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Jorge Juan y Santacilia: la visión de sus contemporáneos1

Armando Alberola Romá

Rosario Die Maculet


Universidad de Alicante

El 21 de junio de 1773 se apagaba para siempre una de las mentes más brillantes del panorama científico español del siglo XVIII. Ese día moría en Madrid a los sesenta años de edad el científico Jorge Juan Santacilia2, valioso colaborador de la monarquía de Fernando VI y Carlos III, si bien su actividad pública se había iniciado ya durante el reinado del primer Borbón. Juan ha pasado a la historia por su excepcional categoría científica y por su fecunda e intensa vida profesional al servicio del Estado, que lo utilizó como un auténtico comodín tras asumir con decisión el reto de involucrarse en los planes reformistas desplegados por los gobiernos ilustrados.

La impronta que dejó como marino, matemático, geógrafo, astrónomo, experto en mecánica de fluidos y construcción naval, eficaz administrador y gestor, espía, diplomático y renovador de enseñanzas le hace ocupar, con toda justicia, un lugar preeminente en la historia del siglo XVIII. Así, es sobradamente conocido el papel que desempeñó como miembro de la expedición hispano-francesa que entre 1735 y 1745 midió un grado de meridiano en el ecuador para determinar la verdadera figura de la tierra; o su estancia entre 1749 y mediados de 1750 en Inglaterra, donde desplegó una auténtica labor de espionaje industrial; o sus múltiples viajes por toda la geografía del territorio peninsular para verificar los progresos en la construcción de los arsenales de Cartagena y El Ferrol, la supervisión de las minas de mercurio de Almadén y del núcleo siderúrgico santanderino de La Cavada; su embajada al reino de Marruecos para firmar un tratado de paz perpetua que posibilitara beneficios no sólo militares sino también comerciales; y sin olvidar su actividad diligente y reconocida al frente de la Compañía de Guardias Marinas de Cádiz o dirigiendo el Seminario de Nobles a partir de 17703.

Esta excepcional trayectoria profesional determinó que Jorge Juan tuviera ocasión de relacionarse con las personalidades más relevantes e influyentes de la política, la ciencia y el pensamiento hispanos, introduciéndose en ese círculo escogido de personajes próximos al poder que nos deparó el siglo XVIII. La impresión que el marino dejó en la mente de sus contemporáneos, la opinión que de él se forjaron aquellos que tuvieron ocasión de conocerle y tratarle, ha quedado plasmada en diferentes testimonios que nos permiten efectuar una aproximación a los perfiles públicos de su persona, a los rasgos más desconocidos de su carácter así como a la valoración que en la época merecieron sus aportaciones científicas y su actividad al servicio de los intereses de la monarquía.






ArribaAbajo1.- El apunte biográfico del Padre Burriel

El primero de esos testimonios, muy breve, cobra especial relevancia por cuanto fue escrito cuando Juan era todavía muy joven y comenzaban a apuntar en él las cualidades que posteriormente le granjearían general respeto y admiración. Se remonta al dieciséis de diciembre de 1735 y nos lo proporciona el naturalista Joseph Jussieu, uno de los integrantes de la comisión científica hispano francesa desplazada al Ecuador para medir un grado del meridiano quien, desde Portobelo, describía a su hermano Antoine la impresión que le causó el encuentro en Boca-Chica con Jorge Juan y Antonio de Ulloa:

«Allí encontramos a los dos oficiales de la marina española que el rey Felipe V nos ha señalado como adjuntos, son dos amables caballeros de carácter extremadamente dulce, muy sociables, nobles y que conocen muy bien las matemáticas, ambos hablan francés para hacerse entender fácilmente.»4



Once años después, finalizados los trabajos de medición y retornados de América los expedicionarios, hallaremos en la pluma del jesuita Andrés Marcos Burriel palabras muy similares a las de Jussieu para referirse a Juan. Burriel, significado historiador español y partidario decidido del criticismo histórico5, quedó encargado en 1747 de efectuar las oportunas correcciones al estilo literario de las Observaciones Astronómicas, la obra escrita por Jorge Juan a su regreso del Perú6. El erudito jesuita, en carta dirigida el once de febrero de dicho año al ilustrado olivense Gregorio Mayans, con quien mantuvo hasta su muerte una constante e interesante correspondencia, describía del siguiente modo al marino:

