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ArribaAbajo Ilustración XVIII

Ercilla y sus héroes el la literatura


Una de las tendencias que hoy nos parecen más extrañas y curiosas en los escritores españoles contemporáneos de Ercilla y que perduró aún hasta muy avanzado el siglo XVII, fue el género de la novela pastoril, en que, bajo nombres supuestos, y vestidos con el traje de pastores, se quiso representar a algunos personajes; de ordinario amigos del autor: tendencia que alcanzó tan vastas proyecciones, que hubo de repercutir hasta en América, donde el poeta chileno Pedro de Oña, por ejemplo, ideó componer una novela de esa índole, que había de tener por asunto las aventuras galantes de don García Hurtado de Mendoza, pues en su Arauco domado, dirigiéndose a él, le decía:


    Cuando mejor le sepa dar el corte,
y si la Parca no me corta el hilo,
yo cortaré, señor, con otro filo,
tus venturosos lances en la corte;
mas, has de permitirme que los corte
en traje pastoril, mi propio estilo,
que en esto, ni será el de cortesano
ni bastará tampoco el corte sano.



Pero tan peregrina, aunque característica idea de aquellos tiempos de la literatura, no llegó a realizarla, que ella estaba reservada, aunque para desarrollarla en corta escala, a otro no menos entusiasta apologista del antiguo gobernador de Chile, el doctor Cristóbal Suárez de Figueroa, -«ingenio docto y agudo, si bien procaz y presuntuoso», como tan acertadamente le calificó Menéndez y Pelayo1180-, en una de las últimas muestras, bastante mediocre, aunque bien escrita, que alcanzó ese género literario, La constante Amarilis, en la cual se le hace figurar con ocasión de su próximo   —346→   matrimonio1181; y luego en los versos en que resume todo su gobierno en Chile y en el Perú, añade, con respecto al tiempo aquél, abandonando ya su rebuscada prosa para trocarla en acentos poéticos, alternativa obligada en tales novelas:



Viendo que de sus fueros
      huyen los corazones araucanos
      y con intentos fieros
      remiten al esfuerzo de sus manos
      casi oprimir el orbe,
      cual hondo mar que las corrientes sorbe:

Al sucesor valiente
      de claros y sin par antecesores,
       que con valor prudente
      domar supieron bárbaros furores,
       la sujeción concede,
      porque el vencer como el estado herede,



aludiendo con estas últimas palabras a Carlos V y a Felipe II.

Dicho esto de paso, por lo que interesa al que estuvo llamado a ser el héroe de La Araucana, notemos que Cervantes no escapó a esta corriente de su tiempo, habiendo iniciado precisamente su carrera literaria con la publicación de un a obra de aquel género, que llamó Galatea y vio la luz pública a fines de 1584. En el prólogo indicó que muchos de los pastores que en ella aparecían correspondían a personajes de verdad1182, y, en efecto, no cabe hoy duda para los críticos de que bajo el nombre de Meliso se ocultaba don Diego Hurtado de Mendoza; el «divino» Francisco de Figueroa, bajo el de Tirsi; Pedro Laynez con el de Damón; Luis Gálvez de Montalvo con el de Siralvo, cual él se había llamado en su Pastor de Fílida; y según quería uno de los más notables cervantistas, disfrazado con el de Elisio andaría el propio autor, que contaba sus amores con la heroína de la novela, pastora nacida en las orillas del Tajo, que no sería otra que la dama que muy luego después había de ser su esposa1183; si bien en nuestros días no ha faltado quien con buenas razones sostenga que Elisio y   —347→   Galatea no se refieren, ni pueden referirse a Cervantes ni a doña Catalina de Palacios Salazar y Vozmediano1184.

