Juan Martín1
Drama en prosa
Leopoldo Alas Ureña
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Feliciana vive en la casa-colegio de la respetable Srta. Furton en las inmediaciones de una ciudad del norte de América. Feliciana desempeña en la casa varios oficios, enseña música a las señoritas, cuida de ellas en sus horas de recreo, les da sanas lecciones de moral cristiana, ayudada en esto del abate Furton (hermano de la directora y de quien ya hablaremos) y por último es como quien dice la mandadera de aquella casa, que si no es convento lo parece por lo ejemplar de las costumbres. Feliciana hace todo esto por puro cariño; entró hace muchos años, era muy joven ella, en la casa de la Srta. Furton (la señorita ya cuenta cerca de 40 años, pero no por eso es menos señorita) y parece consagrada al servicio por un voto religioso, según es el fervor y severidad de su cumplimiento. ¿Hay aquí algún misterio? Probablemente. El abate Furton y Feliciana nada más lo saben. Por lo demás Feliciana es un ángel y esto sólo explicaría su abnegación. ¡Todos la quieren tanto en la casa! Pero sobre todo la Srta. Furton y una joven colegiala, Olvido, de escasos dieciséis años, todo lo bella que podamos figurárnosla y mucho más inocente y angelical que pueda imaginarse. Olvido entró a los cuatro años en aquella casa modelo. ¿De dónde había venido? Pedro, el jardinero de la casa que lleva cuidando sus cuadros largos años, recuerda que un día llegó un caballero [tachado «que parecía un cura»], de aspecto misterioso y profunda mirada, a llamar a la puerta del jardín; traía una niña de la mano y preguntó por el abate Furton. Bajaron este y su hermana al jardín, comieron a besos a la niña y lloraron todos, sobre todo la Srta. Furton, y hubo abrazos y lágrimas por largo rato. La niña se quedó en la casa y el caballero que la trajo compró en las inmediaciones del colegio una casita que habitaba por el verano. Todas las tardes hacía una visita al abate Furton y muchas veces se iba a paseo con el abate. Pedro llegó hasta a averiguar que aquel señor se llamaba el doctor Javier... ¿qué más? Pedro lo ignoraba, así como todo cuanto a su vida y milagros se refiriera. Y sin embargo el Sr. Pedro sabía cosas terribles de la vida íntima de los Furton; pero lo sabía a medias, oscuramente, y como ello es precisamente el fondo de nuestro cuadro, necesitamos saberlo mejor que el Sr. Pedro. Vamos a adivinarlo. Hace veinte años próximamente llegaron a los Estados Unidos Nicolás Furton, ferviente misionero cristiano, y su hermana Adelina Furton, joven hermosa y espiritual, pero educada en una tan estrecha devoción que su carácter exaltado la llevaba, desviándola del recto camino, a exageraciones lamentables, lo que no le impidió en su día sucumbir, después de hechos terribles, a una pasión intensa, de que va tendremos que hablar. Con los hermanos vino desde —12→ España Juan Martín, que había vivido en el castillo de los Furton desde su infancia; su padre, emigrado español, llegó a Francia y fue acogido por el padre de Adelina y Nicolás; estos, después de huérfanos, decidieron irse a América y Juan Martín los acompañó, dejando a su padre en España con una hermanita suya, muy niña todavía y que se llamaba Feliciana.