«El sugeto es de admirable ingenio y amabilísimas costumbres [...] perdió una capitania de fragata y encomienda por el viage, ha encontrado perdida la que pose [sic] después de doze años, sus discípulos son mas antiguos capitanes de fragata y la gratificación es deberle dos años de sueldo [...]».7



La valoración de Burriel se ajustaba a los méritos que Juan, con apenas treinta y cuatro años, acumulaba por entonces y que acrecentados merced a su trabajo y dedicación le valdrían para ser considerado como una de las figuras más relevantes dentro del panorama científico europeo de la centuria de las Luces.

La admiración del jesuita por Jorge Juan le llevó a componer lo que puede ser considerado como el primer apunte biográfico sobre la figura y obra del marino y científico; semblanza que aparecería publicada en el catálogo de Escritores del reyno de Valencia que por entonces estaba confeccionando el beneficiado de la catedral valentina Vicente Ximeno8. La relación de éste con Mayans resultó decisiva para que Burriel, absolutamente convencido de que Juan debía figurar en dicho elenco, no dudara en redactar una breve biografía del mismo, que fue incluida y convenientemente agradecida por Ximeno en el segundo tomo de su catálogo. Esta desinteresada colaboración no fue fácil para el jesuita quien, debido al carácter reservado del marino y a su indoblegable resistencia a hablar de sí mismo, hubo de emplearse a fondo para conseguir recabar los datos personales imprescindibles:

«en orden al Elogio de D. Jorge Juan no se aún lo que podré hacer pues él así no cedió a las importunidades de Mons. de Condomine para dejarse pintar en París así ahora se ha negado del todo a darme noticias de sí y de sus cosas por más que le he instado».9



En su reseña, Burriel destacaba la inmensa contribución a la ciencia efectuada por Juan y Ulloa tras su viaje al continente americano -que describe con detalle- así como la excelente aceptación que había tenido en Europa la publicación de las Observaciones Astronómicas, deshaciéndose en elogios hacia Jorge Juan y haciendo especial hincapié en que éste aportaba «muchas cosas nuevas de su propia invención en la Geometría sublime»10. Para nosotros tiene el valor de haber sido editada casi en las mismas fechas que las Observaciones, cuando Juan iniciaba su fulgurante trayectoria científica, y constituye un claro precedente del más amplio opúsculo que, tras la muerte del científico, escribiría su secretario personal Miguel Sanz.

Pero la correspondencia mantenida entre Burriel y Mayans también nos ofrece algunos aspectos negativos del carácter de Jorge Juan. Según manifestaciones del propio Burriel, el marino no supo corresponder como hubiera sido de esperar a los favores recibidos de aquél en momentos de suma dificultad. Sabida es la decisiva intervención que tuvo el jesuita cuando la Inquisición estuvo a punto de impedir la publicación de los resultados del viaje al Perú, y cómo gracias a sus gestiones la obra salió adelante; sin embargo, las fricciones surgidas entre ambos a raíz de la opinión expresada por Jorge Juan sobre la introducción escrita por Burriel a sus Observaciones11, unido a las tensiones derivadas del caso Boturini y la publicación de una Historia General de la América Septentrional, determinaron que la conducta posterior del marino hacia su valedor denotara cierta ingratitud o, al menos, así lo percibió éste cuando, habiéndole solicitado una recomendación para su hermano, Jorge Juan no se la proporcionó12.

