuerza lejos del enemigo. Cuándo en sitios flacos y desaventajados, y que si querían arrimarle al enemigo y quitarle las vituallas con la caballería, no había palmo en lo llano que no estuviese lleno de fosos, de manera que no había visto cosa que más le confundiese. Que ningún día se podía oponer el marqués al Strozi, si no fue cuando se levantó de la puente de Lachano, y estaba el ejército en el alojamiento de Chivitella, que como era fuerte para que no les entrase el enemigo, era asimesmo fuerte para salir que no se juntara el ejército en cinco horas, y así no se pudo tratar de salir aquel día, y que después que se le había puesto delante de Oliveto, quisieron ir a Vera y a punto de combatir, era ido, que la causa de esto era que eran mal avisados y tarde, que era cosa ordinaria en los campos que se había hallado haber falta de espías, y la misma había visto tener a los enemigos, y no había quién lo creyese. Que después que lo llevaron delante no habían tenido otra ocasión que aquella maldita en que estaban, que fuese Dios servido de darles otra más conveniente, que los dejase satisfacer a su excelencia, aunque fuese con daño, pero sin pérdida. Que el día antes estaba el marqués puesto en ponerlos en otro trance peor y mayor peligro, y había quien le siguiese, si bien fue la resolución de sostenerse y no combatir al enemigo, sino en escaramuza; pero que estaban tan faltos de pólvora, que si otra escaramuza como la del día antes tenían, no quedaba para otra grano; y demás de esto, ver al soldado que se le daba pólvora y munición descontándoselo de su sueldo, era cosa que le hacía desesperar, y ver que siete onzas de pan le costaban cuatro o cinco cuatrines. Que creyese su excelencia que era menester que los dueños de las empresas pongan mucho de su casa y pierdan muchas municiones y vituallas, porque no tenga falta su ejército, y si sobre esto no está segura, la paga es lo último. Que había hablado largo y claro, que si bien hasta aquí no bastase con razones quitarle el ánimo, estaba cierto que si viese dónde estaban, que no sólo le quitaría, mas por diversa manera y causa le inquietaría. Que todos los presidios de aquella parte pedían gente, y se había de suplir del ejército, y que así nunca aquel ejército crecería, antes menguaría. Que en los fuertes había enfermos, y también pedían gente, y no había tanto paño, si bien de caballería estaban mejor que el enemigo.

     Hizo efecto esta carta para que el duque de Florencia acudiese con dineros, gente y bastimento, de suerte que el campo se mejoró. Junto con esto, sucedió una desgracia en el campo de Strozi, y fue que un soldado de los que habían prendido de la parte imperial, con el secreto que pudo, puso fuego a la pólvora y municiones que tenían, y fue tan grande el estrago que hizo, que los franceses desmayaron mucho, y Pedro Strozi lo sintió tanto, que a la hora mandó pregonar que el que tuviese prisionero lo matase luego, y así, con inhumana crueldad, mataron infinitos inocentes soldados y capitanes presos y de los ciudadanos leales hombres y mujeres, sin alguna misericordia ni temor de Dios. De aquí adelante comenzaron a mejorar los sucesos del marqués y de su campo, y ir de caída los de Strozi.



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- XXXV -

Sintióse apretado Strozi. -Resuélvese en la batalla. -Vence el marqués a Pedro Strozi.

     De manera que viéndose Pedro Strozi cogido entre puertas, de tal manera que por fuerza había de morir de hambre, o salvarse por las manos, puso en orden su gente y hablólos, animándolos para dar la batalla, o escapar por lugares secretos, sin que su enemigo lo sintiese; esto no lo pudo hacer, porque las espías del marqués lo sintieron y le avisaron. Entendido por el marqués el destrozo que los franceses habían hecho en el lugar, y que se le querían ir, como dicen, a cencerros tapados, él se puso en orden, y le fue siguiendo hasta tanto que ya Pedro Strozi no pudo excusar la batalla. Detúvose y comenzó a ordenar su gente para darla. Visto por el marqués que los enemigos hacían cara, porque mejor y más ciertamente la hiciesen, don Juan de Luna, con su hijo don Diego de Luna, con las compañías de españoles, y su capitán Enrique de Esparza, y otras banderas de tudescos, dieron la vuelta por detrás de un montecillo, de donde bajaron a un gran llano y tomaron las espaldas al enemigo.

