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ArribaAbajo- XL -

Río de San Antón


Año de 25 anduvo por esta tierra el piloto Esteban Gómez en una carabela que se armó en la Coruña a costa del emperador. Iba este piloto en demanda de un estrecho que se ofreció de hallar en tierra de Bacallaos, por donde pudiesen ir a la Especiería en más breve que por otra ninguna parte, y traer clavos y canela y las otras especias y medicinas que de allá se traen. Había navegado algunas veces a las Indias Esteban Gómez, ido con Magallanes al estrecho y estado en la junta de Badajoz, que hicieron, como después se dirá, castellanos y portugueses sobre las islas de los Malucos, donde se platicó cuán bueno sería un estrecho por esta parte. Y como Cristóbal Colón, Fernando Cortés, Gil González de Ávila y otros no lo habían hallado del golfo de Urabá hasta la Florida, acordó él subir más arriba; empero, tampoco lo halló, ca no lo hay. Anduvo buen pedazo de tierra que aún no estaba por otro vista; bien que dicen, cómo Sebastián Gaboto la tenía primero tanteada. Tomó cuantos indios pudieron caber en la carabela y trajóselos, contra la ley y voluntad del rey. Y con tanto se volvió a la Coruña dentro de diez meses que partió. Cuando entró dijo que traía esclavos; un vecino de allí entendió clavos, que era una de las especias   —59→   que prometió traer. Corrió la posta, vino a pedir albricias al rey de que traía clavos Esteban Gómez. Esparcióse la nueva por la corte, con alegría de todos, que holgaban de tan buen viaje. Mas como desde a poco se supo la necedad del correo, que por esclavos entendió clavos, y el ruin despacho del marinero, que había prometido lo que no sabía ni había, rieron mucho las albricias y perdieron esperanza del estrecho que tanto deseaban, y aun algunos que favorecieron al Esteban Gómez para el viaje quedaron corridos.




ArribaAbajo- XLI -

Las islas Lucayos


Las islas Lucayos o Yucayas caen al norte de Cuba y de Haití y son cuatrocientas y más, según dicen. Todas son pequeñas sino es el Lucayo, de quien tomó apellido, el cual está entre diez y siete y diez y ocho grados; Guanahaní, que fue la primera tierra por Cristóbal Colón vista, Manigua, Guanima, Zaguareo y otras algunas. La gente de estas islas es más blanca y dispuesta que la de Cuba ni Haití, especial las mujeres, por cuya hermosura muchos hombres de Tierra-Firme, como es la Florida, Chicora y Yucatán, se iban a vivir a ellas; y así había más policía entre ellos que no en otras islas, y mucha diversidad de lenguas. Y de allí creo que manó el decir cómo por aquella parte había amazonas y una fuente que remozaba los viejos; ellos andan desnudos, sino es en tiempo de guerra, fiestas y bailes, y entonces pónense unas mantas de algodón y pluma muy labradas, y grandes penachos. Ellas, si son casadas o conocidas de varón, cubren sus vergüenzas de la cinta a la rodilla con mantillas; si son vírgenes traen unas redecillas de algodón con hojas de yerbas metidas por la malla; esto es después que les viene su purgación, que antes en carnes vivas se andan; y cuando les viene, convidan los padres a los parientes y amigos, haciendo fiesta como en bodas. Tienen rey o señor, y él tiene cuidado del pescar, cazar y sembrar, mandando a cada uno lo que ha de hacer. Encierran el grano y raíces que cogen en graneros públicos o trojes del rey. De allí reparten a cada uno como tiene la familia; danse mucho al placer; su riqueza es nacarones y conchas bermejas, de que hacen arracadas, y unas pedrecillas como rubíes, bermejuelas, que parecen llamas de fuego, las cuales sacan de los sesos de ciertos caracoles muy grandes que pescan en mar y que comen por muy preciado manjar. Usan traer sartales, collares y cosas que se atan al cuello, brazos y piernas, hechas de piedras negras, blancas, coloradas y de poco valor, y que se hallan en la arena. Y a las mujeres que van desnudas todo les parece bien; en muchas de estas islas chiquitas no tienen carne,   —60→   ni la comen. Su pasto es pescado, pan de maíz y otras raíces y frutas; traídos los hombres a Cuba y Santo Domingo, se morían en comiendo carne, y por eso españoles no se la daban, o les daban muy poquita. En algunas de ellas hay tantas palomas y otras aves así, que anidan en árboles, que vienen de Tierra Firme y de Cuba y Haití a sacarlas, y vuelven con las canoas llenas de ellas. Los árboles donde crían son como granados, cuya corteza parece algo canela en el sabor, jengibre en lo amargo y clavos en el olor; pero no es especia. Entre muchas frutas que tienen, hay una que parece gusanos o lombrices, sabrosa y sana, y dicha jaruma. El árbol es como nogal, y las hojas como de higuera; los cogollos y hojas de esta jaruma, majados y puestos con su zumo en cualquiera llaga, aunque sea muy vieja, la sana. Dos españoles riñeron allí, y el uno cortó a otro un brazo con la canilla; vino una vieja lacaya, concertó el hueso y sanólo con sólo zumo y hojas de este árbol. Un lucayo carpintero que cautivo estaba en Santo Domingo excavó un tronco de jaruma, que de suyo es hueco a manera de higuera, hinchólo de maíz y de calabazas llenas de agua, atapólo muy bien y atravesó la mar en él con otros dos parientes suyos, que remaban. Pero fue desdichado, porque a cincuenta leguas de navegación le tomaron ciertos españoles y le tornaron a Santo Domingo; de estas islas, pues, de los lucayos, yucayos como algunos llaman, cautivaron españoles, en obra de veinte años o pocos menos, cuarenta mil personas. Engañaban de palabra los isleños diciéndoles cómo iban ellos a llevarlos al paraíso, ca los indios de allí creían que muertos purgaban los pecados en tierras frías del norte; y después entraban en el paraíso, que estaba en tierra del mediodía: de esta manera acabaron los lucayos, y los más trayéndolos en minas. Dicen que todos los cristianos que cautivaron indios y los mataron trabajando han muerto malamente, o no lograron sus vidas, o lo que con ellos ganaron.




ArribaAbajo- XLII -

Río Jordán en tierra de Chicora


Siete vecinos de Santo Domingo, entre los cuales fue uno el licenciado Lucas Vázquez de Aillón, oidor de aquella isla, armaron dos navíos en Puerto de Plata, el año 20, para ir por indios a las islas Lucayos que arriba digo. Fueron, y no hallaron en ellas hombres qué rescatar o saltear para atraer a sus minas, hatos y granjerías. Y así, acordaron de ir más al norte a buscar tierra donde los hallasen, y no tornarse vacíos. Fueron, pues, a una tierra que llamaban Chicora y Guadalupe, la cual está en treinta y dos grados y es lo que llaman ahora cabo de Santa Elena y río Jordán; algunos, con   —61→   todo eso, dicen cómo el tiempo y no la voluntad los echó allá; sea de la una o de la otra manera, es cierto que corrieron a la marina muchos indios a ver las carabelas, como cosa nueva y extraña para ellos, que tienen chiquitas barcas, y aun pensaban que fuesen algún pez monstruo; y como vieron salir a tierra hombres con barbas y vestidos, huyeron a más correr; desembarcaron los españoles, aguijaron tras ellos y tomaron un hombre y una mujer. Vistiéronlos a fuer de España y soltáronlos para que llamasen la gente. El rey de allí, como los vio vestidos de aquella suerte, maravillóse del traje, ca los suyos andan desnudos o con pieles de fieras, y envió cincuenta hombres con bastimentos a los bajeles, con los cuales fueron muchos españoles al rey, y él les dio guías para ver la tierra, y a doquier que llegaban les daban de comer y presentillos de aforros, aljófar y plata. Ellos, vista la riqueza y traje de la tierra, considerada la manera de la gente y habiendo tomado el agua y bastimento necesario, convidaron a ver las naos a muchos. Los indios entraron dentro sin pensar mal ninguno; entonces alzaron los españoles las anclas y vela y viniéronse con buena presa de chicoranos a Santo Domingo; pero en el camino se perdió un navío de los dos, y los indios del otro se murieron no mucho después de tristeza y hambre, ca no querían comer lo que españoles les daban, y, por otra parte, comían perros, asnos y otras bestias que hallaban muertas y hediondas tras la cerca y por los muladares. Con relación de tales cosas y de otras que se callan, vino a la corte Lucas Vázquez de Aillón, y trajo consigo un indio de allí, que llamaban Francisco Chicora, el cual contaba maravillas de aquella su tierra. Pidió la conquista y gobernación de Chicora. El emperador se la dio y el hábito de Santiago; tornó a Santo Domingo, armó ciertos navíos el año de 24, fue allá con ánimo de poblar y con imaginación de grandes tesoros; mas ido que fue, perdió su nao capitana en el río Jordán, y muchos españoles, y en fin pareció él sin hacer cosa digna de memoria.




ArribaAbajo- XLIII -

Los ritos de chicoranos


Los de Chicora son de color loro o tiriciado, altos de cuerpo, de muy pocas barbas; traen ellos los cabellos negros y hasta la cinta; ellas, muy más largos, y todos los trenzan. Los de otra provincia allí cerca, que llaman Duhare, los traen hasta el talón; el rey de los cuales era como gigante y había nombre de Datha, y su mujer y veinte y cinco hijos que tenía también eran deformes; preguntados cómo crecían tanto, decían unos que con darles a comer unas como morcillas rellenas de ciertas yerbas hechas por   —62→   arte de encantamiento; otros, que con estirarles los huesos cuando niños, después de bien ablandados con yerbas cocidas; así lo contaban ciertos chicoranos que se bautizaron, pero creo que decían esto por decir algo, que por aquella costa arriba hombres hay muy altos y que parecen gigantes en comparación de otros. Los sacerdotes andan vestidos distintamente de los otros y sin cabello, salvo es que dejan dos guedejas a las sienes, que atan por debajo de la barbilla. Estos mascan cierta yerba, y con el zumo rocían los soldados estando para dar batalla, como que los bendicen; curan los heridos, entierran los muertos y no comen carne. Nadie quiere otros médicos que a estos religiosos, o a viejas, ni otra cura que con yerbas, de las cuales conocen muchas para diversas enfermedades y llagas. Con una que llaman guahi reviesan la cólera y cuanto tienen en el estómago si la comen o beben, y es muy común, y tan saludable, que viven mucho tiempo por ella y muy recios y sanos. Son los sacerdotes muy hechiceros y traen la gente embaucada; hay dos idolejos que no los muestran al vulgo más de dos veces al año, y la una es al tiempo de sembrar, y aquélla con grandísima pompa. Vela el rey la noche de la vigilia delante aquellas imágenes, y la mañana de la fiesta, ya que todo el pueblo está junto, muéstrale sus dos ídolos, macho y hembra, de lugar alto; ellos los adoran de rodillas, y a voz en grita, pidiendo misericordia. Baja el rey, y dalos, cubiertos con ricas mantas de algodón y joyas, a dos caballeros ancianos, que los llevan al campo donde va la procesión. No queda nadie sin ir con ellos, so pena de malos religiosos; vístense todos lo mejor que tienen; unos se tiznan, otros se cubren de hoja y otros se ponen máscaras de pieles; hombres y mujeres cantan y bailan; ellos festejan el día y ellas la noche, con oración, cantares, danzas, ofrendas, sahumerios y tales cosas. Otro día siguiente los vuelven a su capilla con el mismo regocijo, y piensan con aquello de tener buena cogida de pan. En otra fiesta llevan también al campo una estatua de madera con la solemnidad y orden que a los ídolos, y pónenla encima de una gran viga que hincan en tierra y que cercan de palos, arcas y banquillos. Llegan todos los casados, sin faltar ninguno, a ofrecer; ponen lo que ofrecen sobre las arcas y palos; notan la ofrenda de cada uno los sacerdotes que para ello están diputados, y dicen al cabo quién hizo más y mejor presente al ídolo, para que venga a noticia de todos, y aquél es muy honrado por un año entero. Con esta honra hay muchos que ofrecen a porfía. Comen los principales y aun los demás del pan, frutas y viandas ofrecidas; lo reparten los señores y sacerdotes. Descuelgan la estatua en anocheciendo, y échanla en el río, o en el mar si está cerca, para que se vaya con los dioses del agua, en cuyo honor la fiesta se hizo. Otro día de sus fiestas desentierran los huesos de un rey o sacerdote que tuvo gran reputación y súbenlo a un cadalso que hacen en el campo; llóranlo las mujeres solamente, andando a la redonda, y ofrecen lo que pueden. Tornan luego al otro día aquellos huesos a la sepultura, y ora un sacerdote en alabanza de cúyos son disputa de la inmortalidad del alma y trata del infierno o lugar de penas que los dioses tienen en tierras muy   —63→   frías, donde se purgan los males, y del paraíso, que está en tierra muy templada, que posee Quejuga, señor grandísimo, manco y cojo, el cual hacía muchos regalos a las ánimas que a su reino iban; y con tanto, quedan canonizados aquellos huesos, y el predicador despide los oyentes, dándoles humo a narices de yerbas y gomas olorosas, y soplándolos como saludador. Creen que viven muchas gentes en el cielo y muchas debajo la tierra, como sus antípodas, y que hay dioses en la mar, y de todo esto tienen coplas los sacerdotes, los cuales cuando mueren los reyes hacen ciertos fuegos como cohetes, y dan a entender que son las almas recién salidas del cuerpo, que suben al cielo; y así, los entierran con grandes llantos. La reverencia o salutación que hacen al cacique es donosa, porque ponen las manos en las narices, chiflan, y pásanlas por la frente al colodrillo. El rey entonces tuerce la cabeza sobre el hombro izquierdo si quiere dar favor y honra al que le reverencia. La viuda, si su marido muere naturalmente, no se puede casar; si se muere por justicia, puede. No admiten las rameras entre las casadas. Juegan a la pelota, al trompo y a la ballesta con arcos, y así son certeros. Tienen plata y aljófar y otras piedras. Hay muchos ciervos, que crían en casa y andan al pasto en el campo con pastores, y vuelven la noche al corral. De su leche hacen queso.




ArribaAbajo- XLIV -

El Boriquén


La isla Boriquén, dicha entre cristianos San Juan, está en diez y siete y diez y ocho grados y veinte y cinco leguas de la Española, que la tiene al poniente. Es larga de este a oeste más de cincuenta leguas, y ancha diez y ocho; la tierra hacia el norte es rica de oro; la hacia el sur es fértil de pan, fruta, yerba y pesca. Dicen que no comían estos boriquenes carne; debía ser de animales, que no los tenían; empero de aves sí comían, y aun murciélagos pelados en agua caliente. En las cosas antiguas y naturales son como los de Haití, Española, y en lo moderno también, sino que son más valientes y que usan arcos y flechas sin yerba. Hay una goma que llaman tibunuco, blanda y correosa como sebo, con la cual y aceite brean los navíos; y como es amarga, defiéndelos mucho de broma; hay también mucho guayacán, que llaman palo santo, para curar de bubas y otras dolencias. Cristóbal Colón descubrió esta isla en su viaje segundo, y Juan Ponce de León fue allá el año 9 con licencia del gobernador Ovando, en un carabelón que tenía en Santo Domingo, ca le dijeron unos indios cómo era muy rica isla. Tomó tierra donde señoreaba Agueibana, el cual lo acogió muy amigablemente y se tornó cristiano con su madre, hermanos y criados. Dióle una su hermana   —64→   por amiga, que tal es la costumbre de los señores para honrar a otros grandes hombres que reciben por amigos y huéspedes, y llevólo a la costa del norte a coger oro, como buscaba en dos o tres ríos. Dejó Juan Ponce ciertos españoles con Agueibana y volviése a Santo Domingo con la muestra del oro y gente; mas como era ya ido a España Nicolás de Ovando y gobernaba el almirante don Diego Colón, tornése al Boriquén, que llamó él mismo San Juan, con su mujer y casa. Escribiólo al comendador mayor de Alcántara Ovando, el cual le recabó y envió la gobernación de aquella isla, pero con sujeción al virrey y almirante de Indias. Él entonces hizo gente y guerreó el Boriquén; fundó a Caparra, que se despobló por tener su asiento en ciénagas de mucho acije. Pobló a Guanica, que se desavecindó por los muchos e importunos mosquitos; y entonces se hizo Sotomayor y otras villas. Costó la conquista del Boriquén muchos españoles, ca los isleños eran esforzados y llamaron caribes en su defensa, que tiraban con yerba pestífera y sin remedio; pensaron al principio que los españoles fuesen inmortales, y por saber la verdad, Oraioa, cacique de Jaguaca, tomó cargo de ello con acuerdo y consentimiento de todos los otros caciques, y mandó a ciertos criados suyos que ahogasen a un Salcedo que posó en su casa, pasándolo el río Guarabo; los cuales le hundieron so el agua, llevándolo en hombros, y como se ahogó, tuvieron a los demás por mortales, y así se confederaron y se rebelaron y mataron más de cien españoles. Diego de Salazar fue quien más se señaló en la conquista del Boriquén. Temíanle tanto los indios, que no querían dar batalla donde venía él, y algunas veces lo llevaban en el ejército, estando muy malo de bubas, por que supiesen los indios cómo estaba allí; solían decir aquellos isleños al español que los amenazaba: «No te temo, ca no eres Salazar». Habían eso mismo grandísimo miedo a un perro llamado Becerrillo, bermejo, bocinegro y mediano, que ganaba sueldo y parte como ballestero y medio, el cual peleaba contra los indios animosa y discretamente; conocía los amigos, y no les hacía mal aunque le tocasen. Conocía cuál era caribe y cuál no; traía el huido aunque estuviese en medio del real de los enemigos, o le despedazaba; en diciéndole «ido es», o «buscadlo», no paraba hasta tornar por fuerza al indio que se iba. Acometían con él nuestros españoles tan de buena gana como si tuvieran tres de caballo; murió Becerrillo de un flechazo que le dieron con yerba nadando tras un indio caribe. Cristianáronse todos los isleños, y su primer obispo fue Alonso Manso, año de 11; los que tras Juan Ponce de León, que fueron muchos, rigieron el Boriquén por el almirante atendieron más a su provecho que al de los isleños.



