AMPARO.- ¡Por Dios, no diga usted eso!
|
CARMEN.- ¡No, eso no!... (Se
acercan las dos, cariñosas.)
|
AMPARO.- Ya lo sabe usted que todos la queremos
mucho. ¿No es usted mi tía?
|
CARMEN.- Eso es.
|
LEOCADIA.- Un parentesco tan lejano..., tan
lejano.... con tu padre.... no digo...; con tu madre, ninguno.
(A AMPARO.)
|
AMPARO.- ¡Y qué importa! A las
personas se las quiere porque se las quiere. Yo no tengo parentesco
con... (Se detiene avergonzada.)
|
LEOCADIA.- ¿Con quién?
|
AMPARO.- Con nadie; iba a decir una
tontería.
|
CARMEN.- (Con malicia.)
Pues yo sé lo que ibas a decir.
|
AMPARO.- ¡No lo sabes, no lo sabes!
|
CARMEN.- Ibas a decir: «Yo no tengo
parentesco con Ricardo, y le quiero con toda mi alma.»
|
AMPARO.- ¿Quieres callarte? ¡A ver,
charlatana!
|
CARMEN.- Pero acércate... Di la
verdad..., la verdad... ¿Acerté?
|
AMPARO.- No acertaste; no señora; no
acertaste..., maliciosa.
|
CARMEN.- ¡Que sí..., que
sí!...
|
AMPARO.- ¡Que no..., que no!...
|
CARMEN.- Púes ¿por qué
té has puesto encarnada?
|
AMPARO.- Yo no estoy encarnada.
|
CARMEN.- Mírela usted, doña
Leocadia. ¡A ver si no tiene la cara como una rosa!
|
AMPARO.- Más encarnada estás
tú.
|
CARMEN.- Que lo diga doña Leocadia.
|
AMPARO.- Ríñala, doña
Leocadia.
|
CARMEN.- Pero si pensabas en él...
|
AMPARO.- Que te calles.... que te calles.
|
CARMEN.- Quiero decirlo...
|
AMPARO.- ¡Pues te tapo la boca!
(Se abrazan, jugando y riendo.)
|
CARMEN.- (A LEOCADIA.) Me ha dicho
al oído Amparo que la quiere a usted mucho.... y que quiere
mucho a Lola.... a su hija de usted.
|
LEOCADIA.- ¡Si no la conoce, cómo
ha de quererla!
|
AMPARO.- Pues la quiero... Ahí tiene
usted. Qué remedio; la quiero. Dicen que es muy buena.
|
LEOCADIA.- Mucho.
|
AMPARO.- Y muy linda.
|
LEOCADIA.- Más linda.... sí, muy
linda. ¡Pobre Lola!
|
AMPARO.- ¡Pobrecilla!... Quiere ser
monja..., ¿Sabes tú? (A CARMEN.)
¡Qué idea! ¡No.... Jesús!
¡Qué cosas digo! ¡Una idea muy santa!...
Claro..., es mejor que nosotras. ¡Pero es una
lástima!
|
LEOCADIA.- ¡Una lástima!
|
AMPARO.- Para usted sobre todo. ¡Ah!, es
una pena muy grande para usted. No verla nunca: ya ni besos, ni
abrazos, ni cuidados, ni alegrías. Usted aquí, con
todos nosotros sintiendo la vida; la pobre niña allá,
en una celda, solita, rezando como si cada hora fuese la hora de la
muerte. Para ella es una cosa muy santa; para usted, una cosa muy
triste.
|
LEOCADIA.- Es verdad.
(Llorando.)
|
AMPARO.- ¡Ay pobre tiíta!
¡Qué cosas digo! ¡Qué imprudente soy!
Hablo y hablo sin pensar. ¡Perdóneme usted!
(Acercándose cariñosa para
consolarla.)
|
LEOCADIA.- Déjame. (Con
desabrimiento. Se va hacia el fondo.)
|
AMPARO.- ¡Pero ves tú, Carmen,
qué inconsiderada soy y qué torpe!
|
CARMEN.- Pero no lo has hecho con mala
intención...
|
AMPARO.- Eso, no. Claro está. Me daba
lástima de Leocadia y me da lástima de Lola..., pero
ha sido una crueldad.
|
CARMEN.- ¿Y es cierto que no conoces a
Lola?
|
AMPARO.- No la conozco. Verás.
(Como preparándose a contar algo. La lleva a
un sofá y se sientan juntas. En el fondo, mirando al
jardín y a veces a las jóvenes, LEOCADIA.) Yo
tenía doce años, ¡ya ves si hace tiempo!,
cuando papá tuvo que ir a Chile para unos asuntos de mucho
interés, ¡cosas de dinero!, ¿sabes?
|
CARMEN.- Sí..., como en casa: cuando
dicen cosas de interés, son cosas de dinero.
|
AMPARO.- Bueno. pues papá quería
llevarnos consigo a mamá y a mí; pero no pudo ser,
porque el abuelito estaba muy malo, muy malo y mamá no
podía abandonarlo. De modo que nos fuimos papá y
yo.
|
CARMEN.- ¡Cómo lo sentiría
tu madre!
|
AMPARO.- Mucho, hija, mucho. Todas las cartas
que me escribía estaban llenas de redondeles arrugaditos,
como si hubiesen caído gotas de lágrimas.
|
CARMEN.- Yo los hubiera besado.
|
AMPARO.- Y yo también los besé.
¡Pues no faltaba más!
|
CARMEN.- Y hubiera guardado las cartas.
|
AMPARO.- Guardaditas las tengo.
|
CARMEN.- Sigue.
|
AMPARO.- Oye. Que el abuelito se pone mejor, que
casi se pone bueno, que vuelve a recaer, que vuelve a mejorar.
