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ArribaAbajoCanto Sexto

94-2-4:


Que casi puso en condición la guerra [...]


Poner en condición es modismo que no registra Covarrubias, y que vale tanto como poner una cosa en aventura, en situación dudosa de ganancia o pérdida. Acaso podría decirse que hay aquí una elipsis, subentendida la idea de perderse.

Dirigiéndose Mateo Alemán «al curioso lector» le dice que, después de haber sido recibida a brazos abiertos la Primera Parte de su Guzmán de Alfarache, «dudó poner en condición el buen nombre» al dar a luz la Segunda, «ya porque podría no parecer tan bien, o no haber acertado a cumplir con mi deseo [...]».

La frase la usó también Cervantes (Don Quijote, P. I, cap. 36): «Fuera más acertado no ponerle en condición, como ya le he puesto, que me tenga por deshonesta o mala [...]». «[...] y luego imaginó que la enamorada doncella venía para sobresaltar su honestidad y ponerle en condición de faltar a la fe que guardar debía a su señora Dulcinea del Toboso». VII, 206.

Y en La Gitanilla, Colec. Rivadeneyra, t. I, p. 104, valiéndose del plural: «Mire, señor, por ahí he oído decir (y aunque moza entiendo que no son buenos dichos) que de los oficios se ha de sacar dineros para pagar las condiciones de las residencias y para pretender otros cargos».

Por estos ejemplos, nos parece que es fácil columbrar que poner en condición no vale precisar, apretar, obligar como creía el P. Mir (Hispanismo y Barbarismo, t. I, p. 372), sino eventualidad, circunstancia; ni menos ese modismo cae en ser tildado de galicismo, al decir Baralt que tal pecado encierra en general la voz condición tomada en la acepción de «calidad o circunstancia de una cosa con relación al objeto a que se la destina»; pues lo contrario aparece de los modelos del decir en sus buenos tiempos.



95-1-8:


Que en su acuerdo a caballo lo pusieron [...]


En su acuerdo, envuelta una elipsis: habiendo vuelto ya en su acuerdo, recobrado ya el uso de sus sentidos, vuelto de su aturdimiento. La acepción, análoga, dice el P. Las Casas, refiriendo el asalto que ciertos indios dieron una noche a Pánfilo de Narváez mientras dormía: «[...] y así como los indios de fuera vieron con la lumbre al Narváez, que ya comenzaba a entrar en acuerdo, uno dellos arrójale una gran piedra [...]». Hist. de las Indias, t. III, p. 8.

  —251→  

«Dásele luego la purga: esto sería a las siete de la mañana, y a las once del día ya la esclarecida Reina estaba sin pasmo y en todo su acuerdo, sin calentura y sin peligro, totalmente sana». Zapata, Miscelánea, p. 149.



95-2-3:


Que aunque estaba de planchas bien cubierta [...]


Planchas, subentendiéndose de acero; o en forma metafórica, armadura.



85-4-2:


De un valiente altabajo a fil derecho [...]


Altabajo. Correctamente hablando, debió escribirse altibajo. Así dice Covarrubias (Tesoro de la Lengua Castellana, verbo Alto): «Altibaxo, el golpe que se da con el espada derecho, que ni es taxo ni revés, sino derecho, de alto a baxo». Y el mismo, había definido antes, en Abaxar, esa palabra altibaxo, como «el golpe que se da derecho de la cabeza a los pies».

Sentado esto y aceptada esa definición, habrá que convenir en que en el lenguaje corriente usado por los clásicos, altibajo, en plural al menos, vale tanto como alto y bajo, frecuentemente aplicado a las mudanzas de la vida humana, y así dijo Cervantes, Galatea, lib. I, p. 2: «Con estos altibajos de su vida, la pasaba el pastor tan mala, que a veces tuviera por bien el mal de perderla [...]».

El mismo Cervantes (Don Quijote, VI, 22, 167): «Las cuchilladas, estocadas, altibajos, reveses y mandobles que tiraba Corchuelo eran sin número, más espesos que hígado y más menudos que granizo». «[...] y, entre otros muchos, tiró un altibajo tal, que si maese Pedro no se abaja, se encoge y agazapa, le cercenara la cabeza [...]»; donde parece que tal cosa no podía ser, por tratarse de un altibajo...

En esa forma la empleó Pedro de Oña, Arauco domado, C. VI, p. 145:


A don Felipe tira un altibajo [...]


Y otro poeta de nuestro período colonial:


Por donde el diestro brazo tiene el juego
hirió de un altibajo el mozo fuerte [...]


Monteagudo, Guerras de Chile, C. IX, página 190.                


¿Quiso Ercilla valerse de altibajo para evitar cualquiera ambigüedad?

Más adelante (237-2-4) Ercilla usó con todas sus palabras alto a bajo:


Y de alto a bajo de un revés le tiende [...];


aunque, como se notará, para pintar el efecto producido por la espada y no uno de los golpes de esta.

Álvarez de Toledo escribió en idénticos términos a los de Ercilla (si bien su texto impreso debe recibirse con reservas):


Quebró la lanza y con presteza arranca
la cortadora espada, corta y ancha,
de un alto a bajo a Quilamangue manca.


Purén Indómito, Canto XX, p. 93.                