Mas en la ficción arcádica de Cervantes hay dos de sus pastores que nos interesan especialmente, cuales son, Lauso, que ocultaría a Luis Barahona de Soto, y Larsileo a don Alonso de Ercilla y Zúñiga. Ya lo dijo Fernández de Navarrete y abundan en esa misma creencia (concretándonos sólo a Ercilla) Hartzenbusch1185 y Rodríguez Marín1186; si bien este último, examinando la figuración atribuida en la novela a Lauso, opina que no está del todo probado que ocultara a Barahona de Soto. Testimonios de tal valía parece que deben alejar toda sospecha respecto a la identificación de Ercilla y Larsileo, siendo sólo de sentir que ninguno de esos eruditos nos indique siquiera el más mínimo fundamento de su aserto1187. Si no estamos equivocados, ese fundamento debemos buscarlo, desde luego, en el nombre mismo de Larsileo, que envuelve, al parecer, un anagrama casi completo del de Ercilla, pues con excepción de la o y del cambio de la c por s, ambos se corresponden perfectamente, tal como algo de muy parecido ocurre, indudablemente, entre Artidoro y Artieda; y, en seguida, en la figuración atribuida a Larsileo en la novela. En verdad, ella es tan breve, que apenas si una lectura atenta llega a descubrirla, como que se reduce en efecto a que Lauso compuso una canción, que envió al «famoso Larsileo, que en los negocios de la corte tiene larga y ejercitada experiencia», y que esa canción «fue tan celebrada de Larsileo cuanto bien admitida de los que en aquel tiempo la vieron»1188.

Tal es la única vez en que aparece Larsileo mencionado en la novela. ¿Bastan el calificativo de «famoso» que se le da, y el de haber sido muy versado en los negocios de la corte para que podamos llegar a identificarle con Ercilla? Ciertamente que no. Circunstancias son ésas que tanto pueden convenir a Ercilla como a otros y no implican de por sí algo peculiarísimo a nuestro poeta, como las hay en la novela si se estudia la figura de Lauso, cuyas características, si así podemos llamarlas, se avienen muy de cerca con las del autor de La Araucana, y tal es lo que vamos a intentar poner de manifiesto.

Queda ya dicho que Rodríguez Marín se inclinaba a desechar la opinión de los que en Lauso creían ver a Barahona de Soto, fundado en que «no le convienen de modo alguno aquellas frases del libro IV: "... y así imaginaron que como Lauso había andado por muchas partes de España, y aun de toda Asia y Europa..."; ni aquellas otras: "... un pastor amigo mío, que Lauso se llama, el cual, después de haber gastado algunos años en cortesanos ejercicios y algunos otros en los trabajosos del duro Marte..."1189»

Y con esto tenemos ya avanzado no poco, pues con tan autorizada opinión queda desechada de hecho la hipótesis, hasta hoy tan valida, de que Lauso fuera Barahona de Soto.

Pero hay más que agregar a lo dicho por el eximio cervantista: esas peregrinaciones   —348→   por muchas partes de España y de gran parte de Europa son características de la vida aventurera de Ercilla, que él mismo recordaría más tarde en su poema, al evocar, ya al despedirse de las letras, la carrera que había llevado:


¡Cuántas tierras corrí, cuantas naciones
hacia el helado norte atravesando...



Cierto es que la alusión a los viajes por el Asia no cuadra a nuestro poeta; pero, ¿acaso él mismo no recordaba aquel continente cuando el mágico Fitón se lo muestra en su milagrosa redoma y comienza por decirle:


«Mira al principio de Asia a Calcedonia,



y luego le va señalando, siempre en virtud de esa ficción, pero en el hecho consignando los dictados de Ercilla:


«Dentro y fuera del Gange mira tanta
tierra de India al levante prolongada.1190



Pero aun más de cerca puede convenirle aquella referencia de «haber gastado algunos años en cortesanos ejercicios y algunos otros en los trabajosos del duro Marte»; pues ¿quién ignora que desde su niñez Ercilla vivió en la Corte, a la que ingresó de nuevo después de su regreso de América, y que en ella trató a la que había de ser su mujer, y en la que tanto lugar se hizo, que encumbrados personajes le apadrinaron en su casamiento? ¿Y para qué hablar de los años que gastó en la guerra, cuando gran parte de su poema no es otra cosa que la historia de sus campañas en Arauco? Así, ambas alusiones, fuerza es reconocerlo, convienen de todo en todo con los hechos de Ercilla.

Examinemos ahora, como antecedente que se impone, la figuración de Lauso punto por punto y veamos si lo que de ella aparece es aplicable en sus varios incidentes a rasgos biográficos correspondientes de Ercilla.