Los amargos comentarios de Burriel evidencian el lado oscuro de la personalidad de Jorge Juan, reservado, orgulloso y susceptible en extremo, sin permitir que la amistad o los lazos de sangre se inmiscuyeran jamás en su actividad profesional. Esta rectitud, encomiable en una época en la que casi todo se conseguía gracias a las recomendaciones de familiares y conocidos, adquiría en Juan tintes de rigidez extrema, siendo quizás la causante de que la estrecha relación que le había unido al jesuita se quebrara, tal y como éste manifestaba evidentemente dolido:

«El es hombre [Jorge Juan] que ha disfrutado mi amistad y mi afecto para todo aquello poco que yo valgo, pero que jamás lo confesará. Después de lo que yo hize por él, por sus conveniencias, por su obra y por su fama, no ha sido para recomendar a mi hermano ni aun hablar de él con D. Zenón, temiendo acaso que se le señalasen por compañero y que en todo le desluciese».13



No hay duda de que la ruptura debió constituir una gran decepción y un duro golpe para quien había apostado de manera decidida por los jóvenes científicos cuando, a su vuelta del periplo americano, hubieron de enfrentarse en la Corte con los infranqueables obstáculos teológicos que la Inquisición aducía. Fue decidido empeño de Burriel que se lograra salvar la edición de sus obras y, sobre todo, evitar que el propio Jorge Juan hiciese la más mínima claudicación de sus convicciones científicas ante la presión del Santo Oficio14. Es lógico, pues, que el jesuita se sintiera profundamente herido ante la doblez del carácter del marino, pero ello no fue óbice para que manifestara al mismo tiempo que su respeto y consideración por el científico no habían experimentado variación alguna. «Dn. Jorge huviera engañado a Vmd. más que a mí», dirá textualmente a Mayans en enero de 1749 y, pese a todo:

«No me arrepiento de lo hecho porque es innegable que él es uno de los mayores matemáticos del mundo y sus méritos son dignos de qualquier premio».15



Evidentemente, los círculos científicos y culturales no sólo de España sino de Europa compartían el acertado juicio de Burriel sobre la valía de Juan y Ulloa y la importancia de su obra. Y como muestra de los elogios que en todas partes se efectuaron tras la publicación de la Relación Histórica merece la pena hacer breve referencia a un significativo testimonio que, pese a datar de 1750, ha permanecido en el olvido durante doscientos cincuenta años. Es también el jesuita Burriel quien nos ofrece la primicia en un comentario deslizado en su semblanza de Jorge Juan:

«Después de publicada la obra [Observaciones Astronómicas], es increíble la aceptación con que ha sido recibida; no sólo de los sabios españoles sino también de los extranjeros [...] En Londres está imprimiendo monsieur Bevis cincuenta mapas celestes o astronómicos exactísimos, de los cuales dedica cada uno a algún célebre sabio de todas las naciones de Europa. Este ha enviado a pedir las armas de nuestros dos ilustrados astrónomos para grabarlas en dos mapas que ha querido dedicarles entre los demás españoles. En fin, la obra ha llenado los deseos que de ella tenían los sabios de todas las naciones [...]».16



Efectivamente, y como nos anticipa Burriel, el atlas de las estrellas elaborado por el médico inglés y astrónomo aficionado John Bevis se publicó en 1750 con el título de Uranographia Britannica17. Desgraciadamente la ruina del editor motivó que las planchas de los mapas fueran embargadas y muy pocos ejemplares fueron distribuidos. En 1786, muerto ya Bevis, se utilizaron las planchas originales para realizar una edición póstuma titulada Atlas Celeste, pero sin citar la autoría. Todas estas vicisitudes determinaron que la obra permaneciera olvidada hasta 1997, en que miembros de la Sociedad Astronómica de Manchester localizaron en su propia biblioteca, completo e intacto, uno de los pocos ejemplares editados en 178618.

Aunque Burriel nos refiere que Bevis estaba imprimiendo cincuenta mapas astronómicos dedicados a diferentes personalidades e instituciones, es evidente que la celebridad que en toda Europa proporcionó la publicación de la Relación Histórica a los dos marinos españoles, así como la pertenencia de estos a la Royal Society londinense, fue lo que debió mover a Bevis a incluirles en su obra; de ahí que finalmente compusiera cincuenta y un mapas, cada uno de los cuales representa una constelación o estrella excepto los dos últimos, que son precisamente los dedicados a los capitanes de navío don Antonio de Ulloa, a quien le corresponden las constelaciones situadas al norte de la eclíptica, y don Jorge Juan, cuyo mapa es el de las constelaciones situadas al sur de dicha línea, figurando los blasones de sus apellidos en el margen inferior derecho de cada mapa19.