Vamos, te digo que la vida de los viejos parece que va por la
cuerda floja: «que me caigo, que no me caigo». Al fin,
¡pobre abuelito!, se murió. Y entonces mamá
pensó venir con nosotros, pero también cayó
enferma, muy enferma; luego mejoró, ¡pero qué
convalecencia tan larga! Y con unas cosas y otras, habían
pasado cinco años. Mira: yo digo que las personas que se
quieren no deben separarse, porque como se separen, ¡Dios
sabe cuándo se juntarán!
|
CARMEN.- Dices bien. Ya lo creo. Siempre
juntitos.
|
AMPARO.- ¡Qué días
pasé desde que supe que mamá estaba enferma, y eso
que el pobre Ricardo nos escribía todos los correos!
¡Ah! Ricardo no se separó un momento de mamá.
(LEOCADIA se
ha ido acercando algo y ríe fuerte al oír las
últimas frases. Volviéndose.)
¿Qué es esto? ¿Es que llora?
|
CARMEN.- Puede ser.
|
AMPARO.- No llore usted, tiíta.
(Acercándose.)
|
LEOCADIA.-
(Rechazándola.) No lloro, no;
me toca reír. Sigue.... sigue contando tu historia. Te digo
que me dejes.
|
AMPARO.- Bueno. Bien está.
(Aparte, a CARMEN.) No me quiere.
Yo no sé por qué, pero no me quiere.
|
CARMEN.- (Aparte, a AMPARO.) No digas eso,
mujer.
|
AMPARO.- (Aparte, a CARMEN.) Pues yo no le
hice nada malo. (Se queda triste y
pensativa.)
|
CARMEN.- ¿No acabas tu historia?
|
AMPARO.- ¡Ah!... Sí. Al fin,
mamá se puso buena y vino con nosotros, Yo había
estado más de seis años separada de mamá.
Así es que al principio me sentía muy alegre....
sí; pero, vamos, no tenía confianza... ¡Ni me
atrevía a desobedecerla!
(Riendo.)
|
CARMEN.- ¡Pero hoy ya la
desobedecerás con toda franqueza!
(Riendo.)
|
AMPARO.- ¡Tampoco, porque la quiero
muchísimo! ¡Y es tan buena, tan buena! ¡Un
ángel! ¡Cuando la miro me parece que veo dos alas
blancas por encima de sus hombros! ¡Y tan hermosa! ¡Y
tan joven! ¡Parecemos hermanas! ¡Preciosa, divina, mi
madre de mi alma! (Algo
conmovida.)
|
CARMEN.-
(Abrazándola.) Así....
así...
|
AMPARO.- Déjame acabar. Al fin, vinimos a
Europa, y en París pasamos un año. Allá
fué también Ricardo y allí le
conocí...
|
CARMEN.- Y allí os enamorasteis.
(En voz baja.) Y allí se
concertó el matrimonio. Eso ya lo sé.
|
AMPARO.- ¡Cállate....
cállate, Carmencita! De eso no se habla. Sí...
sí...; nos enamoramos..., nos casaremos..., chitón.
No se, habla, no se habla de esas cosas. Nos casaremos en seguida.
Silencio, silencio, niña curiosa. Tú no puedes hablar
de esas cosas, que eres una niña soltera.... y yo
tampoco.... otra niña soltera. Conque juicio y formalidad y
gravedad. (Se ríen y se abrazan y se
besan.) ¡Ah! (Habla con
ligereza.) Pues mientras mamá estuvo enferma
vinieron a cuidarla doña Leocadia y su hija...
¡Toma!..., como que yo vi cartas en que doña Leocadia
le manifestaba a papá... así como que tenía
esperanzas de que Ricardo se casase con Lola.
(Pausa.) ¡Ah!...
¡Calla!... ¡Nunca había pensado en esto!
¿Crees tú que Ricardo...? ¡Dios mío!...
¡Si Ricardo se enamoró de Lola ya no le quiero.... y
me moriré..., me moriré!... (A
CARMEN, con pasión
y en voz baja.)
|
CARMEN.- ¡Qué disparate!
|
AMPARO.- ¡Hay que pensar.... hay que
pensar en esto!... ¡Yo soy muy desconfiada..., muy
recelosa!... ¡Yo soy así!... ¡Dios
mío!... ¡Dios mío!... ¡Esta idea!...
Cuando tengo una idea mala, de duda o de desengaño..., me
parece que se me ha deslizado aquí dentro
(Oprimiéndose la cabeza.) un
reptil y que me muerde... ¡Que me vuelvo loca Carmencita, me
vuelvo loca! (Se pasea. La observa desde lejos
LEOCADIA.)
|
CARMEN.- ¡Sí que eres loca,
sí!... ¡Ave María Purísima, qué
chiquilla!
|
AMPARO.- ¡Sí.... es un desatino!
¡Pero no puedo.... no puedo!
(Acercándose a CARMEN, y al
oído.) Oye, tú....
¿serán celos? ¡Celos! ¡Yo, celosa, y de
mi Ricardo! ¡Jesús, que locura!...
(Rompe a carcajadas.)
|
LEOCADIA.- (Desde
lejos.) ¿Qué tiene esa
muñeca?
|
CARMEN.- ¡Gracias a Dios que te
conoces!... ¡Sí, loca.... loca..., reteloca!...
(Las dos ríen y bromean.)
|
LEOCADIA.- (Mirando
afuera.) Ya vienen, Carmencita.
|
CARMEN.- ¿Mis padres?
|
LEOCADIA.- Sí. Y también don
Braulio.
|
AMPARO.- ¡Don Braulio!...