     Aún no eran aquí bien llegados, cuando el marqués cerró con los enemigos reciamente. Los primeros que acometieron fueron dos compañías de soldados bisoños españoles, los cuales, sin orden ni concierto, no curando de su general ni capitanes, se revolvieron con los franceses, y les dieron tal mano, que en breve espacio mataron muchos de ellos. Era coronel de los españoles don Juan Manrique de Lara, el cual, viendo su gente envuelta, con los enemigos, entró con ellos peleando como valiente caballero, y lo mismo hicieron muchos capitanes y soldados florentines y españoles. Viéndose tan apretados los franceses, comenzaron a volver las espaldas, y daban en los españoles y tudescos, que llevaron don Juan y don Diego de Luna, para tomárselas, como ya dije. Vióse perdido Pedro Strozi, y como diestro y astuto capitán, mandó que todos los suyos se repartiesen y que llegasen a hacer un cuerpo en una montañuela para hallar en ella espaldas y defensa.

     Hicieron esto con grandísima presteza, y el marqués hubo de ordenar su gente de otra manera. Hízose fuerte Pedro Strozi al pie de la montañuela. Anochecieron aquí los unos y los otros, y esta mesma noche le llegaron al marqués el duque Paliano, Marco Antonio Colona, con mucha y muy escogida gente; el señor Camilo, con trecientos hombres, Frederico Gonzaga, con mucha caballería, Ghiapin Vitello, con otros muchos principales capitanes. Otro día de mañana llegaron Gozadino y Juan Becaro, de suerte que las fuerzas del marques se aumentaron mucho; también acudieron en favor de Pedro Strozi monsieur de Termes, con otros muchos capitanes y soldados, de manera que casi era superior el campo de Strozi al del marqués. Púsose en orden para volver a la batalla, repartió su gente en tres escuadrones, dio el uno al conde Teófilo, y el segundo a monsieur de Termes; él quedó con el tercero. Mandó poner toda su artillería en lo alto de una cuesta escondida entre unas viñas, de modo que desde allí pudiese hacer daño en los enemigos. Habló a los suyos esforzándolos, no para dar la batalla, sino para que rompiendo por los enemigos, caminasen la vía de Sena. En comenzando a marchar, salieron los del marqués a dar en ellos, y recibiéronlos con tan buen semblante que los hicieron detener.

     Viendo esto el marqués, mandó que un escuadrón en que había tres mil infantes y dos mil caballos, y con ellos don Juan de Luna y otros capitanes españoles, fuesen a tomar las espaldas al enemigo, atravesando por encima de una montañuela. Hízose esto con buena diligencia, y llegaron a tiempo que pudieron dar en ellos, y viéndose así acometidos, juntáronse los tres escuadrones. Peleaban con tanto ánimo, que pusieron en cuidado al marqués, porque les iba muy mal a los suyos. Movió el marqués con un escuadrón de los mejores en favor de los suyos, y apretaron de tal manera a los contrarios, que ya no se les sentía el vigor con que habían acometido la pelea.

     Conoció Pedro Strozi su perdición, porque ya no bastaban sus voces para concertarlos, ni buenas razones para ponerles ánimo, y como viese su suerte sin remedio, hubo de hacer lo que los demás, y volvió las espaldas tomando el camino de Sena. Retiráronse algunos de los franceses a un lugar que se llamaba el Pozzo; el marqués mandó parar los suyos, que dejasen el alcance hasta otro día que pensaba dar glorioso fin a esta jornada. Los unos y los otros se alojaron y fortificaron lo mejor que pudieron. Llegaron esta noche en favor de los franceses muchos grisones y otras gentes, que dificultaron harto la vitoria que el marqués tenía por cierta.



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-XXXVI -

Hacen muestra ambas partes para volver a pelear. -Rota de Pedro Strozi.

