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José Rizal Mercado. Epistolario

José Luis Munoa Roiz





La figura de José Protasio Rizal Mercado y Alonso es un permanente desafío para el biógrafo riguroso.

Escudriñar en su compleja personalidad, en los recónditos pliegues de la rica diversidad de su psicología, produce una cierta sensación vertiginosa en función de los enigmas que sugiere.

Para compensar ciertos aspectos de información erudita e incluso de interpretación, he tenido la fortuna de contar con la colaboración del Prof. Raúl J. Bonoan S. J., del Ateneo de Naga, en Filipinas, que me envió su libro The Rizal-Pastells Correspondence.

Su aportación ha sido inestimable, porque la lectura del epistolario de Rizal permite entrever aspectos más íntimos y, por tanto, menos difundidos de su rica personalidad. ¿Corresponden el tono y la redacción de las cartas que vamos a tratar a las del brillante estudiante de Medicina y Filosofía y Letras, al médico-oftalmólogo, viajero del mundo entero, amigo de Wecker, el célebre oftalmólogo de París, de Meyer, Director del Museo Etnográfico de Dresde, de Blumentritt, de Virchow, etc.?

La respuesta inmediata es negativa y, sin embargo, su atenta lectura nos inducirá a ser más cautos y prudentes en nuestros juicios.

Entre 1892 y 1893, el Dr. José Rizal y el jesuita P. Pablo Pastells mantienen una interesante correspondencia.

Rizal ha cumplido 31 años y escribe desde su exilio en Dapitan (isla de Mindanao), mientras que el P. Pastells, de 45 años y Superior de los jesuitas en Filipinas, lo hace desde su sede jerárquica en Manila.

Ambos debaten fundamentalmente tres temas: el protagonismo del juicio privado, el problema de Dios y la valoración de la Revelación.

Es evidente, a través de la correspondencia, el esfuerzo del P. Pastells por atraer a Rizal nuevamente al seno de la Iglesia Católica.

Se trata de un enfrentamiento, algo arcaico desde el punto de vista actual, entre la ortodoxia Católica por un lado y el ideario nacionalista de la Ilustración, junto con la manumisión personal del Liberalismo, por otro.

El hallazgo de esta correspondencia es relativamente reciente, entre los Archivos Jesuíticos de San Cugat del Vallés (Barcelona), y se ha publicado íntegramente merced a la labor investigadora de Raúl J. Bonoan, S. J., 1994.

Esta documentación se planteó en algún momento como un testimonio del «españolismo» de los Jesuitas, que habían sido cuestionados como educadores de las jóvenes generaciones de filipinos.

En sus Memorias de un estudiante de Manila, Rizal recuerda que vivió bajo el tutelaje y la disciplina de los Jesuitas.

En el Ateneo comenzó su larga y amistosa relación con el P. Pastells. Así se justifica que incluso el conocido panfleto anónimo La Masonización de Filipinas. Rizal y su obra fuese lógica y racionalmente atribuido al P. Pastells, ya que éste conocía el tema directamente y soportaba con dificultad el resentimiento derivado de su fracaso inquisitorial acerca de Rizal.

Tiene particular influencia en el período del Ateneo el P. Francisco de Paula Sánchez, que enseñó al joven Rizal Retórica, Geometría, Francés, Latín y Griego (1875-76) y, como consecuencia, influyó en el desarrollo de su talento literario. Del P. Sánchez guardó siempre Rizal un grato y entrañable recuerdo.

En 1875 llega a Filipinas el P. Pablo Pastells. Entre sus nombramientos más inmediatos debemos citar el de Director de la Congregación Mariana, de la que Rizal es miembro destacado tanto por su trabajo como por su excepcional inteligencia. Como resultado de esta relación iniciada en tales circunstancias, el P. Pastells llegó a ser el director espiritual de Rizal y su confesor habitual, e incluso «su mejor amigo» según testimonio escrito.

También tenemos constancia de que Rizal conocía bien las obras del presbítero catalán Félix Sardá y Salvany, autor del monumento al conservadurismo e integrismo religioso titulado El Liberalismo es pecado.