¡Qué horror!... ¡Vámonos....
vámonos!...
|
CARMEN.- ¡Pero Amparito!...
|
AMPARO.- Que no me quedo. ¡Buena estoy yo
para oírle! ¡El hombre de las vacilaciones, de las
eternas dudas! ¡Me pone fuera de mí, me desata los
nervios ese hombre! ¡Muy buen señor, no lo niego; pero
irresistible, hija, irresistible! Nunca se sabe lo que piensa ni lo
que opina: «El tiempo no es malo, pero tampoco es
bueno.» (Imitándole con
burla.) «Eso, tiene sus ventaja, pero no deja
de tener sus inconvenientes.» «Ayer estuve a punto de
caerme hacia la derecha, pero luego me caí hacia la
izquierda.» Vente conmigo, Carmencita; no le sufro. A
mí, la vacilación, la duda, me matan; quiero saber
cómo son las cosas. ¿Buenas?.... pues buenas.
¿Malas?.... pues malas. ¿Debo querer?.... quiero.
¿No debo querer?..., no quiero, y se acabó. Don
Braulio, ¿es usted necio, es usted tonto? No lo sé;
¡pero es usted intolerable! Vamos, vamos, chiquilla.
|
CARMEN.- ¡Ay, qué Amparo!
|
AMPARO.- Soy como soy, yo soy así.
(Salen riendo.)
|
Escena
IV
|
|
LEOCADIA; luego,
DON BRAULIO, DON LEANDRO y DOÑA ANDREA.
|
LEOCADIA.- ¡Ah, qué niña,
qué niña! ¡Insustancial, caprichosa, hasta
insolente! ¡Buena educación le dió Baltasar en
América! Y de una mujer así se enamora Ricardo..., y
mi pobre hija.... ¡Paciencia, paciencia!... Veremos. Cuando
Dios se retrasa en hacer justicia.... hay que ayudarle.
(Se retira a un lado y toma aspecto
humilde.)
|
DON
BRAULIO.- Ahora veremos si está Ángeles
o no está. Dice el criado que la vió salir..., pero
no la vió volver... ¿Quién sabe?... Pudo
volver sin que. la viesen. Digo.... me parece...
|
DOÑA
ANDREA.- Dice usted bien, don Braulio. ¡Hola,
doña Leocadia! (La saluda.)
¿Cómo está usted?
|
LEOCADIA.- Siempre para servirla.
|
DON
LEANDRO.- Doña Leocadia...
|
LEOCADIA.- Don Leandro...
|
DON
BRAULIO.- Señora.... (Le da la
mano.) Tiene usted mejor cara que otros
días.... aunque siempre pálida...; pero eso no
importa. ¿La salud, buena?
|
LEOCADIA.- Muchas gracias, don Braulio. La salud
no es mala. (Les indica que se
sienten.)
|
DOÑA
ANDREA.- ¿Tiene usted noticias de Lola?
|
LEOCADIA.- No, señora.
|
DON
LEANDRO.- Buena señal. Ya sabe usted el
refrán.
|
DON
BRAULIO.- En la vida claustral, la salud generalmente
es, buena... La calma, la paz, ayudan mucho. Pero siempre conviene
un poquito de actividad.... no mucho...; alguna, sí...
¡No sé si estarán ustedes conformes!
|
DOÑA
ANDREA.- ¿Y mi Carmencita?
|
LEOCADIA.- (Tocando el
timbre.) En el jardín está con
Amparo... Ahora vendrán.
|
DON
LEANDRO.- Déjelas usted que se explayen.
|
LEOCADIA.- Ya se explayaron bastante; sobre
todo, Amparo; Carmencita es más tranquila.
(Aparece un CRIADO.) Que vengan las
señoritas; en el jardín están.
(Sale el CRIADO.)
|
DOÑA
ANDREA.- A todas nos ha gustado, correr y
reír.
|
DON
BRAULIO.- Esa es la vida, y por eso lo contrario es la
muerte. Aunque, en rigor, ¿quién sabe?
|
DON
LEANDRO.- ¿Y la vocación de Lola?
|
LEOCADIA.- Es decidida... Ruego, suplico,
lloro..., ¡nada consigo!
|
DOÑA
ANDREA.- ¡Pobre doña Leocadia!
|
DON
LEANDRO.- Pues antes no parecía sentir esa
vacación... Conocimos a Lola hace años.... y no
parecía...
|
DON
BRAULIO.- ¡Ah! ¡Los temperamentos
cambian!..., y el espíritu es móvil de suyo. Mire
usted, don Leandro: yo, cuando niño, odiaba las lentejas, y
ahora me encantan..., no digo siempre.... pero cuando se presenta
la ocasión.... ¡tomo unos platos!..., no tiene usted
idea... ¡Y gracias a que me contengo, que si no..., Dios
sabe!...
|
DOÑA
ANDREA.- (Riendo.) Don
Braulio.... no es lo mismo comer lentejas que hacerse monja...
|
DON
BRAULIO.- (Riendo.) Es
verdad. Sin embargo.... no deja de haber cierta analogía...,
¿eh?... ¡Me parece!...
|
Escena
V
|
|
LEOCADIA,
DON BRAULIO, DON LEANDRO, DOÑA ANDREA, AMPARO y CARMEN. CARMEN trae casi a la fuerza a
AMPARO; viene
riendo.
|
AMPARO.- (Saludando
afectuosa.) Andrea... Don Leandro...
(Saludándole con precipitación y
retirándose.) Don Braulio...
|
DOÑA
ANDREA.- Bien se conoce que habéis estado en el
jardín, que traéis rosas en las mejillas...
|
DON
LEANDRO.- Es verdad...
|
DON
BRAULIO.- De todo hay, de todo hay: rosas en las
mejillas y nieve en la frente.
|
CARMEN.- Es usted muy amable.
|
AMPARO.- Mucho.
|
DOÑA
ANDREA.- ¿Y tu madre, Amparito?
|
AMPARO.- No sé...
|
LEOCADIA.- Se fué con Ricardo.
|
AMPARO.- ¿Con Ricardo? ¿Pero
Ricardo vino?
|
LEOCADIA.- Sí; y Ángeles y
él se fueron en seguida solitos en el coche.
|
AMPARO.- ¿Sin decirme nada?
|
LEOCADIA.- Se fueron a hurtadillas.
|
AMPARO.- ¿A hurtadillas?
|
CARMEN.- (Al
oído.) ¡Tonta, retonta!...