     Otro día por la mañana, el marqués mandó hacer muestra de su gente para ver cuáles podrían hallarse en aquel encuentro; lo mesmo hicieron los contrarios. Conoció el marqués que los enemigos estaban fuertes, porque demás de la muy lucida gente que monsieur de Termes tenía, había muchos tudescos y grisones, y otras gentes, italianos y franceses, que se le habían juntado muchos que el día antes se habían escapado por los montes. Hizo el marqués tres escuadrones de su gente. El uno tomó Chapin Vitelo, el otro el duque de Paliano, Marco Antonio Colona, y el tercero tomó para sí, repartiendo la caballería a cada escuadrón. Vitelo fue el primero que acometió, hallando en los enemigos los corazones muy enteros. La batalla se encendio bravamente, comenzando a caer de ambas partes. Mostráronse en ella mucho los españoles; mató el capitán Enrique Desparza por su espada al conde Ungaro, que era un valiente soldado, y hizo harta falta a los suyos. Cerró luego el conde Teófilo con el segundo escuadrón de los enemigos en favor del primero, con cuya llegada los del marqués recibieron notable daño, mas con todo no llevaban ventaja.

     Arrancó Pedro Strozi con el resto de su campo, y contra el marqués de Mariñano, de suerte que ya los seis escuadrones, tres contra tres, peleaban y se derramaba mucha sangre. Don Juan de Luna y su hijo don Diego peleaban valientemente, y fue su desgracia que, llegando rompiendo por los enemigos hasta cerca de los muros de Pozzo, de ellos dispararon una pieza de artillería, que acertó a don Diego y le hizo pedazos, a vista de su padre, y para darle la desgracia mayor dolor al triste padre, la sangre del hijo le bañó las armas y la cara. Finalmente, la vitoria se declaró por el marqués, y Pedro Strozi huyó, dejando la mayor parte de los suyos presos y muertos.



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- XXXVII -

Don Juan Manrique fue gran parte para allanar a Sena y vencer a Pedro Strozi.

     Como Pedro Strozi se vió roto y perdido, recogió quinientos caballos y cada uno un arcabucero a las ancas o grupa, y pasó huyendo por la posta la vuelta de Luciñano, donde pensó rehacerse. Pero como el marqués, entrando en Pozzo, no le halló allí, luego sin más parar, tomando la mayor parte de su gente, fue en su rastro y seguimiento, el cual, como llegó a Luciñano, mandó poner sobre él su cerco y le apretó de manera que los naturales del lugar se querían rendir; mas Pedro Strozi los entretuvo con buenas razones, hasta que él, sin ser sentido de nadie, con parte de los suyos se salió por una puerta falsa del castillo, y a largas jornadas huyó para Francia, y los del Luciñano se rindieron al marqués, que pensaba que Pedro Strozi estaba muy mal herido en el castillo y que lo tenía en su poder, y cuando vió la burla que le había hecho, quiso ahorcar a los naturales, pensando que le habían engañado; mas enterado de que Pedro Strozi había engañado a todos, los perdonó, y pasó con su campo y se puso sobre Sena, apretándola reciamente, y a 22 de abril del año de 1555, habiendo estado cercados quince meses, se concluyeron los tratos, que fueron: Que los de Sena queden perpetuamente en la protección y amparo del Imperio. Que el Emperador no edifique fortaleza en la ciudad sin voluntad de los ciudadanos. Que se derriben los fuertes que se han hecho en la ciudad. Que tenga el Emperador presidio en la ciudad de la gente que él quisiere, y que sea a su costa. Que el Emperador pueda ordenar la forma y estado de Sena para que quede como él quisiere. Que se les perdonan a los de Sena los delitos y excesos que han cometido, exceto a los que fueren vasallos del Emperador, que en la ciudad han estado y tomado armas contra él. Que los franceses salgan con todas sus armas, ropa y bagaje libremente, y pasen con esta seguridad por Florencia.

     Hechos y otorgados estos capítulos, entraron en la ciudad por el Emperador dos mil españoles, saliendo por otra puerta los franceses, italianos y ciudadanos que no quisieron quedar allí. Salieron quinientos franceses con el capitán Cornelio Bentivollia, las banderas enarboladas, tocando los tambores, las mechas encendidas, con grandes cortesías que hicieron al marqués de Mariñano, y el marqués a ellos. El de Mariñano puso su campo sobre Puerto Hércules, donde estaba Strozi; mas Strozi no se quiso dejar cercar, y huyó de él. Combatiéronlo, el duque por tierra, y por mar las galeras de Andrea Doria, y a tres asaltos que le dieron fue entrada en el mes de junio del año 1555. Murieron en los asaltos quinientos hombres de los cercados, y fueron presos otros muchos con todos los capitanes y personas principales que dentro estaban.