En los tratadistas de la destreza y manejo de la espada (que tanto abundaron en España durante el siglo XVII, y de que no faltan ejemplos en México y en el Perú, y entre ellos el más notable de todos, de aquí y de allá, Jerónimo Sánchez de Carranza, que vivió en Guatemala en el último cuarto del XVI, verdadero y reconocido fundador de tal ciencia y arte) no se halla descrita, o al menos no la hallamos, esa suerte del altabajo, probablemente a causa de que no cabe en el terreno de la esgrima.

En cuanto a fil, vale tanto como hilo. Se ha conservado en perfil.

Filo tiene la acepción de corte de la espada. Véase este ejemplo de fil:


Alega Inés su beldad;
el jamón que es de Aracena;
el queso y la berenjena
su andaluz antigüedad.
Y está tan en fil el peso,
que, juzgado sin pasión,
todo es uno: Inés, jamón
y berenjenas con queso.


Alcázar, Poesías, p. 128.                



Como en alguna guerra peligrosa,
entre la sangre y polvo, hierro y muerte,
adonde la victoria está dudosa
y pendiente de un fil la instable suerte.


Hojeda, La Cristiada, h. 161.                


El siguiente de Oña (Arauco domado, C. XIII, p. 321) en que aparece el mismo fil derecho de que usó nuestro poeta:


Y Febo con sus jáculos hería
a la fecunda Telus fil derecho [...]


Y en este otro de Barco de Centenera (Argentina, hoja 179):


Quien guardar procuraba el fil derecho [...]




95-5-4:


De ver su muerte ya remolinaban [...]


Así en todas las ediciones.

«Remolinar, n. fig. Amontonarse o apiñarse desordenamente las gentes. Ú. m. c. r.» ( Dic. de la Academia): que debe distinguirse de remolinear, que es activo.



95-2-1:


Cual de cabras montesas la manada [...]


Montesa, nos enseña el léxico, es adjetivo femenino poético, pues montés es de una terminación. En la forma usada por Ercilla se le encuentra en La Serrana de la vega, de Lope de Vega, acto II.


De vivir entre estos montes
en las más cóncavas cuevas,
entre los silvestres gamos
y entre las cabras montesas.




96-3-4:


Como si al palio fueran sobre apuesta [...]


Sobre apuesta, modismo empleado por el poeta, que el P. Mir (Prontuario de Hispanismo y Barbarismo, II, p. 811) cita por ejemplo, a que podrían   —252→   añadirse estos otros dos, que se hallan también en el poema (132-5-4, 155-4-3):


Y en quien más veces bebe sobre apuesta [...]



Antes cual correr suele sobre apuesta [...]


Y de que encontramos muestra en Lope de Vega:


Mas yo, que de Alejandro
imito el pecho firme cuanto puedo,
como pilar de bronce tuve quedo;
y ella, como quien corre sobre apuesta,
como Atalanta en el correr dispuesta,
al viento dio las faldas,
esparciendo turquesas y esmeraldas.


Flores de poetas ilustres, de Espinosa, página 139.                


Y en Chile en el Purén indómito de Álvarez de Toledo (Canto XVII, p. 335):


Hiciéronle los bárbaros gran fiesta
y buen recibimiento a la salida;
Antemaulén la mesa tenía puesta
y a merendar a todos los convida:
bebieron y comieron sobre apuesta [...]


«Otros innumerables [baños] hay, en especial en la provincia de los Charcas, en cuya agua no se puede sufrir tener la mano por espacio de una avemaría, como yo lo vi sobre apuesta». Acosta, I, 155.

Respecto a la voz palio, completaremos esta referencia del poeta con las dos que se encuentran más adelante (336-4-5):


El rojo palio al fin tocó el primero [...]


Y en la misma página, con la frase completa de correr el palio, que es a lo que viene aludiendo (336-2-2):


Para correr el palio acostumbrado [...]


Dice el Diccionario de Autoridades: «Palio. Significa también el premio que señalaban en la carrera al que llegaba primero: y era un paño de seda o tela preciosa que se ponía al término de ella». Cita dos ejemplos, de ellos éste de Tejada, León prodigioso, Parte I, apólog. 38: «¿Sería bueno que corriendo en el estadio, cerca ya del palio afloxase en la carrera?».

Véase este otro de Cervantes: «[...] luego conocí que querían las barcas correr el palio, que se mostraba puesto en el árbol de otra barca desviada de las cuatro como tres carreras de caballo: era el palio de tafetán verde, listado de oro, vistoso y grande, pues alcanzaba a besar y aún a pasearse por las aguas». Persiles y Sigismunda, p. 606, t. I, Colección Rivad.

Muy poco antes que Ercilla lo usó Zapata en su Carlo famoso, hoja 56 vlta.:


Salió el indio desnudo a su embaxada,
como al palio desnudo va el villano [...]


Pedro Espinosa en su «Fábula del Genil» (Flores de poetas ilustres, p. 161):


Yo cuando salgo de mis grutas hondas,
estoy de frescos palios cobijado [...]


Bien gráfica es la pintura que Oviedo nos ha dejado en sus Quinquagenas (p. 545) de una fiesta de esa naturaleza, y que intituló «El palio de los viejos». «El año de quinientos sobre mil años, en tiempo de Alejandro VI, vi correr diferentes palios. Pero, entre los otros, el que corren los viejos me paresció cosa donosa e muy aparejada para risa; era de ver e de considerar la cobdicia de los viejos, e sus pocas fuerzas, como ver reunidos a correr cincuenta o más viejos (de setenta años por lo menos) desde Campo de Flor hasta el Palacio Sacro. E tomaron su carrera juntos, e partieron a la par en tocando una trompeta, e pasados de la calle de los bancos (o cambios) entraron por la puerta del castillo de Sanct Angelo, quedando ya atrás cansados más de las dos partes dellos, e los que quedaban, continuando su curso, pasada la puente entraron en el burgo, discurriendo toda aquella grande plaza, que está delante la iglesia apostólica de Sanct Pedro e del Palacio Sacro: e allí encima de las gradas estaba un palio de seda, de damasco morado, e se dio al viejo que antes llegó a trabar del mismo palio [...]».