Juan Martín, amante de todo lo que le parecía nobleza, virtud, pureza, dejó que se apoderara de él una pasión extremada por Adelina, a quien casi miraba como a una diosa; jamás se le ocurrió dar a entender su tormento amoroso... pero llegó un día en que Adelina le exigió en nombre del cariño que se tenían (era de hermanos, según Adelina) que protegiese una pasión que va era imposible enfrenar pues ¡qué heroicos esfuerzos no había empleado ella! Su hermano resistiría pues su carácter de religioso le hacía más reservado e impropio para tratar estas cosas; el género de vida observado en la casa de un abate no era a propósito para dar ocasiones al amor de Adelina y era necesario tratar aquel asunto a escondidas del abate, por lo demás nada había allí de vergonzoso. Juan Martín propuso combatir aquella pasión. Adelina lloró, negó su mano y sus miradas a Juan Martín... hasta que el pobre enamorado tuvo que capitular. Pero desde aquellos días una arruga vino a fijársele en la frente como una sombra negra en un cielo todo azul. Juan Martín maquinaba algo malo. Empezó por secundar los planes de Adelina; al principio esta exigía bien poco, entrevistas en el paseo de los tilos intervenidas por Juan Martín desde una distancia prudente, bastante para evitar peligros pero sobrada para desesperar a un celoso. Esto duró mucho tiempo y en el corazón de Juan Martín se fue formando un callo y otro en su conciencia. Tenía unos planes terribles y se había olvidado por completo del castillo de Furton, de su padre y de su querido y antiguo amor. Sólo veía a Adelina, que ya no era tan sagrada, pero sí más querida cada vez, a Adelina que paseaba bajo los tilos acompañada de un amante. Una tarde que Juan Martín observó con honda amargura que los amantes estaban más apasionados que nunca, Adelina [en el manuscrito se lee «Olvido», por un lapsus del autor], toda temblando, vino a proponerle una entrevista en el jardín con el coronel Santiago Duplessy y, esto era lo más negro... durante la noche. Después de mil ruegos Juan Martín accedió, pero al separarse de Adelina se le acerca Santiago y le propone aceptar... ¡dinero! a cambio de su servicio. Juan Martín, como haría cualquier español, lo arrojó al rostro de Santiago, este le da un latigazo y nada más porque Juan Martín, que tenía una navaja en el cinto y sabía manejarla perfectamente, se estuvo quieto porque se acordó de Adelina. Aquella noche no estuvo Santiago en el jardín y desde entonces Juan Martín no fue el confidente de aquellos amores. Los amantes se dieron tales trazas que Juan Martín llegó a creer que aquello se había acabado. Tal vez pensó: Adelina olvidó a ese hombre por la injuria que me ha hecho... y se lo agradeció en el alma. Tanto llegó a creer esto que dejó de vigilar. Una noche que paseaba en el jardín y después de acostados todos en la casa, vio un bulto que se dejaba caer de una ventana... la del cuarto de Adelina. Juan Martín reconoció a Santiago... No se hablaron ni una palabra. La navaja de Juan Martín hizo esta vez su oficio. La pobre Adelina se quedaba sin esposo... sin futuro esposo y sin honra. Juan Martín subió a la rebotica del abate ¡pobre Furton que nada de este drama sabía! El asesino le enteró pronto de todo y después bajaron juntos al jardín. Primero era el honor de los Furton, dijo el abate, saquemos a este hombre de aquí; luego estuvo el cadáver de Santiago donde no pudiese dar sospechas sobre la honra de Adelina. Ahora ¿quieres huir, desgraciado? dijo Furton temblando... ¿Qué me aconsejas? -Que te quedes. Poco tiempo después Juan Martín, muy merecidamente, ocupaba una celda en un establecimiento penitenciario que en Estados Unidos tienen muy bien montado. La pena era por dieciséis años -saldría a los 40-. Le habían encontrado varias circunstancias atenuantes. Además Furton se dio buena traza para hacer que no se desfigurase el delito y el honor de su hermana quedara ileso; para ello le ayudó un pobre filántropo, hermano de Santiago, que lloró a este desgraciado con acerbas lágrimas, pero no procuró el exterminio de su enemigo. ¡La pobre Adelina! ¡Cómo —13→ lloró al amante perdido! y más todavía a su honor que! no tenía restitución posible. Cuando tuvo que confesar a su hermano que un hijo de Santiago iba bien pronto a publicar ante el mundo la afrenta de su pobre madre, Adelina, que confiada, con razón, en los juramentos de su amante ante la idea de un próximo matrimonio, no supo resistir a las exigencias de una pasión que pedía adelantado. Pero muerto Santiago, ¿qué reparación era posible? Ella, que no se perdonaba a sí misma, apenas concibió la benevolencia y compasión de su hermano, siempre tan severo en sus costumbres. Todo pasó en el mayor secreto. El filósofo Javier Duplessy buscó un ama de cría, ¡un filósofo! y compartió sus profundos estudios con el amor de una niña que se parecía a su hermano como dos gotas de agua. La señorita Furton, a modo de penitencia impuesta por su hermano y que ella aceptó voluntaria y enamorada de la idea, se dedicó a enseñar a unas pocas señoritas huérfanas [tachado «hijas todas de militares muertos al servicio de la patria»] y pobres. Olvido, la pupila del filósofo, entró a los cuatro años en el colegio de Furton. He aquí lo que no sabía el pobre Pedro más que confusamente. ¿Y el misterio de Feliciana? Esta era la tierna hermana de Juan Martín; muerto su padre vino en busca de su hermano... y lo encontró en una celda de presidio. Les fue posible verse. Allí hizo Feliciana un voto, bendecido por las lágrimas de su hermano: consagrar toda su vida al servicio de Adelina Furton. Javier y el abate supieron esto; Adelina admitió en su casa a Feliciana, y aun sin saber quién era, llegó a amarla como a una hermana, más que a una hermana: no pudiendo resistir en la soledad su dolor, la hizo confidente de su vida ¡qué martirio para Feliciana oír todos los días maldecir a un hermano tan desgraciado... tan bueno! (esto lo decía ella en el fondo de su conciencia y asustada de sí misma) ¡y no poder defenderlo, ni disculparlo! Olvido no conocía a su madre y esta tenía que esconder su cariño, amaba su honor más que a su hija y eso que deliraba por ella; por esto cada día se reavivaba su herida y con ella sus maldiciones; le horrorizaba la idea de que la sociedad llegara a perdonar al miserable asesino... ¡Dieciséis años y es libre!, decía ella... y yo, ¿cuándo seré libre?... ¿cuándo acabará mi pena?... perdonar a Juan Martín le parecía el mayor crimen y además un imposible. Todo esto lo oía en silencio la infeliz Feliciana. Pero Dios que está en todas partes y a todo provee, engendró en el corazón de Olvido un amor extraordinario hacia Feliciana, en estando solas la llamaba madre y Feliciana adoraba en ella (esta decía velando su sueño ¡esta sí le perdonará! yo educo su corazón y será como el mío).
