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Capítulo XI

De la caridad de esta virgen con los prójimos y para con Dios



[El amor de los prójimos. Algunos ejemplos]

Vengamos, después de estas virtudes susodichas, a la reina de todas ellas, que es la caridad, la cual (como dicen los teólogos) es un hábito que infunde el Espíritu Santo en los corazones de los justos, del cual proceden dos actos como dos ramos de una misma raíz, que son amor de Dios y del prójimo por amor de Dios, como cosa que pertenece al mismo Dios. Porque, como suelen decir: quien ama a Beltrán también ama su can. De estos dos actos virtuosos trataremos aquí brevemente, porque cosas más altas que tocan a esta materia se guardan para adelante. Comenzando, pues, por lo menor, que es el amor de los prójimos, fue esta virgen muy amiga de ellos y señaladamente de los pobres, a los cuales llama sus parientes y háceles todo el bien que puede, según su posibilidad. Y después que entró en la religión, tenía siempre por costumbre partir la comida que le daban (que es harto estrecha) para dar a los pobres. Y, andando ella cerca del torno, si algún pobre llega a pedir limosna, dale todo cuanto las porteras tienen guardado para socorrer a las necesidades que vienen, y, alguna vez, no tiniendo que dar, pidió licencia a la perlada para dar el escapulario. Y ahora que es perlada, da cuanto puede de la comunidad, diciendo que hasta los cálices se han de vender para socorrer a las necesidades de los prójimos; y no sólo se dá limosna a los pobres que vienen al torno, mas también a veces se envía a los pobres de la cárcel pan amasado. Y las religiosas, con este ejemplo, quitan muchas veces el manjar de la boca para acudir a los pobres y así se maravillan de lo poco que en el monesterio se gasta y de lo mucho que sale para fuera; y el Señor por cuyo amor esto se gasta, por otra parte lo multiplica todo, porque en este tiempo se ha hecho un gran lienzo de soldetorio, y un coro que, así en la hermosura del beneficio como en la devoción y frecuentación de las religiosas, más parece coro de ángeles que de criaturas humanas.

De esta caridad tenemos algunos ejemplos dignos de memoria. Estaba una monja vieja muy enferma, y habíale dado una locura de no querer comer; y con esto tenía los labios llenos de materia y sangre y muy asquerosos; y, como la caridad es engeniosa y a esta virgen no le falta ingenio, determinó buscar manera cómo curarla. Por lo cual usó de este medio: entró en su celda, comiendo de un pan. Díjole entonces la vieja: «¿y vos coméis?, ¿qué es eso que coméis? Respondió ella: «es pan bendito de lo del refitorio. Come vos también, como yo de él». Respondió ella: «sí comeré, pero con tal condición que comáis del pan por la parte que yo comiere». Entonces la vieja dio un bocado en el pan y dejólo todo ensangrientado, y díjole que mordiese ella por aquella parte que ella había mordido. Y la virgen, tomando el pan en la mano para morderle por aquella parte, revolviósele el estómago por ser naturalmente limpísima, mas con todo, venciendo con la caridad de esta dificultad, dio otro bocado en el pan, y así, bocado a bocado, hizo comer a la doliente. Esta obra de caridad agradó tanto al Esposo que le apareció esa misma noche y le dijo: «mucho me agradaste en eso que heciste por amor de mí; y por el amargura que en eso recibiste, quiero que bebas de esta fuente de mi costado». Y así bebió allí un licor tan suave que no se puede explicar. Y no contento con esto, «por esto que hiciste (dijo Él), daré salud a esa enferma». Y así se la dio. Había también otra vieja en la misma enfermería, tan sucia y de tan mal olor que ninguna servidora se aplicaba a quererla servir; mas el amador de las ánimas no faltó a quien faltaban sus criaturas, porque apareciendo el Esposo a esta virgen, le mandó que curase a Él en ella, porque estaba enfermo. Oyendo esto la virgen, alegróse tanto de ver que se le ofrecía ocasión para ser ella enfermera de su Esposo que se levantaba muy de mañana y acudía a la vieja y lavaba los orinales y todo lo demás; y no le parecían aquellos olores sino suavísimos olores y limpiaba a la vieja y abrazábala con grande amor, tanto que decía la vieja: «quítate de ahí, María, que te pegaré el mal, que estoy hética». Y, si por acaso alguna servidora llegaba a hacer algo en Servicio de la doliente, pesábale por quitársele la ocasión de aquella buena obra.

Otro ejemplo admirable contaré aquí de la caridad de esta virgen por los prójimos. Siendo esta virgen enfermera y recogiéndose a su celda, le mostró Nuestro Señor un hombre que ella no conocía, el cual, estando para morir, no se llevaba consigo sino sus pecados. Y vio ella el ánima de este hombre miserable, tan abominable y tan hedionda que no se puede explicar, y, con todo esto, no quería confesarse. Viéndolo pues ella ansí, comenzó con muchas lágrimas y entrañable dolor a pedir a Nuestro Señor sanase aquella ánima; mas Él respondió que su justicia pedía que fuese condenada. Pero ella, alegándole con su misericordia, le prometía que no desestiría de su petición hasta ser despachada; mas Él respondía que tal hombre no merecía perdón. Y pasando parte de la noche en esta porfía, finalmente dijo ella: «yo os prometo, Señor, que no tengo de partir de aquí sin que me deis esta ánima; y, si esto no hiciéredes, no quiero nada de Vos». Y finalmente con esto vencido el Omnipotente prometió a su esclavilla (como ella aquí se llama) que perdonaría esta ánima; y mandóle que se levantase y fuese servir a las dolientes, que era ya hora. Y volviéndose ella a su celda, acabada su odidiencia, vio aquella alma ya clara y hermosa, y el Esposo le daba gracias, diciéndole que por su ruego aquella ánima se salvara. Y estando ella rogando por ella, falleció este hombre con penitencia y su ánima fue llevada al purgatorio; mas la virgen no descansó hasta verla puesta en lugar de descanso.

Oída esta historia, dije yo a esta virgen cómo había osado hablar al Esposo palabras tan estreñidas. A esto respondió que el Esposo lo quería así, porque procedía este atrevimiento de grande amor y confianza en Él. Porque «¿para qué (dijo ella), me descubría Él, el estado de aquel hombre, si no para que yo ejercitase esta obra de caridad y le rogase por él y quedase yo más encendida en el amor de quien tanto hacía por mí?» Otra cosa semejante a esta refiere Gregorio Nacianceno en un sermón que hizo en la muerte de una santa hermana suya, por nombre Gorgonia, de la cual cuenta que, estando muy enferma, se levantó de noche como pudo y se fue a un altar que tenía en su casa, donde estaba el Santo Sacramento, y puesta de rodillas, dijo: «Señor, no me tengo de levantar de aquí si no me dais salud. Así lo dijo y así lo cumplió el Señor que huelga con estos atrevimientos, porque nacen de dos virtudes que Él mucho precia, que son amor y confianza. De la cual también usó Moisén cuando pidiendo perdón por el pecado del pueblo dijo: Señor, si no perdonáis a este pueblo, borradme del libro en que me tenéis escripto.

Mas, volviendo al propósito principal, hallaremos aquí muchas cosas que notar: la primera es la profundidad de los juicios de Dios, de donde procedió querer salvar un hombre tan perdido y cuasi ya condenado. La segunda es el secreto de la divina predestinación, ca este hombre estaba predestinado para la gloria y tenía el mesmo Dios determinado este tan extreño y nuevo medio para que se ejecutase lo que Él tenía ordenado. La tercera: aquí tenemos una gran muestra de la infinita bondad y misiricordia de Dios para con los pecadores, para que ninguno, por grande pecador que sea, desmaye ni pierda la confianza, haciendo lo que es de su parte, pues tenemos un Dios tan bueno y tan piadoso. La cuarta es que tampoco pierdan la confianza los que oran, si luego no cumple Dios su petición, ca muchas veces dilata las mercedes para despertar nuestra devoción y hacernos perseverar en la oración, como lo vemos en este ejemplo y también en el de la Cananea, en los cuales, queriendo el Señor por una parte hacer lo que se le pedía, por otra se hacía de rogar porque insistiésemos en nuestra petición. La quinta; aquí veremos cuán grande sea el amor que tiene Dios a sus santos y cuánto quiere honrarlos y cuánto pueden para con Él las oraciones de ellos, pues por ellas algunas veces se salvan los que sin ellas se perderían, como lo vemos en este ejemplo.

Mas, con todo esto, no costó poco a la virgen la salud de esta ánima, porque fueron grandes las persecuciones que los demonios levantaron contra ella. Y así, estando una noche en su celda, saltaron contra ella dos demonios que la quisieron ahogar, y echando ellos la mano en la garganta, acudió la Virgen Nuestra Señora y su Hermosa con grande claridad y alegre vista; y, lanzados fuera los demonios, la consolaron y sanaron, poniéndole la mano en la garganta, diciéndole que no hubiese miedo porque más miedosos iban los demonios. Esto pasó así enteriormente, y los demonios la amenazaban diciendo que la habían de matar y que no habían de descansar hasta quitarle la vida y que ella había de ser condenada porque les había quitado aquella ánima que era suya. Y una vez estando esta virgen en una escalera sirviendo a una doliente, vino un negrillo y tiró por el pie de la escalera y así la derribó al suelo y fuese dando grandes risadas de lo que había hecho.

Otra vez permitió Nuestro Señor que el demonio levantase entre las religiosas algunas diferencias y desgustos, y andaba el enemigo de toda paz en figura de can muy negro y torpísimo, con la lengua grande de fuera lamiendo por todo el convento sin parar; y comenzábase ya (si Dios no acudiera) a levantar gran tribulación; y la virgen vía este can andar muy solícito por el convento, y encontrándose un día con él, quitóse la cinta y diole con ella cuanto pudo; esto hizo por tres veces, y a la tercera se fue el can dando grandes alaridos, y luego quedó todo pacífico. Y decía ella que no había cosa que más le atormentase que ver cualquiera turbación entre las religiosas, por pequeña que fuese. A todos quería mucho y así deseaba la consolación de cada una como la suya propria. Decía que antes escogiera padecer todos los trabajos que ver alguna padecerlos: tanto era lo que se dolía del mal ajeno. Y así no cesaba de rogar a Dios por todas, aunque sabía que por medio de ellas alcanzara ella muchas mercedes de Dios, mas que en esto se lo quería satisfacer.

Este hecho nos declara cuánto el espíritu malo procura sembrar discordias en todas las comunidades, porque sabe cuánto gana él en esta mercaduría y cuántos pecados se hacen, cuando los corazones están divisos. Y si este es el oficio del espíritu malo, síguese que a éste será contrario el del Espíritu Santo; y por esto nos aconseja el apóstol que andemos muy solícitos por conservar la unidad del espíritu con el vínculo de la paz, para lo cual alega todas las principales causas que hay de esta unidad, diciendo que todos somos un cuerpo y un espíritu y todos llamados para una misma esperanza de la vida eterna; y que todos tenemos un Señor y una fe y un bauptismo y un Padre que es Dios, que mora en todos nosotros. Pues donde hay tantas razones unidas, ¿cómo es posible que haya división? Y sobre todo esto, el mesmo Señor nuestro, víspera de su Sagrada Pasión, entre otras cosas, pide a su eterno Padre que todos sus discípulos sean con Él vitalmente una misma cosa, así como el Padre y el Hijo lo son. Y a esto nos convida el profeta alegándonos, demás de la bondad de la obra, la suavidad y alegría que en esto hay, y así dice: mirad cuán buena cosa es y cuán alegre morar los hermanos en uno, que es en esta unidad y concordia. Y la razón de esto da San Crisóstomo diciendo que donde está la hermandad, ahí las prosperidades son mayores, porque se comunican a muchos; y las adversidades son mayores, porque el sentimiento de ellas se reparte por muchos. Mas, aunque esto sea cosa tan buena y tan fuerte, es tan dificultosa de hallar entre hijos de diversas madres y de diversas condiciones que sólo Dios es poderoso para conservarla, y así, entre sus grandezas y maravillas, cuenta el profeta ésta por una: que Él hace morar en una comunidad muchos con una ánima y un corazón, como San Lucas lo cuenta de los fieles de la permitiva Iglesia.

Estando esta virgen un día por la mañana en el coro, vio que entraba en el convento de Santo Domingo un hombre muy mundano y poco arrepentido. Pidió ella con grande instancia a Nuestro Señor que, ya que le mostraba aquella ánima, le diese arrepentimiento de sus pecados para que, confesándose, mereciese el perdón de ellos. Insistiendo pues ella en su petición con muchas lágrimas, fue este hombre mudado y luego se confesó en Santo Domingo a un religioso, al cual dijo que, estando allí, sin venir con propósito de confesarse, súbitamente se hallaba mudado y le pesaba mucho de sus pecados. Y hablando este religioso que le confesó con esta virgen, le dijo ella lo que pasaba, antes que él se lo contase, y quisiéralo él negar, mas cuando vio lo que ella decía, se espantó mucho, porque realmente así pasaba en la verdad.

Otro caso acaeció a esta virgen, semejante a éste, que fue así: que, estando esta virgen una noche, cerca de las once horas de la noche, abrazada con su cruz en oración cuasi despierta, se le ofreció en la imaginación un hombre que venía por la calle del monesterio con propósito de hacer una grande ofensa a Nuestro Señor; y ella, muy sentida de esto, pedía al Señor en su corazón que atajase esta ofensa suya por el modo que fuese más servido; y veía en espíritu a este hombre tan clara y distintamente que, mostraran, lo conociera. Y pasó así: que en la misma noche y a la misma hora pasaba por aquella calle este sobredicho hombre con la determinación que dijimos; y llegando cerca del monasterio, parando un poco, le vino a la memoria esta sierva de Dios de quien tantas maravillas oía, pensando cuán diferentes pensamientos tenía ella de los que él llevaba; y, estando en esto, le parecía que la veía delante de sí con su hábito de monja, y blanco, y velo negro, mostrándole señales de que quería impedirle su camino. Este hombre súbitamente volvió en sí, conociendo su culpa, y en aquel instante mudó el propósito que llevaba y volvióse a su casa contrito y enmendado. Y él mismo contó este caso, y la virgen dijo también lo que pasó en su corazón. Y conferiendo lo uno con lo otro, fue todo a un tiempo y a una hora. Pues ¿quién, considerando esto, no exclama con el apóstol: ¡Oh alteza de la sabiduría de Dios!; cuán incomprehensibles son sus juicios y cuán dificultosos de atinar sus caminos! Estos son los juicios de su misiricordia, que alegran las hijas de Judá; mas otros hay de justicia, que atemorizan y espantan, aunque éste también su manera espanta, pues por un medio tan misericordioso y extraordinario llamó para sí un hombre, cuando iba a ofenderle, como llamó a San Pablo cuando iba a perseguir la Iglesia. Estas ocasiones da muchas veces Nuestro Señor a sus siervos para ejercitar su caridad.

Culpas ajenas no las veía esta virgen, porque se tenía por la más culpada de todos; mas cuando Dios le mostraba alguna culpa, no comía ni bebía hasta no ser remediada la persona que la tenía y estar muy cierta de esto, viendo los personales manifiestos. Y, como ella sabía del Esposo cuánto esto le agradaba y que por esto se le mostraba, prometía ella de no levantarse de sus pies hasta ser bien despachada.




I. [Caridad para con el Esposo. Ejemplos]

Y pues habemos dicho de la caridad de esta virgen para el prójimo, digamos ahora algo de la que tiene para con el Esposo. En este tiempo comenzó Él a comunicársele y hacerle muy particulares mercedes y despertarla con muy continuas inspiraciones y aparecimientos, entre los cuales fue uno en que le mostró el grande amor con que amaba a ella y a todo el género humano. Este favor y regalo, de tal manera encendió y prendió el corazón de ella, que, tomada de este nuevo vino del Espíritu Santo, andaba ordinariamente cuasi fuera de los sentidos, de la manera que se dice de San Bernardo, de quien se escribe que al principio de su conversión andaba tan elevado en Dios que a veces perdía el uso de los sentidos, de modo que viendo no veía, y oyendo no oía, y gustando no gustaba; y así comía unas cosas por otras, muy diferentes. Lo mismo acaeció a esta virgen, por donde muchas veces no sabía dónde estaba, o dónde iba o venía; otras veces, andando por el dormitorio, no atinaba a su celda, hasta que alguna religiosa la encaminaba. Y, porque sintía mucho verse esto, tomó por remedio colgar en la cortina de la celda un velo puesto (como que lo tenía allí para quitársele el olor de tinta, como lo suelen hacer las religiosas), y muchas veces ni aun esto bastaba. También hablaba despropósitos y los ponía por obra, llevando y trayendo unas cosas por otras y a unos lugares por otros.

Una vez, siendo ella refitolera, una religiosa, grande sierva de Dios y muy amiga suya le vino a ayudar a concertar el refitorio. Y, mientras ella ponía las mesas, mandó a esta virgen que fuere apriesa por un cántaro de agua; mas ella iba tan desacordada que, a cabo de rato, entra por las puertas del refetorio con una silla en la cabeza, de la que la otra madre quedó por una parte indignada y por otra espantada de tal desacuerdo.

Siendo también ella vestraria, cuyo oficio es poner a todas las religiosas cada sábado sus tocados en la cabecera de las camas, estaba ella tan alienada que andaba buscando en el claustro las celdas de las religiosas. De estos desatinos tan acertados se cuentan muchos que sería largo de contar.

Sentía mucho la virgen entenderse estas cosas y costábale muchas lágrimas, por parecerle que por esta vía la ternían en buena cuenta, lo cual ella como verdadera humilde, recelaba mucho; así vinieron a competir en su corazón estos dos afectos: ca por una parte deseaba evitar estos loores, y por otra, no pudiendo apartarse del amor del Esposo, que esto causaba, tomó por remedio ponerse en sus manos y entregarse al gobierno y leme de su vida, para que Él la gobernase como más fuese servido.

Creciendo, pues, cada día en el amor del Esposo y en el ejercicio de las virtudes, que de él proceden, llegó la fuerza del amor a estar a tiempos tan arrebatada y tan fuera de los sentidos, como si fuera un cuerpo de palo, y ni con retorcerle los dedos ni con otros tormentos volvía en sí. Y acaeció que una niña traviesa que había en el monasterio, de poca edad y mucha malicia, viendo a esta virgen de esta manera alienada, para probar si esto era verdad le hincó un alfiler en el brazo, mas ni esto bastó para acordarla de aquel dulce y suave sueño en que dormía en que su corazón velaba, aunque, después de vuelta en sí, sintió el dolor. En lo cual podremos conjeturar qué tan suspenso y encendido estaba el corazón de esta virgen en el amor del Esposo, pues elevaba consigo todos los espíritus y fuerzas del cuerpo y así lo dejaba desamparado de todo el vigor y fuerza de los sentidos.

Mas hallóse un muy fácil remedio para volverla en sí, que fue la voz de la obidiencia, de que arriba tratamos en el capítulo de la obidiencia.

Y aunque éste sea grande argumento e indicio de esta caridad, pero otro hay no menor, que es lo que padece con cualquier palabra tierna que se habla, aunque en común conversación; porque está su corazón tan abrasado y encendido en el amor del Esposo que con cualquier soplo, por muy pequeño que sea, luego arde y levanta la llama, quiero decir que con cualquier palabra que se le diga o ella piense del Esposo, a la acordándose de las pajas del pesebre del niño Jesús, luego es ida; y, si le hablan de trigo, acordándose que el Esposo se llama grano de trigo, hace otro tanto. Y platicando una vez de la provisión del monesterio y diciendo que tenían necesidad de cebada para las bestias y de aceite, vínole a la memoria que el Esposo en los Cantares se llama olio derramado, y en medio de la plática quedó fuera de sí. Y diciendo yo a una doliente: Dominus opem ferat illi super lectum doloris eius, en oyendo esta palabra y acordándose del lecho del esposo, padeció lo mismo. ¿Qué diré? Picando un cantero una piedra, saltó una centella y esto bastó para arrobarla. Acordándose del fuego del amor divino, finalmente, su corazón está como una pólvora muy seca, que cayendo en ella una centella de alguna palabra devota, luego arde. De donde procede que los que quieren negociar con ella procuran de no decir palabra devota, porque no los deje al mejor tiempo. Y, preguntada si está en su mano resistir a estos raptos, responde que no puede más.

Diciéndole una vez su padre confesor que los santos en el cielo siempre están amando, sin poder dejar de amar, preguntando ella si era posible en esta vida hacer otro tanto, y respondiéndole que esto no era posible en esta vida por las ocupaciones y necesidades de ella, respondió la virgen: «pues yo conozco una persona que estando dormiendo esta amando». Y, declarando cómo esto era, dijo que se acostaba amando actualmente y así, en el sueño perseveraba en ella este mismo amor, hasta que la fuerza de él la despertaba.

Y, siendo preguntada qué palabras decía despertando, no se atrevió a decirlas por ser amorosas, mas dijo que las escribiría. De modo que también en el amor santo ha lugar lo que el poeta dijo:


Dicere quae puduit, scribere iussit amor.



Finalmente, apretada por el padre confesor respondió que decía estas palabras: «¡Oh, guarda mía!, vuestro amor no duerme ¡Hermosura mía!, guardadme en vuestro amor este día.» Por aquí entenderá el prudente lector la vergüenza virginal y honestidad de esta virgen, pues esta llegaba a no osar decir estas palabras por ser tan amorosas. Y en decir: «vuestro amor no duerme», da a entender lo que ya dijimos: que durmiendo estaba amando.

Otra vez este padre confesor decía que juntando en uno el amor de todos los serafines y de todos los espíritus bienaventurados y de la Virgen Nuestra Señora y de la ánima de Cristo, Nuestro Salvador (cuya caridad es tan grande que, como dice el apóstol, sobrepuja todo conocimiento aunque sea de ángeles), a todos estos amores, tomados así juntos, faltan infinitos grados para llegar a la medida del amor que se debe a aquella inmensa e infinita bondad de Nuestro Dios. Ca todos estos amores, con ser tan grandes, son finitos, porque son de criaturas; mas a aquella infinita bondad se debe por derecho infinito amor, el cual no se halla en todo lo criado, sino en solo el Criador. Y oyendo esto la virgen quedó alienada para un espacio y, estando así, dijo estas palabras: «apriesa, apriesa». Preguntada, pues por el dicho padre, cuando volvió en sí, qué vio en aquel rapto, respondió que había visto un fuego infinito, y que de él saltaba una centella acá fuera y que ella decía que acudiesen a gran priesa a juntar aquella centella con aquel grande fuego para que no se apagase; dando a entender que todo el amor de las criaturas, comparado con el que se debe al Criador es como una centella; y, porque ésta no se apague con los vientos de los peligros y ocasiones de esta vida, conviene muy apriesa, esto es, con suma diligencia, trabajar por juntar nuestro amor con aquel grande amor con que Dios se ama, para que así se conserve en él. Porque, como la caridad en esta vida esté como fuera de su elemento, corre peligro de perderse, si no se fomenta con la consideración de todo aquello que nos puede incitar a este amor.

Y una de las cosas que ayuda a esta virgen para lo dicho es el libro de los Cantares, que ella entiende muy bien, aunque esté en latín, y retiene en la memoria mucha parte de él; y es tan grande el gusto que recibe con esta escriptura como si para sola ella se escribiera. Y conforme a esto, representa ella en sí el oficio de esposa y aplica a sí todas las palabras que el Esposo dice a aquella esposa, como cuando la convida que venga a Él a grande priesa, diciéndole: levántate, y date priesa, querida mía, hermosa mía, paloma mía, que moras en los agujeros de la piedra, muéstrame tu rostro, suene tu voz en mis oídos, porque tu voz es suave, y tu carne hermosa. Con el ejercicio de estas tan amorosas palabras y de las vertudes que habemos aquí referido, ha crecido el amor de esta virgen mucho más de lo que se puede encarecer; y cuando aquí dice de la esposa que mora en los agujeros de la piedra quiso el Espíritu Santo significar que esta esposa tiene por morada y continua meditación las llagas de Cristo crucificado, que es piedra fundamental de la Iglesia Cristiana. Pues en estos agujeros comenzó a morar esta nuestra paloma dende que era novicia, y en esta misma morada habita también agora; y contemplando en ellos esta obra de amor que Dios nos descubrió en este misterio, crece en ella el mismo amor junto con una grande compasión de lo que el Esposo por ella padeció; lo cual crece tanto en la semana santa que los tres días de ella, que son miércoles, jueves y viernes, persevera sin comer bocado. Y, preguntándole yo por esto, me respondió que, traspasada su ánima con el sentimiento de los dolores que su Esposo estos días padeció, no puede comer bocado y, siendo tan flaca y dilicada, persevera estos días ayuna, y más agora, siendo perlada, haciendo el mandato y lavando los pies y manos de sus religiosas, andando siempre de rodillas.




Síguense unos coloquios amorosos que esta virgen escribió por su mano, con que se ejercitaba en el amor del Esposo

Conviene al ánima que desea hallar a su Esposo Jesús que niegue a sí misma y se haga una cosa con Él, teniendo un mismo querer y no querer. Conviene, oh ánima amorosa, que, pues te has de unir con Dios con unión de amor, que desfallezca tu amor en ti por perfecta abnegación de tu proprio amor y tu propria voluntad, de modo que ninguna cosa quieras sino al mismo Jesús y lo que Él quiere. El amor que es puro y libre, en todas sus obras endereza su fin a Dios con una intención pura y sencilla. Grande es el poder de este amor, pues él entre todas las virtudes puede hacer al ánima una cosa con Dios. ¿Qué mayor descanso que no tener otro querer sino el de su amado?, ¡Oh cuán con poco trabajo se gana tanto!