96-5-6; 457-5-8:


Que a más correr la gente desparece [...]



Que, yendo a más correr, no me movía [...]


Quedó ya nota (47-1-6) sobre el modismo a más andar.

El uso de desparecer, limitado hoy a los poetas, fue en otro tiempo corriente en prosa, pues tal era la forma primitiva del verbo, formado de des y parecer. Por ejemplo, en Don Quijote (II, 301) dice Cervantes: «Todo esto escuchaba Sancho, no con poco dolor de su ánima, viendo que se le desparecían e iban en humo las esperanzas [...]». Y después (IV, 301): «El mismo día que pareció Leandra la despareció su padre [...]»: sobre cuyo empleo en este caso, observa Rodríguez Marín, que desparecer no está como verbo activo en el Diccionario de la Academia.

Yerra, pues, Martínez de la Rosa cuando dice en sus Anotaciones a la Poética, citando este verso de Herrera:


Que vio desparecer la blanca aurora [...]


que la supresión de la a se deba a «la facultad que han usado nuestros autores de suprimir una letra en el centro de la palabra, para acortar el número de sus sílabas, por medio de esta contracción».

Ercilla usó en otra ocasión de ese verbo en la misma forma (380-5-4):


Ya que despareció, fue extraña cosa [...]




97-1-4:


Del pueblo amigo y género inocente [...]:


expresión que repite en 283-3-8:


Del pueblo simple y género inocente [...]


¿Necesitamos decir que alude con ese hipérbaton a los niños? Género, en la acepción de la historia natural y tomado como especie se halla cuatro veces en el poema (123-3-5; 369-5-8):


Su género y linaje asolaremos [...]



Sin quedar del cuchillo reservado
género, religión, edad, ni estado.




  —253→  

97-1-7:


Por vírgines, mujeres, servidores [...]


Vírgines, forma de plural anticuada que no registra el léxico, única que se usó antaño.

«En los templos principales tenían gran cantidad de vírgines muy hermosas, conforme a las que hubo en Roma en el templo de Vesta, y casi guardaban los mismos estatutos que ellas». Cieza de León, Crónica del Perú, p. 390.



97-2-1, 2:


La infantería española sin pereza
y gente de servicio iban camino [...]


La gente de servicio, apenas necesitamos decirlo, eran los indígenas encomendados a los españoles. En los títulos de esas encomiendas se habla de ordinario de que se depositan en fulano tantos y cuantos indios para el «servicio» de su persona y casa.

Ercilla volvió a nombrar en dos ocasiones más a la gente de servicio (100-3-3; 465-1-8).

Ir uno su camino, trae el léxico; frase que está aquí usada en su sentido propio y que vale lo que caminar.



98-4-1:


Torna la lid de nuevo a refrescarse [...]


Refrescar, de donde salió el modo adverbial de refresco, tan frecuentemente empleado en la milicia, que se dice de los soldados que entran a la pelea ya empeñada por otros, pero que no corresponde aquí a lo expresado por el poeta, que es comenzar de nuevo el combate.

Ya tendremos ocasión de ver más adelante empleado a refresco en otra acepción; la que le corresponde aquí a esa voz la hallamos en Cervantes (Viaje al Parnaso, cap. VII):


La voz de la vitoria se refresca,
Vitoria suena aquí, y allí vitoria [...]




98-4-2:


De un lado y otro andaba igual trabada [...]


Igual, adjetivo, empleado aquí como adverbio y que vale, así, lo que igualmente. Era común en aquellos tiempos usar el adjetivo donde hoy usamos un adverbio en mente.

Véase Román, Dicc. de chilenismos, t. III, Mente (Adverbios en).



98-4-7:


El alcance sin orden proseguía [...]


«Ir en los alcances: ir en seguimiento del enemigo que huye o se retira [...] Juan López de Velasco dice que alcance se dixo de calce, y alcanzar. Por manera que, según esto, sería llegar siguiendo a otro a poner el pie o el calcañal en la mesma huella: y no me descontenta la etimología». Covarrubias.

Más adelante (104-3-2) dice Ercilla «sigue el alcance»; «dejó el alcance» (112-1-4); y por este estilo no menos de once veces en todo el poema: frecuencia que se explica dada la índole de su obra.


Y tras ellos Miguel con inmortales
fuerzas y su bendito y noble bando
siguen su alcance, bravos y ligeros,
a fuer de victoriosos caballeros.


Hojeda, La Cristiada, hoja 334.                


El P. Mir (Hispanismo y Barbarismo, t. I, p. 11), citó como ejemplo del correcto uso de esa voz el siguiente verso de La Araucana (357-5-4):


Iban en el alcance y seguimiento [...]


Seguir el alcance es modismo frecuentísimo en los cronistas de América. Las Casas (III, 86): «Siguen los nuestros el alcance, matando y despedazando cuantos podían [...]». Y más adelante, página 186: «[...] Vasco Núñez, con los que le quedaron, acordó de tomar la tierra, los indios también dejaron el agua, y van tras ellos siguiendo el alcance [...]».

