Atended, si es posible,
pensamientos; |
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que os he de consultar en cierta
duda |
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que propone el honor: estadme
atentos. |
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Un hombre traje aquí, que
con mi ayuda |
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se libró del rigor de la
justicia; |
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ya le diréis que agradecido
acuda. |
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Mas es tan mal mandada la
malicia, |
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que aunque se lo digáis, en
sus acciones |
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veréis que no ha llegado a
su noticia. |
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Traje aquí un hombre, en fin
(las confusiones |
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empiezan ya); dos hombres he
encontrado, |
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que ambos dicen que son de
obligaciones. |
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Siéntome entre estos dos tan
injuriado, |
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que la culpa que en ambos
considero, |
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ya la junto en los dos, ciego y
turbado, |
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mis hijas, pues (¡honrado
desespero. |
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callar quiero la afrenta con quien
lucho, |
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más valeroso cuando
más severo), |
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buscaban a don Diego; yo lo
escucho, |
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digo que lo escuché; mas que
un agravio |
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suene aun ahora, si se oyó,
no es mucho. |
110 |
Claro está que ha de darme
el desagravio |
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la muerte, si don Diego ha de
ofenderme; |
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mas el pensar el modo, intento es
sabio. |
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Vuelvo otra vez ahora a no
entenderme; |
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si don Luis entró
aquí por agraviarme, |
115 |
verdad de que es preciso
resolverme; |
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si don Diego no entró por
injuriarme, |
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pues es cierto que entró por
orden mía, |
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verdad de que es preciso
asegurarme; |
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si no miente en decir que le
seguía |
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la justicia, pues hallo que el
Teniente |
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confirma los temores que él
decía; |
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¿cómo en don Diego
culpa se consiente? |
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Mas ¿cómo no ha de
estar también culpado, |
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si le busca Beatriz
secretamente? |
125 |
Dígalo ya sin freno mi
cuidado, |
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rompa la voz el inmortal
desvelo, |
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que pasará por tibio si es
callado. |
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Mi sangre es hoy el esplendor del
suelo. |
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A Beatriz y Leonor, mis hijas
caras |
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(que juzgan a la fama tardo el
vuelo), |
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agravian mis sospechas.
¡Penas raras! |
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Destruyan presunciones tan
prolijas |
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en acusar, y en disculpar
avaras, |
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en el honor permaneciendo
fijas. |
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Mas con pasión discurro, y
yo voy ciego; |
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que aunque las ven mujeres, son mis
hijas. |
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Guardado está don Luis; pero
en don Diego |
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buena ocasión tendré
para venganza, |
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que menos humo dé de oculto
fuego. |
140 |
Lo que un cuerdo temor agora
alcanza, |
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es que don Diego, pues buscado ha
sido |
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de Beatriz, la dedica su
esperanza; |
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que no vive su intento
desvalido; |
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que no ha logrado la ocasión
de hablalle |
145 |
Beatriz, y es el amor poco
sufrido; |
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que ha de volver después a
visitalle; |
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y si don Luis a responderla
viene, |
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conocerá que allí no
hay que buscalle; |
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que el cuarto de mis hijas puerta
tiene |
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al jardín, y yo mismo el que
le he dado |
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aquí a don Diego, y por
prisión previene. |
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Temo que pueden verle, estoy
turbado; |
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que amor, que comunica
corazones, |
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dirá que en este cuarto
está encerrado. |
155 |
Bien es adelantar las
prevenciones |
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a los peligros. Pero, honor,
¿qué es esto? |
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¿Ya os volvéis a
villanas presunciones? |
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¿A trato os persuadís
menos honesto? |
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Mas ¿qué importa
tenerlo yo conmigo? |
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¡Ojalá me
engañase el presupuesto! |
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Yo me bajo al jardín, que
hay enemigo |
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dentro de casa, y el recelo es
justo. |
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¡Oh si bajase solo a ser
testigo |
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de algún vano temor, ya que
no injusto! |
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