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La lengua en la España de los Austrias: el siglo XVII

José Antonio Candalija Reina

Francisco Ángel Reus Boyd-Swan (coaut.)






1. Introducción. Estado de la lengua

Durante el siglo XVII se produce una profunda transformación en el tratamiento del lenguaje que, como es lógico, refleja vivamente la lengua literaria de la centuria: desde la literatura de Cervantes y Lope de Vega a principios del siglo hasta Góngora, Quevedo o Gracián en las postrimerías, la evolución es radical. Si, como puso de relieve Menéndez Pidal (El lenguaje del siglo XVI), en la época de Valdés y Fray Luis las características predominantes son selección y no invención, en la de Góngora y Calderón predominará la invención sobre la selección.

En primer lugar surge Cervantes y, como continuador de la época anterior, es difícil de clasificar en una u otra de las tendencias del momento. Su posición responde a los siguientes criterios:

  1. Preferencia del español sobre el latín, demostrada en varias ocasiones, en las que ridiculiza el exceso de latinismos;
  2. La naturalidad y la selección. «La característica del habla de Sancho es la naturalidad (contrapuesta, sobre todo, al lenguaje algunas veces afectado y ampuloso de D. Quijote). El refrán es uno de sus ingredientes y uno de sus encantos. D. Quijote le critica, no el uso, sino el abuso, la falta de medida». La naturalidad es también la norma de Cervantes cuando hace decir a D. Quijote: «Habla a lo llano, a lo liso, a lo no intrincado, como muchas veces te he dicho y verás cómo te vale un pan por ciento». Y por eso defiende los refranes, porque «no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas».
  3. Defiende también el uso del neologismo;
  4. Es necesario huir de la afectación. D. Quijote dice a Sancho cuando va a hacerse cargo del gobierno de la ínsula: «Anda despacio; habla con reposo; pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo; que toda afectación es mala»;
  5. Es partidario de una lengua nacional, por encima de toda diferencia regional, es decir, sin las supremacías de las normas toledanas, burgalesas, etc.

Ángel Rosemblat ha estudiado la lengua cervantina y ha observado en ella las siguientes características:

  1. Usa el tópico o lugar común. Toma de la lengua popular los tópicos más manidos, los modos adverbiales y frases hechas y los modifica o acumula, o juega con ellos para obtener un efecto expresivo o humorístico;
  2. Las comparaciones abundan en Cervantes, tomadas generalmente del habla popular y las utiliza en las situaciones más inesperadas;
  3. Del mismo modo procede con las metáforas, y aquí nos encontramos de nuevo en la doble vertiente del habla popular y el habla culta. Cervantes toma las metáforas tradicionales y las emplea a su modo, como las comparaciones;
  4. Tanto en la prosa narrativa de Cervantes como en boca de sus personajes cultos o populares, es un recurso importante el empleo de la antítesis: «[...] él se partió llorando y su amo se quedó riendo», «Sancho, amigo, no te congoje lo que a mí me da gusto», etc.;
  5. La sinonimia, tan utilizada ya en el siglo XVI, es usada también ampliamente por Cervantes;
  6. La repetición de palabras o grupos de palabras era una de las agudezas y galas tradicionales de la lengua poética, y alternaba con la también frecuente sucesión de sinónimos, como formas de amplificación;
  7. También es frecuente el uso de la elipsis;
  8. El juego de palabras, en el que se combinan la polisemia o la homonimia es también profusamente utilizado;
  9. El juego con la forma de las palabras: «[...] y procura la cura de su locura»...

La obra de Lope de Vega coincide por un lado con Cervantes y por otro con Góngora. Dice Menéndez Pidal: «Lejos de la serena firmeza que Cervantes muestra en el desarrollo de su estilo, Lope se nos muestra algo ambiguo y aun contradictorio, tanto como en otros aspectos de su íntimo vivir. Defiende siempre la teoría de lo natural, pero en la práctica no es nada exclusivista, sea por dificultades en la aplicación, sea por sugestiones ambientales». Escribe la poesía docta para que no le llamen ignorante en Italia y Francia y la poesía natural para satisfacer su más íntima inspiración y el gusto de su pueblo.