Hasta aquí los antecedentes del drama. Ahora empieza el argumento de la acción desenvuelta en la obra.
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PERSONAS: Adelina Furton, Feliciana, Olvido (una o dos colegialas hablarán también), Juan Martín, Javier Duplessy, Nicolás Furton, el mariscal Mary, Ernesto, su hijo, amante de Olvido; Pedro, jardinero.
Olvido está delicada de salud y esto tiene en cuidado a su madre y a Feliciana; Olvido, prometida de Ernesto, le ama con una pasión tan intensa que a su madre le recuerda la suya por Santiago; cuando iba todo en vías de arreglo se le ocurre a Mary preguntar por los padres de Olvido y niega su consentimiento para enlazarse en vínculos de parentesco a una hija de nadie; Javier dice que le es imposible revelar el secreto sin que le den para ello autorización, procurando en esto dar largas al asunto. Furton procura con Feliciana apartar del corazón de Olvido su amor, pero es en vano y la joven desfallece más cada día; los amantes se ven subrepticiamente, pero Ernesto ni se atreve a desobedecer a su padre, ni desconoce la razón que al mariscal asiste. En este estado las cosas, Pedro admite para ayudarle en sus labores de floricultura a un pobre viejo, que anda siempre con la cabeza baja, muy devoto y trabajador; en fin, para Pedro un pobre diablo en quien puede descansar de sus fatigas. Nadie se fija apenas en el nuevo habitante de la casa. Aquí es bueno advertir que el tiempo de la pena impuesta a Juan Martín va ha pasado con cuatro años encima. ¿Dónde se ha ido el pobre Juan, qué ha hecho en tanto tiempo? Nada se sabe: Volverás a verme, escribió un día a Feliciana poco después de libre, y la pobre hermana espera todos los días, pero ya hace cuatro años que espera. Cuatro años también precisamente hace que en la guerra del Norte y el Sur se presentó un hombre extraordinario, defendiendo la causa de la humanidad y haciendo prodigios de valor y, sobre todo, de amor y caridad; organizará un servicio de hospitales ambulantes ayudado por el gobierno, y ambos partidos le bendicen; por fin, al acabarse la guerra es declarado hijo adoptivo de algún pueblo de cada Estado, ¡raro privilegio! y los del Norte hacen que se le declare general. Todo el mundo ha oído hablar del general Jon-Furton, el mariscal Marry le debe la vida, pues moribundo en el campo de batalla fue recogido por la ambulancia que mandaba en persona Jon-Furton, en lo más encarnizado del combate. Pero no le conoce. De algún tiempo a aquella parte nadie [tachado «ha vuelto a ver»] sabe el paradero de aquel guerrero filántropo ¡quién sabe a dónde le había llevado su ardiente caridad! No muy lejos ha ido en alas de su cariño, guiado por la voz del corazón y de la conciencia. Jon-Furton, Juan Martín y el ayudante de Pedro son la misma persona.
PERSONAJES | |
ADELINA MARTÍN.2 | MARÍN.3 |
FELICIANA. hermana de Juan Ruiz. | BOLDUN. |
OLVIDO, hija de ADELINA. | GENOVÉS. |
ROSARIO, amiga de esta. | |
Colegialas huérfanas. | |
JUAN RUIZ, ex-penitenciario. | CALVO. |
JAVIER DUPLESSY. | |
NICOLÁS MARTÍN, abate y hermano de ADELINA. | |
EL MARISCAL MARRY. | |
ERNESTO, su hijo, amante de OLVIDO. | |
PEDRO, jardinero. |
Jardín en el colegio de ADELINA MARTÍN. Al foro verja que conduce a un parque público. A la izquierda del actor la casa de los Martín.