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La imagen de la romería de San Isidro en la literatura del siglo XIX

Enrique Rubio Cremades

El escrutinio y búsqueda de material noticioso referido a la vida y milagros de San Isidro Labrador nos remite a finales del siglo XVI y albores del XVII. La primera monografía corresponde a Alonso de Villegas, autor del imprescindible Flos Sanctorum Nuevo, inspirada en las obras de Lipomano y Surio y en la Leyenda Áurea de Vorágine con la adición de bibliografía de santos y personajes célebres. Villegas publicaría en el año 1592 la Vida de Isidro Labrador como un claro homenaje a la villa de Madrid, al igual que unos años más tarde, 1606, haría Hernán Pérez en su estudio titulado Recopilación de los milagros y maravillas de San Isidro de Madrid. Años más tarde, si prescindimos de versiones literarias llevadas a cabo por Lope de Vega en sus comedias y poemas -San Isidro Labrador de Madrid, La niñez de San Isidro, La juventud de San Isidro1- y El Isidro (1599)2-, las referencias bibliográficas son numerosas3, pues la vida y milagros del santo patrón de Madrid constituyen un modelo ético de conducta para los madrileños. Tal como indica Jovellanos en Memoria sobre los espectáculos y diversiones públicas en España, las romerías están fundidas con la devoción y la necesidad del ser humano por vivirla y disfrutarlas: «La devoción sencilla los llevaba naturalmente a los santuarios vecinos los días de fiesta y solemnidad, y allí, satisfechos los estímulos de la piedad, daban el resto del día al esparcimiento y al placer» (1858: 482). Es evidente que Jovellanos se muestra mucho más tolerante que Feijoo, pues aunque no dedique ningún estudio o ensayo a las romerías, sí se muestra cauto y receloso sobre la multitud de milagros o sucesos fantásticos que se producen en su época. El Teatro Crítico Universal y las Cartas Eruditas actúan de prevención y freno a los milagros atribuidos por el pueblo a un determinado santo o patrón de una villa o ciudad, analizando con precisión y rigor las causas del milagro, de la sanación del enfermo, de ahí que el cientificismo feijoniano sea poco dado a este tipo de celebraciones.

La romería de San Isidro ocupa un lugar privilegiado tanto en la comedia de costumbres como en los cuadros de costumbres. El teatro popular y el artículo de costumbres del siglo XIX son los principales valedores de la romería de San Isidro. El sainete, por ejemplo, que tanta semejanza ofrece con el cuadro o escena costumbrista dialogada y ambientada en lugares públicos, engarza sus personajes en la escenificación de la romería de San Isidro, como en el caso del sainete de don Ramón de la Cruz La Pradera de San Isidro en el que el colorido de la escena, la intercalación de diálogos y mezcla de personajes de desigual condición social ofrecen un espectáculo vivo y, al mismo tiempo, gracioso por los equívocos y suplantaciones de personalidad. Un escenario en el que no faltan los consabidos productos de la romería, ni los cantos o bailes que animan a la concurrencia. Las anotaciones que Cruz realiza en su sainete como marco en el que se desenvuelven sus personajes, es colorista en sumo grado, de una gran movilidad y muy generoso en la presentación de tipos, como en el texto en el que figura una anotación ambiental y versos cantados por los romeros:

«(Seguidillas que canta el coro y bailan majos ordinarios, y al mismo tiempo llora el niño y rebuzna el burro. La señora Joaquina estará con un pandero aquí si saliese). Canta. El Señor San Isidro / nos ha enviado / porque le celebremos, / un día claro. / Bien se lo merece, / pues es paisano nuestro / pese a quien pese».

(1915: 1, 313)