Si en tiempo de los Reyes Católicos se impone el buen gusto y con Valdés se exalta el buen juicio, Lope se basa en la razón para su arte docto y antiguo, mientras que ese arte nuevo se funda en el gusto, sin el adjetivo buen. Según Lope, el fin de la poesía popular es «dar gusto» y el gustar como deleite estético es independiente del raciocinio o juicio; tan independiente que puede ser opuesto:


Porque a veces lo que es contra lo justo
por la misma razón deleita el gusto.



Según dice en el Arte Nuevo y ratifica años después en la Epístola a Claudio:


Que en lo que viene a ser arbitrio el gusto
no hay cosa más injusta que lo injusto.



Por ello en el lenguaje primará el gusto, tanto en la obra docta como en la natural. Lope lleva a escena el habla conversacional de la época, al recoger todo lo cotidiano y, como escribe para la representación, se sirve también del gesto y de la entonación. El vocabulario cotidiano de «sociedad de capa y espada» -dice Menéndez Pidal- toma la divinización de la mujer que ya había comenzado en el siglo XV: los adjetivos divino y celestial con el verbo adorar se hacen familiares en extremo; la amada es ahora una porción de cosas como gloria, cielo, serafín, ángel sacro, ángel celestial… y el vocabulario amoroso es abundantísimo: dar y pedir celos, hacer afectos, hacer extremos, estar rendidos, amartelados, etc.

Hay aún otro aspecto, que aunque no es nuevo, cultiva Lope: la poesía como ciencia, utilizado en el siglo XV, recordado por Herrera y puesto en práctica en el XVII. Para Lope «no solo ha de saber el poeta todas las ciencias, o al menos principio de todas, pero ha de tener grandísima experiencia de las cosas que en tierra o mar suceden…, porque ninguna hay en el mundo tan alta o íntima de que no se le ofrezca tratar alguna vez, desde el mismo Criador hasta el más vil gusano y monstruo de la tierra». Así el vocabulario aumenta considerablemente y en su poesía docta introduce palabras tomadas de la arquitectura (plinto, arquitrave, acroteras, sinedras, trasdoses), de la pintura (bosquejo, ancorque, genolí, esbelteza, encarnación), de la astronomía (eclíptica, híadas, hélices, textiles, coluros), de la medicina (febricitante, intercadente), etc.

Junto a Lope aparece Góngora, con una total renovación del lenguaje. En una época de lucha y de fuerte transición en el uso del lenguaje literario, Góngora tuvo admiradores, pero también detractores de su quehacer poético. Como respuesta al Antídoto contra las Soledades de Juan de Jáuregui (1613), Góngora responde que ha elevado la lengua castellana a la complejidad y perfección de la latina, convirtiéndola en un «lenguaje heroico que ha de ser diferente de la prosa y digno de personas capaces de entenderlo», y defiende la oscuridad de su estilo, como una buena arma para agudizar el ingenio. Las polémicas entre culteros o culteranos y sus contrarios arrecian y, como es lógico, Lope se ve implicado en ellas. Lope siente una ligera admiración por Góngora, por su ingenio, pero no por la lengua que quiere introducir.

Siguiendo a Dámaso Alonso, la lengua de Góngora se caracteriza por los siguientes rasgos:

  1. El hipérbaton es el cultismo sintáctico más visible y debatido, en todas sus variantes (separación del sustantivo de sus determinativos, del adjetivo atributo, del complemento introducido por la preposición de, del artículo respecto al sustantivo, colocación del verbo al final de la frase, separación del verbo auxiliar del principal y separación de la negación respecto al verbo);
  2. Empleo del verbo ser con significado de «servir» o «causar»;
  3. El uso del acusativo griego (acusativo de relación o de parte) tiene en Góngora forma de un participio y luego un adjetivo;
  4. El empleo, casi abuso, del ablativo absoluto;
  5. La repetición de fórmulas como éstas: «A, si no B»; «A, si B»; «No B, sí A»; «No B, A», etc.

