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51

Historia del teatro español (desde sus orígenes hasta 1900), M., Cátedra, novena ed., 1996, p. 298.

 

52

Duque de Rivas, Don Álvaro o la fuerza del sino, III, 3, y V, 11 respect. En estos versos de la Gálvez -y en otros, naturalmente- debía de pensar Russell P. Sebold al incluir a doña María Rosa entre los escritores que «pertenecen artística y filosóficamente al primer romanticismo español» (subrayado en el texto; véase «El incesto, el suicidio y el primer romanticismo español», HR, 41,4, Autumn 1973, p. 962). Merece la pena recordar que, como advierte ya María Jesús García Garrosa (La retórica de las lágrimas, Vallad., 1990, p. 186), la «carga insufrible», el «fastidio universal», y también el de sí mismo, que llevan al suicidio (fallido), los experimenta y expresa ya Sidney en términos análogos en la comedia de Gresset a la que da título, y esto, en ¡1745!, si bien su «filosofía» procede de un arrepentimiento: «Ma funeste existence est un poids qui m'accable. [...]/ Ce n'est point seulement insensibilité, / dégoût de l'univers à qui le sort me lie; / c'est l'ennui de moi-même, et haine de ma vie».

 

53

F. Doménech, ed. cit., p. 25.

 

54

«Por él abandoné.../ Por él sufrí.../ ...por su causa ...desprecié.../ [...] sacrificando / hasta mi vanidad a sus deseos» (p. 331 y ss.). Por otra parte, para no pocas mujeres de la buena sociedad (y otras que no lo eran), el matrimonio no constituía ningún obstáculo al amor «libre», que no es exactamente lo mismo que la libertad de amar, casi siempre desatendida por los padres de las jóvenes, con las notorias consecuencias de tal actitud autoritaria.

 

55

F. Doménech, ed. cit., p. 26.

 

56

Esc. X, vv. 540-541; cf. Raquel, Jorn. 1ª, v. 731: «permita el Cielo [...] / Que mi sombra interrumpa su reposo...». Como es sabido, la tragedia de Huerta, siguiendo la costumbre heredada del Siglo de Oro, está dividida en tres jornadas, sin mención de escenas, lo cual, dicho sea de paso, no modifica gran cosa. Otro eco, no sé si consciente, del final de la jornada primera de la tragedia de Huerta, en la escena quinta del acto segundo de la Florinda, donde, después de admitir las reconvenciones de su leal consejero arrodillado ante él, exclama el rey: «...¡oh, qué poder encierra / La voz de la verdad!», domando luego sus pasiones y dejando salir del campo a la heroína. En circunstancias y con actitudes análogas, oigamos a Alfonso VIII: «¡Qué secreta violencia y poderío / encierra la verdad...! [...] salga Raquel del reino...».

Como se ve e iremos viendo, la autora no se lanzó a la carrera literaria sin un importante bagaje cultural.

 

57

«...llevarás mi sombra / Presente de continuo adonde vayas» (lib. IV, trad. de Marte).

 

58

P. 353.

 

59

Serrano y Sanz, p. 448. Faltan las signaturas y la procedencia, las cuales se apuntan en cambio en los apéndices del libro de Bordiga Grinstein.

 

60

Véase R. A., «El Teatro Nuevo Español...», art. cit., p. 370, n. 27.