El artículo de costumbres posee, pues, un estrecho parentesco con el teatro, especialmente con el denominado género chico, como en el caso del ya apuntado sainete, pues sus diálogos les asemeja tanto en la vis cómica como en la descripción del ambiente. Esta ambientación festiva propia de una romería suele figurar en las representaciones populares, no así en las obras teatrales cuyo único fin es dar vida a los episodios más emotivos e interesantes del Santo, como, por ejemplo, la comedia de Antonio Zamora, coetánea a las obras debidas a Cruz, titulada Comedia famosa. El Encero de Madrid, y divino Labrador (1765). Es, en cierta medida, y salvadas las diferencias en cuanto a calidad literaria se refiere, de idéntica intencionalidad que la llevada a cabo por Lope, es decir: escenificar aquellos episodios que desde la perspectiva del comediógrafo son más interesantes. Incluso la vida del Santo figurará en el romancero español4 o en ediciones anónimas o sin autor en la portada, como la publicada en el año 1851, Vida de San Isidro Labrador5. Todo ello evidencia la popularidad del Santo a lo largo de la historia, traducida su vida no solo a las lenguas peninsulares6, sino también a otros idiomas y en colecciones hagiográficas de relevancia7. Sin embargo, con la aparición de la prensa periódica en el siglo XIX y, por ende, el artículo de costumbres, el análisis o seguimiento de las costumbres madrileñas potenciará la imagen del Santo hacia cotas no alcanzadas en épocas pasadas, constituyendo su celebración, el 15 de mayo, una cita casi obligatoria para los escritores costumbristas. Popularidad del Santo que impregna toda la villa y corte de Madrid, desde su callejero hasta toda una tipología y escenario específicos. La calle de San Isidro, situada entre las calles del Ángel y de Don Pedro aparece ya en los planos de Texeira y Espinosa, conservándose antecedentes de construcciones particulares del año 1693. El camino alto de San Isidro -que comienza en el camino de Carabanchel y termina en la Ermita de San Isidro- se abrió ya en el año 1648, es decir, desde que el Santo fue venerado como tal por los madrileños como su santo patrón, su presencia fue continua, percibiéndose en todos los aspectos de la sociedad madrileña, tanto desde una perspectiva religiosa como profana.

Si hasta la aparición de la prensa moderna, inicio del segundo tercio del siglo XIX, la romería de San Isidro había ocupado un lugar preferente en el género de la comedia o en el teatro popular, el sainete, a partir de la irrupción de la prensa en España dicha festividad encontraría su perfecto encaje para su análisis en las páginas de las revistas literarias. El primer escritor costumbrista en recrear a San Isidro en las páginas de las revistas literarias fue El Curioso Parlante que, desde las Cartas Españolas, publicó el artículo «La romería de San Isidro» (1832) y años más tarde, desde las columnas del Semanario Pintoresco Español (1851)8 realizaría una nueva incursión en la festividad de San Isidro. Semanario que también recogería episodios de la romería de San Isidro, como el artículo de Ramón de Valladares y Saavedra, Crónica de Madrid publicado en el año 18459. Sin embargo, y pese a recalcar la importancia del periódico o revista literaria en la difusión de ambientes implícitos en la romería de San Isidro, el primer intento desde una perspectiva costumbrista sobre dicho tema se encuentra en la obra del propio Mesonero Romanos Mis ratos perdidos o Ligero bosquejo de Madrid en 1820 y 1821, pues en él dedica un capítulo a la romería de San Isidro desde múltiples ópticas, sin descartar nunca los aspectos más reprobables de la misma, desde peleas y riñas hasta el desorden y caos que provocan ciertos romeros:

«Acordábame yo de las descripciones que había leído de las fiestas con que los romanos celebraban sus bacanales, y comparábalas a estas sin temor de que se me achacase de exagerado. Con efecto si en aquella faltaba el pudor, en esta no sobra; si en aquella había bailoteo, en ésta los hay de todos géneros; si en aquella se daban latigazos, los hay de todos géneros; si en aquellas todo era desorden y confusión, todo es en ésta confusión y desorden».

(1822: 37)



La experiencia del jovencísimo Mesonero en su primer encuentro con el bullicio de la romería encuentra su reflejo en el siguiente trabajo publicado en las Cartas Españolas, pues en esta ocasión aunque describa pormenorizadamente el asunto, fingirá que todo lo descrito ha sido producto de un sueño, aunque, evidentemente, se trata de un recurso literario. Mesonero Romanos lo que intenta es prevenir al cándido romero de los peligros que puede encontrarse en la romería. Aunque la estructura del cuadro es muy parecida a la de Mis ratos perdidos, pues -tras una breve introducción sobre diversos aspectos de la romería, desde las impresiones de Mesonero al despuntar el día de celebración hasta descripciones y escenas referidas al bullicio, puestos de venta, carruajes y fondas-, la finalidad del cuadro es bien distinta, ya que el protagonismo lo ocupa un tipo harto conocido que si bien no tuvo la fortuna de aparecer en Los españoles pintados por sí mismos, sus hazañas, aventuras y desventuras suelen ser de dominio común: el personaje burlado, estafado, el primo, en definitiva. Hacer el primo es un hecho incontestable en el cuadro La romería de San Isidro, pues tras el consabido peregrinaje o paseo por los puestos ambulantes y visita a la ermita, el «espectáculo manducante», tal como señala Mesonero Romanos, cobra auténtico protagonismo en el artículo. El lugar idóneo, la fonda. Los protagonistas, una madre con sus hijas; el personaje deseado, el primo, el enamorado, el galán de una de las hijas. Reunido el grupo y sabedora la madre de que el pagano de la comida, el primo de turno, ha caído en la red, se disponen a despachar toda suerte de viandas en una fonda:

«Desocúpase en fin una mesa... ¡Qué precipitación para apoderarse de ella! Ocúpanla una madre, tres hijas y un caballero andante, el cual, a fuer de galán, pone en manos de la mamá la lista fatal... Los ojos de esta brillan al verla: Pichones, pollos, chuletas... ¿Qué escogerá? -Yo, lo que ustedes quieran; pero me parece que ante todo deben venir un par de perdices; tú, Paquita, querrás un pollito ¿no es verdad? -Venga, gritó el galán entusiasmado. -Y tú, Mariquita, ¿jamón en dulce? -Pues yo a mis pichones me atengo. -Vaya, probemos de todo -respondió el Gaiferos, con una sonrisa si es no es afectada».

(1835: 1, 83)



En la mente del joven galán solo está la factura que deberá pagar por tanta generosidad, pero la amada, Paquita, le ofrecerá un alón de perdiz como requiebro amoroso, desapareciendo al momento los negros nubarrones de su mente. Sin embargo, la madre, incansable, vuelve a empuñar la lista y a solicitar al mozo de la fonda fritos y asados por doquier. El humor, la sátira horaciana satira quae ridendo corrigit more asoma de nuevo en el artículo. El pobre galán sufrirá una mutación harto peculiar:

Por último, concluyó al fin de tres horas aquel violento sacrificio; pídese la cuenta al mozo, y éste, después de mirar al techo y rascarse la frente, responde: ciento cuarenta y dos reales. El Narciso a tal acento varía de color, y como acometido de una convulsión revuelve rápidamente las manos de uno a otro bolsillo, y reuniendo antecedentes llega a juntar hasta unos cuatro duros y seis reales; entonces llama al mozo aparte, y mientras hace con él un acomodo, la mamá y las niñas ríen graciosamente de la aventura (1835: 1, 84).

El cuadro de Mesonero Romanos supone una concatenación de contratiempos que actúan en contra del generoso galán, pues justo cuando se disponen a salir de la fonda aparece un joven oficial, conocido de las señoras y que desapareció misteriosamente a la entrada de la misma y que, casualmente, vuelve a aparecer de nuevo para cortejar a Paquita. Es evidente que Mesonero Romanos intenta prevenir a los lectores de este tipo de situaciones, harto frecuentes en la romería de San Isidro, pues si en este preciso cuadro el primo es el protagonista, en el descrito en Mis ratos perdidos es un donjuán del tres al cuarto quien pretende engañar a una cándida joven en una trifulca que se organiza en la romería de San Isidro. El paladín de la doncella se granjeará su simpatía, desconociendo la joven que sus intenciones no son otras que mancillar su honor y honra.

A raíz del cuadro de Mesonero Romanos, la romería de San Isidro se convierte en un cuadro clásico para los escritores costumbristas, analizando dicha festividad mediante la intercalación o engarce de personajes que exponen sus alegrías, pesares o intenciones de muy distinta catadura moral. Sería el caso de Antonio Flores, director de la publicación El Laberinto y autor del artículo «Todo Madrid en San Isidro» que describe desde idéntica perspectiva dicha festividad, ahondando en la personalidad del personaje de Mesonero conocido con el nombre de Gaijeros o Narciso para darle ya el definitivo, pues se trata de un tipo curioso que no se ha publicado en «Los españoles pintados por sí mismos [pero] le traen y le llevan de primada en primada sin darle el tiempo de que se retrate ni aun al daguerrotipo» (1844: 191). Personaje en cuestión que cobra auténtico protagonismo en el cuadro, compartiendo el argumento con el bullicioso ir y venir de manolos y manolas que cantan, bailan y ríen de forma estruendosa. Desde esta doble óptica se puede percibir la intencionalidad de Flores. Por un lado la fijación de este tipo, el primo, ausente de la colección publicada por Boix; por otro, el ruidoso y tumultuoso escenario de la romería en donde se cruzan todas las clases sociales con el mismo propósito: la diversión, la danza y la compra de objetos y repostería típica de la festividad.

