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José Coronel Urtecho: Entre la magia y la angustia

Giuseppe Bellini





De un poeta como el nicaragüense José Coronel Urtecho no hace falta rememorar aquí las empresas literarias. Ya lo ha hecho, en magistral síntesis, otro poeta y crítico de Nicaragua, Ernesto Gutiérrez, al prologar el libro de «Imitaciones y Traducciones», POL-LA D'ANANTA, KATANTA, PARANTA1, en el que, por fin, va reunida gran parte de la creación poética del mencionado lírico. La gran categoría de José Coronel Urtecho ha impuesto su nombre hasta en Italia, donde pocos nicaragüenses, a más de Darío, han llegado a ser conocidos; entre ellos, José Coronel, Pablo Antonio Cuadra, Ernesto Cardenal.

Ya en otro ensayo he tratado del mundo mágico de la poesía de José Coronel Urtecho2. Gran parte de sus prosas, ahora reunidas también en un solo libro3, lo confirma, especialmente las páginas estupendas de Viajeros en el Río, incluidas en la sección «Rápido Tránsito», y hasta el singular Elogio de la Cocina Nicaragüense, rebosando aromas y colores.

Prologando la recopilación de la prosa de José Coronel, Carlos Martínez Rivas pone al comienzo de su estudio introductivo tres epígrafes. Me interesa la sacada de un soneto de Darío dedicado a Cervantes: «Parla como un arroyo cristalino...»; porque ella bien se aplica a la tersura de las páginas del escritor presentado, y también porque se puede aplicar muy bien a su poesía. Pero la tersura, el «arroyo cristalino», va arrastrando, escondidas en su fondo, una serie de preocupaciones existenciales, las mismas que, de forma siempre cambiante, han dado tanto motivo a toda la poesía contemporánea hispanoamericana, especialmente la angustia del transcurrir humano, el «cáncer del tiempo», de quevedesca memoria. Quevedo, en efecto, ha sido en este sentido, el gran maestro para muchos poetas de Hispanoamérica, desde Borges hasta Neruda, desde Carrera Andrade, hasta Octavio Paz. Sin embargo, no me atrevería a establecer en la poesía de José Coronel una línea de descendencia directa de Quevedo por el tema. Sus poetas preferidos, entiendo sus lecturas españolas congeniales, son más bien Garcilaso, Fray Luis de León, Boscán y San Juan, y hasta Góngora. Pero en la magia que anima al mundo americano en la obra de este poeta nicaragüense, dentro de la aparentemente tranquila celebración de la «buena medianía», de un ideal de vida patriarcal de boscaniana memoria, el tema angustioso del tiempo insinúa su nota inquietante. La verdad es que si la poesía «engrandece y eleva la realidad» -según verso de Delmore Schwartz en «El reino de la poesía», que José Coronel Urtecho traduce y hace propio- ella ahonda también, y sobre todo, en la dimensión interior del hombre, investigando en lo que hace temblar su existencia, y nos comunica el escalofrío del sabernos perecederos, destinados a la consumación.

La inquietud del tiempo empieza como desorientación frente a nosotros mismos. El símbolo del espejo interviene, en la poesía de José Coronel, como elemento que agudiza lo dramático de la situación. Ya en la «Oda a Rubén Darío», famosa por su rechazo-aceptación, odio-amor hacia el maestro, el espejo representa la improvisa conciencia del drama, el no saberse reconocer en los cambiantes aspectos, lo que parece afirmar nuestra inexistencia. Pero en «Parque N.º 10» el espejo es ya el símbolo de una vida que no encuentra su explicación. El poeta define al objeto, con gongorina metáfora, «Mar de Cristal de la mentira»; su función «reflectiva» se transforma en algo lóbrego, sabe a repeticiones difuntas, que se evidencian en sus «espumas de sonrisas muertas». El espejo es, por fin, denuncia de la vejez del poeta. En «Autorretrato» asoma toda la angustia del paso del tiempo, reflejado en sí mismo, en la repetición de las facciones paternas en la cara del poeta, denuncia impiadosa del aborrecido objeto, que difunde terror:


Cuando al mirarme en el espejo
veo en mi cara la de mi padre
absurdamente tengo miedo.



El tiempo está presente como destrucción en los versos citados. La injuria de la edad va denunciada no en la individuación del desgaste físico, sino en la repetición de las facciones de una misma cara, que se eterniza anunciando la muerte. El poema recuerda otro del poeta ecuatoriano Jorge Carrera Andrade, «La alquimia vital», y su ascendencia quevedesca, el soneto en que «Signifícase la propia brevedad de la vida, sin pensar, y con padecer, salteada de la Muerte»4. Sólo que al alquimista «interior» que en el poema de Carrera Andrade va preparando la destrucción del individuo, Coronel Urtecho sustituye la perpetuación destructora de un mismo semblante, que se repite borrando vidas, destruyendo la juventud y afirmando una misma edad mortífera, la vejez.

