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171

Por lo que queda dicho, creemos que no puede caber duda en que Ercilla no acompañó a don García en su viaje desde la Imperial hasta Villarrica. Que allí se le reuniera, se deduce de lo que en una de sus informaciones de servicios expresa Avendaño y Velasco, a quien acompañaba Ercilla, según queda dicho: «llegado a Villarrica, el dicho vuestro Gobernador me mandó que viniese a la ciudad de la Concepción». Colección de documentos inéditos, t. X, p. 392. Y así lo dijo expresamente Ercilla contestando a la pregunta 12 de otro interrogatorio del mismo Avendaño»: «...sabe e vio, que llegado el dicho don Miguel a la Villa Rica, el dicho Gobernador le mandó, etc.» (Documentos, p. 39).

Confírmase aún este hecho con la respuesta del mismo Ercilla a la pregunta 11 del interrogatorio de Irarrázabal (Documentos, p. 30): «...después de dejar pacífica la dicha ciudad e comarca, volví donde estaba vuestro Gobernador en la ciudad de Valdivia...» Y Ercilla, sin pronunciarse sobre el lugar en que se le había reunido, dando con ello a entender que no era ése, se limita a decir: «después de vuelto donde estaba el dicho Gobernador».

Por lo demás, el hecho de que Ercilla comience la relación de su jornada desde el «límite hasta allí constituido», «lo postrero hasta entonces visto», según dijo en otra parte del poema, basta a nuestro propósito.

 

172

El único antecedente que tenemos para indicar esta cifra es el aserto de Góngora Marmolejo: «con doscientos hombres que llevaba y se le habían juntado». Historiadores de Chile, t. II, p. 84. Ni en las cartas de los Cabildos de las ciudades del Sur, en las que se halla mencionado el viaje, ni en las de Hurtado de Mendoza, ni en su interrogatorio de servicios se encuentra el menor indicio al respecto. Nada tampoco, -y no es de extrañarlo, puesto que no se les preguntaba,- en las respuestas de los testigos que presentó. Lo único que de ellas puede sacarse es que entre los expedicionarios fueron los siguientes: Rodrigo Bravo, Andrés de Morales, Diego de Santillán, Francisco Manríquez, Quirós de Ávila, Bernardino Ramírez, Esteban de Rojas y don Luis de Toledo. A estos nombres pueden añadirse los del Licenciado Alonso Ortiz, Juan de Bilbao y Juan Galiano, que fueron los que, según Rosales, (Historia de Chile, t. II, p. 79), obtuvieron allí las «primeras varas de justicia» cuando don García fundó a Osorno a su regreso del viaje al archipiélago. Córdoba y Figueroa (Historia, p. 109) enumera también entre los fundadores de la ciudad, fuera de algunos que quedan indicados, a Luis García, Diego de Rojas, Gaspar Verdugo, Pedro Muñoz de Alderete, Juan Reinoso, Baltasar Verdugo, Juan de Inostrosa, Alonso Ortiz de Zúñiga, Juan Godoy y Rodrigo de los Reyes. Anda hasta ahora perdida la carta que el Cabildo de esa ciudad escribió al Rey luego de su fundación, de que se tiene noticia por la de 1.º de febrero de 1560 (Documentos inéditos, t. XXVIII, p. 354) que nos habría sido muy útil para conocer los nombres de otros de los expedicionarios, pues allí se radicaron no menos de sesenta de ellos.

Podemos añadir todavía a Juan de Figueroa, miembro del Cabildo en ese mismo año de 1560.

Por supuesto que a esa lista hay que agregar a Hurtado de Mendoza, al Licenciado Julián Gutiérrez Altamirano, a don Francisco de Irarrázabal (Documentos, p. 30) y al mismo Ercilla, y casi seguramente a Diego Ortiz, Diego de Rojas, Nieto de Gaete, Francisco de Santisteban, Mateo de Castañeda, Juan Matarosal, Juan de Espinosa y Rueda, y el escribano Francisco de Tapia, que son los capitulares que firman la citada carta de 1.º de febrero de 1560. Francisco Cortés Ojea, que también la suscribe, no había llegado aún de su viaje al Estrecho. Gaspar de Robles (Docts. inéditos, XVI, 30); Juan López de Porras (carta suya, inédita, 31 dic. 1574), en la que dice: «...Y don García fue cerca de aquella tierra primero; yo fuí con él, y llegó don García a una tierra que se llama Ancud, y don García dirá a V. M. más largo desta jornada lo qué pasó de trabajos en ella»; Julián Carrillo (Documentos inéditos, XV, p. 479); a Rodrigo Ortiz Gatica (Id., id., pregunta 7); Juan Bautista Pastene (XVIII, p. 437, pregunta 10); Guillamas de Mendoza y Gabriel Gutiérrez (XXIII, p. 363); Martín Ruiz de Gamboa (XIX, p. 245); Gaspar de Villarroel y Gómez de Lagos (XVII, p.85).