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ArribaAbajo- XLV -

El descubrimiento de la Florida


Quitó el almirante del gobierno del Boriquén a Juan Ponce de León y viéndose sin cargo y rico, armó dos carabelas y fue a buscar la isla Boyuca, donde decían los indios estar la fuente que tornaba mozos a los viejos. Anduvo perdido y hambriento seis meses por entre muchas islas, sin hallar rastro de tal fuente. Entró en Bimini, y descubrió la Florida en Pascua Florida del año de 12, y por eso le puso aquel nombre; y esperando hallar en ellas grandes riquezas, vino a España, donde negoció con el rey don Fernando todo lo que pedía, con intercesión de Nicolás de Ovando y de Pero Núñez de Guzmán, ayo del infante don Fernando, cuyo paje había sido. Así que le dio el rey título de adelantado de Bimini y de gobernador de la Florida; y con tanto armó en Sevilla tres navíos de muy propósito el año de 15. Tocó en Guacana, que llaman Guadalupe; echó en tierra gente a tomar agua y leña, y algunas mujeres que lavasen los trapos y ropa sucia. Salieron los caribes, que se habían puesto en celada, y flecharon con sus saetas enherboladas los españoles; mataron los más que a tierra salieron y cautivaron las lavanderas. Con este mal principio y agüero se partió Juan Ponce al Boriquén, y de allí a la Florida. Saltó en tierra con sus soldados para buscar asiento donde fundar un pueblo; vinieron los indios a defenderle la entrada y estada; pelearon con él, desbaratáronlo y aun le mataron hartos españoles, y le hirieron a él con una flecha, de cuya herida hubo de morir en Cuba. Y así acabó la vida y consumió gran parte de la mucha hacienda que allegara en San Juan del Boriquén. Pasó Juan Ponce de León a la isla Española con Cristóbal Colón el año de 1493; fue gentil soldado en las guerras de aquella isla, y capitán en la provincia de Higuey por Nicolás de Ovando, que la conquistó. Es la Florida una punta de tierra como lengua, cosa muy señalada en Indias y muy nombrada por los muchos españoles que han muerto sobre ella. Siendo la Florida tierra (según fama) rica y abastada, aunque valientes los hombres, pidió su conquista y gobernación Hernando de Soto, que había sido capitán en el Perú, y enriquecido en la prisión de Atabaliba con la parte que le cupo de hombre de caballo y de capitán y con el cojín de perlas y piedras en que se asentaba aquel rico y poderoso rey. Fue, pues, allá con mucha y buena gente; anduvo cinco años buscando minas, ca pensaba ser como el Perú. No pobló, y así murió él y destruyó a los que le seguían. Nunca harán buen hecho los conquistadores que ante todas cosas no poblaren, en especial aquí, que son los indios valientes flecheros y recios hombres. Por muerte del adelantado Soto demandaron muchos esta conquista el año 44, estando la corte en Valladolid; entre los cuales fueron Julián de Samano y Pedro de Ahumada, hermanos, hombres bastantes para tal empresa, y el Ahumada muy entendido en muchas cosas y muy virtuoso hidalgo, con quien yo tengo amistad estrecha. Mas   —66→   ni el emperador, que estaba en Alemaña, ni el príncipe don Felipe, su hijo, que gobernaba todos estos reinos de Castilla y Aragón, la dieron a ninguno, aconsejados del Consejo de Indias y de otras personas que con buen celo, a su parecer, contradecían las conquistas de las Indias; empero enviaron allá a fray Luis Cancel de Balvastro con otros frailes dominicos, que se ofreció de allanar aquella tierra y convertir la gente y traerla a servicio y obediencia del emperador con solas palabras. Fue, pues, el fraile a costa del rey el año de 49; salió en tierra con cuatro frailes que llevaba, y con otros seglares marineros sin armas, que así tenían de comenzar la predicación. Acudieron a la marina muchos de aquellos floridos, y sin escucharle lo aporrearon con otro o con otros dos compañeros, y se los comieron, y así padecieron martirio por predicar la fe de Cristo. Él los tenga en su gloria. Los otros se acogieron al navío y se guardaron para confesores, como dijeron algunos. Muchos que favorecieron la intención de aquellos frailes conocen ahora que por aquella vía mal se pueden atraer los indios a nuestra amistad ni a nuestra santa fe; aunque si pudiese ser, mejor sería. Entonces se vino a la nave uno que fue paje de Hernando Soto, el cual contaba cómo los indios pusieron los cueros de las cabezas de los frailes con sus coronas en un templo, y que cerca de allí hay hombres que comen carbón.




ArribaAbajo- XLVI -

Río de Palmas


Quinientas leguas que hay de costa, desde la Florida al río Panuco anduvo primero que otro ningún español Francisco de Garay. Empero, por que no hizo entonces más de correr la costa, dejaremos de hablar de él y hablaremos de Pánfilo de Narváez, que fue a poblar y conquistar, con título de adelantado y gobernador, el río de Palmas, que cae treinta leguas encima de Panuco hacia el norte y toda la costa hasta la Florida; y así no pervertiremos la orden que comenzamos. Digo, pues, cómo el año de 27 partió Pánfilo de Narváez de Sanlúcar de Barrameda para su adelantamiento del río de Palmas, con cinco navíos, en que llevaba seiscientos españoles, cien caballos y gran suma de bastimentos, armas y vestidos, ca tenía experiencia de otras armadas. Tuvo trabajo en el camino, y no acertó a ir donde tenía, por ignorancia de Miruelo y de los otros pilotos de la flota, que desconocieron la tierra. Todavía salió en ella Narváez con trescientos compañeros y casi todos los caballos, aunque con poca comida, y envió los navíos a buscar el río de Palmas, en cuya demanda se perdieron casi todos los hombres y caballos; lo cual fue por no poblar luego que saltó en tierra con la   —67→   gente, o por saltar donde no había de poblar. Quien no poblare, no hará buena conquista, y no conquistando la tierra, no se convertirá la gente; así que la máxima del conquistar ha de ser poblar. Vio Narváez oro a unos indios, que, preguntados dónde lo sacaban, dijeron en Apalachen. Fue allá: en el camino topó un cacique llamado Dulchanchelin, que, a trueco de cascabeles y sartalejos, le dio un cuero de venado muy pintado que traía cubierto; y venía a cuestas de otro indio y con mucha compañía, que los más tañían caramillos de caña. Apalachen es de hasta cuarenta casas de paja, tierra pobre de lo que buscaban, mas abundante de otras muchas cosas; llana, aguazosa y arenosa. Hay laureles y casi todos nuestros árboles, empero son muy altos. Hay leones, osos, venados de tres maneras, y unos animales muy extraños que tienen un falso peto, el cual se abre y cierra como bolsa, donde meten sus hijos para correr y huir del peligro. Hay muchas aves de las de acá, como decir garzas y halcones, y las que viven de rapiña; pero con todo esto, es tierra de muchos rayos. Los hombres son muy altos, forzudos y ligeros, que alcanzan un ciervo y que corren un día entero sin descansar. Traen arcos de doce palmos, gordos como el brazo y que tiran doscientos pasos y pasan unas corazas y un tablón y otra cosa más recia. Las flechas son por la mayor parte de caña, y en lugar de hierro traen pedernal o hueso; las cuerdas son de nervios de venados. De Apalachen fueron a Aute, y más adelante hallaron mejores casas y con esteras, y más pulida gente, ca visten de venado, pieles pintadas y martas, y algunas tan finas y olorosas de suyo, que se maravillaban los nuestros. Traen también mantas groseras de hilo, y cabellos muy largos y sueltos; dan una saeta en señal de amistad, y bésanla. En una isla que llamaron Malhado, y que boja doce leguas y está de tierra dos, se comieron unos españoles a otros, los cuales se llamaban Pantoja, Sotomayor, Hernando de Esquivel, natural de Badajoz; y en Jamho, tierra firme, allí junto, se comieron asimismo a Diego López, Gonzalo Ruiz, Corral, Sierra, Palacios y a otros. Andan en aquella isla desnudos; las mujeres casadas cubren algo con un velo de árbol que parece lana; las mozas abrigase con cueros de venado y otras pieles. Agujéranse los hombres la una tetilla, y muchos entrambas, y atraviesan por allí unas cañas de palmo y medio. Horadan también el rostro bajero y meten cañuelas por el agujero. Son hombres de guerra, y las mujeres de trabajo, y la tierra muy desventurada. Casan con sendas mujeres, y los médicos con cada dos, o más si quieren. No entra el novio en casa de los suegros ni cuñados el primer año, ni guisa de comer en la suya, ni ellos le hablan ni le miran la cara, aunque de sus casas le lleva la mujer guisado lo que él caza y pesca. Duermen en cueros sobre esteras y ostiones por ceremonia. Regalan mucho sus hijos, y si se les mueren tíznanse, y entiérranlos con grandes llantos. Dúrales el luto un año, y lloran tres veces al día todos los del pueblo, y no se lavan los padres ni parientes en todo aquel tiempo. No lloran a los viejos. Entiérranse todos, salvo los físicos, que por honra los queman, y entretanto que arden, bailan y cantan. Hacen polvo los huesos,   —68→   y guardan la ceniza para beberla el cabo del año los parientes y mujeres; los cuales también se jasan entonces. Estos médicos curan con botones de fuego y soplando el cauterio y llaga. Jasan donde hay dolor, y chupan la jasadura; sanan con esto y son bien pagados. Estando allí ciertos españoles murieron algunos indios de dolor de estómago, y pensaban que a su causa; mas ellos se desculparon; y como estaban desperecidos de frío, hambre y mosquitos, que los comían vivos, por andar desnudos, no los mataron, sino mandáronles curar los enfermos. Ellos, con temor de la muerte, comenzaron aquel oficio rezando, soplando y santiguando, y sanaron cuantos a sus manos vinieron; y así cobraron fama y crédito de sabios médicos. De Malhado, atravesando muchas tierras, fueron a una que llaman de los Jaguaces, los cuales son grandes mentirosos, ladrones, borrachos de su vino y agoreros, que matan, si mal ensueñan, sus propios hijos; y así, mataron a Esquivel. Siguen los venados hasta que los matan: tan corredores son. Traen la tetilla y bezo horadado; usan contra natura; múdanse como alárabes, y llevan las esteras de que arman sus casillas. Los viejos y mujeres visten y calzan de venado y de vacas, que a cierto tiempo del año vienen de hacia el norte y que tienen el cuerno corto y el pelo largo y son gentil carne. Comen arañas, hormigas, gusanos, salamanquesas, lagartijas, culebras, palos, tierra y cagajones y cagarrutas; y siendo tan hambrientos, andan muy contentos y alegres, bailando y cantando. Compran las mujeres a sus enemigos por un arco y dos flechas, o por una red de pescar, y matan sus hijas por no darlas a parientes ni enemigos. Van desnudos, y tan picados de mosquitos, que parecen de San Lázaro; con los cuales tienen perpetua guerra. Traen tizones para ojearlos, o hacen lumbre de leña podrida o mojada para que huyan del humo; el cual es tan insoportable como ellos, mayormente a españoles, que lloraban con él. En tierra de Avavares curó Alonso de Castillo muchos indios a soplos, como saludador, de mal de cabeza; por lo cual le dieron tunas, que son buena fruta, y carne de venado, arcos y flechas. Santiguó asimismo cinco tullidos, que sanaron, no sin grande admiración de los indios y aun de los españoles, ca los adoraban como a personas celestiales. A fama de tales curas acudían a ellos de muchas partes, y los de Susola le rogaron fuese con ellos a sanar un herido. Fue Alvar Núñez Cabeza de Vaca y Andrés Dorantes, que también curaba; mas cuando llegaron allá era muerto el herido; y confiados en Jesucristo, que obra sanidades, y por conservar sus vidas entre aquellos bárbaros, lo santiguó y sopló tres veces Alvar Núñez, y revivió, que fue milagro. Así lo cuenta él mismo. Entre los albardaos estuvieron algún tiempo, que son astutos guerreros; pelean de noche y por asechanzas. Tiran bailando y saltando de una parte a otra, porque no les acierten sus contrarios; andan muy abajados en tierra. Acometen si sienten flaqueza, y huyen si ven esfuerzo; no siguen victoria ni van tras el enemigo. Ven y oyen muy mucho. No duermen con preñadas ni con paridas hasta que pasen dos años; dejan las mujeres que son estériles, y casan con otras; maman los niños diez y doce años, y hasta   —69→   que por sí saben buscar de comer. Ellas hacen las amistades cuando ellos riñen unos con otros. Nadie come lo que guisan las mujeres con su camisa. Cuando cuecen sus vinos, derraman los vasos, pasando cerca la mujer, si no están atapados; emborráchanse mucho, y entonces maltratan a las mujeres. Cásanse unos hombres con otros que son impotentes o capados y que andan como mujeres, y sirven y suplen por tales, y no pueden traer ni tirar arco. Pasaron por ciertos pueblos donde los hombres eran harto blancos; empero eran tuertos o ciegos de nubes, cuyas mujeres se alcoholaban. Tomaban infinitas liebres a palos, y no comían sin que primero lo santiguasen los cristianos o lo soplasen. Llegaron a tierra que, o por costumbre o por acatamiento de ellos ni lloraban ni reían ni se hablaban; y una mujer porque lloró la punzaron y rayaron con unos dientes de ratón por detrás, de los pies a la cabeza; recibían los españoles las caras a la pared, las cabezas bajas y los cabellos sobre los ojos. En el valle que llamaron de Corazones, por seiscientos que les dieron de venados, hubieron algunas saetas con puntas de esmeraldas harto buenas, y turquesas, y plumajes. Allí traen las mujeres camisas de algodón fino, mangas de lo mismo y faldillas hasta el suelo, de venado adobado, sin pelo y abiertas por delante. Toman los venados emponzoñando las balsas donde beben con ciertas manzanillas, y con ellas y con la leche del mismo árbol untan las flechas. De allí fueron a San Miguel de Culuacán, que, como dicho he, está en la costa de la mar del Sur. De trescientos españoles que salieron en tierra cerca de la Florida con Narváez, pienso que no escaparon sino Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Alonso del Castillo Maldonado, Andrés Dorantes de Béjar y Estebanico de Azamor, loro; los cuales anduvieron perdidos, desnudos y hambrientos nueve años y más por las tierras y gentes aquí nombradas, y por otras muchas, donde sanaron calenturientos, tullidos, mal heridos, y resucitaron un muerto, según ellos dijeron. Este Pánfilo de Narváez es a quien venció, prendió y sacó un ojo Fernando Cortés en Zempoallán de la Nueva-España, como más largo se dirá en su crónica. Una morisca de Hornachos dijo que habría mal fin su flota, y que pocos escaparían de los que saliesen a la tierra donde él iba.




ArribaAbajo- XLVII -

Pánuco


Por muerte de Juan Ponce de León, que descubrió y anduvo la Florida, armó Francisco de Garay tres carabelas en Jamaica el año de 1518, y fue a tentar la Florida, pensando ser isla, ca entonces más querían poblar en islas que en tierra firme. Salió a tierra, y desbaratáronle los floridos, hiriendo   —70→   y matando muchos españoles; así no paró hasta Panuco, que hay quinientas leguas de costa. Vio aquella costa, mas no la anduvo tan por menudo como ahora se sabe. Quiso rescatar en Panuco, mas no le dejaron los de aquel río, que son valientes y carniceros, antes lo maltrataron en Chila, comiéndose los españoles que mataron, y aun los desollaron y pusieron los cueros, después de bien curtidos, en los templos por memoria y ufanía. Parecióle bien aquella tierra, aunque le había ido mal en ella. Volvió a Jamaica, adobó los navíos, rehízose de gente y bastimento, y tornó allá luego el año siguiente de 19, y fuéle peor que la primera vez. Otros dicen que no fue más de una vez, sino que, como estuvo mucho allá, la cuentan por dos. Fuese una o dos veces, es cierto que vino lastimado de lo mucho que había gastado, y corrido de lo poco que había hecho, especialmente por lo que le avino con Fernando Cortés en la Veracruz, según en otra parte se cuenta. Mas por enmendar las faltas y por ganar fama como Cortés, que tan nombrado era, y porque tenía por rica muy tierra la de Panuco, negoció la gobernación de ella en la corte por Juan López de Torralva, su criado, diciendo lo mucho que había gastado en descubrirla; y como la tuvo con título de adelantado, armó y abasteció once navíos el año de 23. Como estaba rico, y como pensaba competir con Fernando Cortés, metió en ellos más de setecientos españoles, ciento y cincuenta y cuatro caballos y muchos tiros, y fue a Panuco, donde se perdió con todo ello; ca murió él en Méjico, y mataron los indios cuatrocientos españoles de aquéllos, muchos de los cuales fueron sacrificados y comidos, y sus cueros puestos por los templos, curtidos o embutidos; que tal es la cruel religión de aquéllos, o la religiosa crueldad. Son asimismo grandísimos putos, y tienen mancebía de hombres públicamente, do se acogen las noches mil de ellos, y más o menos, según es el pueblo. Arráncanse las barbas, agujéranse las narices como las orejas para traer algo allí; límanse los dientes, como sierras, por hermosura y sanidad; no se casan hasta los cuarenta años, aunque a los diez o doce son ellas dueñas. Nuño de Guzmán fue también a Panuco por gobernador el año de 1527; llevó dos o tres navíos y ochenta hombres; el cual castigó aquellos indios de sus pecados, haciendo muchos esclavos.




ArribaAbajo- XLVIII -

La isla Jamaica


Esta isla que ahora llaman Santiago, entre diez y siete y diez y ocho grados a esta parte de la Equinoccial y veinte y cinco leguas de Cuba por la parte del norte y otras tantas o poco más de la Española por hacia levante, tiene cincuenta leguas en largo y menos de veinte en ancho. Descubrióla   —71→   Cristóbal Colón en el segundo viaje a Indias; conquistóla su hijo don Diego, gobernando en Santo Domingo por Juan de Esquivel, y otros capitanes. El más rico gobernador de ella fue Francisco Garay, y porque armó en ella tantas naos y hombres, para ir a Panuco, lo pongo allí. Es Jamaica como Haití en todo, y así se acabaron los indios. Cría oro, algodón muy fino; después que la poseen españoles, hay mucho ganado de todas suertes y los puercos son mejores que no en otros cabos. El principal pueblo se nombra Sevilla. El primer abad que tuvo fue Pedro Mártir de Anglería, milanés, el cual escribió muchas cosas de Indias en latín, como era cronista de los Reyes Católicos; algunos quisieran más que las escribiera en romance, o mejor y más claro. Todavía le debemos y loamos mucho, que fue el primero en las poner en estilo.