La influencia de Góngora continúa en Calderón, aunque en menor medida. La diferencia reside en el carácter de sus obras respectivas ya que, mientras la poesía se escribe para ser leída y sobre ella puede meditar el lector, el teatro, y sobre todo el calderoniano, debe representarse y el espectador debe captar todo lo que se dice y mal se podrían entender desde el patio de butacas muchos de los pasajes de Góngora. Por ello, los fenómenos gongorinos se dan en Calderón en menor intensidad y cuantía. Según Alvar-Mariner (1967), se pueden señalar los siguientes rasgos:

  1. Anteposición del régimen a la palabra regente;
  2. Anteposición del adjetivo;
  3. Anteposición del infinitivo al verbo conjugado;
  4. Separación por medio del verbo de dos elementos que deberían ir unidos;
  5. Transposición del verbo al final de la frase;
  6. Uso del ablativo absoluto.

Frente a los culteranos, surgieron los conceptistas. Primero, Quevedo y más tarde Gracián. Este último, según Klaus Heder, distingue entre lo material (metro, medida silábica) y lo formal:

«Dos cosas hacen perfecto un estilo, lo material de las palabras y lo formal de los pensamientos, que de ambas eminencias se adecua su perfección».



O dicho en frase propia de Gracián:

«Son las voces lo que las hojas en el árbol, y los conceptos el fruto».



O también:

«Puédese decir de los conceptos lo que de las figuras retóricas: ni todo el cielo es estrellas, ni todo el cielo es vacío; sirven ellos como de fondos, para que campeen los altos de aquellas, y altérnanse las sombras para que brillen más las luces».



Distingue al mismo tiempo entre estilo natural y estilo artificial: el primero es sin afectación, casto y claro, es «como el pan, que nunca enfada: gústase más de él que del violento, por lo verdadero y claro». El segundo es pulido con atención y dificultoso, por lo que en las cosas hermosas en sí, la verdadera arte ha de ser huir del arte y afectación; pero en este mismo género de estilo natural, hay también su latitud; uno más realzado que otro, o por más erudición o por más preñez de agudeza, y también por más elocuencia natural. Así se desliza Gracián hacia el estilo artificioso, donde el arte debe estar entre las «cuatro causas de la agudeza», junto al ingenio, materia y ejemplar.

El lenguaje del conceptista es obra meditada que se nutre de expresiones opuestas a las del culterano: en vez de utilizar léxico cultista, usa voces populares, llegando a veces a reproducir los vocablos groseros del pueblo bajo; en vez de innovar introduciendo extranjerismos, crea dentro del castellano, por derivación o composición, nuevos vocablos (algunas veces burlescos, para ridiculizar creaciones culteranas). He aquí lo más destacado:

  1. Utilizan cláusulas sueltas y concisas, en lugar de largos periodos hiperbatizados. «En vez de la erudición falsa y pedantesca, propia de los culteranos, el conceptista aspira a poseer una cultura sólida de la que no hace alarde»;
  2. El juego de palabras es constante. Gracián opone «la milicia a la malicia», donde bajo la semejanza formal léxica subyace su deseo de luchar contra la maldad;
  3. Es muy frecuente en Gracián el uso de un mismo significante con dos significados. Cuando habla de los cisnes, dice: «Como son tan cándidos, si cantan han de decir la verdad», donde cándido es, a la vez, «blanco» e «inocente»;
  4. Los contrastes y paralelismos son muy abundantes, tanto en Quevedo como en Gracián;
  5. Gracián usa los sustantivos con función adjetiva.