La educación recibida por el adolescente Rizal, fuertemente reaccionaria y de una sólida ortodoxia, chocaba violentamente con el clima que reinaba en la Universidad Central de Madrid a finales del siglo XIX. La Década Renovadora (1870-1880) desarrolló una nueva conciencia de la función de la Universidad y el decreto Orovio (26 de Febrero de 1875), que desencadenó la denominada «Cuestión Universitaria», sirvió para delimitar posiciones intelectuales. El contacto con Liberales, Racionalistas, Krausistas, Francmasones, etc., abrió nuevos horizontes al joven filipino. La denominación de «krausista», que pretendía concretarse en los seguidores de una determinada escuela filosófica, incluía en realidad las opciones intelectuales más diversas, agrupadas en una actitud liberal y moderna que se resistía al integrismo dogmático. Es evidente que el krausismo facilitó la evolución ideológica al positivismo. Las ideas positivistas dominaban en el mundo científico y la Medicina había modificado radicalmente la óptica de los fenómenos biológicos. La observación cuantificada y la experimentación son las nuevas armas que se ofrecen al futuro médico.

El espíritu de Rizal se preparó así para el gran cambio que había de completarse con sus viajes y nuevas relaciones en Europa.




Epistolario


1.ª carta de Rizal

Dapitan, 1 de Septiembre de 1892.

Nuestro autor comienza por hacer una defensa del juicio personal individualizado y rechaza con discreción, pero con dignidad, el apelativo de «majaderías» que algunas de sus opiniones han merecido por parte del P. Pastells. Muestra su confianza en la autonomía de los individuos para concluir juicios personales.

Rizal trata el tema desde varios puntos de vista, incluido el religioso, caracterizado este último por los apriorismos y las normas, ya que considera que Dios ha dotado a cada personaje de la capacidad de juicio suficiente, de acuerdo con lo que conviene en cada caso. Así, todos y cada uno son «transformables en máquinas perfectas, variadas y adaptadas al fin que Él sabrá».

En el texto se deslizan términos derivados de su especialidad oftalmológica, tales como «fotofobia» y «cataratas», para ilustrar situaciones de difícil Percepción de la realidad. Se refiere también Rizal al «amor propio» -se supone que citado previamente por su interlocutor-, al que considera un «don de Dios».

Acepta con deferencia y respeto los consejos, pero afirma: «me considero feliz de poder sufrir algo por una causa que considero sagrada» y supone que el éxito de la empresa es más seguro si se padece por ella. Esto implica una actitud sacrificial de ofrenda personal, incluso de inmolación, muy congruente con la personalidad de Rizal.

Con resignación acepta que ese criterio pueda denominarse «fanatismo». No pierde por tanto, su capacidad de autocrítica por muy trascendentes que sean la «causa» y el «objetivo».

Muestra por fin una verdadera actitud «evangélica» frente a los riesgos que augura en su obra. Así, dice: «Creo que estoy en manos de Dios y que todo lo que tengo y cuanto me sucede es su Santa Voluntad». Esta actitud conformista frente a los hechos le hace preguntarse si no se trata en realidad de «fatalismo oriental». Termina la misiva con sumisa conformidad frente al «destino»: «que se cumpla en mí su Santa Voluntad».




2.ª carta de Rizal

Dapitan, 11 de Noviembre de 1892.

Inicia la escritura agradeciendo el obsequio de un Kempis, las obras del P. Chirino, del P. Delgado y las Cartas de los Misioneros.

Continúa inmediatamente con una valoración de la «causa» que prima en su vida, ya que su interlocutor la cuestiona. Afirma: «no siento ni la humildad de mi causa ni la pobreza de su recompensa, sino el poco talento que Dios me ha dado para servirla», justificando la determinación de su actitud porque «nadie escoge la nacionalidad ni la raza en que nace».

En cuanto a tratar de política en sus cartas, lo considera improcedente ya que «sin libertad una idea algo independiente sería provocativa, y otra afectuosa sería considerada como bajeza o adulación».

Pese a esta afirmación previa, es sumamente interesante la defensa que ingenia de su obra escrita, ya que su interlocutor parece relacionarla con ciertos resentimientos, complementados con una vulneración de la dignidad.

Rizal reconsidera la época, las razones que le impulsaron a escribir Noli me tangere y su análisis de la situación y dice: «fue una clara visión de la realidad en mi patria y el acierto para juzgar la etiología» lo que le permitió afirmar con cierto orgullo que había llegado incluso a adivinar e porvenir.

En cuanto a las inspiraciones alemanas que el P. Pastells parece insinuar, Rizal confirma su relación con Ferdinand Blumentritt, advirtiendo que le encomiaba la religión católica, y con Rudolf Virchow, limitando la influencia alemana exclusivamente al medio social, al que califica de sereno y confiado en el porvenir.