En Todo Madrid en San Isidro se da carta de entrada a este tipo, pues acompaña al café a las señoras más elegantes y bonitas, les da el brazo en las verbenas, las sigue cuando van de tiendas, es el encargado de hacer los preparativos para las comidas del campo. Las mujeres le hablan y adulan, sintiéndose él orgulloso y satisfecho de su comportamiento. Incluso, insta a los pretendientes de las jóvenes casaderas a que les acompañe, pues «él solo no puede con todas. Estos que no esperan otra cosa, acceden; le dejan que se acerque a todas indistintamente y después que ha soltado la mosca..., después que... ha hecho el primo... le endosan con admirable destreza el brazo de mamá»10 (1844: 191).

La originalidad del cuadro de Flores radica en el habla de los personajes que dan vida al cuadro, adecuando las variantes idiomáticas a la condición social de los mismos. El lenguaje achulapado de las manolas y manolos, las expresiones coloquiales y los préstamos idiomáticos propios de los barrios más castizos de Madrid se dan cita en la romería de San Isidro:

«No se puede decir que se viene de San Isidro sin presentar una campanilla del Santo, o un cuerno; además es preciso ofrecer dulces a los amigos que se quedan en Madrid, y la manola tiene todo su placer en venir cargada como un burro con cuanto estuvo al alcance de los cincuenta o más pesos fuertes que se gastó allí con la generosidad característica de esa clase que está agonizando ya y que siempre ha tenío unos humos, unos arranques y un aquel ¡que ya! Ver una pareja de manolos en su calesín descorrío, un santo de barro en una mano, una campana en la otra, llena de torraos y pasas para regalar a sus conocíos con más lujo y más aquel que unos usías, es cosa que pasma»11.

La romería de San Isidro también ha ocupado un lugar privilegiado en las colecciones costumbristas de la segunda mitad del siglo XIX (Ayala, 1993). La primera colección en incluir dicho motivo sería Madrid por dentro y por fuera (1873), la última, la titulada Los Hombres españoles, americanos y lusitanos pintados por sí mismos ([1882], Federico Moja y Bolívar, autor del artículo «La romería de San Isidro» (1873: 155-166), fue en su época un conocido y festivo escritor de novelas, como las tituladas El club de los solteros (1872), ¡El pícaro mundo! (1873) y La cama de matrimonio (ESTS). Incluso publicó sus impresiones sobre la polémica naturalista en su monografía Algo sobre naturalismo literario (1895). Federico Moja era, sin lugar a dudas, uno de los escritores más idóneos para la descripción y análisis de la romería de San Isidro. De hecho, su artículo está bien pergeñado, ejecutado y dispuesto como en los maestros del género, aunque no por ello carente del sello distintivo, pues adecua dicha festividad a un contexto histórico bien distinto al que se desarrollan los anteriores cuadros, percibiéndose determinados cambios que afectan al argumento del mismo, como, por ejemplo, el bullicio y el variopinto mundo que se desarrolla desde la Puerta del Sol, cordón umbilical de la ermita del Santo, pues desde este lugar partirán los ómnibus atiborrados de personas bajo los gritos ensordecedores de los muleros y el vocerío de la gente. Ruido ensordecedor y maremágnum de voces que se sobreponen al tintineo de las campanillas, el trote de las muías, los chasquidos del látigo, la trepidación del vagón y los apostrofes del postillón.