Y no olvidemos desde luego anotar que, si va por anagramas, no hay entre Lauso y Alonso más diferencia que la que media entre Ercilla y Larsileo; y, finalmente, valgan o no nuestras conclusiones, el hecho indubitable es, que en esa misma novela, en el Canto de Calíope, el príncipe de los ingenios españoles, después de mencionar a don Alonso de Leiva, prosigue así:


    Otro del mismo nombre, que de Arauco
cantó las guerras, y el valor de España,
el cual los reinos donde habita Glauco
pasó, y sintió la embravecida saña;
no fue su voz, no fue su acento rauco,
que uno y otro fue de gracia extraña,
y tal, que Ercilla en este hermoso asiento
merece eterno y sacro monumento;



cuando el poeta no había dado aún remate a su obra y ya su genio se veía consagrado   —349→   a la posteridad por el mismo que, años más tarde, dando con ello testimonio del modo en que entonces reconocía sus méritos, lo había de repetir por boca del Cura en el escrutinio de la librería de don Quijote, colocándola en el lugar a que tenía derecho entre las maestras de la epopeya castellana; y de sus peregrinaciones, si no de su amistad que con él le ligaba desde los días de la campaña de Portugal y continuada sin duda después entre ambos en Madrid.

Mediaba ya en esto un precedente para que Ercilla pudiera ser incluido por el autor de Galatea entre los pastores llamados a figurar en ella.

Inoficioso sería contar de las restantes alusiones aquellas sin importancia ni alcance alguno en que de Lauso se trata; pero cierto misterio envuelve ya la frase en que Cervantes dice que Lauso fue recibido por los demás pastores con corteses palabras, especialmente de Damón, «de quien era antiguo y verdadero amigo»; y pues en Damón, según los críticos a una lo afirman, se halla representado Pedro Laynez, convendría averiguar si medió realmente tal amistad entre éste y Ercilla. No podríamos probarlo, si bien buen indicio de tal amistad se encuentra en el hecho de que veamos a ambos contribuir con sendos sonetos en elogio de otro amigo común, Pedro de Padilla, cuando quiso dar a luz su Tesoro de varias poesías, libro que había sido impreso cuatro años antes que Galatea.

Reunidos todos los pastores, Lauso canta una glosa, y sabemos que Ercilla fue autor de una que se hizo famosa1191; y luego después, Damón recita una canción de ese su amigo, en la cual se encuentra aquella frase relativa a la ingratitud con que suele corresponder el señor a quien le sirve y que por «un descuido, una nonada» fulmine


De breve despedida la sentencia,



en la cual hemos creído ver el motivo del disfavor en que cayó el poeta cerca de Felipe II: y a la que pudiera agregarse la otra, que también se consigna en ella, de que a ese servidor


Ni el desdén sacudido
del sutil secretario le fatiga,



que parece convenir punto por punto, a la situación que se creó al poeta en la misión que tuvo para recibir a los Duques de Brunswick manejada por el secretario Zayas: sospechas que parecen hallar confirmación de que proceden de hechos realmente ocurridos, cuando al aplaudirla los pastores que la escuchaban, respondió Damón a uno de ellos: «con razón lo puedes decir, pues la verdad y artificio suyo es digno de justas alabanzas».

Aplicable también a Ercilla, mejor dicho, a su mujer doña María de Bazán, son los tercetos que canta Lauso al hacer la pintura de la pastora objeto de sus amores, especialmente aquellos que dicen:



   No en cuantas tuvo hermosas la pasada
edad, ni la presente tiene agora
ni en la de por venir será hallada

   Quien llegase ni llegue a mi pastora
en valor, en saber, en hermosura,
en merecer del mundo ser señora,



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que semejan reflejo fiel de los conceptos con que el poeta describe a doña María en su Araucana:


   Era de tierna edad, pero mostraba
en su sosiego discreción madura...
(rendido y entregado a su hermosura)...:



pintura a la que falta sólo el saber de doña María, parte del retrato que se completa con la que de él hacía Garibay, diciéndonos que era «muy amiga de la lección de la Historia sobre cuantas señoras había tratado en estos reinos».

Más aún: hasta podríamos encontrar en otras frases de la novela los vestigios de aquellos amores de Ercilla. Departiendo Lauso con Damón, y «preguntándole éste ahincadamente que le dijese quién era la pastora que con tanta facilidad de la libre voluntad le había rendido; y cuando esto no pudo saber de Lauso, le rogó con grandes veras, que a lo menos le dijese en qué estado se hallaba, si era de temor o de esperanza, si le fatigaba ingratitud, o si le atormentaban celos. A todo lo cual satisfizo bien Lauso, contándole algunas cosas que con su pastora le habían sucedido; y entre otras le dijo, cómo hallándose un día celoso y desfavorecido, había llegado a términos de desesperarse, o de dar alguna muestra que en daño de su persona y en el del crédito y honra de su pastora redundase, pero que se remedió con haberla hablado, y haberle ella asegurado ser falsa la sospecha que tenía: confirmado todo esto con darle un anillo de su mano, que fue parte para volver a mejor discurso su entendimiento...»