     Cortaron la cabeza por mandado de Andrea Doria a Jerónimo Fusco. Luego se rindieron todos los lugares de la señoría de Sena, y el Emperador mandó que la gobernase el cardenal don Francisco de Mendoza. El marqués de Mariñano volvió a Florencia, donde el duque y toda la ciudad le recibieron con gran triunfo, como sus hechos merecían. Fue el marqués uno de los señalados capitanes de su tiempo, y por su valor, de un pobre soldado llegó a grandes honras y ser general de grandes ejércitos, y fue siempre muy constante en el servicio del Emperador. Estando en Milán, año 1555, enfermó y murió cuando comenzaba la guerra con Paulo IV. Sepultóse en aquella ciudad, en la iglesia mayor, en la sepultura que merecía; hallóse el duque de Alba con toda la nobleza de la ciudad a su entierro.

     El Emperador había mandado a don Pedro de Toledo, virrey de Nápoles, que viniese sobre Sena, y queriendo hacer la jornada le dio una recia enfermedad, de la cual murió en Florencia en casa de su hija la duquesa, y le sucedió en el estado y oficio su hijo don García de Toledo. Fue don Pedro, por su mujer, marqués de Villafranca, y por su valor, comendador de Azgava y virrey de Nápoles; era hombre grave y de autoridad, y así representaba bien el cargo. Usó retamente su oficio, por lo cual fue malquisto, y daba también ocasión su recia condición, que en los príncipes es cosa fea. Sacó gran suma de dinero para el Emperador por vía de servicios y empréstitos. Ennobleció a Nápoles con muchos edificios y fuentes, y con el castillo de San Telmo, que hizo fortísimo; murió año 1553.

     Tal fue el fin de la guerra de Sena, la cual cargaban los seneses y otros, a don Diego de Mendoza, y un día se vió en peligro de la vida, que por matarlo mataron el caballo en que iba paseando la fortaleza que les hizo, y fue causa que los indinó y levantó. Como el duque de Florencia hizo el gasto principal desta guerra, y el marqués de Mariñano fue el general de su gente, y era tan escogido y señalado capitán, diósele el nombre, honra y gloria de la vitoria; mas por cartas del Pontífice, Emperador y rey, su hijo, parece haber sido don Juan Manrique de Lara uno de los señalados, y el que más hizo en esta empresa, y como a tal le dan las gracias de esta vitoria, que fue de harta importancia para que el francés no volviese a inquietar a Italia.



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- XXXVIII -

Rencuentro de Andrea Doria con Sinán, turco. El rey Enrico pide al Turco que envíe su armada sobre Nápoles. -Alteración de Nápoles viendo la armada turquesca. -Quéjanse los turcos del rey de Francia. -Andrea Doria y don Juan de Mendoza están dudosos de lo que harán.

     Después de haber tomado Sinán a Tripol dio vuelta con su armada para Constantinopla, y como el rey de Francia andaba levantando los ánimos en todas partes, pensó hacer en Nápoles una gran jornada. Para esto envió a Aramón por su embajador a Constantinopla, pidiendo al Turco la flota que trajera Sinán sobre Tripol, para ir con ella contra el reino de Nápoles, prometiendo que cuando llegase hallaría un ejército de veinte mil hombres a pie y a caballo sobre aquella ciudad. Solimán no la quería enviar, diciendo que nunca el rey cumplía cosa que prometiese. Aramón, a Bustán y a los otros basás replicó que no sólo el rey su señor, mas don Fernando de San Severino, príncipe de Salerno, que se había pasado a Francia, y otros señores y pueblos de aquel reino tenían de juntar el ejército por enemistad del virrey don Pedro de Toledo, y aborrecimiento de los españoles, que a su despecho y deshonra mandaban aquel reino. Solimán entonces se lo otorgó, aconsejado de los basás, que tenía sobornados el francés y aun Dragut. Mas fue con condición que toda la gente, ropa, naves y artillería que se tomase, fuese suya. Armó, pues, Sinán, a cuyo cargo estaba la flota, ciento y tres galeras, cuatro galeotas y fustas y dos mahonas de municiones, con las cuales y con tres galeras que había llevado Aramón, partió de Galipoli.

