Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
 

31

Caveda, sin embargo, abogaba por utilizar la g, j o x sin recurrir a una nueva grafía: «A la verdad, será un trabajo muy lento y dispendioso abrir nuevas matrices e introducir esta novedad en un alfabeto que se conservó siempre puro del latino», «Carta de Francisco de Paula Caveda y Solares a Jovellanos», Villaviciosa, 4 de julio de 1791 (Obras completas, tomo II, p. 471).

 

32

[X.Ll.G.A.] Así aparece en algún otro escrito de Jovellanos. La discusión acerca de cómo representar gráficamente la [š] llevó a González de Posada a escribir «sx», otras «x», otras «ch», a veces «j» o «g». En los textos de Antón de Marirreguera del siglo XVII también aparece «jx», etc. En el siglo XIX, antes de haber triunfado el uso actual con «x», se escribe la «x» con diéresis. Un autor como Junquera Huergo a veces utiliza «xx» otras «xs», etc. De lo que sí podemos estar seguros, a juzgar por las palabras de Jovellanos («una especie de silbo oscuro»), es que en su época [š] tenía una realización sorda.

 

33

[Carlos González de Posada] La forma de la nueva letra es una S y una I atravesadas en forma de aspa.

 

34

Entendemos que la imprenta de la capital será la de Oviedo y no la de Madrid, porque al final de la Instrucción razona que es aquí donde debería editarse el Diccionario.

 

35

[X.Ll.G.A.] Se observará que no da ninguna indicación para la escritura de la variante apical sureño-occidental ni para la aspirada del oriente, sin duda por esa falta de información dialectal a la que aludíamos.

 

36

Se refiere a la obra del abad y miembro de la Académie Française GIRARD, Gabriel (1677-1748), La justesse de la langue françois, ou les differentes significations des mots qui passent pour synonymes o Synonymes françois. Leurs differentes significations et le choix qu'il en faut faire pour parler avec justesse (1718 / 1736). Dicha obra, considerada la matriz de la lexicografía sinonímica, ya había sido alabada por Ignacio de Luzán, quien en sus Memorias literarias de París (1751) comenta la gran acogida del libro y expresa un anhelo: «Este asunto es imitable, y sería útil en todas las lenguas. Yo quisiera que en España algún erudito bien versado en los buenos autores, y en el mejor uso, y en la verdadera propia significación de las voces, se dedicase seriamente a enseñarnos con precisión la diferencia que hay entre las voces que se tienen por sinónimas» (LÁZARO CARRETER, Fernando, Las ideas lingüísticas en España durante el siglo XVIII, Barcelona, Crítica, 1985, p. 101). Sobre la necesidad de un diccionario de este tipo se manifestó Antonio de Capmany: «Carecemos de un diccionario de sinónimos, es decir, del diccionario filosófico de todas las finezas y modificaciones del lenguaje, sin cuyo auxilio es imposible dar principios fijos a la propiedad y corrección de idioma alguno» (CAPMANY, Antonio de, «Observaciones críticas sobre las excelencias de la lengua castellana», en CABRERA MORALES, Carlos (ed.), Teatro histórico-crítico de la elocuencia castellana, Madrid, Imprenta de A. de Sancha, 1786-1792; Universidad de Salamanca, 1991, p. 76). Aunque, como dice Jovellanos, no se había procedido en España a una catalogación exhaustiva, parece oportuno recordar que en el propio siglo XVIII se publican el Ensayo de los sinónimos de Manuel Dendo y Ávila (Madrid, Muñoz del Valle, 1756), quien establece la diferencia entre trece pares de sinónimos, y el Examen de la posibilidad de fijar la significación de los sinónimos de la lengua castellana de José López de la Huerta (Viena, 1789 / Madrid, Imprenta Real, 1799).

 

37

[X.Ll.G.A.] No se entiende muy bien tal propuesta.

 

38

[X.Ll.G.A.] Sí hay aquí una pequeña concesión dialectal pero todo se supedita a la etimología.

 

39

[X.Ll.G.A.] También esto supone paliar la falta de referencias prácticas a los hechos dialectales.

 

40

[X.Ll.G.A.] Este criterio diatópico enlaza con lo que será una preocupación general en los estudios dialectales.