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C. Coronado, «Al Sr. Director», en: El Defensor del Bello Sexo (8 de febrero de 1846), pp. 96-97. Reproduzco algunos fragmentos ilustrativos: «Ciertamente que en la presente época nos parece que hay pocas señoritas en España que abandonando por un instante la aguja y el tocador no hayan tomado la pluma para formar secretamente algunos renglones desiguales, tachados cien veces, reproducidos otras tantas, y rasgados en fin por orgullo, ó sometidos por modestia á la inspeccion de la poetisa amiga. [...] Ayer creiamos un crimen el hacer versos, hoy lo consideramos una necesidad. Todavia no hemos comprendido que es una accion natural de la que nace con ese instinto, que ni se puede reprimir, sin hacer violencia á lo que se siente, ni lo puede imitar la que carezca de él. [...] La cuestion de si las jóvenes deben ó no dedicarse á hacer versos nos parece ridícula. La poetisa existe de hecho y necesita cantar, como volar las aves y correr los rios, si ha de vivir con su indole natural, y no comprimida y violenta. Considérenla sus defensores y sus contrarios como un bien ó un mal para la sociedad, pero es inutil que decidan si debe ó no existir, porque no depende de la voluntad de los hombres. Estos pueden reformar sus obras, pero no enmendar las de Dios».

C. Coronado, «Galería de poetisas españolas contemporáneas. Introducción», en: La Discusión, n.º 363, (1 de mayo de 1857). Reproduzco también algunos fragmentos que iluminen lo expuesto: «Fuerza es confesarlo, en la sociedad actual hace ya mas falta la mujer que la literata. El vacío que comienza á sentirse no es del genio, sino el de la modestia; la luz que empieza a faltarnos no es la luz de las academias, sino la luz del hogar. En Francia ha desaparecido la familia, y en España desaparecerá tambien, si seguimos tomando por modelo á nuestros vecinos. [...] Abandonemos el extranjero, y volvámonos á España á recordar lo que hicieron nuestras madres. Yo bendigo mil veces la severa sencillez de la mia, porque su sábio instinto la impulso, sin duda á procurar que aprendiese delicadas labores y rezos piadosos por toda erudicion; y por toda ciencia á mecer la cuna de mis hermanos. [...] No espereis, pues, que al revelar mi pluma las situaciones y los afectos que han dado orígen á vuestras varias inspiraciones vaya ingrata á acusar á la sociedad ni á desafiar al hombre; voy solamente á reuniros en un libro como lo estais en mi corazón».

Otro texto fundamental es el que contiene la diatriba contra el romanticismo: «Galería de poetisas españolas. Doña Josefa Massanés», en: La Discusión, 400 (17 de junio de 1857). En él leemos: «El que registre hoy las colecciones de periódicos y los libros de poesías que se hicieron entonces, quedará pasmado al ver en nuestra escuela literaria una falta tan completa de sentido comun. [...] estando como estoy persuadida de que el juicio en la muger es una cualidad tan rara como la sensibilidad en el hombre [...] é imagino lo que debe ser el arrepentimiento de un pecado mortal como el del romanticismo.

Sí, era aquella época del romanticismo una época bien desastrosa, no solo para la literatura, sino para las buenas costumbres. [...] El romanticismo literario ha desaparecido, pero el corazon de nuestros jóvenes ha quedado profundamente lacerado». (He mantenido la ortografía y puntuación del texto original en todas las citas.)

La misma desazón y crítica destilarán algunos poemas y, como veremos, un juicio poético contra «el romántico dolor». (N. del A.)



 

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Véase, por ejemplo, la oportuna sistematización temática ofrecida por G. Torres Nebrera en su «Introducción» a Treinta y nueve poemas y una prosa, Editora Regional de Extremadura, 1986, pp. 9-84 [61-74]; «La obra poética de Carolina Coronado», en: Obra poética, ed. cit., t. 1, pp. 11-99 [56-89]. En las pp. 94-97, nos ofrece una completa bibliografía que puede se útil como punto de referencia. Para una sugerente clasificación de su mundo imaginativo, ver F. Manso Amarillo, Carolina Coronado. Su obra literaria, Badajoz, Diputación de Badajoz (Col. «Rodríguez Moñino»), 1992, 263 pp. [85-195]. Es necesario también recordar por su estrecha vinculación con el tema que tratamos, aunque distinto en su planteamiento, el artículo de L. Trevizán, «Carolina Coronado y el canon», en: Monographic Review/Revista Monográfica 6 (1990), pp. 25-35. (N. del A.)



 

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«Cantad, hermosas», pp. 345-349. La fecha que aparece localizada en cada poema es el año que figura al pie de cada composición o, en su defecto, la referencia de la primera publicación conocida. Vale para todas las citas. (N. del A.)



 

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«El amor constante», pp. 272-273. (N. del A.)



 

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La sustitución «lira» por «alma» no es gratuita ni forzada. Queda sugerido en varios versos. Sirvan como ejemplo los siguientes: «[...] enmudece, Señor, el alma mía; / horas de ingratitud, donde no alcanza / el reflejo inmortal de tu poesía [...]» en «¡Cómo, Señor, no he de tenerte miedo!» (1846), vv. 4-6, p. 284. (N. del A.)



 

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«La fe loca», pp. 428-433. (N. del A.)



 

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«A mi hija María Carolina», pp. 442-445. En este sentido, ver también: «Controversia (en sonetos) mantenida con Amador de los Ríos» (1871), pp. 468-476; «Carta al Duque de T'Serclaes» (1899), pp. 479-480. (N. del A.)



 

677

«A la palma», pp. 105-107. (N. del A.)



 

678

En este sentido, ver también, por ejemplo: «A Matilde Díez de Romea» (1850), pp. 365-367 (sobre todo los vv. 65-72). (N. del A.)



 

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«Gloria de las glorias», pp. 251-252 (sobre todo los vv. 33-48). (N. del A.)