La tradicional romería madrileña ha sufrido una mutación. Frente al cromatismo de las anteriores escenas protagonizadas por los tipos más populares y cánticos alusivos a las bondades de la romería, surge otro tipo de divertimentos que convierten a la romería en una especie de parque o lugar en el que se ofrecen a los romeros toda clase de diversiones, desde el Tío Vivo hasta espectáculos variopintos protagonizados por funanbulistas o equilibristas, titiriteros, la mujer gigante, la curiosa ternera de cinco patas, la loba marina que habla, los panoramas, cosmoramas, neoramas y esteoramas que muestran tras grandes vidrios las más célebres batallas y las capitales más populosas. Los preparativos de viaje también están en consonancia con los nuevos tiempos. Lo único que no sufre mutación es el requiebro amoroso, el galanteo, el hombre enamorado, la madre o padre que vela por la honra de sus hijas, los requiebros del joven galán y los rubores de las damas al sentirse lisonjeadas. No faltan las señoritas cursis, ni los filósofos, ni los calaveras o la recatada jamona que chilla como una loca en el columpio. El caballero gordo que baila echando los bofes o el honrado padre de familia que intenta estafar en una peseta al vendedor de turno. Federico Moja traza un cuadro vivo, preciso, no exento de humor. A diferencia de otros artículos de costumbres que prestan más interés al ambiente, a la descripción del entorno, Moja intercala y da vida a su cuadro mediante la intervención de personajes que captan y viven la romería desde múltiples puntos de vista.

De muy distinto enfoque y contenido serían los debidos a Ricardo y Enrique Sepúlveda. El primero de ellos publicará en Los hombres españoles, americanos y lusitanos un cuadro meramente descriptivo, abstracto, sin diálogos ni situaciones propias del cuadro de costumbres afín al cuento, como en anteriores ocasiones. Ricardo Sepúlveda ([1882]: 457-462) aborda la romería de San Isidro desde una perspectiva historicista, analizando las costumbres de la nobleza en función de las celebraciones y festividades que el santoral les ofrecía. Un análisis que se fundamenta en los hábitos de la sociedad madrileña de los siglos XVI y XVII, con alusiones a Lope y escritores de la dramaturgia áurea. Una sociedad en la que el contraste es la nota predominante, pues frente a la nobleza y clase media aparece una caterva de personajes perteneciente a los estratos sociales más ínfimos, con especial presencia de la mendicidad en todas sus variantes, desde el mendigo fingiendo males insospechados hasta el falso tullido que pide limosna en tono plañidero. Todo bajo un griterío ensordecedor y, a diferencia de los cuadros debidos a los maestros del género, total ausencia de los tipos populares madrileños. El majo, la maja, el mundo del Barquillo y Lavapiés desaparece en esta magna colección costumbrista, pues sólo en las conclusiones del artículo se alude al bullicio y al desplazamiento de los romeros desde la consabida Puerta del Sol.

Un carácter misceláneo sobre la romería de San Isidro tendría el cuadro de costumbres «San Isidro Labrador», de Enrique Sepúlveda, inserto en su libro La vida en Madrid de 1886, que recrea los múltiples aspectos y acontecimientos que se suceden durante este año en la vida de los madrileños, desde festividades, conmemoraciones, hitos históricos hasta reformas urbanísticas o sucesos de gran interés para el pueblo de Madrid. En este conjunto de cuadros o artículos de costumbres no podía faltar el dedicado a la romería de San Isidro, analizada e interpretada por Enrique Sepúlveda casi como un acontecimiento culinario, gastronómico. Desde el despuntar del día la vida, el ajetreo y el regocijo se manifiestan con gran intensidad. Como indica su autor, «a las seis se da la señal y resuenan por todas partes tambores, cornetines desafinados, pitos y organillos. Se abren los barracones de los fenómenos, y el aceite de freír buñuelos comienza a hervir, chisporroteando con estrépito en relucientes vasijas» (1887: 235). Más adelante, y tras un conciso comentario sobre la visita a la ermita del Santo, los romeros reponen sus fuerzas en la comida, convirtiéndose en este preciso momento la pradera de San Isidro en un lugar multicolor, pintoresco, en el decir de Enrique Sepúlveda:

«En un corrillo callos y caracoles; más allá cordero asado que se trincha con la mano, y con la mano se come para mayor prontitud; en este una inmensa tortilla, en el otro la fuente de gazpacho, que deja blindados los gaznates. Por todas partes botas y botellas; manteles, no del todo blancos con ilustraciones intercaladas en el texto, y un par de guitarras, con lazos y madroños».