Una de las cosas que es menester para alcanzar este amor es una fe grande y confianza viva en Dios, desechando vanos pensamientos y deseos que ocupan al ánima y impiden la unión del amor. Aquella ánima que, confesada de sus pecados, se arroja en los brazos de Dios con esta finísima fe, no tiene por qué temer, porque Dios es fidelísimo y no falta a los que confían en Él. ¡Oh Señor mío y Dios mío!; ¿cuán dichosos son los que Vos aman y cuán felices los que esperan en Vos!; porque cierto es que Vos amáis a los que Vos aman, y no desamparáis a los que en Vos ponen todas sus esperanzas. ¡Oh amor dulce de las ánimas humildes!, ¡cuán suave sois y cuán deleitable! ¡Oh amor santo, oh amor de los limpios de corazón!, ¡qué blando y benigno sois a los que Vos buscan! ¡Oh amor mío, dulce Jesús!, ¡cuánta suavidad cuánta dulzura, cuánta alegría, cuántos deleites aun en esta vida dais a las ánimas que Vos aman, y aun en los trabajos y afrentas (si este nombre pueden tener), estáis derramando grande suavidad en los corazones de ellos! Bien dice la esposa en los Cantares, que vuestro nombre es ungüento derramado. Pues, oh amor, si en las cárceles y trabajos dais tantos gustos y consolaciones, ¿qué será en la patria? Seguid, hermanas, este vuestro Esposo por onde quier que fuere y no podréis errar; corred con vuestras compañeras sus esposas en pos de Él, y no haya cosa que os aparte de su amor, sin el cual nadie le puede agradar. Es tan enamorado de esta virtud de la caridad que, mirando la esposa que con ella está vestida y adornada, con grande amor le dice, Heriste mi corazón, hermana mía, esposa, heriste mi corazón; y no se harta de hablarla de hermosa y bien ataviada en todas las cosas. Estas dilicias no hay lengua que las pueda declarar porque sobrepujan todo lo que el entendimiento humano por sí solo puede comprehender.

Dice el Esposo hablando con el ánima devota: llevarla he a la soledad y hablarla he al corazón. ¡Oh esposas de este Señor, oh almas criadas para tanto bien!, corred y no os detengáis, para que gocéis de las delicias y suavidad de este Señor y no haya cosa que os detenga en este camino; corred al palacio del Esposo, que llama a cada una de vosotras diciendo: levántate y date priesa, amiga mía, paloma mía, y viene a mí. Este es Señor tan deseoso de enriquecer las esposas de sus bienes, que unas veces las llama que se den priesa, y otras veces Él mismo llama a la puerta diciendo: ábreme, hermana mía y amiga mía. Mi dulce Señor, ¿quién no arderá en vuestro amor, y quién se podrá esconder de vuestro resplandor, pues vos sois más deseoso de darme este amor que yo de buscarlo? Y ¿quién durará de hallarlo, si perseverara en buscarlo en cuidado, pues Vos, mi Dios, nos convidáis a buscarlo y salís al camino a esperar al que Vos busca? ¡Oh dulce amor!, cuántos modos buscastes para llevar a Vos las ánimas que redemistes y ni agora cesáis de llamarlas para las bodas del cielo, por todas las vías, ora viniendo a ellas, ora llamándolas Vos. Venid señor mío; venid, suave amor mío; venid, única esperanza mía; venid, Dios de mi corazón; venid, padre mío; venid Vos, todo mi bien. ¡Oh verdad que nunca falta!, Vos decís: yo estoy llamando a la puerta; quien me abriere, cenará conmigo. ¡Ah, Señor mío!, entrad en mí, que vuestro es este corazón, y el ánima y la voluntad todo está abierto para Vos. Entrad, amor, y cerrad la puerta; sellalda con vuestro sello. ¡Ah, Señor! sea luego. ¿Qué es lo que Vos detiene? Vos queréis y yo a solo Vos quiero. Pues ¿qué es esto?, ¿qué tardanza es esta? De mí viene esta dilación. Vos sólo la sabéis, y Vos sólo la podéis remediar, y, pues tenéis para eso el poder y el querer, veisme aquí, Señor; cortad por donde quisiéredes, porque todo soy vuestra, y en vuestras manos me pongo. Tomad esta voluntad y hacelda una con la vuestra. ¡Oh mor!, ¡oh Señor! no tardéis, porque mi ánima desfallece por vuestro amor. ¡Oh corazón mío!, no se sufre más esperar; venid, daos priesa. Ecce dilectus meus. Este amad, por éste morid, en éste venid, en éste sean vuestros deleites, a éste buscad, en este bien descansad, aquí por amor, allá en gloria sin fin.




Otro coloquio amoroso

¡Oh amor mío, dulce Jesús! ¿quién Vos hizo venir del cielo a la tierra? El amor. ¿Quién Vos hizo sufrir tantos y tan terribles tormentos hasta la muerte? El amor. ¡Oh fuerte amor más que la muerte!, ¡oh grande fuerza, que venciste al invencible!, ¡oh amor, de lo que era ya perdido remediador! Pues, dándonos a Dios, nos diste vida, gloria, alegría, gracia, perdón y remedio y todo lo que en Dios había, cuando abrasado en caridad lo vestiste de nuestra mortalidad, vistiéndonos Él de su divinidad. Ya no haya, Señor mío, corazón que no sea de ti poseído, pues en ti está lo que sólo harta y da cumplido reposo. Haz, Señor, que éste mío en ti sea consumido y que, abrasado de ti, viva sólo para ti, pues Tú Señor, diste tu vida toda para mí. Haz que yo sea en ti transformada y no viva ya más para mí, sino para ti. ¡Oh dulce maestro, oh dulce guía, y suave amor, Jesús! ¡Cuán dichosos son aquellos que de ti son poseídos y de ti son sustentados y abastados! Poned vida, ¡oh dulce esposo mío! Hacedme que Vos conozca, porque quien Vos conoce él Vos ama, desprecia a sí y ama a Vos más que a sí. ¡Oh alegría de mi corazón!, cuán dichoso es aquel que halla este tesoro de vuestro amor. Vos dejisteis que el que tuviese su corazón vacío de todo otro amor peregrino hallaría el vuestro.

Este tesoro quiere ser buscado con mucho cuidado, con suma diligencia, con limpio corazón, con pura intención, con fe firmísima, con un cuidado sin otros cuidados, con ojos de paloma. Quiero decir que sólo me vea a mí, de tal manera que solos mis defectos me parezcan muy grandes y los de los otros muy pequeños. Y quien de veras busca la verdad eterna no se ocupa en otra cosa sino en lo que desea y en lo que le falta para alcanzarlo. Este camino no sufre dilación, el que mira atrás ya pierde jornada. Por esto ¡adelante!, ¡adelante!, puestos los ojos en este bien en que tanto nos va, no hay cosa que os haga volver atrás. Si lo deseáis, aquí lo tenéis. Dejaos a vos y hallarlo heis. No se niega este amor a quien lo busca de todo corazón, porque Él es benigno, manso y piadoso y amador de un corazón humilde, limpio, confiado en Él y desconfiado de sí. Este tal, Señor mío, os hallará y Vos os manifestaréis a él, y verá vuestra deseada faz y hablaréis a su corazón palabras de vida.

Y, porque el ánima se puede por esta vía de amor unir a Él, conviene disponer la memoria, vaciándola de todo el vano, ocioso y mal pensamiento. Vaya, pues, todo fuera, todo fuera cuanto hay en el mundo. Sólo el corazón sea de Aquél que todo se os ha dado por vos. ¡Oh corazón, que sólo para amar fuistes criado!, todo fuera cuanto hay en la tierra, por amor de Aquél que todo se dio por ti. Pues todo aquello que se abraza con alguna demasiada afición pone impidimiento y medio para unirse el ánima con Dios, el perfecto amor levanta la criatura sobre sí y sobre todas las cosas y sobre todas ocupaciones, y con grande ímpetu de espíritu se transporta en Dios y en Él reposa como en su centro y último fin.

¡Oh amor!, ¡oh dulzura!, ¡oh bondad! Quien te gusta no sabe vivir sin ti. ¡Oh hermosura!, ¡oh tesoro de todos los bienes!, ¡lumbre de mis ojos, oh dulce y suave Jesús! ¿Qué corazón hay tan de piedra que no se ablande y derrita con vuestro amor? ¡Oh Dios de mi corazón y de mi vida, oh fuego abrasador de corazones no hay corazón que de este bien sea excluido; mas abrasad, Señor, a todos con vuestro amor, para que veamos que Vos solo sois digno de ser amado, pues amáis y sois amor y amador.

Fundaos pues, hermanas mías, en este amor, porque donde éste entra, todas las virtudes trae consigo, y ninguna permanece ni es segura sin Él; porque quien ama es humilde y obidiente y amador de todas las virtudes. Sed pues muy enamoradas, porque importa esto mucho, mucho, mucho; y, después que lo experimentáredes, sabréis cuánto más importa esto de lo que digo. Pues quien quisiere tener conocimiento de Dios, ame; quien quisiere ir al cielo, ame; quien quisiere tener vida bienaventurada, ame; quien quisiere vivir contento y consolado, ame; quien quisiere gustar cuán suave cosa sea Dios, ame; quien quisiere carecer de los tormentos de la vida y de la muerte, ame; quien quisiere poseer un bien en quien están todos los bienes, ame; quien quisiere salir vencedor en las batallas espirituales de esta vida, ame; quien quisiere triunfar de la muerte, del mundo y del demonio, ame; quien quisiere agradar a los ojos del Esposo celestial, ame; porque sin amor nadie le agrada y con él todo le agrada. Este amor, per se sufficit, per se placet, ipse meritum, ipse praemium sibi est. Alégrese el corazón humilde de los que buscan al Señor, pero mucho más el de los que hallan; porque, si es cosa dulce buscarlo, cuánto más lo será hallarlo. El amor todo lo prevee, y, doquier que llega, todo lo ordena a su amado. Quien quiere hallar este tesoro tan precioso no debe descansar. El acertar en este camino es humillarse y no poner el gusto en las cosas de la tierra que tan presto se acaban. ¡Oh amor!, ¡oh Señor!, ¡oh, quién alcanzase ya este amor, esta gracia, esta misericordia, esta lumbre, estas riquezas! Este tal no tiene ya qué desear, pues ya tiene a Él que solo merece ser deseado. ¡Oh vida, oh dulzura y bondad!, quien una vez gusta de ti no puede vivir sin ti; y éste no vive ya para sí, sino para ti; porque en ti y por ti (y como Tú eres la misma vida y dador de vida) vive, porque Tú quieres que viva. ¡Oh dulce vida! ¡oh dichosa vida!, ¡dichosos los que viven en ti!




Coloquio amoroso más breve

¡Oh único amado del corazón y de la pura enamorada ánima que te tiene en los brazos! ¡Cuán bien entienden esto aquellos que lo espirementan! ¡Oh bien incomprehensible, que merece ser amado entrañablemente! Cuán alegre, cuán bienaventurada y cuán suave es esta brevecica hora en la cual te amamos en esta vida presente. Mi ánima sea todo derretida con las suavísimas palabras de su Amado. Dice el Esposo a la esposa en los Cantares: aparta tus ojos de mí, porque ellos me hicieron volar. ¡Oh Esposo mío!, no apartesde mí esos tus ojos, porque sin ellos no podré yo volar. Y ¿qué digo?, oh robador de mi ánima y ladrón mío, enséñame Tú, Señor, que yo no sé lo que me digo. Suene tu voz en mis oídos, porque mi ánima se derritió cuando oyó la voz de su Amado. ¿Qué corazón hubo jamás tan de piedra, que ánima tan helada y fría, quien a las dulces y divinas y amantísimas palabras tuyas (que echan de sí un sobrenatural fervor) no se ablandasen y inflamasen con tu suavísimo amor? Maravilla grande es y admirable sobre toda admiración, si alguno te contemplare de esta manera con los ojos interiores de su ánima y no se derritiere todo su corazón en tu amor. ¡Oh, verdaderamente bienaventurado aquel amador cuya ánima merece llamarse esposa tuya! ¡Cuán gran consolación, y cuán suave y celestial, saca de ti; cuántas blanduras secretas recibirá de tu amor! ¡Oh, Señor mío, si yo fuese digna que mi ánima se llamase amadora tuya! ¡Oh, bienaventurado aquél que Tú haces digno de tu suavísima amistad! Tu conversación purísima, espejo de honestidad y pureza, tu faz graciosísima, de tu boca salen palabras de vida.

Esto baste agora para alguna declaración de la caridad de esta virgen; lo demás quedará para adelante.






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Capítulo XII

De la paciencia y fortaleza a que el Esposo exhortaba a esta virgen


Dicho de la caridad de esta virgen, será razón decir también algo del principal efecto de esa caridad, que es desear padecer trabajos por amor de Dios. Y así, uno de los principales efectos que obraba este amor en su ánima era desear padecer mil muertes por Él; y no se contentaba ella con padecer cualquier linaje de muerte, sino recreábase diciendo que, tajadica a tajadica quería que fuesen cortados todos los miembros de su cuerpo, para que el padecer, durase por más largo espacio.

Mas, para entendimiento de esto, se debe notar que, como el fin de la ley y de todos los mandamientos divinos sea la caridad (como el apóstol dice), y en esa caridad haya muchos grados, unos más perfectos y otros menos; entre los más perfectos es uno desear padecer trabajos por amor de Dios, y alegrarse y gloriarse en ellos, como lo dice San Pablo; y como lo hicieron los apóstoles cuando fueron azotados por amor de Cristo; y así mismo los santos mártires, muchos de los cuales, sin ser buscados, se ofrecieron voluntariamente a los tormentos por Él. Este parece el más alto grado de la caridad y de la perfección humana. Por lo cual, alabando el Señor a su apóstol San Pablo, y habiendo tantas gracias y virtudes que alabar en él, de ésta señaladamente hizo mención diciendo: yo le enseñaré a él cuántos trabajos le convenga padecer por amor de mí.


I. [Diversos aparecimientos]

Pues a esta manera de paciencia y fortaleza animaba el Esposo siempre a esta su esposa con diversos aparecimientos. Porque una vez le apareció el día de la Exaltación de la Cruz, muy de mañana, estando ella en sus sentidos, con una grande cruz. Entonces cayó ella en tierra a sus pies y Él le dijo si quería aquella cruz. A esto ella respondió: bien sabéis Vos, Señor, que ninguna cosa más deseo en la vida que ésa. Y pasando muchas palabras amorosas, abrazada con la cruz, la llamaba esposa, hermosa y lecho suavísimo de flores, las cuales el Esposo tenía plantadas en su huerto, al cual ella le convidada que viniese, para que fuese digna de ser llevada al huerto del Esposo diciéndole Él: veni in hortum meum, soror mea sponsa. Estando de esta manera ella de rodillas abrazada con la parte más baja de la cruz, allí la apretaron tan recio con ella que le pareció morir, por el gran dolor que sintió y reventóle mucha sangre, así del pecho como de la cabeza; y díjole entonces el Esposo: determino por esta vía hacerte semejante a Mí, y, dicho esto, desapareció.

El día de San Andrés, le apareció el Esposo con una grande cruz y le dijo: quiérote mucho, porque eres amiga de la cruz; conviene saber, de los trabajos que se entiende por ella. Y en esto sintió un tan gran dolor que la despertó y volvió en sus sentidos; y por aquí entendió que luego el Esposo quería que probase por experiencia los trabajos y dolores a los cuales Él por aquella visión la convidaba.

Y no sólo por la figura de la Cruz, como arriba declaramos, sino también por figura de cáliz (que significa lo mismo), la exhortaba a padecer. Y así un día de nuestro glorioso Padre Santo Domingo, estando en el coro alto, después de dichos los maitines muy solemnes, y estando ella arrimada a un altar de nuestro Padre, que está en el mismo coro, tuvo un grande rapto, conforme a la dignidad de aquel día; porque en las mayores fiestas comúnmente goza ella de alguna fiesta que el Esposo le hace. Pues, en este particular rapto, vio al Esposo en el aire con un cáliz en la mano, el cual arrimó a la llaga de su sagrado pecho y lo hinchó de un preciosísimo licor, y entrególo a nuestro glorioso Padre Santo Domingo, para que lo diese a esta virgen. Con lo cual fue tan grande el ímpetu del Espíritu y el deseo de beber de este cáliz, que juntamente con el espíritu, se levantó el cuerpo de la tierra, para tomar el cáliz y beber aquel licor precioso que le ofrecían; en el cual halló tan grande suavidad que con ninguna palabra se puede explicar. Y en el nombre de cáliz entendió los trabajos a que la exhortaban, y en la suavidad del licor, que contenía la suavidad y alegría que reciben con esos trabajos los que intrañablemente aman a Dios.

Otro aparecimiento hubo, después de éste. Y, para esto, es de saber que, así como este Esposo desea ser amado, así huelga con las palabras significativas de este amor. Por esto preguntó a la Magdalena, cuando lloraba par del sepulcro: mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Pues sabía el Salvador lo uno y lo otro, pero hízole esta pregunta, porque así la pregunta como la respuesta enternecía mucho el corazón de esta grande amadora de Cristo. Porque preguntar por qué lloraba era traerle a la memoria las causas de su dolor. Otra semejante a ésta acaeció a esta virgen en una imaginaria visión, donde vio el Esposo acompañado con la Santa Magdalena y Santa Catalina mártir, y Santa Catalina de Sena y San[ta] Inés, la cual traía consigo un cordero y una cruz en la mano. El Esposo, pues, deleitándose con la pureza y amor de estas santas, preguntó a esta virgen cuál de ellas le amaba más. A esto respondió ella: Vos, Señor, sabéis que yo Vos amo mucho; más quién Vos ama más Vos lo sabéis. Entonces le entregó el Esposo aquella cruz que San[ta] Inés traía, como si le dijera: pues que tanto me amas, abraza esa cruz, esto es, aparéjate a padecer trabajos por mi amor.

Otra vez, estando en cama, siete veces sangrada, le apareció nuestro glorioso Padre Santo Domingo con una grande cruz. Dijo entonces ella: ¿qué es eso, Padre mío?, ¿con ese ramo me acudís sobre siete veces sangrada? Este es (dijo él) el que tú deseas y el que agora quiere el Esposo que abraces. Más es agora de saber que en esta santa casa se tiene por estilo, cuando sangran alguna religiosa, traerle algún ramo o agua olorosa, o cosa semejante, para refrigerio de la doliente, y a ésta llaman ramo. A este propósito dijo la virgen aquellas palabras, entendiendo por esta visión que la voluntad del Esposo era padecer trabajos por su amor, a lo cual la exhortaba con aquella grande cruz.

Por todos estos aparecimientos animaba el Esposo a esta su esposa a padecer trabajos y alegrarse en ellos por su amor. Y, entendiendo por estas liciones cuánto agradaba al Esposo el padecer, creció tanto en ella este deseo que no se contentaba con desear poner la vida por Él, sino con grande amor y fervor de espíritu decía que deseaba la hiciesen mil pedazos por Él, y que, después de muerta, tornase a resucitar para padecer otra vez por Él; y así otra vez y otras veces muriese y resucitase para lo mismo. Este es el lenguaje de amor el cual no entiende sino el que ama, como San Bernardo dice. Mas quien hubiere leído el martirio de San Clemente, obispo de Ancira, que está en la segunda parte de nuestra Introducción del Símbolo, no extrañará este afecto y deseo de nuestra virgen; pues allí leerá que este santo obispo pidió a Nuestro Señor que toda la vida que viviese padeciese siempre diversos martirios por Él; y así, por espacio de veinticuatro años, padeció diversos martirios, ejecutados ya por unos tiranos, ya por otros; porque, cuando uno quedaba vencido, remetíanlo a otro, que con otros nuevos tormentos lo martirizase; y, de esta manera, se pasaron todos estos años susodichos.




II. [Paciencia y fortaleza, necesarias para la perfección]

Mas, volviendo al propósito, la causa porque el Esposo por tantas vías y aparecimientos exhortaba a la virgen al amor de los trabajos era no sólo por encender su corazón deseo de derramar su sangre por Él, sino también porque, como Él quería que su esposa fuese perfecta, era necesario que estuviese esforzada para los trabajos que se requieren para alcanzar esta perfección, sin los cuales no se alcanza. Porque apenas se da paso en este camino (a lo menos a los principios hasta hacer hábito en la virtud), que no cueste sangre y trabajos. Porque los ayunos, las oraciones continuas, las vigilias, las disciplinas, la cama dura y la áspera vestidura y otras asperezas semejantes no se hacen sin trabajo y sin vencer la naturaleza, que es amiga del descanso y enemiga de trabajo. Pues ya mortificar los apetitos y pasiones y proprias voluntades y los siniestros de las malas inclinaciones con que muchos nacen, cuánto trabajo y cuánta diligencia cuesta. De aquí es que Salamón en sus Proverbios, a cada paso, de propósito y fuera de propósito, está tirando saetas al perezoso y negligente, denunciándole la perdición que por esto le ha de venir; y por otra parte está exhortando al trabajo, a la diligencia, a la paciencia y fortaleza para vencer todas estas dificultades y contradicciones susodichas. Y así en un lugar dice: la mano floja y remisa acarrea consigo pobreza, mas las manos de los fuertes son las que adquieren las verdaderas riquezas. Y en otra parte dice: la mano de los fuertes alcanzará señorío y victoria contra sus enemigos, mas las manos flojas y remisas pagarán tributos, esto es que servirán a los apetitos de su carne y de sus propias voluntades, que son los tributos que el príncipe de este mundo pide a sus vasallos. Estas mismas sentencias repite muchas veces este gran sabio como quien entendía que el fundamento y la raíz de todo nuestro aprovechamiento consiste en sacudir de nosotros todo género de pereza y negligencia, y abrazar la cruz de los trabajos, que para lo dicho y para alcanzar todas las virtudes se requieren; pues todas ellas están cercadas con un fuerte muro de dificultad y trabajo, el cual se ha de romper con esta fortaleza, para apoderarse el hombre de la virtud que con él se alcanza. Pues ¿qué cosa hay en todo lo que aquí se ha dicho, para que no sea necesario esfuerzo para vencer la naturaleza corrupta por el pecado? Por lo cual, declarando San Juan Clímaco qué cosa era ser monje, dijo: monje es perpetua violencia de naturaleza y guarda solícita de los sentidos, para que no se nos entre la muerte por ellos.

Mas aquí es mucho de notar que, cuan necesaria es esta fortaleza para la conquista de las virtudes, tan dificultosa es de alcanzar, lo cual no calló el mismo Salomón (que tanto nos exhorta a ella) cuando dijo: mujer fuerte ¿quién la hallará? Muy lejos y en los últimos fines de la tierra está el precio de ella. En las cuales palabras muestra la dificultad de esta virtud, dando a entender que no se halla luego a tras mano (como dicen), sino que es necesario andar mucho camino y trabajar mucho por alcanzarla, y que el precio porque se compra es muy caro, que es la victoria de sí mismo y mortificación del amor proprio. Y por ser esta materia muy importante para la vida espiritual, no me extrañe el piadoso lector, si a lo que tengo dicho añadiere un punto.




III. [Difícil vencimiento del amor propio. Un caso en la vida de esta virgen]

Es pues agora de saber que, así como la virtud de la verdadera humildad es muy dificultosa, porque tiene un grande contrario, que se ha de vencer para alcanzarla, que es el apetito de la honra, y de la propria excelencia, a que los hombres son muy inclinados, así esta fortaleza es no menos dificultosa de alcanzar, porque tiene otro más poderoso contrario, que es el amor proprio con todos los afectos que de él proceden, que es la más vehemente de todas nuestras pasiones y la raíz y fuente de todas ellas. El cual amor proprio es enemigo de todos los trabajos y, por el contrario, amigo de todos los regalos y descansos. Porque quiere comer y beber y reír y gozar y holgar y pasear y parlar y conversar doquiera que halla algún refrigerio; quiere la cama blanda, la mesa rica, la vestidura preciosa, la familia grande, la casa espaciosa y, finalmente, quiere todo aquello que a la carne agrada y huye de todo lo que le amarga. Y todos estos apetitos y deseos ha de vencer el que desea alcanzar esta fortaleza que decimos; y así no pelea contra un solo enemigo, sino contra todo este ejército que trae consigo el amor proprio. Y por esto hacía oración el profeta cuando decía: Ten compasión, Señor, de mí, porque el hombre me ha pisoteado, el día me ha hecho guerra, y atribulado; porque son muchos los que pelean contra mí. Y por este hombre entiende el profeta el hombre viejo y terreno, donde reina el amor proprio; y por esta muchedumbre de combatientes entiende los afectos susodichos, que nacen de esta mala raíz, cuando se desordena. Por donde se entiende la dificultad que hay en alcanzar esta fortaleza, pues para ello es necesario vencer todos estos enemigos; por donde no es de maravillar que el Esposo celestial por tantos modos exhortase a esta virgen al amor de la cruz y de los trabajos que se requieren para llegar a la perfección y, juntamente con esto, la prevenía y apercebía para sufrir los dolores de las llagas que adelante trataremos.

