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131

De aquí se infiere, como dice Turnebo, que Cicerón componía algunas oraciones a algunos nobles romanos para que, aprendiéndolas, hablasen al senado o al pueblo. Semejante estilo había entre los griegos, como ya queda dicho.

 

132

Habla Quintiliano de aquellos asuntos que sirven para materia de las declamaciones escolásticas para ejercicio de los jóvenes. Por ejemplo, un razonamiento de un padre a un hijo; de un hijo a un padre; de un anciano a un joven; donde es necesario que el declamador guarde el carácter, no menos que el cómico. Por eso dice que las prosopopeyas se distinguen de las suasorias sólo en las personas.

 

133

[«formación» en el original (N. del E.)]

 

134

Domitila, hermana de Domiciano, tuvo una hija llamada Flavia Domitila. Ésta casó con Flavio Clemente, primo de Domiciano, cuyos dos hijos los encomendó Domiciano a Quintiliano para que los instruyese. [Según noticia de] Rollin.

 

135

El honor del concepto que de mí hizo Diocleciano dios. Adulación impía. Llama no solamente censor santísimo, sino dios, a quien por sus liviandades era el blanco del aborrecimiento general. [Según noticia de] Rollin.

 

136

Semejantes casos tenemos en las oraciones en defensa de Marcelo, de Ligario y Deyótaro, siendo juez el mismo César, contra cuya vida habían conspirado. [Según noticia de] Turnebo.

 

137

Berenice, mujer de Ptolemeo, rey de Egipto, hija de Herodes, rey de Judea, y hermana de Agripa, a quien amaba Tito, hermano de Domiciano. [Según noticia de] Turnebo.

 

138

Esto mismo es lo que pondera Cicerón en la defensa de Deyótaro, y en lo que más se esfuerza: «También me altera una cosa, ¡oh César!, aunque considerando tu condición, se me desvanece el miedo. Una cosa que, mirada en sí, es contra razón; pero tu sabiduría la hace más justa. Porque refrescar la memoria del delito delante del mismo contra quien uno es convencido haberlo intentado, si bien se mira, es cosa dura. Pues hablando comúnmente no hay juez ninguno que en causa propia no incline más hacia sí que hacia el reo la balanza de la sentencia. Pero tu generosa condición me disminuye este miedo; pues no tanto temo la sentencia que vas a dar a Deyótaro, cuanto estoy viendo el concepto que quieres formen los demás de tu clemencia». En el exordio. De semejante medio se vale en la confirmación de la oración de Ligario: «Mira ¡oh César! cuán sin miedo estoy. Considera cuánta luz de tu liberalidad y sabiduría me ilumina para hablar en tu presencia. Esforzaré la voz cuanto pueda, para que lo oiga esto el pueblo romano. Tomé las armas contra ti, lo confieso. Pero ¿delante de quién digo esto?», etc.

 

139

A esta semejanza, Cicerón en el epílogo de la oración de Ligario no solamente le hace al César una viva pintura de la infelicidad del reo, de la esperanza que tenían sus amigos, sino que le presenta delante toda la parentela de Ligario, aguardando la sentencia de la boca del César, o para vivir siempre confiados en su clemencia si usaba de misericordia, o para morir en el abatimiento y desventura si le condenaba a la muerte. Todos estos afectos los avivaba, mucho más que la imaginativa y pincel del orador, la presencia de los amigos, interesados y parientes, que permitían las leyes romanas asistiesen vestidos de luto al tribunal para este fin.

 

140

La invención de estas ideas con lo que acaba de decir hace sospechar a Rollin, y con fundamento, que este lugar está muy defectuoso.