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Claustro del Convento de Uclés

Claustro del Convento de Uclés

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Es de suponer que, después de esto, Ercilla regresase en seguida a su casa, donde en efecto le vemos de nuevo en fines de enero de 1578375, y, días después, ocupado en arreglar en ella una escalera interior de servicio y en la parte delantera cubrir un pedazo de la plazuela fronteriza para que le sirviese de cochera376.

Al par que de tales arreglos caseros se ocupaba, Ercilla comenzó por esos días a dar los primeros pasos para preparar la publicación de la Segunda Parte de La Araucana, cuyos borradores tenía desde hacía tanto tiempo guardados. De la Primera, después de reimpresa en 1574 en Salamanca, se había hecho una tercera edición en Amberes; no sabríamos decir si con su anuencia o no, y una cuarta acababa de sacar en Zaragoza, lo que estaba demostrando bien a las claras el éxito que alcanzaba su obra. El tiempo de diez años del privilegio para disfrutar de su venta que se le concedió en diciembre de 1568 estaba por enterarse y urgía, bajo todos conceptos, no demorar ya más la impresión de la Segunda Parte del poema. A ese efecto, en 4 de marzo de 1578 obtuvo un nuevo privilegio para ambas en Castilla, y en junio otro para Aragón; trató otra vez la impresión con Pierres Cosin y en ese mismo año salía a luz la edición de las dos Partes, en un tamaño análogo al de la Primera de 1569, precedida, además de la aprobación de Juan Gómez, de la de un amigo del poeta, llamado el Licenciado Suárez de Luján, letrado que gozaba de bastante reputación en Madrid; de las mismas piezas laudatorias que figuraban en la Primera y de dos sonetos sumamente interesantes, no por su mérito literario, sino por ser obra de don García Hurtado de Mendoza y de su hermano natural don Felipe. Este, que había sido su compañero de armas en la campaña de Arauco, le recordaba en sus versos aquel «felice tiempo» y certificaba que por sus propios ojos le había visto allí, guiado de la mano de Marte é inspirado por Apolo, ganando, así, dobles laureles, «a pesar de la invidia y de fortuna».

Don García, bajo cuyas órdenes había militado, llevaba su aplauso aún más lejos, llamándole «divino» y dando fe que la mano sutil y las flores con que adornaba su relato no empañaban en un ápice la verdad, que él, Ercilla, había siempre amado; testimonio valiosísimo, que admitió en justo desquite del proceder acelerado que en un momento de ira y arrebato adoptó para con el poeta y que constituía la más completa justificación de su conducta como soldado y como historiador. Ahí quedó ese testimonio; pero, una vez producido, no quiso Ercilla que se volviese a repetir. ¡Qué palinodia más elocuente, ni qué desquite más merecido!

Cual lo había hecho con la Primera, Ercilla dedicó esa Segunda Parte a Felipe II, «como a fin donde todos los míos van enderezados», le decía, a la vez que aseguraba al lector que continuaba la historia de la lucha de los españoles con los araucanos «no con poca dificultad y pesadumbre» y sólo en virtud de la promesa que tenía hecha377, y que dejaba mucho y aun lo más principal «para el que quisiese tomar el   —139→   trabajo de hacerlo», dando así a entender que con eso quedaría terminada su tarea, designio que, afortunadamente, no había de cumplirse.

El éxito alcanzado con la publicación de esa Segunda Parte fue aún más considerable que el de la Primera, tanto, que habiendo visto la luz pública en agosto de 1578, antes de terminarse el año aparecía en Zaragoza una reimpresión de aquella, y en Madrid hubo que repetir la edición de ambas, esta vez en condiciones tipográficas mucho más lujosas, aunque siempre por el taller del mismo impresor, suprimidas las piezas laudatorias anteriormente incorporadas; pero, en cambio dando cabida a un elogioso soneto al poeta, obra del Duque de Medinaceli. Iba también precedida de un privilegio para la venta de la obra en las Indias, mercado en que no había pensado Ercilla hasta entonces y que estaba lejos de ser despreciable378.

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