     En pasando la Morea, que así estaba mandado, abrió la instrución de Solimán, que decía ayudase a los franceses con el ejército y armada que estaban sobre Nápoles, y que invernase donde ellos quisiesen, si no lo ganasen. Así que llegó a Ríjoles en principio de julio de este año 1552 y saltaron en tierra muchos turcos, y los italianos y franceses de Aramón pusieron fuego al lugar, porque lo hallaron desierto, y aun a los panes, y aquellos franceses cogieron algunos hombres y los vendieron a turcos. Pasó Dragut entretanto la mayor priesa que pudo a dañar en tierra de Mecina con doce galeras; mas hizo poco mal, por la caballería que contra él salió. Hubo en Nápoles grande alteración cuando vieron sobre sí toda la armada turquesca, la cual no paró hasta Próchita, isla donde reposó doce días, así por esperar al prior de Capua, León Strozi, el que murió en la guerra de Sena, que había de ir con las galeras a Francia, como por haber muchos enfermos.

     No se atrevió Sinán a echar gente en tierra, por ver que don García de Toledo andaba por la marina con muchos caballeros; por lo cual envió diez y ocho galeras a mirar qué había en Nápoles, con las cuales escaramuzó don Berenguel de Requesenes con sus diez galeras. Quejóse mucho Sinán del rey de Francia y de Aramón, diciendo que traían engañado al Gran Turco, y que no le trataban verdad; Aramón decía que no podía tardar León Strozi, y que si tardaba era huir de Andrea Doria, que tenía fuerte armada, y que viéndose tomado el paso por él, no se atrevía, por traerla él menos pujante; pero que venido él se alzaría el reino por el príncipe de Salerno, que venía con él, y que pues traía su flota falta de comida, que se fuese a Tolón, do el rey le tenía muchos bastimentos. Sinán, por esto, si bien lo contradecía Dragut, fue a tomar agua en Escauli. Los que salieron a tierra vieron banderas de Francia en Traieto, que pensando los vecinos que con la llegada de los turcos se rebelaría todo el reino, las habían puesto por ganar honra y alguna franqueza. Caminó luego allá Sinán con algunos, escogió los muchachos y mozas que mejores le parecieron, y volvióse, mandando saquear el lugar. Hiciéronlo así los turcos, ayudando los franceses. De esta manera fueron esclavos los que pensaban ser señores. En Terrachina dieron presente a Sinán, y sebo, que había menester, los romanos y cardenales franceses, y en Sermoneta mucho bizcocho. Camilo Caetano dio dos cristianos, que de la armada habían huído a la cisterna, los cuales murieron luego empalados, según se dijo después. Excusábase aquel caballero, diciendo que lo había hecho por guardar su tierra de mal. Supo Sinán en Ostia de unos que prendió, si ya no eran amigos (como algunos dijeron), que Andrea Doria salió de Génova con treinta y nueve galeras, para tomar en la especie dos mil o más tudescos para la guarnición de Nápoles, por el cual aviso se volvió a Ponza, isla despoblada, para cogerle a su salvo, pues decía Dragut que tenía de pasar por allí.

     Despalmó algunas galeras y mejoró de remo otras para seguirlo si fuese necesario, y puso muchos, como en celada, en la Palmerola y otras islas allí cerca. Vino, pues, Andrea Doria preguntando por la amada turquesca, y supo en Ostia cómo era vuelta a Ponza para lo acechar. Llamó a consejo sobre ello a don Juan de Mendoza, que llevaba las galeras españolas, y a Antonio Doria, Marco Centurión y otros. Hubo diferentes pareceres; quién decía que pasasen allí aquel tiempo entretanto que los enemigos hacían mudanza, y que allí parasen; quién, que se tornasen. Otros, que fuesen a Cerdeña.

     Empero, determinaron de continuar su derecha navegación para Nápoles, yendo muy desviados de aquellas islas, a consejo de don Juan de Mendoza; mas en lugar de alejarse de ellas, fueron derechos, que debió de ser culpa de los pilotos, si bien cuentan cómo Andrea Doria no creyó que allí estuviesen las galeras enemigas. Así que llegaron a las puestas del sol menos de dos leguas de Ponza sin ver nada, porque Sinán se cubrió con ella, pasaron adelante burlando algunos del temor que habían tenido, mas no tanto que temieron de veras, porque antes de medianoche, como hacía luna, vieron y mirando atrás, los enemigos que con doce galeras acosaban la Granada de España, que iba rezagada. Don Juan, que vió la perdición, túvose a la mar recogiendo sus galeras, aunque le mandaban seguir la capitana. Tomaron los turcos aquella noche dos galeras con poca fuerza, y cuatro en la mañana sin casi resistencia. Dragut quiso embestir una galera de España, dicha Santa Bárbara, que no siguió a su capitán. Combatieron gran rato entrambas a solas, y ya la española tenía a la otra rendida, cuando sobrevinieron dos galeras francesas que la vencieron, y así quedó con las otras seis en poder de los turcos, los cuales se tornaron a Ponza, y luego a Prochita, triunfando de Andrea Doria. Pasaron por Capri y por el Faro sin mas aguardar, por no tener qué comer. Con esto se volvieron a Constantinopla. Andrea Doria y todos los otros capitanes se juntaron y volvieron a Cerdeña, y de ahí a Génova; de allí llegaron a Nápoles, en fin, no con mucha fama ni alegría. Que no fueron las suertes de Andrea Doria tan venturosas con turcos como tuvo la fama.