ArribaAbajo2.- Miguel Sanz y la Breve Noticia

En contraposición a la vívida y contradictoria imagen del marino que se refleja en la correspondencia de Burriel, el testimonio que nos llega a través del opúsculo titulado «Breve Noticia de la Vida del Excmº. Sr. D. Jorge Juan y Santacilia»20 resulta menos imparcial. Aparecido en 1774 es producto de la pluma de Miguel Sanz, un oficial de marina que entró al servicio de Jorge Juan cuando tenía dieciséis años y permaneció a su lado ininterrumpidamente durante más de dos décadas, ejerciendo las funciones de fiel secretario y acompañándole en casi todas sus misiones hasta su muerte21. La gestación de esta obrita, a la que se ha recurrido continuamente para obtener un conocimiento amplio y preciso de nuestro personaje bien merece unas líneas.

En 1773, cuando se produjo el óbito del marino, Miguel Sanz recibió el encargo de elaborar una nota necrológica para ser publicada en las páginas de la Gazeta de Madrid. Esta petición pudo muy bien proceder del impresor y librero Francisco Manuel de Mena, administrador a la sazón de dicha publicación y en cuyos talleres de estaba efectuando por esas mismas fechas la reimpresión de las Observaciones Astronómicas y Physicas, la obra de Jorge Juan que tantos problemas tuvo en 1748 con la Inquisición, como hemos visto. La reseña de Sanz, breve y elogiosa, apareció el seis de julio de 1773 y condensaba en unas pocas líneas los títulos, dignidades y honores alcanzados en vida por el fallecido, así como los distintos cargos y comisiones que desempeñó a lo largo de cuarenta y tres años de ininterrumpido servicio a la corona de España. Sin embargo Miguel Sanz, movido por la fidelidad y devoción a la memoria de su señor, decidió sobrepasar los estrechos límites marcados para una necrológica y procedió a redactar la que podríamos considerar como la biografía por excelencia de Jorge Juan, la primera que abarca la totalidad de la vida del marino. De ahí que el tono hagiográfico que emplea en la Breve noticia, el elogio encendido que dedica al sabio y el detalle a la hora de resaltar sus más significados méritos, se comprendan perfectamente si tenemos en cuenta el contexto en que fue escrita. La obra de Sanz ha llegado a convertirse con el paso del tiempo en fuente imprescindible para conocer la trayectoria vital y científica del sabio puesto que efectúa un recorrido minucioso por ésta, dando cumplida noticia de todos sus cometidos así como del papel desempeñado por Jorge Juan en el impulso y desarrollo de la marina española.

Sanz, seguramente la persona que mejor le llegó a conocer, dedica las primeras páginas a enumerar las virtudes y talentos que le adornaban, obviando lógicamente sus defectos y haciendo especial hincapié en la moderación y sobriedad de sus costumbres. Pero son sus contribuciones en el campo de la ciencia y la técnica las que, para Sanz, consagran a su señor como el mayor científico español de la centuria ilustrada, aunque ello no alcanzara a preservarle de la amenaza constante de la Inquisición. Si las Observaciones astronómicas demuestran de manera palmaria los profundos conocimientos del cálculo infinitesimal y su decidida y arriesgada asunción del sistema copernicano, la publicación en 1771 de los dos volúmenes del Examen marítimo constituye la aportación decisiva de Jorge Juan a la ingeniería naval y a la mecánica de fluidos, así como su definitiva consagración como geómetra y gran marino en el selecto universo científico europeo. Miguel Sanz afirma que, desde entonces, sería conocido como el sabio español añadiendo que, no en balde, su obra era capaz de llevar a la posteridad la memoria y mérito de su Autor, mientras haya en el Mundo sensatos conocedores de la ciencia22.