ArribaAbajo- XLIX -

La Nueva España


Luego que Francisco Hernández de Córdoba llegó a Santiago con las nuevas de aquellas tan ricas tierras de Yucatán, como luego diremos, se acodició Diego Velázquez, gobernador de Cuba, a enviar allá tantos españoles que resistiendo a los indios, rescatasen de aquel oro, plata y ropa que tenían. Armó cuatro carabelas y diólas a Juan de Grijalva, sobrino suyo, el cual metió en ellas doscientos españoles; y partióse de Cuba el primer día de mayo del año de 18 y fue a Acuzamil, guiando la flota el piloto Alaminos, que fuera con Francisco Hernández de Córdoba. De allí, que veía a Yucatán, echaron a mano izquierda para bojarla, pensando que fuese isla, pues ya la había andado Francisco Hernández por la derecha, ca los deseaban por cuanto se podían sopear mejor los isleños que los de tierra firme; así que, costeando la tierra, entraron en un seno de mar que llamaron bahía de la Ascensión, por ser tal día. Entonces se descubrió aquel trecho de tierra que hay de empar de Acuzamil a la susodicha bahía. Mas viendo que seguía mucho la costa, se tornaron atrás y, arrimados a tierra, fueron a Champotón, donde fueron mal recibidos, como Francisco Hernández; ca sobre tomar agua, que les faltaba, pelearon con los naturales, y quedó muerto Juan de Guetaria y heridos cincuenta españoles, y Juan de Grijalva con un diente menos y otro medio, y dos flechazos. Por esto de Grijalva y por lo de Córdoba llaman aquella playa Mala-Pelea. Partió de allí y buscando puerto seguro surgió en el que nombró el Deseado. De allí fue al río que de su nombre se dice Grijalva, en el cual rescató las cosas siguientes: tres máscaras de madera doradas y con pedrezuelas turquesas, que parecía obra mosaica; otra máscara llanamente dorada; una cabeza de perro cubierta de piedras falsas; un casquete de palo   —72→   dorado, con cabellera y cuernos; cuatro patenas de tabla doradas, y otra que tenía algunas piedras engastadas alrededor de un ídolo; cinco armaduras de piernas hechas de corteza y doradas; dos escarcelones de palo con hojuelas de oro; unas como tijeras de lo mismo; siete navajas de pedernal; un espejo de dos lumbres con un cerco de oro; ciento y diez cuentas de tierra doradas; siete tirillas de oro delgadas; cuarenta arracadas de oro con cada tres pinjantes; dos ajorcas de oro, anchas y delgadas; un par de zarcillos de oro; dos rodelas cubiertas de pluma y con sus chapas de oro en medio; dos penachos muy gentiles, y otro de cuero y oro; una jaqueta de pluma; un paño de algodón de colores, a manera de peinador, y algunas mantas. Dio por ello un jubón de terciopelo verde, una gorra de seda, dos bonetes de frisa, dos camisas, unos zaragüelles, un tocador, un peine, un espejo, unos alpargates, tres cuchillos y unas tijeras, muchas contezuelas de vidrio, un cinto con su esquero, y vino, que no lo quiso nadie beber; cosa que hasta allí ningún indio la deshechó. De aquel río fue Grijalva a San Juan de Ulhúa, donde tomó posesión en nombre del rey, por Diego Velázquez, como de tierra nueva. Habló con los indios, que venían bien vestidos a su manera y que se mostraban afables y entendidos; trocó con ellos muchas cosas, que fueron cuatro granos de oro; una cabeza de perro de piedra como calcedonia; un ídolo de oro con cornezuelos y arracadas y moscador de lo mismo y en el ombligo una piedra negra; una medalla de piedra guarnecida de oro, con su corona de lo mismo, en que había dos pinjantes y una cresta; cuatro zarcillos de turquesas con cada ocho pinjantes; dos arracadas de oro con muchos pinjantes; un collar rico; un trenza de oro; diez sartales de barro dorado; una gargantilla con una rana de oro; seis collaricos de oro; seis granos de oro; cuatro manillas de oro grandes; tres sartas de piedras fijas y cañutillos de oro; cinco máscaras de piedras con oro, a la mosaica; muchos ventalles y plumajes; muchas mantas y camisetas de algodón. En recompensa de lo cual dio Grijalva dos camisas, dos sayos de azul v colorado, dos caperuzas negras; dos zaragüelles, dos tocadores, dos espejos, dos cintas de cuero tachonadas, con sus bolsas; dos tijeras y cuatro cuchillos, que tuvieron en mucho por haber probado a cortar con ello; dos alpargates, unas servillas de mujer, tres peines, cien alfileres, doce agujetas, tres medallas y doscientas cuentas de vidrio, y otras cosillas de menos valor. Al cabo de las ferias trajeron por alboroque cazuelas y pasteles de carne con mucho ají, y cestillas de pan fresco, y una india moza para el capitán, que así lo usan los señores de aquella tierra. Si Juan de Grijalva supiera conocer aquella buena ventura y poblar allí, como los de su compañía le rogaban, fuera otro Cortés. Mas no era para él tanto bien, ni llevaba comisión de poblar. Despachó desde aquel lugar, para Diego Velázquez, a Pedro de Alvarado en una carabela con los enfermos y heridos y con muchas cosas de las rescatadas, por que no estuviese con pena, y él siguió la costa hacia el norte muchas leguas, sin salir a tierra. Y pareciéndole que había descubierto harto, y temiendo las corrientes y el tiempo, que siendo por junio veía sierras nevadas, y que   —73→   le faltarían mantenimientos, dio la vuelta, por consejo y requerimientos del piloto Alaminos, y surgió en el puerto de San Antón para tomar agua y leña, donde se detuvo seis días contratando con los naturales, y ferióles cosillas de mercería a cuarenta hachuelas de cobre revuelto con oro, que pesaron dos mil castellanos, y tres tazas o copas de oro, y un vaso de pedrecicas, y muchas cuentas de oro huecas, y otras cosas menudas que valían poco, aunque bien labradas. Vista la riqueza y mansedumbre de aquellos indios, holgaran muchos españoles de sentar allí; mas no quiso Grijalva, antes se partió luego y vino a la bahía que llamaron de Términos, entre río de Grijalva y puerto Deseado, donde saliendo por agua hallaron entre unos árboles un idolillo de oro y muchos de barro; dos hombres de palo cabalgando uno sobre otro a fuer de Sodoma y otro de tierra cocida con ambas manos a lo suyo, que lo tenía retajado, como son casi todos los indios de Yucatán. Este hallazgo y cuerpos de hombres sacrificados no contentaron a los españoles, ca les parecía sucia y cruel cosa. Quitáronse de allí y tomaron tierra en Champotón, por tomar agua; empero no creo que osaron, por ver a los de aquel pueblo muy armados, y tan atrevidos, que entraban flecharlos en la mar hasta la cinta, y llegaban con barquillas a combatir las carabelas. Y así, dejaron aquella tierra y se tornaron a Cuba cinco meses después que de ella salieron. Entregó Juan de Grijalva lo que traía rescatado a su tío Diego Velázquez, y el quinto a los oficiales del rey. Descubrió desde Champotón hasta San Juan de Ulhúa y más adelante, y todo tierra rica y buena.




ArribaAbajo- L -

De Fernando Cortés


Nunca tanta muestra de riqueza se había descubierto en Indias, ni rescatado tan brevemente después que se hallaron, como en la tierra que Juan de Grijalva costeó; y así movió a muchos para ir allá. Mas Fernando Cortés fue el primero con quinientos y cincuenta españoles en once navíos. Estuvo en Acuzamil, tomó a Tabasco, fundó la Veracruz, ganó a México, prendió Moteczuma, conquistó y pobló la Nueva España y otros muchos reinos. Y por cuanto él hizo muchas y grandes hazañas en las guerras que allí tuvo, que, sin perjuicio de ningún español de Indias, fueron las mejores de cuantas se han hecho en aquellas partes del Nuevo Mundo, las escribiré por su parte, a imitación de Polibio y de Salustio, que sacaron de las historias romanas, que juntas y enteras hacían, éste la de Mario y aquél la de Escipión. También la hago yo por estar la Nueva España muy rica y mejorada, muy poblada de españoles, muy llena de naturales, y todos cristianados, y por la cruel extrañeza de antigua religión, y por otras nuevas costumbres que aplacerán y aun espantarán al lector.



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ArribaAbajo- LI -

De la isla de Cuba


A Cuba llamó Cristóbal Colón Fernandina, en honra y memoria del rey don Fernando, en cuyo nombre la descubrió. Comenzóla de conquistar Nicolás Ovando por Sebastián de Ocampo; y conquistóla del todo, en lugar del almirante don Diego Colón, Diego Velázquez de Cuéllar, el cual la repartió, pobló y gobernó hasta que murió. Es Cuba de la hechura de hoja de salce, trescientas leguas larga y ancha setenta, no derecho, sino en aspa. Va toda de este a oeste, y está el medio de ella en casi veinte y un grado; ha por aledaños al oriente la isla de Haití, Santo Domingo, a quince leguas. Tiene hacia mediodía muchas islas; pero la mayor y mejor es Jamaica. Por la parte occidental está Yucatán; por hacia el norte mira la Florida y los Lucayos, que son muchas islas. Cuba es tierra áspera, alta y montuosa y que por muchas partes tiene la mar blanca; los ríos no grandes, pero de buenas aguas y ricos de oro y pescado. Hay también muchas lagunas y estaños, algunos de los cuales son salados; es tierra templada, aunque algo se siente el frío; en todo son los hombres y la tierra como en la Española, y, por tanto, no hay para qué lo repetir. En lo siguiente, empero, difieren: la lengua es algo diversa; andan desnudos en vivas carnes hombres y mujeres; en las bodas, otro es el novio, que así es costumbre usada y guardada; si el novio es cacique, todos los caciques convidados prueban la novia primero que no él; si mercader, los mercaderes; y si labrador, el señor o algún sacerdote, y ella entonces queda por muy esforzada: con liviana causa dejan las mujeres, y ellas por ninguna los hombres; pero al regosto de las bodas disponen de sus personas como quieren, o porque son los maridos sodométicos. Andar la mujer desnuda convida e incita los hombres presto, y mucho usar aquel aborrecible pecado hace a ellas malas. Hay mucho oro, mas no fino; hay buen cobre y mucha rubia y colores; hay una fuente y minero de pasta como pez, con la cual, revuelta con aceite o sebo, brean los navíos y empegan cualquier cosa. Hay una cantera de piedras redondísimas, que sin las reparar más de como las sacan tiran con ellas arcabuces y lombardas. Las culebras son grandísimas, empero mansas y sin ponzoña, torpes, que ligeramente las toman y sin asco ni temor las comen. Ellas se mantienen de guabiniquinajes, y tal tiene dentro del buche ocho y más de ellos cuando la toman. Guabiniquinaj es animal como liebre, hechura de raposo, sino que tiene pies de conejo, cabeza de hurón, cola de zorra y pelo alto como tejo; la color, algo roja; la carne sabrosa y sana. Era Cuba muy poblada de indios: ahora no hay sino españoles. Volviéronse todos ellos cristianos. Murieron muchos de trabajo y hambre, muchos de viruelas, y muchos se pasaron a la Nueva España después que Cortés la ganó, y así no quedó casta de ellos. El principal pueblo y puerto es en Santiago. El primer obispo fue Hernando de Mesa, fraile dominico. Algunos milagros hubo al principio   —75→   que se pacificó esta isla, por donde más aina se convirtieron los indios; y nuestra Señora se apareció muchas veces al cacique comendador, que la invocaba, y a otros que decían Ave María. He puesto aquí a Cuba por ser conveniente lugar, pues de ella salieron los que descubrieron y convirtieron a la fe de Cristo la Nueva España.




ArribaAbajo- LII -

Yucatán


Yucatán es una punta de tierra que está en veinte y un grados, de la cual se nombra una gran provincia: algunos la llaman península, porque cuanto más se mete a la mar tanto más se ensancha, aunque por do más ceñida es tiene cien leguas, que tanto hay de Xacalanco o Bahía de Términos a Chetemal, que está en la bahía de la Ascensión, y las cartas de marear que la estrechan mucho van erradas. Descubrióla, aun no toda, Francisco Hernández de Córdoba el año de 1517, y fue de esta manera: que armaron Francisco Hernández de Córdoba, Cristóbal Morante y Lope Ochoa de Caicedo, el año de susodicho, navíos a su costa en Santiago de Cuba para descubrir y rescatar; otros dicen que para traer esclavos de las islas Guanaxos a sus minas y granjerías, como se apocaban los naturales de aquella isla, y porque se los vedaban echar en minas y a otros duros trabajos. Están los Guanaxas cerca de Honduras y son hombres mansos, simples y pescadores, que ni usan armas ni tienen guerras. Fue capitán de estos tres navíos Francisco Hernández de Córdoba; llevó en ellos ciento y diez hombres; por piloto, a un Antón Alaminos de Palos, y por veedor, a Bernaldino Íñiguez de la Calzada; y aun dicen que llevó una barca del gobernador Diego Velázquez, en que llevaba pan y herramientas y otras cosas a sus minas, y trabajadores, que si algo trajesen le cupiese parte. Partióse, pues, Francisco Hernández, y con tiempo que no le dejó ir a otro cabo, o con voluntad que llevaba a descubrir, fue a dar consigo en tierra no sabida ni hollada de los nuestros, donde hay unas salinas en una punta que llamó de las Mujeres, por haber allí torres de piedra con gradas y capillas cubiertas de madera y paja, en que por gentil orden estaban puestos muchos ídolos que parecían mujeres. Maravilláronse los españoles de ver edificio de piedra, que hasta entonces no se había visto, y que la gente se vistiese tan rica y lucidamente, ca tenían camisetas y mantas de algodón, blancas y de colores, plumajes, zarcillos, bronchas y joyas de oro y plata, y las mujeres cubiertas pecho y cabeza. No paró allí, sino fuese a otra punta, que llamó de Cotoche, donde andaban unos pescadores, que de miedo o espanto se retiraron en tierra, y que respondían cotohe, cotohe, que quiere decir casa, pensando que les preguntaban por   —76→   el lugar para ir allá; de aquí se le quedó este nombre al cabo de aquella tierra. Un poco más adelante hallaron ciertos hombres, que, preguntados cómo se llamaba un gran pueblo allí cerca, dijeron tectetan, tectetan, que vale por no te entiendo. Pensaron los españoles que se llamaba así, y, corrompiendo el vocablo, llamaron siempre Yucatán, y nunca se le caerá tal nombradía. Allí se hallaron cruces de latón y palo sobre muertos; de donde arguyen algunos que muchos españoles se fueron a esta tierra cuando la destrucción de España hecha por los moros en tiempo del rey don Rodrigo; mas no lo creo, pues no las hay en las islas que nombrado habemos, en alguna de las cuales es necesario, y aun forzoso, tocar antes de llegar allí, yendo de acá. Cuando hablaré de la isla Acuzamil trataré más largo esto de las cruces. De Yucatán fue Francisco Hernández a Campeche, lugar crecido que lo nombró Lázaro, por llegar allí domingo de Lázaro. Salió a tierra, tomó amistad con el señor, rescató mantas, plumas, conchas de cangrejos y caracoles, engastados en plata y oro. Diéronle perdices, tórtolas, ánades y gallipavos, liebres, ciervos y otros animales de comer, mucho pan de maíz y frutas. Allegábanse a los españoles; unos les tocaban las barbas otros la ropa, otros tentaban las espadas, y todos se andaban hechos bobos alrededor de ellos. Aquí había un torrejoncillo de piedra cuadrado y gradado, en lo alto del cual estaba un ídolo con dos fieros animales a las hijadas, como que le comían, y una sierpe de cuarenta y siete pies larga, y gorda cuanto un buey, hecha de piedra como el ídolo, que tragaba un león; estaba todo lleno de sangre de hombres sacrificados, según usanza de todas aquellas tierras. De Campeche fue Francisco Hernández de Córdoba a Champotón, pueblo muy grande, cuyo señor se llamaba Mochocoboc, hombre guerrero v esforzado; el cual no dejó rescatar a los españoles, ni les dio presentes ni vitualla como los de Campeche, ni agua, sino a trueco de sangre. Francisco Hernández, por no mostrar cobardía y por saber qué armas y ánimo y destreza tenían aquellos indios bravosos, sacó sus compañeros lo mejor que pudo, y marineros que tomasen agua, y ordenó su escuadrón para pelear si no se la consintiesen coger. Mochocoboc, por desviarlos de la mar, que no tuviesen tan cerca la guarida, hizo señas que fuesen detrás de un collado, donde la fuente estaba. Temieron los nuestros de ir allá por ver los indios pintados, cargados de flechas y con semblante de combatir, y mandaron soltar la artillería de los navíos por los espantar. Los indios se maravillaron del fuego y humo y se aturdieron algo del tronido, mas no huyeron; antes arremetieron con gentil denuedo y concierto, echando gritos, piedras, varas y saetas. Los nuestros movieron a paso contado, y en siendo con ellos dispararon las ballestas, arrancaron las espadas y a estocadas mataron muchos, y como no hallaban hierro, sino carne, daban la cuchilladaza que los hendían por medio, cuanto más cortarles piernas y brazos. Los indios, aunque nunca tan fieras heridas habían visto, duraron en la pelea con la presencia y ánimo de su capitán y señor, hasta que vencieron en la batalla. Al alcance y al embarcar mataron a flechazos veinte españoles e hirieron más de cincuenta, y prendieron   —77→   dos, que después sacrificaron. Quedó Francisco Hernández con treinta y tres heridas; embarcóse a gran prisa, navegó con tristeza y llegó a Santiago destruido, aunque con buenas nuevas de la nueva tierra.