Otro caso añadiré a los pasados, el cual, aunque lo pongo en este capítulo de la paciencia, no menos pertenece a los de la mansedumbre y de la humildad, por ser estas tres virtudes muy hermanas entre sí y ayudarse las unas a las otras. Porque, bien mirado, la mansedumbre y la humildad son como esmalte de la virtud de la paciencia, porque puede haber paciencia en una injuria, pero con desabrimiento y amargura de corazón, la cual curará por una parte la virtud de la humildad, haciendo que el hombre se abaje y humille, reconociéndose por merecedor de todas las injurias; y por otra parte la mansedumbre, haciendo al hombre sufrir aquella injuria con un corazón manso y quieto y fuera de toda aquella alteración interior y exterior. Y en estas dos virtudes fue esta virgen tan extremada que alguna vez se me representaba ser esta la causa por que el Esposo celestial tanto la ama, de que dan testimonio tantos aperecimientos y favores que le hace, porque, como la semejanza sea causa de amor, estas dos virtudes hacen al hombre semejante a aquel Señor, que dice: aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.

Mas, antes que refiera este trabajo, diré de la manera que Nuestro Señor le apercibió para él, en lo cual se verá la prudencia paternal que tiene de sus siervos, probándolos con trabajos y dándoles fuerzas para sufrirlos. Porque, estando ella en oración, le apareció el Esposo con una grande cruz, esforzándola a llevarla, lo cual ella aceptó muy confiada en Él. Y es de notar que, todas las veces que había de tener algún trabajo, la preparaba Nuestro Señor con mostrarle una cruz; mas hubo en esto una diferencia: que este tiempo le mostraba estas cruces solas, sin las traer nadie, y agora, de algunos años a esta parte, Él mismo las trae, y, algunas veces, se las envía por nuestro Padre Santo Domingo.

El caso fue que un hermano de esta virgen, queriendo ir a la jornada de África y llevar un hijo solo que tenía, dejó en el convento de la Anunciada dos hijas suyas muy mozas, en hábito de monjas, con intento que, llegando a edad, hiciesen profesión; y dejólas muy encomendadas a esta virgen, su hermana, que mucho amaba; y ella las criaba en buenas costumbres y las amaba como a hijas, y ellas a ella como a madre. Subcedió, pues, la pérdida del Rey Don Sebastián y de su gente, y, hasta el año de en que esto aconteció, no había nueva cierta del hermano y sobrino de esta virgen. Y, porque, siendo muertos, la mayor de estas mozas quedaba heredera de un buen mayorazgo, aprovechándose pues el demonio de esta ocasión, ordenó que un caballero principal, tío de estas mozas, hermano de su madre, se persuadiese que pretendía nuestra virgen casar su sobrina, heredera de su hermano, con un pariente suyo (cosa muy lejos de su pensamiento, porque lo que deseaba era hacerlas santas). Persuadido este caballero de esto, se vino al locutorio del convento y, mandando recaudo a esta virgen, vino ella segura e inocente de lo que subcedió. Mas este caballero, como venía colérico, le dijo palabras muy ásperas y afrentosas, porque, entre otras, le dijo que era una desvergonzada que quería entregar su sobrina y la casa de su padre a un tal y cual y que él publicaría sus maldades, para que fuese conocida por ellas; y que no merecía tratar con ella de lo que determinaba hacer. Y, mandado que le llamasen la madre priora del convento, y en su presencia y de tres monjas, le dijo las mismas injurias y otras muy feas palabras; y por escarnio le dijo: «esta es la Santa Catalina de Sena que a mí me dicían, de quien pensábamos que por sus merecimientos nos había Dios de librar de tantos trabajos. Bien sé yo quién vos sois, yo diré al mundo lo que tiene en vos».

A todo esto respondió la virgen: «yo no soy Santa Catalina de Sena, mas por [su]f[r]ir semejantes cosas a ésta vino ella a ser santa. Todo esto que me dice yo lo merezco; mas, porque son cosas indignas que se digan en presencia de una tal perlada y de un tan grave convento, me voy». Mas, sin embargo, de eso, aquel caballero mostró a la priora provisiones y obidiencias que traía para sacar del monasterio las dos mozas, que aún no eran novicias. Entonces nuestra virgen se fue al coro, delante del Santísimo Sacramento, como a lugar de su refugio, a pasar allí su trabajo; y las mozas fueron sacadas del convento con grande fuerza, aunque a la mayor no se hizo mucha violencia; mas la menor, no pudiendo sufrir esta fuerza, huyó para el coro y se escondió detrás de una imagen de Nuestra Señora, y de ahí fue sacada por fuerza. Mas, viendo ella a su tía en el coro, se abrazó muy recia con ella diciendo: «mi señora y mi tía, ¿cómo podré yo vivir sin vos?» Mas nada de esto le aprovechó para dejar de ser arrancada de los brazos de la amada tía, la cual estaba toda bañada en lágrimas. Pero conformóse en todo con la voluntad de su Esposo, el cual la consoló en esta aflicción, como hizo en otras; porque, de ahí a pocos días, se supo la verdad de su inocencia. Y no es de callar que la niña que se acogió a Nuestra Señora la volvió a recoger, para que, pasadas las alteraciones susodichas, vino a tomar el hábito al mesmo convento. Y su tía, siendo priora, la recibió y le dio la profesión con mucha solemnidad y alegría común de todos. De esta manera suele Nuestro Señor responder por los que callan y defender a los que en Él ponen su confianza como lo hizo en la Magdalena, que, siendo una vez condenada en el corazón del fariseo, y otra vez por los discípulos que sentían la pérdida del ungüento que derramó sobre la cabeza del Salvador, Él tomó la voz por ella y ambas veces la defendió. Y, como sabía esto Moisén, animaba a su pueblo, diciéndole que callasen ellos, porque el Señor había de pelear por ellos.




IV. [Otra prueba]

Otra prueba de la paciencia y humildad de esta virgen añadiré a la pasada; y esta fue que, yendo nuestro Padre Provincial al monesterio de esta virgen, un hombre bien tratado y bien hablado y persona grave (mas él debía de ser el demonio en aquella figura, según lo que dijo el P. Provincial), haciendo grandes salvas que le quería descubrir una cosa de grande importancia, le afirmó que esta virgen tenía hecho un tan grave delito que decirse ni aun imaginarse podía sin gran vergüenza. El Provincial, espantado y escandalizado de oír cosa tan ajena de toda verdad, como prudente que era, no hizo caso de ello; antes pensó que tan grande atrevimiento y desvergüenza no podía ser sino arteficio del demonio para perturbar esta virgen. La cual supo todo esto por su confesor, a quien el Provincial lo dijo: y, oyendo de sí una tan infame falsedad, con grande sentimiento y lágrimas se humilló y dijo: «muy peores cosas haría yo, si Dios no tuviese de su mano, Él sabe mi inocencia, y Él me librará como quien es, si fuere servido, y si no, hágase su voluntad». No faltó el Esposo a esta confianza y humildad; porque, estando la virgen en oración, ofreciendo su aflicción al Esposo, Él la consoló abundantísimamente, porque le mostró una grande escalera que tenía una punta en tierra y otra en el cielo, que le parecía estar abierto; y veía al Esposo con una admirable claridad y una muy hermosa y resplandeciente corona en las manos, y por la escalera le parecía que subían personas; y decíale el Esposo: «por esta escalera suben los atribulados». Y, mostrándole aquella corona, le decía: «María, ¿quieres esta corona ahí en la tierra, o en el cielo?» Respondía ella: «mi Señor, para allá la quiero, que acá tengo una que Vos me distes, con que estoy muy contenta». Acabado esto, quedó ella muy consolada y animada para mayores trabajos.




V. [Sequedades y desamparos]

Una de las mayores fatigas y mayor prueba que hay en la vida espiritual son las sequedades y desamparos sensibles de Nuestro Señor, que suelen acaecer, y, en algunas personas aprovechadas, vienen a ser tan grandes que les hacen caer en cama y adolecer gravemente. Porque como las tales han despreciado por amor de Dios todos los gustos y regalos del mundo, por los que hallan en Dios, cuando éstos les faltan, vense en gran desamparo y tristeza, sin los unos y sin los otros. La cual tristeza procura acrecentar el enemigo para derribar el vigor del corazón y hacerlo desmayar, haciéndoles creer que aquel desamparo nace de algunas secretas ofensas de Dios, lo cual es para ellos un muy agudo cuchillo de dolor. Y de esta manera el santo Job, entre otras aflicciones y dolores exteriores, fue también interiormente aflejido, como lo muestran aquellas palabras, en que dice que le había Dios quitado la esperanza, como a un árbol arrancado de raíz, que ya no puede volver a nacer. Por las cuales palabras no entendimos que el santo varón había perdido totalmente la confianza, sino las tentaciones que padecía acerca de ella. Porque, en otra parte, esforzado con Dios, dice: aunque me mate, no dejaré de confiar en Él. Para ejemplo de esto y consuelo de los siervos de Dios, que en tales trances y aprietos se vieren, servirá grandemente el ejemplo que aquí contaremos, por el cual entenderán ser ésta una de las más finas pruebas de la verdadera virtud, con la cual suele Nuestro Señor ejercitar y purgar a sus siervos y fundarlos en la virtud de la humildad.

El caso fue que, estando ella en tranquilidad y con muchos regalos de su Esposo, a deshora y sin pensarlo, le sobrevino una tempestad y tribulación de grande descrédito y afrenta suya. Y (lo que más la lastimó) que fue nacida de personas de quien menos la esperaba y menos la merecía, y fue tan grande que no se acordaba ella de tenerla tal en su vida, así en lo exterior como en lo enterior. Porque en el cuerpo, de la punta del pie hasta la cabeza, no había parte que no padeciese su dolor; y en lo enterior fue tan grande la sequedad y desamparo que ni un momento tenía de consolación y sosiego. Entendía su mal y no podía valerse; veía el remedio y no se aprovechaba de él; los ojos eran fuentes de lágrimas; el corazón parece que reventaba; el comer y el dormir, cuasi nada; su único remedio y consolación (que es el Santísimo Sacramento) no le daba el alivio acostumbrado; y así andaba consumida y desfigurada. Estando en este aprieto, acertó de hablar con una persona su amiga, de quien algunas veces se fiaba, la cual, viendo tan grande mudanza y una tan extraordinaria tristeza, que en ella era cosa muy nueva, preguntóle la causa de esta novedad; y, aunque se excusaba, insistió tanto que reventó la virgen con un arroyo de lágrimas y contó por extenso la causa de su tribulación, que es la que arriba está segnificada. Oyendo esto aquella persona con mucha compasión, maravillávase como un Dios tan amoroso trataba así una alma tan pura, tan su amiga y tan inocente; porque sin dubda, en aquella afficción que padecía, ni sombra de culpa había de su parte. Y, aunque vio que en solo Dios estaba el remedio, todavía le dijo: «señora, un corazón tan grande, en quien Dios siempre mora, y Él es su fortaleza y su alegría, ¿cómo está tan flaco y triste en esta batalla?» Respondió ella: «si yo no supiese que Nuestro Señor era el que esto hacía, ya fuera muerta. Y no os maravilléis de verme cual estoy, que más fuerte y más santo que yo era San Pablo y no dejó de sentir mucho sus tentaciones y pedir a Dios tres veces lo librase de ellas. Y, aunque yo no merezco oír como él: sufficit gratia mea, no por eso desconfiaré de su misericordia. No soy insensible; si no sintiese los tormentos, poco me aprovecharía. Sé que lo que me conviene es padecer, sé que el Esposo quiere que me parezca con Él, y sé que cuesta mucho querer parecerse con Él, y también sé que todo lo que padezco no llega a una mínima de lo que Él por mí padeció; y por eso vengan más y más trabajos, que para todos estoy aparejada; ayudadme a pedir al Esposo que no me desampare y cargue la mano cuanto fuese servido».

Antes de esto le había el Esposo aparecido algunas veces con cruces; y una de ellas fue con una cruz muy grande y muy pesada; y, preguntándola si podía llevarla a cuestas, respondió: «sin Vos, Señor, con nada podré; mas con Vos podré con todo». Y púsole el Esposo la cruz en los hombros y fue la carga tan pesada que parece que le molía los hombros y todos los huesos y quedó por muchos días con grandes dolores en todo el cuerpo. Esta persona que habló con la virgen sabía de este aparecimiento, y preguntóle si era ésta aquella cruz pesada que le molió los huesos. Respondió: «o ella es, o puerta para ella».

Aquí, pues, verán los amadores de la perfección a qué extremo llega Nuestro Señor algunas veces con sus fieles amigos, donde hallarán vereficado lo que aquella devota madre de Samuel dijo en su cántico: el Señor da vida y mortefica, abate hasta los infiernos y saca de ellos. Porque aquel desamparo de Nuestro Señor es para ellos, en su manera, semejante a la del infierno, lo cual también significó el profeta cuando dijo: sálvame, Señor, porque han entrado las aguas de las tribulaciones en mis entrañas y véome atollado en lo profundo del cieno y no hallo sobre qué hacer pie, ni sobre qué estribar, porque no veo cosa que me consuele. Y no estaba muy lejos de esto con toda su santidad, el apóstol cuando escribiendo a los de Corinto dice así: quiero daros noticia, hermanos, de la gran tribulación que se levantó contra nosotros en Asia; porque sobre manera fuimos aflejidos y sobre todas nuestras fuerzas, en tanto grado, que teníamos por pesada la vida. Esto servirá para que, con estos ejemplos y probaciones, se esfuercen los amadores de Dios, cuando en esto se vieron, reconociendo que estas angustias son víspera de grandes favores. Porque no ahonda aquel sabio artífice tanto los fundamentos de la humildad con esos desamparos sino porque quiere levantar muy alto el edificio espiritual y por esto nunca está este Señor más cerca del hombre que cuando a él parece que está más apartado, como lo muestran los desamparos del grande Antonio y de Santa Catalina de Sena y de otros santos.

Mas no se contentó Nuestro Señor con ejercitar esta virgen en estos trabajos interiores, sino en muchos exteriores; para los cuales se te ofrecieron tantas ocasiones que sería largo proceso tratar de todas ellas. Y para una de ellas dio ocasión una alteración que en esta ciudad de Lisboa se ofreció, con la cual procuró el domonio, enemigo capital de esta virgen, desacreditarla con muchas falsedades que levantó contra ella, las cuales llegaron a oídos de gente muy noble y aun de los príncipes; de que pudieron resultar grandes trabajos, si Nuestro Señor no acudiera por la inocencia de su sierva. Y, como ella naturalmente tiene el corazón muy tierno, lastimábanla mucho estas cosas; mas llevábalas con una extraña paciencia y conformidad con la voluntad de su divino Esposo. Y, cuando le contaba algunas de estas cosas, decía al Esposo: «ya os entiendo, Señor; queréis que padezca, y yo también lo quiero». Y así mismo decía había mucho tiempo que pocas veces se pasa un día en que no tuviese algo que padecer.

Y, porque nadie se maraville de haberse ofrecido a esta virgen tantas ocasiones de trabajo, estando recogida y quieta en su monasterio, advertiré aquí que, como el padecer por Dios sea de tan grande merecimiento, Él mismo, de donde menos se piensa, levanta ocasiones a sus siervos, que le den materia de padecer, porque ni quiere que su gracia esté ociosa ni que le falte ocasión para una obra de tan grande merecimiento como ésta. Porque no sin causa dijo el profeta: muchas son las tribulaciones de los justos, mas de todas ellas los librará el Señor. Ni fueron menos frecuentes las tribulaciones del apóstol, pues él dice en una carta suya, que cada día moría por el provecho de sus hermanos.

Mas Nuestro Señor, que siempre después de la tempestad envía bonanza, pasados veinte días después de la tormenta, estando ella un día de mañana en oración recostada sobre su cruz, le apareció el Esposo muy hermoso y resplandiciente diciéndole: «María, ¿dónde está agora el amor de la cruz?, ¿quién la llamará agora mi esposa?» Respondió ella: «yo, mi Señor, y probaros lo he». «Yo, dijo Él, holgaré de os oír.» Dijo entonces ella: «¿quién jamás, Señor mío, amó la cruz más que Vos? Y ¿quién más suspiró por ella? Y con todo eso, ¿Vos no dejisteis tanseat a me calix iste?» Y respondió el Esposo: «muy bien dejistes y probastes el amor de la esposa, y así os prometo de haceros muchas mercedes por ella». Dicho esto, Él se fue y ella quedó muy consolada y aquí fenecieron las tristezas pasadas.




VI. [Mérito y excelencia]

Y no me puedo contener, aunque me extienda más de lo justo, sin decir algo de la excelencia y mérito de esta virtud, ya que traté de la necesidad que tenemos de ella para lo susodicho, porque esto servirá de estímulo para que nos esforcemos a abrazar la dificultad de lo uno con el fruto y mérito de lo otro. Y para esto no alegaré lo que las Escripturas y los santos dicen del mérito de la paciencia y fortaleza, sino lo que tengo ya visto por experiencia y meo argumento, de cuánto merecen y agradan estas virtudes a Nuestro Señor. Porque he visto personas de grande santidad y pureza de vida, las cuales quiso Nuestro Señor ejercitar y probar con grandísimos trabajos de mil maneras que se ofrecen en esta vida, y señaladamente en grandes y prolijas enfermedades, acompañadas con pobrezas y con otros muy penosos accidentes, lo cual no consentirá Aquél que los guarda como a la lumbre de los ojos (según Él dice), si no fuese por el grande mérito que en esto hay. Conocí yo, entre otras personas, una gran sierva de Dios, la cual había siete años que estaba en cama y con grandes dolores en todos los miembros, los cuales padecía con grandísima alegría y contentamiento y con tanta conformidad con la voluntad de Dios que no consentía que le hablasen cosa de salud, sino en sola esta conformidad con la divina voluntad. Otras conocí con otras maneras de trabajos que no se pueden aquí referir. De donde infiero que, pues aquel Señor, que es más que padre de los justos y que tiene (como Él dice) contados todos sus cabellos, consiente en ellos que padezcan tan grandes dolores, que debe ser grandísimo el mérito de ellos. Séneca dice que, pues Catón (que él tenía por hombre muy virtuoso) padeció trabajos, que debían los hombres tener por buena suerte padecer lo que tal hombre padeció. Pues con cuánta mayor razón se puede decir esto de los trabajos que padecen aquellos cuyas vidas son trazadas y ordenadas por la voluntad de Dios.

También traigo, para argumento de lo dicho, los grandes dolores que nuestra virgen siempre padece en las llagas que tiene, mayormente los tres días de la semana, los cuales (dice ella) que siente tanto como si le hincasen un clavo ardiendo por las llagas que tiene; y a veces crecen tanto que le parece, si durasen mucho, que no sería posible vivir, y así su vida es un prolijo y continuo martirio.

Y, como dije que me espantaba de los grandes trabajos de los siervos de Dios, así digo ahora que mucho más me espantan las grandes consolaciones que Nuestro Señor les dá también con ellos. Porque condición suya es dar las consolaciones conforme a los dolores, según dice David; y por esto quien pudiese entender la grandeza de los dolores que esta nuestra Virgen padece no dubdaría de las grandes consolaciones y favores con que el Esposo en medio de tantos dolores la sustenta y consuela. Pero, sobre todas estas experiencias y argumentos, la cosa que más declara la grandeza del mérito de los trabajos es haber ordenado el Hijo de Dios con especial providencia que su inocentísima y santísima Madre se hallase presente al pie de la cruz, padeciendo allí los mayores dolores que (después de los del Hijo) jamás se padecieron. En lo cual tiene bien el piadoso lector en qué pensar, para entender por este argumento lo que hasta aquí habemos dicho.








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Libro III

En el cual se trata de los favores y previlegios singulares que nuestro Señor comunicó a esta virgen, y de algunas visiones y aparecimientos que en algunas fiestas principales tuvo



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Capítulo I

Cómo Nuestro Señor señaló a esta su esposa con las insignias de su sagrada pasión


Hasta aquí, habemos tratado algo de las virtudes y ejercicios espirituales de esta virgen. Y digo algo, porque, como la mayor parte de esta historia haya sido escripta por mano de ella (siendo para esto compelida y obligada por la obediencia de sus perlados, como arriba declaramos), no quiso ella escribir nada de sus virtudes, sino de los favores y mercedes que de Nuestro Señor había recibido como persona que trataba de esclarecer la gloria de Él y de encubrir la suya. Mas ya es tiempo de tratar algo de estos favores, que ella mereció alcanzar por el ejercicio de estas virtudes, las cuales entendemos que no serían pequeñas, pues los favores fueron tan grandes. Mas aquí es necesario tener fe y creer cosas que exceden la facultad de nuestra razón; pues bastan para esto los milagros auténticos de esta virgen, que al principio referimos. Pues es justo que las obras que sobrepujan la virtud de la naturaleza, hagan fe de las que sobrepujan la captada de la naturaleza. [El gran] fruto, que de esta fe se seguirá, será un maravilloso conocimiento de la inmensa bondad y caridad de Nuestro Señor para con sus criaturas y el amor inestimable que tiene a las ánimas puras y limpias. Y el que careciere de esta fe carecerá de este fruto, y quedará por hombre que siente baja y estrechamente de la bondad y caridad de Dios, y de la virtud y santidad de sus fieles siervos. En lo cual es mucho de notar la condición del corazón humano, el cual, a veces, se levanta tanto que todo el mundo le parece poco para lo que él piensa que merece. Y por otra parte, él mismo se apoca tanto que si le cuentan algún grande favor que Nuestro Señor hace a los hombres, parécele que no es posible que tan grande majestad así se humane y abaje a tratar tan familiarmente con ellos.


I. [Por qué sigue ahora la impresión de las llagas]

Mas, primero que entre esta materia, quiero declarar la orden que en toda esta historia quise seguir. Y ésta ha sido precediendo de las cosas menores a las mayores, en cuanto fue posible. Y digo esto, porque, declarando algunas virtudes de esta virgen, pareció necesario añadir aquí algo de las cosas mayores que pertenecían a otro lugar más alto. Esta misma orden vemos en la vida de esta virgen, la cual, procediendo cada día de virtud en virtud, de humildes principios llegó a muy altos fines. Entre estas cosas que llamo mayores está la impresión de las llagas de Nuestro Señor. Y, según esta orden, de éstas se había de tratar en el fin de esta escriptura. Mas con todo eso, quise yo tratar primero de ellas, por ser cosas más probadas y testificadas por autoridad del santo Oficio con toda la solemnidad de derecho que para esto se requiere, como cosas de que se había de enviar relación a Nuestro santísimo Padre Gregorio XIII, por parte del serenísimo Príncipe Alberto, Cardenal y legado a latere de Su Santidad. Y, demás de ser este testimonio tan abonado, otro hay más cierto, que son los ojos de tantos testigos que han visto las llagas de las manos de esta virgen con los clavos en medio de ellas, no sin grande admiración y devoción de sus ánimas; mas las de los pies y costado han visto algunas de sus religiosas. Y porque no faltase testimonio de hombre en cosa tan grave, el padre provincial de esta provincia y el padre confesor de nuestro Príncipe Cardenal, que también lo es de la misma virgen, para testimonio de la verdad vieron, con toda la honestidad y decencia que para esto se requería, la llaga de un costado y la de un pie, cubierto todo con un lienzo, y descubierto sólo el lugar de la llaga, que es semejante a la de las manos con el clavo que le atraviesa por medio. Estos dos testimonios son tan abonados y ciertos, que bastan para vencer toda la incredulidad humana.

Creído, pues, esto con la firmeza que tal probanza requiere, fácil cosa será creer todos los otros favores que el Esposo hizo a esta virgen, después que la tuvo hermoseada con estas gloriosas insignias y vestida con la púrpura de su preciosa sangre. Y aunque algunas de estas señales de las llagas se te concedieron en diversos tiempos (según que ella iba aprovechando cada día más en las virtudes), pero todas las referiremos en este capítulo juntas, señalando los tiempos en que fueron concedidas. Y contaremos primero todos lo que pertenece a esta historia simplemente con las mismas palabras que esta virgen las escribió y después pediremos lumbre al obrador de estas gracias, para saber filosofar sobre ellas, porque no seamos del número de aquellos a quien dijo Moisén, que, habiendo visto tantas maravillas como Dios había obrado por ellos sacando de la tierra de Egipto y guiándolos cuarenta años por el desierto con tantos milagros y providencias, nunca tuvieron ojos, ni entendimiento para saber estimar y reverenciar al obrador de cosas tan grandes.

En este lugar conviene advertir una notable sentencia de un religioso dotor el cual dice que ningún pintor trabaja tanto por hacer un retrato conforme a la persona que retrata, cuanto el Espíritu Santo procura hacer las ánimas de los fieles semejantes en su manera a Cristo crucificado. El cual, en todos los pasos de su vida santísima, y mucho más en la cruz, es un perfetísimo retrato y espejo de toda santidad y virtud. Pues esto parece haber pretendido el Esposo celestial en esta virgen que Él tomó por esposa, no sólo adornándola con las señales de sus preciosas llagas, sino también con los dolores continuos de ellas y con su corona de espinas y otras insignias, como luego veremos.