En cuanto al vocabulario, éstas son las principales aportaciones:

  • HELENISMOS:
    • Términos zoológicos: anfibio, foca, parásito, rinoceronte.
    • Geológicos: amianto.
    • Medicinales: alopecia, cirro, embrión, epidemia, reúma, síntoma, tráquea.
    • Químicos: fósforo.
    • Matemáticos: cateto, diámetro, elipse, escaleno, hipotenusa, paralelo.
    • Astronómicos, geográficos y náuticos: coluro, cometa, geografía, horóscopo, meteoro, náutico, paralaje, pirata.
    • Gramáticos, literarios y músicos: apóstrofe, apotema, cacofonía, crítico, dialecto, ditirambo, drama, encomio, episodio, epopeya, filología, idilio, idioma, lacónico, léxico, liceo, lírico, metáfora, museo, onomatopeya, palinodia, paradoja, paraninfo, patético, sinónimo, tropo.
    • En el campo del pensamiento y la palabra: análisis, análogo, anónimo, antagonista, antipatía, apología, axioma, categoría, díscolo, empírico, energía, entusiasmo, escéptico, ético, filantropia, misantropía (más tarde cambiarán el acento), hipótesis, ironía, metamorfosis, método, problema, símbolo, simpatía, tesis, tópico, efímero.
    • En el campo de la Historia y la política: anarquía, década, democracia, diploma, economía, emblema, emporio, época, étnico, génesis, monarca, patriota, poligamia, síndico.
    • Referido al mundo antiguo: báratro, cariátide, disco, esfinge, falange, gimnasio, himeneo, mausoleo, quimera.
    • Términos religiosos: ateo, carisma, epacta, místico, neófito, prosélito, sarcófago.
    • Términos introducidos «por un afán barroco de depurar y elevar el vocabulario, pues de todos existían muy a mano sinónimos o cuasisinónimos»: antro, aroma, exótico, hecatombe, holocausto, panegírico, pánico, pira, sandalia.
    • Neologismos: anagrama, cetáceo, hipocondría, diagonal, metafísica.
  • LATINISMOS:
    • Góngora piensa en la necesidad de crear una lengua poética y con un fin eminentemente estético usa el latinismo: emular, erigir, esplendor, nocturno, ostentar, cerúleo, crepúsculo, purpúreo, pluvia, ponderoso.
    • En Calderón no se detiene esta influencia latinista: funesta, inmóvil, exhalación, inmensidad, capacidad, compostura, prodigio, forma, concepto, ejecución, aplausos, ostentación, representación, apariencia, ornato, evidencia, instante, rústico, mísero, pálida, trémulo, piélagos, cólera, fábrica, cándido, bellísimo, república.
    • Menéndez Pidal ha señalado cómo en los poemas doctos de Lope entra el latinismo sin ninguna dificultad: cálamo, epítima, semideo, filantía, equiparar, expeler, reciprocar, velívolas, undísono, ignífera, belipotente, nemoroso, efebo, indeficiente, cristífero, penícoma, frangir, horóscopo, tulipán, sistema, increpar, ileso, truculento, antropófago, sarcófago, apócrifo, esqueleto.
  • GALICISMOS:
    • De la vida militar: carabina, convoy, barricada, brecha, asamblea, foque.
    • De la vida cortesana: contralor, galopín, chalán, hugonote, parque, calesa, etiqueta, peluca o perruca, manteo, broche, galón, ocre.
    • De la vida pública: taburete, hucha, menaje, marmita, carpeta, crema, fresa, panel, dintel, placa, parche, acoquinar.
  • OCCITANISMOS:
    • Barrica, farándula, gabacho, gris, tartana.
  • CATALANISMOS:
    • Pantalla, forajido, volantín, revolución, bribón, rosicler.
    ITALIANISMOS:
    • En Literatura: novelador, parangonar, facecia, humanista, pasquín.
    • En teatro: comedia del arte, arlequín, arnequín, bufón, trástulo, comediante, tramoya.
    • En pintura y artes plásticas: colorido, contrapuesto, esquiciar, esquicio, mórbido, urchilla, verdacho, verdetierra, esbelto, esfumar, esgrafiar.
    • En arquitectura: apoyo, balaustre, campanil, cartela, casino, centina, cúpula, embasamiento, fachada, filetón, florón, fumarola, imposta, planta, zócalo.
    • En música: concierto, sordina, bandola, banqueta, violín, violón, cabriola, campanela, gambeta, matachín, pavana, saltarelo.
    • En la vida religiosa: piovano, plebe.
    • En la vida militar: atacar, esguazar, duelo, leva, posta, tropa, pasacaballo, farseto.
    • En la vida marítima: magujo, mandarria, góndola, drizar, aduja, filarete.
    • En la vida comercial e industrial: balance, canje, cero, contrabando, julio, capichola, tabí, tercianela.
    • En la vida social: afretelar, cortejar, chanza, espadachín, hipócrita.
    • En juegos y recreos: carnaval, cucaña, estafermo, fogata, truco, empatar.
    • En plantas y animales: garnacha, pistacho, vitela, hipogrifo, fenice.
    • En geología: pantano, tramontar, fumarola.
    • En la vida privada: serrallo, recamo, botarga, corbata, chancear.
  • AMERICANISMOS:
    • Procedentes de la lengua arahuaca: canoa, naboria, cayo, comején, iguana.
    • Del arahuaco insular: huracán, sabana, bohío, hamaca, naguas, cacique, jíbaro, areito, carey, yuca, batatas, maíz, ají, maní, tuna, tabaco, moniato.
    • De la familia lingüística caribe: caribe, piriragua, manatí, caimán, colibrí, butaca, loro, mico.
    • Del nahuatl: petate, petaca, papelote, tiza, chocolate, coyote, ocelote, tomate, cacao, aguacate.
    • Del maya: henequén, posiblemente cigarro.
    • Del chibcha: chucua, chicha, moque.
    • Del quechua: guaco, guipo, quena, mate, gaucho, china, payador, jarana, pampa, puma, cancha, guano, llama, vicuña, alpaca, puma, cóndor, papa, chirimoyo, coca, quina.
    • Del aimara: tití, taita, tata, tola, chulpa.
    • Del tupí-guaraní: maraca, catinga, jaguar, tapir, tiburón, yacaré, piraña, tapioca.
    • Del araucano: maloca, poncho laucha, calchas.
  • Algunos de estos términos se incorporaron a la lengua habitual todavía en el siglo XVI, pero otros los vemos introducidos en la literatura del XVII, como:
    • En Cervantes se ven: cacao, caimán, bejuco, huracán, caribe;
    • En Quevedo: tabaco, chocolate, naguas;
    • En Góngora: flechero parahuay, caribazo, mico, tiburón, batatas;
    • En Lope: batatas, cacao, caimán, caribe, mico, naguas, tabaco, tiburón, vicuñas, aguacate, piragua, huracán, maíz, guacamayo.



