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271

[«consisiderables» en el original (N. del E.)]

 

272

Carta de Ordóñez, y Verdugo, de 24 de abril de 1603.

 

273

Carta del Consejo de 15 de abril de 1605, y respuesta de los inquisidores de 30 de diciembre del año siguiente.

El Inquisidor general, en carta de 5 de marzo de 1620, mandó se admitiese por comisario de Potosí al licenciado Lorenzo de Mendoza, cuyo nombramiento resistieron en Lima, haciendo presente que, por ser portugués, no se habría ya de poder procesar en lo de adelante a ninguno de aquella ciudad, donde tantos se establecían, atraídos por sus famosas minas. Carta de 4 de mayo de 1622.

 

274

Carta de Diego de Torres a la Inquisición, Córdoba, 24 de septiembre de 1610.

 

275

Carta de Juan de Lizarazu, de 3 de marzo de 1641, Archivo de Indias.

 

276

Despacho de 26 de noviembre de 1636.

 

277

Con motivo de esta persecución a los portugueses, los inquisidores escribieron al comisario de Santiago averiguase cuántos había en Chile, resultando de sus pesquisas que en el distrito de su jurisdicción vivían veintiocho, siendo los más notables el licenciado don Fernando de Olivares y don Gonzalo Ferreira de Aponte. Todos estaban avecindados en la capital, menos dos que moraban en Quillota.

 

278

«Desde el más vil negro de Guinea hasta la perla más preciosa», dice Alcayaga, Carta de 15 de mayo de 1636.

 

279

«Es lo que en Castilla se llama gasa para valonas de hombres». Nota de los inquisidores.

 

280

«Ha causado grande admiración en esta ciudad su prisión, expresaba Alcayaga, por haber sido efecto de providencia particular de Dios, que en esta acción mostró muy piadosos los ojos con que mira a este reino, pues si su riqueza y libertad (que hay alguna en estas partes) los arrojó a ellas para vivir con seguridad en su ley y sembrarla; les puso Dios un tajamar con descubrirlos, sin que costase diligencia humana alguna; y ha sido acción que ha de ser para honra y gloria suya, porque en su castigo escarmentarán muchos, y se persuadirán los naturales de por acá a abrazar con más firmeza la fe y dejar sus idolatrías». Carta citada de 15 de mayo de 1636.

»Las demás prisiones que fueron sucediendo, añade el inquisidor Castro, como eran de hombres ricos, convino hacellas de día, porque en los muchos y cuantiosos secrestos no hubiera hurtos o faltas... Iban los ministros, alguacil mayor y notario de secrestos a ejecutar los mandamientos (pasada la prisión grande de 11 de agosto de 1635 que se hizo de todos, entre las doce y una del día, sin que se imaginase en la ciudad) y como después los muchachos y gente novelera estaban encarnizados contra el nombre de judíos, esperaban a bandadas en la plazuela de esta Inquisición a todas horas, y en viendo salir los ministros, los seguían, y aunque muchas veces rodeaban calles por desvelallos, no aprovechaba, con que muchas prisiones se hicieron con publicidad y ruido inevitable, por el seguro de los secrestos, y en las que no había este inconveniente, se hacían con todo secreto». Carta de 8 de junio de 1641.