II. [ La corona de espinas]

Entre éstas, la primera fue la corona de espinas (de la cual se hace mención en la relación que se envió a Su Santidad), que fue el año de 1575, siendo ella de edad de veinticinco años, en lo cual se ve cuán temprano comenzó el Esposo a hermosear la esposa con esta guirnalda y corona real. Pasó pues el caso de esta manera. Un miércoles del Octavario de los Santos, habiendo esta virgen padecido muchos trabajos, ansí interiores como exteriores, y teniendo grande sentimiento de la ausencia del Esposo, y deseando padecer muchos mayores trabajos por su amor, suplicábale todo corazón que le cumpliese este deseo, porque no quería en esta vida gustos, sino tormentos. Estando en éste, lo apareció el Esposo con grande resplandor y hermosura, el cual traía en la cabeza una corona de espinas y venía todo bañado en sangre. Y viéndolo de esta manera cayó en tierra diciendo: «¡ah, Señor Jesús!, a mí esos dolores y espinas que merezco por mis pecados.» Entonces Él quitó la corona de su cabeza y púsola en la de ella, apretándola con sus manos, con lo cual ella sintió gran dolor y salió de ahí mucha sangre, quedándole las señales de las espinas en la cabeza, las cuales han visto algunas religiosas de quien ella se fía, cuando, según su costumbre, la trasquilan. Y la cofia que entonces tenía en la cabeza salió manchada con la sangre que de los agujeros de las espinas manó. Esta cofia vino a las manos de una religiosa muy devota y muy grande amiga suya, la cual tuvo mucho tiempo guardada, y después no faltó quien se la tomó y la entregó a esta virgen, la cual ella procuró lavar, por quitar las pintas de la sangre, y por ninguna vía se las pudo quitar; y, visto esto, porque no se descubriese el caso, ella misma, como verdadera humildad, la quemó.

Mas aquí es de notar que, como las honras de Nuestro Señor en esta vida no carezcan de dolores, porque no carezcan de merecimientos, dende aquel día hasta el presente año, siente esta virgen todos los viernes grandes dolores en la cabeza, los cuales comienzan el jueves a las avemarías y duran toda la noche y otro día hasta las mismas horas. Y preguntándole yo, si podía con estos dolores dormir y comer, respondió que muy mal hacía lo uno y lo otro. En lo cual todo parece que no quiso el Esposo que pasase la esposa todo este tiempo sin dolores, para que con ellos se habilitase a padecer otros mayores que fuesen materia de otros mayores favores.




III. [El costado. Preparación y anuncios divinos]

Por donde, pasados tres años después de esta gracia, creciendo ella cada día más en el amor del Esposo en toda virtud, le hizo otro mayor favor, el cual se refiere junto con el pasado y con el que se sigue en la relación susodicha. Y fue así que un miércoles de la Semana Santa, estando ella en el coro bajo y habiendo recibido el santo Sacramento por una manera maravillosa que adelante se dirá, acabando de comulgar, subió al coro alto a asistir al oficio de la misa; y, acabado éste, las religiosas se fueron a comer y ella se quedó en el coro en oración. Y estando allí tuvo un rapto, en el cual vio a Nuestro Señor en el aire, puesto en la cruz, cercado de grande resplandor, y fue tan grande su alegría viendo al Señor que tanto amaba, y tan grande el ímpitu del espíritu y deseo de llegar a Él, que el cuerpo se levantó en el aire y se fue tras el mismo espíritu. Y salió del lado del Señor un rayo bermejo con grande resplandor, el cual descendió con grande fuerza y hirió el pecho de esta virgen y quedó en él una señal bermeja, que todos los viernes mana sangre. Después de esta merced acostumbra el Esposo a visitarla más veces y con más familiaridad.

Pues, con este tan gran favor, ardía ella en el amor del Esposo y desprecio de sí misma y maltratamiento de su cuerpo, haciéndose un holocausto vivo, muriendo a todas las cosas del mundo y viviendo a solo Dios sin tratar de otra cosa noche y día. Creció aun más este amor con otro aparecimiento, en que el Esposo le declaró el grande amor que le tenía. Por tanto dijo Él: «está firme en mi amor, porque esto principalmente quiero de ti, y sufre con mucho gusto toda adversidad, por amor de mí, porque determino de hacer una cosa nueva en ti». Esta cosa nueva, que aquí el Esposo prometió a esta virgen, entendemos que es la imprisión de las llagas, la cual fue, según la cuenta del tiempo, denunciada dos años antes. Y, no contento el Esposo divino con esta preparación, pasados estos dos años, la privino con otra. Porque el año de 84, siendo ella ya perlada, quince días antes de la fiesta de San[to] Tomás de Aquino, que cae a siete de marzo, la avisó que el día de este santo (de que ella es muy devota) le había de hacer una grande merced, sin declararle lo que era. Entonces ella, movida con la esperanza de esta promesa, pidió especial licencia al padre provincial, que entonces era, para apercibirse con la sagrada comunión; y así comulgó nueve días continuos antes de la fiesta señalada y, juntamente con esto, gastaba las noches en pedir al Esposo le concediese gracia para recebir aquella grande merced, para la cual Él la había apercibido.

Pues, por esta prevención y aparecimiento del Esposo, entenderemos cuán grande haya sido esta gracia; porque para los grandes dones y favores de Dios, quiere Él que procedan grandes disposiciones y aparejos. Y así vemos que apercibió Él a sus discípulos para la venida del Espíritu Santo, prometiéndosela muchas veces antes que viniese; y demás de esto quiso Él que diez días antes se aparejasen con oraciones continuas para ella.




IV. [Impresión de las llagas]

Llegado, pues, este día, a las cuatro de la mañana, estando ella en su celda en pie, puestos los brazos sobre la cruz, como lo acostumbra, esperando esta merced, vio su celda llena de claridad, y en medio de ella vio a Nuestro Señor, enclavado en una cruz, mirándola con ojos amorosos. Y salían de sus cinco llagas cinco rayos encendidos como fuego, los cuales con grande ímpetu, le hirieron el pecho con los pies y manos, estando ella con los brazos extendidos sobre su cruz; y fue el dolor que sintió tan grande, que le pareció morir. Y con la fuerza del dolor miró y vio en sí las señales que le quedaron en el pecho, pies y manos; y sintiendo grande pena en el andar, pidió a Nuestro Señor le diese fuerzas para eso, ya que era servido que quedase en aquel oficio. Y comunicóle Nuestro Señor tan grande suavidad en aquellos dolores que pudo andar sin aquella grande pena que sintía. Mas el día siguiente, confesándose para comulgar, estuvo hecha un río de lágrimas, lamentándose por verse así tan señalada, recelando como verdadera humilde las alabanzas y también las importunidades de visitas que de aquí se habían de seguir. Mas el padre que oía su confesión, después de muchas razones, la quietó un poco, diciéndole aquellas palabras que el Salvador dijo a San Pedro, cuando se excusaba del lavatorio de los pies: lo que yo hago no sabes tú agora, mas saberlo has después. Y sin dubda esto cabe decirse en esta obra por algún fruto que en muchas personas, mayormente en monesterios de monjas, se ha seguido de la noticia de ella, porque con esto se han movido al amor y servicio de un tan noble Esposo que tienen, el cual tan magníficamente sabe y puede honrar a sus esposas. Mas después de esta merced, la visita el Esposo muy a menudo y le hace otras muy especiales mercedes. Y las heridas que en estas partes tiene, dice ella que parecen ser penetrantes, porque siente dentro mayores dolores que de fuera, porque, si en ellas tocaren recio, le parece que se abrirán; y el dolor todo es de dentro, y en lo de fuera tiene tan gran ardor, que no consiente tocarle nadie. Esto dijo la virgen antes que le diesen los clavos. Porque, no contento el Esposo con esta merced tan grande, el día de la Exaltación de la Cruz del año de 1584, comenzaron a nacerle clavos en medio de las manos y llagas que pasan de parte a parte, y han ido creciendo hasta agora. Y en torno de estos clavos está un círculo como una rosa de color de un rubí, aunque más claro, que los hermosea. Y vese esta rosa de la banda de la palma de la mano y de la otra; de modo que así como los pintores, después de haber pintado una perfecta imagen en una tabla, la adornan con una guarnición de oro o de otra cosa con que está cercada la imagen, así el Esposo celestial adornó estos clavos con estas rosas hermosísimas, como una guarnición que lo cerca en torno, lo cual es cosa de tan grande admiración y hermosura que pone espanto y una manera de temor reverencial a todos los que los miran, aunque muchas veces los vean.

Mas en lo que toca a las llagas de los pies, se ha entendido por relación de la misma virgen una cosa digna de admiración. Y es que en estas llagas no hay más que un solo clavo de tal manera partido, que la mitad con la cabeza se ve en el un pie, y en el otro la otra mitad con la punta que sale en la planta del pie. Y por aquí se entiende que no fueron cuatro clavos (como algunos imaginan) sino tres con que Nuestro Salvador fue crucificado, porque no es de creer que Él representase esto en su esposa de otra manera de como Él lo pasó.






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Capítulo II

De lo que debemos filosofar sobre la imprisión de estas llagas



[Luz del cielo para considerarlas]

Agora será necesario pedir lumbre al Hacedor de estas maravillas, para filosofar sobre ellas; porque sin esta luz del cielo pasaremos por estas cosas sin saber ponderarlas y aprovecharnos de ellas, como les acaeció a los fariseos, los cuales por no haber merecido esta lumbre por su malicia pasaron por las maravillas que el Señor obró entre ellos, sin conocerle como lo había profitizado Esaías. Y para esto conviene presuponer que es particular beneficio de Nuestro Señor saber estimar y ponderar los beneficios que nos hace, y muchos tienen lo primero y no lo segundo, a los cuales por ventura fuera mejor no haber recibido los beneficios que recibirlos y no saber estimarlos, ni conocer al dador por ellos. Lo contrario de lo cual tenían los apóstoles, como lo muestra San Pablo, cuando dice: nosotros no habemos recibido el espíritu de este mundo, sino el de Dios, por cuya virtud sabemos estimar las mercedes que nos ha hecho. Pues este espíritu de Dios y esta lumbre nos es agora necesaria para saber filosofar en esta tan señalada obra. Y primeramente se nos ofrece aquí una grande admiración de la mesma bondad y caridad de Nuestro Señor para con los hombres, pues, siendo Él quien es, ha querido comunicarse tan familiarmente a una tan baja criatura como es una pobre mujercita. Esto es: que aquel que es Señor de todo lo criado y resplandor de la gloria del Padre, a quien sirven los ángeles y adoran las dominaciones, y alaban las estrellas de la mañana, ante cuyo acatamiento tiemblan las columnas del cielo y en cuya presencia toda esta tan gran máquina del mundo es como una gota del rocío de la mañana, pues que este tan gran Señor, que es gloria y bienaventuranza de los ángeles, haya querido comunicarse tan familiarmente a una criatura suya, que la vistiese de sí mismo, comunicándole las insignias gloriosas de su pasión (que Él trae estampadas en su misma carne para gloria de sus triunfos) ¿qué cosa puede ser de mayor dignación y admiración?

Cosa es ésta bastante para suspender y robar los ánimos de los hombres que tienen aquella lumbre y espíritu de Dios, que poco ha dejimos. Y así le acaeció a un religioso anciano de grande virtud, autoridad y experiencia en cosas divinas y humanas, el cual, al tiempo que esta obra se devulgó, fue a visitar a esta virgen y, viendo las llagas de las manos, fue tan grande su admiración y espanto, que cayó en tierra como atónito de ver las insignias del Señor de todo lo criado en una criatura humana; y él mismo dijo que, ni cinco días después de esta vista, andaba tan absorto en este pensamiento que de día y de noche otra cosa no podía pensar. Él hoy día es vivo y es testigo de esta verdad.

Ni es esto mucho de maravillar, pues habemos visto que muchos hombres en letras y Teología, así de Castilla como de la Andalucía, han caminado, unos sesenta y otros cien leguas de ida y otras tantas de vuelta por solo ver estas preciosas señales de nuestra redención en las manos de una mujer; y, después que las vieron, quedaron tan maravillados, edificados y consolados, que dieron por bien empleado el trabajo del camino pasado, aunque fuera de muchas más leguas. Y no es esto de espantar, porque si la reina Saba vino de tan lejos tierra por oír la sabiduría de Salomón ¿cuánto más se debe caminar por ver en una flaca mujer impresas por mano del mesmo Hijo de Dios las señales de las llagas con que fue redimido el mundo y vencido el demonio y abiertas las puertas del reino del cielo?

Mas para tener el sentimiento que esta obra merece, debemos todos pedir a Nuestro Señor su espíritu y su luz, para que, maravillándonos de la imprisión de sus llagas en esta virgen, nos maravillemos mucho más de haberlas Él querido padecer por nosotros; ni tengamos por cosa increíble haber comunicado Él estas gloriosas señales a los hombres, pues no tuvo Él por cosa extraña padecerlas en sí mismo por ellos.

Para entender lo demás que en esta materia podemos filosofar, habemos de presuponer que el Salvador no sólo imprimió en esta virgen las señales de sus llagas, sino también los dolores de ellas, los cuales ella padece todos los días, y señaladamente en miércoles y jueves, y mucho más en los viernes, y más particularmente dende las nueve hasta la una, cuando el Señor expiró en la cruz. Mas cuán grandes sean estos dolores, al fin del libro segundo queda declarado.




[Memoria del mayor beneficio del Señor]

Pues lo que sobre esto se debe considerar es acordarnos que el mayor beneficio que Nuestro Señor ha hecho y hará y puede hacer a los hombres ha sido encamar y padecer por ellos. Antes digo que cuantos beneficios tiene hecho en cielos y en tierra son como una cifra en comparación de éste, pues todos ellos no le costaron más que un solo quiero; pero éste le costó la vida con treinta y tres años de trabajos, y con todos los demás dolores, enjurias que intervinieron en su pasión. Pues ¿qué tienen que ver todos los otros beneficios por grandísimos que sean con éste? Porque en aquellos beneficios no hizo Él cosa peregrina y contraria, sino muy conforme a la naturaleza de su bondad, que es sumamente comunicativa de sus bienes. Mas en esto todo lo que padeció fue extraño, todo ajeno de la gloria de la divinidad, atinque no de su bondad. De lo cual se infiere que, por razón, mucho más deben a este Redemptor los hombres que los ángeles, pues no hizo por ellos, lo que por los hombres, como dice el apóstol. Siendo, pues, esto así, no se contentó este Señor con que sepamos por fe y testimonio de los evangelistas lo que padeció por nosotros, sino quiere que haya personas en su Iglesia que por expiriencia hayan probado la grandeza de estos dolores, y no un solo día, sino muchos días en la vida, para que ellas sientan y den noticia a otras de lo que deben a un Señor que por tal medio los redimió, porque cuanto fuera mayor el conocimiento experimental de sus dolores, tanto conocerán haber sido el beneficio mayor, por haber sido tan costoso.

Pero el fruto que de esta consideración quiere Nuestro Señor que saquemos es conocer lo mucho que le debemos por lo mucho que por nuestro remedio padeció; pues por este título le debemos más que los ángeles. Y pues ellos, por los bienes de gloria y gracia que les fueron dados, nunca cesan de alabarle y darte gracias eternalmente por ellos, ¿qué gracias le deben dar todos los escogidos, pues, demás de estos mismos bienes que les comunicó, dio la sangre y la vida por ellos?

Y porque este beneficio oscurece con la grandeza de su resplandor todos los otros por grandes que sean, quiere que dejemos a tiempos de pensar en ellos y que todo nuestro pensamiento, amor, y estudio se emplee en la consideración de éste, y así dice por Esaías, que nos acordemos de las obras pasadas y de los beneficios antigüos, porque Él determina hacer otras cosas nuevas, en las cuales quiere que se ocupe todo nuestro ejercicio y pensamiento, no sólo por ser más grande, sino también por ser mayor el fruto que de esta piadosa consideración se nos ha de seguir.




I. [Honra y beneficio grande]

Demás de esto debemos aquí considerar la grandeza de la honra y beneficio hecho a esta virgen, porque cónstanos que la mayor gloria que tiene el Hijo de Dios humanado es haber sido redemptor del mundo mediante las cinco llagas que recibió en la cruz. Porque, aunque cualquiera de las otras obras de su vida santísima fuesen bastante medio para redimir el mundo, pero ésta fue la que señaladamente dispuso para este fin. Por la cual triunfó de tres capitales enemigos nuestros, que son el pecado, la muerte y el príncipe de este mundo, derribando por medio de sus discípulos sus templos y altares, donde él era adorado. Y triunfó del pecado satisfaciendo con el sacreficio de su muerte por todos los pecados del mundo y mereciéndonos gracia para vencerlos, como lo vencieron y vencen con esta gracia todos cuantos santos hay en el mundo, viviendo muchos inocentemente sin pecado, y otros haciendo verdadera penitencia de él. También, muriendo Él, mató nuestra muerte y darnos ha la resurrección general, vida eterna, en que no tenga ya más jurisdicción la muerte que agora reina en el mundo. Y, demás de estos enemigos, triunfó del infierno, saqueándolo y librando los santos padres que dende el principio del mundo estaban aguardando por este día. Y triunfó también del cielo abriendo aquellas puertas eternales que desde el mismo tiempo estaban cerradas aun a los grandes santos.

Pues no era razón que triunfos tan gloriosos quedasen sin señales que los representasen, pues vemos que los reyes y señores y emperadores de la tierra, cuando vencen y triunfan en las batallas, hacen labrar en sus reposteros las imágines y figuras de sus triunfos. Mas nuestro verdadero Rey no quiso que en tan baja materia se estampasen las señales de sus triunfos, sino en sus sacratísimos pies y manos y costado, para gloria de estos triunfos, y para muestra de su amor, y para memorial perpetuo de este beneficio, no sólo en esta vida, sino mucho más en la venidera. Porque en la presente tenemos para esto por memorial el Santísimo Sacramento de su cuerpo y sangre que para ello fue instituido hasta que venga a juzgar el mundo (como dice el apóstol). Mas en la venidera, que no ha de haber este divino Sacramento, servirán de memorial estas preciosas señales, para que, cuando los escogidos las vean, ardan en amor de este clementísimo reparador, considerando que por aquellas preciosas llagas recibieron tan grandes beneficios. Porque por ellas fueron redimidos y perdonados y fortalecidos contra el pecado; por ellas fueron predestinados, justificados y glorificados; por ellas fueron reconciliados con Dios y librados de la tiranía de satanás, y de esclavos del demonio, hechos hijos de Dios y herederos de su reino. Pues ¿qué bendiciones darán entonces a estas preciosísimas llagas que fueron para ellos puertas del cielo, ventanas de paraíso, fuentes de amor, estímulos de todas las virtudes y prendas de la vida eterna?

Pues, volviendo al propósito, como ser redemptor del género humano mediante estas preciosas llagas sea la mayor gloria y honra que tiene el Hijo de Dios, en cuanto hombre, haberle comunicado Él estas llagas a esta virgen es haberle comunicado, en su manera, la imagen y figura de la mayor gloria y honra, que Él tiene; para lo cual tenemos ejemplo en el rey Asuero, el cual, pretendiendo honrar a un cierto hombre, preguntó a un gran privado suyo qué podría hacer algún rey si quisiese honrar mucho a algún hombre. Entonces el criado, creyendo que ninguno otro era en el reino a quien el rey quisiese honrar sino a él, extendió en esto las velas cuanto pudo y no halló otra honra mayor que mandar el rey poner en la cabeza de aquel hombre su corona real y vestirle las mismas ropas y insignias de rey. Esta pareció a aquel corazón ambicioso la mayor honra que un rey podía hacer a su vasallo. Pues ¿qué podemos decir aquí sino que esta misma manera de honra hizo el Rey del ciclo a esta virgen poniéndole en la cabeza su corona de espinas y adornando su cuerpo con las mismas insignias del suyo? Pues por aquí entenderemos la disposición del ánima de esta virgen, porque por la transformación de su cuerpo entenderemos la de su espíritu, pues más cuenta tiene Nuestro Señor con lo espiritual que con lo corporal. Y, pues Él transformó el cuerpo de esta virgen en la imagen del suyo, mucho más conformaría el espíritu de ella en el espíritu suyo, para que le pareciese tanto en el espíritu como le parecía en las llagas del cuerpo, puesto caso que lo uno y lo otro procedió del mesmo dador, el cual da las honras y también da los méritos y virtudes con que se alcanzan.

Procediendo más en esta filosofía vemos que fueron también estas llagas muestras del gran amor que el Esposo celestial tuvo a esta virgen, de lo cual es argumento haberla querido vestir y adornar con estas gloriosas insignias que Él trae estampadas y impresas en el sacratísimo cuerpo, para gloria, como está dicho, de sus triunfos. Y que esto sea indicio y testimonio del especial amor que Él tiene a esta su esposa, muéstranoslo el ejemplo en Jonatás, hijo del rey Saul, el cual, viendo venir a David victorioso de aquel desafío que tuvo con el gigante Golías, trayendo la cabeza de él en sus manos, le tomó tan grande afición que le amaba como a su propia vida; y en señal de este amor, dice la Escriptura que se desnudó de sus vestiduras hasta el talabarte y la espada y el arco, y vestió a David con ellas, de suerte que de la grandeza de este amor procedió no consentir que un tan grande amigo anduviese tan mal vestido, sino que anduviese ataviado con vestiduras de hijo de rey. Pues según esto ¿de qué otra causa procedería haber vestido el Hijo de Dios a esta virgen de sus proprias insignias, sino del grande amor que le tuvo por el cual la quiso así adornar y hermosear con ellas? Y pues este rey no es amador apasionado (a quien lo feo parezca hermoso), sino muy discreto, parece que en la virgen había pureza y hermosura merecedora de este tan grande amor, y que juntamente habría en su corazón correspondencia de amor a tal amor.

Es también para mí, causa de grande admiración la edad de esta virgen, porque si ella tuviera la edad de Ana, la profetisa del evangelio, la cual después de siete años de casada, hasta los ochenta y cuatro de edad nunca se apartaba del templo, sirviendo con ayunos y oraciones día y noche, cierto no me maravillara tanto que a tal edad tales méritos y tales ejercicios de tanto tiempo, se comunicara esta gracia. Mas comunicarse a una doncella de tan poca edad esto me pone mayor admiración y me hace creer que se dio gran priesa y sirvió con grande fervor de amor la que en tan poco tiempo tanta tierra ganó.

Ni se debe echaren olvido, que en la misma edad de los treinta y tres años, en los cuales padeció el Salvador sus llagas, recibió esta virgen las suyas, de manera que aun hasta esto quiso el Esposo celestial hacer esta su esposa semejante a sí.

De lo dicho podremos sacar un documento importante para los deseosos del amor divino, para lo cual es mucho de notar la común doctrina y sentencia de teólogos, los cuales dicen que este divino amor señaladamente crece con actos y deseos de ese mismo amor, cuando son vehementes y fervorosos; y tales parece que eran los de esta virgen, pues en tan poco tiempo aprovechó tanto de manera que, como el que hinca un clavo en una tabla, más lo arraiga con tres o cuatro martillazos grandes que con muchos pequeños, así la vertud de la caridad más se arraiga y crece en el ánima, con estas obras diligentes y fervorosas que con otras muchas flojas y remisas. Y por esto tantas veces nos encomienda Salomón en sus Proverbios el trabajo, fervor y diligencia en el servicio de Dios (como arriba dijimos) por el grande fruto que de este estudio y diligencia se sigue. Y conforme a esto, después de haber contado los grandes daños que se siguen de la flojedad y negligencia, concluye esta sentencia diciendo: si sacudieres de ti la pereza y negligencia, será tan copiosa la mies y abundancia de tus virtudes como una fuente de que siempre mana agua; y la esterilidad y pobreza de los bienes espirituales estará muy lejos de ti.




II. [Los dolores de las llagas no impiden la devoción ni el alegría de la suavidad espiritual]

Acerca de los dolores de estas llagas, podrá alguno preguntar si la fuerza de este dolor impide la suavidad de la devoción, pues San Bernardo, entre cuatro impedimentos de ella, cuenta los dolores del cuerpo. A esto responde nuestra virgen que este dolor no solamente no impide la devoción, mas antes la acrecienta, porque el dolor es de compasión, la cual nace del amor y éste enciende más la devoción.

Preguntará también si con estos dolores se compadece el alegría de la suavidad espiritual, por parecer que esta alegría no se compadece con la fuerza de estos dolores. A esto me respondió la virgen diciendo que los dolores por el Esposo, no impidían el alegría de esta suavidad. Para entender esto se ha de presuponer que el amor, cuando es grande, transforma al que ama en la cosa amada, de tal modo que todos los afectos y sentimientos que tiene el uno tiene el otro, como lo vemos en la madre que ama mucho a su hijo, la cual todos los bienes y males de su hijo tiene por suyos propios y así se alegra con lo que él se alegra, y se entristece con lo que él se entristece. Pues según esto, como esta virgen esté en cuerpo y ánima transformada en el Esposo, en el cuerpo con las llagas y en el ánima con el amor, de aquí procede que como Él se agrada tanto con los dolores y trabajos padecidos por su amor, (según está dicho), que ella también se ha de alegrar con lo que Él se alegra, y tomar contento con lo que Él lo toma, aunque a la carne duela, porque la suavidad del amor hace suave el dolor, como lo enseña San Agustín hablando con el penitente, a quien dice: duélete y alégrate de ese dolor por el bien que te hace. Pues por aquí se entenderá la causa de la alegría de esta virgen: de este mismo amor nace un grandísimo deseo de agradar al Esposo, y porque se entiende que una de las cosas que más le agradan es padecer dolores y trabajos por su amor, de aquí nace un gran deseo de ellos, y así no pueden dejar de alegrarse, cuando los padecen, por cumplírseles este deseo, pues como dice el sabio, es árbol de vida el cumplimiento del deseo. De esta manera se alegraban los apóstoles después de muy bien azotados, por haber sido merecedores de padecer injurias por el Señor, que tanto amaban. Y para mayor declaración de esto usaré aquí de un ejemplo del amor sensual, porque éste a veces nos sirve para declarar la condición del amor espiritual, como se ve en el libro de los Cantares. Vino a mí una persona tentadísima de la afición de otra, para que yo le proveyese de algún remedio porque la tentación era grandísima. Yo, entre otros remedios, lo aconsejé que castigase reciamente su cuerpo con disciplinas, para que con los dolores del cuerpo mitigase los ardores de la carne, como acaeció a San Benito. A esto me respondió que ya lo había hecho, y que no solamente no se le apagaba el fuego que en su pecho ardía, sino que antes se acrecentaba, acordándose por quien se disciplinada. Tanto puede el espíritu de la fornicación, el cual con su bafo infernal inflama las brasas de nuestras pasiones, como se escribe en Job. Pues si tanto puede el amor que sopla el espíritu malo, ¿cuánto más podrá el que sopla y hace arder el Espíritu Santo, que es el mismo fuego de amor, el cual arde tanto en el pecho de esta virgen que no se puede apagar con el agua de los dolores, antes crece en ellos?