     Este año de 1552, el príncipe don Felipe tuvo Cortes en Monzón, aunque con poco gusto, por lo poco que pudo acabar en ellas, y la infanta doña Juana, su hermana, fue a casarse a Portugal con el príncipe don Juan. Acompañáronla don Pedro de Acosta, obispo de Osma, y don Diego López Pacheco, duque de Escalona; Luis Venegas, aposentador mayor, y Lorenzo Pérez, embajador del rey de Portugal; recibiéronla en Caya el duque de Aveiro y el obispo de Coimbra.

     Asimismo partieron de España, para el Concilio que se celebraba en Trento:

     Don Juan de Samillán, obispo de Túy.

     Don Alvaro de la Cuadra, obispo de Venosa en el reino de Nápoles.

     Don Juan Fernández Temino, obispo de León.

     Don Martín de Ayala, obispo de Guadix.

     Don Juan de Salazar, obispo de Laciano en Nápoles.

     Don Francisco de Salazar, obispo de Salamina.

     Don Francisco de Navarra, obispo de Badajoz.

     Don Juan Bernal Díaz de Lucu, obispo de Calahorra.

     Don Pedro Guerrero, arzobispo de Granada.

     Don Gutierre de Caravajal, obispo de Placencia.

     Don Gaspar Jofre, obispo de Segorbe.

     Don Cristóbal de Sandoval y Rojas, obispo de Oviedo.

     Don Francisco Manrique, obispo de Orense.

     Don Pedro Augustín, obispo de Huesca.

     Don Juan de Fonseca, obispo de Castellamar en Nápoles.

     Don Juan de Moscoso, obispo de Pamplona.

     Don Gaspar de Acuña, obispo de Segovia.

     Don Francisco de Benavides, obispo de Mondoñedo.

     Don Fernando de Loaces, obispo de Lérida.

     Don Juan Jubino, obispo de Constantino, titular, y catalán.

     Don Juan Merlo, portugués, obispo de Algarbe.

     Don Pedro Ponte, obispo de Ciudad Rodrigo.

     Don Antonio del Aguila, obispo de Zamora.

     Don Esteban de Almeida, obispo de Cartagena.

     Don Pedro de Acuña, obispo de Astorga.

     Don Luis Cola, obispo de Ampurias.

     Don Francisco de la Cerda, obispo de Canaria, murió en el camino; sucediále fray Melchor Cano, varón doctísimo, de la Orden de Santo Domingo.

     Don Francisco Pacheco, obispo de Jaén, estuvo en el Concilio, y allí fue electo cardenal, y así pasó en Roma.

     Fray Bartolomé de Miranda, provincial de Santo Domingo, que después fue arzobispo desdichado de Toledo.

     Fray Domingo de Soto, de la misma Orden.

     Fray N. de Ortega, provincial de San Francisco.

     Fray Alonso de Castro, de la mesma Orden.

     Fray Juan Regla, de la Orden de San Jerónimo.

     Alonso Salmerón, doctísimo, de la Compañía de Jesús.

     El padre Diego Laynez, de la misma Compañía.

     El doctor Juan de Arce, canónigo de Palencia.

     El maestro Gregorio Gallo, catedrático de Salamanca.

     El doctor Garcés, de Zaragoza.

     El doctor Ferruces, de Valencia.

     El doctor Heredia, de Girona.

     El doctor Martín de Olave, de Vitoria.

     El doctor Francisco de Toro, de Sevilla.

     El doctor Medrano, de Carrión.

     El doctor Velasco, jurista.

     El licenciado Vargas, jurista.



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