Sin embargo, me parece difícil que Rizal no fuese sensible al nacionalismo romántico alemán, que vivía sus horas triunfales después de la victoria de 1870 y la proclamación del Imperio Alemán. Aun para un personaje de tan especial sensibilidad como Rizal, tuvo que ser difícil, por no decir imposible, sustraerse a la fascinación e influencia del «Volksgeist» y, como consecuencia, percibir ciertas relaciones, más o menos circunstanciales, con la situación en Filipinas. Tampoco pudo pasarle desapercibido el significado liberador de la «Kulturkampf» y sus perspectivas de plenitud intelectual.

Particularmente interesantes por sus conclusiones resultan las conversaciones con un sacerdote católico y un pastor protestante en Oderwald. Rizal concluye de tales contactos que las religiones deben servir para hermanar a los hombres, con gran respeto por la buena fe del adversario y por toda idea sinceramente concebida y practicada con convicción. De estas entrevistas, y de las maneras y modos del sacerdote y el pastor, Rizal concluye que ambos hombres se consideraban servidores de un mismo Dios. Este hecho, posiblemente real, parece justificar su deísmo, generado desde un punto de vista no apriorístico y con tendencia a un sincretismo ambiguo.

En cuanto a la «tempestad» que el P. Pastells predice, según se deduce del texto de la carta, Rizal afirma: «Si esa tormenta ha de producir el bien, el adelanto de mi patria, si con ella se ha de despertar la atención de la Madre España en pro de los ocho millones de súbditos que le confían su porvenir, bienvenida sea». Obsérvese que define a sus compatriotas como súbditos y no como ciudadanos. La palabra queda aislada, pero el significado puede ser helador, ya que tenemos la evidencia de que Rizal revisaba y corregía cuidadosamente sus escritos.

Sutilmente, sugiere al P. Pastells «que nadie puede juzgar las creencias de los demás tomando por norma las suyas propias». Por último, advierte acerca de la simplificación de la actitud socio-política que le atribuye su interlocutor, referida al «separatismo», y rechaza tal reduccionismo como incongruente con su forma de pensar.




3.ª carta de Rizal

Dapitan, 9 de Enero de 1893.

En esta misiva, por primera vez hace referencia concreta a su problema de fe, diciendo que «he pasado revista a lo poco que me ha quedado del naufragio de la fe».

Comienza su argumentación con una afirmación de Deísmo, confirmando la fe en su Creador omnisciente y omnipotente. Continúa señalando las contradicciones entre algunos preceptos de diversas religiones y su decisión personal de optar siempre por el precepto «más conforme con las leyes naturales», ya que la naturaleza es la manifestación clara del Creador, aunque siempre nos suministrará un conocimiento imperfecto de Él. Aquí parece percibirse un cierto eco del panenteísmo krausista. A pesar de estas limitaciones, afirma Rizal que el «Autor del Hombre» quiere su perfección mediante el cúmulo de conocimientos, ya que estos encierran la auténtica fuerza generadora del futuro y, en cambio, no es así con el empleo de la fuerza o el afán de conquista. Termina el párrafo afirmando «la tierra odia al que consume y sólo triunfa el que perfecciona y se perfecciona».

Discretamente optimista frente al futuro, espera «poder unificar un día todas las conciencias, sin luchas, sin anatemas, sin sangre».

También se afirma en la creencia en la inmortalidad del alma y en la redención por el Verbo.

Se excusa ante el P. Pastells por no poder mantener una coincidencia doctrinal total en mayor grado que por las divergencias de opinión, a las que minimiza como elementos de confrontación personal.




4.ª carta de Rizal

Dapitan, 5 de Abril de 1893.

En esta misiva se reitera el tema religioso suscitado por el P. Pastells y Rizal se ve obligado a retomarlo como respuesta a los requerimientos de su interlocutor.

Insiste en su Deísmo admitiendo que nada sabe de la Divinidad y reconociendo que la Revelación es posible, rechaza las supuestas revelaciones de las diversas religiones. Apela a la conciencia como manifestación divina personal capacitada para decidir, juzgar y calificar sus actos, pasando después a negar con rotundidad la infalibilidad de la Iglesia Católica. Es digno de observar que no cita al Papa, ni concreta algo más las fuentes del don de la Infalibilidad definido en el Concilio Vaticano I (1870), pero admite en la Iglesia Católica mayor perfección en la doctrina y en la organización, si bien no la excluye de las demás religiones en el estigma de la marca de la huella del hombre, lo que Rizal denomina «la uña humana».