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Capítulo III

De otros favores que hizo nuestro señor a esta virgen tocantes a la Sagrada Pasión



[Los clavos]

Mas no paran aquí los favores del Esposo, sino pasan adelante con nuevas insignias, porque el día de la Exaltación de la Cruz, de 84, quiso que le naciesen clavos, en medio de las llagas de pies y manos, hechos de la misma carne, que penetran de parte a parte, de manera que se ve la cabeza del clavo de color de hierro en la palma de la mano, y la punta en la parte contraria, lo cual no sin grande admiración vemos todos y ven sus monjas cada día.




[Cinco gotas de sangre]

Mas otro mayor favor y más admirable y nunca hasta hoy visto ni leído, le hizo el Esposo el día de la Invención de la Cruz, y ambas cosas en el mismo año. Y ésta es que todos los viernes le salen de la llaga del costado cinco gotas de sangre, puestas por orden en una perfectísima figura de cruz, y cada gota de sangre es redonda poco mayor que una lenteja; y para recogerlas pone ella encima de la llaga un lienzo, el más delgado y más usado que puede hallar, doblado con cuatro dobleces, los cuales todos penetran estas cinco gotas y pasan de parte a parte, de modo que cada viernes salen cuatro paños de éstos, y agora que está ella flaca no salen más de tres, y comienzan a manar estas gotas dende las nueve del día hasta la una, cuando crecen más los dolores.

Antes que pasemos adelante, me pareció notar en esta obra cuatro cosas que confirman la fe de nuestra redención. La primera es salir sangre fresca de llaga vieja. La segunda es salir en viernes, y a la hora susodicha, que es el día de la Sagrada Pasión y no en otro día. La tercera, salir cinco gotas y no más, que nos representan las cinco llagas del Redentor. La cuarta es la más admirable que es: de una llaga larga, que tiene figura de lanzada, salir estas cinco gotas en perfectísima figura de cruz.

Sobre esto puede el cristiano lector filosofar lo que Dios le enseñare. Yo no sé filosofar, sino espantarme de cosa tan admirable, ni se me ofrece otra cosa, sino querer Nuestro Señor que de la llaga del costado saliese la sangre, que de las otras llagas (si fuera cosa decente) hubiera de salir.




[Vestidura colorada]

Y como si todo esto fuese poco, le añadió el Esposo otra cosa admirable, que es una vestidura colorada, en lo cual parece querer el Esposo que represente la esposa en sí aquella púrpura, de que los soldados del presidente Pilato, vestieron al Salvador por escarnio cuando le pusieron la corona de espinas; y así las cinco gotas de sangre susodichas y esta vestidura me están representando haber querido el Esposo hacer esta esposa suya semejante a sí en los principales pasos de su Sagrada Pasión, para que, viéndose por todas partes cercada y adornada con estas gloriosas insignias, ande siempre absorta y transformada en Él, para que por aquí entendamos todos los fieles hasta dónde se extiende la amistad y familiaridad de Nuestro Señor Dios para con sus criaturas.

Mas agora declararé de la manera que esta vestidura le fue dada. Estando esta virgen en su celda por la mañana después de maitines, con grande soledad y deseo de su Esposo, tuvo esta visión: aparecióle el Esposo muy claro y hermoso y lleno de toda la gracia; venían con él Santa María Magdalena y Santa Catalina de Sena, y traían en las manos un vaso de oro muy fino, el cual hinchió el Esposo de sangre de su divino pecho; y las santas desnudaron a esta virgen y lavaron en aquella sangre con la cual quedó tan alba como la nieve; y decíale el Esposo que estaba así muy hermosa, y vestíala de una túnica de carmesí de grande resplandor y hermosura, la cual ella ve todos los viernes y fiestas de Nuestro Señor y de Nuestra Señora; y, aunque los otros días no la ve, todavía siente que la tiene, mas ninguna otra persona la ve si no es por particular concesión de Nuestro Señor. Lo cual ella, siendo importunada, alcanzó por oraciones que algunas personas la viesen, entre las cuales fue una el Señor arzobispo de Lisboa, don Miguel de Noroña, el cual testificó esto con juramento; y viola también después de él el confesor de ella, el padre maestro Fray Pedro Romero; y antes de éstos la había visto Fray Antonio de la Cerda, provincial de esta provincia, y todos los tres dan testimonio de lo dicho.

Y cuando el Esposo le dio esta vedidura, le dijo; «mira no la ensucies». Y preguntándole yo qué entendía, por aquella palabra, «mira no ensucies esa vestidura», respondió que lo que entendía era vivir con grande cuidado de conservar la pureza que con aquel lavatorio de la sangre del Cordero se le dio, procurando no desmandarse en alguna culpa por pequeña que fuese. Y contóme un padre confesor suyo que, estando ella hablando con él, ofreciósele que había hablado una palabra desmandada y súbitamente resolviendo sobre sí, dijo: «ay; ¿qué dije?» y luego se arrebató. Lo cual he dicho para que por aquí se entienda el cuidado que tiene de su pureza y el sentimiento que le queda si en algo se desmanda.




I. [Recapitulación. La transformación del espíritu por la meditación de la Pasión]

De lo que hasta aquí hemos dicho se colige de la manera que el Salvador procedió con esta virgen para adornarla con las insignias de su Sagrada Pasión, porque primero comenzando por la cabeza, la adornó con la corona de espinas que con su mano le puso y con los dolores de ella; después de esto, la hirió con la llaga de su sagrado costado; mas no quiso que esta fuese sola, porque, siendo ella agradecida a este beneficio y alargando Él por eso la mano liberalísima de su misericordia, añadió a esta llaga las demás, ensanchando y haciendo mayor la que ya le había concedido; y después añadió los oplavos de color de hierro en esas mismas llagas de pies y manos; y sobre todo esto añadió otra cosa no menos admirable, que son las cinco gotas de sangre, que manan de la llaga del costado, de la manera que dejimos. Y, como si todo esto fuera poco, acrecentó esta vestidura de escarlata para que, ya que le había dado la corona de espinas, lo diese también la púrpura que los soldados le vestieron por escarnio.

Pues ¿qué otra cosa nos representa esta variedad de las insignias de la Sagrada Pasión, sino querer el Esposo celestial que, viéndose esta su esposa, por tantas partes cercada de estas gloriosas señales de su Sagrada Pasión, anduviese siempre absorta en ella, reconociendo la grandeza de este beneficio de nuestra redempción, en cuya comparación todos los otros beneficios divinos son como sombra, según arriba dejimos? Y lo que el Esposo quiere de esta virgen, quiere también de todos los fieles en su manera, pues todos ellos fueron rescatados por el mismo precio.

También entendemos por esta transformación del cuerpo de esta virgen en la imagen del cuerpo de Cristo, la transformación de su espíritu en el espíritu de Cristo, que es de mayor dignidad. Porque poco valía la transformación del cuerpo, si no se juntara con ella la del espiritu; ni había conceder el Esposo la una sin la otra; antes de la más excelente que es la interior del espíritu se siguió la exterior que vernos en el cuerpo; y, si nos pone grande admiración cata corporal, que vemos, mucho mayor nos la pondría la espiritual, si la viésemos; porque ¿qué espectáculo habría en el mundo más hermoso que ver un espíritu humano, semejante al espíritu divino? Tal era el espíritu del apóstol cuando decía: vivo yo, ya no yo, porque vive en mí Cristo.

Al fin de esta materia no callaré una de las causas por la cual el Esposo celestial adornó esta su esposa con todas estas señales de su Sagrada Pasión, y esta fue haber sido ella todos los días de su vida, desde su nacimiento, devotísima de este misterio, aprovechándose para esto del Libro de la oración y meditación, en el cual estaban repartidos los pasos principales de la Sagrada Pasión, por los días de la semana. Y con este ejercicio fue siempre creciendo tanto en la devoción de este misterio, y es tan casada con él, que por esto llama a la cruz su esposa; y ella mesma trae en el seno muchas cruces chiquitas, que con grande alegría y devoción llama sus espositas, como arriba dejimos. Y por esto no es maravilla que el Esposo estampase las insignias de su Pasión en el cuerpo de esta virgen, pues ella las traía estampadas y impresas en su corazón, el cual tiene en esta parte tan sensible y tan tierno que muchas veces abrazando la cruz queda fuera de los sentidos, así como cuando toma el cáliz en las manos, según arriba dijimos. Y, si en común plática se dice alguna palabra tierna tocante a este misterio, hace lo mismo, o no consiente ir la plática adelante, porque no se lo sufre el corazón. Y así, diciéndole una vez su padre confesor que Nuestro Señor regaba la planta de las virtudes en las ánimas de sus siervos con su sangre, acudió ella a gran priesa diciendo: «no más, no más que moriré», y luego quedó arrebatada. Pero lo que más declara el sentimiento intrañable que ella tiene de este misterio es que los tres días de la Semana Santa, en que la Iglesia representa los dolores de la pasión y muerte de su Esposo, viene esta virgen a quedar tan traspasada de compasión de los dolores de su Esposo, que en todos ellos no puede comer bocado, como ya dejimos.

Esta doctrina es razón que mueva a los corazones de los fieles redimidos por tan grandes dolores, a tener cada día un pedazo de tiempo diputado para la consideración de este sumo beneficio, porque no es razón que se nos haga dificultoso de padecer por la ajena; y porque del fruto y mérito de este santo ejercicio y del modo con que se debe ejercitar habemos ya tratado en el Libro de la oración y en el Vita Christi, a estos lugares remito al cristiano lector que esto quisiere saber.






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Capítulo IV

De la causa de la publicación de las llagas de esta virgen



[Una gran dificultad]

Quédanos al fin de esta materia una gran dificultad para cuya inteligencia será necesario pedir lumbre al que es Padre de las lumbres. Y para esto conviene presuponer que ha tenido y tiene hoy día Nuestro Señor en su iglesia algunas personas de excelente santidad y pureza, a las cuales ha dado a sentir en sus pies y manos parte de los dolores que Él padeció en las suyas, sin haber señales de fuera; y esto para darles a conocer la inmensidad de su bondad y caridad para con los hombres, y encenderlas más en el amor de quien por tan caro precio las compró; y en esta cuenta entra Santa Catalina de Sena, a la cual por espacio de una semana dio Nuestro Señor a sentir estos dolores con tanta fuerza que ni ella, ni sus discípulos creyeron que le fuese posible vivir. Y con todo esto no le dio exteriormente las señales de estas llagas, por haber pedido ella esto con grande instancia. Pues, siendo esto así, hay razón para preguntar por qué causa el Esposo celestial, que a veces da parte de estos dolores sin señales exteriores quiso señalar esta virgen con estas insignias públicamente en las palmas y vueltas de las manos. Y (lo que más es) con unas rosas tan grandes en medio por ambas partes y de tan hermoso color que de muy lejos están resplandeciendo con su clavo de color de hierro en medio; y espantan y mueven los corazones de quien las ve. Porque aunque esta virgen tenía, años había, la corona de espinas y la llaga del costado, que estaban en lugares secretos, ella las encubría con tanto recaudo que sus monjas no lo sabían, aunque alguna lo barruntaban; mas de tal manera, que lo uno y lo otro estaba secreto. Mas, después que el Esposo quiso sacar este negocio a plaza, poniendo las llagas en los lugares, y con los colores susodichos, claramente dio a entender que quería que estas obras y favores suyos se publicasen, porque el Santo Oficio no había de dejar de hacer sus diligencias, en cosa tan nueva y tan extraordinaria, mayormente siendo razón que nuestro Príncipe Cardenal, como legado de Su Santidad, le diese cuenta de cosa tan señalada y de que ya por todo el mundo se hablaba. Y por esto mandó que el Santo Oficio hiciese diligente examen de la vida de esta virgen y de los favores que de Nuestro Señor había recibido; y por esta causa vino a estar el negocio más público y más auténtico de lo que hasta entonces estaba.

Siendo, pues, esto ansí y constándonos que así la impresión de las llagas como la publicación de ellas fue por consejo y voluntad de Nuestro Señor, hay razón para preguntar, qué es lo que su divina sabiduría pretendió en esta publicación. Yo por mi parte confieso que no seré tan loco ni tan atrevido que quiera yo por mí ni alcanzar ni aun escudriñar los consejos de Dios, pues está escripto: ¿quién podrá entender el sentido de Señor, o quién fue su consiliario?




[Renovar en este tiempo la memoria de su Pasión por los pecados]

Con todo esto lo que se representa a mi poco saber es que quiso Nuestro Señor por este medio renovar en este tiempo la memoria de su Sagrada Pasión, y acordar a los hombres dormidos y desalmados que bajó Él del cielo a la tierra vestido de carne humana; y que en ella padeció los mismos dolores que jamás se han padecido, y finalmente muerte de cruz, y que todo esto padeció por desterrar los pecados del mundo y satisfacer a la divina majestad, ofendida por ellos. Y por este medio nos quiso dar a entender que el pecado es un tan grande mal, y tan ofensivo de la divina majestad, que con menor satisfacción que con la sangre del Hijo de Dios, no podía, por tela de juicio, ser descargado. Y así mismo quiso que entendiésemos ser tan grande el aborrecimiento que Él tiene al pecado que consintió en la muerte de su Hijo por matar y destruir el pecado, y que a ese mismo Hijo, infinitamente amado, no perdonó por haberse encargado de satisfacer por los pecados ajenos. Y así se acuerden de aquella terrible palabra del mismo Hijo que dijo: si así arde el madero verde ¿qué puede esperar el seco?

Todo esto y mucho más callando nos pedrica el mesterio de la cruz, lo cual es cosa bastante para que el cristiano que tiene fe de este misterio escogiese antes padecer mil muertes que cometer cosa tan aborrecible a Dios, y cuyo remedio tan caro costó al mismo Hijo de Dios.

Mas, con ser esto así, vemos innumerables hombres tan desacordados de este misterio, y tan zambullidos en todo género de pecados, y tan fáciles en cometerlos a cada paso y por cualquier ocasión como si todo lo que la fe predica de este misterio fuese fábula del mundo, porque ninguna cosa menos hacen creyendo lo que creen, que si nada de esto creyesen.

Digo, pues, agora que así como el Salvador mandó a los apóstoles que cuando no fuese su doctrina recibida en algún lugar, se descalzasen los zapatos y sacudiesen sobre él el polvo que se les había pegado, para que esto fuese argumento que por parte de Dios no les había faltado doctrina con que se pudiesen salvar, así parece haber querido este mesmo Señor, no solo imprimir, sino también publicar las llagas de esta virgen para renovar en este tiempo tan estragado la memoria de su Pasión, y hacer que los hombres se acordasen de lo que el Hijo de Dios padeció por desterrar del mundo una cosa tan abominable en sus purísimos ojos como son los pecados. Y de esto quiso que fuesen agora testigos y pedricadores las señales de las llagas de esta virgen, las cuales Él ha querido para este fin publicar por mar y por tierra. Porque es cierto que el más recio cargo que el día de la cuenta general se ha de hacer a los hombres es de la sangre del Hijo de Dios, como Él lo significó por San Juan diciendo: éste es el juicio de la condenación de los malos, porque vino la luz al mundo (que fue el Hijo de Dios) y amaron más los hombres a las tinieblas de los pecados, que la luz de la verdad, y para mayor condenación y desconsolación de los tales dice el Salvador que en el día del juicio parecerá la cruz en medio del ciclo, para que por ella declare Él que por su parte hizo lo último que se podía hacer para desterrar el pecado del mundo, que fue morir en cruz, y que ellos, por su malicia, no se despusieron para aceptar el perdón y el remedio, que Él con su sangre les había ganado. Este, pues, parece haber sido el fin de la impresión y publicación de las llagas de esta virgen, porque como antiguamente quiso Él que las sibilas denunciasen entre los gentiles la venida y pasión del Salvador, para que no toviese excusa su incredulidad, así quiso Él que esta virgen declarase entre los malos cristianos que este Señor era ya venido y padecido, para que no tuviese excusa su maldad.




[Las cinco gotas de sangre en figura de cruz]

Mas hay aquí otra cosa digna de grande consideración con que se declara más haber sido esto el intento susodicho de Nuestro Salvador. Porque de estas llagas no pueden tener noticia por vista de ojos todos los hombres, sino sólo por oídas, que es cosa que nos mueve poco; y; para suplir esto, quiso la divina providencia que todos los viernes, de dos años a esta parte, que se cumplen por Santa Cruz de mayo de 1586, manasen las cinco gotas de sangre en figura de una perfectísima cruz de la llaga del costado (según arriba lo declaramos), en el cual día salen cuatro pañitos con esta figura, porque penetran las gotas cuatro dobleces de lienzo que se ponen encima de esta llaga; y éstos andan repartidos por todas las partes de la cristiandad hasta Roma y Venecia y otras ciudades más remotas, y hasta las Indias y Japón donde han sido llevados, los cuales predican y testifican lo mismo que la publicación de las llagas susodichas. Y aunque estas cinco gotas principalmente salen al mediodía, que es cerca del tiempo que Nuestro Salvador expiró en la cruz, pero también tenemos experiencia de manar algunas veces en la tarde de ese mesmo día, porque dos padres de este nuestro monesterio fueron un viernes de éstos, sobre tarde, y le rogaron que pusiese encima de la llaga un paño doblado que llevaban; y, después de hablar un pedazo con ella, se lo pidieron, y, desdoblando, hallaron esta figura susodicha, en dos partes de él. Por haber penetrado las gotas de un doblez al otro. Y como yo supiese esto, fui el viernes siguiente a visitar la misma religiosa y pedíle que pusiese un pañito, que yo llevaba, sobre aquella llaga; y, a cabo de media hora que platicamos, lo sacó del seno y me lo dio, y hallé en él las mismas cinco gotas de sangre en la misma figura impresas; el cual traigo siempre conmigo y estimo en grande precio, por haber sido cosa que tan claramente me pasó por las manos. Y di gracias a Nuestro Señor porque me dejó ver un tan manifiesto milagro, que es cosa que yo mucho deseaba, no por curiosidad, sino por la admiración que causa una obra sobrenatural de Dios, notoriamente siendo éste un milagro que testifica el misterio de nuestra redempción. Porque conocido milagro es de una llaga tan larga como un dedo con figura de media luna salgan cinco gotas, todas de un tamaño, y en igual distancia una de otra, y con esta figura de cruz. Porque ser esto en día de viernes y no en otro, y cinco gotas y no más ni menos, y en figura de cruz, vese claramente: el día y el número y la figura de esto dan testimonio claro del misterio de la Cruz, que es el mayor de los que celebra la religión cristiana. Y no tengo éste por menor milagro que el de la impresión de las llagas, porque aquél hízose de una vez y queda para toda la vida, mas éste hácese cada semana, sin haber faltado ningún viernes, tanto tiempo ha como habemos dicho. Y ora esté ella enferma, ora sana y muchas veces sangrada, nunca falta este ordinario, donde vemos a Cristo (si decir se puede) hecho pintor; porque, como ésta sea cosa sobrenatural, sólo su pincel, o a quien Él lo diere, es poderoso para hacer esta maravilla, nunca hasta hoy vista en el mundo en cuanto está escripto de vidas de santos; y poco sentido tiene de las cosas de Dios quien no queda suspenso y admirado y aun atemorizado con esta maravilla.

Yo escribí en el capítulo pasado, que de esto trata, que no podía entender el propósito y causa de este misterio, y lo que la divina sabiduría aquí pretendía. Porque, si quería con esta figura impremir la memoria de este misterio en el corazón de esta virgen, bastaban las cinco llagas que tiene en su cuerpo y los dolores gravísimos que con ellas padece, los cuales bastan para que no haya olvidado donde hay dolor. Pues por esta razón me confirmo en creer que esta nueva demostración del misterio de nuestra redención no se hizo para renovar la memoria de esta virgen, sino para despertar (como dije) la de los hombres dormidos, que han echado en olvido cuán caro costó al Hijo de Dios y su remedio y cuán estrecha cuenta darán de no haber aprovechádose de él, ni aborrecido al pecado que Él por este remedio quiso desterrar del mundo. Lo cual sintió tanto nuestro Redemptor, que una de las causas que dan los santos de aquella agonía y subdor de sangre que derramó en la oración del huerto, fue ver cuán caro le costaba el remedio del mundo, y cómo muchos no habían de querer aprovecharse de tal medecina que no costó menos que la sangre y vida de Dios. Y de esto se queja Él a su Padre por el profeta Esaías, diciendo: «yo dije: en vano he trabajado, y sin causa he gastado mis esfuerzos y por tanto a Dios hago juez de mi causa, porque ninguna cosa dejé de hacer por mi parte que fuese necesaria para salvación de los hombres; y por tanto los que se pierden, por culpa suya se pierden, y no por falta mía». Y a este capítulo tan recio no tendrán los malos que responder el día de la cuenta, de lo cual les avisan estas gotas de sangre, que por toda la tierra van pedricando y testificando esta verdad.






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Capítulo V

De los grandes favores que Nuestro Señor hizo a esta virgen, [a]cerca del Santísimo Sacramento


Declarados los favores que Nuestro Señor hizo a esta virgen con las insignias de su Sagrada Pasión, síguese que tratemos de otros favores y gracias que le fueron concedidas, las cuales no podrá dejar de creer quien cree las que acabamos de decir, porque todo lo demás que se dijere o es menos que lo pasado, o cosa que se sigue de ello, porque tales previlegios y gracias como las susodichas no podían ser solas, sino acompañadas con otras muchas que les precediesen y las mereciesen, y otras que se siguiesen y las acompañasen.


[Suavidad del manjar divino]

Y primero diremos de las recibidas acerca del Santísimo Sacramento. Y para esto será necesario declarar en breve la grandeza de la suavidad que reciben con este manjar celestial las ánimas ya purgadas y limpias, como lo estaban la del Buenaventurado Padre San Francisco y Santa Catalina de Sena y otros santos, los cuales quedaban arrobados y fuera de sí, cuando comían este pan de los ángeles, por la grandeza de esta suavidad. Para la inteligencia de esto conviene presuponer que, como el hombre naturalmente sea muy amigo de todas las cosas que deleitan, la divina sabiduría, que dispone todas las cosas sabia y suavemente, viendo cuán amigo sea el hombre de cualquier gusto y deleite, puso éste en los manjares, para que con esto se moviese a comer y de esta manera se conservase la vida, la cual faltaría si el mantenimiento faltase. Mas agora es de saber que en el hombre justo hay dos maneras de vidas, y cada una tiene su manjar proprio con que se sustenta. De estas vidas, la una es corporal, que es esta que vemos, y la otra espiritual, que no vemos, la cual consiste en estar en gracia y caridad con Dios. La una de estas vidas tenemos común con las bestias, y la otra es propria de ángeles, la una es humana, y la otra divina; la una es de los hijos de los hombres, la otra es de los hijos de Dios; la una vida se causa de la presencia del ánima en el cuerpo, y la otra de la presencia del Espíritu Santo en la misma ánima, según lo que dice el apóstol: la caridad para con Dios, se ha infundido en nuestros corazones, por virtud del Espíritu Santo que nos es dado.

Siendo esto así, podrá juzgar el prudente lector cuál será el sabor y gusto que pondría el Criador en el manjar con que se sustenta la vida espiritual y divina, pues tantas diferencias de manjares suavísimos crió para sustentar la vida humana. Porque, como las obras de este Señor sean tan perfectas, necesariamente habemos de confesar que, cuanto es más excelente esta vida espiritual que aquella corporal, tanto ha de ser mayor el gusto y suavidad que puso en el manjar de esta vida, que el que puso en la otra. Y conforme a esto dice Santo Tomás que nadie podrá explicar con palabras la grandeza de la suavidad de este sacramento, porque en él se gusta la dulzura espiritual en su misma fuente, que es Cristo, fuente y mar de infinita suavidad, de la cual gustan más abundantemente quienes más purgado tienen el paladar de su ánima.

Siendo pues esto así, nadie debe extrañar lo que dijéremos de la hambre que esta virgen purísima tenía de este divino manjar, ni del alegría y consolación que con él recibe, ni de los favores singulares que del Esposo ha recibido con él, de los cuales refiriremos aquí algunos.