ArribaAbajo3.- El Elogio de Benito Bails

El matemático Benito Bails, otra de las personalidades de la ciencia hispana en el siglo XVIII23, es autor de un encendido «Elogio de D. Jorge Juan» que vio la luz tres años después de la muerte del marino. Se publicó en 1776, a modo de prólogo, en la primera edición de sus Principios de Matemáticas, y volvió a aparecer del mismo modo en otra de sus obras, los Elementos de Matemáticas, publicados a partir de 177924. Nacido en 1731 en Sant Adrià del Besós, tras una intensa y fértil actividad formativa que le llevó a París, donde llegaría a ser secretario del embajador Jaime Masones de Lima25, sería nombrado en 1768 Director de Matemáticas de la Academia de Bellas Artes de San Fernando en pugna con Francisco Subirás, el otro optante a la plaza y que ya había sido profesor de dicha disciplina en el Colegio Imperial. Si bien Bails contó para ello con el decidido apoyo de Jorge Juan26, éste dictaminó finalmente, junto con el también académico Pablo Cermeño, que ambos candidatos reunían todos los requisitos exigibles y que podían compartir la docencia. Pero el nombramiento de Subirás como profesor en el seminario de Cordelles, así como su inmediata marcha para tomar posesión, harían que Bails quedara como único Director de Matemáticas desarrollando, hasta su muerte en 1797, una importante tarea docente a la que unió una no menos significada producción científica pese a la constante persecución que sufrió por parte del Tribunal del Santo Oficio.

Bails efectúa en el Elogio un análisis de la obra de Jorge Juan, especialmente del Examen marítimo que comenta con admiración y detalle27, valorando la importancia de sus aportaciones científicas. Realiza además un apresurado repaso a la vida del marino, obviando referencias ya conocidas gracias a otros testimonios, y lo justifica por ser su deseo iniciar su comentario:

«donde él [Jorge Juan] comenzó a obrar; las obras son las que hacen señalados a los hombres, con ellas arrancan aplausos a sus coetáneos, consiguen lugar en el templo de la fama, y dejan a la equitativa posteridad que agradecer y admirar».28



En términos encomiásticos no exentos de gratitud, anota los más significados rasgos biográficos del sabio difunto, poniendo de relieve su patriotismo, su valía profesional y humana al tiempo que esboza, con vaguedad, su retrato físico29. La última página la dedica a poner de relieve su respeto y admiración por el marino empleando para ello palabras ciertamente sentidas; aunque su condición de amigo y protegido de Jorge Juan aflora ya desde la primera nota a pie de página con que se abre el texto, en la que proclama con solemnidad he querido darle, aunque difunto, un testimonio de mi gratitud, porque fue su voto, fue empeño suyo el que a mí se me encargara escribir el Curso de Matemáticas, cuya impresión se está concluyendo30.

Se refería Benito Bails a la publicación de los tres tomos de Principios de Matemáticas (1776) que, destinados a los alumnos de arquitectura de la Academia, fueron revisados por Jorge Juan poco antes de morir. El hecho de que esta alusión al «encargo» por parte de la Academia de San Fernando del texto fuera cuestionada y tachada de falsa por algunos en 1777, provocó la protesta del matemático ante Campomanes y la remisión de la correspondiente certificación del secretario de la Academia en la que quedaba probado que lo manifestado en el «Elogio» se correspondía con la realidad31. En cualquier caso los Principios de matemáticas tuvieron una buena aceptación y excelentes ventas y, pese a que ninguna universidad los incorporó como libro de consulta en sus estudios, se mantuvieron como texto obligatorio tanto en la Academia de San Fernando como en los Reales Estudios de San Isidro, en el Instituto Asturiano, en el Real Seminario de Vergara o en la Academia de Matemáticas y Dibujo de Valladolid. El intento, cuando el siglo daba sus últimos balbuceos, de sustituir en los Reales Estudio de San Isidro el texto de Bails por uno más reciente de Francisco Verdejo, profesor de Matemáticas de la casa, resultó vano pese a los informes favorables evacuados por los matemáticos de la Escuela de Artillería de Segovia. Y es que, tal como afirma Enrique Giménez, el recuerdo de Jorge Juan valía su peso en oro32.