2. Cambios lingüísticos


Plano fónico

En los siglos XVI y XVII, la llamada época de los Austrias, o Siglo de Oro, suele fijarse, para el plano fónico el nacimiento del español moderno. Según Rafael Cano (2004), frente a la lengua medieval y a la moderna, el español de los siglos XVI y XVII combinaría revolución de las estructuras medievales y estabilización de las surgidas de esa revolución.

En primer lugar, las modificaciones que afectan al sistema vocálico se refieren en esta época casi sólo a la distribución en el léxico de determinados fonemas, o combinaciones. Por otro lado se centran de forma casi exclusiva en la sílaba átona y, aunque tales situaciones de variación van disminuyendo, especialmente durante el siglo XVII, se dan sobre todo en la lengua escrita, especialmente la literaria. Dicha variación puede agruparse en las siguientes categorías:

  1. Residuos de la alternancia medieval /ie-/-/i/ en determinadas palabras: la inmensa mayoría de casos de prie(s)sa se concentra en el XVI , pero también Covarrubias, en su Tesoro (1611), remite en prisa a priesa, forma bajo la que se define la palabra;
  2. Hay alternancia /e/-/i/ y /o/-/u/ átonas, por motivos no sólo fonéticos sino también por incompleta fijación de los paradigmas de la raíz verbal en la conjugación -ir. Hallamos en el XVII -e- en formas de verbos -ir ante diptongo: seguiente o en verbos -ir donde la disimilación de la vocal radical no triunfo al final: recebir;
  3. Las variaciones vocálicas en los cultismos siguen produciéndose, aunque varios de los casos señalados por Lapesa ya no se documentan, al menos en CORDE (envernar, mormorar, sujuzgar, risidir). Sí hay en el siglo XVII algún caso de intelegible (disimilación), también notomía (por anatomía: asimilación).