«[...] pues habiéndome dado buenas esperanzas, las estimo en poco, no siguiendo el alcance, que no se me diera un clavo por dejarlo». Alemán, Guzmán de Alfarache, p. 253.

Pedro de Oña (C. VIII, p. 203):


Habida ya la próspera vitoria
quedó sin proseguir con el alcance [...]


Y en el sumario del Canto XI: «Siguen los nuestros la retirada y los indios el alcance [...]».

«Murieron muchos españoles en esta refriega y quedando el vencedor dueño del campo, siguió el alcance de la victoria, haciendo los unos y los otros hazañosos hechos». Ovalle, I, 349.

El obispo Villarroel (Historias sagradas, t. I, hoja 38 f.): «Siguiose con tanto coraje y valor el alcance, que muertos casi todos y preso el tirano [...]».



99-3-7:


Que el número dispar y aventajado [...]


En lugar de el número, diríamos hoy al. Nótese también el empleo del verbo en singular, siendo que son dos los sujetos. Sobre este uso trataremos en 310-2-3, 4.



100-1-1:


Flojos ya los caballos y encalmados [...]


«Estar encalmado. (El que enferma de calor y soles». Correas, Vocabulario de refranes, p. 533.

Dos veces hallamos empleada esta voz por Calvete en su Vida de Gasca (I, 175, y II, 387): «[...] diéronse tanta priesa en el camino, que fatigados algunos de sed y cansancio por el gran calor que entonces hacía, murieron luego aquel día, y, entre ellos, encalmados, el capitán Jerónimo de Carvajal y un su alférez [...]». «De los de Panamá, allende de los tres que arriba pusimos, murieron otros dos, encalmados de calor [...]».



100-1-2:


Los bárbaros por pies los alcanzaban [...]


verso que repitió, palabra por palabra, más adelante (358-1-3).

«Alcanzar por pies. (Corriendo toros, el que huye)», dice Correas (Vocabulario, p. 511): modismo   —254→   que encontramos empleado por Juan Antonio de Herrera en los versos que compuso «A un pie que vido de una dama» (Espinosa, Flores de poetas ilustres, p. 95), que concluyen así:


Pero aunque Amor, según ves,
fiador con alas es,
a estar muy seguro vengo,
que pues por un pie le tengo,
que no se me irá por pies.


Del valor de la preposición por en este verso y en otros en que ocurre, queda nota en 1-1-8.



100-1-5:


Otros de los peones empachados [...]


Falta en todas las ediciones, inclusa la nuestra, la coma después de otros, que habría dejado más en claro el sentido, pues con ese adjetivo se alude a los de a caballo y no a los infantes.

En dos pasajes más nombró el poeta a peones, habiendo tenido cuidado de declarar la acepción en que empleaba esa voz:


Digo, de los cristianos que a pie andaban [...]




100-2-5; 145-3-7; 195-2-8:


De sí los de caballo los ausentan [...]



Con la ligera escuadra de caballo [...]



Una lucida escuadra de caballo;


como dijo en otra parte (371-4-2; 413-2-1):


La gente de caballo en orden puesta [...]



La gente de caballo aparejada [...]


De caballo, es un modo adverbial anticuado, que vale como de a caballo y que es frecuentísimo encontrar en los documentos otorgados en Chile aún a fines del siglo XVII (para no citar sino los que han sido publicados) y de que se encuentran infinitos ejemplos en las Actas del Cabildo de Santiago. He aquí uno tomado de la Vida de Don Pedro Gasca de Calvete de la Estrella, t. I, p. 83: «Seguíanle tres capitanes y luego la gente de caballo muy bien armada».

«Y con esta determinación se juntó toda la gente de pie y de caballo en la plaza de los Reyes [...]». Zárate, Conquista del Perú, p. 558.

«La gente de caballo que con éstos íbamos éramos cuarenta de caballo [...]». Núñez Cabeza de Vaca, Naufragios, etc., p. 520.


El cual puso por obra la partida
con peones y gente de caballo.


Castellanos, Historia del N. R. de Granada, t. I, p. 146.                


En realidad, envuelve una forma analógica, tal como hoy decimos: gente de guerra, gente de paz.



100-3-6:


Ni tan extraña y cruda anotomía [...]


No está este vocablo anotomía en el Diccionario de la Real Academia, y sólo anatomía y notomía, como lo escribió Cervantes, Don Quijote, III, 239: «Escondido, pues, Anselmo, con aquel sobresalto que se puede imaginar que tendría el que esperaba ver por sus ojos hacer notomía de las entrañas de su honra, víase a pique de perder el sumo bien que él pensaba que tenía en su querida Camila». «Ella era larga más de siete pies; toda era notomía de huesos, cubiertos con una piel negra, vellosa y curtida [...]». El casamiento engañoso, p. 345, ed. cit. Don Agustín G. de Amezúa y Mayo, comentando el uso de esta voz, cita los dos textos siguientes en que aparece escrita anotomía:


Ya no me espanto de nada,
mi señora fantasía,
que el mundo, curso de cosas,
ha fecho en mi anotomía.


Romancero general, p. 438.                


«Y si del tiempo por si se hace esta anotomía». Rufo, Las seyscientas apotegmas, f. 40.