ArribaAbajo- LIII -

Conquista de Yucatán


Francisco de Montejo, natural de Salamanca, hubo la conquista y gobernación de Yucatán con título de adelantado. Pidió al emperador aquel adelantamiento a persuasión de Hierónimo de Aguilar, que había estado muchos años allí, y que decía ser buena y rica tierra; mas no lo es, a cuanto ha mostrado. Tenía Montejo buen repartimiento en la Nueva España; y así llevó a su costa más de quinientos españoles en tres naos el año de 26. Entró en Acuzamil, isla de su gobernación; y como no tenía lengua, ni entendía ni era entendido; y así estaba con pena. Meando un día tras una pared, se llegó un isleño y le dijo chuca va, que quiere decir ¿cómo se llama? Escribió luego aquellas palabras por que no se le olvidasen, y preguntando con ellas por cada cosa, vino a entender los indios, aunque con trabajo, y túvolo por misterio; tomó tierra cerca de Xamanzal. Sacó la gente, caballos, tiros, vestidos, bastimentos, mercería y cosas tales para el rescate o guerra con los indios, y dio principio a su empresa mansamente. Fue a Pole, a Mochí, y de pueblo en pueblo a Conil, donde vinieron a verle, como querían su amistad, los señores de Chuaca, y le quisieron matar con un alfanje que tomaron a un negrillo, sino que se defendió con otro. Tenían pesar por ver en su tierra gente extranjera y de guerra, y enojo de los frailes que derribaban sus ídolos sin otro comedimiento. De Conil fue a Aque, y encomenzó la conquista de Tabasco, y tardó en ella dos años, ca los naturales no lo querían por bien ni por mal. Pobló allí, y nombróla Santa María de la Victoria. Gastó otros seis o siete años en pacificar la provincia, en los cuales pasó mucha hambre, trabajo y peligro, especial cuando lo quiso matar en Chetemal Gonzalo Guerrero, que capitaneaba los indios; el cual había más de veinte años que estaba casado allí con una india, y traía hendidas las orejas, corona y trenza de cabellos, como los naturales; por lo cual no quiso irse a Cortés con Aguilar, su compañero. Pobló Montejo a San Francisco, Campeche a Mérida, Valladolid, Salamanca y Sevilla, y húbose bien con los indios.



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ArribaAbajo- LIV -

Costumbres de Yucatán


Son los de Yucatán esforzados, pelean con honda, vara, lanza, arco con dos aljabas de saetas de libiza, pez, rodela, casco de palo y corazas de algodón. Tíñense de colorado o negro la cara, brazos y cuerpo, si van sin armas o sin vestidos; y pónense grandes plumajes, que parecen bien. No dan batalla, sino hacen primero grandes cumplimientos y ceremonias; hiéndense las orejas, hácense coronas sobre la frente, que parecen calvos, y trénzanse los cabellos, que traen largos, al colodrillo. Retájanse, aunque no todos, y ni hurtan ni comen carne de hombre, aunque los sacrifican, que no es poco, según usanza de indios. Usan la caza y pesca, que de todo hay abundancia. Crían muchas colmenas, y así hay harta miel y cera; mas no sabían alumbrarse con ella hasta que les mostraron los nuestros hacer velas. Labran de cantería los templos y muchas casas, una piedra con otra, sin instrumento de hierro, que no lo alcanzan, y de argamasa y bóveda. Pocos acostumbran la sodomía, mas todos idolatran, sacrificando algunos hombres, y aparéceles el diablo, especial en Acuzamil y Xicalanco, y aun después que son cristianos los ha engañado harta veces, y ellos han sido castigados por ello. Eran grandes santuarios Acuzamil y Xicalanco, y cada pueblo tenía allí su templo o su altar, donde iban a adorar sus dioses; y entre ellos muchas cruces de palo y de latón, de donde arguyen algunos que muchos españoles se fueron a esta tierra cuando la destrucción de España hecha por los moros en tiempo del rey don Rodrigo. También había grandísima feria en Xicalanco, donde venían mercaderes de muchas y lejos tierras a tratar; y así, era muy mentado lugar. Viven mucho estos yucateneles, y Alquimpech, sacerdote del pueblo donde es ahora Mérida, vivió más de ciento y veinte años, el cual, aunque ya era cristiano, lloraba la entrada y amistad de los españoles, y dijo a Montejo cómo había ochenta años que vino una hinchazón pestilencial a los hombres, que reventaban llenos de gusanos, y luego otra mortandad de increíble hedor, y que hubo dos batallas, no cuarenta años antes que fuesen ellos, en que murieron más de ciento y cincuenta mil hombres; empero, que sentían más el mando y estado de los españoles, porque nunca se irían de allí, que todo lo pasado.



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ArribaAbajo- LV -

Cabo de Honduras


Descubrió Cristóbal Colón trescientas y setenta leguas de costa, que ponen del río grande de Higueras al Nombre de Dios, el año 1502. Dicen algunos que tres años antes lo habían andado Vicente Yáñez Pinzón y Juan Díez de Solís, que fueron grandísimos descubridores. Iba entonces Colón en cuatro carabelas con ciento y setenta españoles a buscar estrecho por esta parte para pasar a la mar del Sur, que así lo pensó y dijo a los Reyes Católicos. No hizo más que descubrir y perder los navíos, según en otro cabo lo tengo dicho. Llamó Colón puerto de Caxinas a lo que ahora dicen Honduras, y Francisco de las Casas fundó allí a Trujillo el año de 25, en nombre de Fernán Cortés, cuando él y Gil González mataron a Cristóbal de Olit, que los tenía presos y se había alzado contra Cortés, como lo diremos muy largo en la conquista de México, hablando del trabajosísimo camino que hizo Cortés a las famosas Higueras. Es tierra fértil de mantenimientos y de mucha cera y miel. No tenían plata ni oro, teniendo riquísimas minas de él, ca no lo sacaban, ni creo que lo preciaban. Comen como en México, visten como en Castilla de Oro, y participaban de las costumbres y religión de Nicaragua, que casi es la misma mejicana. Son mentirosos, noveleros, haraganes; empero obedientes a sus amos y señor. Son muy lujuriosos, mas no casan comúnmente sino con una sola mujer, y los señores con las que quieren. El divorcio es fácil entre ellos. Eran grandes idólatras, y ahora son todos cristianos, y es su obispo el licenciado Pedraza. Fue por gobernador a Honduras Diego López de Salceda, al cual mataron los suyos con yerbas en un pastel. Fue luego Vasco de Herrera, y arrastráronle después de haberlo muerto a puñaladas. Entró a gobernar Diego de Albítez, y diéronle yerbas en otro pastel. Como andaban tan revueltos, no poblaron, antes despoblaron y destruyeron pueblos y hombres. Gobernó tras éstos Andrés de Cereceda, y por su muerte, Francisco de Montejo, adelantado de Yucatán, el cual fue allá el año de 35 con ciento y setenta españoles entre soldados y marineros. Cercó luego el peñol de Cerquin, y ganóle en siete meses, con pérdida de muchos españoles, ca el peñol era fuerte y los indios animosos, los cuales ahorcaron a la vela porque se durmió en el mayor hervor del combate. Castigo fue de hombres de guerra. Tomó también por hambre el peñol de Jamala, ca les quemó quince fanegas de maíz Marquillos, negro. Pobló muchos lugares, y entre ellos a Cumayagua y a San Jorge, en el valle de Blanco, y reformó algunos otros como fueron Trujillo y San Pedro, cerca del cual hay una laguna donde se mudan con el viento de una parte a otra los árboles con su tierra, o mejor diciendo las isletas con los árboles.



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ArribaAbajo- LVI -

Veragua y Nombre de Dios


Estaba Veragua en fama de rica tierra desde que la descubrió Cristóbal Colón el año de 2, y así pidió la gobernación y conquista de ella al Rey Católico Diego de Nicuesa, el cual armó en el puerto de la Beata de Santo Domingo siete naos y carabelas y dos bergantines, año de 8. Embarcó más de setecientos y ochenta españoles, y para ir allá echó a Cartagena, de quien más noticia se tenía, por seguir la costa y no errar la navegación. Cuando allí llegó halló destrozados los compañeros de su amigo Alonso de Hojeda, que poco antes había ido a Urabá. Consolóle de la pena y tristeza que tenía por haberle muerto los indios a Juan de la Cosa y a otros setenta españoles en Caramairi, y concertaron entrambos de vengar aquella pérdida. Así, que fueron de noche por tomar descuidados los enemigos, adonde fuera la batalla. Cercaron una aldea de cien casas y pusiéronle fuego. Había dentro trescientos vecinos y muchas más mujeres y niños, de los cuales prendieron seis muchachos y mataron a hierro o a fuego casi todos los demás, que pocos pudieron huir; escarbaron la ceniza y hallaron algún oro que repartir. Con este castigo se partió Nicuesa para Veragua. Estuvo en Coiba con el señor Careta, y de allí se adelantó con los dos bergantines y una carabela. Mandó a los otros navíos que le siguiesen hasta Veragua. Esta prisa y apartamiento le sucedió mal, ca se pasó de largo, sin ver a Veragua, con la carabela. Lope de Olano, como iba en un bergantín por capitán, se llegó a tierra y preguntó por Veragua. Dijéronle que atrás quedaba. Volvió la proa, topó a Pedro de Umbría, que traía el otro bergantín, aconsejóse con él y fueron al río de Chagre, que llamaron de Lagartos, peces cocodrilos, que comen hombres. Hallaron allí las naos de la flota, y todos juntos se fueron a Veragua, creyendo que Nicuesa estaría allá. Echaron áncoras a la boca del río, y Pedro de Umbría fue a buscar dónde salir a tierra con una barca y doce marineros. Andaba la mar alta, y perdióse con todos ellos, excepto uno, que por nadador escapó. Viendo esto, acordaron los capitanes de salir en los bergantines y no en las barcas. Sacaron luego a tierra caballos, tiros, armas, vino, bizcocho y todos los pertrechos de guerra y belezos que llevaban, y quebraron los navíos en la costa, para desafiuzar los hombres de partida, y eligen por su capitán y gobernador a Lope de Olano hasta que viniese Nicuesa. Olano hizo luego una carabela de la madera de las quebradas o carcomidas, para si le ocurriesen algunas necesidades. Comenzó un castillo a la ribera del río Veragua. Corrió buen pedazo de tierra, y sembró maíz, y trigo también, con propósito de poblar y permanecer allí, si Diego de Nicuesa quisiese o no pareciese. Entendiendo en estas cosas y en haber noticia de la tierra y su riqueza, con inteligencias de indios naturales, llegaron tres españoles con el esquife de la carabela de Nicuesa, que le dijeron cómo el gobernador quedaba en Zorobaro sin carabela, que con mal   —81→   tiempo se perdió, porfiando siempre ir adelante por tierra sin camino, sin gente, llena de montes y ciénagas, comiendo tres meses raíces, yerbas y hojas, y cuando mucho frutas, y bebiendo agua no todas veces buena, y que ellos se habían venido sin su licencia. Olano envió luego allá un bergantín con aquellos mismos tres hombres para sacar de peligro a Nicuesa y traerle al ejército y río de su gobernación. Diego de Nicuesa holgó con el bergantín como con la vida, embarcóse y vino; en llegando echó preso a Lope de Olano, en pago de la buena obra que le hizo, culpándole de traición por haber quebrado las naos y porque no le había ido antes a buscar. Mostró enojo de otros muchos y de lo que todos hicieron, y desde a pocos días pregonó su partida. Rogáronle todos que se detuviese hasta coger lo sembrado, pues no se tardaría a secar, ca en cuatro meses sazona. Él dijo que más valía perder el pan que no la vida, y que no quería estar en tan mala tierra. Creo que lo hizo por quitar aquella gloria al Lope de Olano. Así, que se partió de Veragua con los españoles que cupieron en los bergantines y carabela nueva y fue a Puerto-Bello, que por su bondad le dio tal nombre Colón, y como todos acabaron de llegar, tentó la tierra, buscando pan y oro. Matáronle veinte compañeros los indios con saetas de yerba. Dejó allí los medios españoles, y con los otros medios fue al cabo del Mármol, donde hizo una fortalecilla para repararse de los indios flecheros, que llamó Nombre de Dios, y este fue su principio de aquel tan famoso pueblo. Mas con el trabajo de la obra y camino, y con la hambre y escaramuzas, no le quedaron cien españoles, de setecientos y ochenta que llevó. Venido, pues, a tanta disminución Nicuesa y su ejército, le llamaron los soldados de Alonso de Hojeda para que los gobernase en Urabá, ca en ausencia de Hojeda traían bandos sobre mandar Vasco Núñez de Balboa y Martín Fernández de Enciso. Nicuesa dio las gracias que tales nuevas merecían a Rodrigo Enríquez de Colmenares, que vino por él en una carabela y un bergantín, no sin muchas lágrimas y quejas de su desventura; y sin más pensar en ello se fue con él y llevó sesenta españoles en un bergantín que tenía. En el camino, olvidado de su mal consejo y ventura pasada, comenzó a hablar demasiado contra los que le llamaban por capitán general, diciendo que había de castigar a unos, quitar los oficios a otros y tomar a todos el oro, pues no lo podían tener sin voluntad de Hojeda o suya, que tenían del rey título de gobernadores. Oyéronlo algunos que les tocaba de la compañía de Colmenares y dijéronlo en Urabá. Enciso, que tenía la parte de Hojeda como su alcalde mayor, y Balboa mudaron de propósito y temieron oyendo semejantes cosas; y no solamente no le recibieron, empero injuriáronle y amenazáronle reciamente, y aun, a lo que algunos dicen, no lo dejaron desembarcar. No plugo de esto a muchos de Urabá, hombres de bien; mas no pudieron hacer, temiendo la apresurada furia del concejo, que Balboa indignaba. Así que Nicuesa se hubo de tornar con sus sesenta compañeros y bergantín que llevaba, muy corrido y quejoso de Balboa y Enciso. Salió del Darién 1.º de marzo del año de 11, con intención de ir a Santo Domingo   —82→   y quejar de ellos. Mas ahogóse en el camino y comiéronle peces; o, por tomar agua y comida, que llevaba poca, saltó en la costa y comiéronselo indios; ca oí decir cómo en aquella tierra hallaron después escrito en un árbol: «Aquí anduvo perdido el desdichado Diego de Nicuesa». Pudo ser que lo escribiese andando en Corobaro. Este fin tuvo Diego de Nicuesa y su armada y rica conquista de Veragua. Era Nicuesa de Baeza; pasó con Cristóbal Colón en el segundo viaje. Perdió la honra y hacienda que ganó en la isla Española yendo de Veragua, y descubrió sesenta leguas de tierra que hay del Nombre de Dios a los Fallarones o roquedos del Darién, primero que nadie, y nombró Puerto de Misas al río Pito. De cuantos españoles allá llevó no quedaron vivos, en menos de tres años, sesenta, y aquéllos murieran de hambre si no los pasaran de Puerto-Bello al Darién. Comieron en Veragua cuantos perros tenían, y tal hubo que se compró en veinte castellanos, y aun de allí a dos días cocieron el cuero y cabeza, sin mirar que tenía sarna y gusanos, y vendieron la escudilla de caldo a castellano. Otro español guisó dos sapos de aquella tierra, que usan comer los indios, y los vendió con grandes ruegos a un enfermo en seis ducados. Otros españoles se comieron un indio que hallaron muerto en el camino donde iban a buscar pan, del cual hallaban poco por el campo, y los indios no se lo querían dar. Andan ellos desnudos y llaman ome al hombre; y ellas cubiertas del ombligo abajo, y traen zarcillos, manillas y cadenas de oro. Felipe Gutiérrez, de Madrid, pidió la gobernación de Veragua por ser rico río; y fue allá con más de cuatrocientos soldados el año de 36, y los más perecieron de hambre o yerba. Comieron los caballos y perros que llevaban. Diego Gómez y Juan de Ampudia, de Ajofrín, se comieron un indio de los que mataron, y luego se juntaron con otros hambrientos y mataron a Hernán Darias, de Sevilla, que estaba doliente, para comer; y otro día comieron a un Alonso González; pero fueron castigados por esta inhumanidad y pecado. Llegó a tanto la desventura de estos compañeros de Felipe Gutiérrez, que Diego de Ocampo, por no quedar sin sepultura, se enterró vivo él mismo en el hoyo que vió para otro español muerto. El almirante don Luis Colón envió a poblar y conquistar a Veragua el año de 46 al capitán Cristóbal de Peña, con buena compañía de gente española. Mas también le fue mal, como a los otros. Y así no se ha podido sujetar aquel río y tierra. En el concierto que hubo entre el rey y el almirante sobre sus privilegios y mercedes le fue dada Veragua con título de duque y de marqués de Jamaica.



