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Los gentiles tenían por ignominia, como dice San Pablo, la religión cristiana, como la más repugnante a sus necias fábulas; y daban este nombre de superstición al cristianismo, al que reconocían como una rama de la profesión judaica. El sabio Minucio Félix hizo en su obra una gloriosa defensa de lo que aquí impugna Quintiliano.

 

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Porque cuando el auditorio o los jueces están preocupados contra la persona que alabamos, es casi imposible sacarlos del error y primer concepto que tienen formado; y entonces es cuando el orador necesita echar mano de todas las riquezas del arte, aplicar sus fuerzas y apurar toda su habilidad para que muden de opinión; porque es tal la naturaleza del entendimiento humano, que admite de muy mala gana lo que contradice a las primeras ideas que hicieron asiento en él, y lo mismo sucede con la voluntad. Las oraciones de Cicerón en defensa de Ligario y Deyótaro nos presentan la política más fina para insinuarse en un ánimo opuesto a nuestra causa.

 

123

Esto es, no haber sido oriundos u originarios de otros pueblos, sino haber nacido en el país; de lo que se gloriaron algunas naciones, llamando a sus fundadores indígenas.

 

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¿Qué diremos de las alabanzas que se escribieron de las cosas más viles? Luciano alabó la gota y la mosca; Sinesio la calva; Dion Crisóstomo el destierro; Mayoragio el lodo; Burmano la pereza; otros otras cosas como que no pueden tomarse en boca. Ni aun faltaron a la calentura y al asno sus apologistas. Digo, que si hacemos anatomía de semejantes laudatorias, hallaremos un tejido de paradojas y sofismas ridículos, que más que para hacer alarde del ingenio, sirven para engendrar en la razón torcimiento y malos resabios. Semejantes oraciones no caen bien en ningún hombre de seso.

 

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Se vio tan apretado el ejército romano en la batalla contra los samnitas, que una de las infames condiciones que éstos pusieron al cónsul Espurio Postumio, que pedía la paz, fue pasar por debajo del yugo u horca todos los soldados en Arpaya, antes Caudium; de donde quedó en proverbio furcae caudinae, no menos común que la batalla de Cannas. Tito Livio, libro 9, capítulo 8.

 

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En la guerra civil entre César y Pompeyo los opidercianos, que seguían a aquél, yendo embarcados, fueron cercados por los de Pompeyo; y por no entregarse al enemigo, mutuamente se mataron en la misma nave. Floro, Epítome, libro 110. [Según noticia de] Rollin.

 

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Esto es, suponiendo que amenazan tres males, deliberar cuál escogeremos como menor.

 

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Es el pensamiento de Horacio, que dice: Oderunt peccare boni virtutis amore. Oderunt peccare mali formidine poenae


Al bueno la virtud por sí le place,
Cuando al malo la pena mejor le hace.

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Si la persona del orador no es de autoridad, si éste es joven, si no le acompañan las cualidades del linaje, de suma reputación, la misma naturaleza enseña que además del mayor nervio de las razones, debe usar de cierto aire y tono más humilde que aquél en quien concurren aquellas prendas; pues todos los días vemos que una misma razón, dicha por uno, persuade y, dicha por otro, se desprecia. Supla, pues, la modestia lo que falta por otra parte.

 

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Entiende por prosopopeya aquellos razonamientos en que hablamos en boca de otro, como cuando introducimos para más viveza a los parientes del reo, implorando la clemencia del juez; a aquél contra quien se cometió el delito, clamando por la justicia. Aquí debe el orador esconder su persona, su estilo y naturaleza, y revestirse de la condición de los tales, como hace el poeta con las personas de un drama. Ésta es la nueva dificultad que dice Quintiliano.