Habrán ido a compra galas para la boda.
|
AMPARO.- ¡Ah, ya!
(Riendo.) ¡Ya les diré
yo.... ya les diré!...
|
LEOCADIA.- (Con sonrisa
dudosa.) ¿Tienes celos de tu mamá?
|
AMPARO.- (Riendo.)
¡Qué tontería!...
|
LEOCADIA.- ¡Ah! Es que de Ángeles
puede tener celos todo el mundo, porque es hermosa como un sol.
|
DOÑA
ANDREA.- Es verdad; tiene usted razón.
|
DON
LEANDRO.- Como un sol.
|
DON
BRAULIO.- Distingo. Si es como un sol de
Andalucía..., afirmo. Si es como un sol de Londres....
niego. No hay que confundirse.
|
LEOCADIA.- ¡Pues si ustedes la hubieran
conocido en otro tiempo! ¡Ah! Era un asombro. Cuando Baltasar
se fué con Amparo a América..., en aquella
época Ángeles era una divinidad. Todavía se
acordará Ricardo... Pregúntale...,
pregúntale.
|
AMPARO.- No tengo necesidad de preguntar nada a
nadie, porque mamá ha sido siempre... lo que dice su nombre:
un ángel por hermosa y un ángel por buena...; por eso
se llama Ángeles. Ahí tiene usted.
|
DOÑA
ANDREA.- Así me gusta: que quieras mucho a tu
madre.
|
DON
LEANDRO.- Y que la admires.
|
AMPARO.- Y en esto, ¿no hay nada que
distinguir, don Braulio?
|
DON
BRAULIO.- En eso estaba pensando.... pero cada
encuentro. A una madre se la quiere siempre, siempre. Sea buena,
sea mala. Claro es que hablo en general.
|
AMPARO.- ¡Milagro sería!
|
LEOCADIA.- Y siempre fué lo mismo, desde
niña. Ricardo,, que era casi de su edad.... algunos
años menos, no muchos.... lloraba cuando no le llevaban a
jugar con la mamá pequeñita. Así
decía.
|
AMPARO.- (Riendo, a CARMEN, pero en voz
alta.) Ya la llamaba «mamá».
¡Qué gracia tiene eso!...
|
CARMEN.- Sí. ¡Muy gracioso!
«Mamá».
|
DOÑA
ANDREA.- (Riendo.) Un
presentimiento.
|
DON
LEANDRO.- ¡Y quién duda que hay
presentimientos!
|
DON
BRAULIO.- Algunos lo dudan, si bien hay personas que
creen en ellos. ¡Vaya usted a saber la verdad!
AMPARO.¿De
modo que la verdad no puede saberse nunca?
|
DON
BRAULIO.- Nunca.... es mucho decir...; pero pocas
veces.
|
AMPARO.-
(Nerviosa.) Vamos, que ni se puede
saber lo que se sabe.
|
DON
BRAULIO.- Ni aun eso, Amparito.
|
AMPARO.- Pues yo sé que quiero mucho a mi
madre. Lo sé, lo sé y lo sé.
|
DON
BRAULIO.- Será una de las pocas cosas que no
tenga usted dudas.
|
CARMEN.- No sigan ustedes, que es un mareo. Lo
que hay de cierto es que desde niño le llamaba Ricardo a
doña Ángeles «mamá», y eso es...,
vamos, eso...
|
LEOCADIA.- Y no porque pareciese su madre.
(Riendo con risa dulce y traidora.)
Más bien parecían hermanos. Y como siempre jugaban
juntos, que eran hermanos creía mucha gente. Tienes suerte,
Amparito; no es de creer que la suegra y el yerno riñan.
|
AMPARO.- (Un poco
nerviosa.) De todas maneras, mamá no hubiese
reñido, y Ricardo...
|
DOÑA
ANDREA.- ¿Qué? ¿Ricardo es capaz
de reñir con alguien?
|
AMPARO.- No sé... ¡Qué
sé yo! ¡Doña Leocadia me obliga a decir unas
cosas!... (A CARMEN.) Siempre
está con mamá.... y mamá.... y mamá...
¿Ves tú, mujer, qué tema?
|
CARMEN.- (A AMPARO.) No hagas
caso.
|
AMPARO.- (A CARMEN.) Es que entre
Leocadia y don Braulio me ponen fuera de mí.
(Se lleva a CARMEN al segundo
término.)
|
DON
BRAULIO.- (A LEOCADIA.) ¿Se
ha enfadado Amparito?
|
LEOCADIA.- No sé; es una chica tan
extraña, tan nerviosa; muy buena en el fondo, pero muy
rara.
|
DOÑA
ANDREA.- A mí me gustaba más el
carácter de su hija de usted.
|
DON
LEANDRO.- No hay comparación entre las dos.
(Los cuatro hablan en voz baja y con cierto
misterio.)
|
DON
BRAULIO.- Amparo es muy simpática, pero...
|
DOÑA
ANDREA.- De ser yo Ricardo..., ¡la verdad, ea,
con franqueza!, otra hubiera sido mi elección.
|
DON
LEANDRO.- No es por adularla a usted, pero otra
hubiera sido nuestra elección.
|
LEOCADIA.- ¡Qué quiere usted, don
Leandro, hay que resignarse en esta vida! Como Ricardo ha sido
siempre tan amigo de la familia..., es decir, de la familia de
Ángeles, y de la misma Ángeles..., porque con
Baltasar nunca tuvo gran intimidad, pues por eso.
|
DOÑA
ANDREA.- (Riendo.) Que si
no llega a tiempo la hija, se casa con la madre.
|
DON
LEANDRO.- ¡Mujer, por Dios!... La madre ya
estaba casada.
|
DON
BRAULIO.- ¿Y usted qué dice de esa
idea?
|
LEOCADIA.- Nunca se me había ocurrido.