Arriba4.- Jorge Juan en las obras de referencia finiseculares: las opiniones de Sempere y Guarinos y del abate Juan Andrés

En 1786 el eldense Juan Sempere y Guarinos incluía a Jorge Juan en el tercer tomo del selecto elenco de los escritores que consideraba más sobresalientes durante el reinado de Carlos III33. Nacido en 1754 Sempere y Guarinos se formó intelectualmente en Murcia y Orihuela entre los años 1765 y 1778. Mientras disfrutaba de una cátedra de Filosofía en el seminario oriolano se graduó en Leyes en la Universidad de Orihuela, desplazándose en 1778 a Valencia para ejercer de abogado hasta 1780. En ese año marchó a Madrid y consiguió la plaza de secretario de la «casa y estados» de don Felipe López Pacheco, marqués de Villena, poseedor de una magnífica y bien provista biblioteca34. Ello le permitió relacionarse con la intelectualidad madrileña y asistir a las tertulias de la casa de Campomanes y de la Fonda de San Sebastián, lo que le proporcionaría un mayor y mejor conocimiento de todos aquellos autores que habría de incluir en su ensayo bibliográfico. Ensayo en el que, pese al tono apologético que destila, se percibe un deseo de mayor imparcialidad producto de los consejos de, entre otros, Campomanes, Jovellanos, Meléndez Valdés e, incluso, el abate Juan Andrés Morell35. Sería este último quien, además de facilitarle abundantes noticias sobre la producción literaria de los jesuitas expulsados residentes en Italia, le aconsejó que aplicara a su obra el criticismo histórico, del que era decidido partidario, con el fin de no caer en un nacionalismo trasnochado36.

Los referentes biográficos que aporta de Jorge Juan en el volumen tercero de su Biblioteca son breves, con la intención de que sirvan para contextualizar adecuadamente la producción científica más destacada del marino y, a la vez, traer a colación con conocimiento de causa y en términos siempre elogiosos, la consideración que éste merecía al mundo intelectual europeo. Ello le sirve, además, para establecer una amarga comparación entre la situación existente entre la Europa ilustrada y avanzada científicamente y la España anclada en pervivencias del pasado y sometida al yugo inquisitorial, siempre vigilante ante cualquier asomo de desviación. En ese sentido resulta revelador que comente las dificultades de Jorge Juan, decidido partidario del copernicanismo -como no podía ser de otro modo-, para obtener la preceptiva autorización del Santo Oficio y poder dar a la estampa las Observaciones Astronómicas obra que, según anota Sempere, ha merecido los mayores aplausos de todos los sabios37. Como ya se ha dicho esta obra, redactada por Juan al comienzo de su carrera, tras regresar de la expedición al Perú, le proporcionaría una bien ganada reputación allende las fronteras hispanas la cual, «gracias a su talento y grande instrucción», incrementaría hasta su muerte. Los servicios prestados a la Corona en diferentes misiones añadirían a su creciente fama como científico nuevos laureles como eficaz gestor y renovador de enseñanzas. Pero sin duda fue la publicación en 1771 del Examen marítimo, su obra cumbre, la que provocó que Sempere le dedicara una parte sustancial de sus comentarios, no ahorrando en modo alguno elogios:

«El Examen marítimo era la obra que pedía más meditación, más observaciones, y todas las luces de que estaba dotado aquel sabio Español».38



Libro trascendental para la época, en el que Jorge Juan ofrece un auténtico tratado de mecánica de fluidos y construcción naval, fue traducido con celeridad al francés e inglés obteniendo un gran eco pues todos los sabios han aplaudido a su autor como uno de los mayores ornamentos de nuestro siglo. Sempere aprovecha, además, las excelentes críticas vertidas por los editores de las Efemérides Literarias de Roma, cuando dieron puntual noticia de su aparición39, para remachar que, aunque Jorge Juan era ya suficientemente conocido gracias a las Observaciones Astronómicas, el Examen marítimo le conducía:

«al colmo de sus glorias, y le coloca al par de los primeros matemáticos del siglo; y aún nos atrevemos a pronunciar que hace comparecer a su nación con nuevo semblante en el teatro de la literatura, matemática, física y de las ciencias exactas».40



A mayor abundamiento Sempere incluía, para rematar su semblanza de Jorge Juan, una reseña del artículo aparecido en la Gazeta de Madrid a finales de julio de 1786 en el que se daba cuenta de la aparición en Francia de la traducción del Examen marítimo llevada a cabo por Pierre Levêque, matemático y profesor de Hidrografía de la Universidad de Nantes. En ella, al margen de volver a calificar de célebre y de sabio a Jorge Juan, se le reconocía como uno de los más profundos geómetras y matemáticos de Europa, aun en este siglo41.