Según Lapesa (1981, 200), durante la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII se producen cambios en el consonantismo que suponen el paso del sistema fonológico medieval al moderno:

  1. Continúa la distinción entre los fonemas /b/ oclusivo (escrito b) y /v/ fricativo (con grafía u o v);
  2. Se extendió el ensordecimiento de la z, la -s- y la g/j que se confundieron con sus sordas correspondientes c/ç, -ss- y x. Santa Teresa escribe tuviese, matasen açer, dijera, ejerçiçio, teoloxia;
  3. En las sibilantes dentales se produjeron cambios en la forma y punto de articulación: el aflojamiento de las africadas en fricativas, que al ensordecerse la sonora, se igualaron en un solo fonema interdental correspondiente a la c, z actual;
  4. La relajación de la d intervocálica, que había comenzado en el siglo XIV se propaga en las desinencias verbales -ades > -áis, -ás, -edes > -és, -éis, -ides > ís;
  5. Los grupos de consonantes latinos ct, gn, ks, mn, pt, se simplifican en el XVII: Alemán afirma que la escritura latina no debe dominar la castellana y así debe escribirse y decirse sétimo y rechazarse contradictor, escriptura.



Plano morfológico

La variación de género en los sustantivos no era exactamente la de hoy. Algunas soluciones que hoy han desaparecido (o persisten como arcaísmos) están vigentes en el siglo XVII: la puente, la estambre, los doce tribus, que aparece en el Quijote.

Los diminutivos más frecuentes eran, por este orden: -illo, -ico e -ito. En el siglo XVI el sufijo -ico era forma cortesana, pero en el XVII aumentó el prestigio de -ito e -ico ganó rusticidad y evocación dialectal, lo que explica que en el Quijote se use para caracterizar el habla rústica.

En el adjetivo era general la vacilación de la apócope de grande, primero, tercero, etc. El superlativo -ísimo se generaliza en el siglo XVI, aunque a principios del XVII debió de sentirse como forma no patrimonial, porque Cervantes lo aplica a sustantivos con fines humorísticos (escuderísimo, dueñísima) y Correas lo califica de no castellano.

A mediados del siglo XVI ya se habían generalizado las formas compuestas de los pronombres personales (nosotros, vosotros) frente a las simples: nos, vos. Las gramáticas de finales del XVI y del XVII sólo conocen las formas actuales. Respecto de las fórmulas de tratamiento, en la competencia lingüística de los hablantes debió de haber un sistema algo complejo, porque según Girón Alconchel (2004) recogiendo las observaciones de Correas (1626) había una fórmula de respeto: vuestra merced; una fórmula para la confianza los inferiores: ; luego había dos fórmulas intermedias: él, ella, para referirse a otro interlocutor presente (al que debía tratarse de vuestra merced) y vos, para inferiores, para iguales y -ya como arcaísmo- para el respeto reverencial al rey, a Dios, …

En la morfología verbal, destaca la sustitución de las antiguas formas de la primera persona del presente de indicativo y todas las del subjuntivo de caer, traer y oír (cayo, trayo, oyo) por las formas con infijo velar /-ig-/ : caigo, caiga, etc., a lo largo del siglo XVI y primera mitad del XVII. También alternan todavía hemos/habemos (o avemos). Hasta el primer cuarto del XVII debió de estar favorecida por la posibilidad del uso transitivo de haber, que pedía la forma plena (avemos esperanza), mientras que la forma acortada era una manifestación icónica más eficaz de su empleo como auxiliar (hemos cantado). En los últimos años del siglo XVII se alcanza la regularidad actual.