¡Qué cosas dice usted! (A ANDREA.) ¡Por
Dios, que no la oiga a usted Amparo!...Con esa fantasía que
tiene... ¡Jesús! La niña poco necesita para que
se le desboque la imaginación. (Ríe con
risa contenida y como recatándose de AMPARO.)
|
AMPARO.- (A CARMEN.) Están
hablando en voz baja y se ríen. ¿De qué se
reirán? ¿Por qué miran hacia mí?
|
CARMEN.- ¡Qué sé yo! Mujer,
no seas recelosa.
|
AMPARO.- Tienes razón. Son
tonterías de chiquilla. Hoy no estoy buena. Me
levanté muy alegre, y ahora me siento triste. Hay en el
aire, en lo que me rodea, algo que me oprime. La frente me
arde.
|
CARMEN.- ¡No seas aprensiva, Amparito!
|
AMPARO.- ¡Tengo unas ganas de llorar!
|
CARMEN.- ¡Por Dios, hija!...
(Un CRIADO
entra con una carta, se adelanta y se la entrega a DOÑA
LEOCADIA.)
|
AMPARO.- Llegaron las cartas.
¿Tendré carta de papá? (Al
CRIADO.)
¿Hay carta para mí?
|
CRIADO.- No, señorita; sólo para
doña Leocadia.
|
AMPARO.- ¡Otra tristeza!
(LEOCADIA
mira el sobre y contiene una exclamación de alegría.
Después mira a todos, en especial a AMPARO.)
|
LEOCADIA.- Dispensen ustedes..., ¿ustedes
me permiten? Acaso es de mi hija.
|
DOÑA
ANDREA.- ¡No, faltaba más!
|
DON
LEANDRO.- ¡Lea usted, lea usted, amiga
mía! (LEOCADIA rompe el sobre. Dentro vienen
dos cartas.)
|
LEOCADIA.- (Lee una y la otra
después.) ¡Ah!... ¡Por fin!...
¡Así!...
|
DOÑA
ANDREA.- Me da lástima esa pobre mujer.
¡Si nuestra Carmencita se nos retirase a un convento!
|
DON
LEANDRO.- ¡Calla, por Dios!
|
DON
BRAULIO.- Gran pena sería para ustedes. Pero
ustedes, que son buenos cristianos, convendrán conmigo en
que hay otras penas mayores.
|
CARMEN.- Pero ¿qué ha de
ocurrir?
|
AMPARO.- No sé..., no sé...; si
tienes razón..., son manías... Pero tengo muchas
ganas de llorar. ¡Cuándo vendrá mi madre!
|
CARMEN.- (Mirando por el
foro.) Ya la tienes aquí, con Ricardo.
|
Escena
VI
|
|
AMPARO,
CARMEN, LEOCADIA, DOÑA ANDREA, DON LEANDRO y DON BRAULIO; por el fondo,
ÁNGELES y
RICARDO; después,
cuando se indique, dos lacayos con estuches, cajas y envoltorios,
que pasan por la escena y entran por una de las puertas de la
derecha.
|
AMPARO.- (Corriendo, hacia
ÁNGELES,
besándola y abrazándola con afán y
llorosa.) ¡Madre!... ¡Mamá!...
¡Madrecita mía!...
|
ÁNGELES.- ¿Qué tienes, hija
mía? Parece que vuelvo de un viaje al otro mundo. ¡Si
creo que estás llorando, Amparito!
|
RICARDO.- ¿Qué tiene usted,
Amparo?
|
AMPARO.- Nada... ¿Qué he de tener?
Alegría de ver a mamita. Siento alegría... porque
sí. Y siento tristeza... porque sí. Estaba triste, me
he puesto alegre.... se acabó... ¡Ahora todos muy
contentos!...
|
RICARDO.- ¡Amparo!...
|
AMPARO.- (En voz baja y
rabiosa.) Menos usted. (Alto, a su
madre.) Anda, anda..., saluda a esos señores
y besa a Carmencita.... que si te entretengo van a decir que soy
una niña mal educada. (ÁNGELES, riendo, se acerca a
los demás y los saluda
cariñosamente.)
|
RICARDO.- (A AMPARO.)
¿Estás enfadada conmigo?
|
AMPARO.- (A RICARDO.) ¡Luego
ajustaremos cuentas! (Este es el momento en que pasan
los criados con los estuches, etc.)
|
DOÑA
ANDREA.- ¿Estuvieron de compras?
|
DON
LEANDRO.- (Riendo.)
Preparativos.
|
DON
BRAULIO.- No diré que no haya algunos; pero
pocos momentos hay más solemnes en la vida.
|
ÁNGELES.- (Bromeando, en
voz alta.) Cuidado..., que Amparito no debe
enterarse.
|
AMPARO.- No oigo nada. ¿Verdad, Carmen,
que no oímos nada?
|
CARMEN.- Absolutamente nada.
|
ÁNGELES.- Pues acompáñenme
ustedes allí dentro y verán con toda reserva lo que
hemos comprado, y me darán ustedes con el mayor sigilo
algunos consejos.
|
DOÑA
ANDREA.- Con mucho gusto.
|
DON
LEANDRO.- Vamos allá.
|
DON
BRAULIO.- (A ÁNGELES.)
¿Yo también?
|
ÁNGELES.- ¡Quién lo duda! Si
es usted tan amable...
|
DON
BRAULIO.- Pues me tienen ustedes a sus
órdenes.
|
ÁNGELES.- (A ANDREA.) Vamos, venga
usted. (A LEOCADIA.) Ven
tú.
|
LEOCADIA.-
(Aparte.) ¡Cuánta
alegría! Pero las alegrías ¡qué poco
duran! (Hablando en voz baja y riendo van entrando
por la misma puerta por donde entraron los criados. AMPARO y CARMEN van a entrar. ÁNGELES las
detiene.)
|
ÁNGELES.- Carmen puede venir...; pero
tú, Amparito, no..., no puedes ver nada... ni oír
nada... Asunto reservadísimo... (Le da un
beso.)
|
AMPARO.- Me resigno..., obedezco..., y me quedo.