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ArribaAbajo- LVII -

El Darién


Rodrigo de Bastidas armó en Cádiz, el año de 2 (con licencia de los Reyes Católicos), dos carabelas a su propia costa y de Juan de Ledesma y otros amigos suyos. Tomó por piloto a Juan de la Cosa, vecino del puerto de Santa María, experto marinero, a quien, como poco ha conté, mataron los indios, y que fue a descubrir tierra en Indias. Anduvo por donde Cristóbal Colón, y finalmente descubrió y costeó de nuevo ciento y setenta leguas que hay del cabo de la Vela al golfo de Urabá y Farallones del Darién. En el cual trecho de tierra están, contando hacia levante, Caribana, Zemu, Cartagena, Zamba y Santa María. Como llegó a Santo Domingo, perdió las carabelas con broma, y fue preso por Francisco de Bobadilla, a causa que rescatara oro y tomara indios, y enviado a España con Cristóbal Colón. Mas los Reyes Católicos le hicieron merced de doscientos ducados de renta en el Darién, en pago del servicio que les había hecho en aquel descubrimiento. Toda esta costa que descubrió Bastidas y Nicuesa, y la que hay del cabo de la Vela a Paria, es de indios que comen hombres y que tiran con flechas enherboladas, a los cuales llaman caribes, de Caribana, o porque son bravos y feroces, conforme al vocablo; y por ser tan inhumanos, crueles, sodomitas, idólatras, fueron dados por esclavos y rebeldes, para que los pudiesen matar, cautivar y robar si no quisieren dejar aquellos grandes pecados y tomar amistad con los españoles y la fe de Jesucristo. Este decreto y ley hizo el rey católico don Fernando con acuerdo de su Consejo y de otros letrados, teólogos y canonistas; y así dieron muchas conquistas con tal licencia. A Diego de Nicuesa y Alonso de Hojeda, que fueron los primeros conquistadores de tierra firme de Indias, dio el rey una instrucción de diez o doce capítulos. El primero, que les predicasen los Evangelios. Otro, que les rogasen con la paz. El octavo, que queriendo paz y fe fuesen libres, bien tratados y muy privilegiados. El nono, que si perseverasen en su idolatría y comida de hombres y en la enemistad, los cautivasen y matasen libremente, que hasta entonces no se consentía. Alonso de Hojeda, natural de Cuenca, que fue capitán de Colón contra Caonabo, armó el año de 8, en Santo Domingo, cuatro navíos a su costa y trescientos hombres. Dejó al bachiller Martín Fernández de Enciso, su alcalde mayor por cédula del rey, para llevar tras él otra nao con ciento y cincuenta españoles y mucha vitualla, tiros, escopetas, lanzas, ballestas y munición, trigo para sembrar, doce yeguas y un hato de puercos para criar; y él partió de la Beata por diciembre. Llegó a Cartagena, requirió los indios, e hízoles guerra como no quisieron paz, Mató y prendió muchos. Hubo algún oro, mas no puro, en joyas y arreos del cuerpo. Cebóse con ello y entró la tierra adentro cuatro leguas o cinco, llevando por guía ciertos de los cautivos. Llegó a una aldea de cien casas y trescientos vecinos. Combatióla, y retiróse sin tomarla. Defendiéronse tan bien   —84→   los indios, que mataron setenta españoles y a Juan de la Cosa, segunda persona después de Hojeda, y se los comieron. Tenían espadas de palo y piedra, flechas con puntas de hueso y pedernal y untadas de yerba mortal; varas arrojadizas, piedras, rodelas y otras armas ofensivas. Estando allí llegó Diego de Nicuesa con su flota, de que no poco se holgaron Hojeda y los suyos. Concertáronse todos, y fueron una noche al lugar donde murió Cosa y los setenta españoles: cercáronlo, pusiéronle fuego, y como las casas eran de madera y hoja de palmas, ardió bien. Escaparon algunos indios con la oscuridad; pero los más, o cayeron en el fuego o en el cuchillo de los nuestros, que no perdonaron sino a seis muchachos. Allí se vengó la muerte de los setenta españoles. Hallóse debajo de la ceniza oro, pero no tanto como quisieran los que la escarbaron. Embarcáronse todos, y Nicuesa tomó la vía de Veragua, y Hojeda la de Urabá. Pasando por la Isla Fuerte tomó siete mujeres, dos hombres y doscientas onzas de oro en ajorcas, arracadas y collarejos. Salió a tierra en Caribana, solar de Cariben, como algunos quieren que esté, a la entrada del golfo de Urabá. Desembarcó los soldados, armas, caballos y todos los pertrechos y bastimentos que llevaba. Comenzó luego una fortaleza y pueblo donde se recoger y asegurar, en el mismo lugar que cuatro años antes la había comenzado Juan de la Cosa. Este fue el primer pueblo de españoles en la tierra firme de Indias. Quisiera Hojeda atraer de paz aquellos indios por cumplir el mandado real y para poblar y vivir seguro; mas ellos, que son bravos y confiados de sí en la guerra, y enemigos de extranjeros, despreciaron su amistad y contratación. Él entonces fue a Tiripi, tres o cuatro leguas metido en tierra y tenido por rico. Combatiólo y no lo tomó, ca los vecinos le hicieron huir en daño y pérdida de gente y reputación, así entre indios como entre españoles. El señor de Tiripi echaba oro por sobre los adarves, y flechaban los suyos a los españoles que se bajaban a cogerlo, y al que allí herían, moría rabiando. Tal ardid usó conociendo su codicia. Sentían ya los nuestros falta de mantenimientos, y con la necesidad fueron a combatir a otro lugar, que unos cautivos decían estar muy abastecido, y trajeron de él muchas cosas de comer y prisioneros. Hojeda hubo allí una mujer. Vino su marido a tratarle libertad. Prometió de traer el precio que le pidió: fue y tornó con ocho compañeros flecheros, y en lugar de dar oro prometido dieron saetas emponzoñadas. Hirieron al Hojeda en un muslo; mas fueron muertos todos nueve por los españoles que con su capitán estaban. Hecho fue de hombre animoso, y no bárbaro, si así le sucediera bien. A esta sazón vino allí Bernaldino de Talavera con una nao cargada de bastimentos y de sesenta hombres, que apañó en Santo Domingo sin que lo supiese el almirante ni justicia. Proveyó a Hojeda en gran coyuntura y necesidad. Empero no dejaban por eso los soldados de murmurar y quejarse que los había traído a la carnicería y los tenía donde no les valiesen sus manos y esfuerzo. Hojeda los entretenía con esperanza del socorro y provisión que había de llevar el bachiller Enciso, y maravillábase de su tardanza. Ciertos españoles se concertaron de tomar dos bergantines de   —85→   Hojeda y tornarse a Santo Domingo o irse con los de Nicuesa. Entendiólo él, y por estorbar aquel motín y desmán en su gente y pueblo, se fue en la nao de Talavera, dejando por su teniente a Francisco Pizarro. Prometió de volver dentro de cincuenta días, y si no, que se fuesen donde les pareciese, ca él les soltaba la palabra. Tanto se fue de Urabá Alonso de Hojeda por curar su herida cuanto por buscar al bachiller Enciso, y aun porque se le morían todos. Partió, pues, de Caribana Alonso de Hojeda, y con mal tiempo que tuvo, fue a dar en Cuba, cerca del Cabo de Cruz. Anduvo por aquella costa con grandes trabajos y hambre, perdió casi todos los compañeros. A la fin aportó a Santo Domingo muy malo de su herida, por cuyo dolor, o por no tener aparejo para tornar a su gobernación y ejército, se quedó allí, o como dicen, se metió fraile francisco y en aquel hábito acabó su vida.




ArribaAbajo- LVIII -

Fundación de la Antigua del Darién


Pasados que fueron los cincuenta días, dentro de los cuales debía de tornar Hojeda con nueva gente y comida, según prometiera, se embarcó Francisco Pizarro y los setenta españoles que había en dos bergantines que tenían, ca la grandísima hambre y enfermedades los forzó a dejar aquella tierra comenzada de poblar. Sobrevínoles navegando una tormenta, que se anegó el uno, y fue la causa cierto pece grandísimo que, con andar la mar turbada, andaba fuera de agua. Arrimóse al bergantín como a tragárselo, y dióle un zurriagón con la cola, que hizo pedazos el timón, de que muy atónitos fueron, considerando que los perseguía el aire, la mar y peces, como la tierra. Francisco Pizarro fue con su bergantín a la isla Fuerte, donde no le consintieron salir a tierra los isleños caribes. Echó hacia Cartagena por tomar agua, que morían de sed, y topó cerca de Cochibocoa con el bachiller Enciso, que traía un bergantín y una nao cargada de gente y bastimentos a Hojeda, y contóle todo el suceso y partida del gobernador. Enciso no lo creía, sospechando que huía con algún robo o delito; empero, como vio sus juramentos, su desnudez, su color de tiriciados con la ruin vida o aires de aquella tierra, creyólo. Pesóle, y mandóles volver con él allá. Pizarro y sus treinta y cinco compañeros le daban dos mil onzas de oro que traían porque los dejase ir a Santo Domingo o a Nicuesa y no los llevase a Urabá, tierra de muerte; mas él no quiso sino llevarlos. En Camairi tomó tierra para tomar agua y adobar la barca. Sacó hasta cien hombres, porque supo ser caribes los de allí. Mas como los indios entendieron que no era Nicuesa ni Hojeda, diéronle pan, peces y vino de maíz y frutas, y dejáronle estar y hacer cuanto menester hubo, de que Pizarro se maravilló. Al entrar en Urabá topó   —86→   la nave, por culpa del timonero y piloto, en tierra; ahogáronse las yeguas y puercas; perdióse casi toda la ropa y vitualla que llevaba, y harto hicieron de salvarse los hombres. Entonces creyó de veras Enciso los desastres de Hojeda, y temieron todos de morir de hambre o yerba. No tenían las armas que convenía para pelear contar flechas, ni navíos para irse. Comían yerbas, frutas y palmitos y dátiles, y algún jabalí que cazaban. Es chica manera de puerco sin cola y los pies traseros no hendidos, con uña. Enciso, queriendo ser antes muerto de hombres que de hambre, entró con cien compañeros la tierra adentro a buscar gente y comida. Encontró con tres flecheros, que sin miedo esperaron, descargaron sus carcajes, hirieron algunos cristianos y fueron a llamar otros muchos, que, venidos, presentaron batalla, diciendo mil injurias a los nuestros. Enciso y sus cien compañeros se volvieron, maldiciendo la tierra que tan mortal yerba producía, y dejáronles algunos españoles muertos que comiesen. Acordaron de mudar hito por mudar ventura. Informáronse de unos cautivos qué tierra era la de allende aquel golfo, y como les dijeron que buena y abundante de ríos y labranza, pasáronse allá y comenzaron a edificar un lugar, que nombró Enciso villa de la Guardia, ca los había de guardar de los caribes. Los indios comarcanos estuvieron quedos al principio, mirando aquella nueva gente; mas como vieron edificar sin licencia en su propia tierra, enojáronse; y así, Cemaco, señor de allí, sacó de su pueblo el oro, ropa y cosas que valían algo, metiólo en un cañaveral espeso, púsose con hasta quinientos hombres bien armados a su manera en un cerrillo, y de allí amenazaban los extranjeros, encarando las flechas y diciendo que no consentiría advenedizos en su tierra o los mataría. Enciso ordenó sus cien españoles, tomóles juramento que no huirían, prometió enviar cierta plata y oro a la Antigua de Sevilla, si alcanzaba victoria, y hacer un templo a Nuestra Señora de la casa del cacique, y llamar al pueblo Santa María del Antigua. Hizo oración con todos de rodilla, arremetieron a los enemigos, pelearon como hombres que lo habían bien menester, y vencieron. Cemaco y los suyos huyeron mucha tierra, no pudiendo sufrir los golpes y heridas de las espadas españolas. Entraron los nuestros en el lugar y mataron la hambre con mucho pan, vino y frutas que había. Tomaron algunos hombres en cueros, y mujeres vestidas de la cinta al pie. Corrieron otro día la ribera, y hallaron el río arriba la ropa y fardaje del lugar en un cañaveral, muchos fardeles de mantas de camas y de vestir, muchos vasos de barro y palo y otras alhajas; dos mil libras de oro en collares, bronchas, manillas y zarcillos, y otros joyeles bien labrados que usan traer ellas. Muchas gracias dieron a Cristo y a su gloriosa Madre Enciso y los compañeros por la victoria y por haber hallado rica tierra y buena. Enviaron por los ochenta españoles de Urabá, que, dejando aquella punta tan azar para españoles, se fueron a ser vecinos en el Darién, que nombraron Antigua al año de 9. Enciso usaba de capitán y alcalde mayor, conforme a la cédula del rey que para serlo tenía; de lo cual murmuraban algunos, agraviados que los capitanease un letrado: y por eso, o por alguna   —87→   otra pasioncilla, le contradijo Vasco Núñez de Balboa, negando la provisión real y alegando que ya ellos no eran de Hojeda. Sobornó muchos atrevidos como él, y vedóle la jurisdicción y capitanía. Así se dividieron aquellos pocos españoles de la Antigua del Darién en dos parcialidades: Balboa tanteaba la una y Enciso la otra, y anduvieron en esto un año.




ArribaAbajo- LIX -

Bandos entre los españoles del Darién


Rodrigo Enríquez de Colmenares salió de la Beata de Santo Domingo con dos carabelas abastecidas de armas y hombres, en socorro de la gente de Hojeda, y de mucha vitualla que comiesen, ca tenían nuevas de su gran hambre. Tuvo dificultosa navegación. Cuando llegó a Garia echó cincuenta y cinco españoles a tierra con sus armas para coger agua en aquel río, que llevaba falta; los cuales, o por no ver indios, o por deleitarse echados en la tierra, se descuidaron de sus vidas. Vinieron ochocientos indios flecheros con gana de comer cristianos sacrificados a sus ídolos, y antes que se rebullesen los nuestros flecharon de muerte cuarenta y siete de ellos y prendieron uno. Quebraron el batel y amenazaron las naos. Los siete que huyeron o escaparon de la refriega se escondieron en un árbol hueco. Cuando a la mañana miraron por las carabelas, eran idas y fueron también ellos comidos. Colmenares quiso antes padecer sed que muerte, y no paró hasta Caribana. Entró en el golfo de Urabá; surgió donde Hojeda y Enciso; como no halló más el rastro y rancho de los que buscaba, temió ser muerto. Hizo muchas ahumadas aquella anoche en los altos, y disparó a un tiempo la artillería de ambas carabelas para que le sintiesen. Los de la Antigua, que oyeron los tiros, respondieron con grandes lumbres, a cuya señal fue Colmenares. Nunca españoles se abrazaron con tantas lágrimas de placer como éstos; unos por hallar, otros por ser hallados. Recreáronse con la carne, pan y vino que las naos llevaban, y vistiéronse aquellos trabajados españoles, que traían andrajos, y renovaron las armas. Con los sesenta de Colmenares eran casi ciento y cincuenta, ya no temían mucho a los indios ni a la fortuna, por tener dos naos y otros tantos bergantines, ni aun al rey, pues traían bandos. Colmenares y muchos españoles de bien querían enviar por Diego de Nicuesa que los gobernase, pues tenía provisión del rey, y quitar las diferencias y enojos que allí había; Enciso y Balboa, que bandeaban, no querían que otro gozase de su industria y sudor; y decían que, no sólo ellos, pero muchos del pueblo podían ser capitanes y cabeza de todos tan bien o mejor que Nicuesa. Mas, aunque pesó a los dos, lo enviaron a llamar con Rodrigo de Colmenares en un bergantín de Enciso y en su nave. Fue, pues,   —88→   Colmenares, y halló a Nicuesa en el Nombre de Dios, tal cual la historia os cuenta, flaco, descolorido, medio desnudo y con hasta sesenta compañeros hambrientos y desarrapados. Todos lloraron cuando se vieron, éstos de placer y aquéllos de lástima. Colmenares consoló a Nicuesa y le hizo la embajada que de parte de los hidalgos y hombres buenos del Darién llevaba. Dióle gran esperanza de soldar las quiebras y daños pasados, si a tan buena tierra iba, y rogóle que fuese. Diego de Nicuesa, que nunca tal pensó, le dio las gracias que merecía tal nueva y amigo, y la desventura en que metido estaba. Embarcóse luego con sus sesenta compañeros en un bergantín que tenía, y partióse con Rodrigo de Colmenares. Ensoberbecióse más de lo que cumplía, y pensando que ya era caudillo y señor de trescientos españoles y una villa, desmandóse a decir muchas cosas contra Balboa y Enciso y otros; que castigaría a unos, que quitaría oficios a otros, y a otros los dineros, pues no los podían tener sin autoridad de Hojeda o suya. Oyéronlo muchos de los que iban en compañía de Colmenares, a quien aquello tocaba por sí o por sus amigos, y en llegando a la Antigua dijéronlo en concejo, y quizá con parecer del mismo Colmenares, que nada le parecieron bien las amenazas y palabras locas de Nicuesa. Indignáronse grandemente todos los de la Antigua contra Nicuesa, especial Balboa y Enciso, y no le dejaron salir a tierra, o, en saliendo, le hicieron embarcar con sus compañeros y lo cargaron de villanías, sin que ninguno se lo reprendiese, cuanto más estorbase. Así que le fue forzado irse de allí, adonde se perdió. Ido Nicuesa, quedaron aquellos de la Antigua tan desconformes como primero, y muy necesitados de comida y de vestidos. Balboa fue más parte en el pueblo que no Enciso, por juntársele Colmenares. Prendióle y acusóle que había usado oficio de juez sin facultad del rey. Confiscóle los bienes, y aun lo azotara cuando menos, si no fuera por buenos rogadores: mejor merecía él aquella pena y afrenta, ca incurría y pecaba en lo que al otro culpaba, haciéndose juez, capitán y gobernador; aunque también Enciso pagó allí la mucha culpa que tuvo que desechar y maltratar a Nicuesa. El bachiller Enciso no podía mostrar la provisión real que tuvo, por habérsele perdido cuando su nao encalló y quebró entrando en Urabá; y como era menos poderoso, no bastaba a contrastar ni librarse por fuerza. Y como se vio libre, embarcóse para Santo Domingo, aunque le rogaron de parte de Balboa se quedase por alcalde mayor, y de allí se vino a España y dio grandes quejas e informaciones de Vasco Núñez de Balboa al rey, el año de 12. Los del Consejo de Indias pronunciaron una rigurosa sentencia contra él; pero no se ejecutó por los grandes hechos y servicio que al rey hizo en el descubrimiento de la mar del Sur y conquista de Castilla de Oro, según abajo diremos.