Concluyendo ya la centuria el jesuita exiliado Juan Andrés Morell, una de las glorias intelectuales de la España del momento, dejaría constancia de su admiración por la trayectoria científica y las aportaciones de Jorge Juan. Nacido en 1740 en Planes, una pequeña localidad de la montaña alicantina y calificado por el padre Batllori como el jesuita español más prestigioso de su época42, el abate Juan Andrés legó a la posteridad, entre otras obras singulares, una ciertamente impresionante en siete volúmenes titulada Origen, progresos y estado actual de toda la literatura43. Ésta se estructura en tres partes claramente diferenciadas entre sí, a las que dedica respectivamente dos volúmenes trazando en el restante, y a modo de introducción, una panorámica general de la evolución de la cultura universal desde la Antigüedad hasta el momento en que escribe. Los dos primeros volúmenes están dedicados a lo que el abate denomina la bella literatura, esto es, la poesía, la elocuencia, la historia y la filosofía. En los dos siguientes su interés se centra en las ciencias de la naturaleza, mientras que en los dos últimos su atención se vuelca hacia las ciencias o estudios eclesiásticos.

Admirador, al igual que Jorge Juan, de Newton y de la nueva ciencia basada en la observación y la experimentación tributó al insigne marino unos párrafos muy elocuentes en el capítulo dedicado a la Náutica, incluido en el Tomo VII de su magna obra. Tras repasar las aportaciones de los que él denomina autores clásicos y valorar las aportaciones de Pierre Bouguer y Leonardo Euler, a quienes considera maestros en esta ciencia en su vertiente más teórica44, se detiene en Jorge Juan a quien le confiere algo así como el halo de la predestinación, pues a su juicio la ciencia náutica necesitaba:

«un hombre que versado en el Álgebra y en la Geometría, profundo en la Mecánica y en la Hidrostática, criado entre las olas del mar y entre las tablas de las naves, y dueño de las más doctas obras de los escritores náuticos, se dedicase con todo empeño a desentrañar esta materia y nos diese una obra que comprendiese toda la Náutica, dictada por la más perspicaz práctica y atenta observación, arreglada a los más sólidos principios de la Mecánica e Hidrostática, reducida a la exactitud de la más severa Geometría, y expuesta con las sencillas y generales fórmulas de una segura análisis».45



Esto era lo que, para el abate Andrés, ofrecía Jorge Juan en su Examen marítimo, y por ello no duda en otorgarle la consideración de «docto geómetra y perito náutico», resumiendo atinadamente los contenidos de su obra y afirmando con rotundidad que gracias a su publicación «presentó su verdadero aspecto la Ciencia Náutica». Alaba, además, los minuciosos cálculos que efectúa Juan en su primer volumen, que permiten corregir anteriores errores y que, por ello, le mueven a calificarlo de «autor clásico y magistral» en álgebra y geometría. Más adelante no puede evitar exclamar, conteniendo a duras penas el legítimo orgullo de exiliado ante la gloria de un compatriota, que hasta ingleses y franceses habían querido «apropiarse de una obra tan preciosa, e ilustrarla y enriquecerla»; para sentenciar con este elogio postrero:

«todos los venideros respetarán a Juan como maestro de la navegación, como regulador de los vientos, como el Eolo y el Neptuno de los náuticos, el dios de la Marina».46



Sentido homenaje de quien, desde el destierro italiano y plenamente incorporado a su rico mundo cultural, nunca olvidó sus orígenes españoles y mantuvo intactos sus vínculos con el grupo de humanistas e ilustrados valencianos hasta su muerte en Roma el 12 de enero de 1817 a la edad de setenta y siete años. Valga esta cita para concluir el apresurado recorrido que, sobre la opinión que de Jorge Juan tuvieron sus contemporáneos, hemos pretendido realizar.





 
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