Observa también que ya a principios del siglo XVII comenzó a verse escrita anatomía.

De los ejemplos que siguen se verá que en Chile, a mediados del siglo XVII, se decía notomía, anotomía y anotomista.


Jamás combate fue tan aciago,
ni sin verse se vio tal notomía [...]



Vosotras, negras Furias, de horror tintas,
dadme (para que diga) algún camino
de lo que crueldad anotomista
no puede (por ser tanto) coronista.


Monteagudo, Guerras de Chile, C. VI, p. 114.                


«[...] es lo mesmo que ponerse en manos, no de un médico o cirujano, sino de otros tantos anotomistas cuantos son los que dél dependen y tiene debajo de sí, para hacer anotomía de sus huesos y no dejarle arteria ni coyuntura que no descubran y escudriñen [...]». Ovalle, I, 204.

Véase Román, Dicc. de chilenismos, t. IV, art. Notomía.



100-4-7, 8:


Los fuerzan a correr por peligrosos
peñascos sin parar precipitosos.

Se resiente de un tanto anfibológica esta construcción por lo que toca a precipitosos. Ducamin entiende que tal adjetivo se refiere a los fugitivos españoles, porque así lo demuestra, dice, su inmediación a sin parar, que queda de esa manera reforzado. Atendido el significado de precipitoso, que es «pendiente y resbaladizo», creemos que especifica a peñascos: peligrosos precisamente por tal causa.



101-1-5:


Y aquel torpe es forzoso que se quede [...]


Rosell cambió aquel en al que, dejando sin sentido la frase.



101-2-5:


No tiene aquel camino otra deshecha [...]


«Desecho tan común entre nosotros en el sentido, de atajo, sendero, no aparece en el Diccionario [de la Academia] con tal acepción; en Ercilla, no obstante, se encuentra con el mismo significado deshecha». Cuervo, Apuntamientos, p. 104.

  —255→  

En Chile decimos también desecho por el sendero más corto que el camino comunmente frecuentado, y deshecha, en su acepción castiza, de una de las figuras del baile los lanceros.

«Hizo la desecha», frase reprobada por Pedro Espinosa, Obras, p. 195.

«A la deshecha. (Disimuladamente notar y espiar algo: de aquí salió hacer la deshecha, mostrar desimulación)». Correas, Vocabulario, p. 505.

El Diccionario de Autoridades trae el presente verso de Ercilla como fuente para esta voz, pero definiéndola (cual pasa en el vigente léxico), «la salida precisa de algún camino, sitio u paraje» lo que es inexacto, pues cabalmente el abandonar el camino usual y frecuentado para tomar una senda más breve que lo acorte, se llama desecho, según queda advertido.



101-2-8:


Del otro un gran peñón con él confina.


Peñol en todas las antiguas ediciones, inclusas la de 1589-90 y la de Varez de Castro, y así también la de Rosell; pero la académica puso peñón y la seguirnos nosotros, que no debiéramos, por más que peñol y peñón valgan lo mismo, según el léxico.



102-1-3:


Ancho de cuadra, espeso, bien trabado [...]


«Es trabado; es bien trabado. (El que en los miembros de la persona es fornido)». Correas, Vocabulario de refranes, p. 529.

En ningún diccionario de la lengua castellana se registra esta voz cuadra, que Ercilla emplea al describir un caballo, y por la cual ha querido referirse, nos parece, a lo que en los cuadrúpedos mayores se llama encuentro, que en Chile, al menos, se usa sólo en plural.



102-1-8:


Por un débil bocado y blanda brida;


Y más adelante, en sentido figurado (209-3-1):


Así enfrenó el Perú con un bocado [...]


Bocado en su acepción de la parte del freno que el caballo tiene dentro de la boca.

El Diccionario de Autoridades sita el siguiente ejemplo de Calderón:


Rompió el alazán el freno,
y la montada al bocado.




102-2-3:


Que sale con furioso movimiento [...]


Que, equivalente aquí a el cual, aludiendo al caballo y concediendo a ese relativo una fuerza de expresión tal, que deja percibir bien el arranque de que el animal se siente poseído al sentir el daño que le hace la espuela.



102-2-5:


No hace en el romper más sentimiento [...]


Sentimiento, que se aplica a los afectos del ánimo, pero que aquí está tomado en su valor de demostración, muestra, apariencia, de la acepción de sentir: «percibir un placer o un dolor corporal», como sentir fresco, sed, que el léxico presenta como ejemplo.



102-2-8:


Todos los que debajo se escaparon [...]


En cuantas ediciones salieron a luz antes de la de 1589-90, se puso de abajo, que se enmendó en esa última en debajo, y repitieron en la misma forma la de Varez de Castro, la de Ferrer del Río y la nuestra. La lección de la príncipe y de las que le siguieron fue respetada por Sancha, y con esto se está dicho que también por Rosell, en verdad con mejor acierto, puesto que el sentido de la frase se torna confuso poniendo debajo. ¿Debajo de qué? ¿Del caballo, del camino o de la albarrada? Cosa que no sucede escribiendo de abajo, pues así se entiende bien lo que el poeta quiso decir, que fue que los españoles que estaban en la parte baja del cerro salieron o se escaparon por el camino o portillo que abrió en la albarrada el caballo de Villagra.



102-3-3:


Que por más que las armas esgremían [...]