[Visión en el Corpus de 1583]

En el año de 1583, en la fiesta del Santísimo Sacramento, acabado el oficio de la misa (que este día se acaba a las nueve, porque la gente quiere irse a la procesión), habiendo esta virgen comulgado, tuvo un rapto que duró dende esta hora hasta las cinco y media de la tarde. En el cual espacio estuvo su cuerpo tan hierto y tan sin moverse, como si fuera de piedra mármol. Y en este espacio dijo ella que vio cosas que con ningunas palabras se pueden explicar aquí: vio a Nuestro Señor hermosísimo con el pecho abierto, en el cual le pareció que tenía el Santísimo Sacramento y de Él venía a su ánima una incomprehensible claridad. Y aquí le fue mostrado el infinito amor, con que el Señor había instituido este Santísimo Sacramento. Y sería imposible poder explicar ella lo que en aquel sagrado pecho vio. Estaba delante de Nuestro Señor, Santo Tomás de Aquino, puesto en contemplación y atónito de ver este grande amor. En este espacio se pasaron seis horas sin ver otra cosa alguno, y dijo la virgen, así como estaba rapta, estas palabras que le oyeron: «¿si yo dijese estas cosas tan admirables, quién las creería? Dígalas Santo Tomás». Y de ahí a un poco dijo: «amo y creo». Como si despertara de algún sueño vio toda la corte del cielo y a Nuestra Señora con muchos santos alrededor del Esposo. Díjole entonces Santa María Magdalena que esperase por las vísperas, las cuales fueron luego comenzadas por el rey David y oficiadas por Santo Tomás, todos cantaban con grande alegría, y llegando al verso que se canta después del himno que dice: Panem de coelo praestinisti eis, etc., dijéronle que lo había ella de decir con San[ta] Inés, virgen que allí estaba. En estas vísperas se pasó otra hora. Las madres del monesterio, que presentes estaban, no sabían en este tiempo qué consejo tomasen, porque por una parte recelaban mandarle por obidiencia que volviese en su acuerdo y sacarla de aquel paraíso de que su ánima tanto más gozaba, cuanto su cuerpo menos sentía, y por otra temían el peligro de su salud por ser ya muy tarde y estar ella sin desayunarse, siendo tan flaca y delicada. Mas, finalmente, venció esta parte, y la perlada le mandó por obidiencia que volviese en sí; y así volvió, no sin muchas lágrimas y dolor de verse privada de tan grande suavidad.

¡Cuántas cosas tiene aquí un devoto corazón de que maravillarse! Una maravilla es estar un cuerpo tan dilicado tantas horas sin menearse ni bullir pie ni mano; otra maravilla es el regalo que el Esposo hizo a esta su esposa mostrándole todas estas maravillas; y oyendo estas tan solemnes vísperas y teniéndola suspensa por tan largo espacio en la contemplación de cosas tan grandes; y entre estas maravillas no es cosa menos suave encomendar el verso que se dice después del himno a estas vírgenes, porque tales acólitos y tales versicolarios pertenecían para tales vírgenes y vísperas.

Pero la cosa más digna de considerar en esta materia es la grandeza del amor con que el Salvador instituyó este Santísimo Sacramento; porque amar es querer bien y hacer bien; y cuanto mayor es ese deseo y beneficio tanto nos descubre mayor amor. Pues, para entendimiento de esto, será necesario traer a la memoria todos los efectos de este Sacramento que son muchos y admirables, de que en otras partes habemos tratado; mas aquí tocaremos brevemente uno solo. Para cuya inteligencia se debe presuponer que todas las leyes divinas y humanas se ordenan a hacer los hombres buenos y bienaventurados. Lo uno como medio, y lo otro como fin. Mas los fines y los medios son diferentes en las leyes divinas que en las humanas; y, dejando las humanas, la summa de las divinas consiste en las dos cosas susodichas, que es hacer a los hombres buenos y bienaventurados. Para lo uno y para lo otro, sirve grandemente ese divino Sacramento, ca por virtud de la gracia y refección espiritual (que por él se nos dá), ayuda en gran manera a la santificación de nuestras ánimas, esforzándolas y renovándolas todos nuestros buenos propósitos y deseos. Y, con la grandísima suavidad que en él se dá a las ánimas purgadas y limpias, les comunica aquella manera de bienaventuranza, de que en esta vida gozan los amigos de Dios, muchos de los cuales llegándose a comulgar con cuerpos dibilitados y flacos, reciben tanta alegría y suavidad con el gusto de este pan de los ángeles, que se levantan de esta mesa esforzados y alentados, como si no hubiesen tenido flaqueza alguna, por la grande alegría que con él recibieron, la cual en las personas más diputadas es tan grande que las priva de sus sentidos. Pues en esto se ve la grandeza del amor con que el Salvador ordenó este Sacramento, por el cual se nos hizo este tan gran beneficio en que consiste la suma de toda la ley divina, como está aquí declarado. Vese también la grandeza de este amor en permetir este Señor ser tratado por mano de muchos indignísimos sacerdotes (que es como ser otra vez entregado en manos de pecadores), y todo esto sufre por el grande amor que tiene a las ánimas, porque no carezcan de este divino socorro.

Otro favor semejante a éste le hizo Nuestro Señor el año de 78, el miércoles de la Semana Santa, de que se hace mención en la relación hecha a su Santidad que atrás queda, y por eso no es necesario ponerse aquí.




[Visión en la fiesta de San Agustín]

Otra cosa memorable acaeció a esta virgen el año pasado día de San Agustín. En este día, estando ella enferma, había de ser purgada; mas no quiso por eso perder la ración cuotidiana de este pan celestial, para lo cual la víspera de este día mandó prevenir al capellán de las madres (que tenía licencia del perlado para comulgar), para que viniese muy de mañana a darle esta ración. Vino él a esta hora con un criado suyo, mas no era razón que tan alto Señor (ante cuya majestad tiemblan los poderes del cielo) viniese tan pobremente acompañado. Y así estando ella en sus sentidos, vio toda la Iglesia llena de ángeles con candelas encendidas en las manos, y el sacerdote venía debajo de un palio muy rico, cuyas varas traían cuatro ángeles muy hermosos, y a un lado venía el glorioso padre San Agustín vestido de una capa rica, acompañado con nuestro padre Santo Domingo y Santo Tomás, y al otro lado venía la sacratísima Virgen Nuestra Señora, acompañada de muchas vírgenes; lo cual todo veía esta virgen por la reja del coro bajo, y de ahí se llegó a la ventanilla de la comunión y recibió el Santo Sacramento de mano del sacerdote. Mas quedó ella de esta visión tan tomada y tan abrasada de amor, que suplicó al Esposo le diese fuerzas para poder levantarse de aquel lugar y ir a tomar la purga. Esta visión no fue rapto porque la virgen estaba en sus sentidos, mas el que es todopoderoso cría en el aire las especies y imágenes de lo que Él quiere representar, lo cual ni ven los que presentes están sino quien Él quiere que lo vea.

Y lo mismo que hizo este día madrugando muy de mañana para comulgar antes de tomar la purga, hace todas veces que se ha de purgar (que no son pocas, por sus muchas enfermedades). Y estando este mes de octubre de 85 tres veces sangrada (que para ella es mucho por ser de muy poquitas carnes; y estando tan dibilitada y flaca que temían todos sus devotos el peligro de su vida), no por eso dejó de levantarse muy de mañana para gozar de esta refección espiritual antes de la purga.

Ni tampoco deja en estos días de levantarse de noche a estar sobre su cruz en oración como suele; porque, como el comer es tan poco, así lo es el dormir; y con esto se junta la fuerza del amor divino que la despierta, y por esto no quiere desistir de sus acostumbrados ejercicios.




[Más favores divinos]

Otra vez, siendo de noche, oyó esta virgen la campanilla que va con el Santo Sacramento cuando lo llevan a algún doliente, y oyendo esto, quedó ella transpuesta por un rapto; y, preguntado por las religiosas qué había sido aquello, respondió que había ido a acompañar al Esposo que iba a casa de una mujer doliente, con el cual dijo que iba poca gente de la tierra, pero mucha del cielo. Otro día supieron las madres que era así como ella lo había dicho.

Después que el Esposo fue servido de honrar su esposa con las insignias de su Sagrada Pasión, danle licencia los perlados para que cada día reciba el Santísimo Sacramento. Y es tan grande la suavidad y la fuerza del amor, que con esta unión espiritual recibe (en la cual la esposa se junta con su Esposo donde se consuma este santo y divino matrimonio), que totalmente pierde los sentidos y queda por grande espacio alibiada hasta que por obidiencia la vuelven a ellos; y quédale el rostro tan devoto que mueve a los que lo ven a devoción, y a veces a lágrimas. Y dándole el cáliz envuelto en un lienzo, para que tome el lavatorio, apriétalo tan fuertemente con las manos, que no hay fuerza que se lo pueda quitar; y los dedos están tan apretados como si fueran de palo hasta que vuelve en sí; y a veces, aun después devuelta, le da otro ímpetu con que torna a arrebatar el caliz y apretarlo consigo. Y generalmente hablando, todas las veces que toma el cáliz en la mano queda alienada; y por esto, cuando el sacerdote pide el cáliz por la ventanilla de la comunión para decir misa, no se atreve ella a darlo por esta causa, sino manda a otra monja que lo de.

Mas no paran aquí los favores que tocan a este divino Sacramento. Añadiremos aquí otro. Siendo esta virgen de menos edad, un día de San Juan Evangelista, estando algunas religiosas para comulgar, le negó la perlada licencia para lo mismo; y, creyendo ella que esto se le negaba por sus pecados, estuvo aquel día derramando muchas lágrimas, parte (como decía ella) por sus pecados, y parte por lo soledad y deseo que tenía del Esposo. Mas Él no se pudo contener que no la consolase, porque el día siguiente, que era de los inocentes, fuese ella al coro muy de mañana y, puesta delante de la reja de él en oración enfrente del altar mayor, tuvo un rapto en el cual quedó fuera de los sentidos. Y, estando así, vio que se ponía recaudo en este altar para decir misa, la cual se decía solemnemente con sus ministros; y, cuando el sacerdote acaba la misa, los ministros, que estaban en la capilla mayor, le dijeron que había de comulgar; y volviéndose el que decía la misa para darle la comunión, volvió la virgen a sus sentidos y desapareció toda aquella visión; y vio venir una forma por el aire cercada de grande resplandor y púsosele en la boca, y sintió en su ánima con ella los mismos efectos y la misma suavidad que suele recibir con la sagrada comunión. Quien conociere la fuerza que tienen las lágrimas amorosas para con las entrañas piadosas de Nuestro Dios y Señor no extrañará esta merced y favor, porque no hay armas más fuertes para vencer el corazón del que ama que las lágrimas del amado, porque las armas del hierro hieren el cuerpo, mas las lágrimas de amor hieren en el corazón, como lo vemos en las lágrimas de la Magdalena que buscaba el cuerpo del Salvador en el sepulcro, por las cuales mereció, primero que los apóstoles, hallar vivo al que buscaba muerto. Por donde no es de maravillar que las lágrimas humildes y amorosas de esta virgen moviesen tanto al Esposo que le diese esta consolación, mayormente siendo verdad que, si la esposa tenía gran deseo de ir al Esposo, mayor lo tenía Él de venir a ella; pues, como se escribe en los Cantares, viene saltando los montes y los collados, tan ligero como un corzo a visitar su esposa. Queda agora por averiguar si esta forma fue tomada del sagrario o consagrada por la virtud y omnipotencia de Dios que todo lo puede; mas yo dejo la averiguación de esto para los más sabios o más curiosos.

Esto acaeció antes de la imprisión de las llagas, porque, antes de ellas, no le daban esta licencia tan continua, con lo cual ella padecía tan gran hambre de este divino manjar que de sólo ver comulgar a otras personas quedaba alienada. Y, quejándose al Esposo de su perlado por que le estrechaba tanto esta ración, Él respondió que se consolase, porque el que agora se la negaba, vendría a dársela por su mano. Y así se cumplió. Y la maldición que por esta causa ella echó al perlado que le estrechaba estas licencias fue diciendo: «plega a Dios que tal hambre padezca como yo quien así me hace padecer». Y diciéndole agora su padre confesor qué haría si no se diese la comunión sino en Goa, que está a cinco mil leguas de esta ciudad, respondió ella que sin dubda se pondría en camino para ir allá, por estar donde pudiese recibir este pan de los ángeles, lo cual cierto es para grande confusión de muchos cristianos, que estando en su mano poder gozar de este sumo beneficio, y para mucha mayor confusión de muchos sacerdotes que pasan muchos días sin celebrar (pudiendo cada día amontonar riquezas y tesoros de gracia que consigo trae este divinísimo Sacramento, para el que con limpia conciencia lo recibe), pierden todo esto por no tomar un poco de trabajo en disponerse para lo recibir. De los unos y de los otros se entiende lo que Salomón dice: esconde el perezoso las manos en el seno, y parécele gran trabajo llegar con ellas el manjar a la boca, y por esto anda tan flaco y tan resfriado en el amor de Dios, porque no recibe este Sacramento de amor. Porque dos cosas señaladamente hizo Dios para ser amado de los hombres. La una es hacerse visible y vestirse de carne, para que el hombre carnal, que no se acomoda a amar a Dios en el espíritu, lo amase vestido de carne, y porque, como se suele decir, a muertos y a idos no hay amigos, de tal manera se fue, que también se quedó con nosotros en este Santísimo Sacramento aposentado en todas nuestras iglesias, para que allí lo veamos y adoremos y hablemos con Él, y le presentemos todas nuestras necesidades, y (lo que más es) para que lo recibamos en nuestras ánimas, y nos encendamos en su amor, porque ¿quién esconderá fuego en su pecho que no arda con él?

Y por eso es de creer que arde tanto esta virgen en el amor del Esposo (como arriba declaramos), porque encierra cada día este fuego en su pecho y ansí anda abrasada y convertida en amor, de la manera que un hierro echado en el fuego se convierte en el mismo fuego; y éste es principal medio por donde todas las virtudes y favores devinos se alcanzan.






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Capítulo VI

De algunos raptos y aparecimientos notables que tuvo esta virgen


Un día de cuaresma tuvo esta virgen un grande rapto, el cual escribió ella forzada por obidiencia por estas palabras: «Vi una lumbre muy clara que descendía del cielo, la cual me arrebató y levantó en el alto; y así perdiendo los sentidos corporales vi cosas que no se pueden decir: vi una gloria muy grande y unas penas tan grandes con las cuales ninguna de cuantas hay en esta vida se pueden comparar; vi perder los hombres bienes infinitos y ofrecerse a tormentos eternos por gustos que hoy son y mañana no; en la hermosura de esta gloria vi a Nuestro Señor con las señales de su amor y miróme con grande afición y blandura; vi también a Nuestra Señora y a Santa María Magdalena y a los apóstoles y a nuestro padre Santo Domingo y a Santo Tomás y a muchos santos y santas y a muchas personas que conocí en esta vida. Todos me decían que quedase con ellos, y yo con muchas lágrimas les rogaba que fuesen mis intercesores y pidiesen a Nuestro Señor que no fuese yo más apartada de allí y decía: ¡oh dulce Señor mío, no permitáis Vos que yo me vaya de aquí! Él me decía que esperase el tiempo que Él tenía determinado. Los que más deseaban esto eran el coro de las vírgenes, las cuales estaban con palmas en las manos y coronas de grande resplandor en las cabezas y con las señales de sus martirios, con que resplandecían como el sol. Lo que en esta ciudad más vi yo, y no puedo decir, y volví para mi «hermosa» que todo esto me mostraba y díjele: ¡oh, por cuán poco se pierde tanto, y con cuán poco se puede ganar tanto! Y díjome ella: venid y veréis a la vuelta de esta ciudad el purgatorio cuyas penas no se pueden comparar. Y vi en ellas las ánimas muy contentas y muy atormentadas; y vi que conocían por clara lumbre de Dios serles aquel lugar concedido por muy grande misericordia y ser tan grande el conocimiento que por esta lumbre tienen de la grandeza de la divina majestad y del servicio y reverencia que merece que, aunque le dieran el cielo con grandísimos grados de gloria (habiendo en ellas alguna mácula de culpa), no lo aceptarían por no parecer con ella delante de aquellos purísimos ojos de Dios. Y así están con grande contento en estas penas, tiniéndolas por grande[s] misericordias. Todas me pedían que rogase por ellas a Nuestro Señor. Muchas gentes conocí allí, y vi grandes tormentos por pequeñas culpas; y vi ser mayores las de aquellas ánimas que más recibieron y ser más castigado el pecado pequeño del que recibió de Dios mayor conocimiento de sí que el grande del que menos recibió; y vi que de cosas de que no se hace caso en esta vida, se hace mucho en la otra. Y no puedo decir más.»

Agora ruego al cristiano lector, pare un poco en esta visión y pondere aquellas palabras: «¡Oh cuán grande bien y por cuán poco se pierde y cuán grande bien y por cuán poco se podía ganar.» Porque estas dos sentencias son tan graves y tan compendiosas, que toda la vida hay que pensar y que ponderar y que llorar considerando la extrema ceguedad de los hombres que, creyendo esto que creen, viven como si no lo creyesen.

Pondere también lo que se dice de estas santas ánimas, las cuales no aceptarían el descanso de la gloria por no parecer con algún defecto ante la divina majestad. Porque con la lumbre que allí se les ha dado conocen la inmensidad de la bondad y santidad de Dios y del aborrecimiento que tiene al pecado, les sería mayor tormento la vergüenza que tendrían de verse ante aquellos purísimos ojos con pecado que todas las penas juntas del purgatorio.

Pasemos de aquí a otra devota visión. Andando esta virgen sirviendo a las enfermas, recogiéndose en la noche a su celda, sintiendo en su ánima grande soledad y deseos del Esposo y derramando muchas lágrimas, con este deseo tuvo un rapto en el cual le apareció Él con una muy clara luz, y venía con Él Nuestra Señora y Nuestro padre Santo Domingo y San Juan Bautista y el Evangelista y Santa María Magdalena y Santa Catalina de Sena; y en esta visión recibió grandes mercedes del Esposo y fue visitada particularmente de estos santos, los cuales le mandaron ir a servir a las dolientes, diciéndole que sirviese a cada una de ellas como a la persona de Cristo. Y dijo que se vio allí tan baja y tan vil en sí misma, que se tenía por indigna de servir a aquellas esposas de Cristo por ser ella la mayor de los pecadores.

El año de 1583, en tiempo de cuaresma, habiendo esta virgen comulgado, fue elevada delante de Nuestro Señor, El cual estaba asentado en un trono y con Él estaba Nuestra Señora y nuestro padre Santo Domingo, y Santo Tomás y su «hermosa»; y tenía Nuestro Señor una grande cruz en el brazo derecho y dábale a nuestro padre diciéndole: ponelde esta cruz porque así es necesario para que por la una vía o por la otra te hagamos semejante a Nos, y ella abrazaba la cruz con grande alegría deseando saber lo que significaba, mas Santo Tomás lo decía que ella lo sabría adelante.

Después de esto, víspera de Nuestra Señora de la Visitación, acabando de comulgar, tuvo un rapto en el cual vio a Nuestro Señor que le decía: «levántate y extiende los brazos». Y tenía Él en las manos aquella cruz que le mostraba en la cuaresma; y, levantándose ella, extendió los brazos a manera de cruz diciendo estas palabras: paratum cor meum, Deus, paratum cor meum. Y el día en que fue elegida por priora de su monesterio, estando todo el convento en el capítulo, vio esta virgen a Nuestro Padre Santo Domingo y Santo Tomás y Santa María Magdalena, y tenía nuestro Padre aquella cruz en las manos y estovieron en el capítulo hasta que se acabó, y, acabado, les echó él su bendición, y entonces entendió la virgen lo que significaba aquella cruz, que nuestro padre le daba, prometiéndolo que Él la ayudaría.

Después de esta elección, habiendo esta virgen comulgado, entrando en su celda, se comenzó a quejar al Esposo, porque la había puesto en lugar donde se viesen en público sus culpas y defectos, y con esto decía otras palabras semejantes con muchas lágrimas. Mas el Esposo te dio esta respuesta: mostróle en aquel suavísimo pecho y puerto de descanso todas las religiosas sin faltar alguna, y el Esposo lo decía: «quiero que a todas éstas me tengas en la lumbre de los ojos». Y desde entonces se tiene por muy indigna de servir a éstas tan amadas y tan dichosas, y, si alguna cae en algún descuido y la halla menos, no descansa hasta que conozca su culpa y la tome a ver en su lugar. De lo dicho no se espantará ni lo extrañará quien conociere la virtud y recogimiento de este monesterio, y la paz y concordia de él, y la frecuencia de los sacramentos, y la continuación de la oración con todas las otras virtudes monásticas. Son todas por la mayor parte nobles, dotadas, tienen en las camas sus mantas de lana, las enfermas son con mucha caridad servidas y proveídas, y entre ellas está una religiosa virtuosísima, que ha siete años que está en cama, y con graves dolores y contentísima con ellos, tiene especial don de lágrimas, y con ellas comulga con tanta devoción que la pone a las que la ven. Y por ser tan grande y tan antigua la religión y recogimiento de este monesterio, y más agora acrecentado con el ejemplo de tal perlada, no es maravilla que estén todas las religiosas de él recogidas en el pecho de Cristo como está dicho.

Y acaeció estar una religiosa enquieta y perturbada con algunos pensamientos, lo cual vio, en espíritu esta madre y la avisó, y ella no pudo negar lo que pasaba. Otra por un escrúpulo dejó de comulgar un día y la virgen por el mesmo espíritu lo supo y la avisó y mandó comulgar otro día.


I. Síguese otro aparecimiento

El jueves de la semana de pascua, cuando se canta el Evangelio Maria stabat ad monumentum, foris, plorans, que trata de cómo el Salvador apareció a la Magdalena, estando ella llorando junto al sepulcro, después de haber esta virgen comulgado, cuenta ella misma lo que vio por estas palabras: «vi en espíritu una grande hermosura con la cual sentí en mi ánima una tan grande dulzura y suavidad, que con ningunas palabras se puede explicar, y aquello que vi, de tal manera me robó el corazón y me llevó en pos de sí, que todas las cosas de esta vida me son pesadas de sufrir. Aquí me mostró el Esposo su corazón y hallaba en él tan grande conocimiento de su divinidad, y tan grande dolzura que no se puede decir; y si entendiese, sería cosa de espanto. Y así lo es no reventar el corazón con la grandeza del amor y con el fuego excesivo y ardor de la caridad. Y no sabré decir lo que vi ni lo que sentí, y las palabras que dijo a mi ánima; el cual se vio con ella tan misericordiosamente como una madre con un hijo chiquito que mucho ama, al cual una vez da el un pecho y otras veces se le esconde, para que, llorando por él, se le torne a dar copiosamente tomándole en sus brazos. Así Él, muy deseoso de darme a gustar su divino pecho, primero me da una grande sed y deseo de él, lo muestra como de lejos, llorando yo mucho por él, no se puede contener que no me lo de abundantísimamente. Y de esto no se espante nadie, porque a Él ninguna cosa es imposible; y miróme con ojos de misericordia y alumbróme y enseñóme y Él es todo mi bien y todo mi amor y todas mis riquezas y en Él estoy segura; y su amor es para mí un muro inexpugnable, ya morí a todas las cosas por hallar su amor y mi vida está escondida en Él, quoniam vivo ego, iam non ego, vivit vero in me Christus».




II. Síguese otro aparecimiento

Pedía esta virgen a Nuestro Señor que multiplicase en ella sus lavatorios para que quedase tan blanca como la nieve. Y un día de la Cruz, después de la comunión, vio al Esposo puesto en una cruz y todo bañado de sangre, y entró su corazón en la llaga de su sagrado pecho; y, siendo bañada en aquella sangre, sintió cosas que no se pueden decir ni entender. Él estaba acompañado de sus espíritus seráficos, que ardían en fuego de amor, los cuales eran hermosísimos y muy resplandecientes a manera de fuego, y de este divino pecho salió su corazón encendido como una brasa de fuego, con el cual la carne se consume con la fuerza del amor, de tal manera que le parece ser espantoso vivir.




III. Síguese otro que ella explicó por estas palabras:

«Vi una clara escuridad sin algún medio, en el cual vi al Esposo más hermoso y resplandeciente, y con alegre rostro me dijo que mirase, y vi todo el mundo junto, y a mí encima de él y díjome: «¿sabes de dónde te libré? míralo bien, está segura, mas de tal manera que siempre vivas con temor. La seguridad de no caer esté muy firme en mí, y el temor sea mirándote a ti». En este mismo paso le declaró el Esposo la grandeza del amor que le tenía diciendo: «si pudieses comprender cuán grande sea el amor que a tu ánima tengo, no sería posible vivir. Está, pues, firme en mi amor, que eso sólo quiero de ti, y sufre con mucho gusto toda adversidad por amor de mí porque determino hacer una cosa nueva en ti.» Este aparecimiento fue antes de las llagas y ésta parece ser la cosa nueva que el Esposo quería obrar en ella.






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Capítulo VII

De otros aparecimientos que esta virgen tuvo en diversas fiestas del año


Todos estos aparecimientos que hasta aquí se han referido en todo este libro tenía esta virgen escriptos por su mano, siendo para ello compelida por obidiencia de su perlado, mas los que ahora contaremos han sucedido dende el año de 1584, de los cuales daba ella cuenta a su padre confesor, y él, con licencia de ella, me la daba a mí.

Pero lo que al principio de esta materia puedo decir es que, regularmente hablando, ninguna fiesta principal hay en el año, especialmente de las fiestas de Nuestro Salvador y de su santísima Madre, y de nuestro padre Santo Domingo, Santo Tomás y Santa María Magdalena, en que el Esposo no haga a ella alguna especial fiesta con que la consuele y alegre, y encienda más el su amor; por donde ni es de maravillar que, con estos estímulos y incentivos de amor tantas veces repetidos, arda tanto ella en el amor del Esposo, ni que el Esposo haga tantos regalos y favores a una virgen que tanto le ama; y quien esto considerase entenderá con cuánta razón dijo el Salvador que sus delicias eran tratar con los hijos de los hombres, entendiendo por este linaje de hombres las ánimas de aquéllos que, muertos al mundo, viven a solo Dios, por cuyo amor renuncian y dispiden de sí todos los regalos de la tierra, ca en pago de esta renunciación los consuela Nuestro Señor con otras consolaciones mayores que las que por su amor dejaron, según aquello del Salmo: conforme a los muchos dolores de mi corazón, así tus consolaciones alegraron, Señor, mi ánima.