(El último que va a entrar es RICARDO. AMPARO le detiene, tirándole de
la levita.) Usted, no. Usted se queda conmigo, que
tenemos que hablar.
|
Escena
VII
|
|
AMPARO y
RICARDO.
|
RICARDO.- ¿Qué tienes, Amparo?
¡Qué mal me has recibido! Fué broma,
¿verdad?
|
AMPARO.- No fueron bromas, no. Fueron penas muy
grandes. ¡Al fin le, sé todo! ¡Sé que no
me quieres!
|
RICARDO.- Pero ¿qué estás
diciendo, niña mía? ¡Que yo no te quiero!
¿Y cómo has llegado a descubrir ese misterio?
¡Le tenía yo tan guardadito! «¡No quiero a
Amparo, no la quiero!», me decía yo a mí mismo
en voz baja, muy baja..., y nada, al fin lo supiste.
|
AMPARO.- ¡Sí..., sí...,
échalo a juego! Es una manera de disimular tu
traición.
|
RICARDO.- ¿Conque también has
descubierto mi traición? Entonces ya no hay salvación
para mí.
|
AMPARO.- ¡Nada!... ¡Qué
hombre este! Empeñado en tratarme como a una niña.
Pues soy una mujer..., toda una mujer: que puede ser...
|
RICARDO.- ¡Que es adorable!
|
AMPARO.- ¡Que puede ser terrible!
|
RICARDO.- ¡Qué espanto!
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AMPARO.- ¡Ya lo creo!... Ya puedes echarte
a temblar.
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RICARDO.- ¿Cuándo?
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AMPARO.- Cuando esta niña.... esta
mujer... o esta locuela o lo que tú quieras..., sienta...
(Oprimiéndose el pecho.)
aquí... aquí...
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RICARDO.- ¿Qué?
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AMPARO.- ¡Celos!
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RICARDO.- ¡Celosa mi Amparito!
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AMPARO.- Sí.
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RICARDO.- ¿Desde cuándo?
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AMPARO.- Desde hace poco. Poco antes de venir
tú se me ocurrió estar celosa.
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RICARDO.- ¿Y quién es ella?...
¡Dímelo, dímelo en secreto!
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AMPARO.- Te lo diré: ¡ya lo creo
que te lo diré!
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RICARDO.- ¿Quién es,
quién?
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AMPARO.- ¡Una monja!
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RICARDO.- (Riéndose a
carcajadas.) ¡Ave María
Purísima!
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AMPARO.- ¡No finjas!... Si ya sabes
quién es. Si lo sabes. Niégalo.
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RICARDO.- ¿Qué yo niegue que estoy
enamorado de un monja? Y cómo he de atreverme a negar cosa
tan evidente y tan racional! ¿Conque soy un nuevo don Juan
Tenorio? ¿Y quién es la preciosa monjita?
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AMPARO.- Monja no lo es todavía, pero es
novicia.
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RICARDO.- Entonces ya se averiguó: es
doña Inés.
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AMPARO.- Es doña Lola; no, Lolita; la
preciosa, la prudente, la simpática Lolita, que es
más linda que yo, y más juiciosa que yo, y más
antigua que yo en la historia poética de tus amores.
|
RICARDO.- (Con
asombro.) ¡La hija de doña
Leocadia!
|
AMPARO.- ¡Ah, ya caíste en la
cuenta!
|
RICARDO.- ¡Pero tú estás
delirando, Amparito! Si la pobre Lola está en un
convento.
|
AMPARO.- ¡Eso es! ¡Amparo, una loca
que delira! ¡Lolita, una pobrecilla que sufre!
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RICARDO.- ¡Pero si apenas la conozco!
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AMPARO.- ¡Virgen Santísima,
cómo miente este hombre!
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RICARDO.- No.... he dicho mal. Conocerla.... la
conozco mucho.... pero nunca me fijé en ella.
|
AMPARO.- ¡Vamos! ¡Ya vas recordando!
Durante la enfermedad del abuelito..., y durante la enfermedad de
mamá...,y después durante tres o cuatro
años..., todos los días venías a casa...,
eso...
|
RICARDO.- Sí es verdad; es verdad, pero
te digo...
|
AMPARO.- No digas nada: quien tiene que decir
soy yo. ¿Por quien eran tus visitas? ¡A ver! Por
mí no fueron, porque yo era una niña casi, y estaba
en América, y no me conocías. ¿Qué
contestas?
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RICARDO.- Que tienes razón.
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AMPARO.- Por doña Leocadia no
sería tampoco.... ni por mamá..., digo...
(Se detiene.)
|
RICARDO.- Amparito, ¡por Dios!, que
estás disparatando.
|
AMPARO.- (Con tono
triunfal.) Luego era por Lola.
|
RICARDO.- Pero, señor, ¿es que no
se puede visitar una casa por amistad, por afecto, por parentesco,
o es preciso que esté uno enamorado de toda la familia?
|
AMPARO.- Sí.... es verdad...; pero tus
visitas.... esa asiduidad de que habla doña Leocadia, son
síntomas muy sospechosos.... muy sospechosos...
|
RICARDO.- ¡Vamos, Amparo, ten juicio! Ten
confianza en mí. Pregúntale a tu madre... Tu madre no
te ha de engañar.
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AMPARO.- ¿Y si me engaña?
|
RICARDO.- ¡Amparo!
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AMPARO.- Por mi bien, para evitarme una pena, ya
lo sé. Por evitarme un disgusto, bien puede
engañarme.
|
RICARDO.- No digas esas cosas ni en broma.
¡Mira, Amparito, yo soy un hombre leal, un hombre de honor, y
yo te juro que te quiero con toda mi alma! Yo soy muy formal,
¿no es cierto? Pues por ti soy capaz de todas las locuras.
