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Como refiere Inocencio de San Andrés, «el cual lugar de la dicha cárcel este testigo ha visto» (Cfr. Silverio de Santa Teresa. Biblioteca Mística Carmelitana ( = BMC), t. 14, p. 66). Más detalles en Alonso de la Madre de Dios, Vida, virtudes y milagros del Santo Padre Fray Juan de la Cruz, ed. Fortunato Antolín, Madrid, 1989, p. 246.

 

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Prescindiendo de la injusticia inicial de su encerramiento, hay que decir que se le aplicó la normativa habitual, los rigores establecidos en las Constituciones de los Carmelitas de 1462 para el delito de rebeldía y contumacia del que fue acusado. Lo acontecido en aquel lóculo inhóspito del convento de Toledo sigue siendo en muchos aspectos un secreto. Los hagiógrafos y los declarantes en los procesos lo han recreado con todo lujo de detalles, pero no son nada fiables, por más que algunos digan habérselo oído decir al propio fray Juan. Lo más seguro es que éste, desde su altura humana y espiritual, no dijera nada a nadie. Así lo manifestaba después el P. Juan Evangelista, que había sido su compañero durante once años: «jamás le oí decir cosa que se pudiese entender que era sobrenatural y que pudiera redundar en alabanza suya, que aún decirnos su prisión y trabajos nunca se lo oí decir aunque se lo preguntamos algunas veces» (Carta al P. Jerónimo de San José, 1 de enero de 1630, en BMC, t. 10, p. 340). El único testimonio directo es el proporcionado por el segundo carcelero, fray Juan de Santa María, si bien condicionado por la lejanía en el tiempo (cuarenta años después de los acontecimientos) y quizá también, además de la veneración, por la complicidad en la fuga (Cfr. BMC, t. 14, pp. 289-292).

 

23

Giuseppe Vincenzo dell'Eucaristia, La fonte nella notte, en Rivista di Vita Spirituale 16 (1962) p. 394.

 

24

Sin más fundamento que la declaración fantaseada del lego Martín de la Asunción, según el cual «el dicho Santo le contó a este testigo, pretendiendo aficionarlo mucho a la devoción de Nuestra Señora, que entrando otro día en la dicha prisión el prelado del dicho convento [de Toledo] con otro religioso u otros dos, el dicho Santo estaba hincado de rodillas en oración, algo afligido de la dicha prisión, y llegó el dicho prelado y le dio un puntapié, diciéndole: ¿por qué no os levantáis viniendo yo a veros? Y el dicho padre le respondió que no podía levantarse tan de prisa por estar agravado con las prisiones. Y el dicho prelado le dijo: ¿pues en qué se piensa ahora? Y el dicho Santo le respondió cómo estaba pensando que otro día era día de Nuestra Señora y gustara mucho decir misa y consolarse: y el dicho prelado le respondió que no sería en sus días, y con esto se salió, dejando al dicho Santo muy afligido por no dejarle salir a decir misa; y que luego aquella noche siguiente se le apareció Nuestra Señora con mucho resplandor y claridad y le dijo: hijo, ten paciencia, que presto se acabarán estos trabajos y saldrás de la prisión y dirás misa y te consolaras» (BMC, t. 14, pp. 95-96; t. 23, pp. 370-371). Véase el trabajo de crítica histórica que sobre este material informativo ha realizado J. L. Sánchez Lora, El diseño de la santidad. La desfiguración de San Juan de la Cruz, Universidad de Huelva, 2004.

 

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Tampoco hay que olvidar que ya por entonces era un místico definido, como lo demuestran las coplas del Éntreme donde no supe, anteriores a la cárcel, en las que hace una perfecta descripción de su experiencia mística (de manera autobiográfica en las tres primeras y mistagógica en las siguientes), así como por la respuesta teresiana del Vejamen a un escrito suyo hoy perdido.

 

26

J. R. Jiménez, Ideolojía (1897-1957), ed. Antonio Sánchez Romeralo, Barcelona, 1990, p. 291.

 

27

R. M. Rilke, Cartas a un joven poeta, trad. José María Valverde, Madrid, 2003, carta 1, p. 24.

 

28

Ibidem, pp. 22-23.

 

29

Ibid., carta 6, p. 60.

 

30

Fray Luis de León. De los nombres de Cristo, ed. Cristóbal Cuevas, Madrid 1982. pp. 145-146. También de San Juan de Ávila se afirma que su profundización en el misterio de Cristo coincidió con los meses de su prisión en Sevilla (Obras completas del santo maestro Juan de Ávila, t. 1. Madrid 1970. p. 52ss). La literatura española, ciertamente, sabe mucho de cárceles: el Arcipreste de Hita, Cervantes, Mateo Alemán, Quevedo, etc.

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