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El regalo, lujo y desenvoltura de Alejandría, ciudad asentada junto al delicioso Nilo, era tanto, como dice Julio César (Guerra civil, libro 3, capítulo 110), que quedó como en proverbio la disolución alejandrina.

 

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Los mayores patronos de la enseñanza privada, y enemigos declarados por comodidad propia de las escuelas públicas, son cierta clase de maestros, cuya ciencia, limitándose por lo común a saber mal escribir su nombre, o voltear de siete modos una oración gramatical, están bien hallados en los rincones de una enseñanza privada, porque su corta vista no aguanta el resplandor de públicas concurrencias. Esta secta ya cuenta muchos años de antigüedad en el mundo.

 

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Entiende Quintiliano por conocimiento común, lo que por otro nombre llamamos prudencia: y es aquel modo de atinar en cuanto ponemos la mano. Conocimiento y tino, que aprendiéndose más con el trato que en los libros, en vano lo buscaremos en el que, por mucha especulativa que tenga, carece de la práctica, que se adquiere tratando con nuestros semejantes.

 

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No sé si de esta doctrina de Quintiliano ha tenido principio aquella distribución de clases y puestos que observan muchos maestros celosos en sus escuelas. Lo cierto es que este género de honorcillo y premio proporcionado a la edad de los niños, y a la natural inclinación del hombre de sobresalir entre otros, estimula más para el estudio que los castigos inconsiderados e inhumanos, que ha dictado aquel dicho antiguo y bárbaro: la letra con la sangre entra.

 

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Por esta razón dice Tulio en la oración en defensa de Deyótaro, que dijo en casa de César: Hablo dentro de una casa particular y fuera de aquella concurrencia y número de oyentes en que suele apoyarse el empeño de un orador.

 

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Metafóricamente dicho, y tomado de las artes mecánicas; donde cuanto mayor es el peso necesita de mayores fuerzas para moverle, y entonces con mayor dificultad. [Según noticia de] Rollin.

 

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Concluye Quintiliano este excelente capítulo, según su costumbre, con una fuerte y expresiva sentencia, dejando como punzados los ánimos. [Según noticia de] Rollin.

 

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No pretende que la memoria sea señal de tener el hombre entendimiento u otras disposiciones e ingenios para otras artes, sino que el niño que tenga memoria, tiene mucho adelantado para aprender lo que pide su edad, pues por la mayor parte depende de esta potencia.

 

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La mejor señal de ser un niño de talento, es aprender prontamente y sin repugnancia lo que se le enseña; ir con la penetración acompañando y siguiendo, digamos así, los pasos de la doctrina del maestro; pero no es bueno que se adelante en ciertas ocurrencias, preguntas y reflexión sobre su edad: porque aunque esto prueba talento, pero al cabo es fuera de tiempo, y como dice después, no suele llegar a sazón.

 

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Semejantes talentos muy adelantados dan todo el fruto en la niñez; pero al tiempo en que debían ser más útiles, e ir como en aumento, paran del todo o dan en fatuidad. Y la misma experiencia acredita, que los que así se adelantan en los primeros años, viven muy poco. Comparables a aquellas vides, que si dan el fruto dos meses antes que otras a fuerza de riegos violentos, se inutilizan para siempre.