Yo te juro por lo más sagrado, por la memoria de mis padres,
que jamás, jamás, tuve amores con Lola, ni
pensé en Lola, ni recuerdo haberle dicho una sola vez que
era bonita.
|
AMPARO.- Si lo juras de ese modo habrá
que creerte. No me engañes, Ricardo; no me engañes.
Hablas de locuras; yo sí que soy capaz de hacerlas si me
engañas. Cuando siento la sangre en la cabeza... soy feroz;
créeme: soy feroz. No te rías.
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RICARDO.- ¡Que me da miedo!
|
AMPARO.- (Fingiendo tono
trágico.) Y debe darte. A veces soy
terrible... Yo he salido de caza con mi padre..., no a caza de
pajaritos o de liebres... Yo he matado...
|
RICARDO.- ¡Un gorrión!
|
AMPARO.- ¡Un jabalí!... Un
jabalí más grande que don Braulio. Y sin temblar.
Venía el animalote... como un terremoto.... ¡chas!..,
¡chas!.... cortando ramas a un lado y a otro.... y
abriéndose camino por entre la maleza: una masa negra,
¡que daba unos gruñidos!... Allí no se
distinguía nada.... ni cabeza, ni orejas, ni cuerpo, ni
patas...: una bola enorme, y dos puntitos de fuego o de sangre....
dos puntitos enrojecidos..., eran los ojos... Y yo, ¡quieta,
firme!..., entre los dos ojos le planté una bala.
¿Qué tal?
|
RICARDO.- (Riendo.)
¡Pues vaya una mujer que voy a tener!
|
AMPARO.- Te lo aviso para que no te fíes
de mí cuando me veas dulce y aniñada.
|
RICARDO.- Pierde cuidado; no me
fiaré.
|
AMPARO.- (Cambiando
rápidamente.) Sí; fíate....
fíate de mí... Yo seré una locuela, una
chiquilla, una cabeza descompuesta...; pero tengo corazón, y
mi corazón es todo tuyo; para ti no tengo más que
ternura, una ternura infinita. Porque te quiero, te quiero, y
sólo sé reír por ti si me das alegrías,
llorar por ti si te complaces en darme penas, morir por ti se te
empeñas en matar a tu Amparo. (Se echa a
llorar.)
|
RICARDO.- ¡No, mi Amparo! Por mí ni
una lágrima ni una pena. ¡Mi vida entera no vale una
lágrima tuya! Seca, seca tus ojos divinos, que se me acaba
el mundo cuanto te veo llorar.
|
AMPARO.- ¿De veras?
|
RICARDO.- ¡Siempre dudando!
|
AMPARO.- No; ya no dudo.
|
RICARDO.- Pues seca tus ojos
hermosísimos.
|
AMPARO.- No quiero.... no quiero... No
estás amable sino cuando los ves cuajaditos de llanto.
|
RICARDO.- ¡Seca el llanto, vida
mía, que viene gente!
|
AMPARO.- Sí.... vienen... Pues me voy al
jardín a que seque el sol estas lágrimas, ¿te
parece? Quiero que el sol vea lo mal que me tratas.
¡Adiós.... adiós..., adiós!...
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Escena
VIII
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RICARDO,
ÁNGELES, que ve
huir por el jardín a AMPARO.
|
ÁNGELES.- ¿Qué es eso?
¿Por qué huye Amparo? ¿Habéis
reñido?
|
RICARDO.- Huye para ocultar unas lagrimitas.
|
ÁNGELES.-
(Alarmada.) ¿La hiciste llorar?
¿Has hecho llorar a mi Amparo? ¡Mira que no te lo
perdono! Te quise como a un hermano; más que amigo, hermano
has sido para mí. Y dispuesta estoy a acrecentar mi
cariño y a trocar el cariño de hermana por
cariño de madre. Pero con una condición: «que
has de hacer muy feliz a mi niña». De lo contrario...,
de lo contrario..., Ricardo, no vas a tener en mí una madre,
sino una «suegra». ¡Suegra! ¿No te
asustas?
|
RICARDO.- Tú la quieres mucho, ¿no
es verdad?
|
ÁNGELES.- ¡Si la quiero!...
|
RICARDO.- Pues yo la quiero más.
|
ÁNGELES.- ¡Ya es fácil!
|
RICARDO.- Es seguro.
|
ÁNGELES.- ¡Mucho la quieres, y la
hiciste llorar! ¿Cuándo la hice llorar yo?
¡Nunca!... ¡Nunca!... Dirán que la crié
mal, que la mimé demasiado... ¡Qué me importa,
lo que digan! Si yo la hubiese hecho derramar una lágrima,
una sola.... ¡me hubiera muerto de pena!... ¡Mi pobre
Amparito de mis entrañas!
|
RICARDO.- Es que yo no la hice llorar
tampoco.
|
ÁNGELES.- Si lo has confesado.
|
RICARDO.- Que lloró, sí. Que
lloró por mi culpa, no.
|
ÁNGELES.- Pues ¿por qué
lloró?
|
RICARDO.- ¡Pásmate! ¡Porque
está celosa!
|
ÁNGELES.- (Entre bromas y
veras.) ¡Infame! ¿Tú has dado
celos a mi hija?
|
RICARDO.- (En
broma.) Mamá suegra, ¡tengamos la
fiesta en paz! Que yo no le di celos.
|
ÁNGELES.- ¿Pues de quién
los tomó?
|
RICARDO.- ¡¿A que no lo
adivinas?
|
ÁNGELES.- ¡Cómo he de
adivinar yo tus picardías!
|
RICARDO.- ¡De Lola!
|
ÁNGELES.- ¿De la hija de
Leocadia?
|
RICARDO.- Justamente.
|
ÁNGELES.- Esas son maldades o
imprudencias de Leocadia.
|
RICARDO.- Eso creo. Pero ¡si yo
jamás pensé en Lola!
|
ÁNGELES.- ¿Y Amparito qué
sabe? Más te digo: es natural que tenga celos a poco que los
estimulen.
|
RICARDO.- (Con
desesperación cómica.)