En cuanto a los adverbios, demasiado, usado como adjetivo desde el siglo XV, se empieza a emplear como adverbio cuantificador del verbo en el siglo XVI y en expresiones superlativas en el XVII.




Plano sintáctico

En sintaxis se producen importantes cambios, como la plena gramaticalización que se produce entre 1450 y 1630 de la originaria perífrasis haber (o ser) + participio, lo cual se manifiesta icónicamente en la pérdida de significado, de variación morfológica y de independencia sintáctica que sufren sus constituyentes.

Durante los siglos XVI y XVII, la marcación de los complementos argumentales (CD con a, concordancia sintáctica del CI mediante clítico, régimen preposicional del verbo) no alcanza todavía el grado de fijación del español moderno, lo que hace que el estado de otros fenómenos conexos (leísmo y laísmo, colocación de los clíticos en la frase verbal) tampoco sea el actual.

La construcción del régimen preposicional del verbo presentaba también variaciones que divergían de la lengua moderna y que se pueden agrupar en tres tipos (Cano, 1984, 1999). En el primero alternan el régimen directo (CD) y el preposicional. Hay alternancias medievales (matar/matar en) que se resuelven en el Siglo de Oro o después (huir algo o alguien / huir de algo o alguien); otras empiezan en esta época (contemplar / contemplar en) y se resuelven en el español moderno. Hay soluciones más complejas: encontrar en 1686 mantenía el régimen clásico, encontrar con algo o alguien, sin que se hubiera alcanzado todavía la situación moderna, en la que se distinguen el régimen directo (encontrar algo) y el régimen preposicional asociado al uso pronominal (encontrarse con algo). En el tercer tipo se dan alternancias de régimen según la naturaleza categorial del complemento (nombre, pronombre, infinitivo u oración). Esta variación ha terminado con la elección de un mismo régimen para todos los complementos, pero no faltan restos del antiguo camino.

Durante los siglos XVI y XVII se avanza grandemente en el paso del sistema medieval de colocación de los pronombres átonos en la frase al sistema moderno, aunque no de modo pleno hasta finales del XVIII o incluso el XIX. El sistema moderno está regido por un doble principio morfológico y sintáctico: el infinitivo, el gerundio y el imperativo seleccionan siempre la enclisis; en cambio, con el resto de las formas verbales la enclisis o la proclisis están determinadas por la posición del verbo en la frase.

En las subordinadas sustantivas de verbo conjugado hay que anotar, en primer lugar, la generalización de la preposición de delante de la conjugación que en las completivas de sustantivo y adjetivo (tengo miedo que venga > tengo miedo de que venga), un cambio que se da entre 1550 y 1650, que es uno de los poquísimos cambios que pueden caracterizar el período lingüístico que nos ocupa.

Teniendo en cuenta los cambios en la estructura del predicado y la oración compleja, podemos apuntar que durante los siglos XVI y XVII (incluido el final de esta centuria) la sintaxis estaba siendo sometida a dos grandes procesos que darían lugar, más tarde, a la sintaxis moderna. El primero, la marcación de los argumentos de la oración y la extensión progresiva del dativo (lo que origina, por un lado, la fijación del régimen del verbo y la extensión del CD con a, del leísmo y de la duplicación clítica del CI; y, por otro, la reducción y pérdida del laísmo). El segundo, la extensión del artículo a las completivas y a las oraciones de relativo (lenta difusión del relativo compuesto el que). Son dos procesos que conllevan el aumento de la nominalización, de la referencia y de la continuidad referencial, como otros que ocurren en el ámbito de la oración compuesta y de la organización del discurso. En estos complejos procesos de gramaticalización la prosa española se sitúa a las puertas de la misma modernidad lingüística, pero sin terminar de entrar en ella (Girón Alconchel, 2003).