(1887: 236)



Una interpretación harto curiosa de la festividad de San Isidro la encontramos en la obra de Carlos Frontaura Cosas de Madrid. Frontaura celebérrimo escritor en su época y firma indispensable en las publicaciones periódicas y autor de numerosos juguetes cómicos, zarzuelas, novelas y relatos breves, dará un tono burlón, censorio a los políticos, pues da inicio a su artículo de esta guisa:

«Hoy es un gran día, si no llueve. Hoy en San Isidro -noticia fresca- el bendito San Isidro, el hombre humilde que ha nacido y ha muerto, el madrileño más llano y sencillo que pueden Vd. figurarse, el varón justo que mereció por su modestia y sus virtudes ser elegido por unanimidad de votos patrón de la heroica villa. Ningún diputado, ningún ministro [...] ha logrado ni logrará una fama parecida [...] Hoy es un gran día, repito, hoy no queremos los madrileños acordarnos de la política, porque si de cosa tan ruin nos acordáramos, ya teníamos bastante para pasar un mal día, y esto no puede ser; el día de San Isidro no puede ser un mal día, como en tal día hasta los que no tienen nada sobre qué caerse muerto se alegran y festejan al Santo».

(1868: 224-225)



Carlos Frontaura con no poco gracejo y habilidad describe los inconvenientes del viaje en ómnibus, las estrecheces e incomodidades de los asientos, los apretones, cuerpos que se estrujan en los carruajes ante los gritos del conductor, mozas de buen ver y toda catadura, jóvenes insolentes que piropean a las damas, jóvenes con frases que encandilan a las mozas y sonrojan a las viejas, cesantes que reniegan del gobierno, filósofos que no tienen nada que comer y disputan un mendrugo a unos perros, amigos de lo ajeno... Toda una galería de tipos que olvidan sus miserias y lacerias, no muy contentos con su suerte, pero satisfechos en un día propicio para el desenfado y la fiesta. Tal como inicia su artículo lo concluye, pues Frontaura tras elogiar las virtudes una vez más del santo patrón finaliza de esta forma:

«Hoy es un gran día; hoy no es día de política. Hoy no puede haber revolución; hoy no hay sesión de cortes, hoy no habrá crisis, ni jugadas de bolsa, ni se perderá el tiempo hablando en vano de politiquilla. -¡Viva San Isidro! y que Vds. se diviertan»12.

(1868: 231)



Aleluyas, coplas, cánticos sobre las bondades del Santo o sobre el contento y alegría de quienes participan en la romería son frecuentes en todas las épocas. Recordemos, por ejemplo, los versos populares que Antonio Flores recoge en su semblanza sobre los tipos que aparecen en la romería, sus cantos:

«De San Isidro vengo

y he merendao;

más de cuatro quisieran

Lo que ha sobrao.

Ha sobrao cordero

doce gallinas

unos pavos en salsa

y pastas finas».


(1877: 231)



Presencia también de la romería de San Isidro en los pliegos sueltos que aluden al santo:

«A San Isidro Lozano,

a Santa María, un día

llevaron con gozo ufano

porque tiene mucha mano

con Dios y Santa María.

De Isidro, el agua sin tasa

esperaban con placer,

pues cuando por Madrid pasa

no se vuelve nunca a casa

a secas y sin llover»13.


Refranes zafios y groseros sobre la importancia del santo, como en el caso del presente elogio: San Isidro Labrador, / alza la pata y se mea en tós (Martínez Kleiser, 1989: 657). Representaciones de entremeses tanto en el siglo XVIII como en el XIX alusivos a las excelencias y bondades de San Isidro Labrador y su mujer Santa Alaría de la Cabeza (Subira; 1925). Estribillos anónimos, cancioncillas populares que se pierden en el tiempo. Trasiego de personajes no sólo madrileños sino también forasteros -a quienes se moteja de isidros- que pueblan la pradera del santo y que para acceder a la ermita es necesario atravesar una masa humana de increíbles proporciones. Casas de estera, toldos, vendedores ambulantes, corros, bailes, fogones improvisados... Miles de almas «que corren o se mueven y por cada cinco de estas almas un pobre que pide limosna, y por cada diez un ratero» (Carreras Candi, 1933: III, 662) 14.