Véase en Thayer Ojeda, Las antiguas ciudades de Chile, pp. 146-147, los nombres de otros probables primeros fundadores de aquella ciudad.

 

173

Para la redacción de este párrafo nos valemos de La Araucana. Por lo que toca a la gente que se había reunido en Valdivia, se lee en ella (561-1-3 a 5):


Y de las más ciudades convocadas
Iban gentes en número acudiendo
Pláticas en conquistas y jornadas.



En cuanto al temperamento que tomaron los indios:


Huyen del nuevo y fiero son temido
cual medrosas ovejas descarriadas
del ahullido del lobo amedrentadas...
corrieron al efeto, retirados
los muebles, vituallas y ganado,



 

174

He aquí lo que al respecto se lee en el poema:


.... El sol hacia el poniente
al mundo cuatro vueltas había dado...



cuando vieron, según el poeta, aparecer a los indios. ¿Tuvo lugar el encuentro, entonces, en la tarde del cuarto día, o el hecho se verificó en el quinto? Parece que puede suponerse más bien lo primero.

 

175

Como el encuentro con los indios tuvo lugar, cuando más temprano, al oscurecer del cuarto día de viaje, debemos entender que con las dos jornadas de que se habla, se enteraron seis de la jornada.

 

176

«Caminó por aquellos montes mal camino de tremedales, que se mancaban los caballos de el mucho atollar entre las raíces de los árboles». Góngora Marmolejo, p. 84. «Y estaban tan enredadas las raíces de los árboles unas con otras, que se mancaban los caballos, y aun algunos de ellos dejaban los vasos encajados en los lazos de las raíces, perdiéndose de esta manera muchos de ellos». Mariño de Lobera, p. 229. Y así pudo decir el poeta (572-4-3, 4:)


Los caballos sin ánimo caídos,
destroncados los pies, rotos los brazos...



Según declaración de Bernardino Ramírez, uno de los que figuraron en esa expedición, las tres jornadas últimas fueron las peores de todo el viaje:... «el dicho don García, como los demás soldados, anduvo algunas jornadas a pie, por causa de ser tierra de montes y que él no había andado, y que se iban abriendo por muchas partes los caminos, y especialmente trabajó tres jornadas, las postreras, que no se halló ninguno...» Documentos inéditos, t. XXVII, p. 163.

Véase lo que a tal respecto cuenta el P. Acosta (Historia de las Indias, I, p. 258, ed. cit.:) «Para andar algunos caminos de Indias, mayormente en entradas de nuevo, ha sido y es necesario hacer camino a puro cortar con hachas árboles, y rozar matorrales, que como nos escriben padres que lo han probado, acaece en seis días caminar una legua y no más».

 

177

Seguimos en esto la opinión de D. Francisco Vidal Gormaz (Revista de Santiago, 1872, Ercilla y el descubrimiento de Chiloé, p. 539-545) que con La Araucana en la mano recorrió aquellos parajes en 1871. Dudaba, sí, aquel distinguidísimo geógrafo si los expedicionarios avistaron el seno de Reloncaví desde el punto que indicamos o desde el sitio en que está hoy Puerto Montt. Por la relación de lo que en seguida dice Ercilla, que luego se verá, optamos por lo primero.

En cuanto a que el hecho se verificara desde Maullín o Carelmapu, como sostenía don Francisco Solano Astaburuaga (Diccionario geográfico, en Chacao y 1Maullín) es concluyente, desde luego, una observación muy exacta que hace Vidal Gormaz: que desde el último de aquellos sitios no se ve lago ni montaña a que pueda referirse la descripción de Ercilla; ni mucho menos desde las riberas del Maullín, donde no es posible siquiera sospechar la existencia de lago alguno.

El error de Astaburuaga ha provenido de haber seguido a los cronistas antiguos, que, como lo veremos, confundieron, evidentemente, el viaje de ida con el de vuelta de la expedición exploradora.

Disentimos de lo que Vidal Gormaz creía en cuanto a que el monte a cuyo pie se extendía la gran ribera, según la relación de Ercilla, pueda referirse al volcán Yate. Éste se halla del lado oriental del seno de Reloncaví, y los expedicionarios bajaron a esa «ribera» por la ladera del mismo monte.

En cuanto al derrotero que siguió la expedición, nos apartamos en absoluto de las relaciones que sobre él dan Góngora Marmolejo, Mariño de Lobera y Suárez de Figueroa. Todos ellos suponen que llegaron a la costa del mar, después de haber pasado el río Puraílla. Basta la lectura de La Araucana para ver que nunca se pasó tal río en el viaje de ida, ni menos hace mención en ella del soldado que dicen haberse ahogado al vadearlo, circunstancia que, de seguro, no hubiera omitido Ercilla.