Muestra su escepticismo por las interpretaciones de las Escrituras, milagros, etc., y considera como un esfuerzo de la fantasía voluntarista que hace al final coincidir los datos objetivos con los deseos.

Termina defendiendo el Racionalismo y afirmando que demuestra poseer mucho más orgullo el que pretende imponer a los demás «lo que su razón no le dicta sino porque le parece que es la verdad». La palabra «parece» lleva a pensar que se trata de un eufemismo.




5.ª carta de Rizal

Dapitan, mes incierto, quizá Junio, de 1893.

Por el tono de la carta parece inferirse que Rizal estimó la posibilidad de finalizar la correspondencia debido probablemente a la actitud admonitoria, Poco tolerante e impositiva del P. Pastells, y con sutileza, a mi modo de ver un poco mordaz, le reconoce a su interlocutor «la compasión que le debe de inspirar mi situación religiosa observada desde su punto de vista».

Creo que merece la pena seguir las escuetas líneas que Rizal dirige a su antiguo profesor evidentemente dolido por actitudes que él no considera justificadas. Declara: «yo no alcanzo a comprender ya todo el mérito de los razonamientos de V. R. y me haría culpable ante la sociedad por robarle el tiempo tan necesario y tan útil a tanta gente que vive bajo su dirección».

Continúa: «Yo le quedo muy profundamente agradecido por el deseo que me ha manifestado en iluminarme e ilustrarme; temo que sea un trabajo inútil y antes de hacerle perder el tiempo prefiero decirle: Dejemos a Dios lo que es de Dios y a los hombres lo que es de los hombres. La vuelta a la fe, según V. R. es obra divina».






Conclusiones

Es obvio que Rizal ha madurado, tiene ideas más concretas de su actitud intelectual, aunque a veces se descubren niveles imprecisos, y ha evolucionado también en cuanto a los objetivos y medios de la acción política.

De la evolución de su pensamiento nos ofrece un descamado perfil el P. Pastells, con particular y severa referencia a la influencia alemana, derivando consecutivamente a la opción por la bandera de la subversión. Su influjo, dice, ha logrado confundir la mentalidad del joven Rizal con doctrinas reformistas y separatistas, llegando a inyectar en su vulnerable corazón el virus del «sectarismo».

Para este celoso guardián de la ortodoxia son responsables de invadir la brillante personalidad intelectual de Rizal primeramente los Protestantes y, después, los Francmasones.

Sin embargo, el carácter singular de Rizal induce a imprecisiones al intentar esquematizar su pensamiento. Los jesuitas que le atienden en sus últimos días en el Fuerte de Santiago manifiestan una mezcla de libre pensamiento y de extraño Pietismo, quizá derivado de su tendencia al ascetismo y con marginación del Deísmo que proclamaba en el epistolario que hemos comentado.

Prefiere denominarse a sí mismo «librecreyente», imaginando a Dios como el Padre de todos los que solícitos le imploran. Desde Dapitan, Rizal escribe a su madre que cumple el precepto dominical asistiendo con regularidad a misa, pero íntimamente ha llegado a la conclusión de que es prácticamente imposible en la España decimonónica ser liberal y simultáneamente ser considerado buen católico.

Conscientes los liberales de los antagonismos socio-culturales con que se enfrentaban, declararon a la Compañía de Jesús objetivo prioritario, ya que presumieron que representaba un obstáculo constante para sus proyectos. Parapetados en el «Syllabus», que condenaba «el progresismo, el liberalismo y la civilización moderna», los integristas mantenían que la Fe Católica y la Nación Española eran dos inseparables fundamentos gemelares y que toda modificación de tales principios sólo podía tener una inducción satánica. Era el arcaico concepto del Poder como la alianza entre el Altar y el Trono, y que se intenta mantener frente a la evolución de la Historia.

Muchos países iniciaron el siglo XX disfrutando de la libertad y ejerciendo su soberanía. Filipinas tuvo que esperar a la terrible convulsión generada por la II Guerra Mundial para alcanzar el rango de nación libre y soberana. Pero entre todos los que sintieron la llamada imperativa de la Libertad sobre las razas, los pueblos y las sociedades, siempre ocupará un lugar excepcional aquel singular médico-oftalmólogo que se llamó José Protasio Rizal Mercado y Alonso.






Bibliografía

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