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ArribaAbajoCapítulo III

Historia del templo


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Lámina III.- Un conjunto maravilloso: el púlpito destacándose sobre un pilar izquierdo de la cúpula

Lámina III.- Un conjunto maravilloso: el púlpito destacándose sobre un pilar izquierdo de la cúpula

(Foto Laso)

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Desparramados y perdidos en gran parte los documentos del Archivo de los Jesuitas de Quito, por efecto y consecuencia de su expulsión de los dominios españoles en el siglo XVIII, nos ha sido hasta ahora difícil adquirir noticias ciertas o al menos ligeras acerca de la construcción de la iglesia, de modo que no sólo no sabemos nada concreto sobre el autor de los planos y sobre los diversos artistas que concurrieron a su ejecución e intervinieron en su ornamentación, sino que hasta ignoramos la fecha en que principiaron los trabajos. Tan sólo de la imafronte podemos tejer una historia verdadera y más o menos completa, gracias a la epigrafía de la lápida que hoy está junto a la iglesia y antes estuvo en el muro de la vieja Universidad Central, y al «Libro en que se asientan los gastos de la obra de la portada de la iglesia» conservado en el Convento por una feliz casualidad. Por estos documentos podemos fijar también la fecha de la conclusión de la fábrica. Y nada más. Pero como la tradición dice que los planos fueron enviados de Roma y ejecutados sobre el modelo del «Gesú», la célebre iglesia que, creada por Vignola (1507-1573) y concluida por Giaccomo della Porta (1541-1604), fijó el molde y patrón de las iglesias jesuíticas en el mundo entero, vamos a ver si por este lado podemos aclarar la oscuridad de nuestra historia.

El ocaso del siglo XVI ve surgir la reacción contra las formas paganas del Renacimiento introducidas en la iconografía cristiana, y en ese período de elaboración en que el arte italiano se transforma para llegar a ser el arte clásico, período marcado con el título de «arte de la contra reforma», asoma en arquitectura el estilo llamado barroco, ajustamiento de líneas en combinaciones especiales hasta entonces inéditas, que producen ritmos desconocidos con tendencia a una mayor expresión por su carácter pintoresco y eminentemente decorativo. Es Italia el centro del movimiento y Roma, el foco en donde se forma y fija el patrón arquitectónico, abandonando el purismo frío del Bramante por la sensibilidad fantástica de San Gallo y Miguel Ángel, de Giaccomo della Porta y Fontana. Pero lo que éstos hicieron en la Basílica de San Pedro, no pudo constituir, por excepcional, el tipo que debía imponerse en la arquitectura cristiana. Fueron, en cambio, las formas del «Gesú», creadas a inspiración de los jesuitas por Vignola, las que, adoptadas   —66→   por toda Italia, iban a ser el modelo de las iglesias cristianas, invadiendo primero la Francia de María de Médicis y Luis XIII.

Figura 36.- Interior de la iglesia de San Ignacio en Roma

Figura 36.- Interior de la iglesia de San Ignacio en Roma

(Foto Alinari)

¿Cómo es este modelo? El «Gesú» es una iglesia de nave única, de bóveda de cañón, bordeada de capillas laterales, con un crucero sobre el que se levanta una cúpula y un coro en cuyo fondo está el altar mayor. De esta iglesia nace el tipo clásico de la iglesia cristiana del siglo XVII, con la siguiente organización característica: planta de cruz latina, bóveda en plena cintra en la que penetran las ventanas de la nave y que apea sobre un entablamento soportado por pilastras encastradas en el muro que flanquean las naves, una cúpula sobre el crucero, y la fachada constituida por la superposición de los órdenes clásicos. Este tipo, cuya formación se acusa a iniciativa de los jesuitas, fue el que éstos eligieron para difundirlo por el mundo como el mejor modelo de la arquitectura cristiana y, presentándolo con lujo extraordinario para impresionar por la riqueza, el color, la prodigiosa grandiosidad de su decoración y la finura de sus infinitos detalles, imponer el «Gesú» como el más grande ejemplar del nuevo estilo. Y como para difundirlo era   —67→   preciso aprovechar la propagación de la nueva orden religiosa fundada por San Ignacio de Loyola bajo auspicios favorables, ordenaron que todos los planos de todas las iglesias que trataren de construir los jesuitas en cualquier punto del universo, fuesen sometidos al visto bueno del General de la Compañía, sin cuya aprobación no podrían ser ejecutados. Este celo llegó a veces a mayor grado con el nombramiento de una especie de inspector de obras, como lo fue Etienne Martillange a principios del siglo XVII, que vigiló las construcciones de casas, iglesias y colegios en Francia, y levantó en París la capilla del Noviciado y la iglesia de San Luis.

Figura 37.- Una perspectiva del crucero de la iglesia de San Ignacio en Roma

Figura 37.- Una perspectiva del crucero de la iglesia de San Ignacio en Roma

(Foto Alinari)