Si con anterioridad hemos analizado la importancia y la incidencia de la figura del Santo Patrón de Madrid en el teatro áureo y posteriores manifestaciones literarias tanto teatrales como prosísticas, con especial énfasis en el cuadro de costumbres, es significativo también señalar que la romería de San Isidro sirve de telón de fondo en la peripecia argumental de excelentes novelas de la literatura española. Sería el caso de E. Pardo Bazán cuyos relatos Morriña, Insolación, Una cristiana, La prueba, La Quimera y La Sirena Negra se enmarcan en un contexto madrileño, fruto de sus vivencias en Madrid. De todas estas novelas sería Insolación la que daría vida a la romería de San Isidro, inmersa en un casticismo de grandes quilates que nada tiene que envidiar a lo más granado del costumbrismo. Doña Emilia capta el casticismo madrileño con sutil percepción, desde el colorido y bullicio del lugar, hasta el desfile interminable de chisperos, mujerzuelas, soldados, mendigos, gitanos, chiquillos harapientos, chulas de mantón terciado y ralea apicarada y soez. Con singular detenimiento escudriña la novelista los puestos de venta en donde se muestran al romero toda suerte de objetos y cachivaches, desde pitos adornados con hojas de papel y plata hasta vírgenes pintorreadas de esmeralda, cobalto y bermellón. Venta de quincallería barata que se mezcla con cacharros de loza, con figuritas groseras de toreros y picadores, botijos de extrañas hechuras y monigotes o fantoches con la cabeza de Sagasta o Castelar. Mosaico colorista embadurnado de olores y emanaciones típicas de ferias de romería, como el olor a aceite frito de los buñuelos que se pega en la garganta y produce un inaguantable cosquilleo. La percepción sensitiva y la auditiva se complementan continuamente. Peleas, riñas brutales bajo el sol deslumbrante. Enfrentamientos entre mujeres que luchan de forma salvaje, agrediéndose sin piedad. Duelo a navajazos ente chulos de baja ralea bajo un ensordecedor griterío de palabras soeces y groseras. Un sol de justicia, un sol que derrite la sesera y que actuará como factor determinante en las relaciones amorosas de sus protagonistas.

La romería de San Isidro se constituye de esta forma en un referente no sólo costumbrista, sino también como un factor esencial para el engarce de las costumbres madrileñas con la literatura. De igual forma el seguimiento de dicha romería permite establecer con detenimiento los cambios experimentados por la sociedad, desde el majismo dieciochesco, principal protagonista en la romería, hasta la inclusión en la segunda mitad del siglo XIX de todas las clases sociales, desde el rufián o pedigüeño profesional hasta la encopetada dama acompañada del gomoso de turno. Un mosaico social, en definitiva, necesario para la comprensión de la realidad española del momento.