Mas en esta virgen juntáronse en uno cuatro cosas merecedoras de estas grandes consolaciones del Esposo. La primera es la grande simplicidad y pureza de su ánima. La segunda es la grandeza de su amor, de que agora hablamos. La tercera es la comunión cotidiana del Santísimo Sacramento, que es sacramento de amor y de unión del ánima con su Esposo, y su efecto propio es refección espiritual, en el cual interviene un sabor y gusto admirable de este pan celestial. La cuarta es la muchedumbre de los dolores que esta virgen padece todos los días de la semana, y señaladamente en los tres, los cuales son tan grandes, que totalmente la han privado del gusto de los manjares; y así como hay mal comer y mal dormir, y gran flaqueza que se sigue de lo uno y de lo otro, de modo que, cuanto al cuerpo, su vida es un perpetuo martirio. Mas, como Dios sea tan bueno y tan fiel para con sus siervos, cuanto son mayores los dolores del cuerpo, tanto son más crecidos y admirables los deleites del espíritu, porque nunca nadie perdió algo por Dios que no hallase en Él ciento tanto más de lo que por Él dejó. Y está nuestra virgen tan contenta, así con los dolores como con las consolaciones, que, como ella dice, no trocaría un punto de lo uno o de lo otro por todos los tesoros del mundo.

Comenzando, pues, por estos favores, sería cosa muy prolija contar todos estos aparecimientos; y por tanto no haré tanto caso de aquellos que redundan en gloria de esta virgen, sino de aquellos que traen consigo alguna edificación y aviso para la buena vida.

Día de las once mil vírgenes del año de 1584, después de haber recibido la sagrada comunión, estando fuera de los sentidos, fue llevada en espíritu a una hermosísima ciudad, y vio en ella asentado a Cristo en un trono con grande resplandor, y con Él estaba la virgen Nuestra Señora, y los apóstoles y la Magdalena, y de ella dijo que le echaría de sí un fuego de amor grande; y junto con esto vio una cosa que le representaría la muchedumbre de aquellas vírgenes cuya fiesta aquel día se celebraba; y entre ellas vio una monja de su monesterio que poco antes había fallecido, la cual esta virgen curó de aquella locura que tenía de no querer comer, como arriba se declaró. Y, estando gozando con grande suavidad de este espectáculo tan hermoso, fue llamada por parte del padre provincial, de lo cual ella recibió tan grande pena que todo aquel día se le pasó llorando. Mas a la noche el Esposo, que siempre se deja vencer de sus piadosas y amorosas lágrimas, volvió a aparecerle de la mesma manera que por la mañana; y, demás de esto, traía consigo a Santa Catalina de Sena, Santa Cecilia, [y] Santa Inés. Y, entre otras palabras que le dijo, fue que tuviese entendido que le agradaba mucho la virtud de la obidiencia, y que esa le había hecho volver para que no careciese de lo que por la obidiencia había dejado. El valor de esta virtud se conoce considerando que la desobidiencia de una mujer fue principio de la perdición del mundo; y la obidiencia de un Dios, y hombre fuera reparo y remedio del mundo; y, con estar todas las virtudes en Cristo, ésta principalmente fue señalada por toda la Santísima Trinidad para redención del mundo, para que el daño que la desobidiencia hizo curase la obidiencia.

En el mismo año, estando esta virgen oyendo misa para comulgar, vio al Niño Jesús junto a la Hostia, y antes de la comunión vio que salía de Él un grande resplandor, el cual se le entraba por la llaga del costado y salía de Él grande copia de sangre con cinco gotas en la misma figura de cruz, pero las gotas eran mucho mayores que las ordinarias, y el lienzo en que estas gotas se recogieron dio ella a su padre confesor; y quedó ella tan movida de esta novedad y gracia, que deseaba la noche para gozar más de ella. Levantándose, pues, a las dos de la mañana, vino el Esposo y rezó los maitines con ella, y las veces que el Esposo la visita siempre le dice: paz sea contigo, y ella se derriba luego a sus pies. Y en este aparecimiento le rogó ella que la llevase para sí y sacase de esta vida, mas Él le respondió que tuviese paciencia por agora, pero que no tardaría mucho.

El mesmo año le apareció una noche Nuestra Señora en un rapto, trayendo en sus brazos un corderico, y ofreciólo a esta virgen, en cuya compañía venían muchas vírgenes cantando el cántico de Te Deum, aplicado a Nuestra Señora, diciendo Te matrem Dei laudamus, te matrem virginem confitemur, etc. Y llegando aquel verso que dice, sancta, sancta, sancta, todas hincaban las rodillas con grande reverencia y devoción, y todas miraban amorosamente a esta virgen y mirábanse unas a otras a las llagas de sus manos, casi maravillándose de ver aquellas gloriosas insignias de su Esposo. Entonces ella rogó a Nuestra Señora por sus monjas, y ella le prometió su favor y amparo.

Otra noche ante de ésta le apareció el Esposo, al cual suplicó que inflamase los corazones de estas mismas monjas en el fuego, de su divino amor, mas Él le respondió que con su amor no se compadecía otro amor que no fuese en Él y por Él.

En el mismo año, en el mes de noviembre, vino el Esposo y rezó vísperas y completas con ella, y comenzando la salve que se dice después de ellas, apareció la virgen Nuestra Señora acompañada de muchas vírgines, las cuales venían cantando la salve y el verso que se canta después de ella, que dice: dignare me laudare te, dijo esta virgen rezado, y todas las demás le respondían así.

En el mesmo mes y año, día de San Andrés, le apareció el Esposo con una grande cruz diciéndole estas palabras: «quiérote mucho porque eres amiga de la cruz», entendiendo por la cruz la carga de los trabajos y dolores que padece, con los cuales ella vive muy consolada. En el mes siguiente le apareció el Esposo declarándole la grandeza del amor que Él le tenía y diciéndole que tal lo había de tener ella para con Él. Y de esta visión se recreció en ella un grande amor de ardor que le parecía que, si mucho le durase, no sería posible vivir.

Día de Nuestra Señora de la O, en el mismo año, vio a Nuestra Señora hermosísima y muy resplandeciente acompañada de cinco vírgenes, trayendo al Niño Jesús en sus brazos, y preguntándole esta virgen quién era ella, respondió que era la reina de misericordia, mandándole que le pidiese alguna cosa, a lo cual respondió esta virgen que no quería otra misericordia, sino que le diese aquel niño. Y ella le tomó en sus brazos, y preguntándole su padre confesor por lo que allí hacía, respondió que todo se le iba en abrazar y besar los pies del santo niño; y preguntada más cuánto espacio había durado esto, respondió que dende las dos hasta la seis de la mañana, mas que a ella le había parecido todo este tiempo un soplo.

En el mismo año, día de Navidad, se halló presente en espíritu al misterio del nacimiento donde vio a Nuestra Señora cercada de ángeles, con el niño Jesús en los brazos, y dioselo ella para que lo recibiese en lo suyos; y el día de San Juan siguiente le apareció el Esposo con la Magdalena y con el mismo San Juan, de quien ella es muy devota, diciéndole que por hacerle merced le traía consigo, y que se encomendase a él y le tomase por maestro; y el día siguiente el mesmo santo le apareció y avisó de algunas cosas que tocaban al regimiento de su oficio.

En el mesmo año, día de Santa Inés, vio una procesión de vírgenes hermosísimas con palmas en las manos cantando el himno que comienza, Jesu, nostra redemptio, amor, et desiderium, etc., el cual se canta de entre pascua y pascua; y llegando al trono donde estaba el Salvador con su santa Madre, mudando el himno, cantaron el de las vírgines que comienza: virginis proles opifexque matus, etc., y entre estas vírgines iba San[ta] Inés con un corderico en los brazos; y dijo más: que esta visión había durado cuatro o cinco horas, mas que todo este espacio le había parecido un momento.

El jueves santo del año de 1585, haciendo ella como perlada el mandato, tuvo por ayudadores y compañeras en él a la Magdalena y a Santa Catalina de Sena; y, cuando ella se arrodillaba para hacer este oficio, ellas también se arrodillaban con ella. Cuando se leyó el evangelio de San Juan, que se canta después del mandato, estuvieron ellas asentadas oyéndolo, tomando a esta virgen en medio. Después lo que ella sentiría con esta compañía y con esta honra todas las veces que en esto pensase, fácilmente lo podrá entender quien atentamente considerare la grandeza de este favor y regalo de las santas.

El viernes santo del año de 1585 padeció esta virgen tan grandes dolores en las llagas, que le parecía cosa imposible poder vivir con ellos; y este día manó gran copia de sangre de la llaga del costado, mucho más que los otros días. En este paso quiero que considere el devoto lector cuánto desea Nuestro Redentor que sintamos la grandeza de los dolores que por nuestra causa padeció, porque, no contento con lo que nos declaran las Sagradas Escrituras y los santos doctores, los cuales afirman que mayores dolores se han jamás en esta vida padecido iguales a ellos; no contento con esto, quiere que haya habido en su iglesia personas que por expiriencia hayan sentido la grandeza de estos dolores o parte de ella, como arriba dejimos; y por aquí quiere que entendamos cuánto le debemos, y cuán caro le costamos, y cuánta obligación tenemos a amar a quien tanto nos amó, y aborrecer el pecado cuyo remedio tan caro le costó. Porque aunque le debamos mucho por el remedio que nos dio, mucho más sin comparación le estamos obligados por el medio que escogió para remediarnos, que por el mismo remedio, porque remediar males es propio de Dios, mas totalmente contrario padecerlos.

El día de Pascua siguiente por la mañana le apareció su «hermosa» a la cual preguntó esta virgen qué tan grande fuera el dolor que sintió cuando vio expirar al Salvador en la cruz, a lo cual le respondió haber sido tan grande que, si no fuera confortada por Dios, allí expirara juntamente con Él, y añadió más diciendo que por aquí entenderá la grandeza de la alegría que recibió cuando lo vio resucitado.

Este mesmo día de Pascua ordenó que se hiciese una muy solemne procesión por la mañana alrededor de la iglesia de su monesterio llevando en ella el Santísimo Sacramento. Estando ella en su acuerdo, dando orden a lo que se había de hacer para la procesión, en este tiempo vio al Esposo en el Santísimo Sacramento y vio toda la iglesia llena de ángeles que le acompañaban; vio también en la mesma procesión a nuestro padre Santo Domingo, Santo Tomás y otros santos de la orden; y, saliendo por la puerta de la iglesia, ella se arrebató y dijo que había ido en toda aquella procesión acompañando el Santísimo Sacramento.

Día de la Ascensión en la noche tuvo un rapto, y dijo que no sabe si el ánima estaba en el cuerpo, si fuera de él; y que más se inclinaba a creer que está fuera. Y en este rapto dijo que la llevaron a una gran ciudad, y que allí vio a Cristo asentado en un trono con grande majestad cercado de ángeles, y al lado Nuestra Señora, y la Magdalena, y Santa Catalina de Sena; y, preguntada qué hacía ella, respondió: «amar, alabar y pasmar, no otra cosa». Y decía ella que allí sí quisiera estar toda la vida.

Día de Pentecostés del mismo año acabando de comulgar tuvo un grande rapto en el cual estaba todo su cuerpo como enterisado, y aquí vio un círculo de fuego encima del cual estaba el Esposo, y cercaron a ella de este fuego de donde quedó toda abrasada en amor; y allí hablaba ella con el Esposo diciéndole que era tiempo de hacer misiricordias a su Iglesia.

Después de maitines, estando en la celda de rodillas encostada en la «esposa», no del todo despierta, oí unas voces suavísimas que cantaban aquel verso primero del himno, «o gloriosa domina», etc. Acabado el verso, desperté de todo el ruido de las voces y de la grande luz y claridad que en la celda había; y en medio de la claridad vi a Nuestra Señora, cercada de ángeles con un hermosísimo niño en los brazos, el cual me pareció de edad de cinco años; y, postrada yo a sus pies, me decía si quería mucho [a] aquel rey que en los brazos traía. Yo le decía que mucho, y, vuelta al Niño, preguntábale si merecía tal amor darme lo que me pedía. Y respondía el Niño que sí, y que con el suyo, que era muy grande, encendería y haría crecer el mío aunque pequeño en comparación del suyo, que era infinito; y, tomando yo en los brazos a este hermoso y suave Niño Jesús, parecía que se me abría el pecho con amor, y se me encendía en él un gran fuego. Pedía yo a este Señor en pocas palabras algunas cosas que Él quiso que le pidiese, y respondía con misericordia.






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Libro IV

En el cual se escriben los milagros auténticos que Nuestro Señor ha sido servido de hacer por los ministerios de esta virgen



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Capítulo I

Que es como preámbulo y aviso para saber leer con más frutos los milagros que Nuestro Señor hace para gloria suya y de sus siervos


Algunos habrá, cristiano lector, que, considerando estos favores y gracias que Nuestro Señor hace a sus especiales amigos, concibirían en sus ánimas una devota admiración de la bondad y caridad de este Señor para con ellos. Otros habrá por ventura que tendrán algún escrúpulo o dubda de la verdad de estas cosas. Pues para estos señaladamente sirven los milagros que en este postrer libro escribimos, para hacer fe de ellas; porque, como los milagros sean obras y testimonios de solo Dios, ninguna cosa hay tan encreíble al juicio humano que no se pruebe bastantemente por un solo milagro, pues nos consta que el principal medio de que Nuestro Señor usó para que el mundo creyese lo que sobrepuja la facultad de la razón fueron los milagros que exceden la facultad de la naturaleza por ser obras de solo Dios; y es tan bastante medio éste para hacer fe de las cosas que se dicen (por increíbles que parezcan) que un solo milagro que hizo San Pedro, sanando un hombre cojo, del vientre de su madre, bastó para convertir a la fe cinco mil hombres, y hacerles creer que era verdadero Dios y Señor de todo lo criado el que pocos días antes habían visto crucificado; tanta es la fuerza de un solo milagro. Mas al presente, conviene advertir que no se refieren aquí todos los milagros que comúnmente se cuentan de esta virgen, que son muchos, sino solos aquellos que han sido jurídica y solemnemente probados y autenticados por comisión del serenísimo Príncipe Alberto, Cardenal de la Santa Iglesia de Roma y Legado a latere de Su Santidad; y los procesos de éstos están guardados ad perpetuam rei memoriam en el cartorio de Santo Domingo de Lisboa.

Mas, antes que entre en esta materia, quiero tocar algo del fruto que se debe sacar de esta lectura, así como lo hice en el primero capítulo del primero libro, tratando de las maravillas que Nuestro Señor ha hecho con sus santos. Porque tiempo hubo en el cual, oyendo yo las historias de los santos, no me ocupaba tanto en leer sus milagros como en buscar los ejemplos de sus vertudes y las palabras de su vertud y doctrina; mas agora estoy de otro parecer, porque aunque estos ejemplos y palabras sirvan para instituir y ordenar nuestra vida, mas los milagros sirven para gloria de Nuestro Señor, ca en ellos se manifiesta la grandeza de su bondad y amor para con sus fieles siervos, y el deseo que tiene de honrarlos y engrandecerlos aun en esta vida donde no es tiempo de honras, sino de trabajos. Y vese esto en que no solamente hace por ellos milagros en su vida, sino también después de ella, y no sólo por ellos, sino por las cosas que tocaron en sus cuerpos, como a cada paso leemos en las historias de los santos, para lo cual quiero referir aquí un ejemplo memorable. En la vida de San Eduardo, rey de Inglaterra (el cual, estando casado con una nobelísima doncella y haciendo vida juntos, conservaron ambos su pureza virginal hasta el fin de la vida), se escribe que a un ciego fue revelado que se untase los ojos con las lavazas del agua con que el santo rey se lavaba las manos, y que así recibiría la vista. Así lo hizo y así la recibió. Pues ¿qué es esto, sino mostrar Nuestro Señor la grandeza del amor y deseo que tiene de honrar a quien lo honra; pues quiso, contra las leyes de naturaleza, dar súbita vista a un ciego por haber ungido sus ojos en el agua que tocó en las manos de su siervo? Y, si fuera agua limpia que Él bendijera con sus manos y hiciera oración sobre ella, no me espantara tanto; pero hacer esto con el agua sucia que se echa a mal, esto me pone más admiración, porque esto es dar Nuestro Señor a entender que estima tanto los cuerpos de sus siervos, que ninguna cosa haya tan vil por la cual no haga maravillas por haber tocado sus cuerpos. Pues ¿quién no conocerá por aquí la bondad, la fidilidad, la nobleza y la caridad de este Señor para con sus amigos?, ¿quién no deseará padecer mil muertes por un Señor tan agradecido, que así ama a quien lo ama, y así honra a quien lo honra?, ¿qué bienes no terná aparejados en la otra vida para quien así lo honra, pues hace que las leyes inmutables de la naturaleza sirvan a cualquier cosa que tocare en sus cuerpos por bajísima que sea? Este es, pues, el principal fruto que el prudente lector debe sacar cuando leyere los milagros de los santos, aunque los milagros que aquí se relatarán, demás de lo dicho, sirvirán también para hacer fe de las cosas que de esta virgen en los milagros pasados se han escripto. Presupuesto agora este pequeño preámbulo y aviso, comenzaremos a tratar de estos milagros.




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Capítulo II

Síguense los milagros



[Los clavos]

Entre estos milagros pareció poner en el primer lugar el que está más claro, más público y más probado por vista de ojos que son los clavos que se ven en las palmas y vueltas de sus manos, cercados de una hermosa rueda de color de rubí, como arriba está dicho, los cuales esta virgen recibió el día de la Exaltación de la Cruz del año de 1584. Y fueron creciendo poco a poco hasta la cuantidad que agora tienen; y la cabeza del clavo se parece en la palma de la mano de color de hierro, y la punta de él se ve en la banda contraria, cercado con una figura a manera de escudo del mismo color que la de la otra banda. Y para la averiguación de este milagro no es otro testigo más cierto que el de los ojos; y no es menor el de nuestro serenísimo Príncipe Alberto, Cardenal, el cual, oída la fama de las gracias y previlegios de esta virgen, la visitó, entrando en el mesmo monesterio acompañado de nuestro padre provincial y de su confesor, y vio con sus ojos las llagas y clavos de las manos mandándole el padre provincial por obidiencia que las mostrase, de lo cual él quedó muy edificado y movido interiormente a devoción.




[Las cinco gotas de sangre]

En el segundo lugar ponemos el milagro de las cinco gotas de sangre que le salen cada viernes de la llaga del costado, ordenadas en figuras de una perfectísima cruz, las cuales le fueron dadas el día de la Invención de la Cruz del año de 1584, y hasta este presente año de 1585 se han continuado sin faltar un solo viernes; en el cual milagro concurren las cuatro maravillas que arriba apuntamos; y ésta es una maravilla que jamás hasta hoy se ha visto y leído en el mundo, porque parece que los viernes de todo este tiempo hace Nuestro Señor un especial milagro sin el cual no era posible salir estas cinco gotas de sangre en esta figura susodicha. Testigo de vista de esta verdad no hay otros, sino el dicho de la mesma virgen, por no ser esto cosa que pase ante los ojos de otras personas, pero la verdad de este testimonio confirman los milagros que [por] los lienzos donde están estas gotas de sangre Nuestro Señor ha obrado, como se vera en el milagro siguiente y en otros que adelante se ponen.




De un milagro notable que se hizo en una brava tormenta

La virtud de estos lienzos susodichos se ve en un clarísimo milagro que hizo en una tormenta, el cual, luego que fue acabada, se dio petición al ordinario para que lo autenticase; y así lo fue con seis testigos contestes de él y, por estar él más especificado por carta de uno de los que en esta tormenta se hallaron, me pareció poner aquí esta carta cuyo tenor es el que se sigue.

«A Dios muchas gracias, llegué a esta villa de Mazagán, martes a los cuatro de marzo. Tardamos quince días, cinco en el río de Lisboa y diez en el mar. Aquel domingo que salimos de Lisboa nos hubimos de perder en los cachopos, porque estuvimos en uno de ellos en cuatro brazas, que eran las que nuestra nao demandaba, y esto con calma y agua vaciante, que es peor que tormenta. Yo acudí luego a un jarro de agua de la bienaventurada prioresa, con que la nao nadó y corrió como pez. Y esto fue nada para lo que adelante sucedió; venimos seis días con viento en popa y mucha bonanza; con el cual tiempo llegamos a vista de Mazagán y tan cerca que no estuvimos de ella más que tres leguas. Allí nos dio una tan grande tormenta que nos hizo tornar a arribar al mar y nos tuvo cuasi tres días, al fin de los cuales nos quiso Nuestro Señor mostrar lo que por esa hace en este tiempo. Nos tomó el viento de travesía y nos trajo con grande ímpetu a la tierra en la costa de Berbería, de manera que no había otro remedio, sino dejarnos dar en la costa donde, antes de llegar a tierra, habíamos de ser consumidos del mar sin remedio, por razón de la tormenta y gruesos mares. El tiempo era escuro, con grandes aguaceros; oíamos el mar batir en la tierra y no sabíamos dónde era ni podíamos ver; esto era a las ocho horas de la mañana; estábamos de manera que el maestre y piloto lloraban como niños; los marineros tan sin ánimo que ya no trabajaban; entre las mujeres que venían en la nao hallé una con una niña y un niño atados todos tres con una cuerda, y preguntándoles para qué estaban de aquella manera me respondió que para morir todos tres juntos. Y todo lo demás en este modo. Visto esto, acudí a la bienaventurada santa y a sus reliquias que traía y tomé un jarro de su agua con un pedacito de su paño y velo, y llegamos tres hombres al bordo de la nao y lo echamos en el mar con recato de no llegar mucho, porque el mar no nos arrebatase. Al mismo punto que esto llegó al agua, se hizo en ella una rueda blanca y llana, que sería de dos brazos en redondo, y se fue extendiendo por el mar, y quedó tan llano y tan en bonanza como la palma de la mano; y luego de improviso salió el sol tan claro, como si nunca hubiera nublado, y pareció la tierra de un[a] alegría de nosotros; el viento también se tornó en popa, con el cual corrimos aquel día de largo de la tierra de Berbería muy contentos; y el día siguiente entramos en Mazagán. En esta nao venían seis mujeres, que todas venían a negociar el rescate de sus maridos, y dos de ellas con sus niños, y veintidós hombres portugueses, que, visto este milagro, se pusieron todos de rodillas dando gracias a Dios y a esta bendita santa; y hubo un hombre que prometió y votó de tomar de Mazagán en romería ir descalzo a la casa donde esta santa habita.»

Paulo Sebastián, que es el llegado (que escribió esta carta susodicha) a la villa de Mazagán, presentó luego una petición al Ordinario, al cual requería autenticase este milagro; y así se hizo por testimonio de seis testigos contestes de los que en el mesmo navío venían y vieren este milagro, el cual es muy semejante al que el Nuestro Salvador hizo navegando con sus discípulos en otra tormenta, sosegando la mar y los vientos, de lo cual maravillados los que con Él navegaban, dijeron: ¿quién es éste a quien la mar y los vientos obedecen? Pues no es mucho que comparemos aquí lo que hace la esposa con lo del Esposo. O, por mejor decir, lo que obra la criatura con lo que hace el Criador, ca ésta redunda en mayor gloria de Él; lo cual testifica San Bernardo por estas palabras: ninguna cosa más declara la omnipotencia de Dios que hacer Él omnipotentes a los que esperan en Él. Lo cual se ve en este milagro susodicho. Porque en un mismo punto de tiempo sucedieron aquí tres maravillas, que fueron: sosegarse la mar y descubrirse el dí[a] claro, que estaba cerrado, y mudarse el viento contrario en el más próspero que era viento en popa. Y no es menos maravilla obrar todo esto Nuestro Señor, no por oraciones de esta virgen, sino por cosas que había tocado en su cuerpo; por lo cual entendemos lo que aquí está dicho que es el grande amor y deseo que este Señor tiene de honrar a sus santos, pues así honra estas cosas por haber tocado en sus cuerpos.