No trae el léxico a esgremir, que es anticuado, y que en tal forma salió en todas las ediciones del siglo XVI: forma que no debe extrañarnos, por cuanto es bien sabido que antaño se decía escrebir, recebir, redemir, de que La Araucana nos ha ofrecido también ejemplos.



102-4-2:


Estaban dos caminos mal usados [...]


Mal, adverbio en su valor de «insuficientemente» o poco: usados = traficados.



102-4-4:


Por do al agua bajaban los venados [...]


A muchos lectores chilenos podrá, quizás, extrañar que Ercilla hable de venados que frecuentaran la senda a que se refiere; pero su hipótesis es enteramente aceptable, si se considera que antes de la conquista ningún otro cuadrúpedo de pezuña pudo vivir en aquella parte del país que no fuera el huemul, o el pudú, más bien este último, muy escaso sino alelado totalmente hoy día de tales parajes. Es posible, aunque menos probable, que tales sendas hubieran también podido abrirlas los huanacos.

Con referencia al pudú, observaba el abate Gómez de Vidaurre (I, 281): «Los españoles lo han tomado por venado [...]».



102-4-7:


Y el remate tajado con un salto [...]


Salto, empleado aquí en la acepción de despeñadero, que el Diccionario de Autoridades comprueba con el presente verso de Ercilla. «Dícese irónicamente, añade, de algunos despeñaderos de suma altura, porque son imposibles de saltar»: etimología   —256→   del todo inaceptable, puesto que esa voz procede, manifiestamente, de la interrupción que, a causa de un considerable desnivel, sufren los ríos en su curso, para continuarlo después de salvado ese obstáculo, del cual se dice con propiedad que lo saltan.

*  *  *

102-5-6:


Ocupada del miedo de la guerra [...]


Ocupada en este caso está tomado en su sentido moral, acepción de que trae Cuervo varios ejemplos en sus Apuntaciones, p. 252:

«Todo lo que se precia en este siglo, él lo tiene por desechado y aborrecible, por razón del fuego de amor que le ocupa y enciende». Fray Luis de León, Nombres de Cristo, lib. III, en el de Amado. «Sólo un cuidado ocupe vuestro corazón, y ha de ser agradar al Señor». Maestro Juan de Ávila, Audi filia, cap. LVIII. «¿Qué palabras serán bastantes para daros a entender el extremo de dolor que ocupó mi corazón?». Cervantes, Galatea, lib. II.

Véanse estos que nos ofrece Urrea en su traducción del Orlando Furioso (Canto XI, pp. 110 y 111):


La virgen fatigada, respondía
de muy tristes sollozos ocupada [...]



Bien que la han los sollozos ocupado [...]


Ya veremos más adelante (p. 544) que Ercilla hizo uso de este verbo ocupar en su acepción material.



103-2-1:


Como el fiero Tifeo, presumiendo [...]


En los versos que siguen a este, el poeta anunció la hazaña que la mitología atribuye a Tifeo, o Typhon, famoso gigante, que tenía cien cabezas como las de una serpiente o de un dragón. Hizo guerra a los dioses para vengar la muerte de sus hermanos los gigantes, logrando atemorizarlos hasta el punto de que para escapar a su saña hubieron de transformarse en pájaros y animales. Por fin, el padre de los dioses recobró su perdida energía, hizo huir a Tifeo y le metió debajo del monte Etna.



103-2-2:


Lanzar de sí el gran monte y pesadumbre [...]


Pesadumbre, que hoy aplicamos a los afectos dolorosos, pero que antaño se usaba en su sentido físico de pesado, como se podrá ver en los siguientes ejemplos:

Laso de la Vega (Cortés valeroso, hoja 49 v.), al hablar de la facilidad con que el indio Tabasco esgrimía el bastón de que iba armado:


Que si fuera de pino seca vara
a quien sin pesadumbre gobernara [...]


Vicente Espinel en su «Incendio y rebato de Granada»:


Bajan vigas de inmensa pesadumbre,
ladrillo y planchas por el aire vago,
y espesos globos de violenta lumbre.


Pero ¿qué más ejemplo que el que nos ofrece el autor de «Las Ruinas de Itálica?»:


Las torres que desprecio al aire fueron
a su gran pesadumbre se rindieron.


Recordemos también este de un poeta chileno:


¡Oh! Montes, pues, que las altivas frentes
ante la nueva soberana cumbre
es bien que vais humildes inclinando
y en su fuerte cerviz y hombros valientes
aseguréis la inmensa pesadumbre.


Pedro de Oña, El Temblor de Lima, fol. 20.                


Y el siguiente de un versificador de la colonia:


Mas ya el almena, súbita y ligera,
rendida al gran peso y pesadumbre,
sobre él con gran vaivén cayó de vuelo
y el gran coloso en carne vino al suelo.


Monteagudo, Guerras de Chile, C. VI, p. 115.                




103-3-5:


Rodar también alguno le convino [...]


Otro caso de omisión mecánica de la a antes de un vocablo que comienza con esa letra, y que suplió Rosell, aunque, a juicio de Ducamin, sin necesidad esta vez, «pues alguno resulta bien empleado y es más conforme a la sintaxis, tan libre, de Ercilla».



103-3-8:


Llevaron a lo bajo en poca pieza.


El poeta dijo también una pieza, a poca pieza, gran pieza (188-5-5):


Gran pieza a la fortuna resistieron [...]


Pieza en esta acepción de tiempo se encuentra muchas veces en La Arauca (167-3-2; 318-5-1); y en no menos de cinco lugares más:


En el aire gran pieza lo suspende [...]