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  • JOVELLANOS, Gaspar Melchor de, Memoria sobre los espectáculos y diversiones públicas, en Obras de D. Gaspar Melchor de Jovellanos. Colección hecha e ilustrada por D. Cándido Nocedal, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, M. Rivadeneyra, Impresor, 1858, I.
  • LEÓN, Miguel de, Fiestas de Madrid, celebradas a XIX de Junio de 1622 años de la canonización de S. Isidro, S. Ignacio, S. Francisco Javier, S. Felipe Neri y Sta. Teresa de Jesús, Por el licenciado..., 1622.
  • LOPE DE VEGA, Félix, Isidro. Poema castellano de Lope de Vega Carpió. Secretario del Marqués de Sarriá. En que se escribe la vida del bienaventurado Isidro, Labrador de Madrid, y su Patrón divino. Dirigida a la muy insigne villa de Madrid, Madrid, por Luis Sánchez, Año, 1599, Relación de las Fiestas que la insigne villa de Madrid hizo en la Canonización de su bienaventurado Hijo y Patrón San Isidro, con las comedias que se representaron y los Versos que en la Justa Poética se escribieron. Dirigida A la misma Insigne Villa Por Lope de Vega Carpió, Año 1622. En Madrid, por la Viuda de Alonso Martín, Año 1622.
  • Los Hombres Españoles, Americanos y Lusitanos pintados por sí mismos. Colección de tipos y cuadros de costumbres populares de España, Portugal y América, escritos por los más reputados literatos de estos países, bajo la dirección de don Nicolás Díaz Benjuemea y don Luis Ricardo Fors, ilustrada con multitud de magníficas láminas debidas al lápiz don Eusebio Planas, Barcelona, Establecimiento de Luis Ricardo Fors, s. a. [1882].
  • Madrid por dentro y por fuera. Guía de forasteros incautos. Misterios de la corte, enredos y mentiras, verdades amargas, fotografías sociales. La familia, la calle, el paseo. Cuadros de costumbres, miserias madrileñas, lujo y bambolla. Tipos de Madrid, señoras y caballeros, políticos y embusteros. Lo de arriba, lo de abajo, lo de fuera y lo de dentro. Madrid tal cual es. Madrid al pelo. Madrid en camisa. Dirigido por Eusebio Blasco y escrito por varios autores, Madrid. A. de San Martín y Agustín Jubera, 1873.
  • MARTÍNEZ KLEISER, Luis (comp.), Refranero General Ideológico Español, Madrid, Editorial Hernando [3.ª ed.], MCMLXXXIX.
  • MESONERO Romanos, Ramón, Mis ratos perdidos o ligero bosquejo de Madrid en 1820y 1821. Obra escrita en español y traducida al castellano por su autor, Madrid, Imprenta de don Eusebio Álvarez, 1822.
  • ——, «La romería de San Isidro», en Panorama Matritense. Cuadro de costumbres de la capital observados y descritos por El Curioso Parlante, Madrid, Imprenta de Repullés, 1832, Tomo I, pp. 3 y ss.
  • ——, «La romería de San Isidro», Cartas Españolas. Revista histórica, científica, teatral, artística, crítica y literaria, publicada con Real permiso y dedicada a la Reina, nuestra Señora, por don José María Carnerero, Madrid, Tomo V, 17 de mayo de 1832.
  • ——, «Recuerdos de San Isidro Labrador, patrón de Madrid», Semanario Pintoresco Español, 1851, p. 153.
  • MOJA Y BOLÍVAR, Federico, «La romería de San Isidro», en Madrid por dentro y por fuera, pp. 155-166.
  • PÉREZ, Hernán, Recopilación de los milagros y maravillas de San Isidro de Madrid, sacados de su libro: compuestos por Hernán Pérez, familiar del Santo Oficio, vecino de la villa de Ceclavín. Con licencia impresa en Madrid, en casa de Miguel Serrano de Vargas, año de 1606. (Al fin) Dio licencia el Sr. Vicario de la Villa de Madrid y su partido a Miguel Serrano de Vargas para poder imprimir esta obra, atento a la censura del P. Fr. Diego Granero. Es su fecha en Madrid a 4 de agosto de 1606.
  • QUINTANA, Jerónimo de, La vie de S. Isidoro, patrón des laboureurs, et de Marie de la Cabeça, sa femme, par un Père de la Compagnie de Jesús, Verdun, 1631.
  • ——, Relación verdadera de las solemnes Fiestas que se han celebrado en la ciudad de Roma a 18 de marzo en las canonizaciones de los santos Isidro [...] Con licencia, impresa en Barcelona, por Esteban Liberos, 1622.
  • SEPÚLVEDA, Enrique, «La romería de San Isidro», en La vida en Madrid, Madrid, Imprenta de El Cascabel, 1868, pp. 233-240.
  • SEPÚLVEDA, Ricardo, «La romería de San Isidro», en Los Hombres Españoles, Americanos y Eusitanos, op. cit., pp. 457-462.
  • SUBIRA, José, «La festividad de San Isidro Labrador», Revista de la Biblioteca, Archivo y Museo, Año II, 6 (abril, 1925).
  • TEXEIRA, Pedro, Topografía de la villa de Madrid descrita por Don..., Año, 1656. En la que se demuestran todas sus calles el largo y ancho de cada una de ellas, las Rinconadas y las que tuercen las Plazas, Fuentes, Jardines [...], Salomón Saury Faecit Cura et Solesituoine, Ioannis, et iacobi van Veerle Antuerpiae, 1656.
  • VALLADARES Y SAAVEDRA, Ramón de, «Crónica de Madrid», 1845, pp. 167-168.
  • VARGAS MACHUCA, Tomás, Traduzione nell'italiana idioma asseguita dal Duca Tommaso Cavaliere de Vargas Macciucca. Della vitad ello spagnolo S. Isidoro protettore degli agricoltori e della sua nobile famiglia, Napoli, Dalla Tipografía Trani, 1848.
  • VICENTE GARCÉS, Benito, Romancero de la Ramería de San Isidro. Por..., Madrid, Campuzano Hermanos, 1874.
  • VILLEGAS, Alonso de, Vida de Isidro Labrador, cuyo cuerpo está en la Iglesia Parroquial de San Andrés de Madrid, escrita por don... Dirigida a la muy insigne villa de Madrid, Madrid, por Luis Sánchez, 1592.
  • ZAMORA, Antonio, Comedia famosa. El Lucero de Madrid, y divino Labrador. De don... (Al fin). En Valencia, Viuda de Joseph de Orga, 1765.