En la sintaxis de la oración compuesta destacamos que, dentro de las adversativas, el paso del siglo XV al XVI conoció el declive de mas. Frente a ese término ambivalente se consolidaron pero para la relación restrictiva y sino para la exclusiva. Sin embargo, se documenta un pero exclusivo (no A pero B) a lo largo del XVI y XVII, que en la exclusiva enfática va a llegar hasta (No sólo A, pero B), va a llegar hasta el XVIII. Las partículas excluyentes más usuales en los siglos XVI y XVII son sino y salvo, pero se crean otras nuevas: más de que, amén de, excepto, exceptuando, si ya no.

El cambio más importante se produce en las condicionales por la extensión de hubiera cantado y hubiese cantado, y por las confluencias de cantare y cantase, por una parte, y de cantara y cantase, por otra. De modo que a finales del siglo XVI y principios del XVII cantara (ya imperfecto de subjuntivo) sustituye a cantase en la hipótesis dudosa (si tuviera o tuviese diese o daría), y la hipótesis de futuro si tuviere daré desaparece sustituida únicamente por si tengo daré, mientras que si tuviere daría deja su sitio a si tuviese o tuviera daría o diera.

Los cambios sintácticos señalados afectan a todos los niveles del análisis y significan un proceso de regularización y estandarización de la estructura sintáctica que acaba, en gran medida, con el polimorfismo y la pluralidad de normas medievales. La regularización y estandarización de la sintaxis significan, por otra parte, su deslatinización.




Nivel textual

Y mientras la sintaxis intraoracional se deslatinizaba, la sintaxis interoracional y la organización del texto, en sus líneas generales, imitaban muy a menudo la construcción del período latino (Cano, 1991 y 1992: 197). Hay que señalar dos direcciones por donde avanza la evolución de los mecanismos de cohesión textual. En primer lugar, en esta época se pasa de una sostenida ilación de cada enunciado y período del texto (expresada habitualmente por conjunciones, más que por conectores discursivos) a un predominio de la yuxtaposición de esos grandes segmentos textuales. En segundo lugar, desde mediados del siglo XVII se desarrolla la hipotaxis de los períodos y enunciados, con un crecimiento muy considerable de la causalidad (relevancia de oraciones causales, condicionales, concesivas y consecutivas) y de los conectores de causalidad y contraargumentación (Pons Borderías y Ruiz Gurillo, 2001). Paralelamente, descienden los conectores aditivos, los marcadores no conectores (reformuladores, estructuradores de la información y operadores argumentativos), la parataxis intraoracional y las estructuras subordinadas en construcciones paratácticas: gerundios ilativos, oraciones de relativo continuativas, coordinación consecutiva. En el paso del siglo XVI al XVII se incrementa esta evolución, sobre todo en la prosa ensayística, que se convierte en modelo para cualquier tipo de expresión elegante, eficaz y moderna.








Conclusiones

La gramática del siglo XVII es una muestra de que el español clásico es un español intermedio entre el medieval y el moderno. Pero no acaba en 1650. Lo que hace singular a este período son unos cambios (morfológicos y sintácticos) que transforman la lengua medieval en moderna. Sin embargo, no hay una misma cronología para cada uno de estos cambios.

En concreto, el siglo XVII puede dividirse a tal respecto en dos períodos:

  1. Hasta 1648: que coincide con el reinado de Felipe II hasta la Paz de Westfalia, o desde Lazarillo hasta Gracián;
  2. Desde 1648 hasta 1726, es decir, desde los últimos años del reinado de Felipe IV hasta el primer Borbón, o desde Calderón hasta Feijoo.

La evolución interna de la lengua correspondiente a estos períodos puede resumirse como sigue: la gramaticalización plena de haber como verbo auxiliar termina hacia 1640 y la regularización y estandarización de la sintaxis intraoracional e interoracional dan un paso de gigante hacia 1726.

Pero no terminan, porque el proceso de gramaticalización de tiempos verbales, de determinación del SN, marcación de las principales funciones oracionales, etc., nos muestra cómo se va estabilizando las zonas comprendidas entre el núcleo duro y la periferia de la gramática.




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