Mucho no le duró que a poca pieza [...]


Ejemplos todos en que pieza se toma «por espacio o intervalo de tiempo».


Lo dicho os haré bueno en poca pieza [...]


Urrea, Orlando Furioso, Canto XI, p. 104.                



Y así fueran los ínclitos fieles
por una larga pieza resistidos [...]


Rufo, La Austriada, XXIII, 416.                



Esto fue que Fernando de Baeza
un indio vio que le mostró las suelas,
y para lo coger en poca pieza
al caballo hirió de las espuelas [...]


Castellanos, Elegías, p. 123.                



Duró una larga pieza esta porfía [...]


Laso de la Vega, Cortés valeroso, hoja 87.                



[...] porque había
pasado una gran pieza, sin que fuese
de algún amigo visto o descubierto [...]


Villagra, Conq. de la Nueva México, h. 261 v.                



Un tajo Ferragut en descubierto
en uno le alcanzó de dos costados,
cuyo rigor y desigual destreza
ir dando de ojos le hizo larga pieza.


Valbuena, El Bernardo, p. 248.                


«Oído esto, las otras señoras echan las compuertas del coche, y vuelven las riendas y la llevan a su casa, y la ponen medio muerta en su cama, tan atónita y desmayada de la mala nueva, que por gran pieza por su estrecha boca, de su gran pena, no pudo con llanto, como de un vaso lleno, salir palabra». Zapata, Miscelánea, p. 254.

  —257→  

Garcilaso (égloga II) empleó también esta pieza, aun con peor gusto que en el verso que citamos:


Estuve boca arriba una gran pieza [...]


Y en la misma égloga:


Andaban forcejando una gran pieza
a su pesar y a mucho placer nuestro [...]


Pero la frase viene de más atrás, pues se la encuentra en la descripción del castillo de la Fama que Cervantes quería que se borrase del Don Belianís de Grecia: «En cada elefante venía un artificio de madera y un hombre que lo guiaba. Bien se parescía ser encantado, porque llegando a la plaza, por todos los costados comenzó a disparar tanto numero de artillería, que por gran pieza no se pudieron oír». Y el mismo Cervantes la usó en el Don Quijote (III, 273): «Resolviose, en fin, a cabo de una gran pieza, de irse a la aldea de su amigo [...]».

«Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza por el campo [...]». Don Quijote, I, 129.

Y en el Viaje al Parnaso, cap. VII:


Dos pelearon una larga pieza,
y el uno al otro con instancia loca
de un embión, con arte y con destreza,
seis seguidillas le encajó en la boca [...]


Todavía, en otras ocasiones, usó de pieza en el sentido de lugar, equivante a trecho, v. gr., (320-1-3; 362-5-1):


Y el trasportado joven una pieza
fue rodando [...]



Mas a Juan, yanacona, que una pieza
de los otros osado se adelanta [...]




103-4-4:


Que por flojos la silla habían perdido [...]


Dice Ducamin: «Flojos se refiere, gramaticalmente, a caballos, pero lógicamente a silla. Existen en latín ejemplos bien conocidos de esta transmutación de epítetos».

De acuerdo en lo primero, y muy cierto también que existen tales transmutaciones; pero no participamos de la opinión de que flojos se refiera a silla, concordancia que repugnan el número y el género en que aparece esa voz, y, aun más, el sentido de la frase; cual es, que los caballos flojos y, por lo tanto, del todo inútiles para la fuga, habían perdido sus sillas, o en términos menos poéticos, fueron despojados de ellas.



103-5-4:


Que no le alcanzaran a dos tirones [...]


Alcanzarán, enmendó Ferrer del Río, y tantos otros como él, desechando la lección de todas las antiguas ediciones; pero tal corrección resulta sin fundamento.

Ni a dos tirones es la frase consagraría por el uso y la que trae el léxico, que implícitamente está también expresada aquí. Cervantes la empleó en Don Quijote (VII, 334), aunque poniendo tres en lugar de dos: «He dejado de ser gobernador de una ínsula -respondió Sancho- y tal, que a buena fee que no hallen otra como ella a tres tirones».



104-1-2:


Las orejas tremiendo derramadas [...]


Derramados, en la acepción en que aquí está empleado ese participio, vale, según la definición de Cuervo (Dicc. i a) «hacer que dos o más cosas se abran y se separen a la manera de las ramas de un árbol»; citando en comprobación, además de este verso de Ercilla, los siguientes ejemplos:


Aviva [el caballo]
los ojos eminentes; las orejas
altas, sin derramarlas, y parejas.


Pablo de Céspedes, Arte de la Pintura.                



Los ojos tiene sumidos,
y el pescuezo prolongado,
derramados los oídos
como orejas de un arado.


Castillejo, A un caballo.                




104-2-1:


Como el que sueña que en el ancho coso [...]


Coso. «No comprendemos por qué la Academia califica de provincial esta voz -dice Cuervo, Apuntaciones, p. 395-; quizá no esté ahora tan extendida como antes, pero en los buenos tiempos la usaban escritores de distintas partes de España, y en especial castellanos. Vamos a ciar, ejemplos, entre los muchos que podríamos aducir, de Ercilla y Lope, madrileños, de Fernando del Pulgar y Rivadeneyra, toledanos; de Valbuena, manchego; de Bartolomé de Argensola, osence; de don Antonio de Guevara, alavés; y la Academia en la primera edición del Diccionario cita a Espinel, rondeño, a Mármol, granadino, y a Argote de Molina, oriundo, según unos, de Baeza y, según otros, de Sevilla. Agregamos un lugar de Bretón de los Herreros, logroñés. Sería curioso que todos estos sujetos hubiesen tornado el resabio de usar la voz coso, por vivir en la tierra de que, según la Academia, es provincial».