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ArribaAbajo- LX -

De Panquiaco, que dio nuevas de la mar del Sur


Luego que Balboa se vio en mandar, atendió a bien regir y acaudillar aquellos doscientos y cincuenta vecinos de la Antigua. Escogió ciento y treinta españoles, y llevando consigo a Colmenares, fue a Coiba a buscar de comer para todos, y oro también, que sin él no tenían placer. Pidió al señor Careta o Chima (como dicen otros) bastimentos, y porque no se los dio llevólo preso al Darién con dos mujeres que tenía y con los hijos y criados. Despojó el lugar y halló tres españoles dentro, de los de Nicuesa, los cuales sirvieron medianamente de intérpretes y dijeron el buen tratamiento que Careta les había hecho en su casa y tierra. Soltóle Balboa por ello, con juramento que hizo de ayudarle contra Ponca, su propio enemigo, y abastecer el campo. Tras este viaje despacharon a Valdivia, amigo de Balboa, y a Zamudio a Santo Domingo por gente, pan y armas y con proceso contra Martín Fernández de Enciso, que llevase uno de ellos a España. Entró Balboa más de veinte leguas por la tierra con favor de Careta. Saqueó un lugar, donde hubo algunas cosas de oro; mas no pudo hallar al señor Ponca, que huyó con tiempo y con lo más y mejor que pudo. No le pareció bien la guerra tan dentro de tierra, y movióla a los de la costa. Fue a Comagre e hizo paces con el señor por medio de un caballero de Careta. Tenía Comagre siete hijos de otras tantas mujeres, una casa de maderas grandes bien entretejidas; con una sala de ochenta pasos ancha y larga ciento y cincuenta, y con el techo que parecía de artesones. Tenía una bodega con muchas cubas y tinajas llenas de vino hecho de grano y fruta, blanco, tinto, dulce y agrete, de dátiles y arrope, cosa que satisfizo a nuestros españoles. Panquiaco, hijo mayor de Comagre, dio a Balboa setenta esclavos hechos a su manera, para servir los españoles, y cuatro mil onzas de oro en joyas y piezas primamente la bradas. Él juntó aquel oro con lo que antes tenía, fundiólo y, sacando el quinto del rey, repartiólo entre los soldados. Pesando las suertes a la puerta de palacio, riñeron unos españoles sobre la partición: Panquiaco entonces dio una puñada en el peso, derramó por el suelo el oro de las balanzas y dijo: «Si yo supiera, cristianos, que sobre mi oro habíades de reñir, no vos lo diera, ca soy amigo de toda paz y concordia. Maravíllome de vuestra ceguera y locura, que deshacéis las joyas bien labradas por hacer de ellas palillos, y que siendo tan amigos riñáis por cosa vil y poca. Más os valiera estar en vuestra tierra, que tan lejos de aquí está, si hay tan sabia y pulida gente como afirmáis, que no venir a reñir en la ajena, donde vivimos contentos los groseros y bárbaros hombres que llamáis. Mas empero, si tanta gana de oro tenéis, que desasoguéis y aun matéis los que lo tienen, yo os mostraré una tierra donde os hartéis de ello». Maravilláronse los españoles de la buena plática y razones de aquel mozo indio, y más de la libertad con que habló. Preguntáronle aquellos tres españoles de Nicuesa, que sabían algo la lengua,   —90→   cómo se llamaba la tierra que decía y cuánto estaba de allí. Él respondió que Tumanamá, y que era lejos seis soles o jornadas; pero que habían menester más compañía para pasar unas sierras de caribes que estaban antes de llegar a la otra mar. Como Balboa oyó la otra mar, abrazólo, agradeciéndole tales nuevas. Rogóle que se volviese cristiano, y llamóle don Carlos, como el príncipe de Castilla que fue siempre amigo de cristianos, y prometió ir con ellos a la mar del Sur bien acompañado de hombres de guerra, pero con tal que fuesen mil españoles, ca le parecía que sin menos no se podría vencer Tumanamá ni los otros reyezuelos. Dijo también que si de él no fiaban lo llevasen atado; y si verdad no fuese cuanto había dicho, que lo colgasen de un árbol; y ciertamente él contó verdad, ca por la vía que dijo se halló muy rica tierra y la mar del Sur, tan deseada de muchos descubridores; y Panquiaco fue quien primero dio noticia de aquella mar, aunque quieren algunos decir que diez años antes tuvo nueva de Cristóbal Colón, cuando estuvo en Puerto-Bello y cabo del Mármol, que ahora dicen Nombre de Dios.




ArribaAbajo- LXI -

Guerras del golfo de Urabá, que hizo Vasco Nuñez de Balboa


Balboa se tornó al Darién lleno de grandísima esperanza que hallando la mar del Sur hallaría muy muchas perlas, piedras y oro. En lo cual pensaba hacer, como hizo, muy crecido servicio al rey, enriquecer a sí y a sus compañeros y cobrar un gran renombre. Comunicó su alegría con todos y dio a los vecinos la parte que les cupo, bien que menor que la de sus compañeros, y envió quince mil pesos al rey, de su quinto, con Valdivia, que ya era vuelto de Santo Domingo con alguna poca de vitualla, y la relación de Panquiaco para que su alteza le enviase mil hombres. Mas no llegó a España, ni aun a la Española, más de la fama, ca se perdió la carabela en las Víboras, islas de Jamaica, o en Cuba, cerca de cabo de Cruz, con la gente y con el oro del rey y de otros muchos. Esta fue la primera gran pérdida de oro que hubo de Tierra-Firme. Padecía Balboa y los otros españoles del Darién grandísima necesidad de pan, porque un torbellino de agua se les llevó y anegó casi todo el maíz que tenían sembrado; y para proveer la villa de mantenimiento acordó costear el golfo, y por ver también cuán grande y rico era. Así que armó un bergantín y muchas barcas, en que llevó cien españoles, fue a un gran río, que nombró San Juan. Subió por él diez leguas, y halló muchas aldeas sin gente ni comida, ca el señor de allí, que llaman Dabaiba, huyera por el miedo que le puso Cemaco del Darién, el cual se acogió allá cuando lo venció Enciso. Buscó las casas, y topó con   —91→   grandes montones de redes de pescar, mantas y ajuar de casa, y con muchos rimeros de flechas, arcos, dardos y otras armas, y con hasta siete mil pesos de oro en diversas piezas y joyas, con que se volvió, aunque mal contento por no traer pan. Tomóle tormenta, perdió una barca con gente y echó a la mar casi todo lo que traía, sino fue el oro. Vinieron mordidos de murciélagos enconados, que los hay en aquel río tan grandes como tórtolas. Rodrigo de Colmenares fue al mismo tiempo por otro río más al levante con sesenta compañeros, y no halló sino cañafístola. Balboa se juntó con él, que sin maíz no podían pasar, y entrambos entraron por otro río, que llamaron Negro, cuyo señor se nombraba Abenamaquei, al cual prendieron con otros principales; y un español a quien él hiriera en la escaramuza le cortó un brazo después de preso, sin que nadie lo pudiese estorbar: cosa fea y no de español. Dejó allí Balboa la mitad de los españoles, y con la otra mitad fue a otro río de Abibeiba, donde halló un lugarejo edificado en árboles, de que mucho rieron nuestros españoles, como de cosa nueva y que parecía vecindad de cigüeñas o picazas. Eran tan altos los árboles, que un buen bracero tenía que pasarlos con una piedra, y tan gordos, que apenas lo abarcaban ocho hombres asidos de las manos. Balboa requirió al Abibeiba de paz; si no, que le derribaría la casa. Él, confiado en la altura y gordor del árbol, respondió ásperamente; mas como vio que con hachas lo cortaban por el pie, temió la caída. Bajó con dos hijos; hizo paces; dijo que ni tenía oro ni lo quería, pues no le era provechoso ni necesario. Pero como le ahincaron por ello, pidió término para ir a buscarlo, y nunca tornó; sino fuese a otro señorcillo, dicho Abraibe, que cerca estaba, con quien lloró su deshonra; y para cobrarla acordaron los dos de dar en los cristianos de río Negro y matarlos. Fueron, pues, allá con quinientos hombres; mas pensando hacer mal, lo recibieron. Pelearon y perdieron la batalla. Huyeron ellos, y quedaron muertos y presos casi todos los suyos. No, empero, escarmentaron de esta vez, antes sobornaron muchos vecinos y se conjuraron con Cemaco, Abibeiba y Abenamagueí, que libre estaba, de ir al río Darién a quemar el pueblo de cristianos y comerlos a ellos. Así que todos cinco armaron cien barcas y cinco mil hombres por tierra. Señalaron a Tiquiri, un razonable pueblo, para coger las armas y vituallas del ejército. Repartieron entre sí las cabezas y ropa de los españoles que habían de matar, y concertaron la junta y salto para un cierto día; mas antes que llegase fue descubierta la conjuración por esta manera: tenía Vasco Núñez una india por amiga, la más hermosa de cuantas habían cautivado, a la cual venía muchas veces un su hermano, criado de Cemaco, que sabía toda la trama del negocio. Juramentóla primero, contóle el caso y rogóle que se fuese con él y no esperase aquel trance, ca podía peligrar en él. Ella puso achaque para no ir entonces, o por decirlo a Balboa, que lo amaba, o pensando que hacía antes bien que mal a los indios. Descubrió, pues, el secreto, por que no muriesen todos. Balboa esperó que viniese, como solía, el hermano de su india. Venido, apremióle, y confesó todo lo susodicho. Así que tomó setenta   —92→   españoles y fuese para Cemaco, que a tres leguas estaba. Entró en el lugar, no halló al señor y trajo presos muchos indios con un pariente de Cemaco. Rodrigo de Colmenares fue a Tiquiri con sesenta compañeros en cuatro barcas, llevando por guía el indio que manifestó su conjuración. Llegó sin que allá lo sintiesen, saqueó el lugar, prendió muchas personas, ahorcó al que guardaba las armas y bastimentos de un árbol que había él mismo plantado, e hízolo asaetar con otros cuatro principales. Con estos dos sacos y castigos se abastecieron muy bien nuestros españoles y se amedrentaron los enemigos en tanto grado, que no osaron de allí adelante urdir semejante tela. Parecióles a Vasco Núñez y a los otros vecinos de la Antigua que ya podían escribir al rey cómo tenían conquistada la provincia de Urabá, y juntáronse a nombrar procuradores en regimiento. Mas no se concertaron en muchos días, porque Balboa quería ir, y todos se lo contradecían, unos por miedo de los indios, otros del sucesor. Escogieron finalmente a Juan de Quicedo, hombre viejo, honrado y oficial del rey, y que tenía allí su mujer, prenda para volver. Mas por si algo le aconteciese en el camino, y para más autoridad y crédito con el rey, le dieron acompañado, y fue Rodrigo Enríquez de Colmenares, soldado del Gran Capitán y capitán en Indias. Partieron, pues, estos dos procuradores del Darién por septiembre del año de 12, en un bergantín, con relación de todo lo sucedido y con cierto oro y joyas, y a pedir mil hombres al rey para descubrir y poblar en la mar del Sur, si acaso Valdivia no fuese llegado a la corte.




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Descubrimiento de la mar del Sur


Era Vasco Núñez de Balboa hombre que no sabía estar parado, y aunque tenía pocos españoles para los muchos que menester eran, según don Carlos Panquiaco decía, se determinó ir a descubrir la mar del Sur, porque no se adelantase otro y le hurtase la bendición de aquella famosa empresa, y por servir y agradar al rey, que de él estaba enojado. Aderezó un galeoncillo que poco antes llegara de Santo Domingo, y diez barcas de una pieza. Embarcóse con ciento y noventa españoles escogidos, y dejando los demás bien proveídos se partió del Darién, 1.º de setiembre año de 13. Fue a Careta; dejó allí las barcas y navío y algunos compañeros. Tomó ciertos indios para guía y lengua, y el camino de las sierras que Panquiaco le mostrara. Entró en tierra de Ponca, que huyó como otras veces solía. Siguiéronle dos españoles con otros tantos caretanos, y trajéronle con salvoconducto. Venido, hizo paz y amistad con Balboa y cristianos, y en señal de firmeza dióles ciento y diez pesos de oro en joyuelas, tomando por ellas hachas de hierro, cuentezuelas   —93→   de vidrio, cascabeles y cosas de menor valor, empero preciosas para él. Dio también muchos hombres de carga y para que abriesen camino; porque, como no tienen contratación con serranos, no hay sino unas sendillas como de ovejas. Con ayuda, pues, de aquellos hombres hicieron camino los nuestros, a fuerza de brazos y hierro, por montes y sierras, y en los ríos puentes, no sin grandísima soledad y hambre. Llegó en fin a Cuareca, donde era señor Torecha, que salió con mucha gente no mal armada a defender la entrada en su tierra si no le contentasen los extranjeros barbudos. Preguntó quiénes eran, qué buscaban y dónde iban. Como oyó ser cristianos, que venían de España y que andaban predicando nueva religión y buscando oro, y que iban a la mar del Sur, díjoles que se tornasen atrás sin tocar a cosa suya, so pena de muerte. Y visto que hacer no lo querían, peleó con ellos animosamente. Mas al cabo murió peleando, con otros seiscientos de los suyos. Los otros huyeron a más correr, pensando que las escopetas eran truenos, y rayos las pelotas; y espantados de ver tantos muertos en tan poco tiempo, y los cuerpos unos sin brazos, otros sin piernas, otros hendidos por medio, de fieras cuchilladas. En esta batalla se tomó preso a un hermano de Torecha en hábito real de mujer, que no solamente en el traje, pero en todo, salvo en parir, era hembra. Entró Balboa en Cuareca; no halló pan ni oro, que lo habían alzado antes de pelear. Empero halló algunos negros esclavos del señor. Preguntó de dónde los habían, y no le supieron decir o entender más de que había hombres de aquel color cerca de allí, con quien tenían guerra muy ordinaria. Estos fueron los primeros negros que se vieron en Indias, y aun pienso que no se han visto más. Aperreó Balboa cincuenta putos que halló allí, y luego quemólos. informado primero de su abominable y sucio pecado. Sabida por la comarca esta victoria y justicia, le traían muchos hombres de sodomía que los matase. Y según dicen, los señores y cortesanos usan aquel vicio, y no el común; y regalaban a los alanos, pensando que de justicieros mordían los pecadores; y tenían por más que hombres a los españoles, pues habían vencido y muerto tan presto a Torecha y a los suyos. Dejó Balboa allí en Cuareca los enfermos y cansados, y con sesenta y siete que recios estaban subió una gran sierra, de cuya cumbre se parecía la mar austral, según las guías decían. Un poco antes de llegar arriba mandó parar el escuadrón y corrió a lo alto. Miró hacia mediodía, vio la mar, y en viéndola arrodillóse en tierra y alabó al Señor, que le hacía tal merced. Llamó los compañeros, mostróles la mar, y díjoles: «Veis allí, amigos míos, lo que mucho deseábamos. Demos gracias a Dios, que tanto bien y honra nos ha guardado y dado. Pidámosle por merced nos ayude y guíe a conquistar esta tierra y nueva mar que descubrimos y que nunca jamás cristiano la vio, para predicar en ella el santo Evangelio y bautismo, y vosotros sed lo que soléis, y seguidme; que con favor de Cristo seréis los más ricos españoles que a Indias han pasado, haréis el mayor servicio a vuestro rey que nunca vasallo hizo a señor, y habréis la honra y prez de cuanto por aquí se descubriere, conquistare y convirtiere a nuestra   —94→   fe católica». Todos los otros españoles que con él iban hicieron oración a Dios, dándole muchas gracias. Abrazaron a Balboa, prometiendo de no faltarle. No cabían de gozo por haber hallado aquel mar. Y a la verdad, ellos tenían razón de gozarse mucho, por ser los primeros que lo descubrían y que hacían tan señalado servicio a su príncipe, y por abrir camino para traer a España tanto oro y riquezas cuantas después acá se han traído del Perú. Quedaron maravillados los indios de aquella alegre novedad, y más cuando vieron los muchos montones de piedras que hacían con su ayuda, en señal de posesión y memoria. Vio Balboa la mar del Sur a los 25 de setiembre del año de 13, antes de mediodía. Bajó la sierra muy en ordenanza; llegó a un lugar de Chiape, cacique, rico y guerrero. Rogóle por los farautes que le dejasen pasar adonde iba de paz y le proveyese de comida por sus dineros; y si quería su amistad, que le diría grandes secretos y haría muchas mercedes de parte del poderosísimo rey, su señor, de Castilla. Chiape respondió que ni quería darle pan ni paso ni su amistad. Burlaba oyendo decir que le harían mercedes los que las pedían; y como vio pocos españoles, amenazólos, braveando mucho, si no se volvían. Salió luego con un gran escuadrón bien armado y en concierto a pelear. Balboa soltó los alanos y escopetas, y arremetió a ellos animosamente, y a pocas vueltas los hizo huir. Siguió el alcance y prendió muchos, que, por ganar crédito de piadoso, no los mataba. Huían los indios de miedo de los perros, a lo que dijeron, y principalmente por el trueno, humo y olor de la pólvora, que les daba en las narices. Soltó Balboa casi todos los que prendió en esta escaramuza, y envió con ellos dos españoles y ciertos cuarecanos a llamar a Chiape, diciendo que si venía lo tendrían por amigo y guardaría su persona, tierra y hacienda; y si no venía, que talaría los sembrados y frutales, quemaría los pueblos, mataría los hombres. Chiape, de miedo de aquello, y por lo que le dijeron los de Cuareca acerca de la valentía y humanidad de los españoles, vino y fue su amigo, y se dio al rey de Castilla por vasallo. Dio a Balboa cuatrocientos pesos de oro labrado, y recibió algunas cosillas de rescate, que tuvo en mucho por serle cosa nueva. Estuvo allí Balboa hasta que llegaron los españoles que dejara enfermos en Cuareca; fue luego a la marina, que aun estaba lejos. Tomó posesión de aquel mar en presencia de Chiape, con testigos y escribano, en el golfo de San Miguel, que nombró así por ser su día.