Junto con este sentido del acercarse de la muerte se afirma en la poesía de José Coronel el sentido del polvo en su dimensión universal. En su colección de poemas el autor incluye, significativamente, una traducción de James Oppenheim, titulada «Un puñado de polvo», donde el «memento mori» y la denuncia de lo dramático del destino humano están duramente presentes:


Ven muchacha, camarada,
párate junto a mí, tú, la quemada de sol, con tus brillantes ojos alzados,
mira este polvo...
esto eres tú: esto, de la tierra que pisas, eres tú:
[...]



Recordemos la advertencia de Ernesto Gutiérrez en torno a las traducciones de José Coronel: «preguntado del por qué del subtítulo (dado al libro), dice que todos sus poemas han sido sugeridos por algún otro poema de algún otro poeta en alguna de sus innumerables lecturas, y que las traducciones son también parte de su obra, porque al hacerlas, esos poemas de otros poetas se han hecho nuevamente poemas, pero a su manera, o sea, que al hacerlos a su modo, de cierto modo, ha hecho suyos esos poemas»5.

Por ello es fácil encontrar en la adhesión del poeta nicaragüense al autor traducido la afirmación de un tormento personal, como este de «Un puñado de polvo», frente al destino del hombre. Aunque este tormento no se expresa aquí en sentido negativo, porque el polvo, precisamente en cuanto producto de infinitas generaciones y representación de generaciones infinitas, encierra en sí un mensaje, la presencia de una voz que habla al hombre que todavía vive, la de quien en sus manos tiene a todas las generaciones:


Escucha el polvo de esta mano:
¿Quién es el que trata de hablarnos?



Asoma así, de esta traducción, un sentido cristiano de lo perecedero, al que plenamente da su adhesión José Coronel Urtecho, y que destruye la angustia clásica proporcionada por el motivo del polvo. El poeta reflexiona ante el misterio de un mensaje divino que da una dimensión más honda al polvo, y al mismo hombre en su condición de ser perecedero.

Una quieta aceptación de la limitación humana anima el poema «Idilio en cuatro endechas», significativamente presidido por un verso de Xavier Villaurrutia: «Cuando la vi, ruando la vid, cuando la vida». En el poema de Coronel Urtecho falta, sin embargo, la angustia que expresa el poeta mexicano en «Nocturno Eterno», al que pertenece el verso citado el escalofrío de terror que asalta a Villaurrutia considerando su precario existir, el panorama de muerte que rodea al hombre. Y en efecto, en la cuarta de las endechas «Idilio» de Coronel, la consideración de que la mujer ha nacido «sólo para el olvido / sólo para llorar», proyecta únicamente una nota melancólica sobre el amor.

Notas de mayor preocupación existencial encontramos paradójicamente, en los «Sonetos de uso doméstico», donde José Coronel Urtecho celebra a su esposa y al amor que a ella le une, manifestando su ideal de vida sencilla. El tema de la ausencia de la esposa, que el mismo Neruda ha cantado con dramático acento en algunos de sus Cien Sonetos de amor6, da dimensiones angustiosas al sentido del tiempo en el poema «Ausencia de la esposa». El contraste dramático se determina entre presencia y ausencia, entre vida completa -«Contigo el mundo entero es nuestra casa»- y desierto -«...el desierto de tu larga ausencia-; la esposa eterniza el instante; a su vera «el tiempo lento pasa / dándole eternidad a la experiencia». El «vacío de tu lecho» es también fuente de angustia; la presencia de la mujer llena de «sol, calor y vida» el cuerpo del poeta, aquieta las ansias de su pecho, hace que mane «miel y leche fluya».

El tema de la ausencia domina también, de forma angustiosa, el «Soneto para invitar a María a volver de San Francisco del Río». El poeta presenta la separación de su esposa como muerte diaria y continuada: «Separados morimos cada día / Sin que esta larga muerte se concluya». Por consiguiente la mujer se identifica con la vida, que sólo en ella adquiere significado.

