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[De la página XVII a la página XIX del original se reproduce el índice de comunicaciones, por orden alfabético de autores (N. del E.)]

 

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Cfr. cuadernos autógrafos de Pensamientos que se conservan en la Real Academia Española de la Lengua (RAE, Mss. 369-371). En los textos de época, actualizo ortografía y puntuación, indicando sólo, entre paréntesis, los números de tomo y página en las citas de El Artista. Trato el tema en sentido general, tomando pie de las palabras de Nicomedes Pastor Díaz, sin entrar en la teoría de las generaciones. Acerca de la conciencia de esta generación en los románticos, cfr., entre otros, L. Romero Tobar, Panorama crítico del romanticismo español, Madrid, Castalia, 1994, p. 102, que recoge distintas citas al respecto. (N. del A.)

 

3

Cfr. «Il teatro di Ochoa all'epoca de El Artista (1835-1836)», en: Critica testuale ed esegesi del testo (BFR/1) (1984) pp. 317-318. En sus estudios sobre el Romanticismo, el prof. Menarini expone ideas del mayor interés sobre estos asuntos. Sobre la dedicación al teatro de Ochoa, además del artículo anterior, cfr. «Eugenio de Ochoa e il teatro francese: Antony, Hernani e alcuni nuovi dati», en: Francofonia 2 (1982), pp. 131-142. (N. del A.)

 

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Por otra parte, la combatividad y frescura del ideal romántico en los jóvenes españoles y un mayor interés por la inclusión de textos de creación innovadores, contrasta con el tono más asentado de L'Artiste. En concreto, Ochoa se separa, en su consideración de Anthony, de la poco entusiasta reseña de la revista francesa, más bien fría (cfr. L'Artiste (1831) t. 1, pp. 182-184). (N. del A.)

 

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En línea con lo magistralmente expuesto por P. Menarini en relación al drama Alfredo de Pacheco: «Lo dicho anteriormente es prueba suficiente de que Alfredo quiere presentarse en el panorama teatral español de 1835 como obra innovadora exactamente por su semitradicionalismo. [...] En este sentido también Alfredo ofrece una novedad muy interesante: el romanticismo español [...] tiene en este drama una alternativa molesta por su sentido hondamente cristiano, puesto que rechaza de una manera tajante la naciente «teología del sino», es decir del hado y sus múltiples variantes léxicas». Añade más adelante: «el autor quiso darnos con Alfredo un exemplum, al negativo por supuesto, de una moral muy firme que no acepta ni el hado ni la supuesta impotencia del hombre frente a él y al mal. También en este sentido Alfredo es un drama diferente: plenamente romántico, defiende una moral anti-romántica, o por lo menos se opone al modelo surgido en aquellos años con Don Álvaro.» («Un drama romántico alternativo: Alfredo, de Joaquín Francisco Pacheco», en: L. F. Díaz Larios y E. Miralles (eds.), Del Romanticismo al Realismo, Actas del I Coloquio de la Sociedad de Literatura Española del Siglo XIX, Barcelona, Publicacions de la Universitat, 1998, pp. 174-175 y 176). (N. del A.)

 

6

He tratado este punto, entre otros, en mi artículo «Aspectos del romanticismo de Enrique Gil en El señor de Bembibre», en: Alfinge 3 (1985), pp. 125-143. (N. del A.)

 

7

Con el estreno de La conjuración de Venecia, año de 1810, especialmente, como se ha señalado repetidas veces (y he intentado poner de manifiesto en mi edición de la misma, Madrid, 1993). Entre los testimonios contemporáneos, cabe traer el que cita D. Th. Gies, entre sus aportaciones al respecto, tomado de El Entreacto (5-5-1839): «El año 34 cambió del todo este aspecto y se efectuó una gran revolución en el teatro» (El teatro en la España del siglo XIX, Cambridge University Press, 1996, p. 18). (N. del A.)

 

8

Cfr., entre otras, por su importancia inicial definitiva, la obra de D. A. Randolph, Eugenio de Ochoa y el romanticismo español, Berkeley and Los Angeles, University of California Press, 1966, p. 15. (N. del A.)

 

9

Como las que aparecen en una carta, muy citada, de Ochoa a Campo Alange (cfr. Condesa de Campo Alange, «Carta de don Eugenio de Ochoa con noticias literarias y políticas», en: Correo Erudito 4, n.º 29 (1946), pp. 18-21). (N. del A.)

 

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Al menos en los diez años anteriores, como la lista de sus lecturas perdidas que transcribe Silvio Pellico en Mis prisiones -entonces reciente (1833; traducción española en París, 1835)-, cuando la recuerda como uno de los factores que incrementan su condena en Spilberg: «¿Cómo pasamos los años 1824, 25, 26, 27? Nos prohibieron la lectura de libros que nos concediera provisionalmente el gobernador [...] ¡Los años precedentes me parecieran tan tristes y ya los echaba ahora de menos como un tiempo de delicias! ¿Qué se hicieran las horas en que me embebía en el estudio de la Biblia o de Homero? [...] Dante, Byron, Petrarca, Shakespeare, Schiller, Walter Scott, Goethe, ¡cuántos amigos perdidos!» (Mis prisiones, Barcelona, J. Llausás, 1843, pp. 159-160. Evidentemente, también existen ejemplos dentro de España; como la labor que desarrolla El Europeo en esta dirección. (N. del A.)