¿También tú? ¿Tú, que me
conoces? ¿Tú, que sabes que adoro a Amparo?
¡Señor! ¡Señor! ¡Que la madre y la
hija han perdido el juicio!
|
ÁNGELES.- No digo que tengas tú la
culpa. Porque te conozco desde niño, porque he sido tu
amiga, tu hermana, te entrego mi hija. Porque sé que eres
bueno y que la quieres con el alma.
|
RICARDO.- ¡Gracias a Dios!
|
ÁNGELES.- Pero si le han ido con el
cuento de que, cuando Lola vivía conmigo, tú estabas
siempre en casa, figúrate tú qué vueltas le
habrá dado en su cabecita exaltada la pobre criatura a esa
idea traidora.
|
RICARDO.- Mira: eso es verdad.
|
ÁNGELES.- Ya lo creo que es verdad.
Porque Amparo tiene una imaginación que da miedo. No; con
aquella cabecita no se puede jugar. Cuidámela mucho,
Ricardo; mímala como yo; que no llore; que no se exalte; que
no dude nunca de ti. Hazla muy feliz, y te querré..., te
querré como una madre verdadera. ¡Por Dios,
Ricardo!... ¡Amparo vale mucho!... ¡Lo es todo para
mí! No, Ricardo, tú no puedes comprender esto. No
puedes, no...; por mucho que la quieras.
|
RICARDO.- ¡Será feliz!
|
ÁNGELES.- ¡Gracias.... gracias...,
hijo mío! (Se acerca a él llorando.
RICARDO la sostiene
cariñosamente.) Eres bueno, sí...
siempre lo has sido. (En este momento aparece
AMPARO.)
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Escena
X
|
|
AMPARO,
ÁNGELES,
RICARDO y LEOCADIA.
|
LEOCADIA.- Perdonad: un momento. Supongo. que
hablaréis con esas señoras y esos caballeros de la
boda; que acaso les anunciaréis el día ¡y antes
conviene que me oigáis a mí! Por poco que yo valga,
conviene que me oigáis.
|
ÁNGELES.- No te comprendo,
¿Comprendéis esto?
|
RICARDO.- No.
|
AMPARO.- Yo tampoco... Ella..., ella... pero
ella, ¿qué?
|
LEOCADIA.- (A ÁNGELES.)
¿Has recibido carta de Baltasar?
|
ÁNGELES.- No.
|
AMPARO.- (Con alarma y
exaltación.) ¿De mi padre? Yo tampoco.
¿Acaso qué? ¿Pasa algo? ¿Está
enfermo?
|
LEOCADIA.- No. Está bueno, muy bueno, y
con todas las energías de su honrado carácter muy
despiertas.
|
AMPARO.- ¡Ah! Gracias a Dios.
|
ÁNGELES.- Me habías asustado.
|
RICARDO.- A todos.
|
AMPARO.- Se goza en asustar a todo el mundo.
|
LEOCADIA.- No es eso.
|
AMPARO.- ¿Pues qué es?
|
LEOCADIA.- He tenido carta de Baltasar.
|
ÁNGELES.- ¿Tú?
|
LEOCADIA.- (A ÁNGELES.)
Sí; y me manda otra carta para ti.
|
ÁNGELES.- Es extraño; pero
dámela.
|
AMPARO.- ¿Escribe a mi madre y le manda a
usted la carta? (A RICARDO.)
¿Tú comprendes esto?
|
RICARDO.- No, la verdad; no lo comprendo.
|
ÁNGELES.- Pero ¿esa carta?
|
LEOCADIA.- Tómala. (Le da
la carta.)
|
AMPARO.- ¿A ver? ¿Qué
dice?
|
RICARDO.- Sí pronto.
(ÁNGELES lee para sí;
AMPARO y RICARDO la observan con curiosidad y
de cerca. LEOCADIA,
fríamente y a distancia.)
|
ÁNGELES.- ¡Ah! ¡No,
imposible! ¿Qué es esto? Pero ¿qué es
esto?
|
AMPARO.- ¿Qué es? Dame la carta.
(Quiere cogerla.)
|
ÁNGELES.- ¡No tú, imposible!
¡Mira! (Le da la carta a RICARDO.)
|
AMPARO.- Pero ¿yo no puedo leerla?
¡Si es de mi padre!
|
RICARDO.-
(Leyendo.) ¡Ah..., no! ¡No
puede ser! ¡Será alguna infamia!
|
AMPARO.- Pero ¿qué dice?
|
RICARDO.- ¡No...; a ella, no!...
(Para no dar la carta a AMPARO.)
|
ÁNGELES.- ¡A ella, no!
(Lo mismo.)
|
AMPARO.- ¿Por qué?... ¿Por
qué?... ¡Quiero leerla! ¡Es de mi padre!...
¡Quiero! ¡Quiero!
|
ÁNGELES.- ¡Luego!
|
RICARDO.- ¡Más tarde! ¡Cuando
todo se aclare!
|
AMPARO.- ¡No!... ¡No!...
¡Ahora! (A LEOCADIA.)
¡Usted, que tendrá el gusto de desgarrarme el
corazón.... gócese..., gócese!...
¿Qué dice esa carta?...
|
LEOCADIA.- ¡Tu padre te prohíbe
casarte con Ricardo!
|
AMPARO.- ¡No!... ¡No!...
¡Mentira!... ¡Mi padre no dice eso!... ¡No lo
dice!... ¡No!... ¡No, Dios mío!... ¡No lo
dice!... ¡Ah!... ¡Dios mío!...
¡Díos mío!... ¡Madre mía!...
(Cae sin sentido, y llorando, en los brazos de su
madre.)
|