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Descubrimiento de perlas en el golfo de San Miguel


Regocijaron nuestros españoles la fiesta de San Miguel y auto de posesión como mejor pudieron. Dejó no sé cuántos españoles allí Balboa por asegurar   —95→   las espaldas. Pasó en nueve barcas, que le buscó Chiape, un gran río, y fue con ochenta compañeros y con el mismo Chiape por guía, a un pueblo, cuyo señor se decía Coquera, el cual se puso en armas y defensa. Peleó y huyó; empero vino luego a ser amigo de los españoles por consejo y ruego de los chiapeses, que fueron a requerirle con la paz. Dio a Balboa seiscientos y cincuenta castellanos de oro en joyas. Con estas dos victorias cobraron muy gran fama por aquella costa los españoles, y con tener por amigos a Chiape y Coquera pensaban allanar y traer a su devoción toda la comarca. Así que armó Balboa las mismas nueve barcas, hinchólas de vituallas y fue con ochenta españoles a costear aquel golfo, por ver qué cosa era la tierra, islas y peñascos que tenía. Chiape le rogó que no entrase allá, por cuanto aquella luna y las dos siguientes solían correr tormentas y vientos recios de travesía, que anegaban todas las barcas. Él dijo que no dejaría de entrar por eso, ca otras mayores y más peligrosas mares había navegado, y que Dios, cuya fe se tenía de predicar por allí, le ayudaría; y embarcóse. Chiape se metió con él, porque no le tuviesen por cobarde y mal amigo. Apenas se desviaron de tierra, cuando se hallaron dentro en tantas y tan terribles olas, que no podían regir las barcas ni ir atrás ni adelante. Pensaron perecer allí; mas quiso Dios que tomaron una isla, donde albergaron aquella noche. Creció tanto la marea, que casi la cubrió. Maravilláronse los nuestros de ello, cómo en el otro golfo de Urabá o costa setentronal no crece nada o muy poco. A la mañana quisieron irse con la jusente; mas no pudieron, por hallar las barcas llenas de arena y cascadas; y si miedo tuvieron de morir en agua el día antes, miedo tuvieron de morir entonces en tierra, ca no les quedó qué comer. Empero con aquel mismo miedo limpiaron las barcas, remendaron lo quebrado con cortezas de árboles, calafatearon las hendeduras con hierba y fueron a tomar tierra a un abrigo. Acudió luego a ellos Tumaco, señor de aquella parte, con mucha gente armada, a saber qué hombres eran y qué querían. Balboa le envió a decir con unos criados de Chiape cómo eran españoles, que buscaban pan para comer y oro por su rescate. El viendo pocos, replicó ferozmente, pensando que ya los tenía presos, y apercibiólos a la batalla. Balboa se la dio y la venció. Huyó Tumaco tan bravamente como habló. Fueron algunos españoles y chiapeses a rogarle que viniese a las barcas a ser amigo del capitán, dándole fe y seguro y aun rehenes. No quiso venir, empero envió un su hijo, al cual vistó Balboa y le dio muchos dijes, cuentas, tijeras, cascabeles, espejos, y haciéndole mucha cortesía, le rogó que llamase a su padre. El mancebo fue muy alegre y garrido, y trájole al tercero día. Fue Tumaco bien recibido, y preguntado por oro y perlas, que las traían algunos de los suyos, él entonces envió por tanto oro, que pesó seiscientos y catorce pesos, y doscientas y cuarenta perlas gruesas, y gran sumo de menudas; cosa rica y que hizo saltar de placer a muchos españoles. Tumaco, viendo que tanto las loaban y que tan alegres estaban con ellas, mandó a unos criados suyos ir a pescarlas. Ellos fueron y pescaron doce marcos de perlas en pocos días, y también   —96→   se las dieron. Estuvieron admirados los españoles de tanta perla y de que no la estimaban los dueños, ca no tan solamente se las daban a ellos, mas las traían engastadas en los remos, bien que las debían poner por gentileza o grandeza; y como después se supo, la principal renta y riqueza de aquellos señores es la pesquería de perlas. Balboa dio a Tumaco que tenía muy rica tierra, si la supiese granjear, y que le daría grandes secretos de ella cuando volviese por allí. Él entonces, y aun Chiape también, le dijo que su riqueza era nada en comparación del rey de Trarequi, isla abundantísima de perlas, que cerca estaba; el cual tenía perlas mayores que un ojo de hombre, sacadas de ostiones tamaños como sombreros. Los españoles quisieran pasar luego allá, mas temiendo otra tormenta como la pasada, lo dejaron para la vuelta. Despidiéronse de Tumaco y reposaron en tierra de Chiape; el cual, a ruego de Balboa, hizo que fuesen treinta vasallos suyos a pescar, los cuales, en presencia de siete españoles, que fueron a mirar cómo las pescaban, tomaron seis cargas de conchas pequeñas, que, como no era tiempo de aquella pesquería, ni entraron muy dentro en mar, ni muy hondo, donde las grandes están. Y no solamente no pescan el mes de setiembre y los tres siguientes, mas aun tampoco navegan, por ser tempestuosos los aires que andan entonces en aquella mar, y los españoles se guardan de navegar por allí en tal tiempo, aunque usan mayores navíos. Las perlas que sacaron de aquellas conchas eran como arvejas, pero muy finas y blancas, que algunas de las de Tumaco eran negras, otras verdes, otras azules y amarillas, que debía ser por arte.




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Lo que balboa hizo a la vuelta de la mar del sur


Vasco Núñez de Balboa se despidió de Chiape, que vertía muchas lágrimas porque se iba. Dejóle muy encargados ciertos españoles. Partióse muy alegre por lo que había hecho y hallado, y con propósito de tornar luego en visitando sus compañeros de la Antigua del Darién, y en escribiendo al rey, pasó un río en barquillos, y fue a ver Teoca, señor de aquel río, el cual recibió alegremente los españoles por sus proezas y fama. Dióles veinte marcos de oro labrado y doscientas perlas bien grandes, aunque no muy blancas, a causa de asar primero las conchas que saquen las perlas, para comer la carne, que la precian mucho, y aun dicen ser tal o mejor que nuestras ostras. Dióles también muchos peces salados, esclavos para al fardaje y un hijo que los guiase hasta llegar a tierra de Pacra, tirano, gran señor y enemigo suyo. Pasaron por el camino grandes montes y sed, y los de Teoca mucho miedo de los tigres y leones que toparon. Pacra huyó con todos los suyos sintiendo venir españoles; ellos entraron en el pueblo, y no hallaron más de treinta   —97→   libras de oro en diversas piezas. Requirióle mucho Balboa con las lenguas que se hablasen y fuesen amigos; rehusó infinito, temiendo lo que después le vino. Al fin hubo de venir confiando que usarían con él de clemencia, como con Tumaco y Chiape. Trajo consigo tres señorsetes y un presente. Era Pacra hombre feo y sucio, sí en aquellas partes se había visto, grandísimo puto, y que tenía muchas mujeres, hijas de señores, por fuerza, con las cuales usaba también contra natura; en fin, concordaban sus obras con el gesto. Informado Balboa de todo esto, fue metido en cárcel con los tres caballeros que trajo, ca también ellos pecaban aquel pecado. Vinieron luego otros muchos señores y caballeros de la redonda con ricos dones a ver los españoles, que tanta nombradía tenían. Rogaron a su capitán que lo castigase, formando mil quejas de él. Balboa le dio tormento, pues amenazas ni ruegos no bastaban para que confesase su delito y manifestase dónde sacaba y tenía el oro. El confesó el pecado; mas dijo que ya eran muertos los criados de su padre que traían el oro de la sierra, y que él no se curaba de ello ni lo había menester. Echáronlo con tanto a los alanos, que brevemente lo despedazaron, y juntamente con aquél otros tres, y después los quemaron. Este castigo plugo mucho a todos los señores y mujeres comarcanas. Venían los indios a Balboa como a rey de la tierra, y él mandaba libre y osada mente. Bononiama sirvió bien y trajo los españoles que con Chiape quedaron, y les dio veinte marcos de oro. Entrególos de su mano a Balboa, dándole muchas gracias por haber librado la tierra de aquel tirano. Estuvo un mes allí en Pacra, que llamó Balboa Todos Santos, recreando los españoles y ganando hacienda y voluntades de indios; y de sólo aquel lugar hubo treinta libras de oro. De Pacra caminó Balboa por tierra estéril y de muchos tremedales; pasó tres días de trabajo, y llegó con harta falta de pan a un lugar de Buquebuca, que halló desierto y sin vitualla ninguna. Envió las lenguas a buscar el señor y decirle que viniese sin miedo y sería su amigo. Respondió Buquebuca que no huía de temor, sino de vergüenza, por no tener aparejo de hospedar varones tan celestiales; por tanto, que le perdonasen y recibiesen aquellas piezas de oro en señal de obediencia, que eran muchos vasos muy bien labrados: ellos más quisieran pan que oro. Caminaron luego por hallar de comer: salieron de través ciertos indios voceando; esperaron a ver qué querían y quién eran. Ellos, como llegaron saludaron al capitán, y dijeron, según los intérpretes: «Nuestro rey Corizo, hombres de Dios, os envía a saludar, atento cuán esforzados e invencibles sois, y cómo castigáis los malos. Por dichoso se tuviera de teneros y serviros en su casa y reino, ca vos mucho desea ver las barbas y traje; pero pues ser no puede, por quedar atrás, contentarse ha que lo tengáis por amigo, que por tal se os da; y en señal de amor os envía estas treinta bronchas de oro fino, y os ofrece todo lo que en casa le queda, si quisiéredes ir allá. Háceros también saber que tiene por vecino y enemigo un grande y rico señor, que le corre, quema y roba su tierra cada año, contra el cual podréis mostrar vuestra justicia y fuerzas. Si podéis ir a nos ayudar, seréis vosotros ricos y nuestro   —98→   rey libre». Mucho se holgaron los españoles de oír aquellos desnudos mensajeros, que tan bien hablado habían, y de ver con cuán alegre semblante presentaron las bronchas al capitán. Balboa respondió que tomaba por amigo a Corizo, para siempre lo tener por tal; que le pesaba mucho no poder ir al presente a verle y remediarle; pero que prometía, dándole Dios salud, de lo hacer muy presto y con más compañeros. Entre tanto, que perdonase y recibiese por su amor y remembranza tres hachas de hierro y otras cosillas de vidrio, lana y cuero. Los indios se fueron muy ufanos con tales dádivas a su lugar, y los españoles con sus patenas de oro, que pesaban catorce libras, al de Pocorosa, donde tuvieron qué comer y qué llevar para el camino. Hizo Balboa amistad con él, y rescatóle hasta quince marcos de oro y ciertos esclavos por algunas cosillas de mercería. Dejó con Pocorosa los españoles dolientes y flacos, porque tenían de pasar por tierra de Tumanamá, de cuya riqueza y valentía les dijera don Carlos Panquiaco. Habló a sesenta que sanos estaban y recios, animándolos al camino y guerra que con él esperaban. Ellos respondieron que fuese, y vería lo que harían. Anduvieron jornada de dos días en uno, por no ser barruntados, llevando buenas guías, que les dio Pocorosa. Saltearon al primer sueño la casa del Tumanamá. Tomáronle preso con dos bardajas y ochenta mujeres de entrambas sillas. Pudieron hacer tal salto por llegar callados y por estar las casas del lugar apartadas unas de otras. Tantas y más querellas tuvo Balboa de Tumanamá como de Pacra, y tan contra natura, aunque no tan públicamente vivía con hombres y mujeres el uno como el otro. Reprendióle ásperamente, amenazólo mucho, hizo como que lo quería ahogar en el río; empero todo era fingido, por contentar a los querellantes y sacarle su tesoro; que más le quería vivo y amigo que muerto. Tumanamá estuvo recio, y ni declaró minas ni tesoro, o porque no las sabía, o porque no le tomasen su tierra a causa de ellas. Estuvo también muy halagüeño, haciendo regalos a Balboa y a todos, y dióles cien marcos de oro en muchas joyas y tazas. Estando en esto, llegaron los españoles que con Pocorosa quedaran, y tuvieron todos muy alegre Navidad. Salieron a mirar si verían algún rastro de minas, y hallaron en un collado señales de oro. Cavaron dos palmos, cernieron la tierra y parecieron unos granillos de oro como neguilla y lentejas. Hicieron la misma experiencia en otros cabos, y también hallaron oro; que no poco ledos fueron en ver que tan somero estaba aquel metal amarillo. En todo salió verdadero Panquiaco, sino que Tumanamá estaba de esta parte de las sierras, y no de la otra. Dio Tumanamá un hijo a Balboa, que criase entre españoles y aprendiese sus costumbres, lengua y religión; y por perpetuar con ellos amistad, tomáronle, según dicen algunos, mucha cantidad de oro y mujeres por fuerza, y viniéronse a Comagre. Los indios trajeron en hombros a Balboa, que cayó malo de calenturas, y a otros españoles enfermos. Era ya señor don Carlos Panquiaco, y proveyólos muy bien, y dióles a la partida veinte libras de oro en joyas de mujer. Pasaron por Ponca y entraron en la Antigua del Darién, a 19 de enero, año de 14.



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ArribaAbajo- LXV -

Balboa hecho adelantado de la mar del Sur


Fue recibido Vasco Núñez de Balboa con procesión y alegrías, por haber descubierto la mar del Sur y traer muchos dineros y perlas. Él se holgó infinito por hallarlos buenos, bien proveídos y acrecentados en número; que a la fama acudían allí cada día de Santo Domingo. Tardó en ir y venir y hacer cuanto digo, aunque sumariamente, cuatro meses y medio. Pasó muchos trabajos y hambre. Trajo, sin las perlas, más de cien mil castellanos de buen oro, y esperanza, tornando allá, de haber la mayor riqueza que nunca los nacidos vieron; y con esto estaba tan ufano como animoso. Dejó muchos señores y pueblos en gracia y servicio del rey, que no fue poco. No le mataron español en batalla que hubiese, y hubo muchas, y todas las venció; que no hizo tal ningún romano. Nunca lo hirieron; que atribuyó él mismo a milagro y a las muchas rogativas y votos que hacía. La gente que halló andaba en cueros, si no eran señores, cortesanos y mujeres. Comen poco, beben agua, aunque tienen vinos, no de uvas; no usan mesa ni manteles, salvo los reyes. Los otros límpianse los dedos a la punta del pie o al muslo, y aun a los compañones, y cuando mucho a un trapo de algodón; pero con todo esto andan limpios, porque se bañan muy a menudo cada día. Son viciosos de la carnalidad, y hay putos. Es la tierra pobre de mantenimientos y riquísima de oro, por lo cual fue dicha Castilla de Oro. Cogen dos y tres veces al año maíz, y por esto no lo engraneran. Repartió Balboa el oro entre sus compañeros, después de quintado para el rey; y como era mucho, alcanzó a todos y aun más de quinientos castellanos a Leoncillo, perro, hijo de Becerrillo el del Boriquén, que ganaba más que arcabucero para su amo Balboa; pero bien lo merecía, según peleaba con los indios. Despachó luego para Castilla en una nao a un Arbolancha de Balboa con cartas para el rey y para los que entendían en el gobierno de las Indias, y con una muy larga y devota relación de lo que tenía hecho, y con veinte mil castellanos del quinto, y doscientas perlas finas y crecidas; y porque viesen en España la grandeza de las conchas donde se crían las perlas, envió algunas muy grandes. Envió asimismo el cuero de un tigre macho, atestado de paja, para mostrar la fiereza de algún animal de aquella tierra. Tomaron este tigre los del Antigua en una hoya o barranca, hecha en el camino por donde venía, que no tuvieron otra mejor maña. Había comido muchos puercos dentro del pueblo, ovejas, vacas, yeguas, y aun los perros que las guardaban. Cayó en el hoyo y lazo. Daba unos aullidos terribles. Quebraba con las manos y boca cuantas lanzas y palos le arrojaban. En fin, murió de arcabuz. Desolláronlo cerrado, y comiéronselo, no sé si por necesidad, ni si por deleite. Parecía la carne de vaca, y era de buen sabor. Fueron por el rastro al cubil donde criaba. No hallaron la hembra, sino dos cachorrillos, que ataron con cadenas de hierro por el   —100→   pescuezo, para llevar al rey después de criados. Mas cuando tornaron por ellos no estaban allí, y estaban las cadenas como las dejaron, de que mucho se maravillaron; porque sacar las cabezas sin soltar las argollas parecía imposible, y despedazarlos la madre, increíble. Holgó mucho el Rey Católico con la carta, quinto, presente y relación de la mar Austral, que tanto la deseaban. Revocó la sentencia dada contra Balboa, e hízolo adelantado del mismo mar del Sur.