¿No parece que estamos oyendo aquí repercutir las palabras de la monja confidente de doña María y las de la escritura en que doña Marquesa de Ugarte declaraba que el matrimonio de su hija debía verificarse antes de lo que se había señalado, «por justos respetos?» Escena trasuntada aún más de cerca en los versos de Lauso a su Silena, que siguen inmediatamente a las confidencias a Damón, en los que, hablando de su locura de amor, dice:


   El me fuerza, y ella mueve
a que te adore y escriba,
y como en los dos estriba
mi fe, la mano se atreve:
y aunque en esta grave culpa
me amenaza tu rigor,
mi fe, tu hermosura, amor,
darán del yerro disculpa;



para alabar luego «la singular hermosura, discreción, donaire, honestidad y valor de su pastora».

Y, todavía, en otros versos de Lauso parece aludir a las redes del amor libre en que se veía envuelto antes de su matrimonio, que hoy nos son bien conocidas; cuando celebrando los ojos de su amada, exclama:


   En ciega escuridad andaba cuando
vuestra luz me faltaba, ¡oh bellos ojos!
Acá y allá, sin ver el cielo, errando
entre agudas espinas y entre abrojos;
mas luego, en el momento que tocando
fueron al alma mía los manojos
de vuestros rayos claros, vi a la clara
la senda de mi bien abierta y clara;



y hasta del porvenir que se le esperaba al lado de la que había de ser su esposa:


   Vi que sois y seréis, ojos serenos,
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quien me levanta y puede levantarme
a que entre corto número de buenos
venga como mejor a señalarme...



Esa referencia a sus pasados amores se trasparenta con mayor claridad al cantar de nuevo:


Por ti la luz de mis cansados ojos,
tanto tiempo turbada y aun perdida,
al ser primero ha vuelto que tenía;
por ti torno a gozar de los despojos
que de mi voluntad y de mi vida
llevó de amor la antigua tiranía;
por ti la noche de mi error, en día
de sereno discurso
se ha vuelto, y la razón que antes estaba
en posesión de esclava,
con sosegado y advertido curso,
siendo agora señora, me conduce
do el bien eterno más se muestra y luce.



¿No es ésta, en verdad, la invocación del poeta a la Razón, que consignó en su Araucana, cuando sus ojos,


Libres del torpe y del grosero velo,
que la vista hasta allí me iba ocupando,



se le aparece para decirle:


Mas tente, que me importa a mi, primero
que de los ojos fáciles te fíes,
prevenir al peligro venidero
para que del con tiempo te desvíes?



Reminiscencia del poema que no es la única en la novela, si recordamos que en el diálogo en tercetos en que Cervantes hace más adelante intervenir a Lauso, se hallan versos que parecen tomados de aquél, por ejemplo:


Del bien perdido al cabo qué nos queda?



se lee en La Araucana; y en la novela:


¿Cuándo suele cobrarse el bien perdido?



Y a su tenor varios otros que sería fatigoso recordar y que dejan la impresión de cuan empapado se hallaba el Príncipe de los ingenios españoles en la lectura del poema ercillano, de que dio muestra aún en el Quijote, al citar allí de memoria estos dos versos que se hallan en el canto I:


Pues no es el vencedor más estimado
de aquello en que el vencido es reputado.1192



Baste con este cotejo y trasunto que hemos hecho en el supuesto de que en Galatea figuren algunos de los amigos de Cervantes con los disfrazados nombres de pastores. «Así sea, si esto satisface a la crítica sentimental. Pero don Quijote no lo debió creer así, cuando un día dijo: "¿Piensas tú que las Amarilis, las Filis, las Silvias,   —352→   las Dianas, las Galateas, las Fílidas y otras tales de que los libros... están llenos, fueron verdaderamente de carne y hueso, y de aquellos que las celebran y las celebraron? No por cierto, sino que las más se las fingen por dar sujeto a sus versos". Esta reivindicación de la fantasía pura vale también para los que quieren ver disfrazados de pastores en la Galatea a muchos de los poetas contemporáneos»1193.