En esta concepción «doméstica» de la vida reside toda la sabiduría de José Coronel Urtecho. Inspirándose, transparentemente, en la poesía horaciana de Fray Luis de León, el poeta nicaragüense expresa, en «Nihil Novum», la eterna igualdad de las cosas, el concepto de que nada ha cambiado en el mundo, desde los tiempos de Salomón. Tampoco ha cambiado la angustia del hombre, su viejo anhelo, su «desvelo» nocturno, el mismo palpitar del corazón. Incitando al hombre a que no se deje engañar por los «nuevos continentes», con su aparente novedad de plantas, bestias, gentes, «canciones con un nuevo acento», José Coronel Urtecho expresa su convencimiento de que el hombre es esencialmente un ser limitado, insignificante dentro de la gran máquina del mundo:


Todo lo que dice algo ya está dicho:
sólo nos queda el aire y su capricho
de vagos sones que se lleva el viento.



Estos acentos contrastan de manera evidente con otros muchos de aparente aceptación tranquila de la vida, en una dimensión bucólica y doméstica, cual, por ejemplo, se evidencia en el poema «Vida del poeta en el campo», donde el sueño parece concluir en total tranquilidad todo el trajín de un día sereno. Sin embargo, el sentido dramático de la vida asoma continuamente. En el poema «A un roble tarde florecido», el improviso despuntar de una flor, «ternura de la primavera», subraya más el sentido desesperado de una vida sin posibilidad ya de ilusiones. El tono reflexivo con que concluye el poema, en un sencillo discurso, realzado, no obstante, por el valor exquisito de las imágenes, subraya más la angustia del destino:



Yo me he quedado un poco sorprendido
al contemplar en el roble florido
tanta ternura de la primavera,

que roba en los jardines de la aurora,
esas flores de nácar con que enflora
los brazos muertos del que nada espera.



En «Sol de Invierno» el tema es el de la brevedad de la dicha y la alegría. El paisaje es siempre el punto de partida para llegar a consideraciones de índole metafísica, y el paisaje mismo se vuelve sombrío, dominado por «la oscuridad, la lluvia, el viento».

A este inquieto indagar, a la angustia de considerar la sustancia de la condición humana, se escapa, por fin, Coronel Urtecho, por el camino de la fe. En «Credo» él levanta su canto de agradecimiento a Dios, y el mundo vuelve a sus notas positivas, pues refleja la hermosura del Creador. Supera así el poeta el sentido del polvo, la angustia de la acechanza de la muerte, en la perspectiva de otra existencia en la que la beatitud consiste en la contemplación del Autor de tanta belleza:


Qué importa pues que esta belleza muera
si he de ver la hermosura duradera
que en tu infinito corazón madura.



Es éste un punto de arribo, pero no el arribo definitivo. José Coronel no deja nunca de ser hombre, y como tal de contemplar y reflejar la angustia del hombre. Ello se evidencia de nuevo en una serie de poemas reunidos bajo el título de «Cometa de Ramos Tristes», y presididos por el epígrafe de Alfonso Álvarez de Villasandino: «cuando la cometa / con sus tristes ramos». Así vemos en el poema «Líneas escritas en una enfermedad» al poeta perdido en su «laberinto», sentir el crujir de sus huesos y en ellos «la fibra del quebranto», que le hunde en la maraña de lo mismo. La angustia provocada por el miedo a la muerte vuelve dramática su invocación al milagro, al «fresco don de la Virgen Pura». Y en el famoso «Retrato de la mujer de tu prójimo» la conclusión nos vuelve a los acentos más lóbregos de Quevedo, cuando Coronel escribe: «Gana el gusano / la batalla de la mano». La vana lucha del hombre desemboca en la muerte; ella domina, sin que el poeta la mencione concretamente, su preocupación, como algo terrible, que siempre está esperando al hombre, al final de la meta, como ya se expresó dramáticamente Neruda, «vestida de Almirante»7.

En «Hipótesis de tu cuerpo» vuelve el símbolo del espejo; el poeta se ve reflejado en él, frente a los demás: Sé que no me creerán como a espejo sin fondo». La angustia existencial se manifiesta en un indefinido contorno. La mujer es «Muerte vida» y al mismo tiempo «Vida muerte». El deseo del amor es experiencia de muerte-vida y de vida-muerte. Pero el amor es fundamentalmente inquietud, angustia existencial que no tiene solución. La misma angustia que encontramos en «Lo dicho dicho» y que asoma, al final, sobre otro motivo, también en «Te he saludado al río», en la expresión del inarrestable fluir del hombre, río de heraclitiana memoria.

Todo lo expuesto no elimina el gozo vital de que es expresión tanta parte de la poesía de José Coronel Urtecho, la magia con que él interpreta al paisaje nicaragüense, paraíso de resplandor, mundo vuelto mítico en su belleza y en su dimensión espiritual. Pero sería falso pensar por ello, en un Coronel Urtecho que no haya sufrido, y no sufra, en su personal angustia, la angustia misma del hombre de todos los tiempos.





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