ArribaAbajo- LXVI -

Muerte de Balboa


Hizo el rey don Fernando gobernador de Castilla de Oro a Pedrarias de Ávila, el justador, natural de Segovia, por acuerdo del Consejo de Indias; ca demandaban los españoles del Darién justicia y capitán que tuviese poder y cédula real, y era también necesario para poblar y convertir aquella tierra. Estaba entonces Balboa infamado y aborrecido por la información y quejas del bachiller Enciso, aunque lo abonaba cuanto podía Zamudio, procurador del Darién; y todos en España estaban mal con aquella tierra de Veragua y Urabá, por haber muerto en ella cerca de mil y quinientos españoles que fueron con Diego de Nicuesa, Alonso de Hojeda, Martín Fernández de Enciso, Rodrigo de Colmenares y otros. Mas, empero, con la venida y dicho de Juan de Quicedo y del mismo Colmenares fue Balboa muy alabado, y la tierra deseada; y hubo muchos principales caballeros que pidieron al rey aquella gobernación y conquista; y si no fuera por Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Burgos, Presidente de Indias, la quitaran al Pedrarias y la dieran a otro. Y certísimo la dieran al Vasco Núñez de Balboa si un poco antes llegara a la corte Arbolancha. Dio, pues, el rey a Pedrarias muy cumplidos y lleneros poderes; pagó las naos en que llevase mil hombres que pedía Balboa. Mandóle guardar la instrucción de Hojeda y Nicuesa. Entre muchas cosas otras que le encargó, fue la conversión y buen tratamiento de los indios; que no pasase letrados ni consintiese pleitos; que siempre diese parte de lo que hubiese de hacer al obispo, clérigos y frailes que llevaba. Iba por obispo de la Antigua del Darién Juan Cabedo, fraile francisco, predicador del rey, que fue el primer prelado de tierra firme de Indias y Mundo Nuevo. Partió Pedrarias de Sanlúcar de Barrameda a 14 de mayo del año de 14, con diez y siete naves y mil y quinientos españoles, los mil y doscientos a costa del rey. Si pudieran caber en ellas, se fueran con él otros mil: tanta gente acudió al nombre de Castilla de Oro. Llevó a su mujer doña Isabel de Bobadilla, y por piloto a Juan Vespucio, florentino, y a Juan Serrano, que había estado ya en Cartagena y Urabá. Llegó a salvamento con toda su armada al Darién a 21 de junio. Salió Balboa   —101→   una legua a recibirlo con todos los españoles, cantando Te deum laudamus. Hospedóle, contóle cuanto había hecho y pasado, de que mucho se maravilló y holgó, por hallar buena parte de tierra pacificada, donde poblar a su placer, y después guerrear con los indios; ca llevaba gana de toparse con ellos, que había estado en Orán y otras tierras de Berbería; pero no lo hizo tan bien como blasonaba. Informóse bien, y comenzó a poblar en Comagre, Tumanamá y Pocorosa. Envió a Juan de Ayora con cuatrocientos españoles a Comagre; el cual, por deseo de oro, aperreó muchos indios de don Carlos Canquiaco, servidor del rey, amigo de españoles, a quien se debían las albricias del sur. Despojóle también a él, y atormentó ciertos caciques, e hizo otras crueldades y demasías, que causaron rebelión de indios y muerte de muchos españoles; de miedo de lo cual huyó con el despojo en una nao, no sin culpa de Pedrarias, que disimuló. Gonzalo de Bajadoz fue al Nombre de Dios con ochenta; el cual y Luis de Mercado, que fue allí donde a poco, se fueron a la otra mar, haciendo lo que diremos, cuando lleguemos a Panamá. Francisco Becerra fue con ciento y cincuenta compañeros al río de Dabaiba, y volvió las manos en la cabeza. El capitán Vallejo fue a Caribana con setenta españoles; mas presto se tornó, porque le mataron cuarenta y ocho de ellos los caribes flecheros. Bartolomé Hurtado, que fue con buena compañía de españoles a poblar a Acla, pidió indios a Careta, que cristiano se llamó don Fernando, y que servía al rey por industria de Balboa, y vendióselos después por esclavos. Gaspar de Morales llevó ciento y cincuenta españoles a la mar del Sur, como en su propio lugar diremos; y dióse buena maña en la isla de Terarequi a rescatar perlas. Sin éstos, envió Pedrarias a otros, que poblaron en Santa Marta y en muchas partes. Sucedían las cosas del gobernador no muy bien, y burlaba de ello Balboa, y aun creo que rehusaba su mayoría, como tenía el cargo y título de la mar del Sur. Pedrarias lo apocaba, disminuyendo sus hechos; en fin, que riñeron. Hízolos amigos el obispo Cabedo, y desposóse con hija de Pedrarias, por donde pensaban todos que perseverarían en paz, pues a entrambos así cumplía; mas luego descompadraron de veras. Estaba Balboa en la mar de su adelantamiento para descubrir y conquistar con cuatro carabelejas que labró. Llamóle Pedrarias al Darién. Vino, echólo preso, hízole proceso, condenólo y degollóle con otros cinco españoles. La culpa y acusación fue, según testigos juraron, que había dicho a sus trescientos soldados se apartasen de la obediencia y soberbia del gobernador y se fuesen donde viviesen libres y señores; y si alguno les quisiese enojar, que se defendiesen. Balboa lo negó y lo juró, y es de creer, ca si temiera no se dejara prender ni pareciera delante del gobernador, aunque más su suegro fuera. Juntósele con esto la muerte de Diego de Nicuesa y sus sesenta compañeros, la prisión del bachiller Enciso, y que era bandolero, revoltoso, cruel y malo para indios. Por cierto, si no hubo otras causas en secreto, si no estas públicas, a sinrazón le mató. Así acabó Vasco Núñez de Balboa, descubridor de la mar del Sur, de donde tantas perlas, oro, plata   —102→   y otras riquezas se han traído a España; hombre que hizo muy grandes servicios a su rey. Era de Badajoz y, a lo que dicen, rufián o esgrimidor. En el Darién se hizo cabeza de bando, y por su propia autoridad; anduvo muy devoto en las guerras; fue amado de soldados, y así les pesó de su temprana muerte, y aun lo echaron menos. Aborrecían a Pedrarias los soldados viejos, y en Castilla fue reprendido, y poco a poco removido del gobierno, bien que lo suplicaba él sintiendo desfavor. Pobló Pedrarias el Nombre de Dios y a Panamá. Abrió el camino que va de un lugar a otro, con gran fatiga y maña, por ser de montes muy espesos y peñas. Había infinitos leones, tigres, osos y onzas, a lo que cuentan, y tanta multitud de monas de diversa hechura y tamaño, que alegres cocaban, y enojadas gritaban de tal manera, que ensordecían los trabajadores. Subían piedras a los árboles y tiraban al que llegaba; y una quebró los dientes a un ballestero, mas cayó muerta; que acertaron a soltar a un tiempo ella la piedra y él la saeta. Santa Marta, de la Antigua del Darién, fue poblada por el bachiller Enciso, alcalde mayor de Hojeda, con voto que hizo de ello si venciese a Cemaco, señor de aquel río. Despoblóse, por ser muy enfermo, húmedo y caliente, tal, que en regando la casa se hacían sapillos; falto de mantenimientos, sujeto a tigres y a otros animales dañosos y bravos. Poníanse los españoles de color de tiricia o mal amarillo, aunque también toman esta color en toda la Tierra-Firme y Perú. Puede ser que del deseo que tienen al oro en el corazón se les haga en la cara y cuerpo aquel color. No es buena tierra para sembrar, que hay aguaceros y vienen muchos diluvios y avenidas, que anegan lo sembrado. Caen muchos rayos y queman las casas y matan los moradores. Envió el emperador don Carlos sucesor de Pedrarias, y fue Lope de Sosa, de Córdoba, que a la sazón era gobernador en Canaria; el cual murió en llegando al Darién, año de 20. Fue tras él Pedro de los Ríos, también de Córdoba, y fuése Pedrarias a Nicaragua. El licenciado Antonio de la Gama fue a tomarle residencia. Proveyeron de gobernador a Francisco de Barrionuevo, un caballero de Soria, que fue soldado en el Boriquén y capitán en la Española contra el cacique don Enrique. Luego fue el licenciado Pedro Vázquez, y después el doctor Robles, que administró justicia derechamente; que hasta él poca hubo.




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Frutas y otras cosas que hay en el Darién


Hay árboles de fruta muchos y buenos, como son mamais, guanábanos, hobos y guayabos. Mamai es un hermoso árbol, verde como nogal, alto y copado, pero algo ahusado como ciprés; tiene la hoja más larga que ancha, y la   —103→   madera fofa. Su fruta es redonda y grande; sabe como durazno; parece carne de membrillo; cría tres, cuatro y más cuescos juntos, como pepitas, que amargan mucho. Guanabo es alto y gentil árbol, y la fruta que lleva es como la cabeza de un hombre; señala unas escamas como piñas, pero llanas y lisas y de corteza delgada; lo de dentro es blanco y correoso como manjar blanco, aunque se deshace luego en la boca, como nata; es sabrosa y buena de comer, sino que tiene muchas pepitas leonadas por toda ella, como badeas, que algo enojan al mascar; es fría, y por eso la comen mucho en tiempo caloroso. Hobo es también árbol grande, fresco, sano, de sombra; y así, duermen los indios y aun españoles debajo de él, antes que de otros ningunos. De los cogollos hacen agua muy olorosa para piernas y para afeitar, y de la corteza aprieta mucho la carne y cuero; por lo cual se bañan con ella; y aun los caminantes se lavan los pies por ello, y aun porque quita el cansancio. Sale de la raíz, si la cortan, mucha agua y buena de beber. La fruta es amarilla, pequeña y de cuesco como ciruela; tiene poquita carne y mucho hueso; es sana y digestible, mas dañosa para los dientes, por hilillos que tiene. Guayabo es árbol pequeño, de buena sombra y madera; envejece presto. Tiene la hoja laurel, pero más gorda y ancha. La flor parece algo de naranjo, y huele mejor que la de jazmín. Hay muchas diferencias de guayabos, y por consiguiente de la fruta, que es como camuesa. Unas son redondas, otras largas, mas todas verdes por de fuera, con unas coronillas como níspolas. Dentro son blancas o rosadas, y de cuatro cuartos, como nuez, con muchos granillos en cada uno. Sazonadas son buenas, aunque agrillas; verdes restriñen como servas; maduras, pierden color y sabor y crían muchos gusanos; hay palmas de ocho o diez maneras, las más llevan dátiles como huevos, pero de grandes huesos. Son agretes para comer, mas sacan razonables vinos. Hacen los indios lanzas y flechas de palma, por ser tan recias, que sin hender ni remachar, ni les poner pedernal, entran mucho. Palmas hay que parecen en el tronco cañas de cebollas, más gordo en medio que a los extremos, en el cual, como es madera floja, anida el pito picando con el pico. Es un pájaro como zorzal, barreado al través, una barra verde y otra negra, que declina en amarillo. Tiene colorado el cogote y algunas plumas de la cola. Españoles lo llaman carpintero; no es mucho ser el pico, de quien Plinio cuenta que cava y anida en lo macizo de los árboles; y que, viendo tapado el agujero de su nido, trae cierta yerba, que puesta sobre la piedra o cuña la hace saltar por fuerza de su virtud. Otros dicen que el mismo pito tiene tal propiedad, que cae luego el cuño o clavo del agujero en tocándole. Hay muchos papagayos y de muchos tamaños, grandísimos y chicos como pájaros, verdes, azules, negros, colorados y manchados, que parecen remendados. Tienen lindo parecer, gorjean mucho y son de comer. Hay muchos gallipavos caseros y monteses, que tienen grandes papos o barbas, como gallos, y las mudan de muchos colores. Murciélagos hay tamaños como gangas, que muerden reciamente a prima noche; matan los gallos, que pican en la cresta, y aun dicen que hombres. El remedio es lavar la llaga con   —104→   agua de la mar o darle algún botón de fuego. Hay muchas garrapatas y chinches con alas, lagartos de agua o cocodrilos, que comen hombres, perros y toda cosa viva. Puercos derrabados, gatos rabudos, y los animales que enseñan a sus hijos para correr. Vacas mochas y que, siendo patihendidas, parecen mulas, con grandes orejas, y tienen a lo que dicen, una trompilla como elefante. Son pardas y buena carne. Hay onzas, si lo son las que así llaman los españoles, y tigres muy grandes, animal fíero y carnicero si lo enojan; pero de otra manera es medroso y pesado en corrrer. Los leones no son bravos como los pintan, ca muchos españoles los han esperado y muerto en el campo uno a uno, y los indios tenían a sus puertas muchas cabezas y pieles de ellos por valentía y grandeza.




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Costumbres de los del Darién


Son los indios del Darién y de toda la costa del golfo de Urabá y Nombre de Dios de color entre leonado y amarillo, aunque, como dije, se hallaron en Cuareca negros como de Guinea. Tienen buena estatura, pocas barbas y pelos, fuera de la cabeza y cejas, en especial las mujeres. Dicen que se los quitan y matan con cierta yerba y polvos de unas como hormigas; andan desnudos en general, principalmente las cabezas. Traen metido lo suyo en un caracol, caña o cañuto de oro, y los compañeros de fuera. Los señores y principales visten mantas de algodón, a fuer de gitanas, blancas y de color. Las mujeres se cubren de la cinta a la rodilla, y sí son nobles, hasta el pie. Y estas tales traen por las tetas unas barras de oro, que pesan algunas doscientos pesos, y que están primamente labradas de flores, peces, pájaras y otras cosas relevadas. Traen ellas, y aun ellos, zarcillos en las orejas, anillas en las narices y bezotes en los bezos. Casan los señores con cuantas quieren; los otros, con una o con dos, y aquélla no hermana, ni madre, ni hija. No las quieren extranjeras ni desiguales. Dejan, truecan y aun venden sus mujeres, especial si no paren; empero es el divorcio y apartamiento estando ella con su camisa, por la sospecha del preñado. Son ellos celosos, y ellas buenas de su cuerpo, según dicen algunos. Tienen mancebías públicas de mujeres, y aun de hombres en muchos cabos, que visten y sirven como hembras sin les ser afrenta, antes se excusan por ello, queriendo, de ir a la guerra. Las mozas que yerran echan la criatura, con yerbas que para ello comen, sin castigo ni vergüenza. Múdanse como alárabes, y ésta debe de ser la causa de haber chicos pueblos. Andan los señores en mantas a hombros de sus esclavos, como en andas; son muy acatados; ultrajan mucho los vasallos; hacen guerra justa e injustamente sobre acrecentar su señorío. Consultan   —105→   las guerras los señores y sacerdotes sobre bien borrachos o encalabriados con humo de cierta yerba. Van muchas veces con los maridos a pelear las mujeres, que también saben tirar de un arco, aunque más deben ir para ser vicio y deleite. Todos se pintan en la guerra, unos de negro y otros de colorado como carmesí: los esclavos, de la boca arriba, y los libres de allí abajo. Si caminando se cansan, jásanse de las pantorrillas con lancetas de piedra, con cañas o colmillos de culebras, o lávanse con agua de la corteza del hobo. Las armas que tienen son arco y flechas, lanzas de veinte palmos, dardos con amiento, cañas con lengua de palo, hueso de animal o espina de peces, que mucho enconan la herida, porras y rodelas; casquetes no los han de menester, que tienen las cabezas tan recias que se rompe la espada dando en ellas, y por eso ni les tiran cuchilladas ni se dejan topetar. Llevan en ellas grandes penachos por gentileza. Usan atabales para tocar al arma y ordenanza, y unos caracoles que suenan mucho. El herido en la guerra es hidalgo y goza de grandes franquezas. No hay espía que descubra el secreto, por más tormentos que le den. Al cautivo de guerra señalan en la cara, y le sacan un diente de los delanteros. Son inclinados a juegos y hurtos; son muy haraganes. Algunos tratan yendo y viniendo a ferias. Truecan una cosa por otra, que no tienen moneda. Venden las mujeres y los hijos. Son grandes pescadores de red todos los que alcanzan rio y mar, ca se mantienen así sin trabajo y con abundancia. Nadan mucho y bien, hombres y mujeres. Acostumbran a lavarse dos o tres veces al día, especial ellas, que van por agua, ca de otra manera hederían a sobaquina, según ellas confiesan. Los bailes que usan son arcitos, y los juegos, pelota. La medicina está en los sacerdotes, como la religión; por lo cual, y porque hablan con el diablo, son en mucho tenidos. Creen que hay un Dios en el cielo, pero que es el Sol, y que tiene por mujer a la Luna; y así, adoran mucho estos dos planetas. Tienen en mucho al diablo, adóranle y píntanle como se les aparece, y por esto hay muchas figuras suyas. Su ofrenda es pan, humo, frutas y flores, con gran devoción. El mayor delito es hurto, y cada uno puede castigar al ladrón que hurta maíz cortándole los brazos y echándoselos al cuello. Concluyen los pleitos en tres días, y hay justicia ejecutoria. Entiérranse generalmente todos, aunque en algunas tierras, como la de Comagre, desecan los cuerpos de los reyes y señores al fuego poco a poco hasta consumir la carne. Ásanlos, en fin, después de muertos, y aquello es embalsamar; dicen que duran así mucho. Atavíanlos muy bien de ropa, oro, piedras y pluma; guárdanlos en los oratorios de palacio colgados o arrimados a las paredes. Hay ahora pocos indios, y aquéllos son cristianos. La culpa de su muerte cargan a los gobernadores, y la crueldad, a los pobladores, soldados y capitanes.



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Cenu


Cenu es río, lugar y puerto grande y seguro. El pueblo está diez leguas de la mar; hay en él mucha contratación de sal y pesca. Gentil platería de indios. Labran de vaciadizo y doran con yerba. Cogen oro en donde quieren, y cuando llueve mucho paran redes muy menudas en aquel río y en otros, y a las veces pescan granos como huevos, de oro puro. Descubriólo Rodrigo de Bastidas, como dije, el año 2. Juan de la Cosa entró en él dos años después, y en el año 9 aconteció lo siguiente al bachiller Enciso, yendo tras Alonso de Hojeda; el cual echó gente allí para rescatar con los naturales y tomar lengua y muestra de la riqueza de aquella tierra. Vinieron luego muchos indios armados con dos capitanes en son de pelear. Enciso hizo señas de paz, y hablóles por una lengua que Francisco Pizarro llevaba de Urabá, diciendo cómo él y aquellos sus compañeros eran cristianos españoles, hombres pacíficos, y que habiendo navegado mucha mar y tiempo, traían necesidad de vituallas y oro. Por tanto, que les rogaba se lo diesen a trueco de otras cosas de mucho precio, y que nunca ellos las habían visto tales. Respondieron que bien podían ser que fuesen hombres de paz, pero que no traían tal aire; que se fuesen luego de su tierra, ca ellos no sufrían cosquillas, ni las demasías que los extranjeros con armas suelen hacer en tierras ajenas. Replicóles entonces él que no se podía ir sin les decir primero a lo que venía. Hízoles un largo sermón, que tocaba su conversión a la fe y bautismo, muy fundado en un solo Dios, criador del cielo y de la tierra y de los hombres, y al cabo dijo cómo el Santo Padre de Roma, vicario de Jesucristo en toda la redondez de la tierra, que tenía mando absoluto sobre las almas y la religión, había dado aquellas tierras al muy poderoso rey de Castilla, su señor, y que iba él a tomar la posesión de ellas; pero que no les echaría de allí si querían ser cristianos y vasallos de tan soberano príncipe, con algún tributo de oro que cada un año le diesen. Ellos dijeron a esto, sonriéndose, que les parecía bien lo de un Dios, mas que no querían disputar ni dejar su religión; que debía ser muy franco de lo ajeno el Padre Santo, o revoltoso, pues daba lo que no era suyo; y el rey, que era algún pobre, pues pedía, y algún atrevido, que amenazaba a quien no conocía, y que llegase a tomarles su tierra, y pondríanle la cabeza en un palo a par de otros muchos enemigos suyos, que le mostraron con el dedo junto al lugar. Requirióles otra y muchas veces que lo recibiesen con las condiciones sobre dichas, si no, que los mataría o prendería por esclavos para vender. Pelearon, por abreviar, y aunque murieron dos españoles con flechas enherboladas, mataron muchos, saquearon el lugar y cautivaron muchas personas. Hallaron por las casas muchas canastas y espuertas de palma llenas de cangrejos, caracoles sin cáscara, cigarras, grillos, langostas de las que destruyen   —107→   los panes, secas y saladas, para llevar mercaderes la tierra adentro, y traer oro, esclavos y cosas de que carecen.