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M. DE LA PUENTE OLER, Los trabajos geográficos de la Casa de Contratación, Sevilla. 1900.

 

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Es interesante conocer las colosales proporciones que asumían los aparatos astronómicos de los árabes. En el observatorio de El Cairo el círculo meridiano medía diez codos de diámetro; en el de Samarkanda había un cuadrante circular tan alto como la iglesia de Santa Sofía de Constantinopla; modernamente se ha encontrado este aparato, en el cual cada grado mide cerca de 70 cm (BIGOURDAN.)

 

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ZÖPPRITZ, en sus Leifaden der Kartenentwurfslehre, p. 143, dice: «Si Mercator encontró la proyección por camino aritmético, analítico o geométrico constructivo, no está averiguado; publicó su Weltkarte en 1569 sin indicación ninguna de cómo encontró las distancias en los paralelos. Sólo 25 años más tarde dio a conocer el inglés Eduardo Wright en su libro The art of Navigation y después en Certain errors in navigation detected and corrected, London, 1599, el método aproximado de formar las distancias entre los paralelos como producto de la longitud de un grado de ecuador y la suma de las secantes de las latitudes en intervalos de 1 minuto.

Wright fue considerado por esto como el descubridor de la ley, aunque él se refiere a Mercator.

La expresión analítica exacta de la distancia entre paralelos en función de la latitud fue dada en 1645 por el inglés Henry Bond.

Para mayores esclarecimientos, consúltese la obra: BREUSING, Das Verebnen der Kugeloberfläche. Leipzig, 1892, pág. 39, donde hay abundantes noticias históricas.

 

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Dice así Venegas: «Para todo lo sobredicho es de notar que las cartas de marear todas son falsamente descritas, no por ignorancia, sino para darse a entender a los marineros; los cuales no pueden navegar sin rumbo, que son los vientos señalados por las líneas derechas que están en las cartas. A do quiera que estos rumbos concurren, es señal que allí está la aguja de marear. Estos rumbos no se pueden señalar sino en carta plana. Y por eso, cuando decimos que responden diecisiete leguas y media por grado, entiéndese por la equinoccial o su equivalente, que fuera de allí irá disminuyendo, así como van disminuyendo las rebanadas de melón...»

Sin duda, se refieren Venegas y Santa Cruz a los vientos señalados en los portulanos, con sus características redes de rectas irradiantes desde sendas rosas de los vientos; líneas cuya utilidad resultaba mínima para la navegación de altura, por no corresponder a los rumbos efectivos por causa de la alteración de ángulos que producen las cartas planas. Evitar esta disconformidad mediante el adecuado espaciamiento de los paralelos era la solución, que no alcanzaron, del problema planteado.

 

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Otro cosmógrafo que suele citarse con motivo de la invención de las cartas esféricas es García de Céspedes; pero el problema de que se ocupa es el mismo que el de Santa Cruz: la medida de distancias sobre cada paralelo, y lo hace con una serie de escalas graduadas, según sea la latitud.

Su obra, publicada en 1606, es posterior a la carta de Mercator de 1569, de la cual no revela conocimiento. Signo es éste de la decadencia en la Náutica española, que ya asoma a fines de siglo XVI.

 

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La fórmula para el elipsoide es más complicada, y figura en los tratados de Geodesia.

 

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He aquí la nómina de matemáticos españoles que enseñaron con éxito en París: Pedro Ciruelo y Juan Martínez Guijarro (Siliceo), que profesan desde 1500, y poco después Gaspar Lax, Miguel Francés y el portugués Álvaro Tomás. (V. nuestra monografía: Los matemáticos españoles del siglo XVI. Madrid, 1926.)

 

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De carácter técnico, igualmente orientado hacia las necesidades de la Náutica, habría sido el Colegio Imperial para niños que don Fernando Colón estaba organizando en grandioso edificio construido a sus expensas, con licencia del emperador, cuando lo sorprendió la muerte en 1539, después de consumir todas sus rentas en la biblioteca llamada coloniana, formada con más de 17.000 obras, según afirman biógrafos.

 

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«Considerando, amado Lector, la gran falta que en estos Reynos de España ay de la sciencia Mathematica, por ser ella tan necessaria, alos sabios verdaderos, me he atreuido de escriuir esta obra;... Assi que por ser cosa nueua lo que trato, y jamás vista, ni declarada, y podrá ser, que ni aun entendida, ni imprimida en España, me he atreuido a tratarla, escriuirla en lengua tan por entero repugnante a la mía.» (Álgebra de Marco Aurel.)

 

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«Los españoles no podían interesarse en el estudio florístico, no sólo porque las operaciones militares les impedían distraerse en cosas que no fueran las de afianzar su dominio, sino por incapacidad absoluta para la dedicación científica, y esto como resultado de la época y de la herencia ancestral adquirida a través de los siglos que duró esa noche que la historia conoce con el nombre de Edad Media.»