El ejemplo de Ercilla que ofrece es el verso que queda transcrito, que en ninguna otra parte usó de esta voz.

Advertiremos que en las últimas ediciones del Diccionario de la Academia se ha quitado a coso la nota de provincialismo.

Para que el lector pueda ciarse cabal cuenta de la comparación usada en este pasaje por el poeta, le pondremos delante de sus ojos el capítulo XXXVIII de lo acrecentado al Libro de la Montería (Sevilla, 1582, folio) de Gonzalo Argote de Molina, que se intitula «De la montería de los toros en el coso», y es como sigue:

«El correr y montear toros en coso es costumbre en España de tiempo antiquísimo, y hay antiguas Instituciones Annales, por votos de ciudades, de fiestas ofrecidas por victorias habidas contra infieles en días señalados. Es la más apacible fiesta que en España se usa, tanto, que sin ella ninguna se tiene por regocijo, y con mucha razón, por la variedad de acontecimientos que en ella hay.

  —258→  

»Traen los toros del campo, juntamente con las vacas a la ciudad, con gente de a caballo, con garrochones, que son lanzas con púas de fierro en el fin dellas, y enciérranlos en un sitio apartado en la plaza donde se han de correr, y dejando dentro dél los toros, vuelven las vacas al campo; y del sitio donde están encerrados sacan uno a uno a la plaza, que está cercada de palenques, donde los corren gente de pie y caballo, a veces acometiéndoles la gente de a caballo con las garrochas, Y andando en torno de ellos en caracol, los hacen acudir a una y otra parte; otras veces echándoles la gente de a pie garrochas pequeñas, y al tiempo que arremeten, echándoles capas a los ojos, los detienen, Y últimamente sueltan alanos, que haciendo presa en ellos, los cansan y rinden».



194-4-1:


A aquel que por desdicha atrás venía [...]


La a con que principia el verso no figura en ninguna de las primeras ediciones, inclusas la de 1589-90 y la de Varez de Castro (1597), ni aparece tampoco en la de Sancha ni en la de Rosell; pero se le dio cabida en la académica.



104-4-7; 169-3-4:


Frenó el ímpetu y curso al enemigo [...]



Otras frenan el paso y lo detienen [...]


Frenar en tal acepción de moderar, y en la que aparece usado en La Araucana no menos de siete veces. Es voz que se resiente de vulgar, pero que se explica en la boca de un soldado. Debió de ser corriente en la milicia entonces, y así, la vemos empleada por Zapata en su Carlo famoso, Canto XIV, hoja 72:


Así Cortés nos hizo dar la vuelta
y nos paró y frenó en aquella tierra [...]


Gaspar de Villagra (Conquista de la Nueva México, hoja 16):


Frenad el paso, no queráis mancharos
con mancha tan infame cual es fuerza
que sobre todos vuestros hijos venga [...]


En la misma acepción siguieron usándola los imitadores de Ercilla. Pedro de Oña en su Arauco domado (C. XVI, p. 414, y XIX, 510):


No echaban mano en todo de otra cosa,
sino de que frenase Arana el paso [...]



El cual con un valor y muestra rara
sale a frenar el paso a su corriente [...]


Mendoza Monteagudo, Guerras de Chile, C. I, página 18:


A la maldad frenó el atrevimiento.


Tal como Ercilla había dicho, «frenando el furor» (179-2-3) o (184-3-5) «frenando a la osadía», etc.

Frenar vale lo que enfrenar, según el léxico, y en su forma figurada, equivalente a refrenar, es anticuado.



104-4-4:


Quien el caballo trota mucho corre [...]


Con sobrada razón llamole la atención el presente verso a Ducamin, que por no conocer, según declara, ejemplo de trotar en el sentido de hacer trotar, interpreta el valor de quien como aquel de quien.

Lo que hay que considerar en esto es lo siguiente: Ercilla, en ese verso, construye el verbo trotar con acusativo. El uso de verbos neutros como activos, tan criticado por Hermosilla y otros gramáticos, comunica a veces singular elegancia a la frase. He aquí algunos ejemplos semejantes al de Ercilla, en que al sujeto sólo corresponde el impulso, y al acusativo la realización del hecho significado por el verbo:


Diéronse golpes crueles,
hasta que, hueca y ufana,
llegó la locura humana
sonando sus cascabeles.


Núñez de Arce, La Guerra.                



En varias formas, con diverso estilo,
en diferentes géneros, calzando
ora el coturno trágico de Esquilo,
ora la trompa épica sonando.


Espronceda, El Diablo Mundo, Canto I.                



La indignada
gente que lleva Aquiles, el funesto
hado de Troya y sus matronas puede
un tiempo dilatar; pero cumplidos
breves inviernos, las soberbias torres
arderá de Ilión la llama argiva.


Moratín, La profecía de Nereo, trad. de Horacio.                


Se dice también: «el caballo reventó la cincha», por «el caballo hizo que la cincha reventara»; «el andarín, por ganar el premio, reventó los pulmones», en vez de «hizo que los pulmones reventaran».