Por otra parte, la fecha que señalan los dos últimos de esos cronistas para la llegada a orillas de aquel río, está en todo reñida con la de Ercilla en que marca la última etapa de los exploradores. Pronto tendremos ocasión de volver sobre este punto.

Finalmente, la descripción dejos sitios que recorrieron Ercilla y sus compañeros sólo puede amoldarse a las regiones de la cordillera, grandemente accidentadas, con valles hondos, ásperos montes y peñascos escarpados. En el viaje de regreso nada de esto se les presentó. A mayor abundamiento, los testigos de la información de servicios de Hurtado de Mendoza, hablan de las «muchas nieves que había en la cordillera»; como «tierra fragosa e de ciénagas» la pinta alguno. Bernardino Ramírez, hablando del camino seguido entonces (página 171 del citado t. XXVII) observa, como decíamos, que la parte peor fue la que anduvieron los tres últimos días antes de llegar a Reloncaví.

Los once días que señalamos para la duración del viaje resultan de la relación de Ercilla y concuerdan con lo que Hurtado de Mendoza, en la carta de 20 de abril de 1558 (Documentos inéditos, t. XXVIII, p.15) dice: «fuí por desde la ciudad de Valdivia, hasta cuyos términos han llegado españoles, a descubrir la tierra que dicen de los Coronados, anduve por ella adentro once o doce jornadas».

Por si estuviéramos equivocados al sumar la cuenta de los once días que atribuimos a la que da Ercilla, invitamos al lector a que nos acompañe a sacarla siguiendo los dictados La Araucana. Dice el poeta:


Dimos principio a la primer jornada,
caminamos sin rastro algunos días.



Precisa luego cuantas fueron éstas, pues agrega:


... el sol hacia el poniente
al mundo cuatro vueltas había dado.



Van, por consiguiente, cuatro días.


Pusimos en efeto la partida
Siguiéndonos los indios dos jornadas.



Debemos entender días, nos parece. Y van seis. Hasta allí los acompañaron los indios, que,


Dando vuelta después por otra senda
dejándonos el indio en encomienda.



Esto es, el guía que les habían dado. Siguen con él, y en su compañía


Pasamos tres jornadas, las primeras;
pero a la cuarta, al tramontar del día,
se nos huyó la mentirosa guia.



Entendemos que estas cuatro jornadas se refieren al tiempo que tuvieron al indio a su servicio, y que con las tres primeras alude el poeta a los días que les sirvió la compañía de aquel. Se enteran, por tanto, cuatro días más, que añadidos a los seis que llevábamos, nos dan diez. Continúa:


Siete dias perdidos anduvimos...
al fin una mañana descubrimos
de Ancud el espacioso y fértil raso.



¿Estos siete días deben contarse como los que siguieron a la partida del guía?

A primera vista así pudiera creerse; pero, en nuestro sentir, se refieren a los que se vieron privados del guía, o sea, los que sucedieron a los cuatro primeros, que fue el momento en que aquél se huyó y se encontraron perdidos, -para valerse de la expresión del poeta. Aquellas dos jornadas que hicieron seguidos de los indios que encontraron, y las otras cuatro en que tuvieron la compañía del que se separó de aquellos, son detalles de lo que ocurrió en ese tiempo, resumiéndolos todos ellos al final en los dichos siete días, que vienen a formar el total de los que anduvieron sin guía. Si todos esos días debieran de irse sumando, nos darían un total de diecisiete, número que estaría reñido con el dato que da Hurtado de Mendoza y que harta imposible conciliar el tiempo trascurrido entre la llegada de aquél a la Imperial y su partida de las orillas del lago de Llanquihue.

Avistaron, por lo dicho, las aguas de Reloncaví al duodécimo día después de su partida del término de Chile conocido, esto es, el 25 de febrero, según luego lo veremos. ¿Estamos equivocados? El lector lo dirá.

 

178

Dada la distancia que había recorrido la columna expedicionaria y el que el poeta mencione una isla principal, nos induce a pensar en que esa debió de ser la de Puluqui, que es la más grande de las del grupo que está frente a Calbuco. De aquí también por qué suponemos que la primera vista del seno de Reloncaví la tuvieron los españoles más al sur del actual Puerto Montt.

 

179

Posiblemente las de Quenu y Chidguapi.

 

180

Nos inclinamos a pensar así, tanto porque sólo entonces pudieron «hallar que por remate y fin postrero» desaguaba el golfo en el mar, como porque, como piensa Vidal Gormaz, el lugar de la isla de Chiloé a que Ercilla pasó en seguida no pudo ser otro que la punta de Pugueñún o sus inmediaciones; que se hallan frente a aquel sitio.