[El pan quemado]

Otro muy notorio y muy insigne milagro acaeció en el monesterio de Nuestra Señora de la Anunciada poco después que esta religiosa fue electa en perlada; porque, habiendo las amasaderas metido en el horno una gran hornada de pan, cargaron tanta leña en él, que el pan vino a hacerse tan prieto como un carbón. Corrió entonces una de las horneras a esta virgen a darle cuenta de lo que pasaba; entonces ella, llena de fe y sin alteración alguna, dijo a esta servidora que fuese al horno y mandase al pan en nombre del Esposo y de Nuestro P. S. Domingo, que se parase blanco. Va la moza a la boca del horno y dijo lo que la perlada había mandado; y en el mesmo instante que lo dijo, el pan se paró muy hermoso y muy blanco y muy sabroso, y de él comió todo el convento. Este milagro también se parece con el que el Salvador hizo en las bodas, mudando el agua en vino, que fue mudar una sustancia en otra. Mas esto se mudó un accidente en otro, que fue el color prieto en blanco; y por ventura a partes estaría algún pan o pedazo, perdida la forma de pan y hecha carbón; y aquí se mudaría una sustancia en otra, que es el carbón en pan, pero basta la mudanza súbita de un accidente en otro para la verdad del milagro. Mayormente que no es menor la potencia que se requiere para el un milagro que para el otro, por ser esta mudanza súbita. Este milagro es tan averiguado y tan notorio en este monesterio, donde había en aquel tiempo cincuenta monjas y dieciséis servidoras, y todos son testigos de esta maravilla. Y por más señal una religiosa guardó dos pedazos de pan, uno de este miraculoso y otro de lo ordinario. Y, mirándolos a cabo de cierto tiempo, halló este ordinario cubierto de moho, y el otro blanco y limpio como estaba cuando lo puso en este lugar. Y de éste pedí yo un pedacico, que tengo guardado en mi poder. Pregunto, pues, agora ¿qué hombre habrá tan incrédulo que ose negar una cosa tan cierta y tan notoria como ésta, y después del caso autenticado jurídicamente con testigos de vistas juramentados? San Gregorio cuenta en sus Diálogos un milagro que un santo varón obró con él por medio de su oración lebrándole de una grande enfermedad; y con este milagro tan claro, que él experimentó en sí, hace fe de otros milagros de este santo varón, que el mismo San Gregorio había escripto. Pues conforme a esto puedo yo, con razón, decir que este milagro por ser tan grande y tan notorio, basta para hacer fe de todos los otros que de esta virgen se contaren, porque quien con tanta facilidad, no orando, sino mandando, y esto por tercera persona, hizo este milagro podría hacer también todos los otros.




[Un enfermo curado]

Otro milagro acaeció en el mesmo tiempo que ella era Perlada, año de [¿?]. Y el caso es que un religioso de la orden del glorioso padre S. Francisco, morador en este insigne convento de S. Francisco de Lisboa, había [¿?] meses que estaba en casa de su padre curándose de una de las más extrañas enfermedades que se han visto; y ésta era que se le removía la sangre y se le subía hasta la garganta, de modo que le ahogaba parándole el rostro negro; y no hallaban los físicos otro remedio en este accidente, sino de vertir la sangre en sangrías. Y apenas era hecha una, cuando de ahí a poco era menester otra, y otras tantas que parece cosa increíble decirlas. Y antes de este remedio probaron otro, que era atarle las piernas por los muslos y los molledos de los brazos tan fuertemente que a veces le reventaba la sangre por las mesmas ataduras; y esto hacían para detener la sangre, que no subiese a ahogalle. Y, visto que este remedio no bastaba, acudió a sangrarle muchas veces al día, según le apretaba la sangre, para divertirla por este medio. Y de esta manera se averiguó que le había dado ochenta y tantas sangrías en el mismo brazo y en la misma vena; y con tantas sangrías estaba este buen padre tan descarnado y tan desfigurado, que más parecía estatua que hombre; y como le faltaban ya las carnes y la sangre, hasta el agua que bebía se convertía en sangre. Oída, pues, la fama que el milagro de esta virgen había hecho de aquella doncella muda de que hace mención la relación enviada a Su Santidad, acordaron llevarlo en una silla a esta virgen; y, aunque ella huye de semejantes cosas por las importunidades y desasosiegos que de esto se le podrían recrecer, todavía, movida a piedad de ver la figura tan lastimera que aquel religioso traía, mandó que lo llevasen al locutorio, y estuvo con él hablándolo y consolándolo, y así lo despedió de sí haciendo oración por él; y dende este día hasta el presente, que ha más de un año, nunca más fue sangrado. Y quedó tan sano que, tres días después de esta cura, fue en una bestia a Nuestra Señora que llaman de la Peña, que son cuatro leguas de camino muy fragoso, y dijo misa en esta iglesia. Esto me contó el mismo padre que se vio conmigo, quien le mostró el brazo en que había recibido las sangrías susodichas, que le parecían en la vena como unas verruguitas pequeñas. Y este religioso, como siervo de Dios y no menos agradecido que el leproso samaritano del evangelio, se harta de dar cuenta a todos de esta maravilla y alabar a Dios en su sierva.




[Sacerdotes a Malaca]

Otro milagro en mes de diciembre de 1585. Estando un galeón para ir a Malaca, mandó el Príncipe Cardenal a nuestro padre provincial que le diese luego cuatro sacerdotes para ir en aquel galeón, y fuese luego, porque estaba de partida. Puesto el padre en este aprieto, escribió a nuestra virgen la aflicción y obligación en que estaba sin hallar medio en tan breve espacio para cumplir con ella. Acudió luego la virgen al Esposo representándole esta necesidad y, perseverando en oración, vio en espíritu cinco religiosos de este convento de Santo Domingo de Lisboa que iban a la India; y esto fue antes que ninguno se ofreciese a la jornada. Y, antes que esto se supiese, se ofreció un religioso para este camino; y tras él se ofrecieron dos, uno lector de Arte y de Teología; y luego se ofreció otro. Con ése se ofreció el número de cuatro; después se ofreció otro para esta jornada, pidiendo licencia con tanta importunidad y instancia que se la hubieron de dar. Y, notificado esto a S.A., le mandó proveer de matalotaje como a los otros. Y dijo más esta virgen: que, si entre muchos frailes viera estos cinco, que los conociera distintamente por la figura en que le fueron mostrados. Pues, como ella supo que estos religiosos iban a predicar la fe entre gentiles, fue tan grande su alegría y el regalo que su ánima sintió que los tomó a todos por hijos ofreciéndoles sus oraciones, perpetuo cuidado de rogar por ellos y proveyéndolos de cosas para su camino. Y para argumento de lo dicho añadiré aquí el escripto que dio a uno de ellos que dice así:

«Prometo a meu filho Fray Francisco de Matos de todos los días de encomendar a Dios y pedir al divino Esposo le de corona de martirio. Y, para memoria y certidumbre de esto, le doy este escripto de mi mano hoy, día de los Inocentes, en la tercera octava del amor del Esposo. María de la Visitación.»




Otro [milagro]

En el monesterio de la Anunciada estaba una religiosa por nombre sor Juana de la Trenidad, la cual tenía una calentura tan recia que le hacía hablar desatinos; y junto con ella, opilación. Y subíasele un humor a la garganta que le cortaba el huelgo. Y decían los médicos que mirasen por ella, que alguna vez se podría ahogar; y estaba siempre tan ronca con aquel humor que apenas podía hablar. Estando ella de esta manera muchos días, víspera de Nuestra Señora de la Presentación le llevaron a la cama una imagen pequeña de Nuestra Señora que tienen en el coro y, encomendándose a ella con mucha devoción y deseo de alcanzar salud, la noche siguiente soñó que le decía Nuestra Señora que, pues, en casa tenía el remedio de su salud ¿por qué no lo buscaba? Que fuese nueve días donde la madre priora estuviese, y que sanaría de la calentura, mas no de la opilación, porque le quedase con que merecer; y que comenzase estos nueve días del viernes siguiente, a gloria y honra de la cruz de que la madre priora es tan devota; y acabase en sábado, a gloria y honra de la misma Nuestra Señora. Contó la religiosa este sueño luego el día siguiente y comenzóse a devulgar por el monesterio; y el día después de la Presentación de Nuestra Señora, que fue viernes, la llevaron a la celda de la madre priora; y de esta manera fue continuando los nueve días, aunque luego dende el primero se comenzó a hallar mejor y con menos calentura y de manera que, cumplidos los nueve días totalmente sin calentura, comenzó a comer muy bien, habiendo muchos días que casi no comía ni el estómago podía retener cosa alguna. Y de la voz y pecho que [era] en la enfermedad empedido quedó tan buena que el día de Nuestra Señora de la Concepción cantó muy bien a un arpa.




Milagro de la conversión de un moro

Estaba en una de las galeras de este reino, en el puerto de esta ciudad de Lisboa, un moro de cuarenta y seis años, el cual se hizo cristiano. Y, deseando yo saber cómo esto pasaba, le hice venir a mí.

Para entender mejor el negocio y ver la conformidad de una relación con la otra, este moro tenía una extraña enfermedad, porque tenía el vientre muy hinchado como una mujer preñada; y todo cuanto comía tornaba a lanzar por la boca, y por esto dice que en todos los dos años nunca purgó por bajo nada. Y estaba ya totalmente desconfiado de remedio humano por todos los médicos. Estando, pues, éste una noche durmiendo en la galera, soñó que dos negros terribles tiraban por él, uno por una parte y otro por otra. Y en este mesmo sueño dio voces llamando por la Madre de Dios, las cuales voces oyeron otros de la galera. Y, preguntando yo cómo llamaba por la Madre de Dios, díjome que esta voz con todo lo demás que se sigue era en sueños. Y a esta voz dice que vio una doncella vestida de blanco con las señales de las llagas en las manos, y él dijo: «señora, si tú me sanares de la enfermedad, yo me haré cristiano». Todo esto pasó en sueños, y lo mismo le acaeció otra noche. Y dando cuenta de este sueño al patrón de la galera y entendiendo él quién era esa doncella, lo envió a la madre priora con Tomás de Aquino, que era otro convertido y más ladino; y él le trajo a la priora y, antes que ella le hablase palabra, en viéndola, reconoció que ella era la que le había aparecido. Entonces ella le habló muy amorosamente, y le hizo dar de merendar y beber del agua en que ella mete las manos; y él acudió siete veces en siete días a beber grandes jarros de agua y, así como había bebido, luego iba purgando por bajo y mejorando, de manera que agora está sanísimo y está ya baptizado, y así vino a mí la tercera con hábito de cristiano, y sabe toda la doctrina de la cartilla tan bien como sé yo el Ave María; y así me la rezó toda aquí. Sea Dios bendito cuyos juicios son admirables.




Otro

Año de 1584 en la ciudad de Leria estaba un hombre honrado por nombre Etor Vaz de Castelo Blanco, veedor del duque de Villa Real, el cual tenía un lobillo en el pescuezo había algunos años; y a la sazón estaba con grande dolor de cabeza y calentura; y, por la devoción y confianza que tenía en esta sierva de Dios, tomó un pañito de las cinco gotas de sangre (que le salen los viernes de la llaga del costado) y púsolo sobre la cabeza y sobre los ojos y besólo. Y luego en el mismo instante le reventó el lobillo echando fuera toda la materia que tenía dentro; y quedó del todo sano sin le quedar señal alguna; y así comenzó a dar gracias a Nuestro Señor por este tan señalado beneficio y obra suya.




Otro

Acaeció también que Felipa de Valladares, mujer del sobredicho, adoleció en el mesmo año de gota artértica, y vino a tullirse de piernas y brazos con grandes dolores sin para ello hallar remedio en los médicos. Por lo cual escribió a un hermano suyo religioso, muy familiar de esta virgen, para que le pidiese remedio para aquella enfermedad. Y, haciéndolo ella ansí con toda devoción, el día de la Magdalena a hora de víspera le cesaron los dolores, ni hasta agora le han vuelto, que fue el tiempo en que este religioso pidió este socorro a nuestra virgen, como él mismo lo significó por una carta suya escripta a la misma hermana declarándole el mesmo día y hora en que esto había pasado.




Otro

En la mesma ciudad de Leria estaba la señora doña Beatriz, hija del duque de Villa Real, la cual había seis años que tenía muy graves accidentes que la privaban de los sentidos y la quitaban el habla. Y, viéndose la duquesa su madre tan lastimada con los accidentes de la hija, envió a pedir a esta virgen, por un religioso muy devoto y familiar de ella, que pidiese a Nuestro Señor se apiadase así de la hija como de la madre, que tanto sentía el mal de su hija. Y, viniendo este religioso a esta ciudad de Lisboa, le encomendó esta necesidad con grande instancia; y subcedió así que, por el mes de junio, cuando él esto pidió a esta sierva de Dios, cesaron aquellos accidentes; y hasta hoy, que son cumplidos dos años, nunca más ha vuelto esta señora; en lo cual parece la grande eficacia de las oraciones de esta virgen, pues basta para dar súbita salud a los ausentes, como parece por los dos milagros susodichos.




Otro

Por el mes de enero partió de esta ciudad de Lisboa un navío para Mazagán; y, algunos días después de partido, se levantó gran tormenta en la mar, por lo cual Enrique Sebastián dio aviso a nuestra virgen del peligro que corría el tal navío para que lo encomendase a Nuestra Señora. Ella confiada en Él, respondió a la señora doña Juana de Morona que el navío iría a salvamento. Llegado, pues el navío cerca de Cádiz, viose tan perdido que no había más de cinco brazas de la tierra; y el viento y la mar los llevaban a ella, donde todos perecieran sin haber remedio alguno. Y a la sazón venía en el navío Gil Hernández de Carvallo, el cual llevaba un pañito de las cinco gotas de sangre de esta virgen y, echándole en la mar, en un momento saltó el viento por cima de la tierra, el cual le apartó de los bajíos, y otro día fue a surgir en la barra de Cádiz sano y salvo. Todas estas palabras son de una carta que el capitán de este navío, por nombre Emanuel de Acosta, escribió al señor Juan Gómez da Silva, veedor de la hacienda de su Majestad, el cual refiere en su carta los grandes trabajos que pasaron en este viaje, especialmente el día de Santo Amaro. Y añade más: que dicen los antiguos en esta tierra que no se acuerdan de tan grandes tempestades, porque en el Puerto de S. María cayeron 40 y tantas casas, y en Cádiz cayó la torre de San Sebastián y otras muchas cosas; y dende esta costa hasta las arenas gordas se halla mucha gente muerta y navíos despedazados. Y por aquí verá V. S. los trabajos que habemos pasado y las mercedes que Dios nos ha hecho. La carta original de este capitán queda en mi poder: y por esta obra se entenderá la grandeza del amor que Nuestro Señor tiene a sus siervos y el deseo de honrarlos pues quiere que a sus cosas obedezca el ímpetu de los vientos y la furia de la mar con todas sus tormentas. Por lo cual sea para siempre bendito.

Otra maravilla semejante a la pasada acaeció este mismo año de 86, y fue así: que, viniendo un galeón de Malaca muy destrozado y mucha gente muerta, rehicieron la gente con alguna que venía de la Tercera para Lisboa. Y en éste venía un morisco que se había hecho cristiano por vía de la madre priora, la cual le había dado uno de los pañicos de las cinco gotas de sangre; y en el camino levantóse contra ellos una tan brava tormenta que todas las velas mayores o menores se hicieron pedazos, y el galeón estaba en tan gran peligro que los maestros estaban desconfiados sin saber que hacerse. Entonces este morisco, a quien la priora había puesto por nombre Tomás de Aquino, ató aquel pañito que traía consigo a vista de todos y echólo en la mar. Y luego cesó la tormenta, con que todos dieron gracias a Nuestro Señor. Y sin velas algunas van gobernando el galeón al amor del agua; y así entraron sanos y salvos en el puerto de Lisboa. De este milagro son testigos todos los que venían en el galeón. Y a mí vino el maestre del navío con el dicho Tomás de Aquino, que me refirieron lo que está dicho con otras cosas que acaecieron en la navegación de don Duarte de Meneses, que iba por visorey a la India.




Otro

En la villa de Gibraleón estaba una mujer por nombre Inés Pérez, mujer de Francisco Martínez, siete días había, con calenturas, y llegó la enfermedad a tanto que no se podía menear, aunque le habían sangrado y purgado; y, haciéndole otros muchos remedios, nada le aprovechaba. Y, después de confesada y comulgada, llegó a tanto peligro que su confesor la ayudaba a bien morir. Y esta mujer, tiniendo noticia del agua de la madre priora que el señor marqués había traído de Lisboa, pidió con gran devoción y lágrimas le trajesen de ella; y bebiendo de ella el viernes de Ramos próximo pasado, luego se dormió (habiendo tanto tiempo que no se acuerda haber dormido sueño semejante, si no era dormitando). Y en despertando, vomitó gran cantidad de mal humor, (lo cual nunca había hecho en toda la enfermedad), y ese día hasta otro por la mañana que fue el sábado, le duraron.




Otro[s diez milagros]

Estos diez milagros que se siguen están ya autenticados.

En la ciudad de Lisboa, en la calle de la Condesa de Vidiguera, había un niño de nueve o diez meses que había más de un mes que tenía una postema o hinchazón en la garganta; habíanle mandado sajar, y, después de sajado, estuvo dos días sin mamar. Pusiéronle una rosa, que la madre priora había traído en sus manos, mojada en un poco de agua, y luego mamó y se le comenzó a vaciar la postema, y luego, de allí a dos días, sanó. Púsole esta rosa una vecina suya, la cual con la mesma rosa había sanado una hinchazón de un mal de garganta; bebiendo del agua en que lavó la dicha rosa, se remojó y se halló sano de ella.

Una mujer llamada Beatriz Díaz, natural de Lisboa en la Cordonería Vieja, tenía grandes temblores de todo el cuerpo y no podía hablar. Llegó a la ventanilla del comulgatorio acabando de comulgar la madre prioresa y, rogándole muy encarecidamente la muy ilustre señora doña Juana de Lima y el padre Fray Hernando de Castro, sub prior del convento de Santo Domingo, que le pusiese la mano sobre la cabeza, la dicha madre sacó la mano y dijo unas oraciones, que parece que era un evangelio, tiniendo la mano sobre la cabeza de la enferma, y dijo en voz alta a la mujer: «hablad y decid el nombre de Jesús, encomendaos a Él y pedilde perdón de vuestros pecados y arrepentíos de ellos». Y en ese punto dejó la mujer de temblar, y estuvo quieta y sosegada, y dijo con voz clara el nombre de Jesús.

En el mismo día, una mujer de Caparica que tenía una postema en la garganta, de donde le salía mucha sangre por el agujero de ella, y era muy ponzoñosa y dañosa enfermedad, poniéndole la mano la dicha priora y diciéndole que tuviese fe en Nuestro Señor que le daría salud; y de ahí a cinco días sanó. Y la vio sana Ruy Lorenzo de Tabera, que tiene una quinta en Caparica, el cual contó al padre provincial de Santo Domingo que no solamente había sanado de aquella hinchazón de la garganta que le había resuelto, sino también de otra postema que tenía en una pierna.

Hierónima Pinera, mujer de Nicolás Pinto, morador en la Rua dos Canos, estaba muy enferma de gota artítica, de tal manera que ni podía menear pies ni manos; y, si se le caía la ropa de la cama, no la podía levantar, y, aunque la curaban los médicos, no sentía mejoría. Compadeciéndose de esta su enfermedad una su vecina llamada Catalina Carreira, viuda, mujer que fue de Blas de Alende, alcanzó por vía de una sobrina que tiene monja en el monesterio de la Anunciada un escripto de la madre priora que estaba en una tira de papel pequeña y decía estas palabras: «en nombre de Jesús, [E]sposo suave e fermoso, vos mando que nao tenáis más esas dolores, el cual no estaba firmado de la madre prioresa, pero era de su letra y, puniéndolo sobre las manos y pies y las demás partes enfermas, luego cesaron los dolores. Y, por la gran devoción que tenía el dicho papel, lo envolvió en un pañito que traía consigo en el seno y de allí a algunos días, buscando el dicho papel, no le halló; y esto tuvo por mayor milagro que el primero. Tenía esta enferma tanta devoción con la madre prioresa que decía que, si la dicha madre la tocase con la mano y le echara la bendición, había de ser luego sana. Y, como viese esta devoción, Catalina Carreira escribió a María de San Pablo, su sobrina, le enviase alguna cosa de la madre prioresa; ella le respondió por escripto, y dentro en la carta venía un papelillo con las dichas palabras, y encomendó la madre priora el secreto a la dicha religiosa.

Item María Núñez, viuda, mujer que fue de Manuel Fernández, mercader de esta ciudad de Lisboa, había más de seis años que tenía un zaratán en el pecho que le llaman ca[n]co, de que tenía el pecho muy hinchado; y en él una dureza de que le salían rayos de grandísimo dolor, y nunca lo había querido mostrar a los médicos por estar en la parte donde estaba; y por no tener ánimo para los grandes dolores entendía recibiría si se le sacaban, determinándose antes morir que curarse. Y estando el primer día de mayo en el monesterio de Santo Domingo con Beatriz Núñez, mujer que fue del merino Antonio de Tavanca, y dándole parte de su enfermedad por ser amigas, le dijo que se pusiese sobre el pecho unas cuentas de nudos que habían sido de la madre prioresa, que esperaba en Dios que cobraría con ello salud; y dentro de cuatro días que se lo puso y lavó con un poco de agua de la madre priora que le dio doña Luisa de Barros y bebió de ella, tocándole también el pecho con otras cosas de la misma madre, se le quitó luego el zaratán o canco y quedó sana sin otro ningún remedio humano.

Hierónima (fue mujer de Pedro Ruiz Velasco que al presente reside en las partes del Brasil), había seis semanas, poco más o menos, que tenía grandes dolores de estómago y grandes agotamientos y congojas. Aunque la mandó sangrar Roque Gómez, cirujano que mora enfrente de la Iglesia de esta ciudad, no sintió mejoría después de la haber sangrado. Y, como oyese decir las maravillas que Nuestro Señor obraba por medio de la madre prioresa de la Anunciada, envió a pedir al padre Fray Gaspar Goreiz, maestro de novicios en el monesterio de Santo Domingo, una poca de agua de la que la dicha madre priora acostumbra a dar. Y en trayéndosela, bebió, y, en bebiéndola, cesaron los dichos dolores y agotamientos [y] congojas. Sin otro ningún remedio quedó sana de la dicha enfermedad.

Ana Rodríguez, beata de la tercera regla de San Francisco, por la gran devoción que tiene con la madre prioresa de la Anunciada, envióle a pedir alguna cosa para traer consigo, y la madre prioresa le envió un lienzo suyo con Domingo Montero, iluminador. Y sintiéndose algunas veces maltratada de vahídos de cabeza al punto se le quitaron; y después acá se halla muy mejor. Y, yéndose a confesar un día al monesterio de Obregas con el padre Fray Antonio de la Concepción, súbitamente le dio un dolor muy grande en el pecho, que algunas veces le suele dar, principalmente cuando camina. Y, estando muy atribulada con el dicho dolor, vio caer sobre sus pies un paño doblado, levantólo y púsolo en el pecho, y al punto le cesó el dolor. No sabe de donde se cayese este paño, sino que acaso le habían puesto sobre la cabeza cuando salió de su casa; y fue así, porque después, cuando volvió no halló el paño de la madre prioresa, y reconoció ser el mismo que se había puesto en el pecho, por manchitas que tenía.

Isabel de Vargas, doncella hija de Tristán de Meneses, mercader, había cuatro meses y medio que estaba enferma de perlesía, que toda la parte ezquierda no podía mandar ni menear, y había llegado a perder el habla y estar por espacio de quince días perdida la vista de los ojos. Curábanla de los mejores médicos de Portugal y con ninguna medecina halló mejoría; ofrecióse venir en el tiempo de pascua en que tenía obligación de recibir el Santísimo Sacramento, y, porque no podía hablar para confesarse, le aconsejó el cura de su fe[li]gresía que inviase a llamar al padre con quien se acostumbraba confesar otras veces, que por señas, o como pudiese, confesase con él y se le daría el Santísimo Sacramento; y para este efecto envió a llamar al P. Fray Fernando de Santa María, religioso de la orden de Santo Domingo con que solía confesarse; el cual, viendo que no hablaba, sacó de la manga un pedazo de lienzo que traía consigo y díjole que tomase aquel lienzo, que era de la madre priora de la Anunciada, y con mucha fe le pusiese en la boca en nombre del Esposo y hablase. Y, en poniéndosele y haciendo con la señal de la cruz, súbitamente habló nombrando tres veces el nombre de Jesús; y de ahí adelante habló como de antes solía y muy mejor; de que dicho padre Fray Fernando y los médicos que la curaban quedaron muy espantados y contentos. Y pidióla le enviase un poco de agua de la dicha madre prioresa, con la cual agua mojó el lienzo que tenía y lo puso sobre las partes enfermas de la perlesía y, después de haberlas mojado en él, le dio un sudor con que se adormeció por espacio de dos horas; y, acordando del sueño, se halló sana de todas las enfermedades que tenía. Y de allí a dos días, que fue día de Pascua, se levantó y fue a comulgar.

De este milagro susodicho se hace minción en la relación que se invió al Papa, y también de la cura de doña Beatriz de Mora, hermana de don Cristóbal de Mora.

De las cosas que en la Anunciada tomó información Manuel de Cuadros, conviene a saber: de la vida santa de la madre prioresa y de las claridades y luces que se ven en la celda, y de las señales de las llagas, y de verla levantada del suelo, y de haber tenido antes de esto en el costado llaga, y de tener corona de espinas en la cabeza son testigos, Guiomar de la Asunción, María de la Cruz, Ana de Santa María, Beatriz de Jesús, Beatriz Bautista, María de las Chagas, Antonia de la Cruz, y testifican de esta manera de su virtud, oración, raptos, penitencia, caridades y señales de las llagas. Testifican todas de vista y Ana de Santa María testifica de vista que, pasando un día por su celda de noche, oyó que decía un verso y callaba otro; después le preguntó quién rezaba con ella, y dijo que el Esposo. Antonia de la Cruz, Beatriz de Jesús, Beatriz Bautista testifican que, estando en los raptos, no respondía sino a recaudos verdaderos de la obidiencia. Ana de Santa María testifica que había trece años que ella y Beatriz de Jesús y María de Jesús quitaron una cofia a la dicha madre prioresa por estar con grandes dolores de cabeza, la cual estaba llena de sangre y le vieron en la cabeza un bergón levantado cuanto un dedo, bermejo, y con unos agujericos por él, de los cuales parece que salió sangre que estaba por la cofia alrededor a manera de corona. De que haya tenido llaga en el costado antes de agora testifícalo de oída.












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